Novatas en una residencia de estudiantes (1)
Cómo un chaval hetero, machito, pijo y seguro de sí mismo, es puteado y humillado por otros chavales, haciéndole dudar de todo. Este relato no contiene sexo explícito.
Debo advertir de que esta no es una historia con contenido sexual explícito, sino más bien sobre control físico y mental, humillación pública, y exhibición.
Cuando me trasladé a Barcelona para realizar mis estudios universitarios, estuve durante el primer año viviendo en una residencia de estudiantes. No es que me pareciera la mejor idea del mundo, pero es lo que tocaba
Entonces yo tenía 19 años. Era un chaval muy chulillo, que iba de duro y de machito, acostumbrado a que las tías buenas se murieran por mí, y acostumbrado a hacer básicamente lo que me daba la gana. Capitán de mi equipo, jefe de mi pandilla de colegas, mayor de cuatro hermanos La reputación de machito, sobre todo, a esa edad, era algo que tenía como un bien muy preciado.
Físicamente, estaba realmente muy bien. Futbolista desde los nueve años, había practicado la natación hasta los 16, y los últimos dos años el gimnasio me habían hecho adquirir un cuerpo muy bien formado, musculoso, con duros pectorales y espaldas anchas, una cintura muy estrecha, y sobre todo un trasero y unos muslos potentes, típicos de futbolista, algo que todas las tías con las que había estado me repetían constantemente. La melena pijilla hasta los hombros. y el permanente bronceado que mi piel exhibía incluso en invierno, cerraban un conjunto que ciertamente aparecía atractivo a la vista.
He de decir también que, aunque consciente de mi atractivo físico con las chicas, no era ésta una cuestión que me gustara sacar a relucir. Había sido ducado como el mayor de cuatro hermanos en un entorno donde el atractivo físico en un chico era visto poco menos que como una mariconada. Así, llamar la atención por guapo era algo que me producía una vergüenza tremenda, y ya no digo nada sobre la posibilidad de atraer las miradas de algún chico debido a esto. Un machito chulo como yo jamás debía permitir algo así.
Así era yo cuando entré en la residencia. No imaginaba lo que iba a pasarme.
La residencia era mixta, aunque los dormitorios estaban separados, y estaba bastante bien. El primer día, un chaval de veteranos, me enseñó la residencia y estuvo conversando conmigo. Me contó que en la residencia existía una tradición anual, que llamaban la semana del novato, y que consistía básicamente en putear y hacer novatadas a tres chicos elegidos de entre los nuevos, normalmente extranjeros.
Los novatos eran escogidos por votación, en una fiesta de bienvenida que se celebraba al día siguiente, entre un público de chicos y chicas, donde podían votar todos aquellos que llevaban en la residencia más de dos años. Al parecer, los novatos elegidos debían, durante toda una semana, obedecer cualquier orden que recibieran de los veteranos.
La verdad es que aquello me puso algo nervioso. Le dije al chico que no entendía cómo los novatos eran tan pardillos de obedecer y seguir el juego, y el se sonrió:
-Vaya, tenemos un chulito entre los nuevos, ¿no es así?. -
A ver, yo desde luego no pienso obedecer las órdenes de nadie. -
Ja ja ja - Se rió él Bueno, eso habrá que verlo si eres elegido. Todos lo acaban haciendo, es mejor pasar una semana puteado que todo un año
Aquel cabrón me dejó un poco intranquilo. Finalmente decidí no preocuparme. Según había dicho casi siempre eran los guiris los que pagaban el pato.
Así llegó el día siguiente y todos los novatos fuimos convocados en el salón de actos de la residencia. Éramos unos veinte, y nos hicieron salir al escenario. Yo era de los más mayores, efectivamente había muchos extranjeros, y la mayoría no aparentaban más de 18 tacos. El salón de actos estaba lleno de público, tanto de tíos como de tías. Parecía que habían estado bebiendo, y había muchos griterío.
Como primera prueba nos hicieron presentarnos y hablar medio minuto cada uno sobre nosotros. Uno de los veteranos hacía de presentador, y las burlas hacia nosotros eran constantes, aunque la mayoría de los novatos no las entendían, ya que no dominaban castellano. Yo me estaba poniendo de una mala leche de la ostia Aún así, hice la prueba y me presenté.
