Novatadas en una residencia de estudiantes (3)

Cómo un chaval hetero, machito, pijo y seguro de sí mismo, es puteado y humillado por otros chavales, haciéndole dudar de todo. Este relato no contiene sexo explícito, sin embargo contiene episodios de sm gay, si no te gusta el tema o te vas a sentir ofendido, abstente de seguir leyendo, y no montes escenas luego, por favor.

Durante mucho tiempo después de aquel día en el que me comí un japo de otro tío, cada vez que cerraba los ojos veía la imagen de cómo aquel hijo de puta lo dejaba resbalar sobre mi cara, después de haberme obligado a pedírselo yo mismo.

En apenas unos días, había sido humillado de formas que jamás hubiera pensado que era posible antes. Yo, el machito de la pandilla, el que no dejaba que nadie le tocara ni un pelo, el que se llevaba a las chicas de calle… ¿en qué me había convertido? .

Me miraba al espejo y no me reconocía. Me habían dado collejas, toques en los huevos, me habían obligado a exhibirme en ropa interior, me habían cortado un cacho de la melena, me habían obligado a comerme un japo, controlaban mi aspecto, mi ropa, y me hacían llevar la ropa interior de otro tío, que encima usaba slips ajustados de colores

No podía imaginar nada peor, pero lo peor estaba por llegar, quedaba todavía mucha semana por delante, y además estaba la ceremonia de cierre

Efectivamente no tenía un segundo de respiro. Parecía que toda la residencia disfrutaba puteándome. No era extraño que chicos, a los que yo no conocía de nada, me vinieran a pedir que me pasara por su cuarto a hacer alguna tarea: ordenar, limpiar el baño, llevar la ropa sucia a hacer la colada

Yo no había hecho ninguna tarea doméstica en mi vida. En mi casa, tenía a mis tres hermanos totalmente domesticados para que se encargaran de todas las tareas, y yo no daba golpe. Sin embargo esa semana me tocó pringar como nunca antes.

Obedecer esas órdenes era una putada, pero para mí los más humillante era la forma en que los chavales me ordenaban las tareas, con una mezcla entre de burla irónica y descojone.

Entre ellos, claro, no podía faltar el cabronazo del chico que me tiró el japo. Un día, me encontró por el pasillo y me dijo:

-Oye, melenas, en diez minutos te quiero en mi cuarto.

Con auténtico temor, a los diez minutos, llamé a la puerta.

-Adelante, melenas, pasa..

Estaba con una chica que yo creía que era su novia.

-Qué tal melenas, cómo va la vida, hombre, te tratan bien o qué.

Qué cabrón, cómo podía ser tan irónico. No dije nada.

-¿Se te ha comido la lengua el gato, maricón?

-No.

-No, ¿qué más?

Yo ya colorado.

-No, señor

Así me gusta, joder, es que no lo entiendes, te estás jugando esa melenita de maricona que tienes. Oye, mira, se me ha ocurrido que vas a quitarle el polvo a todos los muebles mientras mi novia y yo nos enrollamos, así que coge el trapo y ya puedes empezar, no nos molestes o te capo.

Intenté olvidarme de todo, cogí la bayeta e hice lo que pude para quitar el polvo de aquellos armarios llenos de cosas, pues como he dicho yo no tenía ni idea de esas tareas.

Mientras lo hacía miraba de reojo a la parejita, que se estaba metiendo un lote espectacular, ella sentada apoyada en la pared, y el medio a caballo encima de ella cara a la pared, morreándola y sobándola entera.

Mientras su novio le comía la boca, ella no dejaba de mirarme con cara de celo. Menuda fresca si no le importa hacer eso delante de mí, pensaba yo.

Entonces vi que le susurraba algo al oído de su novio, sin dejar de mirarme. Joder, hubiera jurado que estaban hablando de mí. Esto no podía ser nada bueno.

Efectivamente, de repente, aquel cabrón se volvió hacia mí, y me dijo.

-Melenitas, una pregunta, ¿tú no tienes calor con tanto ejercicio que estás haciendo?

-No, la verdad es que no- respondí.

