Noviembre es el mes mas largo (parte 2)
Heitor recuerda el modo en que conoció al mulato Sebastiao y como la relación entre ambos adquirió un marcado tinte sexual. Heitor descubre además que Vasco necesita una mano amiga que le ayude a sobrellevar su soledad y calentura, y se pone manos a la obra, haciendo las delicias del joven militar.
En realidad yo no había mentido a Vasco respecto a mi afición al mestizaje luso-africano, simplemente me había guardado de especificar el sexo de la persona que me calentaba la cama desde hacía años. Había conocido a Sebastiao en el verano de 1971, cuando ambos contábamos apenas 19 años de edad. La verdad es que me quedé impresionado desde el primer instante con los rasgos cobrizos de aquel desconocido que vendía cerámicas y tallas de madera representando antiguos guerreros africanos y, sobre todo, on su fibrado cuerpo color canela. Debo añadir que yo no tenía el menor interés en comprar ninguna de aquellas baratijas, pero, escamado por lo que me pareció entonces una sonrisa demasiado complaciente por parte del joven vendedor y una cierta mirada de brillo indescifrable, me dejé tentar por el destino, con resultados auspiciosos; la casa de mis padres ganó unas cuantas figurillas decorativas a precio de ganga, y yo gané un amante leal y bien dotado, bendecido con esa mezcla perfecta de melancolía lusa y poderío físico africano.
Aquella misma tarde quedamos para ver una película de acción en el cinema Aviz, y, de manera aparentemente casual, nos sentamos en las últimas filas. No habían transcurrido ni cinco minutos desde el comienzo de la sesión cuando empezamos a meternos mano sin contemplaciones, de ahí pasamos a comernos la boca a destajo, y la función terminó con Sebastiao contraído de placer en su asiento mientras le realizaba una felación de efectos balsámicos que culminó en una abundante corrida en mi propia cara. Después Sebastiao me ayudó gentilmente a limpiarme el rostro con su pañuelo y me estuvo sobando los pezones y los huevos mientras me hacía una paja a su salud; al día siguiente quedamos de nuevo por la tarde para darnos un baño en la playa de Mussulo, y, cuando las primeras sombras de la noche se cernieron sobre la arena caliente, nos refugiamos en un lugar algo alejado y nos entregamos a la pasión prohibida entre un “mestico” y un “branquinho”, pasión prohibida por muchos motivos, pero principalmente por motivos de sexo, etnia y clase social. Todo un mundo nos separaba, pero las vibraciones sexuales eran tan fuertes entre nosotros que nunca fuimos conscientes realmente de nuestro problemático futuro como pareja. Con él perdí la virginidad, aunque gracias a su mayor experiencia y a su especial sensibilidad el dolor que me ocasionó en el momento de desvirgarme fue mínimo, teniendo en cuenta su extraordinaria dotación.
Debo decir que nuestro caso no era en absoluto excepcional en la rutilante Angola de comienzos de los 70. Se respiraba una atmósfera de permisividad y dejadez muy propia de los trópicos, y nadie se ocupaba demasiado de lo que hacía el vecino en sus ratos libres, si bien los chistes en referencia a los sufridos esposos blancos que debían mantener dos familias, una europea y otra de estirpe africana, producto de sus escapadas por la Baixa luandesa, eran moneda común en aquellos días y reflejaban un poco el espíritu transgresor de una ciudad mestiza en su propia esencia y sensual por definición.
Sebastiao no era propiamente negro, y su tonalidad de piel reflejaba a la perfección la fascinante mezcla genética que atesoraba en su herencia biracial. Su padre era un ilustre profesor de enseñanza media procedente de Viseu, venido a menos en las colonias por su afición al vino y a las mulatas, que enseñaba latín e historia portuguesa en un instituto de barrio luandés, mientras que su madre era una hermosa nativa de etnia kimbundu y cultura portuguesa, que trabajaba limpiando casas de colonos adinerados, y él parecía haber sacado los mejores rasgos físicos y de carácter de cada uno de los progenitores. Su padre, gran aficionado a la gloriosa Historia portuguesa, le había dado ese nombre en memoria del mítico rey portugués Don Sebastián, aquel que murió a los 24 años guiando a sus tropas en una marcha suicida por las montañas del Rif marroquí camino de una imposible cruzada contra el infiel; tan quijotesco gesto supuso a corto plazo la pérdida de la independencia portuguesa durante 60 años y el nacimiento de un mito nacional conocido como el “sebastianismo”, un fenómeno de histeria colectiva bien conocido y estudiado por los psicólogos modernos; y ya que hablamos del famoso Dom Sebastiao, no está de mas decir que hoy en día esos mismos historiadores y psicólogos están de acuerdo en considerarle un homosexual no demasiado reprimido y en ver en la génesis de su aventura africana un intento larvado de “huida hacia adelante” para evitar el a todas luces impostergable matrimonio con alguna detestada princesa europea.
