Novatadas en una residencia de estudiantes (Final)

Final de la historia donde un chaval hetero, machito, pijo y seguro de sí mismo, es puteado y humillado por otros chavales, haciéndole dudar de todo. Este relato no contiene sexo explícito, sin embargo contiene episodios de sm gay, si no te gusta el tema o te vas a sentir ofendido, abstente de seguir leyendo, y no montes escenas luego, por favor.

El resto de la semana pasó más rápido de los esperado.

Hubo más humillaciones, sí, y yo las fui sufriendo, una tras otra.

Este proceso no fue gratuito en absoluto. Sus consecuencias me marcarían muchos años después, aunque yo empezaba a percibir los cambios en aquel momento, no siendo consciente del todo pero sí notando ciertas cosas, que no podía eludir.

Me estaba transformando en otra persona. Mi personalidad estaba cambiando. Yo era hasta entonces un machito hetero, creído, chulito, cabrón con las tías, algo homófobo, intransigente con la nueva moda metrosexual que por entonces empezaba (al menos lo era de boquilla). Hasta ese momento, jamás otro tío me había puesto la mano encima. Era respetado por mis amigos, hermanos, colegas del fútbol, y admirado por todas las chavalillas del barrio.

Sin embargo, en qué me había convertido. En alguien al que, cualquiera, ¡cualquiera!, podía dar una colleja en un momento dado, tocar el culo, dejar en gayumbos en medio del pasillo. Era alguien al que habían cambiado el aspecto contra su voluntad. Cada día, al calzarme los slips de Alex, me miraba al espejo y veía a una persona que no era yo. Veía a un tío con ganas de provocar, un calientachochos, una bomba sexual.

Sin embargo, incluso esa percepción también se iba suavizando.

El primer día que me puse sus slips, me costó una eternidad hacerlo. Era humillante. El segundo fue simplemente difícil. Cual fue mi sorpresa cuando el último día, me sorprendí a mí mismo poniéndome aquella ropa interior con la misma normalidad con la que antes me ponía la mía. Me había acostumbrado a marcar paquete, a mi nueva imagen… Lo más increible es que el día que me puse mis CK de nuevo, tras aquello, ¡me sentí extraño!.

Que me dejaran en gayumbos delante de todos en cualquier parte se había convertido en una práctica habitual. Recordaba el primer día cuando en la fiesta de iniciación me obligaron a quitarme la camiseta. Me negué con rabia, y todos habéis leído cómo me obligaron, por la fuerza. Fue una dura lección: yo no controlaba mis propios actos, otros lo hacían por mí, y yo no podía hacer otra cosa que obedecer. Costó aprender la lección, pero al final de la semana, sacarme los vaqueros y posar en slips era tan frecuente, que solamente teñía levemente de rojo mis mejillas.

La espiral de la humillación era así. Una vez obligado a hacer algo una vez, hacerlo la siguiente no era ni la mitad de humillante, de doloroso, de vergonzante. Y solamente cuando el grado de humillación era mayor, salía nuevamente mi verdadero yo, rebelde, chulo, machito

Sin embargo, la fuerza nuevamente me enseñaba a obedecer. No era dueño de mis actos, otros lo eran, y esa sensación de impotencia, era extraña, muy extraña, y me estaba acostumbrando a ella.

Evidentemente todas estas reflexiones son fruto de mucho tiempo después, aunque germinaran en aquel momento. Por aquellos días solamente quería que la tortura acabara cuanto antes.

Y por fin llegó la ceremonia de cierre. Estaba planeada casi toda la tarde del viernes.

Los tres novatos recibimos instrucciones. Debíamos estar en el escenario media hora antes para que nos explicaran las diferentes pruebas que deberíamos pasar durante la ceremonia.

Allí estábamos. Alex (el chico italiano), el chavalín sueco (ambos rapados), y yo. Preparados para el sacrificio. Alex me miraba de reojo sonriendo tímidamente. El chavalín sueco tenía cara de acojonado.

La verdad es que los cabrones se habían currado bien el programa. Básicamente la tarde consistiría en diversas pruebas en forma de competición entre nosotros tres, de forma que cada una de las pruebas, ya de por sí humillante, tendría como castigo para el perdedor otra humillación aún mayor.

Todo esto delante de un salón de actos lleno hasta reventar de chicos y chicas (ellas ocupaban las primeras filas para no perderse nada) sedientos de sangre.

