Noxevieja ardiente

En una fiesta de Nochevieja puede pasar de todo... incluso que unas treintañeras borrachas perviertan a un jovencito virgen.

Rodrigo siempre había sido un niño raro, arisco, introvertido, acomplejado; pero todo esto se acentuó al morir su madre cuando él tenía sólo 12 años. El pobre se refugió en su mundo interior, y a partir de entonces sólo se relacionaba con los chicos de su barrio para jugar a fútbol sala, su pasión; a pesar de ser bajito y débil, jugaba muy bien. En el colegio no tenía amigos, pero era respetado, por lástima.

Sin embargo, al llegar a la adolescencia la naturaleza obró el cambio, y Rodrigo creció y se convirtió en un adolescente atlético y bien formado. Su madre le había dejado en herencia unos bonitos ojos verdes, más llamativos por el contraste con su piel morena y su pelo negro. Por lo demás, seguía siendo igual de retraído, y las chicas de su edad pasaban de él. Sólo la psicóloga que le trataba su fobia social se había dado cuenta de que el chaval estaba muy bien, pero su atracción por Rodrigo no pasó de allí.

En definitiva, el chico cumplió 17 años sin haber siquiera besado en la mejilla a una chavala. Fue entonces cuando su padre, pensando que no tenía solución, lo puso a trabajar para ayudarle a pagar la Universidad de su hermana.

Su primer trabajo fue en una sala de fiestas, el día de Nochevieja. Su función consistía exclusivamente en recoger los vasos que los clientes dejaban lejos de la barra y ayudar a subir cajas de bebidas del almacén; pero muy a pesar suyo le obligaron a vestirse con traje y pajarita, como los camareros.

Rodrigo no había estado nunca en una discoteca, y todo aquello le sorprendió positivamente: la música alta, el humo del tabaco, las luces cambiantes, los cuerpos bailando, las parejas besándose... además, por ser la noche de fin de año, la sala estaba llena de chicas guapas muy bien vestidas y muy maquilladas, y el alcohol corría a raudales.

Empezó a sentirse embriagado por el ambiente, mientras seguía cumpliendo con su trabajo, que no era muy complicado. Comenzaba a sentirse excitado cada vez que pasaba al lado de una mujer y olía su perfume, cada vez que una preciosidad le sonreía cuando le retiraba la copa. Poco a poco el local se fue llenando, y fue inevitable que su cuerpo se rozara con el de las asistentes a la fiesta mientras buscaba vasos abandonados por la pista de baile. Él, que sólo había estado con mujeres en sus fantasías húmedas, ahora podía tocarlas, es más, se veía obligado a tocarlas. Notaba su pene erecto debajo del pantalón; para colmo, había algunas que parecía que buscaban el roce deliberadamente. Entre ellas, le llamó la atención una rubia de unos 35 años embutida en un vestido rojo. Sus pechos blanquecinos asomaban por su generoso escote. Su trasero era un poco gordo, pero a la vez bello, de nalgas firmes y redondas, y resaltaba más por lo ajustado del vestido. Se alejó un poco de la zona, agachándose a recoger unas botellas abandonadas en el suelo. Cuando se quiso incorporar, tenía allí de nuevo el culo de la rubia, y no pudo evitar rozárselo primero con el brazo y luego con la mano. Sus glúteos eran duros y agradables al tacto. Llevó las botellas a la barra, y se detuvo un instante a reflexionar; estaba terriblemente excitado, y tuvo que recolocarse el pene para que no se notara su erección. ¿Estaría ella buscando el roce conscientemente? No lo sabía, pero volvió a la pista y la casualidad o el instinto lo llevaron de nuevo a la zona de la rubia. Por un momento sus miradas se cruzaron y ella le sonrió. Parecía divertida, charlando con otras chicas de su edad. Este signo le llevó armarse de valor, después de todo no tenía nada que perder, su trabajo le importaba un bledo. Despreocupadamente se colocó detrás de su nueva amiga y, mientras disimulaba mirando para otro lado, le pasó la mano por el trasero repetidamente, se lo sobó a conciencia, notando el agradable tacto del tejido del vestido. Ella no pareció inmutarse, y tras 15 segundos, se retiró en busca de más vasos. Cuando volvió a pasar por su lado, la rubia tropezó (¿intencionadamente?) y cayó sobre él. Su ansiado culo cayó ahora directamente sobre su paquete, y tuvo que ahogar un grito de sorpresa y placer. La sujetó poniendo las manos en su cintura. Ella se incorporó ligeramente y giró la cabeza. Ahora pudo ver mejor su rostro: era una chica mona, aunque tampoco una belleza. Su cara era redonda y sus ojos marrones; iba muy maquillada, especialmente los labios y los ojos.

  • Perdona, guapo – dijo ella mientras le guiñaba un ojo.

