Novio en estado de coma (4): final

Bien,aquí está la cuarta y última entrega del calvario de Lucas, postrado en una cama en estado de coma mientras escucha cómo alguien hace gozar a su novia mucho más de lo que él alguna vez hubiera podido hacer... Pido disculpas por la demora. Tarde pero seguro

Y aquí me tienen: postrado, incapaz de actuar, imposibilitado de hablar y siendo sometido a la humillación de escuchar cómo mi esposa es penetrada por el culo aquí, a mi lado… Si esto que digo le produce gracia al lector, hasta puedo entenderlo; también a mí me la produciría en una situación parecida: qué fácil que es todo cuando las cosas le están pasando a otro.  Pero me están pasando a mí… Liz suelta un grito que está a mitad de camino entre gemido y alarido lo cual hace evidente que el doctor ya ha entrado en su zona trasera con ese miembro que, según dicen por ahí, es tan portentoso.

Ella jadea una y otra vez… y cada vez lo hace más cerca de mi oído.  Está bien claro que con cada nuevo empellón él la empuja un poco más hacia el lugar en que estoy, tanto que estoy seguro que algunos hilillos de baba caen de la boca de Liz hacia mi rostro.  Si ello es producto simplemente del frenesí del momento o bien él la empuja deliberadamente por puro morbo es algo que no puedo saber: posiblemente una combinación de ambas cosas.

“Ahora sabés lo que es tener una verdadera pija en el culo – dice él con tono triunfal -.  Te aseguro que no te vas a acordar más del pendejito ése de diecinueve años que te la puso en la colita…”

No sé si es mi imaginación o puedo perfectamente sentir el roce de los cabellos de ella contra mi piel, como que está cediendo, como que su rostro cae sobre la cama, aquí mismo, a mi lado… o sobre mí… No para de jadear mientras él no para de bombear…

“Así putita, así – insiste él -.  A mí no me engañás… sé que desde el primer momento en que me viste soñaste con tener mi verga adentro de tu culo… ¿Estoy mintiendo?”

Claramente estrella la palma de su mano contra una de las nalgas de Liz para rematar la pregunta.

“N… no… no…” – balbucea ella como si estuviera siendo transportada a otro mundo.

“Así puta, así – continúa él y masculla las palabras entre dientes como si estuviera incrementando la fuerza, lo cual da la pauta de que está penetrándola aun más profundo -.  Bien adentro… bien adentro, puta… Sentí mis huevos pegando contra tu culo… ¿Los sentís????”

“S….s… ¡aaay! S… sí, sí… ¡los siento!”

“Hmmmmm…. – él está obviamente empujando aún más -.  Sí, puta… bien adentro… Te la voy a sacar por la boca, puta de mierda… Y le voy a acabar en la cara a tu novio…”

Ella no comenta ni objeta nada ante tal ordinariez… Ya está entregada… Todo lo que él pueda decirle, en lugar de hacerla enojar, parece al contrario excitarla… Qué perra… No puedo creerlo…

“Tocate – le ordena él -.  Tocate, puta… ¡vamos!  Quiero que acabes con mi verga adentro de tu culo”

“Hmmm… s… sí… sí… m… me toco… me…¡aay!! Me toco… aaaaahhh…hmmm…”

El ritmo va in crescendo: la cama se zamarrea de un lado a otro y puedo percibirlo… La respiración de ambos se agita cada vez más… Él parece estar a punto de estallar… ella a punto de morir de placer.

“Aaaaaaaahh”

El que grita es él, pero casi de inmediato se le suma ella como haciéndole coro… Ambos están llegando… Es el orgasmo… Es el final… El tipo penetró a mi novia por el culo y no sólo le acabó adentro sino que también la hizo acabar… Por favor que alguien me mate… Que alguien me retire el suero de mierda que me mantiene vivo… ¿Vivo para qué?  Quiero morir… quiero morir… No soporto más…

“Muy bien putita – la felicita él y acompaña sus palabras con el claro sonido de una palmadita en las nalgas de Liz -.  Te portaste muy bien…”

Los sonidos que siguen llegando a mis oídos evidencian que él se está incorporando y arreglando su ropa, subiéndose el pantalón: la hebilla tintinea varias veces.  En cambio no detecto nada que indique movimiento en ella: claramente está aún inclinada junto a mí con el rostro ladeado y apoyado sobre la cama y sí puedo percibir su respiración jadeante y entrecortada que, poco a poco, va recuperando su ritmo normal.  Está extenuada por la cogida que le han dado por detrás…

“¿Qué hacés hoy? ¿A qué hora salís de acá?” – dice ella, al cabo de un rato y aún sin incorporarse  a juzgar por lo cercana que escucho su voz.

