Noviembre es el mes mas largo (parte 7)

Heitor recuerda las lapidarias frases de su filosófico amigo Toni, y la preocupación que le producía su radical compromiso político. Al mismo tiempo que Portugal entra en una fase de locura colectiva y anarquía absoluta, Heitor es incapaz de ver claras sus prioridades, y se deja llevar por los demás

El verano de 1975 será recordado por siempre en los libros de Historia portuguesa por la extraordinaria tensión social resultante del pulso desigual librado entre el gobierno de extrema izquierda de Vasco Goncalves, cooptado por los comunistas, y sus acólitos civiles, que clamaban en todos los foros posibles pidiendo la instauración de una sociedad sin clases, y por otro lado, el resto de la sociedad portuguesa, agrupada en torno a los líderes de los partidos democráticos, entre los que destacaba el líder del Partido Socialista Portugués, Mário Soares. La gigantesca concentración convocada para el 19 de Julio en la Fuente Luminosa por parte de los representantes de estos partidos y sindicatos pidiendo democracia y el respeto a los derechos humanos por parte de la Junta Militar, fue un éxito sin precedentes. Yo estuve allí, acompañado por Sebastiao y su nueva novia, una guapa mulata procedente de Cabo Verde que respondía al nombre de Severina, y doy fe del carácter masivo de la respuesta ciudadana a tan singular como desesperada convocatoria, pues el Gobierno militar había estado a punto de denegar la autorización necesaria para organizarla. Al ver a aquella marea humana exigiendo el respeto a los inequívocos resultados de las recientes elecciones de abril, que dieron un rotundo triunfo a los candidatos de los partidos democráticos, y en especial al PSP, tuve la certera intuición de que Antonio llevaba razón, y los torpes intentos del frustrado elemento militar por sustituir la gastada dictadura de corte integrista personificada en la enigmática figura del antiguo primer ministro, Oliveira Salazar, por otra de tipo soviético y vocación tercermundista estaban condenados al fracaso; simplemente, la mayoría silenciosa del pueblo portugués, en vísperas de dejar de serlo y hacer escuchar su voz de forma nítida y notoria, no iba a permitirlo.

El verano pasó entre jornadas playeras con Sebasstiao y Severina en Nafarros y Caparica, salidas continuas con Antonio recorriendo los barrios típicos de la ciudad que había conquistado nuestros corazones, y mi trabajo en el dispensario del doctor Carreira, con el que estaba cada vez mas comprometido a pesar de mi escaso slaario (en eso no me había engañado el solidario médico timorense, que no cobraba nada en absoluto a los pacientes mas pobres, que podían constituir el 40% de sus pacientes). La crispación social no se atenuó con la formación del VI Gobierno provisional del Almirante Pinheiro de Azevedo, de corte moderado y prooccidental, sino que, una vez fuera del gobierno sus principales valedores, los comunistas y sus compañeros de viaje multiplicaron sus acciones de protesta en una peligrosa escalada revolucionaria de insospechables consecuencias.

Al mismo tiempo que, con los primeros fríos del otoño, el país entraba en una fase de locura colectiva que a punto estuvo de acabar en tragedia, mi vida pareció acomodarse a la demencia generalizada de mi tierra adoptiva y empecé a comportarme de forma compulsiva. Por extraño que suene, mantenía tres relaciones íntimas a un tiempo: con mi adorado Vasco, del que siempre estuve enamorado en secreto, y que podía haber sido el hombre de mi vid, de haber sido realmente homosexual y mejor persona, compartía ratos de sexo robados una vez por semana en su picadero privado, con Sebastiao, con el que me mudé a un apartamento de soltero situado en un piso con balconada corrida de la Rúa do Loreto, 59. No se me olvidará nunca, porque en ese lugar el salido de Tiao, a pesar de su guapa novia mulata, que, por cierto, presumía de fogosa, me echó alguno de los mejores polvos de mi vida; generalmente ocurría cuando estaba nervioso porque no había podido mojar con su chica, él, que era tan ardiente que necesitaba al menos una buena follada por día, y, en esos casos, se metía subrepticiamente entre mis sábanas y se las ingeniaba para excitarme de tal manera que terminara colaborando de buen grado en la consecución de sus libidinosos deseos. Y, por último, estaba Toni, el revolucionario español de quien me iba enamorando sin darme cuenta; yo no quería sufrir y me repetía a mí mismo hasta la saciedad que no merecía la pena perder un minuto de mi tiempo intentando construir una relación estable con un personaje tan volátil y peculiar como él. Sabía que mas pronto que tarde regresaría a su país para no volver jamás, y además no comulgaba en absoluto con sus radicales ideas políticas, su filosofía de vida alternaba entre lo sublime y lo grotesco, sin términos medios, pero siempre era interesante escuchar sus ácidas y epatantes opiniones, que me obligaban a pensar y replantearme muchas cosas que hasta entonces daba por sentadas. De entre sus frases mas geniales me vienen a la memoria éstas que transcribo a continuación:

  • Portugal es como el negativo de una película que representara a España; no es exactamente incompatible con el carácter español, sino complementario. Españoles y portugueses tenemos virtudes y defectos opuestos, pero en el fondo somos muy parecidos.