Rita había salido aquella Nochevieja con intención de divertirse, pero también de ligar, por qué no. Sin embargo, la noche no pintaba muy bien; para empezar, por la compañía: había salido con sus amigas de toda la vida, que la mayoría llevaban a sus maridos o sus novios; luego, por el local: el sitio estaba bien, pero allí predominaban las parejas, y entre los solteros, había mayoría de mujeres. Iba a ser difícil pillar un buen mozo aquella noche, a pesar de que ella se había puesto radiante: peinado de peluquería, maquillaje abundante, y el vestido rojo nuevo, que lo tenía todo para seducir: escotado, ajustado y cortito. Luego llevaba zapatos rojos de tacón alto, medias transparentes (nada de panties) y sujetador y tanga (minúsculo) rojos, a juego, para celebrar la llegada del año nuevo.

Ya que no iba a ligar, pensó, por lo menos se agarraría una buena cogorza. No paraba de pedir copas, y el alcohol iba haciendo su efecto. Su grupo, al principio de unas 30 personas, se iba disgregando en grupitos más pequeños. De pronto se vio sola con una chica de un pueblo de Vizcaya, amiga de no-se-quién, a la que había conocido esa misma noche.

  • Perdona, ¿cómo habías dicho que te llamabas?

  • Nerea

Rita miró a Nerea de arriba abajo. Tendría unos 33 o 34 años. Era muy delgadita y vestía muy sobriamente, con un traje de chaqueta blanco. De cara era guapilla, con el pelo negro muy cuidado y los ojos claros. Pero tampoco era una chica despampanante, que fuera a llamar la atención. Le faltaban curvas, que era precisamente lo que le sobraba a Rita.

  • Lo vamos a tener difícil tú y yo esta noche, Nerea.

  • ¿Difícil? ¿Para qué?

  • ¿Para que va a ser? Para ligar. Yo no veo tíos buenos por aquí.

Nerea río.

  • Tíos hay. Fíjate en el rubio macizo de la camisa amarilla.

  • ¿Ése? Casado.

  • ¿Cómo lo sabes?

  • Reconozco a un casado sólo por la forma de moverse.

  • Si quieres se lo pregunto.

  • Vale, pero di que vas de mi parte.

  • ¡Y un cuerno! Si voy, el tío es para mí.

Poco a poco se fueron haciendo amigas, ayudadas por el alcohol.

  • El que sí que está bueno es el camarero que recoge los vasos – apuntaba Rita.

  • Mmm, es un crío, pero tiene un polvo.

  • Fíjate que ojos... ¡Oye!

  • ¿Qué?

  • ¡Me ha tocado el culo!

  • ¡Ja, ja! ¡Mira que listo el chaval! A la vuelta se lo tocas tú a él.

  • Y no es sólo eso... – Rita hablaba ahora al oído de su nueva amiga – al pasar me ha rozado con algo duro. Creo que estaba empalmado.

  • ¡Ja, ja! ¡Será pervertido! Es tu culo, que levanta pasiones. – dijo Nerea, dándole una palmada cariñosa en el trasero. – cuidado que allí vuelve.

  • Cuando esté a mi altura me avisas y me caigo encima de él.

  • ¿Para qué?

  • ¡Para ver si la tiene dura, coño! Quiero saber si he ligado.

  • Eres una corruptora de menores... ¡Ahora!

Rita se dejó caer encima del camarero y éste la sujeto.

  • Perdona guapo. – dijo. Aprovechó la situación para pasar el brazo por los hombros de Rodrigo, rozando los pechos contra su hombro – Oye, ¿nos puedes hacer un favor?

  • Claro, señora

  • No me vuelvas a llamar señora. Soy Rita. Te presento a mi amiga. Nerea, este es...

  • Rodrigo.

Se besaron en ambas mejillas. Rita había cogido ahora al chaval por la cintura.

  • Vamos a ver, Rodrigo. En mi pueblo, para felicitar el año, se dan dos besos en la mejilla y uno en la boca.

Rodrigo había enrojecido. Cada vez estaba más avergonzado, pero más cachondo al mismo tiempo. Hasta él, que no sabía nada de mujeres, se había dado cuenta de que esas dos tías querían guerra, sobre todo la rubia. Pues él podría ser tímido, pero arrojo no le faltaba. Besó a Rita en las dos mejillas y en los labios, y dijo:

  • Feliz 2006.

  • A mí también, ¿no? – dijo Nerea y besó de nuevo al chico en las mejillas y en la boca, ruidosamente. A Rita le molestó ligeramente que primero la llamara corruptora de menores y luego coqueteara también con el chaval.

  • Bueno, eso que me iba... que me ibas a pedir? – tartamudeó Rodrigo dirigiéndose a Rita.

  • Sí. Tráenos un ron con limón a cada una. Y tómate tú otro, que como es barra libre te invito yo.

Según se marchaba, Rita dio a Rodrigo una sonora palmada en el trasero. "Empate a uno", pensó.