“Ya me tengo que ir” – dice él.

“¿No querés venir un rato para casa?” – le pregunta ella, ahora sí incorporándose por lo que se advierte auditivamente.

“Hmm… me encantaría hermosura, pero hoy no creo que pueda” – contesta él como si se hiciera rogar o si buscara que ella se arrastrara aún más de lo que ya lo hace.  Y pensar que cuando ella dice “casa” se está refiriendo seguramente a la que iba a ser la nuestra, la que ocuparíamos después de casarnos.

Ella se le echa encima y lo abraza; eso está bastante obvio.

“Hmmm, ¡qué peeeena! – dice en un tono compungido que busca sonar a niñita desilusionada.

“Mañana, putita” – le dice él y, como ya es costumbre, remata con una palmadita que seguramente se estrelló contra una de las nalgas de Liz.

“Ufa…” – se queja ella y sus bocas se confunden en un claro beso.

Él ya se ha ido.  Ella no tarda mucho en hacerlo; no sé por dónde andará pero ya ni siquiera se queda a mi lado a cuidarme.  El doctorcito la absorbió por completo.  ¿Y Gastón? ¿Qué será de él?  ¿Se seguirán viendo o el doctor ha copado todo su tiempo?  En algún momento me desvanezco, más aún de lo que ya estoy; cuando eso ocurre es como si entrara en un coma aun más profundo, un estado superior de la inconsciencia en el cual todo vestigio de conciencia queda atrás… Sueño, tengo pesadillas… El momento del accidente reaparece una y otra vez, pero por momentos mi cabeza viaja al hipotético momento del casamiento, ése que nunca se produjo.  Es como que me encuentro en el registro civil, en la iglesia o en el salón de fiestas y… siempre, invariablemente, el doctor está atrás de ella… Por todos lados aparece… No puedo precisar su rostro; es como que siempre me apareciera tapado…

Los días transcurren.  No sé verdaderamente por cuánto se prolongan esos momentos de “sueño comatoso”, pero lo común es que cuando despierto no hay señales de ella.  Cada vez me visita menos, eso está bien claro… Y pareciera que apenas entra estuviera impaciente por quedar sola en la habitación, porque se retiren las enfermeras o mi madre o quien sea que esté allí.  Lo puedo advertir claramente porque reconozco la ansiedad en el tono de su voz o bien en sus pasos.  Cuando queda sola inevitablemente entorna la puerta y llama con el celular, por supuesto que siempre al doctor… A veces la visita, claro… Y es común que tenga que soportar diálogos en los cuales él la felicita por la lencería de encaje o por las medias que se ha puesto especialmente para él.  Ella ya no llama a Gastón: eso sí es notable; un par de veces ha llamado él y casi siempre lo que viene a continuación es una seguidilla de disculpas por parte de ella excusándose por no poderlo ver.  A juzgar por el tono de sus respuestas, da la impresión de que Gastón está ofuscado o impaciente por verla.  Bien hecho, pendejo pelotudo… Lástima que el costo de ello sea tener que escuchar cómo un joven médico la coge por el culo en mi presencia… Sí, en mi presencia, aunque no sé hasta qué punto ellos la sienten como tal; es algo que me pregunto.  ¿Intuirá ella que yo puedo oírla?  ¿Su desinhibición será producto del hecho de creer que yo estoy de algún modo ausente o, por el contrario, se verá alimentada por el morbo de suponer que quizás algo oigo o que estoy ahí, presente de alguna manera?  Son todas preguntas que, desde ya, no tienen respuesta…

Finalmente uno de los tantos días ocurre lo impensable… Él ha entrado en la habitación y ella corre a sus brazos y a sus labios: hasta allí no hay nada extraño.  Bueno, “no lo hay”… digamos que no lo hay en la medida en que increíblemente mis oídos se han ya acostumbrado a tal escena o a lo que viene después: una desenfrenada escena sexual de cogida salvaje entre ambos… Pero lo novedoso es lo que esta vez ocurre a continuación: cuando ellos están en pleno coito, la puerta se abre; de inmediato pienso en que han sido pillados por alguna enfermera desprevenida pero mi diagnóstico de la situación cambia cuando noto que ellos han interrumpido su momento íntimo, la respiración de Liz se corta y ahoga una exclamación en forma de gritito de espanto y sorpresa a la vez:

“¡Gasti! ¿Qué… qué hacés acá?”

