Novio en Estado de Coma (3)
Tercera entrega; continúa el sufrimiento de Lucas quien, aun a pesar de estar en estado de coma, puede escuchar perfectamente cómo su novia, la que iba a ser su esposa, está siendo bien atendida por el médico...
“El suero ya lo cambié yo… vos encargate de las sábanas”
“Ah, ok”
Reconozco las voces. Son las dos enfermeras que habitualmente realizan el servicio de la habitación. Debo haber estado “dormido”; suena extraño pero mi estado alterna momentos de sueño inconsciente con otros de sueño comatoso semiconsciente…
“¿Estuviste en la guardia anoche?” – pregunta una, la que puedo identificar como de menor edad.
“Sí, sí…” – responde la mayor con un deje de picardía.
“¿Y? Jiji… contameeeee… ¿qué onda???”
La otra ríe antes de contestar…
“Y… mirá… lo que se dice ver no pude ver nada porque el guacho de Javier cerró la puerta, je… Pero escuchar se escuchaba bastante eh…”
“Hmmmmm… jajaja… ¡No me digas!!!”
“Jeje… sí… No te das una idea de cómo aullaba la putita ésa… Una perra en celo y no sé si no me quedo corta”
“Jajajaja… nooooo…. Igual te digo eh… ¡qué envidia eh! Jaja”
“Jaaa… ¡Obvio nena! ¿Qué te parece? Acá todas haríamos cola por tener la verga de Javi un rato en la boquita… pero bueno, él es bastante selectivo por desgracia… Y hay que decir que la turrita ésa, la mujer de este pobre infeliz, es muy linda”
“Sí… lo es… Y bueno, hay que entenderla… ¿Estaría muy insatisfecha con éste? ¿A ver qué onda?”
Mis sentidos no reconocen del todo a lo que estoy siendo sometido, pero dado que el de la audición me funciona a la perfección puedo advertir que la joven está deslizando las sábanas hacia abajo… Y no sé si es mi imaginación o qué, pero me da la impresión de que ahora me baja el calzón, el pañal o lo que sea que tenga puesto… Me ha dejado en bolas…
“Y… digamos que el pitulín es bastante chiquitín… - dice ella en tono de dictamen aunque notoriamente divertida -. Se entiende que ella busque por otro lado siendo tan linda mujer… Nunca se lo vi a Javi pero me dijeron que lo tiene grande y hermoso…”
“Sí… eso me dijeron un par de enfermeras que ya no están acá… y que pudieron disfrutarlo”
“Hmmm… ¡qué envidia, guachas de mierda! Jaja… ¿Quiénes son?”
“Como te dije ya no trabajan acá… fue poco antes de que vos vinieras”
“Hmmm… ¿y qué tengo que hacer para conseguir yo también ese tipo de atención? Jaja…”
“Estar buena, je… Esas dos perras lo estaban… Si estás apetecible Javi no perdona”
“Tiene fama de no dejar títere con cabeza, ¿no?”
“Sí, pero como te dije es muy selectivo. Al menos por acá a toda esposa de internado o flamante viuda que estuviera buena, le dio como en bolsa”
Por un momento me parece sentir el aliento de una de las enfermeras muy cerca de mi rostro; a juzgar por el hecho de que viene desde mi derecha creo que es la más joven de ambas. Creo sentir un roce… no sé… quizás es la sensación una vez más, pero me parece como si me besara en la frente… En efecto, siento un “chuic”
“Pobre cornudito… - dice en tono lastimero -. Te convendría no despertar”
No puedo describir cómo me siento… Como si no fuera suficiente ya con haber oído anoche a mi prometida gozando como una perra con un médico joven, ahora también me toca ser el hazmerreír de las enfermeras, puesto que en su aparente compasión detecto burla.