Aquella noche comuniqué a la jefa de enfermeras que, si no surgía ninguna incidencia, en la próxima media hora estaría en la habitación del teniente Guimaraes ayudándole a redactar una carta para su novia. La devota Silvinha estuvo de acuerdo en que aquella era una excelente obra de misericordia por mi parte y dio luz verde a tan noble propósito.
Cuando entré en la habitación con los útiles necesarios para redactar la carta, Vasco me esperaba con un gesto de fastidio e impaciencia reflejado en el rostro. Era una noche de mucho calor, y me pidió por favor que abriera un poco la ventana y que le desabrochara los botones del pijama; ese fue mi primer contacto directo con su cuerpo, y un temblor involuntario recorrió mi espina dorsal cuando contemplé extasiado su bien formado pecho, su hirsuto torso y su abdomen liso propios de un militar implicado en arriesgadas operaciones especiales, que a menudo solían incluir incursiones en territorio enemigo.
Gracias, Heitor, ahora me siento mucho mejor.
¿Hay algo mas que pueda hacer por ti? – mi inocente pregunta no incluía ningún tipo de doble sentido, por mucho que yo deseara interiormente perderme en la majestuosidad de ese cuerpo, ahora postrado en el lecho de enfermo sin fecha de alta aparente.
Creo que sí – señaló con un gesto de la cabeza una cajita de plástico duro decorada con motivos florales que reposaba en la repisa de su mesilla de noche – Ahí dentro encontrarás una carta de mi novia que me llegó hace unos días, pero que no he podido leer hasta ahora debido a mi penosa situación actual. Me gustaría que la abrieras y me la leyeras, y luego, según lo que cuente en ella, pasar a responderla de inmediato. Te prometo que no nos llevará mucho tiempo…
De acuerdo, por mí no hay inconveniente – respondí yo, un poco azorado en realidad por entrometerme involuntariamente en la intimidad ajena de una forma tan impropia.
Aquella carta, escrita en papel cuché perfumado con una envidiable caligrafía de niña rica educada en colegio de monjas, reflejaba el insípido mundo interior de una joven de 20 años lisboeta de clase media-alta que se abre a la vida y que teme por la vida y la salud del que llama su “prometido”, al que imagina gravemente herido por su falta regular de noticias en los últimos meses; la misiva era parca en expresiones de cariño o excesivas confianzas, rémora tal vez de su castrante educación católica, y no parecía reflejar ningún sentimiento personal propio, sino un refrito gastado de viejos tópicos y de conductas socialmente aceptadas por la muy conservadora sociedad portuguesa de su época.
En ningún momento, pese al comedido apasionamiento de algunos párrafos: “nada me haría mas feliz que poder subir al altar para unirme en santo matrimonio con el hombre que Dios y Nuestra Señora de Fátima saben que adoro y convertirme en tu esposa a los ojos de Dios y de la Iglesia”, llegué a sentir amago alguna de emoción o empatía con la insulsa persona que había redactado dicha correspondencia. Sin embargo, Vasco seguía cada renglón que leía con inusitada atención, los ojos entornados en un rictus de concentración y abandono, y un atisbo de lágrima se dejaba entrever surcando veloz sus bronceada mejilla. Cuando se recuperó lo suficiente como para articular palabra, me armé de lápiz y papel, y, cómodamente instalado en una práctica silla a los pies de su cama, me dispuse a transcribir sobre el papel, ahora virgen, sus sentimientos mas tiernos dirigidos a la mujer que, al parecer, le había robado el corazón.
- “Querida María das…no, no, mejor aún, adorada María das Neves. No sabes la inmensa ilusión que me ha producido recibir tu carta…” – comenzó a redactar casi en estado de trance un ensimismado Vasco de mirada perdida y pupilas dilatadas – “mi preciosa niña, cuanto añoro tu preciosa piel de melocotón…y el roce de mis manos de campesino con tus pezones en punta cuando nos bañamos en el río de mi pueblo…”
Según iba subiendo de intensidad el inventario erótico del soldado herido, yo iba teniendo crecientes dificultades en concentrarme en la escritura de tan encendida dedicatoria y en evitar mirar de soslayo el prominente bulto que se iba formando en torno a la entrepierna de Vasco, y que amenazaba con hacer estallar las costuras de su pijama a rayas blancas y azules - “ante el peligro de muerte que nos acecha, mi única obsesión es tenerte cerca y hacerte mía en cuerpo y alma…”.
El miembro enardecido del teniente dio finalmente señales de vida haciendo acto de presencia de forma inesperada a través de la abultada bragueta del pijama. Vasco salió del trance de forma inmediata con expresión de sorpresa en el rostro, que se transformó en una sonrisa de circunstancias después.
Discúlpame, Heitor, creo que me he dejado llevar en exceso por la imaginación. Es mejor que volvamos a empezar la carta desde el principio, sin tanta calentura. Creo que he pasado demasiado tiempo sin conocer mujer…tu ya me entiendes…
Sí, bueno – yo estaba tan avergonzado que el velo rojizo de mis mejillas me había delatado ante sus ojos sin necesidad de palabras – lo que te pasa es normal, si no has mantenido relaciones en un largo periodo de tiempo…y, en fin, si no…si no te has masturbado tampoco.