Así que el pendejo ha venido a ver por sus ojos lo que los míos no pueden ver.  Imagino lo que debe estar sintiendo en este momento porque de algún modo yo también lo he vivido a través de mis oídos.

“¿Así que éste es el que te coge?” – pregunta Gastón; muerde las palabras: el tono es iracundo y amenazante.

“¡Pará, Gastón! – dice ella, cuyo tono de voz va virando cada vez más hacia la desesperación y la impotencia - ¿Qué… qué hacés?  ¡Bajá eso!!!”

Así que “bajá eso”… ¿bajá qué?  ¿Qué está ocurriendo exactamente en la habitación ahora que el trío (o cuarteto) se halla reunido?

“¿Quién es este pendejo? – ahora el que habla es Javier, el médico - ¿Cómo entró acá con un arma?”

“¡Pará Gasti!  ¡Pará!!! – intenta detenerlo ella desesperadamente – No se te ocurra hacer una locura….”

“Así que éste es tu macho nuevo… - continúa Gastón, mascullando las palabras y aparentemente indiferente ante el tono implorador de Liz - .  Así que éste es el motivo por el cual no me contestás los llamados ni los mensajes…”

“Pe… pero Gasti… ¡yo te contesté! ¡Siempre lo hice!...”

Ya no hay tiempo para decir más: las palabras de Liz quedan ahogadas bajo el estruendo del disparo y, casi como corolario, el sonido del cuerpo de alguien desplomándose.  ¿A quién de ambos le disparó?  Algo me desgarra por dentro de pensar que quizás le haya dado a Liz pero al mismo tiempo una parte de mí quiere que así sea… que la puta pague por lo que me ha hecho… Pero… pero… ¿qué ocurre?  ¿Por qué estoy viendo la imagen de un tubo de luz y un ventilador de techo sobre mí?  Es decir… estoy… ¡estoy viendo!  ¡Dios! ¡He vuelto!  No sé si habrá sido el disparo o qué, pero… ¡estoy despierto! ¡Estoy consciente!!!   Como un acto reflejo intento mover las manos pero no puedo…  Los músculos están entumecidos y es lógico… Con un esfuerzo sobrehumano giro los ojos hacia mi derecha ligeramente: los ojos, porque no logro girar la cabeza… Y ahora los veo…

Gastón está allí, con un 38 en la mano… Liz tiene su rostro contraído en un rictus de espanto; mira hacia el piso sobre el cual yace seguramente su “machito”, el que la sedujo todos estos días… Te está bien hecho también, pedazo de puta… Quizás haya algo de justicia después de todo… Algo al menos.

“¡Javi!!!! – aúlla ella y casi de inmediato se deja caer hacia el piso de rodillas junto a su amado, razón por la cual desaparece de mi campo visual - ¡Javiiiiii!!!!” – solloza, solloza y solloza; luego se dirige a Gastón que sigue de pie y con el arma en mano: de hecho él ha ido acompañando con el cañón el movimiento de Liz y ahora apunta claramente hacia abajo, hacia donde ella se encuentra.  Otra vez la tormenta interna: una parte de mí desea que no dispare, otra parte espera ansiosamente que lo haga…

No pude saber si pensaba hacerlo o no.  Dos tipos de seguridad entran y lo aferran fuertemente haciendo caer el arma.  Bien… todo está terminado para dos: uno muerto, el otro posiblemente termine sus días en la cárcel o al menos pase buena parte de ellos.  Liz se quedó sin uno y sin el otro… Y yo estoy despierto: casi no podría imaginarse un mejor final.