Se marchan…, quedo solo… solo con mis pensamientos, con mi dolor, con mi angustia, con mi rabia y con mi impotencia… ¿Es que no hay nadie en la habitación? ¿Dónde están todos? ¿Acaso a nadie más le importo? Y por otra parte, ¿dónde estará Liz? Uno diría que en el trabajo, pero ya no sé qué pensar… No escucho al médico; no anda por aquí… ¿Y Gastón? ¿En qué andará ese pendejo de mierda? Sólo tengo ganas de levantarme de esta maldita cama, salir de esta clínica de porquería y estrangularlo con mis propias manos…
Luego de una hora o algo así (es difícil la percepción del tiempo en el estado en que estoy) cae mi madre… Y luego de un par de horas más, llega Liz… La puta más puta de las putas… Charlan amablemente entre ambas y Liz busca imponer a sus palabras un tono compungido: maldita perra… Luego mi madre se marcha… Estoy en la habitación con quien iba a ser mi esposa pocos días después de aquel accidente… La escucho caminar por la habitación, de un lado a otro… Taconea, es decir que está elegantemente vestida… ¿Estará en el alto de su trabajo? Por lo pronto, puedo darme cuenta de que está, una vez más, utilizando su teléfono celular…
“¡Hola Javi! – saluda y alcanza con el tono de su voz para darse cuenta de que su rostro está encendido y luciendo una sonrisa de oreja a oreja – Otra vez la pesada molestando, jaja…”
Así que “otra vez la pesada”…, dicho por ella misma; está bien obvio que lo ha llamado durante el resto del día varias veces y muy probablemente desde su trabajo…
“Ja… y no sé, digo, bombón… Quizás te joda que te llame tantas veces”
Una vez más, pareciera que sus palabras confirmaran siempre mis más desagradables sospechas. Además, no tiene empacho en llamar “bombón” indistintamente a Gastón o al médico… Eso sí, a mí jamás me llamó de ese modo… Pero más allá de eso, pedazo de puta, ¿tan caliente puede estar detrás de una verga como para andarlo llamando mil veces y hacer el papel de mina desesperada?
“¿A qué hora vas a andar por acá?... – pausa -… Jiji…y sí, te extraño… Ah ok….sí, sí… dale…..dale…., listo… yo voy a estar acá… Hmmmm…. sí, bombón, jiji… Hmmmmmuack… No tardes eh…No está bien privar a una mujer durante mucho tiempo de una compañía tan linda como la tuya…Hmmm, jaja… besito, bombón…Sí, sí…Chau, chau…”
Cortó. ¿Cuánto tardará en llamarlo nuevamente a juzgar por lo que ha dicho? No me extrañaría que si él retrasase su llegada, ella ya esté llamándolo como una hembra en celo rogando por su macho… Estamos solos en la habitación, ella y yo… Juro que me gustaría despertar y tener las fuerzas suficientes como para ahorcarla en este mismo momento sin que nadie pudiese defenderla… Suena el celular; es el ringtone de ella, con una canción de Joss Stone que es de gusto compartido por ambos y que, de hecho, yo también tengo en el mío. Nadie puede darse una idea de cuánto me duele escuchar esa melodía con todo lo que para mí significa en relación con la historia de nuestra relación. ¿Será ahora Javier quien la llama? ¿No tuvo paciencia para esperar que lo hiciera ella o para verla más tarde tal como habían convenido? Ella contesta…
“¡Gasti!...”
Me equivoqué… Casi me había olvidado de mi empleado con toda esta cuestión del doctorcito. Es increíble lo rara que puede volverse nuestra mente cuando estamos en situaciones extremadamente insoportables… De pronto pareciera que me interesa y hasta me divierte saber cómo cuernos va ella a manejar la situación para atender a los dos… Creo que en parte tiene que ver con el sentimiento de venganza; es como que quiero, al menos, saber que ella está en apuros… Mi esperanza desde ya es bastante ilusa y vana: en estos días que llevo postrado sobre una cama hospitalaria ya he escuchado lo suficiente como para tener en claro que para Liz no hay situaciones difíciles de manejar en ese sentido…
“Hmm… sí, lindo, ya sé… yo también te extraño.. perdoname pero ayer no pude… - pausa -… sí, bombón, lo sé, no te enojes… ¡Claro que tengo ganas de verte, tontito!! Pero entendé mi situación; las cosas no me son fáciles con Lucas en la situación en que está…- otra larga pausa – Hmm, ¿hoy decís?... Mirá… hmm, no sé, tendría que ver cómo viene la mano y entonces te confirmo… ¿sí, bombón? Ahora, así en el aire, no puedo decirte…”
Todo más que claro… Está obvio que el doctorcito lo ha desplazado un poco a Gastón del lugar que tenía para ella… En parte (y extrañamente) me alegro: a ese pendejo de mierda le está bien hecho… Al menos el médico no tiene ninguna deuda de lealtad ni ningún código que respetar en relación conmigo; a lo sumo debería replantearse su ética profesional… Pero Gastón… le he dado trabajo, le he confiado el local, lo consideraba un amigo, un hermano menor o tal vez un hijo… y resulta que se estaba cogiendo a mi mujer… Así de simple, así de cruel…
“Dale lindo… dale, yo te aviso… besito…”
Qué mal te veo Gastón… Cuando una mujer dice “te aviso” es porque no tiene la más mínima intención de responder a una invitación tuya pero a la vez no quiere o no se anima a decírtelo en la cara… Ella ya está en otra historia; eso se nota. El médico debe coger bastante mejor que vos y (aunque duela) mejor que yo que, a juzgar por cómo se vienen dando las cosas, estoy quedando relegado a un clarísimo tercer puesto. ¿O será cuarto? ¿O quinto? ¿O sexto? ¿Cómo puedo estar seguro ahora de cuántas vidas paralelas llevaría o lleva Liz cuando la realidad es que recién puedo decir que empiezo a conocerla a partir del hecho de que mis oídos se niegan a acompañar a mi cuerpo en el estado de comatosa indefensión en que se encuentra?