La primera prueba que pasamos Alex y yo, consistió en hacernos beber una botella de vodka de 350ml a palo seco cada uno.

Nos hicieron quedarnos desnudos de cintura para arriba, para deleite de todas las golfas que gritaban desde sus butacas.

-Venga, ahora de rodillas.

Nos hicieron arrodillarnos y nos ataron las manos detrás de la espalda.

-Estas son las reglas, os vamos a ir llenando la boca directamente de la botella, y vais a ir tragando. Cuidado con tirar nada. Cuidado con atragantaros. El primero que vacíe la botella, gana.

Uno de aquellos cabrones me cogió del pelo a la altura de la nuca y me amorró a la botella. La sensación de impotencia al tener las manos atadas atrás era muy intensa.

Vodka era la bebida que normalmente solía beber, pero jamás sin mezlar. Aquello me ardía la boca. Hice por tragar, y la garganta también me ardió. No pude evitar que me escurriera algo por las comisuras de los labios, lo que provocó una colleja.

-Traga, inútil.

Me sentía muy humillado. El hecho de tenerme agarrado del pelo era algo que siempre me había jodido muchísimo. Mi pelo era sagrado. No me gustaba que nadie lo tocara. Aquel tío manejaba mi cabeza con soltura desde la nuca, me sentía como una marioneta.

Pero además, el hecho de estar siendo obligado a beber alcohol contra mi voluntad suponía un nivel de sumisión que me resultaba imposible de concebir. Me estaban obligando a ingerir una sustancia que, aún no siendo en una cantidad desmesurada, iba a provocarme los consabidos efectos secundarios, anulando o alterando mi voluntad. Era casi como drogarme a la fuerza.

Sin embargo, yo seguía tragando. Miré de reojo a Alex. Al igual que en mi caso, el vodka chorreaba por sus labios, deslizándose por su pecho, sus abdominales y humedeciendo sus vaqueros. El cuerpo de Alex, al igual que el mío, carecía de vello en el torso. Ello hacía que los músculos se marcaran más. Le quedaba más o menos la misma cantidad que a mí.

Era duro tragar. Me quemaba la garganta. Pero debía de ganar e hice un esfuerzo. El cabrón que sostenía mi botella no la retiraba hasta que veía que el líquido se me salía de la boca. Quedaba un último apretón. La botella se vació. El cabrón levantó la botella vacía en alto y la muchedumbre rugió.

Con la boca llena miré como Alex terminaba también apenas diez segundos después que yo.

Yo había ganado.

Me desataron.

Sin embargo a Alex no.

Le sacaron los vaqueros y lo dejaron en gayumbos. Se puso colorado. Reconocí uno de mis CK, blanco radiante, que contrastaba con su piel muy bronceada. Era un boxer de algodón. Desde luego era su talla. Ambos usábamos la misma. El bóxer le daba un aire de machito pijo (lo que yo había sido toda mi vida).

Lo apoyaron contra una pared y además de atarle las manos atrás le pusieron una argolla en el cuello, enganchada a la pared de forma que no podía mover su cabeza ni separarla de la pared. Lo mismo hicieron con cada uno de sus tobillos.

El chaval quedó totalmente expuesto, en boxers, con las piernas separadas e inmovilizadas, las manos atadas a la espalda, y la cabeza fija por el cuello. Al principio hizo unos leves movimientos de forcejeo, lo que provocó que sus músculos se tensaran y se marcaran aún más. Alex estaba delgado, no estaba tan formado como yo, mi brazo era casi el doble que el suyo, y lo mismo mi pecho o mis muslos, pero era todo fibra. Me acordé cuando casi me vence en la lucha.

No sabía que iban a hacer con él, pero seguro que no era nada bueno.

Mientras contemplaba la escena, me di cuenta de que el alcohol empezaba a hacerme efecto., ese leve achispamiento de la primera copa. Uf, aquello era solo el principio, me acojoné… ¿Qué pasaría si pillaba un pedal?

Sacaron una caja de plástico. Estaba llena de globos de agua, del tamaño de un melocotón grande.

-Tiradores! En posición!

Formaron inmediatamente una fila de cinco veteranos delante de Alex, aproximadamente a unos 10 metros.

-Carguen… ¡Armas!

Cogieron un globo cada uno.

-Apunten!

