Noviembre es el mes mas largo (parte 4)

Heitor parte hacia Lisboa en barco acompañado de su amigo Sebastiao. Úna vez allí descubren una ciudad en permanente agitación y donde no son bien recibidos por una parte de la población. Heitor aprovecha también para visitar a Vasco, que se ha casado entre tanto y va a ser padre de un niño.

El 6 de mayo de 1975 partí en compañía de mi amigo Sebastiao, que tampoco veía ningún sentido a una Angola independiente en manos de “forajidos y gentes de mentalidad tribal” a bordo de un buque mercante que cubría el trayecto Luanda –Lisboa con escalas en Lagos, Praia (Cabo Verde), Las Palmas de Gran Canaria y Cádiz. Tiao tenía en realidad aún mas motivos que yo para temer la irrupción de los guerrilleros armados hasta los dientes por el centro de Luanda, porque en su calidad de mestizo representaba todo aquello que esos fundamentalistas de la negritud mas odiaban en el mundo: la posibilidad de cooperación e incluso los lazos de sangre entre distintas etnias, un pensamiento tabú entre las futuras autoridades postimperiales; tampoco conviene olvidar que muchos de estos mulatos nacían con un pan debajo del brazo en la época del Estado Novo, toda vez que el salazarismo premiaba con subsidios y bonificaciones de todo tipo a los hijos legítimos nacidos de padre blanco y madre africana o viceversa, y que supuestamente debían contribuir a crear una supuesta raza “afrolusa” que garantizaría la eterna permanencia de las riquezas del subsuelo angoleño en manos portuguesas.

El viaje fue particularmente lento y pesado debido a una serie de inconvenientes y retrasos imposibles de prever a la partida. Un sinfín de refugiados de todas las razas y condiciones sociales se esparcía por la inmensa cubierta del navío en aparente desorden, llevando a cuestas consigo todas sus pertenencias; flotaba en el aire un sentimiento generalizado de “saudade” y de fin de una época, y quien mas, quien menos, todos éramos en parte conscientes de que las posibilidades de regresar a Angola a corto y medio plazo se antojaban remotas. Tiao aprovechó para tirarle los tejos a una chica muy guapa procedente de Malanje, en el interior del país; si consiguió tirársela a lo largo del viaje apelando a su palabrería barata y a su físico privilegiado es un misterio que nunca conseguí resolver durante esas semanas embarcado, pero lo que sí puedo atestiguar es que, con su incansable libido a cuestas, me folló varias veces a lo largo del trayecto escondidos en las barcas de salvamento que estaban colgadas sobre la cubierta. Allí solíamos refugiarnos algunas noches, tapados por una lona que nos servía de protección en los frecuentes días de lluvia, ya que debido a la sobrepoblación de aquel campo de refugiados flotante, no disponíamos, como la mayoría de los otros viajeros, de ningún tipo de camarote o compartimento privado a bordo. Recuerdo como el muy cabrón me empalaba con su enorme rabo mientras escuchábamos el tenue ronroneo de un océano de voces difusas debajo de nuestras cabezas; me taladraba con la pasión propia de sus veintitrés años sin dejar de comerme la boca, y se corría dentro de mi recto por puro placer egoísta y para evitar dejar huellas de nuestro paso por lo que conocíamos como “el picadero de los polizones”.

La entrada en el puerto de Lisboa coincidió con mi 23 cumpleaños, el 20 de Mayo. La ciudad nos pareció fascinante ya en el primer vistazo, si bien pronto se nos hizo ver que no éramos bien recibido por un importante sector de la población. Era esa clase de gente de escasas luces que hablaba abiertamente de “invasión colonialista” para referirse a los pobres refugiados llegados de todos los rincones del Imperio con sus escasos enseres, por culpa de la política descolonizadora irresponsable del Gobierno marxista de Lisboa.

Lo primero que nos llamó la atención, de forma desagradable, por cierto, fue el contraste entre la modernidad y limpieza de nuestra Luanda colonial con la mugrienta decadencia de la ciudad que nos recibía recostada bajo un cielo primaveral. El desorden y la suciedad en la ciudad eran insoportables, y ni Tiao ni yo habíamos conocido nada igual en los días de nuestra vida en la apacible languidez de Angola.

