Noviembre es el mes mas largo (parte 9 y fin)
Heitor recibe una carta manuscrita de Antonio en la que le comunica la peor noticia de su vida. Por otra parte, su vida dará un giro drástico cuando sus padres y abuelos huyen de Angola con lo puesto para salvar la vida. Y la trágica suerte de Timor Oriental afianza su amistad con el doctor Mateus.
Quince días mas tarde recibí un aviso urgente procedente de una oficina de correos próxima a mi domicilio en el que se me conminaba a recoger un paquete postal procedente de Madrid. Era el lunes 24 de Noviembre, no lo olvidaré mientras viva, cuando, corriendo como un guepardo hambriento y , tras conseguir sortear a una ingente cantidad de huelguistas que protestaban contra todo y contra nada en particular en la Calcada do Combro llegué jadeando a la estafeta de correos con el alma en vilo y temiéndome lo peor. Regresé a casa con el pequeño paquete certificado en mis manos y leyendo una y mil veces el nombre (desconocido para mí) del remitente, pero que debía estar relacionado de alguna forma con Antonio.
Abrí el sobre y descubrí una carta herméticamente sellada con mi nombre y dirección escritas a mano en el dorso, y en su interior un folio escrito a mano con la caligrafía irregular típica de Antonio, en perfecto portugués y firmada igualmente por él, que venía a informarme, como una especie de agorero oráculo de sí mismo, de la peor noticia que había de recibir en mi vida. La he leído tantas veces que me la sé de memoria, y decía exactamente así:
Madrid, 7 de Noviembre de 1975
Querido Heitor,
Si recibes esta carta es, con toda seguridad, porque yo no me encuentro ya en el mundo de los vivos. Habré entregado mi vida a la causa sagrada de la revolución y a liberar mi país de las fuerzas reaccionarias que lo han esclavizado en los últimos cuarenta años. Estaré orgulloso de ello si muero en la batalla por un mundo mas justo y solidario, libre de explotación y de acumulación del capital, y estoy seguro de que por cada uno de nosotros que caiga, otros cuatro tomarán nuestro lugar con total seguridad.
Te he amado, Heitor, con todo mi corazón, y sólo me arrepiento de no haberte besado mas, de no haberte hecho mas a menudo el amor, y de no haber tenido el valor de gritar a los cuatro vientos la belleza de esta pasión que siento latiendo en lo mas profundo del pecho. Te amo cuando te levantas por las noches somnoliento a beber un vaso de agua, y te amo cuando te lavas los dientes de esa forma tan graciosa como sólo tu sabes hacer. Y echo de menos desesperadamente ese cuerpo hermoso de joven Viriato portugués, que me vuelve loco y me hacía estremecer de placer en las clarass noches lisboeta. Este amor tan puro, Heitor, no tiene nada que envidiar al que pueda ofrecer cualquier mujer, y siento deseos de pasar contigo el resto de mi vida si la lucha clandestina me permitiera el respiro necesario para ello. Pero la lucha de clases es incompatible con el amor humano, y si lees esta nota es porque ahora solo soy un espectro que recuerda con dulzura los bellos momentos compartidos con el amor de su vida. Porque eso es lo que has sido, aunque lo negara mil y una veces, el bálsamo de mis heridas y el descanso del guerrero, y mucho mas que eso. Eres pura luz, Heitor.
No me llores ni un minuto, no merece la pena. Vive y encuentra el amor que sin duda necesitas. Yo ya habré cumplido mi papel en esta vida y reposaré en la paz de cualquier camposanto. Per tú tienes toda la vida por delante. Vívela.
Mil besos de un español apasionado que siempre te quiso para bien.
Antonio, Toni.
Un mar de copiosas lágrimas empañaban mi visión a estas alturas, y un nudo en la garganta me impedía seguir leyendo. Caí al suelo destrozado, y ya no me levanté en varias horas. Me sentía incapaz de salir de mi habitación, pese a los ruegos de mi madre de que acudiera a cenar. Cuando desperté, tumbado en el frío suelo, sentí frío. Ya había amanecido y el ruido de los tanques y helicópteros me desorientó, hasta que encendí la tele y contemplé horrorizado al capitán Durán Clemente leyendo una arenga de contenido netamente revolucionario y marxista-leninista. Pensé que todo había terminado entonces y que Portugal estaba tan perdida como Angola. Otra nueva huida, y otro nuevo país, tal vez España, quien sabe. Estaba ensimismado en estos pensamientos cuando, de pronto y sin previo aviso, el barbudo militar golpista fue sustituido por el rostro impávido del cómico norteamericano Danny Kaye en en una de sus películas de la época clásica de Hollywood. Yo me quedé sin palabras…¿Qué coño estaba sucediendo en los estudios de la RTP? Años después nos enteramos de que Joao Soares, el hijo del político Mário Soares, que trabajaba casualmente en la cadena estatal, se confabuló con otros compañeros para desconectar la transmisión del militar golpista y reconectar con la emisión regional de Oporto, de ahí el súbito cambio de imagen. Nunca una película de Danny Kaye tuvo tanta audiencia ni fue tan bien recibida por el público en ningún país del mundo.