  • España necesita una revolución social de forma inmediata como la que nos impidieron hacer en el 36; pero para ello es necesario desprogramar el cerebro de 35 millones de españoles después de 40 años de dictadura. La tarea no es fácil, y tenemos poco tiempo para conseguirlo. Básicamente, desde que muera el tirano hasta que los nuevos jerifaltes, que serán muy parecidos a los anteriores pero con nuevos eslóganes, se perpetúen en el poder. Entonces, el sueño de una revolución socialista habrá terminado para mi país.

  • El franquismo es un régimen homicida y cruel, pero, por encima de todo, es aburrido. El tirano se propuso convertir a los españoles en un remedo de portugueses, tristones y apáticos, y, tras mucho insistir, al final ha estado a punto de conseguirlo; como venganza, los portugueses pretendéis convertiros en españoles de adopción, y derrocháis alegría y espíritu rebelde desde el triunfo de vuestra Revolución. Al final las aguas volverán a su antiguo cauce, pero el experimento ha acercado un poco la mentalidad de ambos vecinos ibéricos.

  • En mi país se suele decir que la mujer portuguesa es bigotuda y fea; otro ejemplo típico de la envidia y la mala sangre características de mi tierra. Desde que llegué aquí hace seis meses, salvo excepciones, he podido comprobar que las mujeres son mucho mas guapas de lo que imaginaba; por aquí, en cambio, nadie dice nada de la mujer española…tal vez porque quien tiene mujeres hermosas alrededor no necesita renegar de su suerte culpando a sus vecinos de sus propios males.

  • En Portugal la revolución se vive como un carnaval, de forma intensa, pero los carnavales solo duran una semana, y vuestra revolución correrá la misma suerte; en España esa misma revolución podría en cambio consolidarse si se dieran las circunstancias apropiadas, pero el miedo al fascismo atenaza aún muchas conciencias. Por otra parte, el ejército español, sin una guerra colonial de por medio que desgaste su prestigio, es mucho mas duro e intransigente que el portugués, y por ese lado nunca podría llegar una esperanza de liberación; la revolución, si llega, será por vía popular, insurreccional.

¿Cómo no enamorarse de un hombre así? La verdad es que, echando la vista atrás, me doy cuenta de que desaproveché esos meses preciosos en que estuvimos juntos y no supe seguir su consejo de disfrutar el momento; cuando quise rectificar, ya era tarde. En octubre, Sebastiao se mudó a vivir por su cuenta con su novia, y, en nuestra última conversación mientras le ayudaba a preparar la mudanza, le dejé claro que nuestro historial de coitos esporádicos y vergonzantes había llegado a su fin: él estuvo de acuerdo en que quizá habíamos alargado demasiado esa etapa festiva de nuestra juventud, pero se justificó aduciendo que “tienes un cuerpo de hombre muy proporcionado, y me pones tan cachondo como cualquier mujer o incluso más, por el morbo añadido”; en fin, nunca es tarde para reconocer una bisexualidad rampante, pensé en ese momento. Quedamos como amigos, lo que siempre habíamos sido, por otra parte.vasco, en cambio, era un hueso mas duro de roer, porque, por muy heterosexual que el sostuviera ser, había desarrollado una afición a follarme digna de mejores predios; a comienzos de noviembre, cuando su mujer fue internada para dar a luz, le recordé su promesa de replantearnos nuestra situación, y conseguí convencerle de aparcar nuestra relación sexual sine die; tuve que sacar la artillería pesada y confesarle que había conocido a una persona especial que cubría mis necesidades sexuales de forma holgada.