Después, el presentador propuso la segunda prueba: teníamos que bailar una canción todos juntos durante un minuto.
Sí, hombre- Pensé Va a bailar su puta madre, ni que fuera marica-
Así que me quedé quieto durante el minuto, mientras el resto de novatos hacían patéticos esfuerzos por bailar, entre el descojone de los veteranos (y las veteranas, que eran casi más crueles).
Entonces el presentador dijo que, de uno en uno, los novatos tenían como tercera prueba que enseñar el torso desnudo, es decir, fuera toda la ropa de cintura para arriba.
Aquello fue demasiado para mí. Desde el principio pensé en negarme a hacerlo. Me sorprendió cómo el resto de chicos pasaba por el aro, y sonrientes, tomándoselo a broma, se iban quitando de uno en uno, la camisa, camiseta, y todo lo que llevaban
Cuando me tocó a mí dije que no quería hacerlo. Al presentador le cambió la cara y el público empezó a gritar más fuerte. El chico me lo preguntó hasta tres veces, me aconsejó hacerlo por las buenas, y con cada negativa, el griterío se hacía más fuerte y las risas también.
Está bien, tendremos que usar el método por las malas- Dijo finalmente.
No había acabado de decir esto, cuando, como si hubieran estado esperando una señal, subieron al escenario unos diez tíos de las primeras filas y se abalanzaron contra mí.
Me pillaron totalmente de sorpresa. Me derribaron, y casi sin darme cuenta estaba en el suelo tumbado boca arriba con varios de ellos encima, inmovilizando mis piernas, mis brazos, mi cabeza Dos de ellos se colocaron a caballo encima de mí, de forma que casi no podía moverme, casi ni respirar. Oía gritos y risas de todo el salón. Empecé a gritar que me dejaran en paz, y uno de los cabrones me tapó la boca con la mano. Joder, en muchos años jamás un tío me había puesto la mano encima. Intenté morderle y me dio una ostia en la cara, de las que pican. Otro me agarró del pelo.
Prácticamente no podía moverme. Noté entonces mogollón de manos que tiraban de la ropa que llevaba puesta. Noté unas manos desabrochándome las zapas, otras los botones de la camisa, otras el cinturón, y otras manipulando los botones de mis vaqueros de marca. Joder, me iban a despelotar. Luché lo que pude, y se lo puse complicado, especialmente el tema de sacarme los vaqueros. Daba patadas, me revolvía Como represalia recibí algún toque en el paquete, que me hizo gritar de dolor, pero lo cierto es que en menos de cinco minutos me habían despelotado. Solo me dejaron la ropa interior, unos boxer CK blancos cortitos, algo ajustadillos, pero no en exceso.
Una vez en calzoncillos, aún en el suelo, uno de los cabrones me cogió de la banda elástica de los CK, y me preguntó:
Ahora viene la pregunta clave: ¿Vas a portarte bien a partir de ahora o te dejamos en pelotas?
A mí un color se me iba y otro se me venía. Tenía ganas de darles de ostias a todos. Los hubiera matado. Pero entendí que, aunque fuera más fuerte que cualquiera de esos cabrones, no podía controlar la situación, así que decidí tragar mi orgullo, y humillado, contesté:
Está bien. Lo que tú digas...
La gradería rugió y empezó a reír y aplaudir. Me soltaron y me puse de pie, con mis boxers. Aquí fue cuando casi se hunde el salón de actos. Las tías empezaron a chillar, a silbar, y a gritar. Se oía de todo:
¡¡Tio bueno!! ¡¡Culazo!! ¡¡Ven, que te voy a hacer un favor!!
Estaba granate de la vergüenza. Me dejaron ponerme las bambas y tuve que quedarme así, en boxers, en el escenario, mientras el resto de novatos se quitaba la camiseta (evidentemente nadie más se negó), y mientras se producía la votación posterior. Algún veterano me dio un toque en el culo entre burlas, como si yo fuera una azafata de esas que salen en la tele, para decoración, para el descojone de todos. Yo me tapaba el paquete con las dos manos, hasta que me dijeron que las debía poner atrás, hasta que acabara la ceremonia.