Aunque la carta de Antonio no especificaba el motivo de su muerte, tiempo después pude averiguar por medio de unos amigos españoles que tenían fuertes vínculos con la cúpula policial que Toni había sido abatido a tiros el día 11 de Noviembre de 1975 (casualmente el mismo día que Angola obtenía la independencia) por la policía a la salida de una sucursal del Banco Hispano Americano que acababa de atracar, o “expropiar” por utilizar su propio lenguaje, junto a otros dos cómplices que posteriormente fueron detenidos, uno de ellos herido leve, durante el incidente armado; también uno de los policías implicados en el tiroteo había sido herido de gravedad, si bien nunca he podido averiguar de que arma salieron los disparos que le alcanzaron en el plexo solar. De su partido “obrero y campesino de masas”, como solía definirle Antonio con orgullo, nunca mas se supo pues fue desarticulado en menos de un año a partir de la detención de los dos compañeros de Toni que le acompañaban el día de autos en su acción armada.
En aquel momento me dio un acceso de llanto incontenible y creí que no sobreviviría a su pérdida, pero con los años he llegado a la conclusión de que su temprana muerte, con tan solo 24 años, fue un mal menor que le impidió conocer la inapelable derrota de sus ideales, la desactivación de la revolución portuguesa, tal como él había profetizado acertadamente, la instauración de una monarquía constitucional en su presunto paraíso revolucionario español, y un sinfín de pequeñas miserias cotidianas mas que a un alma sensible como la suya le hubieran resultado de soportar.
“Vientos del pueblo”, el libro de poemas de Miguel Hernandez que me legó se convirtió de inmediato en mi lectura favorita; me aprendí de memoria todo el poemario, lo que resultó ser el aliciente que precisaba para ponerme a estudiar español, idioma que a día de hoy hablo y escribo con un dominio casi absoluto. Toni me enseñó a amar a España a pesar de sus defectos, y debo decir que creo ser el portugués que mejor cocina una paella, con permiso del mediático “chef” Henrique Sá Pessoa.
La vida sin Toni no resultaba fácil, pero el regreso de mi familia de tierras africanas me ayudó con su simple presencia a sobrellevar sus pérdida; es cierto que su llegada supuso una pérdida momentánea de la bien ganada independencia personal de que había gozado en los últimos meses, pero su impagable compañía me devolvió sin querer la sonrisa y la alegría perdidas. Desde que llegué a Lisboa en mayo había mantenido contacto telefónico regular con mis padres y mi hermano Sergio, por lo que conocía de primera mano la complicada situación en las colonias africanas y el paulatino deterioro de las condiciones de vida y de seguridad personal que se venía produciendo conforme se acercaba la fecha pactada para la independencia angoleña.
Las últimas semanas previas al 11 de Noviembre (de nuevo esa aciaga fecha en mi vida) transcurrieron en un estado de nervios permanente para los colonos blancos residentes en Luanda y otras ciudades de la costa y del interior de Angola. Por fin, a última hora, deprisa y corriendo y por salvar la cara ante sus indignados aliados internacionales el gobierno se decidió a efectuar una evacuación masiva de todas aquellas personas que se sintieran amenazadas por el nuevo poder emergente (o mejor dicho, poderes, pues tres grupos guerrilleros se disputaban el poder a tiros en las calles angoleñas) o que, por cualquier otro motivo, desearan iniciar una nueva vida en la metrópoli. Los cálculos iniciales del mil veces inepto gobierno de Pinheiro de Azevedo, que superaba con creces la cuota de irresponsabilidad de su antecesor en el cargo, el aspirante a dictador Vasco Goncalves, fluctuaban entre los 30.000 y 50.000 refugiados procedentes de Angola. Su sorpresa debió ser mayúscula cuando, en los primeros días de noviembre, una inmensa marea humana se dirigió en automóvil, furgoneta y hasta andando grandes distancias a los aeródromos seleccionados para el puente aéreo. En tan solo una semana 300.000 “retornados” abandonaron Angola con lo puesto, dejando atrás casas, coches, dinero (no se les permitía llevar mas que dinero de bolsillo para gastos menores) y cualquier otro tipo de recuerdo que les atara al país donde habían nacido y vivido y que ahora dejaban atrás por la salida de emergencia y tratados como criminales y como menores de edad.
Esta afluencia masiva de “retornados” en uno de los mayores puentes aéreos de la historia de la humanidad puso en graves dificultades al gobierno, multiplicó las cifras de paro y creó tensiones sociales adicionales imposibles de ocultar. Durante muchos años, los sufridos “retornados” fuimos considerados por parte de la sociedad portuguesa, sin distinción de etiquetas políticas, como “portugueses de segunda” o simplemente como no portugueses en absoluto, y nuestra masiva llegada referida en numerosas ocasiones en términos nada verídicos como “la invasión de los colonialistas africanos”.