  • ¿Y esta es la capital del glorioso Imperio del que hablaban nuestros textos escolares? – preguntó Tiao señalando un montón de basura amontonado como una montaña de estiércol a un lado de la estrecha calle de Ribeira Nova, donde se encontraba la pensión que nos había recomendado un pasajero del barco, buen conocedor de la ciudad de las siete colinas y los tranvías amarillos y blancos.

  • Está todo manga por hombro – observé yo horrorizado – y da la impresión de que la gente se haya vuelto loca de repente o que estén huyendo de algún cataclismo, parecen estar todos muy tensos y sobreexcitados en esta vieja ciudad, ¿no te parece, amigo?

  • Es todo muy extraño, Heitor. Creo que vamos a tener un tiempo difícil hasta que nos adaptemos al complicado ritmo de esta urbe.

  • Si es que no nos aplasta primero la ciudad a nosotros – mientras decía esto a duras penas conseguí apartarme a tiempo antes de que un motorista suicida irrumpiera sobre la acera en busca de un improvisado atajo, sin casco, con barba de tres días y una bandera con la hoz y el martillo ondeando orgullosa al viento del mediodía – esto es peor que una pesadilla hecha realidad.

En los días siguientes comprendimos que, a partir de ese momento, seríamos conocidos con el nombre oficial de “retornados”, en lugar del mas correcto “refugiados”. Una de aquellas tardes de obligado asueto, vagando sin rumbo por el casco urbano, al doblar hacia la Rua da Conceicao nos topamos de pronto con una nutrida manifestación de inequívoco tinte marxista, con los sempiternos cartelones de lemas mil veces repetidos, como “el pueblo unido jamás será vencido” o “todo el poder para el pueblo. El poder está en la calle”. Iban coreando consignas revolucionarias y anticolonialistas, y uno de ellos, que parecía su portavoz, iba armado de un megáfono desde el que distribuía a los cuatro vientos su sesgado discurso.

  • ¡Ni un soldado portugués mas para Africa, Africa para los africanos, Portugal para los portugueses, “retornados” a Sudáfrica!.

Sebastiao y yo estábamos alucinados; aquel desgraciado de barbas descuidadas y gafas de concha muy al gusto de la época quería reembarcarnos rumbo a la patria del “apartheid” y la segregación racial mas descarada, y donde el pobre Tiao, con su precioso tono cobrizo de piel, no iba a ser especialmente bien recibido de todos modos. Yo sabía de la impulsividad de mi amigo, pero no estaba preparado para la peligrosa situación en la que nos vimos envueltos sin pretenderlo. Tiao se encaró con el hombre del megáfono a grandes voces en medio de un corro de curiosos que no se decidían a tomar partido por ninguna de las partes en conflicto:

  • Eh, tú, payaso… ¿Qué es eso de “retornados” a Sudáfrica? ¿Por qué no te largas tú a Moscú a lustrar los zapatos del camarada Brezhnev? ¿Y para empezar…que significa exactamente eso de “retornados”? Yo he nacido y vivido siempre en Angola, no tengo que retornar a Portugal porque nunca he estado aquí. Y si llego a saber que me esperaba este recibimiento tampoco hubiera venido de todas formas…

El aludido se apartó por un momento el megáfono de la cara y se echó a reír abiertamente, buscando la mirada cómplice de sus correligionarios mas próximos.

  • Lo que me faltaba por ver …un negro colonialista y defensor de los mas rancios valores del salazarismo. Un típico producto de la violación sistemática de nativas angoleñas a manos de los colonos portugueses…¡y este es el resultado, compañeros!– chilló a través del megáfono con todas sus fuerzas - ¡un jodido mestizo imperialista y al servicio de sus amos blancos!.

Intenté sujetarle como pude al comprobar como se inflamaba a ojos vistas su volcánico carácter, con impredecibles consecuencias. Tiao se deshizo en un santiamén de mi abrazo, y se acercó desafiante hacia aquel demagogo, con un toque de chulería en su mirada encendida.