¿Y como podría hacerlo aunque quisiera con ambos brazos vendados y sin posibilidad de incorporarme por mí mismo ni para acercarme al servicio? – se quejó un exasperado Vasco, cuya erección era tan enorme que había rebosado con creces los estrechos márgenes del pantalón del pijama – Siento ofrecer esta imagen tan poco digna, pero es que realmente estoy ardiendo por dentro desde hace semanas y no puedo hacer nada por evitarlo. Cualquier día Rosinha se llevará una sorpresa de las buenas cuando venga a cambiar las vendas – y se rió de su ocurrencia de buena gana, intentando quitar hierro a tan desagradable incidente.
Bueno, tal vez yo pueda ayudarte si quieres – era mi voz la que pronunciaba esas palabras con estudiada lentitud, aunque yo no era plenamente consciente de lo que hacía, absorto en la contemplación a ráfagas sueltas de tan impresionante espécimen.
¿Qué quieres decir? ¿Vas a llamar a la enfermera jefe para que me haga el amor de forma espontánea al contemplar mi pirulo encabronado? – preguntó en tono de sorna dirigiendo una furtiva mirada hacia su rey de bastos.
Creo que no será necesario – aduje yo dejando reposar lápiz y estilográfica en la mesilla y acercando mi temblorosa mano hasta abarcar con el puño cerrado el notable perímetro de su rabo enhiesto – hay ocasiones en que una mano amiga del mismo sexo puede ayudarnos a salir adelante, tanto en el amor como en la guerra.
Vasco no daba crédito a lo que le estaba sucediendo, pero tampoco hubiera podido hacer mucho por evitarlo, salvo llamar a gritos a la enfermera jefe, lo que hubiera resultado poco viril y humillante; no le quedaba mas remedio que aguantar tan placentera invasión de su zona viril y abandonarse a las sensaciones que aquella experta mano le despertaba en los rincones mas recónditos de su cuerpo. Yo estaba como en una nube, cegado por la visión celestial de aquella polla en estado de gracia, decidido a asumir todos los riesgos inherentes a tan atrevida acción, de los cuales el mas inmediato podría ser que apareciera Silvinha por la puerta por cualquier motivo y nos hallara en plena faena; nada de eso sucedió, afortunadamente, y pude concentrarme en pajear con esmero a mi bravo teniente, para mas tarde aplicar mi sedienta boca a calmar su disparada libido. Recorrí con la lengua todas las estribaciones de su miembro, y me esmeré con especial énfasis en la zona del capullo; parecía que aquel semental había recibido pocas mamadas como ésta en su vida adulta a juzgar por el modo en que se contraía y las imprecaciones morbosas que lanzaba entre dientes y que a mí me pusieron mas cachondo si cabe. Teniendo en cuenta su forzada continencia durante meses, no tardó mucho en venirse en el interior de mi boca con un ímpetu tan salvaje que necesitó tres oleadas consecutivas en medio de un agitado orgasmo para descargar el cuantioso cargamento de lefa que conservaba bien espeso en el interior de sus testículos; no me quedó mas remedio que sucumbir al morboso placer de tragarme de inmediato toda ese cálido jugo que brotaba de lo mas profundo de su cuerpo para evitar dejar huellas incriminatorias de nuestro súbito calentón nocturno.
No bien terminé mi tarea me esforcé en limpiar a lametones la viscosa superficie de su glande que guardé a buen recaudo después en el interior del pijama. Acto seguido me encerré en el baño contiguo y me hice la paja mas placentera de mi vida, con una abundante secreción lechera como lógico colofón. Obsesionado con no levantar sospechas entre mis compañeros, procedí a llenar una jofaina con agua y jabón y le limpié el miembro con delicadeza maternal, hasta que quedó tan impoluto como el culito de un bebé. Vasco se mostró aparentemente ausente durante todo el proceso, lo que me hizo temer que hubiera empezado a arrepentirse de haber cedido a las presiones de su cuerpo cometiendo un acto tan inmoral con un ilustre desconocido. Pero cuando regresé del servicio tras vaciar la palangana en el retrete y lavarme las manos a conciencia, Vasco se me quedó mirando con una sonrisa indefinible en la cara y una pregunta rondándole la mente desde su reciente orgasmo.
- Enfermero Heitor ...¿podrías volver a visitarme cualquier noche de la semana que viene para redactar la carta de nuevo? Creo que se me han quedado muchas frases en el tintero…
No pude reprimir una risa estruendosa que de algún modo sellaba el inicio de una gran amistad, una relación que marcaría mi tranquila vida angoleña en los convulsos tiempos que se avecinaban. Ahora me doy cuenta de que ese día nació un nuevo Heitor mas combativo y sensual, y que aquellas felaciones nocturnas, con su carga de morbo y peligro a cuestas, representaron el momento cumbre de mi ajetreada vida amorosa y sexual en la Angola anterior a la traumática independencia de Portugal.
(Continuará)