  • Bueno, qué. – inquirió Nerea, cuando el chaval ya se hubo marchado. – ¿Estaba empalmado o no estaba empalmado?

  • ¿De verdad lo quieres saber, morbosa?

  • Me muero de ganas.

  • La tenía durísima. Y no anda mal dotado el chaval.

.- No me digas eso que me derrito...

  • ¡Mírala! Y me llama a mí corruptora de menores.

Al lado de ellas bailaba un grupo de amigos de Rita. Una de las chicas vino a hablar con ellas. Era una belleza de las que llaman la atención: rubia, ojos azules y un tipazo de impresión. Llevaba un vestido negro muy corto, medias de rejilla y botas altas

  • ¿Os lo estáis pasando bien, chicas?

  • Sí, Miriam. ¿Y vosotros?

Un hombre vino a hablar con la del vestido negro, interrumpiendo la conversación.

  • ¿Es esta la famosa Miriam Vallejo? – preguntó Nerea a Rita, cuchicheando.

  • Sí. Miriam, zorrita y lesbiana. ¿Te han hablado de ella?

Nerea rió.

  • ¡Es eso precisamente lo que me habían dicho!

Miriam se deshizo del baboso y volvió con ellas.

  • Nerea... ¿a ti te he felicitado ya el año nuevo?

  • No. Feliz 2006.

Cuando fueron a besarse, Rita intercedió:

  • Ya sabéis la costumbre, dos besos en la mejilla y uno en la boca.

Se besaron, y luego Miriam se volvió hacia Rita.

  • Esa costumbre te la has inventado tú, me parece. – Miriam estaba preciosa, su sonrisa era encantadora. Lo único que le fallaba para ser una mujer 10 era la voz, muy aguda y chillona.

  • Bueno, si quieres nos besamos nosotras también. Feliz 2006.- dijo Rita, y se besaron en las mejillas y en los labios.

Otro hombre vino a hablar con Miriam. Los rostros de Rita y Nerea quedaron ahora frente a frente.

  • Ya que estamos...

Se besaron también entre ellas.

Miriam se alejó de nuevo, y Nerea aprovechó el momento para hacer reproches a su amiga.

  • ¡Zorra! Me has hecho darme un pico con la lesbiana.

  • ¡Ja, ja! Pero luego he entrado al quite para que no quedara tan evidente. Es que ya he hecho mis planes...

  • ¡Claro! ¡Tú con el crío y yo con la bollera!

  • Oye, me dirás que es fea.

  • Vale, me lo monto con ella pero luego hacemos cambio de pareja. – dijo la vasca, bromeando.

  • ¿Tú con el crío y yo con la bollera? o... ¿Tú conmigo y el crío con la bollera?

  • Pensaba en la primera opción, pero oye, habrá que probarlo todo.

  • Claro que sí, cariño.

Evidentemente estaban bromeando, pero Rita se sentía cada vez más borracha... y más cachonda. Lo cierto es que los besos con Rodrigo, y también con Miriam y con Nerea, la habían excitado enormemente. Procuro tranquilizarse y disfrutar de la fiesta: si luego surgía la posibilidad de acostarse con el camarero o con cualquier otro, no la desaprovecharía.


Rodrigo se encontraba nervioso y excitado como nunca había estado antes. Notaba su corazón latir a gran velocidad en su pecho. Estaba descubriendo, de la manera más brusca, que las mujeres no son bichos raros, que están ahí, y que tienen los mismos deseos que él tenía en ese momento. Es más, se había percatado de que incluso él podría resultar atractivo a las mujeres, una posibilidad en la que nunca antes había pensado. Por un momento barajó la posibilidad de irse al servicio, hacerse una paja y olvidarse de la rubia. Pero hubiera sido una solución cobarde; y el podría ser un crío introvertido y acomplejado, pero un cobarde no era. Una orden de uno de los camareros, que le mandaba hacer un recado, le despertó de su ensimismamiento.

Cuando tuvo un momento libre, pasó al otro lado de la barra. Cogió tres vasos, echó dos cubitos de hielo en cada uno y sirvió tres copas de ron con limón. "Dos para ellas, una para mí", pensó. Rodrigo nunca había probado el alcohol, pero se bebió su copa a tragos largos, como si fuera agua. El sabor no era desagradable, e inmediatamente sintió una sensación de mareo en su cabeza. Era lo que buscaba: si ellas iban borrachas, quería estar en igualdad de condiciones. Cogió una bandeja, y se dispuso a llevar las copas a sus nuevas amigas. Sabía que tenía prohibido consumir alcohol y servir a los clientes fuera de la barra, pero le daba igual; de todas formas, nadie parecía haberlo visto.

Cuando le vio llegar, Rita se abalanzó sobre él y lo abrazó:

  • ¡Qué detallazo! Luego dicen que los chicos jóvenes nos sois caballerosos.

