Novena Cita

Disponía de toda la noche para ella de nuevo, como una curiosa e imprevista circunstancia, un viaje de su marido coincidía con la llegada de Javier a Madrid

Se había olvidado de sus temores y prevenciones y acudió a la nueva cita con toda su ilusión. Y Javier no la defraudó. Pasearon par Madrid, charlaron, cenaron en un restaurante precioso y después fueron a aquel local de la vez anterior, a bailar.

Todo estaba igual: la música suave y melodiosa, las parejas tranquilas, el ambiente romántico y los brazos de Javier que la transportaban a un cielo ligero, a una nube rosada en la que ella era la estrella y todo se movía a su alrededor. Era feliz y aprovechaba aquellos momentos como algo único y maravilloso.

La sensación de mareo, de desvanecimiento, de relajación que le daba estar allí, bailando, meciéndose suavemente en sus brazos era superior a tantas cosas, tan real y tan soñada al miso tiempo, que le parecía ser la cenicienta del cuento, bailando con un príncipe azul, pero temiendo que llegasen las doce y todo el hechizo se rompiese.

La música cesó y ellos se aproximaron a su mesa, donde los vasos vacíos habían desparecido, retiradas por un camarero diligente, que esperaba aburrido un nuevo pedido. El gesto de Javier le alejó de la mesa para ver si había mas fortuna en otras cercanas y les devolvió la intimidad que necesitaban.

  • ¿sabes como podíamos acabar la noche, antes de que te retirases a tu casa?

  • uhmmm, no me hagas proposiciones deshonestas…

  • no, ni mucho menos. Solo quería invitarte a una copa de cava en mi habitación, tranquilamente, antes de que desparezcas esta noche otra vez mas.

  • si me gustaría. Me gusta el champán, me alegran sus chispitas y mas si es compartido.

  • ¿que me dices? ¿Un ratito solo?

Se quedaron mirando el uno al otro, a los ojos directamente, entre serios y sonrientes, con la alegría que da la felicidad de un momento bonito, en la intimidad de la noche, del baile, el acercamiento de los cuerpos y la sensualidad de estar juntos, pegados por la música.

Ella pensaba que esa era la prueba definitiva. Ya habían sido dos, o solo una? Las veces que le había acompañado a su habitación. Y el siempre había intentado algo, había avanzado un poco en su conquista. Pero también era cierto que nunca se había propasado, que siempre había cedido ante su negativa a algo mas.

A ver: no era tan inocente, ni tan tonta. Aceptar ir a la habitación de un hombre, era aceptar algo mas. No se invita a una mujer a una habitación de un hotel para jugar una partida de parchís, o charlar como dos buenos amigos.

Aceptó

Iban el uno al lado del otro por la calle, sin intimidades ni familiaridades excesivas, como dos buenos amigos, pero iban a su hotel, a su habitación.

Pensaba si se engañaba a si misma otra vez, pero tenia la tranquilidad de que hasta entonces nunca la había presionado ni aprovechado de ella, de sus debilidades. Siempre había sido un caballero, aceptando sus negativas con una sonrisa, sin un reproche ni un mal gesto de contrariedad, sin hacerla sentir mal, tonta o ñoña. Con naturalidad absoluta, como el que pierde un peón en una partida de ajedrez y sonríe pensando en la próxima jugada.

¿Seria esa la próxima jugada? ¿La del jaque? Por eso no le había importado perder peones en todas las ocasiones anteriores, esperando la jugada definitiva? Bueno, en cualquier caso, tenia claro que la jugada definitiva la daría ella: aceptar o no aceptar, hacer que sucumbía, era una prerrogativa suya exclusivamente y tenía la seguridad de que él la respetaría sin ningún inconveniente.

Espera un momento, había dicho ella nada mas salir a la calle desde el local de baile, donde la música y el ambiente cargado no le habían permitido hacerlo, tengo que hacer una llamada. Tenía que llamar a su marido, darle las buenas noches, decirle que estaba bien y en casa y que le echaba de menos. Fue el momento de duda otra vez, de remordimientos al notar la voz de su marido feliz por su llamada, oír como la echaba de menos y el beso de buenas noches con el que cortaron la comunicación.

Vio como Javier hizo dos llamadas, un poco separado de ella, cada uno a lo suyo, y pensó que el también tendría sus remordimientos, que estaría llamando a su mujer diciéndole que se iba a dormir, que la quería, que notaba su ausencia, que desearía estar con ella, dormir a su lado y sentir su calor.

Le vio tan culpable como ella por algo que no tenia mas importancia que un rato juntos, dos personas felices en la noche, solas y a lo mejor aburridas en unos momentos en que se necesitaba a alguien cerca, o simplemente, una charla amiga, una cara cerca, escuchando y acompañando.

Entonces se dio cuenta, de que algo podía ocurrir en esa habitación y que ella ya estaba preparada para lo que fuese. La táctica de Javier había sido muy sutil, muy lenta pero decidida. La había besado, había hecho que se mostrara natural, que no se cohibiera por enseñar su cuerpo, por dejarse tocar, por dejarse admirar, por estar acompañada por otro hombre que no era el suyo, por verlo como algo normal, por no apreciar ninguna sensación de peligro a su lado.

Y eso era lo que sentía ahora: normalidad, dominio de la situación y ese deseo de siempre, oculto, escondido, acechante, de que algo ocurriera, algo nuevo, excitante, diferente.

