Noviembre

Continuación de "Octubre" que como veis, llega bastante tarde

Noviembre es aún más gris, más frío y más impersonal si cabe. No se me ocurre nada que le haga especial. Quizá adelantan los adornos y campañas de Navidad para dotarle de algún significado haciéndole pasar sin mayor pena ni gloria a un diciembre a priori mucho más apetecible.

Para mí noviembre fue de lo más aburrido e improductivo. ¡Ni siquiera llegué a echar un polvo! Tengo la sensación de que mis últimos relatos tienen un tono demasiado lastimero y que yo soy además un quejica. Todo desde el punto de vista de mis desventuras erótico afectuosas, porque en otros ámbitos de mi vida la verdad es que no me puedo quejar.

Bastante tengo ya con este aspecto que me lleva por el camino de la amargura. No sé si será culpa mía o de mi mala suerte simplemente, porque no voy a perder el tiempo en criticar a los descerebrados que se me van cruzando por el camino. En octubre fue Gonzalo, el colega del alumno que arrancaba en mí los instintos más primarios. En realidad la historia con él fue de lo más ideal porque, aunque no hubo feeling al principio, nuestro polvo fue sexo sin más, y además el tío estaba bueno, al margen de no hacer cosas raras y proporcionarme a mí más placer del que yo acostumbraba a recibir. Podría haber pasado por una relación perfecta si aquello hubiera derivado en más encuentros esporádicos y si el muy bocazas no le hubiera contado a Raúl lo que ocurrió entre nosotros.

Vale que entre mi alumno y yo no hubiera habido más que sobeteo porque no encontramos dónde ir, pero hasta donde mi mente da, eso no significaba nada. Sí, seré un promiscuo, aunque yo creo que es la falta de costumbre, el hecho de no estar familiarizado con eso que llaman fidelidad. Y es que ésta se encuentra relacionada con las promesas, y según recuerdo, yo no había prometido nada a Raúl. Vale que fuera yo quien se insinuó y el que comenzó todo, pero un morreo y un magreo dentro de un coche no resultan muy comprometedores. Bueno sí, la fastidié otra vez; parece que no lo puedo evitar.

Para mí, haberme acostado con Gonzalo no implicaba que me olvidara de Raúl o que ya no me pareciera atractivo, ni mucho menos. Pero uno tiene sus necesidades y su colega de gym se puso por delante y… El caso es que Raúl no debió pensar lo mismo, y a parte de llamarme de todo por Whatsapp, se desapuntó de la academia, por lo que se esfumaba la posibilidad de que al fin pudiera ligar con un alumno mío. Puede que metiera la pata; siempre lo hago.

Con él fuera de juego mis perspectivas no eran nada halagüeñas. Ya no tenía más alumnos en el punto de mira. Me quedaba el recurso de las tutorías de la universidad. Y es que, me guste o no, la carrera que estudio ahora es muy gay, para qué negarlo, así que estaba convencido de que en esas clases tendría que haber más homosexuales que heteros. Pero por otro lado, si yo no ligo nunca de manera convencional, ¿qué me hacía pensar que iba a ser diferente? Pues nada, la verdad. Porque en la primera tutoría mi exacerbada timidez me impidió relacionarme con cualquier otro ser humano.

Tampoco es que el panorama pintara muy bien, pues aparte de mucha niña mona, la representación masculina de aquella aula se reducía a un par de chavales de veintipocos demasiado fashion para mí. Y aunque casi con toda probabilidad diría que son gays, se escapan bastante de los tíos que me ponen.

Esto también fue un error, porque como dije antes, no follé en noviembre a pesar de que hubo un desencuentro que hacía presagiar un buen mes, pero que fuera con un tío que no me ponía demasiado ahogaba cualquier buen augurio. Emilio fue una de mis malogradas conquistas del verano pasado, atraído por la piscina y quizá persuadido por mi incomprensible entrega. El caso es que meses después retomamos el contacto y decidimos quedar para repetir. Esta vez en su casa, a la que fuimos juntos en su coche mientras yo me preguntaba por qué narices lo hacía. Ambos sabíamos a qué íbamos, pero puede que yo, y a pesar de todo, esperara algo más.