  • ¡Aquí la única que va a ser violada es la zorra de tu madre, comunista de mierda!…¡malnacido! – y sin mediar palabra le asestó un puñetazo en la mandíbula.

El agitador social quedó tendido en mitad de la acera en medio de un charco de sangre, que al parecer brotaba directamente de su nariz, y sus gafas de pasta gruesa quedaron hechas añicos en el suelo mientras el pobre diablo palpaba a ciegas los adoquines buscándolas con una mano mientras intentaba frenar la hemorragia nasal con la otra.

Llegados a este punto, una rugiente multitud nos rodeó con intenciones nada halagüeñas; tuve que tirar con todas mis fuerzas del fornido brazo de Sebastiao para convencerle de que la dialéctica de los puños de poco servía en una situación de clara inferioridad numérica como la presente. Salimos corriendo calle abajo perseguidos de cerca por una turba de mas de cincuenta personas que nos lanzaba piedras, pancartas y hasta zapatos y nos calificaba de provocadores y fascistas a carta cabal.

Mi siguiente empeño consistió en acudir a una dirección desconocida que Vasco me había apuntado en un papelito poco antes de partir de Luanda meses atrás. Me dirigí en tranvía hacia el Chiado, y enfilé hacia la Calcada do Carmo hasta alcanzar la Rua do Duque nº 6, donde supuestamente vivían los señores de Guimaraes, padres de Vasco, con los que él pensaba residir a su vuelta hasta encontrar un mejor acomodo. Intuía que a estas alturas de año ya no residiría allí, pero tal vez ellos podrían darme razón de su paradero actual. Quiso la casualidad, empero, que aquella soleada tarde de finales de mayo, Vasco estuviera de visita en casa de sus padres y me abriera la puerta muy ufano. Tras dedicarme un sentido abrazo, me presentó a sus padres, dos educados sesentones con pinta de antiguos campesinos devenidos lisboetas de adopción, y, de pronto, antes de poder entregarles un recuerdo que había traído para ellos de Angola, apareció en el dintel de la puerta del comedor la inconfundible silueta de una joven embarazada.

  • ¡Ah! cariño, acércate, te presento a mi mejor amigo en mi larga estancia angoleña, Heitor Ribeiro. Mi mujer – y pronunció estas últimas palabras en un tono que me pareció artificial y algo ceremonioso – María das Neves; aquí en familia, Neves a secas.

  • Encantada – musitó con la timidez propia de una antigua novicia y recalcando su posición sumisa con una leve inclinación de cabeza – Vasco me ha hablado mucho de usted.

  • Ah, ¿si? – bromeé yo - ¿Incluso bien?

  • Muy bien, no se preocupe. Me contó que le ayudó a redactar las cartas que me enviaba cuando él se encontraba impedido de hacerlo en el hospital militar. Por eso quería darle las gracias de corazón. Tiene usted una letra muy bonita, deduzco por ella que debe ser un hombre sensible.

  • No sé que decirle, es posible. En todo caso, cualquiera hubiera hecho lo mismo que yo en esas circunstancias.

  • No digas tonterías – intervino Vasco – tú hiciste por mí mucho mas de lo que el sentido común aconsejaba - y me guiño un ojo cómplice a espaldas de su esposa y ante la indiferencia de sus padres, absortos en la contemplación de un serial televisivo – Neves, cojo las llaves, voy a enseñarle nuestra casa a Heitor.

  • Como quieras, pero no tardéis, voy a preparar una merienda en honor de tu amigo – se oyó gritar a su esposa desde la lejana cocina.

  • ¿Tu casa? – inquirí yo desorientado - ¿vives cerca?

  • Cerca es quedarse corto – me corrigió Vasco saliendo al descansillo – vivimos puerta con puerta. Mis tíos regresaron al pueblo cuando él se jubiló el año pasado y de momento nos ha alquilado este piso para poder comenzar nuestra vida de casados.

  • ¿Pero cuanto llevas casado? ¿Y ya estáis esperando un hijo? – quise saber en cuanto cerró la puerta de la casa de sus padres.