A duras penas pudo evitar que se le cayera la bandeja con las copas. Notaba los pechos duros de Rita apoyarse contra él, del mismo modo que ella notaría su erección sobre su vientre.

Nerea también se acercó y cogió su copa. Hablaron durante un buen rato de naderías, aunque más bien eran las chicas las que hablaban, mientras tomaban sus copas a gran velocidad, y él el que escuchaba. Llegado un punto Nerea dijo:

  • Rita, ten un poco de cuidado que se te ve el sujetador, y este señorito no es de piedra.

Era cierto. El vestido rojo era demasiado estrecho para el pedazo de mujer que era Rita y sus pechos amenazaban con salirse en cualquier momento por el escote.

  • Mejor que se vea, con lo que ha costado por lo menos lo luzco. El tanga va a juego, rojo también, para que de buena suerte.

  • ¡Enséñaselo al chico, para que lo vea!

  • Luego – dijo Rita, guiñando un ojo a Rodrigo.

  • Y tú Rodri... por que te puedo llamar Rodri, ¿verdad? – Nerea, por lo alta que estaba la música, hablaba ahora al oído del chico. Podía notar su aliento fresco en la mejilla – ¿también llevas ropa interior roja? Déjanosla ver, anda.

  • ¿Y por qué no nos enseñas tú la tuya? – contestó él, visiblemente nervioso.

Nerea se separó un poco de él y, sin dejar de sonreír, se quitó los botones del pantalón, dejando ver un tanga rojo semitransparente, muy bajo de cintura, que dejaba entrever el vello púbico, cortito y muy cuidado. Nerea se pasaba los dedos por la tela del tanga, mientras le miraba fijamente con sus ojos color turquesa.

  • ¿Quieres tocarlo, nene? Es un tejido muy suave.

Rodrigo había decidido que haría cualquier cosa menos echarse para atrás. Alargó la mano y cogió el tanga, separándolo un poco del cuerpo de la chica, acariciando la tela cuidadosamente con su dedo pulgar. Estaba turbado: desde el principio estaba pensando en la posibilidad de hacérselo con Rita, pero el descaro de la vasca le atraía enormemente. Por un momento notó como sus dedos índice y corazón rozaban el vello púbico, pero Nerea le apartó de un manotazo.

  • ¡Este chico no se corta con nada! – dijo sin dejar de reír.

Entretanto Rita se había colocado detrás de él, y tal vez celosa por el protagonismo que estaba tomando su amiga, intentó desabrocharle el botón del pantalón de camarero que llevaba.

  • Venga, tía, vamos a ver los calzoncillos del chaval.

Rodrigo enrojeció y tragó saliva. Intentaba apartar las manos de la rubia, pero ésta, ayudada por su amiga, se resistía. Su erección era ya evidente con el pantalón puesto, y si encima le dejaban en ropa interior temía que su pene se saliera del slip y quedara a la vista de todo el mundo. En el forcejeo las tetas de Rita se le clavaban en la espalda y las manos de las dos rozaron varias veces su paquete, aumentando la excitación, hasta que por fin consiguió liberarse.

Al lado de esta escena, Miriam bailaba con su grupo de amigos. Estaban jugando a "pasar el hielo", un juego de adolescentes que, por ser la noche que era, y por los efectos del alcohol, estaba teniendo gran éxito. El hielo en cuestión debía ir pasando de la boca de un chico a la boca de una chica (o viceversa), sin ayudarse de las manos. Por supuesto, el que tenía el hielo en la boca elegía a quién se lo pasaba. Un chulazo de más de 1,90 había pasado el hielo a la escultural Miriam. Ahora le tocaba elegir a ella, que sorprendentemente agarró a Nerea por la cintura y le introdujo el hielo en la boca.

  • De chica a chica no vale, ¡Buuu! ¡Fuera! – decían los demás participantes en el juego. Aunque en el fondo estaban todos contentos, los hombres por la idea de meter a una nueva chica en el grupito y las mujeres porque estaban hartas de que Miriam, de la que todo el mundo decía que era lesbiana, fuese el centro de atención de los chicos.

Nerea, sorprendida, tardó unos instantes en darse cuenta de que se trataba de un juego; pero pronto reaccionó y, acercó su boca a la de Rodrigo, que se dejó hacer. Sus lenguas se cruzaron un instante mientras se pasaban el hielo.

Ahora le tocaba elegir a Rodrigo. Alrededor tenía un montón de mujeres que no conocía, a Nerea y a Rita, que le miraba fijamente con ojos de deseo. Los rojos labios de la rubia eran muy tentadores, así que la abrazó y se fundieron en un cálido morreo. Rita devolvía el hielo a la boca de él, para que no la soltara. Los brazos de ella le cogieron por el cuello, mientras él se aferraba a su trasero.