La verdad es que no mentía, pero también es cierto que Antonio no era exactamente un amante especialmente capacitado, como sí ocurría con Vasco y Sebastiao. Su forma de hacer el amor era pura poesía, tan etérea como el brillo azulado de sus ojos soñadores, pero a mí, en aquel momento de mi vida me bastaba para sentirme satisfecho; ya había tenido mi cuota previa de amantes temperamentales y adictos a la testosterona y no me apetecía repetir la experiencia. Con Toni descubrí por vez primera el cosquilleo que produce una caricia inesperada procedente del ser amado, el murmullo sordo de un beso robado a medianoche o el abrazo cargado de humanidad y contenido que te hace sentir seguro al lado de esa persona; porque por frágil y condenada al fracaso que pareciera nuestra relación, yo me sentía seguro de su amor y reconfortado en sus brazos y en su lecho; si Antonio era heterosexual, como él decía, y no tengo razones para dudarlo, yo nunca lo noté: jamás le vi perseguir a una chica, mirar descaradamente a una belleza local o añorar el roce de los pechos o el sexo de una mujer. Yo creo que él, tras un primer momento de sorpresa, se encontraba absolutamente cómodo y realizado en una relación tan inusual como la nuestra en 1975 (hoy hubiera sido incluso normal, entonces tenía un matiz revolucionario y excéntrico). A veces, tumbados en el sofá viendo la tele, solía decir entre risas:

  • Desde luego, si mis compañeros de célula supieran que estoy liado con un tío y que además lo disfruto como un crío, me echaban del partido y me colgaban de los huevos en lo alto de un pino…

Así eran entonces las cosas, en Portugal, en España, y, a decir verdad, un poco en todas partes.

Pero había también razones para la preocupación, quiero decir, para mi preocupación. Yo no podía evitar pensar que llegaría el día en que este sueño se desbarataría, y señales de inquietud no faltaban en el horizonte: por lo pronto, él no trabajaba, pero llevaba siempre dinero encima, tanto escudos como pesetas, e incluso dólares, que luego cambiaba en el mercado negro; yo nunca supe de donde los sacaba, pero por lo que deduje su organización, o tal vez una filial portuguesa de la misma cuerda, le pasaba una especie de sueldo mientras duraba su período de “inactividad forzada revolucionaria”. Otro tanto cabría decir que el arma que le descubrí en su mesilla de noche, un revolver de la marca Smith & Wesson , que según él llevaba tan sólo como medida de autodefensa pues temía de continuo que la policía española, pese a todas sus precauciones, le siguiera los pasos de cerca. También eran notables sus encuentros furtivos en parques y ferias de barrio con sus contactos españoles, que le facilitaban información, consignas y dinero en efectivo para sus gastos. En alguna ocasión intenté sonsacarle a que clase de actividades se refería exactamente bajo el subterfugio de “acción directa” con que solía denominar sus presuntas actuaciones delictivas.

  • Lo que intentamos hacer es despertar la conciencia adormecida del pueblo español a través de acciones coordinadas de agitación social, que provoquen el caos y la alarma social y conduzcan a medio plazo a crear las condiciones necesarias para el establecimiento de la dictadura del proletariado.

No había forma de sacarle de ese tipo de frases hechas, sacadas de algún manual básico de guerrilla urbana, tan en boga en aquellos años. Una de mis mayores motivaciones era intentar averiguar si pertenecía a alguna especie de grupo terrorista en ciernes o si había matado a alguien durante sus frenéticas campañas de “concienciación social”.

  • Lo único que hacemos de momento es obtener financiación para nuestros proyectos a medio plazo a través de expropiaciones de capital social intervenido por las carroñeras corporaciones financieras…- declaraba él, orgulloso de su faceta de Robin Hood urbano.

  • O sea, atracos a mano armada a entidades bancarias - le interrumpía yo soliviantado por su galimatías verbal.

  • Bueno, llámalo como quieras; yo prefiero llamarlo reparto de bienes recuperados por medio de la acción social directa – respondía él sin inmutarse, ajeno a mis desvelos.

Si él era consciente del aura de peligro que rodeaba su existencia no lo manifestaba abiertamente: en el fondo estoy convencido de que tenía espíritu de aventurero y lo mismo le hubiera dado cazar leones en Africa que explorar la cuenca del Amazonas, siempre que conllevase un desafío implícito, emoción y riesgo. Y no quiero frivolizar con temas tan serios como su compromiso social, que debía ser auténtico y sin duda había echado hondas raíces filosóficas en su interior, pero no es menos cierto que en aquellos años estaba de moda ser revolucionario; él simplemente se lo tomó mucho mas en serio que otros jóvenes de su edad y condición social, debido a su carácter apasionado y soñador, pero en el fondo compartía un mismo universo mental con muchos otros miembros de su generación que cayeron fascinados con la revolución proletaria y con el concepto tan inasible como inspirador de la justicia social para las masas oprimidas.