No sé cuánto tiempo transcurre… Es difícil saberlo en este lugar y en este estado… Alguien entra; ya para esta altura reconozco sus pasos… Y aun cuando ella nada dice; está obvio que es él, que avanza hacia ella y que apenas instantes después sus bocas se están confundiendo en un largo beso, mucho más largo que cualquiera que les haya escuchado propinarse antes mutuamente. Cuando por fin sus bocas se separan, es ella quien habla:
“Te extrañé mucho”
“Y yo… - dice él -. ¿Tenés ganas de bajar a tomar un café?”
Ella duda…
“Hmm, no sé… ¿no es peligroso que nos vean?”
“Por mí no… tal vez por vos sí..., tenés a tu novio en coma y la gente es rápida para hablar en estos casos… No quiero comprometerte, tenés razón…”
“¿Ya te vas? – pregunta ella en tono suplicante y desesperado.
“Acabo de llegar a la clínica, linda – explica él -. Tengo que ir a ver a mi paciente que, por lo que me dicen, ya está en la última… y a algunos otros pacientes más, pero… ¿da para cenar en algún lado esta noche?”
“¡Dale! – responde ella entusiasmada - ¡Estaría buenísimo!!!!”
“Bueno, después hablamos para arreglar bien la hora porque no sé bien a qué hora salgo yo de acá… No te preocupes que iremos a algún lugar por las afueras, lejos de miradas indiscretas y comentarios bolu…”
Él no logra terminar la frase. No hace falta ser demasiado perceptivo para reconocer el sonido: ella le ha silenciado los labios estampándole un apasionado beso.
Él se marcha finalmente… Volvemos a quedar solos en la habitación, ella y yo…: en otro contexto sonaría romántico pero en éste sólo puede sonar cruel. El resto del día ella lo pasa caminando nerviosamente por la pieza; cada tanto se sienta en la cama, enciende el televisor y lo vuelve a apagar, a veces me doy cuenta que bailotea con sus dedos sobre el teclado del celular: es obvio que envía mensajes y no hace falta ser muy sagaz para adivinar el destinatario… Por supuesto que además cada tanto no se aguanta más y lo llama; cada vez que lo hace regresan las palabras y el tono de voz estúpidamente acaramelados. Está loca con el doctorcito: no caben dudas… En algún momento entran las enfermeras y si bien con Liz no se intercambian más que los saludos y las palabras de rigor, se puede perfectamente adivinar en el ambiente lo que ellas están pensando al verla o bien, como ellas mismas lo han expresado, la envidia que les carcome por dentro sabiendo que ella está gozando de los favores del joven médico que tantos ratones les despierta… Luego Liz llama a mi madre: le pide si se puede quedar a la noche… ¡Qué hija de puta! Ya ni siquiera siento ganas de matarla porque eso sería poco…
Cuando ella se va, paso la noche en el mayor de los ostracismos, del cual ni siquiera puede sacarme la presencia protectora de mi madre, tan ajena a todo lo que está ocurriendo… Mi cabeza no está aquí, mi cabeza está en algún restaurante de las afueras de la ciudad… o en algún hotel alojamiento… o en la casa del doctor… o en mi propia casa… Ya para esta altura es difícil saber por dónde discurrirán los caminos del perverso morbo de mi novia, quien quizás hasta disfrute de la situación. Después de todo, si es capaz de gozar siendo cogida en esta misma habitación y junto a la cama en que yazco, ¿qué razón hay para pensar que no vaya a hacerlo en mi propia casa, cuya llave ella tiene en su poder y que pocos días después del accidente iba a ser nuestro hogar conyugal? Incluso, ¿qué la detendría para dejarse montar sobre la que iba a ser nuestra cama matrimonial, recientemente comprada y aún no estrenada ya que habíamos decidido no usarla para tener sexo de tal modo de reservarla para la noche de bodas y para el resto de nuestras vidas de allí en más?