Siguieron morreándose un rato; Nerea, Miriam y los demás habían empezado a aplaudir. El hielo se fundió completamente por el calor de las bocas. Se separaron un instante. De repente a Rodrigo sintió miedo; eran demasiadas sensaciones nuevas para una noche: besos, alcohol... Además, estaba trabajando; hacía tiempo que los camareros habrían notado su ausencia, y le necesitaban para subir cajas de bebidas. Qué dirían si le pillaban besándose con una clienta. Su instinto le obligaba a salir huyendo, huyendo de aquella hembra que pretendía hacerle un hombre. Solamente acertó a decir:

  • Lo siento, tengo que irme a trabajar – y se alejó entre la multitud, sin atreverse a mirar atrás.

Tres horas más tarde, la fiesta había empezado a declinar. De los dos pisos que componían la sala de fiestas, el sótano ya estaba cerrado. Nerea se había divertido realmente esa Nochevieja; estaba borrachísima, había hecho nuevas amigas... y no había ligado, pero bueno, se lo había pasado bien. Sin embargo, su amiga Rita no paraba de darle la paliza:

  • No dejo de pensar en el camarero... me ha puesto cachondísima.

  • No te preocupes, que si quiere algo vendrá a buscarte cuando cierren. – decía ella sin demasiada convicción.

Al fondo de la sala podían ver a Rodrigo trabajando, bajando cajas de botellas vacías al piso inferior.

  • Míralo... está buenísimo...

  • Por Dios, Rita, si es un crío.

  • Dirás lo que quieras, pero voy a buscarlo.

Y atravesó la sala con la convicción que le daba el alcohol. Nerea se quedó descolocada: una cosa es tontear con un chaval, y otra lo que Rita pretendía... o lo que ella creía que pretendía Rita... eso no era ético... o quien sabe.

Miriam la despertó de sus pensamientos.

  • ¿Adónde va?

  • Creo que a violar al chico que recoge los vasos.

  • Huy, eso no nos lo podemos perder – Miriam la miraba con una sonrisa ambigua – ven, sígueme.

Rita, con total naturalidad, bajó por la escalera que daba al piso inferior. Estaba ya cerrado, pero los camareros supusieron que iría al servicio. Ellas dos la siguieron silenciosamente.

La escalera estaba completamente a oscuras. De repente habían perdido la pista de Rita, y no se atrevían a encender la luz, por miedo a que las echaran de allí. Miriam se agarraba ella, en teoría para no perderse... de todas formas, no le desagradaba el contacto del cuerpo de la supuesta lesbiana. Por fin vieron una luz encendida en una especie de almacén y oyeron voces. La puerta estaba entreabierta y se quedaron observando.

Dentro, Rita había acorralado a Rodrigo contra la pared y le comía la boca con ansia. Tenía el vestido arremangado y una pierna obscenamente levantada y apoyada en una pila de cajas, buscando restregar su entrepierna contra el paquete del él. El chico se dejaba hacer, y mientras sobaba las golosas nalgas de Rita.

Nerea sabía que no era correcto mirar, pero estaba fascinada por la escena. Asimismo, sentía tras de sí la respiración de Miriam, y notaba su cuerpo pegado a su espalda. Ahora Rita se había sacado las tetas y había hundido la cabeza del chaval entre ellas, mientras gemía acompasadamente. Sentía una mezcla de envidia y desprecio hacia su amiga, mientras notaba su entrepierna humedecerse más y más. Miriam, por su parte, cada vez se pegaba más a ella y tenía las dos manos apoyadas en su cintura. Poco a poco, la mano izquierda de la lesbiana se introdujo por debajo de su camiseta hasta llegar a sus pechos mientras la derecha desabrochaba los botones de su pantalón. Nerea, que hasta esa noche se había considerado 100% heterosexual, se dejaba hacer. Cuando las yemas de los dedos llegaron a su clítoris, gimió, y echó la cabeza hacia atrás, ofreciendo su boca a Miriam, que la besó apasionadamente.

En el interior del almacén, Rita se había colocado de rodillas. Bruscamente, bajó los pantalones y el slip del aprendiz de camarero, y a su vista quedó un miembro de buen tamaño, completamente erecto, que ávidamente se introdujo en la boca.

Nerea observaba atenta mientras era placenteramente masturbada. A sus ojos, Rita parecía el tipo de mujer que hace felaciones no por complacer a su pareja, sino porque disfruta haciéndolo. Mientras con la boca succionaba el glande, pajeaba la polla del crío a gran velocidad, todo esto sin dejar de mirarle a los ojos. De repente, Rodrigo empezó a gemir y acto seguido eyaculó en la boca de la rubia. Ella se apartó, y algunos de los chorros cayeron en su cara, cuello y vestido. Habían sido demasiadas emociones aquella noche para un chico tan joven y virgen.

Rodrigo, visiblemente avergonzado, trataba de disculparse. Rita le sonreía y le hablaba cariñosamente, mientras buscaba "clines" en su bolso para limpiarse.