Todos sabíamos qué iba a pasar a continuación. Alex también lo sabía. Su repentina cara de pánico lo delató. Intentó retorcerse para proteger las partes de su cuerpo que pensó más vulnerables: la cara, el paquete, el abdomen… pero las ataduras se lo impedían casi totalmente.

Y ocurrió.

-FUEGOOOOO!

Cinco globos de agua fueron lanzados hacia él con toda la fuerza de la que fueron capaces. Uno le impactó en todo el cebollo rapao, lo que le provocó de rebote un coscorrón contra la pared. Fue el más humillante. Dos de ellos le impactaron en los huevos, uno medio de lado, pero el otro, de lleno. Alex dio un gritó de dolor. El cuarto le estalló en la mitad de las abdominales, y el quinto le rozó los hombros y estalló contra la pared.

La muchedumbre gritaba y aplaudía.

Repitieron esta operación tres veces más.

Una vez Alex hubo experimentado los primeros impactos, aún intentaba protegerse con más ahínco en las siguientes tiradas, pero en vano.

Le dieron en los huevos repetidas veces. Pronto sus CK (mis CK!) estaban totalmente mojados, y le marcaban todo, empezando a transparentar, lo que dio pie a silbidos entre las chicas. Sus abdominales también recibieron impactos. Le daban tan fuerte que daba la impresión de que un roca chocara con otra, rompiéndose en mil pedazos. Recordé lo duro que Alex tenía el cuerpo. Otro chaval lo habría pasado incluso peor.

Los globazos en plena cara eran los más humillantes. A pesar de que intentaba protegerla no lo conseguía. Al terminar, su cuerpo presentaba rastros varios de los impactos, en forma de ronchas rojas, especialmente en el abdomen y la cara.

Después de darle unos cachetes muy humillates, le desataron y le dejaron ponerse los vakeros de nuevo.

-Has aguantado bien, Tortellini- Le dijo uno.

Yo me notaba cada vez más pedo. La bebida en ayunas me había subido muy rápido. Cabrones.

La fiesta debía continuar.

Les tocó el turno al sueco y nuevamente a Alex. Menos mal, me libraba de momento.

Les ordenaron simular que el chavalín sueco le practicaba una felación a Alex. El chaval debía arrodillarse delante de él, y simularlo con todo detalle. Ganaría la prueba aquel que estuviera más convincente.

-¡Qué cabrones!- Pensé para mis adentros- Menos mal que me he librado de ésta.

Aún no sabía lo que me esperaría más tarde.

Ganó la prueba Alex. Estuvo realmente convincente, quizá debido al pedo que debía llevar igual que yo, que lo desinhibía más. Cogió de la cabeza al sueco y se la trabajo como si se la estuviera chupando de verdad. Gemía y simuló un orgasmo que pareció real.

La gente se partía de risa. Incluso aplaudieron al final.

Al sueco, por perder, le hicieron una putada asquerosa. Lo sentaron en una mesa y le pusieron delante una hamburguesa y una cocacola.

-Te vamos a hacer diez preguntas de cultura general- le dijeron- Si aciertas, no pasa nada. Si pierdes, te vamos a echar un japo. Puedes elegir entre la hamburguesa o lo coca-cola. Cuando acabemos, ya te explico más.

El sueco palideció. Lo había entendido, sí.

Las preguntas no eran muy complicadas, pero sí lo eran para un mocoso extranjero. Yo creo que la mitad no las entendió. Se ganó diez japos, de diez tíos distintos. Se los echaron todos en la hamburguesa, entre la tapa y la carne.

Al terminar, cuando levantaron el pan, podían incluso apreciarse claramente los japos, tal era la cantidad que había acumulado.

-Bueno, chaval, ¿tienes hambre?

El chico estaba blanco, parecía que ya le venían las náuseas.

-Tienes cinco minutos para hacerla desaparecer. ¡Andando!

El chico tomó la hamburguesa y la miró. El pan estaba incluso reblandecido.

-Vamos!

Seguía indeciso. Le dieron un pedazo de colleja que sonó en todo el salón de actos.

-Vamos!

El chico cerró los ojos, tomó un bocado y lo dejo en la boca, sin masticarlo. Su cara era un poema. Nunca he visto una mueca de asco semejante.

-Vamos! Mastica y traga!

El chico empezó a masticar y finalmente tragó, ayudado de la cocacola.

Aplausos.

-Vamos, tienes cinco minutos para acabártela toda, o te hacemos una hamburguesa nueva.