Por fin llegó el momento temido del recuento. Contaron los votos, y leyeron el resultado. El tercer chico con más votos era un chavalillo sueco delgado, no aparentaba ni 16 años, muy blanco de piel, con cada de crío, pelo rubio liso, algo larguillo, y ojos azules. El segundo chico con más votos era un italiano, 18 años, muy moreno de piel y de cabello. Algo más alto que yo, estaba delgado, pero tenía el cuerpo muy fibroso, sin vello al igual que yo, y con los ojos verdes. Tenía algo femenino en su cara, aunque llevaba perilla muy fina.
Entonces lo entendí y me imaginé lo peor. Las chicas habían elegido para dar caña a los chicos que mejor estaban físicamente. Supe que me iba a tocar, y así fue. Dijeron mi nombre. Era el ganador. Hubo muchos aplausos.
El resto de la ceremonia sucedió muy aprisa. Eligieron un nombre para cada uno de nosotros. El mío fue Melenas. Por este nombre deberíamos atender durante la semana durante la que íbamos a ser los novatos, y nos lo escribieron con rotulador en el pecho, advirtiéndonos que si se borraba debíamos volver a escribirlo.
Las reglas por lo demás eran sencillas. Desde ese momento, y durante siete días, los tres debíamos obedecer, en todo momento, por el día, por la noche, cualquier orden que un veterano nos diera. Cualquiera. En una semana, se celebraría otra ceremonia, de despedida, en el mismo salón de actos.
Me devolvieron la ropa, me vestí de nuevo allí a la vista de todos, y me fui a la habitación o más aprisa posible. Allí me sentí a salvo. Repasé todo lo sucedido y no podía creerlo. Aquello, para un machito como yo, había sido una humillación bestial. Estaba furioso, pero además, noté que estaba preocupado. Preocupado porque no sabía que pasaría ahora, y había experimentado por primera vez, no tener el control sobre lo que ocurría a mi alrededor.
Durante un momento pensé que lo peor ya había pasado, y que probablemente la semana pasaría rápido y con alguna pequeña broma pero nada más. Me equivocaba, aunque en ese momento no sabía cuánto.
Estaba durmiendo y fui despertado de golpe. A pesar de haber cerrado con llave, habían entrado en mi habitación varios tíos. No lo entendía, probablemente tenían llaves maestras. Sufrí de nuevo la misma humillación. Me despelotaron del pijama por la fuerza, y, una vez nuevamente en boxers, me sacaron de la habitación. Allí en el pasillo estaban mis dos compañeros de infortunio, también en ropa interior.
El sueco llevaba unos boxer de tela bastante cutres. Realmente estaba muy delgado, y tenía la piel muy blanca. El italiano, unos slips azules tan estrechos y cortitos, que el pobre iba marcando hasta el dni (me dio a mí vergüenza por él, solo de verle). Una de las cosas que me humillaba más por aquellas fechas era la idea de marcar, culo o paquete, delante de alguien, por ejemplo en la playa. Lo encontraba algo propio de maricones. Aunque tenía algunos slips, siempre que había entrenamiento, yo me ponía boxers, rollo CK o marcas similares, la ropa interior que esperas encontrar en un machito. Con decir que a los 16 años dejé la natación por la vergüenza que me daba tener que competir en speedos
Nos condujeron por los pasillos de la residencia, y nos sacaron al patio. Era febrero y por la noche, debía haber unos 8 o 10 grados de temperatura. Cabrones de mierda.
El que llevaba la voz cantante dijo lo que teníamos que hacer.
Bien, reclutas. Vais a hacer un poco de ejercicio . ¡¡ 60 flexiones!! ¡¡YA!!
Nos echamos al suelo y empezamos a hacer flexiones. Primero el sueco. El pobre chavalín no tenía pinta ni de poder hacer veinte flexiones. Efectivamente, al poco rato temblaba al levantarse. Uno de los veteranos, puso su pie en el suelo, entre sus piernas, debajo del paquete del chico y le dijo que en cada flexión que no se levantara y se agachara correctamente, su pie impactaría en sus bolas. Al poco rato, las bolas del sueco debían estar machacadas, porque le habían metido ya seis o siete toques en los cojones.