  • Nos casamos el mes pasado, en el pueblo de mis padres, cerca de Chaves. Y el niño es un encargo previo – se echó a reír con ganas mientras abría la puerta contigua con una vieja llave de respetable tamaño – ya conoces como soy, y como venía muy caliente de mi misión en Cabo Verde, no fui capaz de contenerme ni una noche al verla. ¿A que es guapa?

  • Sí que lo es. Y parece buena chica, no se merece a un crápula como tú – le hice saber una vez nos introdujimos en el recibidor de su piso de casado.

Vasco dejó las llaves sobre el aparador, se acercó sonriendo con una sonrisa burlona, y me acorraló sin esfuerzo entre un perchero y una cómoda de caoba que había conocido mejores épocas.

  • Tal vez sea un poco travieso – reconoció Vasco sin complejos – pero a las mujeres les gusta ese tipo de hombres de verdad , y estoy por asegurar que los chicos descafeinados como tú tampoco le hacéis ascos a un macho caliente como yo.

Yo estaba indignado de escuchar aquella cantinela machista de la peor especie, y así se lo hice saber, pero al mismo tiempo seguía sintiendo la ciega atracción fatal que es capaz de unir dos cuerpos en clandestinas actividades, incluso si el alma sabia se permite un pequeño periodo vacacional para no verse envuelta en tamaños desatinos.

  • ¡No me toques, por favor! A veces das asco cuando dices esta clase de mamarrachadas; además, tu mujer está cocinando al otro lado de este tabique, y espera un hijo de tu sangre…¿es que eso no te hace recapacitar?

  • Bueno - reconoció Vasco plantándome un beso a traición en los labios – lo cierto es que el hecho de que ella esté justo al otro lado de la pared no hace sino aumentar el morbo de la situación, y me pone aún mas cachondo si cabe el hecho de que esté embarazada…además, ella no me deja ahora que me la folle por el culo, que es lo que me gustaría en estos momentos. Bueno, en realidad no me deja que la toque de ninguna manera…pero para eso estás tú aquí – y me palpó el culo con firmeza y determinación apretando mi cuerpo contra el suyo hasta que sentí su potente erección clavada contra mi paquete.

  • Esto no está bien , Vasco – traté de zafarme de su abrazo, pero mi negativa solo sirvió para enardecerle aún mas – ya no estamos en Luanda, y tu tienes otras responsabilidades como hombre casado…

  • Esas responsabilidades están bien cubiertas – me tomó de la mano tras vencer mi escasa resistencia inicial y me condujo sin contemplaciones al lecho de casados – tomátelo como otra de tus obras de caridad…ya sabes que hay que dar de comer al hambriento…y en estos momentos mi mujercita me está haciendo pasar bastante hambre a cuenta de su embarazo …cuando nazca el niño te prometo que reconsideraré mi actitud…

Yo no estaba nada convencido de que fuera una buena idea enrollarme con un hombre casado, y menos aún hacer el amor en el propio tálamo conyugal, pero Vasco se había desnudado a toda prisa y mostraba una erección brutal; sabía que en esas ocasiones era incapaz de controlar sus impulsos y además su hermoso cuerpo fue la mas poderosa arma de persuasión masiva de la que podía disponer para vencer mis recelos. Acepté la situación resignado, y no tardé en verme envuelto en todo tipo de situaciones de alto voltaje que confluyeron en una follada rápida y salvaje sobre las sábanas de raso con olor a lavanda, hasta conseguir correrse dentro de mi castigado culo. Cuando regresamos a casa de sus padres y compartimos una suculenta merienda con café brasileiro, croissants y mermelada de melocotón, me sentí como una mierda por estar engañando de forma gratuita a esta pobre mujer de escaso mundo que tantas atenciones me estaba dedicando sin conocerme de nada; pero nada de todo eso me impidió seguir frecuentando la compañía de Vasco una vez por semana, tal como prefijamos aquel día, en el lúgubre escenario de un minúsculo apartamento situado en el entresuelo de un añejo edificio de Alfama que él había alquilado como picadero para sus conquistas de ocasión, y dejarme sodomizar sin remordimientos por aquel semental que me hacía perder el sentido y al que me reconocía adicto en mi interior, por mucho que me doliera el triste papel que estaba desempeñando en el drama de mi vida.

(Continuará)