Durante todo el día siguiente no hay rastros de ella, ningún indicio de que se haya acercado hasta la clínica… Tampoco lo hay del doctor, por cierto… ¿Habrán decidido, ambos, tomarse el día libre? ¿Faltar a sus obligaciones laborales? O tal vez sea sábado o domingo, no sé… El hecho es que aparece recién a la noche: habla algunas palabras con la enfermera que está, en ese momento, haciendo el servicio de habitación y me parece detectar en su tono que está alegre, motivada, que viene de pasarla bomba… Apenas la enfermera se marcha, Liz casi no deja que entorne la puerta de la habitación que ya lo está llamando a Javier…
“¡Hola bombón! Ya estoy acá… - confirmado, el tono es alegre -… Ah, ok… dale, dale… te espero”
No deben pasar ni cinco minutos que ya él está ahí; reconozco absolutamente sus pasos para esta altura. Se besan una vez más; resulta obvio que se están abrazando, toqueteando y franeleando…
“Hmmm doctor… - dice ella -. Sólo un par de horas está usted ausente y esta paciente no sabe qué hacer…”
“Je, je… Vamos a ver qué tenés puesto – dice él y reconozco el sonido del deslizarse de una prenda, aparentemente una falda que ha sido llevada hacia arriba -… Hmmm… qué ropita interior sexy que tenemos hoy, paciente… Así me gusta, que me haga caso y se ponga lo que le digo… Hay que seguir las instrucciones del médico…”
No puedo creer que sea tan puta y sometida. Él le dice qué lencería ponerse y ella, servilmente arrastrada, obedece para complacerlo…
“Hmmm… me da mucho placer saber que le gusta, doctor – Liz le estampa claramente un beso en la boca como remate de sus palabras - ¿Qué tratamiento tiene pensado hoy para esta paciente?”
“Bien – dice él, siguiéndole a ella en el tono de lasciva y cómplice juerga -. Esta tanguita que tiene tan enterrada en el culito – al decir “ésta” me da la pauta de que se la está tocando – me hace recordar que aún no hemos tratado esa zona… ¿Qué tal si lo hacemos hoy?”
“Hmmm…, ¿le parece, doctor?” – el entusiasmo de ella está bien claro en la forma sugerente de preguntar.
“Sí me parece – responde él, lacónico y haciendo gala de su control de la situación -. Así que nos damos la vuelta, apoyamos las manitos en la cama de su novio y entregamos la parte de atrás para ser revisada…”
Ardo dentro de mí, sólo quiero estallar… ¿Puede tener tanto morbo ese tipo como para querer hacerle la cola a mi novia con las manos de ella apoyadas en mi cama? Por un segundo me parece que la respuesta de Liz sólo puede ser negativa; no creo que lo siga en esta perversión… Iluso de mí: una vez más me equivoco… Claramente percibo que sus manos se apoyan a pocos centímetros de mi cuerpo así como siento su aliento muy cerca de mi rostro. No sé si es mi imaginación o también lo oigo, pero hasta me da la impresión de escuchar los latidos del corazón de ella, acelerados por la emoción y la excitación del momento…
Llegan a mis oídos los pasos de él como alejándose unos pocos metros e, inmediatamente, el picaporte de la puerta: la acaba de cerrar; ¡por Dios!, estuvieron todo este tiempo con la puerta abierta… ¡Cuánta desvergüenza! Los pasos se acercan nuevamente; él está regresando y viene a buscar lo que, al parecer, le pertenece…, lo que yo, por cierto, nunca tuve… Se producen unos instantes de silencio o, por lo menos, no logran mis oídos precisar qué es lo que está ocurriendo… El aliento de ella junto a mi rostro comienza a dar signos de excitación en aumento, evidenciado ello en lo entrecortado de la respiración. No escuché que él se desabrochara el pantalón: ninguna hebilla, ningún cinto… Y casi de manera obvia puedo inferir qué es lo que está ocurriendo: él le está sobando el culo… y a ella le gusta…
“Vamos a lubricar un poco ese culito” – anuncia él. No llegué a escuchar que escupiera o algo por el estilo, así que no sé con qué se dispone a hacerlo; siendo médico, no es raro que haya venido preparado con vaselina o algo similar. Lo cierto es que Liz suelta un quejido que es mezcla de dolor y placer en el momento en el cual parece ser que él le ha introducido el dedo. Claramente se nota que se mueve, se retuerce; él le está escarbando dentro del orto y ella está totalmente entregada.