Para mis padres, y, aún más si cabe, para mi abuelos, la huida forzosa del que había sido su hogar durante toda su vida supuso un trauma irreparable, imposible de superar; de hecho, mi abuela falleció prematuramente al año y medio de llegar a Lisboa, y su marido le acompañó en el viaje sin retorno con una diferencia exacta de siete meses; ambos estaban aparentemente sanos y en forma al aterrizar en Europa, pero en ningún momento consiguieron adaptarse a una tierra extraña y hostil que no les consideraba parte de los suyos. La nostalgia africana de mis abuelos, que habían vivido en un entorno natural envidiable durante gran parte de sus vidas daría para escribir un libro. En cuanto a mis padres, tardaron algún tiempo en adaptarse al medio, pero cuando finalmente lo consiguieron ya no hubo marcha atrás, y, al final, se transformaron en dos lisboetas más, indistinguibles del resto de sus conciudadanos; eso no quiere decir que no llevaran a cuestas sus dramas interiores ni su cuota personal de saudade, pero no lo exteriorizaban tanto como mis desconsolados abuelos, y se resignaron a su amarga suerte.
Por el camino lo habían perdido todo. Tuvieron que empezar de nuevo en un país que no era el suyo aunque las estadísticas oficiales se empeñaran en considerarles portugueses de pleno derecho. Sin dinero ni medios para vivir tuvieron que mudarse a mi apartamento durante sus primeros meses de estancia; aquello supuso una humillación importante para los antiguos burgueses de Luanda venidos a menos con la enloquecida descolonización efectuada sin criterio alguno por unos gobiernos desorientados y absurdos. El 6 de Noviembre embarcaron a bordo de un Boeing 707 de la compañía lusa de aviación TAP y se plantaron en Lisboa con el susto metido en el cuerpo y el corazón enterrado en Luanda.
Mi padre buscó en vano empleo durante meses, hasta que al final encontró un puesto de portero en una finca urbana del barrio de Campo Grande. Al principio no le resultó fácil adaptarse a su nueva posición social, pero con el tiempo le cogió gusto a su nueva vida y aprendió a amar a Portugal tanto como a su añorada Angola del alma.
Recuerdo todavía sus ácidos comentarios al llegar por vez primera a Lisboa y contemplar en primera persona el nada edificante espectáculo que ofrecía parte de la juventud local.
Desde luego no se puede culpar a estos gobiernos ineptos de la revolución de todos los males de Portugal. En realidad estos dirigentes que tenemos son fiel reflejo de la gentuza que se manifiesta todos los días por las calles pidiendo mas comunismo.
Si quieren comunismo que se vayan a Angola - terciaba mi madre de inmediato - si es que esos vándalos han dejado algo mas que tierra quemada al paso de sus guerrillas.
Yo lo único que sé - añadía mi abuelo cariacontecido y profundamente abatido - es que yo poseía una finca de miles de hectáreas que valía millones de escudos y ahora no tengo nada, me han robado todo y tengo que vivir de la caridad de mis nietos, ¡no hay derecho, por Dios!
Pues no se preocupe, padre - intervino mi padre con otra de sus lúcidas reflexiones - que aún se puede descolonizar peor y estoy seguro de que estos inútiles van a echar el resto con Timor Oriental. Espere y verá la que se puede liar allí si Dios no lo remedia.
Y, como de costumbre, no se equivocaba y Timor Este, que proclamó su independencia de modo unilateral el 28 de Noviembre, fue invadida a los pocos días por Indonesia, que la reclamaba como parte integral de su territorio nacional. La ONU condenó la invasión y durante los 27 años siguientes de brutal ocupación indonesia, la soberanía de Timor Este recayó nominalmente en la antigua potencia colonial, Portugal. Vivir para ver.
Para mí, el profundo dolor por la muerte de Toni se trastocó en compasión cuando las noticias sobre terribles masacres en Timor comenzaron a llegar con cuentagotas a Occidente. Entonces comenzó el calvario para el doctor Mateus, que perdió a casi toda su familia en los primeros meses tras la invasión y pasó una época extraordinariamente difícil en su vida, de la que salió transformado.
Dicen que las desgracias compartidas unen a las personas, y eso me sucedió a mí con Mateus Carreira. Esta vez, sin embargo, decidí tomarme mi tiempo hasta estar completamente seguro de mis sentimientos, que por su parte estaban claros como el agua desde el primer día, según me confesó a posteriori. Pero esta es una parte de mi vida muy privada que me reservo para mí. Lo que sí puedo decir es que Mateus me devolvió la ilusión y la fe en la vida, y que juntos hemos encontrado la cuadratura del círculo entre amor, vocación, profesión y amistad sincera. Lo que todo el mundo busca y muy pocos son capaces de encontrar.
FIN