  • No pasa nada, guapo... le puede ocurrir a cualquiera.

Fue entonces cuando Miriam dijo.

  • Ahora nos toca a nosotras. Vamos.

Y poco menos que la arrastró hacia el interior del almacén.

  • Hola chicosss, ¿podemos unirnos a la fiesta? – dijo Miriam con voz afectada.

Tanto Rita como el crío miraban atónitos.

  • Mira chavalín, tu no tienes culpa de nada. Ha sido ésta, que no sabe comer una polla. Ahora mi amiga Nerea y yo te vamos a demostrar como se hace... si no te importa, claro.

El chico, inexpresivo, callaba. La cara de Rita era un poema: estaba tan sorprendida que no se había terminado de limpiar el semen que la ensuciaba el rostro. Se había quedado paralizada con el "clines" en la mano, las tetas fuera y el vestido arrebujado en torno a la cintura; daba una imagen patética. Nerea, por su parte, estaba dispuesta a seguir a su amiga la lesbiana a donde hiciera falta; pero viendo las manchas en el vestido de Rita, decidió quitarse la ropa y dejarla amontonada en una esquina, quedándose en sujetador y tanga. En un último acto de cordura, se acercó a cerrar la puerta con llave.

Cuando volvió, Miriam había colocado su chal en el suelo, se había arrodillado sobre él y le estaba haciendo una buena mamada al chico. Se volvió hacia ella.

  • ¿Me ayudas, reina?

  • Espera, primero tengo que calentar.

Se acercó a Rodrigo y le besó en la boca, le mordió el cuello. Fue bajando poco a poco hasta llegar a su pecho, con escaso vello, y se entretuvo besando y mordiendo sus pezones. Su corazón de atleta retumbaba a 200 pulsaciones por minuto. Siguió bajando: de su ombligo partía un hilo de vello que llegaba hasta su pubis; lo recorrió con la lengua hasta que su boca chocó contra la de Miriam. Se besaron junto a la polla del chaval; hasta entonces no se había dado cuenta de que Miriam tenía un piercing en la lengua. Luego se arrodilló al lado de la lesbiana y continuaron haciendo una mamada a dos bocas; mientras una succionaba el glande, la otra recorría con la lengua los testículos, y luego cambiaban las posiciones. Cuando Nerea se metía el pene del chico en la boca, su amiga le sujetaba la cabeza obligándola a introducirse el miembro hasta el fondo de la garganta, haciéndola atragantarse.

Se volvió un momento a ver que estaba haciendo Rita. Estaba sentada en una pila de cajas de bebidas y había cogido una botella de ron, que bebía a morro. Se estaba acariciando por debajo del tanga viendo la escena, pero a pesar de todo su rostro reflejaba cansancio y depresión.

Nerea se acercó a ella y le habló al oído, en un susurro:

  • Ven... podemos pasarlo muy bien los cuatro juntos... déjate llevar por el deseo, como yo estoy haciendo.

Empezaron a besarse y a acariciarse lúbricamente, hasta que oyeron la voz de Miriam:

  • Bueno, guapito, ¿a cual de las tres quieres follarte primero?

Rita reaccionó casi violentamente:

  • ¡Rodrigo va a follar conmigo, y si a vosotras os gusta mirar, me da igual!

Obligó al chico a tumbarse en el suelo. Se terminó de desnudar ella, y arrojó el tanga a la cara a Miriam. Luego se colocó encima del chaval, se clavó su polla en el coño y empezó a botar con furia. Gemía en voz alta mientras miraba desafiante a las otras dos.

Mientras Nerea contemplaba la escena, Miriam se había quitado el vestido y se acercaba hacia ella gateando y maullando. Estaba realmente bella con su tanga, su sujetador, sus medias y sus botas altas, todos negros. Se paró cuando su cabeza estaba a apenas a cinco centímetros de la entrepierna de la vasca. Nerea notó su vagina chorreando cuando Miriam apartó su tanga, se colocó su melena rubia con la mano e introdujo la lengua en su más honda intimidad. Era la primera vez que una mujer le hacía sexo oral, pero era fabuloso: estaba claro que Miriam era una experta. Pronto sus gemidos se confundieron con los de Rita, que cabalgaba al camarero con furia; y pronto ambas se corrieron, casi al unísono, gritando, sin importarlas quién pudiera oírlas.


Miriam notó como su amiguita Nerea se retorcía de placer y pronto sintió la humedad de su orgasmo en la boca. Adoraba dar placer oral, tanto a mujeres como a hombres. Miriam era guapa y lo sabía: sabía que hubiera podido llevarse a la cama a cualquiera de los hombres que había en la fiesta, y a prácticamente cualquiera de las mujeres; sin embargo, aquello superaba sus expectativas: una orgía con un yogurín macizo y con dos viciosillas a las que ella estaba descubriendo su propia bisexualidad.