“Ese culo ya está hecho” – dice él, del mismo modo que si estuviese dando un diagnóstico.
Liz sólo suelta una risita nerviosa que se entremezcla con sus quejidos de placer y su respiración entrecortada, pero luego deja escapar un gritito.
“Está hecho, ¿no?” – insiste él.
Puedo adivinar a qué se debió el grito de Liz; él le ha introducido el dedo aun más profundo para compelerla a dar una respuesta.
“S… sí” – responde ella sin dejar de jadear un segundo; casi a continuación un nuevo gritito: el dedo debe haber ido aun más hondo…
“¿Quién?” – pregunta él, inquisidor.
Ella calla por un momento; sólo jadea. ¿Será la vergüenza lo que la amordaza? Para esta altura resulta difícil creer eso aunque quizás no le guste mucho la idea de admitir delante de él sus aventuras: algo me dice que por este médico siente algo distinto que lo que pueda sentir por Gastón o por cualquier otro de quien nada me haya enterado… O tal vez sea que simplemente el doctorcito es la novedad y, como tal, se le entrega incondicionalmente.
“¿Quién fue? Le estoy preguntando, paciente… - insiste él y ella deja escapar un nuevo grito: el dedo va todavía más adentro haciendo de las suyas -. Porque estoy seguro que tu novio no fue…”
La putísima madre que lo parió… Encima se mofa de mí gratuitamente y me menosprecia… Pero creo que lo que más rabia me da es que tiene razón: yo no fui…
“No… - responde ella casi en un débil balbuceo -. No fue Lucas…”
“Je, je… - ríe él -. Obvio que no… Por lo general novias y casadas reservan esa parte del cuerpo para sus amantes y no podías ser la excepción… ¿Quién fue entonces?”
“Un… chico” – balbucea ella.
“¿Hace poco o hace mucho?” – inquiere el doctor.
“Hace… relativamente poco…” – se ve obligada a admitir Liz.
“¿Edad?” – pregunta él.
Liz no contesta… luego un nuevo grito: el dedo inquisidor ha vuelto al ataque…
“¡Diecinueve!” – responde.
Una carcajada estruendosa brota de él; imposible pensar que no haya sido oído desde fuera de la habitación.
“Jajaja… ¡ bien puta!... ¿Y te lo hizo bien?”
Ella tarda unos segundos, pero contesta:
“Sí… bien” – pareciera tratar de no sobredimensionar la experiencia anal delante de él a los efectos, quizás, de no generarle celos…
“Así que sólo bien… - dice él -. Ahora vas a saber lo que es que te lo hagan de verdad… Preparate para no sentarte durante varios días… Ah… y la entradita del culo te va a quedar como el doble de grande, jeje”
No puedo creer que ella se deje degradar tanto; ahora sí: él está claramente desabrochándose el pantalón y luego lo desliza hacia abajo…
“Refregame bien el culo por la pija” – le ordena él imperativo.
Ella jadea; una vez más se mueve, se retuerce… Puedo percibir cómo la excitación sigue subiendo de nivel aun cuando parecía que ya no podía hacerlo… Pasan unos minutos…
“Muy bien putita – le dice él, a la vez que acompaña sus palabras con una clara palmadita sobre la nalga como de felicitación -. Hora de entrarle…”
CONTINUARÁ