Él puso el hilo musical al entrar en la habitación y se acercó a la mesita donde se enfriaba en una cubitera una botella de champán, con dos copas alargadas y finas. Esa debía haber sido la segunda llamada que hizo, preparando el escenario antes de que llegasen.

Bebieron unos sorbos antes de que el la rodease en sus brazo e iniciase un nuevo baile con ella, intimo y tierno, sin espectadores, solos los dos en aquella habitación calida y semioscura, y con una cama como única decoración fuera de lugar.

La música sonaba y sonaba, sin parar, pero ya ninguno de los dos la escuchaba ni se movía. Sintió su mirada y su beso a continuación. Cerró los ojos y se dejó llevar por ese arrebato que la envolvía, lánguido y perverso al mismo tiempo. Sus manos buscaban su pecho, acariciaban por encima de la ropa, la llenaban de calor.

Se dio cuenta de que el momento había llegado: no podía ni quería echarse atrás; ahora no. Cuando él empezó a bajar la cremallera de su vestido, dio un paso atrás y sin apartar la vista de sus ojos, lo fue deslizando por su cuerpo y lo doblo cuidadosamente, colocándolo sobre una silla.

Se quito el reloj y el collar, únicos adornos que llevaba y se quedó quieta, solo con la ropa interior como única defensa ante él. El sujetador se lo quitó de espaldas y allí pensó que ya solo faltaba un paso, que estaba segura de lo que iba a hacer y aunque no sabía por qué, sabía que esta vez no daría la vuelta a la realidad.

Javier se acercó despacio, quitándose la chaqueta y la camisa, pegándose a ella, sintiendo su piel y notando la presión de las tetas, suaves y blandas contra su pecho. El beso les volvió a unir y ella sintió la urgencia de él, su deseo contra su vientre, sus caricias, la respiración entrecortada y agitada sobre su nuca, sobre su oreja.

Algo ahí abajo se contrajo y mandó el primer aviso a su cerebro. Cerró los ojos mientras su mano se acercaba a la cintura de él, buscando la hebilla del cinturón, deseando sentir todo su cuerpo contra ella, eliminar todos los obstáculos que se interponían y hacer el amor por fin.

Si, para eso había ido esa noche, estaba segura de que hoy sucedería. Todo se había confabulado para hacerlo posible y se hubiera quedado decepcionada si el no la hubiese invitado a subir a su habitación. Pero el guión se cumplía sin fallar una línea y asimismo estaba convencida de que él también sabía que esa noche ella aceptaría al fin acostarse con él.

Se tapó un poco el pecho con las manos y se quedó mirando como el se acababa de desnudar y abriendo la cama, se tumbaba sobre ella, sin dejar de mirarla, observando su vergüenza y enseñando su cuerpo tranquilamente, con absoluta normalidad.

Allí, tumbado, esperó tranquilamente. Seguía sin tener prisa, sin presionarla lo mas mínimo, seguro de que ya no habría vuelta atrás esta vez. Ella vio su cuerpo delgado pero fuerte, con un asomo de barriga propio de los años, que la posición no acababa de ocultar, y fijó la mirada en su pene, todavía algo flojo pero intentando levantarse para la ocasión

Venció el ultimo resto de pudor que aun le quedaba, y aproximándose a la cama, frente a él, se bajó lentamente las bragas, dejando ver poco a poco el vello de su pubis, lisito y claro, cortito como a ella le gustaba llevar, y que dejaba ver perfectamente su rajita palpitante y sonrosada entre los labios carnosos y turgentes.

Se dejó tocar mientras sentía que cada parte de su cuerpo que rozaban sus manos se convertía en una llama, en carne ígnea que la devoraba. La sensación de estar haciendo algo prohibido, trasgresor la excitaba mas que las caricias que recibía.

Sintió su pene hinchado golpear sus muslos y no lo dudó: amarrándolo con una mano, lo dirigió hacia ella, hasta apuntar a la entrada de su sexo, abierto con la otra mano libre y tras un instante de extasiada espera, sintiendo como quemaba su piel sensible y húmeda, fue bajando su cuerpo y lo hundió totalmente en su interior.

Ya estaba hecho. La infidelidad se había consumado, ya no tenia que pensar en nada, todo daba igual ya, solo importaba gozar. Él paraba o aceleraba conforme notaba la vibración de su cuerpo, su respuesta. Quería que ambos alcanzaran el orgasmo simultáneamente y no se daba cuenta de que ella ya estaba en el clímax, rígida y convulsionada. Solo cuando la oyó gemir, dar gritos ahogados por el placer, se abandonó también al goce, descargándose en su interior en un ultimo espasmo.

Ya… ya…

Solo acertaba a decir, entre vibraciones ocasionadas por el roce de su pene en el clítoris sensible y dolorido.

Ya… ya… para…

Cada vez que un dardo ardiente surgía de su sexo recorriendo todo su cuerpo hasta llegar al cerebro.

Ya… ya… basta…

Aun decía bajito cuando el la pegó a su cuerpo con fuerza, para rodar, dejándola tumbada sobre la cama y se apoyó sobre el antebrazo para aliviarla del peso de su cuerpo; y un enorme suspiro, un letargo y abandono total, se apoderó de su cuerpo cuando el pene disminuido se resbaló, despacio, saliendo al fin de su interior.