-Sí, sí que tienes, melenas, tienes tanto calor que ahora mismo vas a sacarte toda la ropa menos los slips que espero lleves de tu amigo el marica italiano, y vas a continuar limpiando así.

Joder, con la puta de la novia

Hice lo que me decía. Efectivamente llevaba otros de los slips de Alex. Aquel chico no tenía mucha variedad en su ropa interior. Estos eran unos slips naranja butano, con una banda elástica negra en la cintura muy estrechita.

De una tela parecida a la licra, insinuaban perfectamente las formas de los glúteos, y dibujaban el paquete como una segunda piel, realzándolo, de forma que parecía incluso más de lo que había.

-Melenas, de verdad, con esos slips estás hecho un pedazo de maricona… ¿no crees Paula?

La muy zorra se rió

-Pues yo creo que le quedan bien- Soltó con cara de malicia.

Eso no le hizo gracia a su novio, se lo noté en la cara.

Me quité todo menos los slips y me puse las zapas otra vez, Intenté olvidarme de que estaba en slips y seguí con mi “trabajo”. Sin embargo, la chica no dejaba de mirarme. Me daba la impresión de que se estaba calentando conmigo. Se la veía superexcitada mientras su novio la besaba, pero ella no miraba al novio: me miraba a mí.

Noté que le susurraba algo de nuevo al oído. Al momento, recibí una nueva orden.

-Melenas, qué tal bailarín eres.

¿Bailarín? ¿Pero qué se le habría ocurrido a aquella zorra?.

-No sé bailar.- Dije yo.

Faltaría más. Bailar no es machitos, es de nenas.

-Uy, qué lástima, pues ya estás aprendiendo, zorra, quiero que a la vez que limpies muevas ese culo de marica que tienes.

Joder, cómo me trataba el cabrón… Le habría partido la boca allí mismo. Contra mi voluntad, simulé como si balanceara un poco las piernas, pero él no se iba a contentar con eso.

-He dicho que bailes, melenas, pareces un pato mareado en un geriátrico. Le voy a preguntar a mi novia, y como me diga que no lo has hecho bien, vete preparando

En manos de aquella guarra. Lo tenía claro.

Empecé a moverme como recordaba que los strippers se mueven cuando actúan. No podía creer que estuviera haciendo eso. Yo, que siempre había pensado que todos los strippers eran unos maricas.

Movia la cintura, tratando de que los movimientos resultaran morbosos. Las pintas que debía tener, con aquellos slips y haciendo aquel baile, debían resultar memorables.

A Paula le gustó. Joder si le gustó. Empezó a excitarse más y más. Lo notaba en sus ojos, que no me quitaba de encima, lo notaba en sus jadeos, en su respiración, se movía entre suspiros como una gata en celo. El cabrón de su novio estaba aprovechando bien la situación para magrearla por todos lados.

Estupendo, mi peor enemigo se estaba pegando un festín a mi costa

Nuevo susurro al oído, y nueva orden.

-Melenas, mi novia está incómoda, necesita algo para apoyar los pies.

Le iba a dar yo comodidad. Sin embargo me mordí los labios y busqué algo en la habitación que pudiera servir como apoyo a sus pies, que ahora colgaban en la cama. Sin embargo no encontré nada.

-No melenas, no lo entiendes, tú eres lo que estás buscando. Acércate y ponte a cuatro patas a los pies de la cama.

¿Será posible? ¿Me iban a obligar a hacer a mí de mesa?

Tirando por la borda la poca dignidad que me quedaba en aquel momento, me puse a cuatro patas.

-Así, no, de culo a nosotros. Eso es, baja la espalda un poco, que mi novia esté cómoda. Ja, ja, ja, así, perfecto, con el culo en pompa, ahora sí pareces un marica esperando que lo enculen.

Efectivamente yo no sé qué debía parecer, a cuatro patas, con la espalda arqueada, sacando el culo y las piernas entreabiertas. Y si entraba alguien en ese momento, dios

El cabrón saco el móvil y me hizo unas cuantas fotos, y Paula se quitó los zapatos y apoyó sus pies encima de mí, con una sonrisa.

-¿Estás cómoda?

-Mucho, mola esta mesa con melena, ja ja ja

Siguieron enrollándose.