El chico fue, poco a poco, bocado a bocado, tratando de tragar aquella repugnante hamburguesa con los diez regalos. Se notaba que le costaba masticar. Arcadas le sacudían de vez en cuando, y una lágrima le surcaba silenciosa su cara aniñada.

Sin embargo, consiguió hacerlo en menos de cinco minutos.

Nuevamente me tocaba el turno a mí.

-Melenas, y Tortellini… ¡A jugar!

No me imaginaba lo que nos esperaba.

-Venga, parejita, ya que a los dos os gusta mucho exhibir musculito delante de las chicas… ¡Lo primero! ¡Sacaos la ropa! ¡En gayumbos, AR!

Gritos histéricos de todas las tías.

Alex, que ya se había vestido nuevamente, tras la ducha de globos, hizo ademán de llevarse las manos a la bragueta, para desabrocharse los botones del vaquero. Yo, colorado, me dispuse a hacer lo mismo.

-¡No, no! ¡Un momento! No lo habéis entendido bien. ¡Sacaos la ropa el uno al otro!.

Gritos histéricos sonaron con el doble de fuerza.

A pesar de que todo el alcohol que llevaba encima ya me provocaba una congestión más que razonable, en aquel momento noté cómo toda la sangre me venía a la cara, y se me oscurecía la visión de la vergüenza. Me daba la impresión de haberme puesto colorado como un tomate.

Una cosa era quedarme en gayumbos, otra dejar que otro chico manipulara mi bragueta. Yo era un machito, ¿cómo iba a permitir eso? ¡Y delante de las chicas!...

Pensé en rebotarme. El alcohol tampoco me dejaba pensar con mucha claridad. Sin embargo, entendí que no tenía otra opción. Si me negaba, acabaría en el suelo con una afeitadora en mi cabeza.

Alex se acercó tímidamente a mí. Se le veía muy avergonzado, no me miraba a los ojos.

-Vamos! Tenéis un minuto!

Alex puso su mano en la parte superior de mis vaqueros, e intentó torpemente desabrocharme los botones de la bragueta. No hay nada más difícil que desabrochar un botón cuando estás nervioso o tienes prisa. Lo intentaba, pero se le resistían. Llevaba veinte segundos toqueteando mi bragueta y no había desabrochado ninguno todavía. Se oían todo tipo de comentarios vejatorios desde la grada. Yo estaba ciego de vergüenza. Un tío manipulando mi bragueta, mpfff.

-Os queda medio minuto. Si no estáis en gayumbos en medio minuto le pelamos al melenas.

Joder, lo que faltaba.

Alex se puso más nervioso, empezó a forcejear con mi bragueta a lo bestia. El problema es que los botones tenían un doble cierre que no se podía abrir excepto metiendo la mano por dentro. Se dio cuenta y lo hizo así. Accidentalmente, me metió mano dos veces sin querer en todo el paquete. Pegué un respingo, el se dio cuenta y se puso más rojo.

Al fin, de un tirón, abrió los tres botones, y me bajó los vaqueros hasta las rodillas.

Las chicas chillaron.

Yo me moría de vergüenza, Sin embargo, no había tiempo de eso. El público empezó a corear una cuenta tras desde diez. No podía aceptar que me pelaran.

De una patada me saqué los vaqueros, al tiempo que me abalanzaba sobre Alex. De un tirón a lo bestia le abrí la bragueta y le bajé los vaqueros, pegándole sin querer un toque en los huevos, y casi arrastrando los CK detrás. Noté humedad en mi mano. Alex todavía tenía los CK mojados de la putada de los globos.

Le saqué los vaqueros cuando la cuenta atrás llegaba a cero. No pudo ir más justo. Había salvado mi melena.

Una vez el peligro había pasado, la vergüenza por lo que había pasado volvió con más fuerza. Miré a Alex, que se intentaba colocar los CK en su sitio. Mojados, se le pegaban más a la piel, y le marcaban considerablemente.

Me miré a mí mismo y fui consciente de que mi situación era incluso peor. Llevaba unos calzoncillos de Alex, claro. Eran con diferencia los peores que había llevado durante toda la semana. De hecho, era la primera vez en mi vida que veía una ropa interior de tío similar.