Digo esto porque Emilio se había mostrado más cariñoso que en nuestros otros encuentros tanto al hablar por teléfono como en el trayecto o durante el larguísimo rato que pasó enseñándome su casa y conjeturando sobre posibles y futuras reformas. Sin embargo, al quedarse desnudo volvió a dar muestras de su exasperante manera de llevar un encuentro sexual. El tío era raro de cojones, y la primera vez que noté su polla fue en una especie de despensa que tenía sin luz, y a la que me llevó con el extraño afán de rememorar un hipotético cuarto oscuro que, según él, le daban mucho morbo.

Yo aún estaba vestido, y una vez encerrados allí, me levantó el jersey y me azotó con su verga ya empalmada sobre mi vientre. Fue un instante tenso. No diré que sentí miedo, pero lo extravagante de la situación me apartó por un momento de la posible excitación que el trance requería. Imagino que se dio cuenta y nos fuimos para el salón. Sobre el sofá era ya algo normal, aunque que se tumbara boca arriba sin más esperando a que yo me lanzase me irritaba. Me decía alguna guarrada para animarme por más que tener a un tío completamente desnudo y dispuesto a mi lado ya resultaba de lo más alentador. Pero que no pusiera nada de su parte me cortaba todo el puñetero rollo.

Llevó entonces una de mis manos a su verga, que ya había soltado algo de líquido y que facilitó que yo se la pajeara. Mientras lo hacía, mitad aburrido mitad decepcionado, mi mente se había escapado para encontrar algo que decir o para decidir si yo me desnudaba o acababa con aquello cuanto antes.

-Me encanta que me soben –decía.

Y así, haciéndole una paja a un tío que yacía con los brazos cruzados por detrás de su cabeza sin muestras de necesitar nada más, pasé uno de los momentos sexuales más insulsos y apáticos de mi vida. Porque calculo que fueron más de diez minutos de esa guisa, sin que el tío apenas abriera los ojos, dijera nada y mucho menos hiciese algo. Me dolía ya el brazo de tanto movimiento monótono y mecánico. Paré y el siguió. En ese instante pensé que se correría y fin de la historia. Pero no, me pidió que se la chupara y gilipollas de mí lo hice. Sabía demasiado a semen, cosa que en otras circunstancias me hubiera encantado, pero este en concreto no me entusiasmó.

Así que me harté de chupar polla y se lo hice saber.

-Tío, qué soso eres –le indiqué -. Haz  tú algo.

Y no, no esperéis que fuera a desnudarme, a besarme o a comérmela él a mí. Para nada. Simplemente se incorporó, se puso de pie frente a mí y volvió a meter su polla en mi boca para follármela. Esto ya me gustaba más, y hasta estuve a punto de abrirme el pantalón y comenzar a cascármela, pero por lo poco que conocía a Emilio, sabía que mantendría esa postura hasta correrse. Y por cierto ya iba siendo hora, pues después de diez minutos estrujándosela, otros tantos lamiendo y ahora metiéndola y sacándola de mis tragaderas a su antojo, acabarían por hacer descargar a cualquiera. Y se corrió sobre su mano, porque hacerlo en mi cara era completamente innecesario y fuera de lugar. El único comentario que hizo entonces tras los mitigados jadeos fue: “anda que todo este follón para una mamada…”

Y ahí le odié y me odié a mí mismo. No sé cómo pude ser tan capullo y sucumbir. Y tampoco sé a santo de qué vino ese comentario tan estúpido. Pero lo más alarmante y sorprendente de todo, es que el muy idiota quería invitarme a cenar o a ir al cine. Eso sí que estaba enteramente fuera de lugar, de mi alcance y de toda comprensión razonable. Obviamente rechacé sus sugerencias, y le pedí que me llevara a casa. No podía quitarme el olor de su verga, que cada vez me parecía más repugnante e intenso. Al bajarme de su coche me despedí seco y me prometí a mí mismo que aquella sería la última vez que le vería.