La habitación se llena de gente… ¡Estoy despierto!!! ¿Es que nadie lo advierte?  Claro, es lógico que la escena que se está viviendo acapare en un ciento por ciento la atención de todos los presentes.  Es una lástima que no pueda llegar a ver el cuerpo ya sin vida de Javier desde la posición en la que estoy.  Por alguna razón, después de tantos días, necesito ponerle un rostro al responsable de mis sufrimientos.  Pero… ahora mi vista se está nublando.  Las imágenes, que de pronto se hicieron tan nítidas, vuelven a esfumarse… ¡Nooo!!! ¡Estoy regresando al coma! ¡No!  ¡Que alguien lo advierta!  Que alguien se percate de que desperté por unos instantes… ¡Que alguien haga algo, por favor!  Pero no… las imágenes desaparecen… y al rato también los sonidos… No sé cuánto tiempo transcurre; lo ignoro… Pero no sólo he vuelto al coma sino al sueño comatoso de la inconsciencia: las pesadillas vuelven, por supuesto, y ahora recrudecidas…

De pronto vuelvo a escuchar; estoy oyendo nuevamente pero mis ojos no se abren… ¿qué está ocurriendo?

“Se nos va… se nos va…” - dice alguien; el tono parece desesperado.

“Ya no le encuentro el pulso” – dice otro.

Da la impresión de que transcurrieron varios días desde el incidente.  Es de suponer que Gastón esté entre rejas y a la espera de un juicio y el doctor… algunos metros bajo tierra… ¿Y yo?  ¿Voy hacia allí también?

De pronto cesan los forcejeos, las voces desesperadas…

“Está muerto…” – cierra alguien.

¿Estoy muerto?  ¡Pero sigo oyendo!!! ¡Qué clase de muerte es ésta!!!  Mi madre rompe en sollozos pero no escucho a Liz; es bastante probable que ni siquiera esté en la habitación.  Después de un rato escucho su taconeo… pero en ningún momento llora.  Ya gastó demasiadas lágrimas en el doctorcito muerto al parecer…

Al rato pide quedarse sola en la habitación, según dice, para despedirse.  Cabría esperar algún monólogo, pero no lo hace; quizás lo esté haciendo hacia adentro o tal vez no esté haciendo absolutamente nada y sólo lamentando el final que ha tenido todo: su prometido muerto, uno de sus amantes también, el otro en prisión…  Así es la vida Liz, no sé qué esperabas…

Alguien entra en la habitación.

“Quiero que sepa que lo siento mucho – dice con voz compungida -.  Hicimos todo lo posible…”

“Lo sé, doctor, lo sé…” – responde ella en tono triste, aunque sin rastros de lágrimas.

“Sé que fueron… demasiadas emociones juntas… Yo también perdí a un gran amigo en Javier…”

Ella no dice nada; se produce un instante de silencio.  En un momento percibo claramente que él gira sobre sus talones.

“Va  a ser mejor que la deje sola…” – dice.

“¡No! – le detiene ella - ¡Espere doctor! ¡No se vaya!”

Él se ha detenido… eso está bien claro.

“¿Podría… cerrar la puerta?” – pregunta ella, con la voz temblorosa.

El médico no contesta.  Se nota que está sorprendido; simplemente hace lo que Liz le ha pedido y escucho el picaporte al momento de cerrarse la puerta.  Otra vez un momento de silencio; finalmente es ella quien habla:

“Yo… había comprado esta lencería para Javier… y no se la llegué a mostrar”

Claramente se advierte que se está desprendiendo de algunas prendas.

“Es como que… - continúa -.  Necesito mostrársela a alguien.  Y usted… era su amigo… No puedo pensar en nadie mejor… No sé, se me hace como que si usted la ve, de alguna forma él la está viendo a través de sus ojos…”

El médico no dice palabra: es bastante obvio que no sale de su asombro.

“¿Le gusta?” – pregunta ella.

“Es… hermosa... – contesta él -.  Terriblemente sexy… Usted es una mujer hermosa de hecho…”

Ella se está apoyando sobre la cama de al lado.  Ya soy un experto en sonidos para esta altura y sé perfectamente que se está “poniendo en posición”.

“Tengo la sensación – dice ella – de que si usted me coge, le habré dado a Javier la última cogida… la que no pudo darme… La despedida”

Otra vez silencio por un rato.

“Pienso lo mismo – dice él finalmente -.  No se preocupe je, je… Sólo piense en él… Y creo que si le entrega el culo lo va a hacer doblemente feliz esté donde esté… No se me ocurre una mejor despedida”

“A mí tampoco…” – cierra ella.

Y bien, amigos lectores, como les dije varias veces durante este relato, fueron muchas las oportunidades en que preferí estar muerto.  Ahora lo estoy… Por cierto, no es ningún alivio… Ahora sólo deseo estar bajo tierra… y no escuchar nada…

FIN