Los gayumbos no eran un bóxer pero tampoco un slip. Mucho más cortos que un bóxer, muy bajos de cintura y muy altos de muslo, eran igual de anchos en los laterales que en la parte de delante, que en la parte de detrás, aproximadamente cuatro dedos de tela. Eso provocaba que parte de la parte inferior de mi potente trasero quedara fuera de los slips, y el paquete a duras penas pudiera contenerse dentro.

De una tela parecida a la licra, pero más adaptable incluso, eran de color negro, con ciertos reflejos brillantes. Mi paquete se adivinaba perfectamente. Solo colocándomela hacia abajo había sido capaz de meterla dentro, y eso aún provocaba que se marcara más. Al ser de cintura tan baja, el nacimiento de vello rubio del pubis, más cercano al abdomen, quedaba fuera y visible.

Con aquello puesto no se qué parecía. Un stripper de sex shop

Con las chicas aquel slip parecía tener bastante éxito. Gritaban y silbaban como locas. Yo me tapaba con las manos.

-Bueno, ahora que ya estáis en vuestra salsa, parejita, os diré en qué consiste la prueba.

Se hizo silencio.

-Voy a cronometrar un minuto, y durante ese tiempo, vais a tener que enrollaros. Y cuando digo enrollaros quiero decir morrearos, sobaros y todo lo que lo haga parecer auténtico. Y creíble. Pensad que al final de la prueba votaremos, y el que peor lo haya hecho será el que reciba el castigo. No es un pico lo que os pedimos, queremos lengua, que se vea que os gustáis- dijo con una sonrisa irónica.

Aquello, con diferencia, era lo peor que había escuchado desde que empezó la semana. Besar a un tío. Besar a un tío delante de todas las tías. Besar a un tío y seguir después con mi vida. ¿Podría seguir siendo el machito que siempre había sido después de eso?

No era una broma. Iba en serio.

Las chicas estaban encantadas. Se pusieron de pie lo más cerca posible del escenario. Pensándolo ahora desde la distancia, aquello debía resultar sumamente excitante para ellas. Dos tíos atractivos, con un pedazo de cuerpo, enseñándolo todo, en ropa interior, magreándose y morreándose… Seguramente era como ver un anuncio de modelos en la tele.

Cuántas veces, viendo películas porno con amigos, nos habíamos puesto cachondos perdidos viendo dos pedazo tías simulando alguna escena lésbica.

En aquel momento, sin embargo, no pensaba en nada de eso. Solo pensaba en lo que me esperaba. Y tampoco podía pensar con claridad. Estaba medio pedo. Quitándome los vaqueros casi me había caído.

Todo sucedió muy rápido.

-Venga, maricas, disfrutadlo. 3, 2, 1… ¡YA!

Después de ser linchado con globos de agua, Alex había entendido que, nunca mejor dicho, maricón el último. Quería ganar.

Me agarró del cuello con una mano, y me estampó los morros en toda la boca. Con la otra me agarró del culo y me apretó contra él, de forma que nuestros paquetes casi chocaron.

Joder, este chico, o estaba muy acojonado por la prueba, o era maricón perdido. Claro que: ¿qué era yo? Un chaval me estaba metiendo mano delante de cien personas y yo no hacía nada por impedírselo.

Parecía que se estaba enrollando con su novia. Notaba su lengua, explorandome hasta los rincones más remotos. Me estaba comiendo la boca a base de bien. Estaba como desesperado. Me recordó mogollón a una de mis exnovias, que siempre me besaba con esa desesperación.

Con una mano controlaba mi cabeza. Con la otra me metía mano en el culo. Me sentía totalmente manejado. Por mi parte hacía lo que podía. No quería perder. Nuestras bocas no se separaban ni para respirar. Mis ojos estaban a escasos centímetros de los suyos. Me sorprendí pensando que aquel chico tenía unos ojos más bonitos que muchas tías con las que había estado. Eran verdes, brillantes, enormes.

Alex podía haber trabajado como modelo de anuncio. Tenía un cuerpo duro y una piel suave, sin vello, como la de una tía. Intenté apartar ese pensamiento. Joder en qué me estaba convirtiendo. Cerré los ojos.

Oía todos los gritos desde la grada. Los chicos básicamente insultaban. Las tías no paraban de gritar piropos, a cual más groseros. Se estaban calentando.

Entonces noté que yo también me estaba calentando. Algo se despertaba bajo aquellos slips de diseño. El magreo de mi trasero, el jugueteo de su lengua, la presión en mi paquete contra el suyo, acentuada por los continuos apretones que me propinaba...