A pesar de todo, el calentón fue inevitable. Emilio se fue relajado y aliviado, pero yo tenía demasiada carga acumulada. Sería por eso por lo que envié un Whatsapp a Raúl con una especie de disculpa disfrazada consciente de que me mandaría merecidamente a la mierda. Pero no, me vuelvo a equivocar. Él también tendría sus razones, y el hecho de que estuviera solo en casa sin plan ayudó a que mi mensaje le llegara como agua de mayo. Así que con el hocico enrojecido de haber frotado veinte toallitas hasta deshacerme del olor a Emilio, conduje hasta su casa.

No negaré que estaba nervioso, porque aunque Raúl parecía un chaval entrañable, visto lo visto me podría esperar cualquier cosa, y tras comprobar lo decidido que estaba en invitarme a su casa tampoco decía mucho de él. Una vez allí no salió el tema de su colega Gonzalo. Aun con la consabida timidez de ambos, no tardamos mucho en darnos el primer morreo para poco después acabar en su habitación. Desnudo, con algo de vello en el pecho y alrededor del ombligo, y con esa pequeña insinuación de barriga que no llegaba a serlo, mi alumno me resultaba mucho más atrayente de lo que jamás hubiera podido parecerme Emilio. Raúl iba al gimnasio aconsejado por el médico, pero sus esfuerzos de momento no parecían dar mucho resultado, pero eso, lejos de parecerme un perjuicio, me convencía aún más de lo mucho que me gustaba Raúl y lo poco que me entusiasman los músculos.

Su verga no eran gran cosa, más gorda que larga, pero desde luego tampoco empañaba la imagen de Raúl. Pensaréis que le veía casi como un Adonis por el calentón que yo llevaba, pero no miento al decir que Raúl –físicamente– se acercaba peligrosamente al prototipo de mi hombre ideal. Besando era buenísimo, enérgico e impaciente mostraba quizá algo de inexperiencia. Pero nada más lejos de la realidad. Se apartó de mí un momento, se dirigió al armario y sacó de él una caja. Tras dejarla sobre la cama, la abrió y extrajo… ¡unas esposas!

-No me pienso poner eso –le advertí con una mezcla de asombro, incredulidad y cierto miedo.

-No te preocupes, son para mí –aclaro mientras seguía sacando objetos de la caja de zapatos.

Pude ver un pene de látex, un cilindro de plástico que no sabía ni para qué servía, un bote de lubricante y un anillo que pronto se colocó en su polla. No salía de mi perplejidad; desde luego no me lo esperaba de un chaval bastante menor que yo y aparentemente con mucha menos experiencia. Al principio no supe si echarme a reír o a llorar y no dije nada hasta que Raúl rompió el silencio y me sacó de la estupefacción.

-No me digas que no usas estas cosas.

-No, y creo que no me van estos rollos –puntualicé-. Te creía de otra manera, así que creo que me voy a marchar y lo dejamos aquí.

-¿Me lo estás diciendo en serio? ¿Tú que vas de niño bueno y te faltó tiempo para tirarte a Gonzalo la otra noche? ¿Tú que seguro me has mandado el Whatsapp porque estabas con el calentón? ¡Anda ya!

Tenía toda la razón, y no iba a hacer por justificarme, pero era verdad que a pesar de no saber ser fiel o dejarme llevar por mis instintos más primarios, no consideraba el sexo como lo que Raúl planteaba, sino como algo mucho más sencillo que no requiere de elementos externos. Lo del pene de plástico tenía un pase, lo del anillo en aquél momento no sabía muy bien para qué servía a pesar de haberlo visto en mil películas, pero las esposas, la cosa esa de metacrilato y algunas más que asomaban por la caja me resultaban completamente innecesarias.

Traté de vestirme y al principio Raúl me lo impidió. Su rostro expresaba también cierto desconcierto porque no se imaginaría que yo fuera capaz de marcharme y que su cajita acabaría con lo que hubiese sido un polvo. Intercambiamos algunas frases que no recuerdo muy bien, pero sí que veo clara mi mente de ideas fijas repitiéndose una y otra vez que me largaría, que a pesar de todo yo no me merecía eso y que Raúl no tenía derecho a juzgarme. Si bien se ofreció a guardarlo todo de nuevo y empezar de cero, yo ya había determinado que aquel era el final de la noche y el final de mi desventura con Raúl.