Cuando se cansaron de verle levantar su culo en pompa debido a la presión de la zapa, le tocó al italiano. El chico hizo todas las flexiones, las sesenta. También le hicieron la prueba del pie, y le metieron dos o tres toques en los cojones durante la prueba, que le hicieron exclamar un grito de dolor y de sorpresa. Al estar de pie detrás de él, veía perfectamente como la punta de la zapa del veterano, impactaba en el paquete azul del chico, que se visualizaba con claridad al tener las piernas ligeramente abiertas. Me dolió hasta a mí.
Me tocó el turno. Podía hacer sesenta flexiones sin pestañear. Pero cuando estaba a mitad, rezando porque no me tocaran los huevos (nunca mejor dicho) de pronto noté un chorro de agua helada que impactaba contra mi cabeza. ¡Me estaban regando con una manguera como a una planta! ¡Cabrones! Joder, qué fría estaba!!!
Me calaron de agua de arriba abajo, la espalda, el pelo, el culo Mis boxers blancos se mojaron y se me pegaron más al cuerpo. Los cabrones dirigían con un dedo la presión de la manguera y me apuntaban de abajo a arriba, a la cara ahora, a la boca, me ahogaba Luego la dirigieron a mi paquete desde atrás, dándome en los huevos, mientras seguía haciendo flexiones Cómo se reían. Cuando acabé, pensé que todo había terminado, pero me dijeron que tenían una prueba más.
¡A ver! ¡Melenas y Tortellini!, que parece que os habéis quedado con ganas de hacer más flexiones Vais a hacer treinta más, pero ¡juntos!
Yo al principio no entendí qué quería decir.
Uno dijo:
-¡Buena idea! ¡A ver, quién tiene pinta de más marica de los dos!
-¡Joder, difícil lo pones!- Contestaba otro, y todos reían.
La madre que los parió. Jamás había sufrido tanta humillación junta. Yo pensaba para mis adentros: si un chaval del pueblo donde vivo me insultara así, no pasarían más de cinco segundos sin que le chafara la cabeza Sin embargo, allí estaba, aguantando carros y carretas.
-¡Venga, melenas debajo, que con la pinta de machito que tiene, le joderá más!-
Me hicieron ponerme tumbado en la hierba boja abajo, como preparado para hacer flexiones, y al italiano le hicieron ponerse exactamente igual pero encima de mí, los brazos ligeramente más abajo, entre mis sobacos, y la cabeza algo ladeada a mi derecha. Las reglas eran sencillas, teníamos que hacer las flexiones a la vez, subiendo yo solamente hasta media altura. Vigilarían que no fuéramos a separar ni un cm, en tres puntos de contacto: mi oreja y su nariz, mi espalda y su pecho, y ¡¡mi culo y su paquete !! (esto lo vigilaban desde atrás, ya que nos hicieron abrir bastante las piernas).
El siguiente minuto lo recuerdo como uno de los más humillantes de mi vida. Sintiendo la respiración de otro chico en mi oreja, tan pegado a mí que podía sentir cada músculo de su cuerpo, con su paquete en mi culo lo podía notar perfectamente, ya que como he dicho los slips de aquel tío le marcaban todo y no calzaba precisamente una herramienta pequeña. Me sentía casi violado. Si algún chico de mi ex-instituto me hubiera visto así, o alguno de mis hermanos no lo podrían creer. Yo, el machito, el homófobo
Nos remojaron con la manguera, y el agua me caía desde su cuerpo. Con la luz nocturna la piel morena de ambos parecía de marfil, y deslizaba la una contra la otra. Vi brillar algún flash. Estupendo: nos estaban haciendo fotos. Cuando estábamos acabando, a un gracioso se le ocurríó pisar el culo del italiano, clavándo su paquete en mi culo, y haciéndonos apretarnos a los dos contra el suelo. Nos tuvieron así veinte segundos. Joder, notaba la herramienta de Tortellini y mi propio paquete estaba chafado contra el suelo
Luego se cansaron y nos dijeron que podíamos ir a la cama. Aún tuvimos que aguantar las burlas durante el camino: comentarios como si nos había gustado, si queríamos que nos dejaran a solas esa noche El italiano estaba rojo como un tomate. Sus ajustados slips azules, con el remojo no dejaban nada a la imaginación. Diría que el chaval estaba incluso algo empalmao, .. Yo sentía que había perdido parte de mi hombría.
Así acabó la primera noche.