De pronto noté que los pies de ella se movían, y empezó a rozarme el culo, y el paquete con los dedos de sus pies, entre mis piernas, primero muy suave, luego, poco a poco, con más intensidad.

Dí un respingo y me moví, intentando cerrar las piernas

-La mesa se mueve, díle que se esté quieta.- Dijo la muy guarra con inocencia.

El cabrón echó la vista hacia atrás por un momento (Paula aprovechó para poner los pies otra vez en mi espalda) y me dijo.

-Melenas, si mi novia se queja otra vez, te pelo. A cuatro patas y con las piernas abiertas, joder, parece que hablo en chino, ¿eres cortito, o qué?...

Necesité morderme los labios para no contestar que su novia era una zorra, y él un tontolaba, pero hice lo que me pidió.

Paula no necesitó un segundo para volver a la carga. Apoyaba los pies sobre mi culo, y con el dedo gordo me daba toquecitos en los huevos, como si tocara el badajo de una campana. Poco a poco se volvió más valiente, y era todo el pie en que metía entre mis piernas frotando su empeine contra mi paquete, que comprimido en aquellos slips, y con todo aquel masaje, empezaba a no poder acomodarse dentro de unos slips tan estrechos.

Joder, me estaba empalmando. De hecho, la muy zorra me estaba haciendo una paja en toda regla con su puto pie. Y su novio no se estaba enterando de nada.

Cuando se cansó, empezó a putearme aún más. Ya no eran toquecitos, eran golpes los que me daba en todo el paquete, que ahora estaba duro.. Parecía que estaba comprobando su elasticidad y resistencia al bamboleo. Además, como estaba de culo, no podía adivinar cuándo los toques se producirían, lo cual aún era peor. Aunque lo intentaba, no podía evitar algún gemido de sorpresa y dolor.

En uno de estos, se le acabó la paciencia a mi enemigo.

-Melenas, ya me has cansado, te la has ganado de verdad. Prepárate porque te voy a castigar pero bien. Ahora vete a tu cuarto, que me voy a follar a mi novia. Pero que sepas que el castigo llegará cuando menos te lo esperes.

Me levanté. Joder, estaba medio empalmado. Con aquellos slips mi paquete parecía algo surrealista. Él también lo vio.

-No te jode el melenas, si al final va a ser maricón de verdad… ¿Qué pasa, te ha gustado lo de ponerte a cuatro patas? Jua jua jua

Me empecé a poner la ropa.

-Mira, vamos a hacer una cosa, te vas a tu cuarto, pero así, como estás ahora, deja tu ropa aquí, ya volverás por ella. Venga, melenas, ya tardas, que tengo ganas de echar un polvo, algo que tu nunca podrás hacer, porque no eres un hombre.

Madre mía. Mi cuarto estaba bastante lejos del suyo.. ¿Cómo iba a andar todo el camino en esos slips butano y medio empalmado?

Mirando cómo Paula me despedía con esos ojos de guarrilla, decidí que lo mejor era hacerlo rápido. Abrí la puerta y eché a correr, tapándome la entrepierna con las manos. No sé quién me vio, no aparté los ojos del suelo. Oí risas, y algún insulto, pero nadie me paró.

Entré a mi cuarto y me eché a la cama. Era temprano, pero no me atrevía a salir de mi cuarto.

Sin darme cuenta, me dormí.

No duró mucho, por desgracia. Me despertaron unos gritos en el pasillo. Era de noche. Las doce. Parecía que había bastante gente al otro lado. Intuí lo peor. Efectivamente, entraron en mi cuarto. Entre ellos, el chico que un rato antes me había prometido que me acordaría de él, mi peor pesadilla.

-Venga, melenas, arriba, tus amiguitos te están esperando fuera.

Me sacaron al jardín. Yo llevaba solamente un pantalón de chándal, nada arriba. Hacía un frió de la ostia. Allí estaban los otros dos novatos, Alex, el italiano, y el chavalín sueco.

Con ellos, unos diez o doce veteranos, a los que se unieron el grupo que venía conmigo.

Bueno, reclutas, lo primero, en gayumbooooos, ¡AR!