No, eso sí que no. Yo era un macho. No era marica. No podía pensar con claridad.

-Maaaaaaaariconeeeeeees!- Se oía desde las butacas.

El minuto me pareció eterno.

Pero acabó. No podía mirar a Alex a la cara. A él le pasaba lo mismo.

Ahora quedaba lo peor, saber quién había perdido.

Pero los muy cabrones aún lo hicieron más difícil. Decidieron que había sido un empate, y que para desempatar, harían una última prueba.

-Traed la pintura- dijo uno

Nos ataron las manos, a mí delante (menos mal, así podía taparme el paquete), y a Alex detrás (él quedaba expuesto de nuevo).

Entonces, sacaron unas brochas, y nos cubrieron de pintura. A mí me pintaron de azul, la espalda, el trasero, y la parte posterior de los muslos y piernas. A Alex le cubrieron de amarillo el torso, la parte anterior de muslos y piernas y la zona del paquete en sus CK

Los dos nos mirábamos sin entender.

-Estas son las reglas, nenas. Tenéis un minuto. Al terminar este minuto, aquel de los dos que esté más verde, gana. El otro pierde.

Cabrones. Pero cómo podían ser tan cabrones. Nos iban a obligar a refrotarnos el cuerpo del uno contra el del otro para conseguir el color mezcla, ya que nuestras manos estaban atadas.

Palidecí. Mi parte trasera iba a contactar contra su delantera. Era humillante para ambos, pero encima, yo tenía las de perder

Efectivamente, para mezclar los colores, Alex tenía que frotarse contra mí, su torso contra mi espalda, sus piernas contra las mías, su paquete contra mi culo.

Podéis imaginar la escena. Parecía que me estaba enculando. Eran tales las embestidas que me tiraba al suelo. En el suelo acabamos, yo debajo, aplastado por él, que no paraba de retorcerse encima mío. Sentía su paquete en mi trasero, lo movía arriba y abajo, de un lado a otro, para impregnarse de pintura.

La grada estaba descojonada.

Acabó la prueba y Alex estaba mucho más verde que yo. De espaldas había sido mucho más difícil pillar su pintura.

Perdí.

Pensé que me iban a rapar. Lo temía.

Sin embargo, me lbré; la última putada que me hicieron en la residencia no fue raparme.

-Bueno, melenitas, ya hemos visto que tienes mucho éxito entre las chicas, así que como última prueba, te vamos a vestir de stripper y vas a actuar delante de todas.

Era una putada, pero esperando lo peor, casi me pareció light.

Eso sí, tuve que vestirme con la ropa que ellos me dieron: un tanga de stripper, de esos que se desabrochan desde el costado, negro, de cuero, totalmente ajustado y lógicamente con el culo al aire. Unas botas altas, de caña, hasta la rodilla, negras. Un pantalón de cuero, ceñido hasta decir basta. A duras penas mis muslos y mi culo entraban. Lo petaban. Por no hablar de mi paquete. Más que un pantalón parecían unas mallas de super héroe. Y una camiseta sin mangas negra de licra, que, aunque una vez puesta daba de sí, cuando no estaba puesta ocupaba más o menos el espacio de una pelota de tenia, así era de ceñida.

Me vestí con aquella ropa.

Un puto. Es lo que parecía. Un puto.

Aquella ropa se ceñía a mi cuerpo resaltando todos los músculos, mi espalda en V y mi cintura estrecha, mis potentes muslos, dejando los torneados y bronceados brazos al descubierto, y marcando mi pecho como si no llevara nada.

-Melenas, esto va en serio, si lo haces bien, te libras, si no, te rapamos.

Fue el primer striptease de mi vida. No sé si sería debido al alcohol que había en mi cuerpo, el miedo por la rapada, o todo lo que había pasado ya, pero intenté hacer el striptease más caliente que fui capaz.

No creo que un stripper profesional hubiera tenido más éxito. Era como si no fuera yo mismo, como si fuera otra persona la que estuviera allí arriba bailando. Y aunque entonces no lo sabía, tras esa semana, efectivamente ya no era la misma persona la que estaba allí.

Dejé a todas las tías de aquel salón chorreando. Me libré y conservé mi melena.

Así acabó esa semana de humillación.

No fue gratuita sin embargo. Con ella descubrí en mí mismo una nueva personalidad.