Ahora que se habían corrido, las dos rehuían su mirada, y estaban empezando a vestirse en silencio. Pero aquella fiesta todavía no estaba acabada. Se acercó al jovencito, que también se estaba vistiendo. Lo besó en la mejilla, mientras le acariciaba la espalda:

  • ¿Dónde ibas, guapito? ¿No te apetece seguir follando? Ya nos has demostrado que eres todo un hombre...

Rodrigo le acariciaba el culo y las tetas. Mientras, ella llevó la mano hacia su pene y le empezó a pajear suavemente. Acaba de correrse dentro de Rita, pero ella sabía bien como funcionan los chicos de 17 años, y ante unos ojos, unos pechos y un trasero como el suyo al instante estaba empalmado de nuevo.

  • ¿No te apetece follarte a ninguna de éstas, guapito? Yo soy una gatita, pero ellas son unas perritas... a la que quieras, ponla a cuatro patas y fóllatela... son tuyas.

Rita y Nerea se habían vuelto y los miraban expectantes, sonriendo. A ella no le gustaba ver a Nerea sonriendo, porque pensaba que estaba más guapa seria .... o asustada. La cogió del pelo y violentamente, la puso a cuatro patas en el suelo. Luego le arrancó el tanga con brusquedad.

  • ¡Vamos, fóllate a esta perrita, demuestra lo hombre que eres!

Rodrigo se abalanzó sobre ella y la penetró por el coño con brusquedad, ella gritó y gimió, pero siguió follándosela como un salvaje.

Miriam disfrutaba viendo la escena. Se colocó delante de la vasca, y apartando el tanga, la obligó a comerse su chocho. Nerea apenas podía hacerlo por las embestidas que la metía Rodri desde atrás, por lo que tuvo que sujetarle la cabeza.

Pero aquella noche a Miriam le apetecía más chupar que ser chupada, más provocar orgasmos que sentirlos ella. Pronto dejó su sitio a Rita, a la que Nerea chupó el coño como pudo. Mientras, ella recorría con la lengua otras partes de la anatomía de Rita: empezó por los pies, siguió por los gruesos muslos... pero para una diosa de la lengua como ella, el orondo y respingón trasero de Rita era una tentación, así que pronto se detuvo en él.

Besó sus glúteos, los lamió y mordió, y luego hundió la cabeza en la raja. En ese instante notó una reacción como de rechazo en ella, como de quererse apartar.

Entonces ella se levantó y la habló al oído:

  • Tranquila cariño... déjate llevar... va a gustarte... relájate.

La colocó a cuatro patas en el suelo, al lado de su amiga Nerea. Nuevamente hundió la cabeza entre sus nalgas, chupando primero su chochito y luego subiendo con la lengua hasta el ano. Mientras con dos dedos penetraba su vagina, poco a poco le introdujo la lengua en el recto, venciendo su resistencia. "Es el momento", pensó.

  • Guapito, ven aquí. Quiero que le rompas el culo a esta perrita – dijo, mientras palmeaba con fuerza las nalgas de Rita. – Con fuerza, sin piedad. No te preocupes porque grite porque seguro que le va a gustar.

Rodrigo se la sacó a Nerea y se dispuso a seguir con la perrita que tenía al lado. Empezó a penetrarla por el culo con suavidad, pero ahora fue la propia Rita la que le animó:

  • ¡Con fuerza, como dice ella! No te preocupes por mí.

Mientras, Miriam había tendido a Nerea en el suelo y la masturbaba con maestría. La penetraba con dos dedos mientras con el pulgar manipulaba su clítoris. La cabeza de la vasca quedaba ahora bajo el cuerpo de Rita, y sus tetas, movidas por las embestidas de Rodrigo, le golpeaban en la cara, pero a ella parecía no importarle.

  • ¡Clávasela entera! ¡Reviéntala!- jaleaba Miriam.

Mientras, ella había introducido el tercer dedo en la vagina de la Nerea. Ésta se retorcía de placer, por lo que decidió meterle un cuarto. Sus dedos de largas uñas no eran lo mejor para masturbar a una chica, pero en un chocho tan lubricado parecían entrar sin dificultad.

"Y sí..." pensó. Una idea muy sucia le estaba viniendo a la mente. Rodri seguía sodomizando a Rita con violencia. Ahora la tenía agarrada por el pelo con una mano mientras con la otra le daba cachetes en las nalgas, en una escena sin duda copiada de una peli porno, y ella parecía disfrutar.

Estaba claro que a las perritas había que darlas duro. Poco a poco fue introduciendo el quinto dedo, el pulgar; en aquel coñito tan húmedo parecía que entraba de todo. Una vez dentro de ella, intentó cerrar el puño.

Nerea sintió dolor y la miró.

  • ¿Qué me estás haciendo?...

Tenía la cara de asustada que tan cachonda le ponía a ella. Entonces no se pudo contener, cerró el puño y empezó a follarla mientras gritaba:

  • Vamos cariño, ábrete todo lo que puedas, esto te va a doler pero te va a hacer morir de placer.