Supuse que de nuevo nos pondrían a hacer flexiones.

Me saqué el pantalón del chándal, quedándome de nuevo con los slips butano. Noté que el italiano me miraba de reojo, reconociendo su ropa interior.

El también se quitó la ropa. Llevaba mis boxers CK favoritos. No parecía que no fueran suyos. Aquel chico y yo teníamos exactamente la misma talla. Era ligeramente más alto (un par de cm), la misma cintura estrecha, espaldas anchas, quizá menos musculoso que yo, menos pecho y bíceps quizá, pero mucho más fibrado, sus abdominales eran la típica tableta de chocolate que a mí no se me marcaba tanto.

En aquel momento me di cuenta de una cosa. Las tornas habían cambiado. Mi ropa interior le daba ahora a Alex un aire de machito, mientras que sus slips me hacían parecer a mí un puto exhibicionista. Cómo pueden unos gayumbos marcar tanto, joder...

Él también me miraba disimuladamente, no sé qué pensaría, pero tenía la desagradable impresión de que estaba pensando algo parecido

El chaval sueco tampoco había escapado a la libre elección de ropa interior. Le habían hecho ponerse unos slips de esos de mercadillo, de globos, que por el dibujo y por la talla, debían ser de un chaval de 10 años… A duras penas podía tapar su culo y su paquete.

-Bueno, reclutas, ahora no son personas, son perros, así que ya saben, a cuatro patas, como los perros… ¡YA!

De nuevo al suelo, en aquella postura humillante.

Nos pusieron un collar al cuello a cada uno, y una correa, y nos empezaron a pasear.

A mí me llevaba de la correa, como no, mi peor enemigo.

Me sentía muy humillado. El cabrón tiraba de la correa casi estrangulándome, y me estaba haciendo daño en las manos con todas las piedras por las que me hacía pasar. A la vez que profería toda clase de insultos y burlas.

-¿Lo ves, perro?. Te lo he dicho esta tarde, al final, vas a pagar

Me llevó a una zona en la que había un charco.

-¿Tienes sed, perro? Yo creo que sí. ¡BEBE!

Joder, ¿cómo quería que bebiera aquel agua que no sabía de dónde procedía? Me negué.

-He dicho que bebas, saca la lengua y toca el charco con ella… ¡vamos!

Qué asco, me acerqué con repugnancia y saqué la lengua, pero no podía hacerlo, no podía

De pronto, noté como una mano me empujaba la cabeza y me la metía de lleno en el charco, con la lengua fuera. Cerré los ojos e intenté evitarlo, pero el agua entró en mi boca. Sabía a tierra. Parte del pelo me quedó también embarrado. Se oyeron las risas.

-Ja ja ja, este perro no sabe beber

¡No te la bebas toda, melenas! ¡Deja algo! Eran unos cabrones que no tenían límite, y encima, se animaban unos a otros, con lo cual su nivel de cinismo se retroalimentaba.

Nos hicieron ladrar, simular que meábamos sacando la pata por al lado, como los perros, olisquearnos la entrepierna los unos a los otros, y todas las putadas que se les ocurrieron.

Cuando se cansaron, propusieron un concurso entre los novatos.

Os explicaré las reglas: en este concurso solamente puede haber un ganador y dos perdedores. Al ganador no le pasará nada. A los dos perdedores se les rapará el pelo al uno, aquí, esta misma noche. ¿tenemos la máquina preparada, no?. Habían traído una afeitadora. La marabunta rugió de satisfacción.

Os vais a enfrentar en una lucha. Se permite todo. Ganará el que consiga inmovilizar a su oponente de espaldas contra el suelo, y le obligue a rendirse, con estas palabras: “Me rindo, soy un maricón, tú ganas”. Risas.

Empezaremos con la semifinal: El rubito sueco contra el macarrón italiano. El que gane disputará la finalísima contra el cabeza de serie: melenas.

Más griterío.

Me separaron a un lado y vi cómo Alex y el chavalín sueco se lanzaban a protagonizar una pelea que parecía una mezcla entre judo, karate, sumo y pelea de barrio. Se veía a la legua que aquello no podía durar mucho. Alex tenía al menos el doble de fuerza, era más alto y más corpulento que el sueco.

