Nublado
Una desaparición inexplicable.
Nublado
Nunca la había visto tan feliz. " creo que es el hombre de mi vida, lo presiento"- me dijo. Y en su cara una sonrisa enorme. Era realmente feliz. Me largué.
Eso fue hace unas horas. No sé cuantas. Yo ahora estaba tirado en la cama. Era de noche y fuera hacía frío. La hora no importaba.
Oí como se abría la ventana. Hacía tiempo que no venía a visitarme. Estaba igual que siempre. Preciosa. Rubia, pequeñita y delgada, con cara de niña y dos ojos enormes. Unos años más joven que yo, diecinueve suyos por veinticinco míos.
Entró de un salto y se quedó un rato mirándome. No llevaba nada de ropa, ni siquiera unos zapatos. Mostraba el vello púbico, el vientre liso y las piernas delgadas. Su larga melena cubría sus pechos.
Vino hasta la cama y se tumbó a mi lado. Me abrazó con ternura, apoyándome la cabeza en el pecho.
¿La quieres mucho, verdad?
Sí
Ella, que parecía que no sabía nada y en realidad lo sabía todo. Me miró triste y me abrazó de nuevo. Siempre me había querido. Muchas veces venía y me abrazaba, pero yo nunca quise nada.
Lo único que se oía era el sonido de su respiración. Largas y sonoras expiraciones.
Los dos estábamos tristes.
Le acaricié el pelo y le pedí un beso. Me miró y asintió. Nos dimos un largo y cálido beso. Su respiración sonaba más fuerte si cabe.
Se sentó encima mío y me desabrochó la camisa. Botón a botón, recreando la vista en cada centímetro de piel que quedaba al descubierto.
Me besó los pezones y los mordisqueó con cariño. Me cubrió de besos el pecho y el abdomen y paró cuando llegó al pantalón. Desabrochó el botón y me bajó la bragueta. Me quitó los pantalones y después los calzoncillos.
Me cogió la verga y la apretó. Me había excitado mucho, así que ya estaba suficientemente erecta e hinchada para que la utilizara. Caminó de rodillas por mis piernas hasta que nuestros sexos quedaron a la misma altura. Me la cogió con la mano y la guió hasta las puertas del sexo. Luego bajó el tronco y me absorvió.
Subía y bajaba muy lento, al contrario que su respiración, que cada vez se aceleraba más.
Y luego comenzó a gemir. Y a cada gemido su piel se volvía más fina. Seguía subiendo y bajando, y gimiendo.
Y su piel era tan fina que incluso parecía que la luz la atravesaba y podía ver el cuadro de la pared.
Gritaba cada vez más.
Y era cada vez más ligera.
Aceleraba el ritmo, a veces subía tanto el tronco que la polla se salía y como una loca se la volvía a meter lo más rápido que era capaz.
Y casi no se le veía la cara. Ni los pechos. Ni el vientre. Ni el pubis. Su piel se estaba tornando translúcida.
Se estaba corriendo, gritaba escandalosamente. Yo ya apenas la veía.
Y justo cuando desapareció, yo me corrí. El semen salió disparado y me cayó encima de la polla y las piernas. Ella ya no estaba encima mío.
Y nunca más la volví a ver.