Nerea empezó a gritar, pero, involuntariamente, Rita cayó sobre ella, aprisionándola con sus tetas y silenciándola momentáneamente. Miriam siguió follándola con el puño hasta que notó por sus espasmos que se corría, y sólo entonces se lo sacó. Su vagina quedó enormemente dilatada, empapada en sus fluidos, mientras ella quedaba inmóvil en el suelo, extasiada.

Ahora la atención de Miriam se volvió hacia Rodrigo. El chico seguía penetrando el culo de Rita a cada vez mayor velocidad, hasta que por fin avisó:

  • Me corro...

  • En mi boca, guapito – pidió Miriam.

Rodri obedeció gustoso, metiéndole el pene en la boca en el momento del orgasmo. Al ser la tercera, fue una corrida poco abundante, por lo que pudo retener el semen en la boca sin tragarlo.

Se acercó a Rita, que se había quedado a cuatro patas desnuda, empapada en sudor.

  • Mmmmmm

  • ¿Qué quieres? – preguntaba ésta, confusa

Fue Nerea la que comprendió:

  • Me parece que quiere jugar a "pasar el hielo".

Entonces Nerea pegó su boca a la de Miriam y ésta escupió el semen del muchacho dentro de su boca. Luego acercó su boca a la de Rita, se besaron y vació el contenido en la boca de ésta.

Así estuvieron un rato, sentadas medio desnudas en el suelo y pasándose el semen de boca a boca, mientras Rodrigo observaba atento. Cualquier atisbo de rivalidad había desaparecido entre ellas; Miriam había sido la maestra de ceremonias, la que había iniciado en el camino de la bisexualidad a las otras dos, y ellas se lo agradecían con besos y caricias.

Por fin, Nerea abrió mucho la boca, mostrando su contenido a los demás: una bola de semen, mezclada con saliva de las tres. Lo tragó con deleite y volvió a abrir la boca, para enseñar que no había dejado ni una gota.

  • ¡Zorra! – dijo Miriam, mientras le pegaba un cachete cariñoso.

Al día siguiente....

RITA se despertó con una resaca descomunal. Sus recuerdos de Nochevieja estaban difusos: sabía que había estado ligando con un camarero y que había hecho amistad con Nerea, la amiga vasca de Pilar. Más vagamente se recordaba a sí misma haciéndolo con un chico moreno, tal vez el mismo camarero. Probablemente se lo había hecho por delante y por detrás, por el escozor que sentía en la zona. En las escenas que venían a su mente aparecían también dos mujeres, aunque supuso que lo habría soñado y que en su mente alcohólica los sueños se confundían con la realidad. Por cierto, su tanga rojo recién estrenado había desaparecido.

MIRIAM se acostó a las diez de la mañana y no se levantó hasta las nueve de la noche del 1 de enero. Se preparó un baño de espuma mientras recordaba lo ocurrido la noche anterior: había sido genial; ella, que se había acostado con tantas mujeres y con tantos hombres, nunca había hecho nada parecido. Mientras se bañaba, olía el trofeo que conservaba de la noche anterior: el tanga rojo de Rita, manchado con sus flujos. No pudo contenerse más y empezó a masturbarse compulsivamente. Se corrió una vez, dos veces, tres... la segunda noche del año iba a ser también larga, aunque la iba a disfrutar sola, en la intimidad.

RODRIGO se sentía feliz por primera vez desde que muriera su madre. Había perdido la virginidad, se lo había montado con tres mujeres a la vez y, para colmo, le habían pagado por ello. Ni los camareros ni el encargado de la sala de fiesta sospecharon nunca lo que había ocurrido en el almacén. Cuando acabaron las vacaciones de Navidad, volvió al instituto y volvió a ser el adolescente retraído de siempre; si acaso, ahora se mostraba más abierto con las chicas. En el vestuario, antes de la clase de Gimnasia, sus compañeros de clase alardeaban de sus éxitos con chicas y se burlaban de él, restregándole que todavía no había estado nunca con una mujer. "Si ellos supieran..." pensaba, y sonreía.

NEREA no conseguía explicarse lo que había ocurrido la noche anterior. Hasta entonces, se había considerado completamente heterosexual, y más bien fría para los temas sexuales. Intentaba concentrarse y pensar en los ojos verdes de Rodrigo, autoconvencerse de que era su deseo por él lo que la había llevado a participar en la orgía. Pero cerraba los ojos y sólo venían a su mente los ojos azules de Miriam. Dios, ¿se estaría enamorando de una mujer? ¿o era sólo la pasión del morbo?.

Pidió el número de Miriam a una amiga común, pero no se atrevía a llamarla. Hasta que una noche que volvía de fiesta, con el sabor del ron con limón en el paladar, se armó de valor y marcó su número...