En un abrir y cerrar de ojos tenía al sueco en el suelo, doblegado. Se había sentado encima de él, a horcajadas, y le inmovilizaba los brazos con una sola de sus manos. Le pidió que se rindiera, a lo que el chavalín se resistía.

Alex, todavía horcajadas, se subió desde la cintura hasta el pecho de su oponente, colocando sus rodillas sobre sus brazos, inmovilizándolos, y arrancándole un grito de dolor. Entonces, con las manos libres, comenzó a putear al sueco, tapándole la nariz y la boca, tratando de asfixiarle para que se rindiera.

Finalmente, las palabras de rendición salieron de la boca del sueco.

-Me rindo, soy un maricón, tú ganas.

La multitud aplaudió y gritó enardecida. Ya tenían a una víctima para pelar. Sentaron al sueco en una silla y le ataron las manos atrás. Ahora me tocaba a mí pelear con Alex.

Efectivamente, empezó el combate.

Yo no tenía nada contra Alex (aunque he de reconocer que el hecho de que llevara puestos mis CK no me hacía mucha gracia) pero era él o yo. Iba a ser su pelo o el mío. Por ello, decidí no darle ninguna oportunidad desde el principio.

Con una llave lo tiré al suelo y me abalancé sobre él. Lo más fácil estaba hecho, ahora debía inmovilizarlo.

Sin embargo esto no resultó tan fácil. Alex estaba mucho más fuerte de lo que parecía a simple vista. Sin grandes músculos a simple vista, era pura fibra. Su cuerpo estaba duro como una roca. A duras penas podía con él. Tan pronto como lo conseguía inmovilizar unos segundos, conseguía zafarse. El combate se había convertido en una especie de lucha canaria en el suelo, donde tan pronto uno estaba encima del otro como al revés.

Yo me concentraba en la pelea. Tenía que vencer. Aquel niñato no podía ganarme. Tantos años de deporte, fútbol, natación y gimnasio me habían dotado de un cuerpo musculado, proporcionado y poderoso, que no podía verse vencido.

Sin embargo no podía dejar de pensar a cada momento, lo humillante de la situación: tenía la mayor parte del tiempo el cuerpo de mi oponente, casi desnudo, pegado al mío. Eventualmente su paquete o su trasero a escasos centímetros de mi cara, cuando no al contrario. Las risas y las burlas eran constantes.

La lucha se alargaba, y los síntomas de cansancio de empezaban a hacer evidentes en Alex. También los espectadores empezaban a aburrirse de aquello.

Entonces a alguien se le ocurrió una idea.

-Traed una botella de aceite de la cocina. Esto va a ser como las peleas de putitas en el barro.

Dicho y hecho. Sin dejar de luchar, tanto Alex como yo fuimos cubiertos del líquido pringoso. Nos vaciaron una botella entera de aceite por el cuerpo.

Con el forcejeo, el aceite se extendió por nuestros cuerpos, de forma que aún era más complicado inmovilizar al oponente, ya que el fibrado cuerpo de alex se escurría ahora como una anguila.

No sé el aspecto que debíamos tener. En ropa interior, sudados, embadurnados de aceite que hacía brillar nuestra piel bronceada en la oscuridad, y agarrados el uno al otro en un abrazo intermitente… Desde luego la escena podía interpretarse como bastante sexual, efectivamente no debía diferenciarse mucho de las peleas de chicas en el barro, que tantas veces había visto en la tele.

Intenté no pensar en eso, y concentrarme en ganar. Aproveché la ventaja de mi mejor cuerpo y usando toda mi fuerza, conseguí poner a Alex boca arriba en el suelo, sentándome inmediatamente sobre su pecho.

El forcejeaba con todas sus fuerzas. Me levantaba un palmo del suelo con cada envite que hacía por liberarse, pero yo aguantaba, con todo mi peso encima de él. De esa forma se fue quedando sin fuerza, debilitando

Llegaba el momento de conseguir la rendición. Hice lo mismo que él había hecho al chaval sueco. Puse mis rodillas sobre sus brazos. Aquello debía de doler un huevo. Dio un grito. Me estaba dando lástima el chico, no tenía nada contra él, pero debía ganar

-Ríndete, vamos.

-NOOOOOO!

-Ríndete, no quiero hacerte daño.

-NOOOOOO!

Me eché más para adelante, y apreté más con las rodillas. Con vergüenza noté como mi paquete quedaba casi encima de su cara. Pobre chaval, vaya humillación.

-Ríndete.

-NOOOOOO!

Era duro de pelar. Como tenía las manos libres, ya que le estaba inmovilizando los brazos con sus rodillas, decidí acabar de una vez por todas. Giré un poco mi torso hacia atrás y le di un puñetazo en los abdominales.

-AGHHHHHH!!

Pegó un buen grito. Joder, tenía el abdomen duro como una roca. Aún así debía haberle dolido.

-Ríndete si no quieres recibir más.

Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, dio un grito, intento proyectarme fuera de su cuerpo, y me levantó casi un metro. Pero no lo consiguió. Le di otra ostia.

-Me rindo, soy un maricón, tú ganas.

Por fin. Había ganado. La marabunta gritó de nuevo. Cogieron a Alex, lo llevaron a otra silla y le ataron las manos a la espalda.

-Muy bien melenas, has ganado, te libras. Serás espectador de excepción de cómo esquilamos a estos cerdos.

Me pusieron en primera fila delante de los dos. Querían que lo viera todo.

Lo que pasó después fue duro. A los dos chicos, con las manos atadas a la espalda, les pasaron la maquina de pelar por toda la cabeza.

El chavalín sueco fue el primero. Tenía un pelo rubio, liso, largo, por debajo de los hombros. Muchas tías habrían pagado por tener una melena como esa. Parecía de anuncio de champú. Rapado al uno, ese chaval tardaría al menos dos o tres años en volver a tener el pelo así. Ver caer los fajos de pelo de esa longitud al suelo, impresionaba. Era casi un crimen. El chaval no dejó de llorar en todo el proceso. Era un mocoso en el fondo. Con la cabeza pelada aún parecía más niño.

Cuando acabaron con él, le tocó el turno a Alex. Tenía el pelo negro azabache, ondulado, de una medida media, por debajo de las orejas. El pelo le brillaba mucho en la oscuridad, seguramente debido a todo el aceite de la pelea. Cogieron la máquina y le hicieron el primer surco en la cabeza, en el medio, de delante hacia atrás. El mechón cayó al suelo. Impresionaba.

Me daba pena, pero pensé que si no hubiera sido él, ahora sería yo el que estaría en su lugar. El chico parecía sereno mientras duraba el proceso. No decía nada, ni se resistía. Tenía la vista fija… ¡en mí!

Era una mirada difícil de interpretar. Recordé que aún iba en slips. Embutido en SUS slips. Me ruborizé y me tapé el paquete con las manos.

El proceso seguía adelante. Un surco tras otro, todo el pelo fue eliminado. Pronto la cabeza había sido rapada al uno. Cómo cambian los tíos cuando se rapan. Alex parecía otra persona. Sus labios y facciones angulosas y antiguamente levemente femeninas resaltaban más ahora, dándole un aire más duro. Sus ojos verdes centelleaban en la oscuridad. Tenía un cráneo perfecto. Parecía un modelo de revista. Me sorprendí a mí mismo pensando que ese chico debía ser muy guapo para no haber perdido atractivo después de ser rapado. Aparté inmediatamente de mí semejante pensamiento. Los machitos como yo jamás encuentran a otro chico ni guapo ni feo.

Cuando los veteranos terminaron, después de pasarles la mano varias veces por la cabeza, y darles varas docenas de collejas, los desataron.

-Reclutas, ¡a dormir!

Las putadas habían acabado por aquel día.

Antes de irme, me acerqué a Alex, y le dije:

-Lo siento, tío.

-No, no es culpa tuya.

Me sonrió. Sus dientes blancos brillaron en la oscuridad.

-Tranquilo, no estás tan mal, le dije bromeando

Juraría que se puso algo rojo, pero no podría asegurarlo debido a la oscuridad de la noche