Nota media 08: Lupita on fire
Seguimos conociendo a Lupita, y la presentamos en sociedad.
- ¿Sí?
- Soy Gua… Lupita… Soy Lupita.
- ¡Ah! Pensé que no vendrías. Espera, que bajo.
La dejo un rato en la calle mientras me acabo de arreglar y espero a que llegue el taxi. Me gusta la idea de hacerla sentir insegura. Lo he aprendido de Marisa.
Cuando bajo, la saludo de pasada, como sin prestarle atención, y señalo la puerta del coche. Entra sin titubeos. Parece desconcertada, pero ha aprendido a obedecer. Comprendo que, aunque trata de disimular por la costumbre social, la zorrita ha conocido el follar y no piensa en otra cosa. Obedece, y así puede engañarse y pensar que no ha sido culpa suya.
Se ha vestido de novicia, o algo así. Una falda gris, una blusa blanca con un lazo horroroso en el cuello, y una rebeca de lana negra. Va a ser la gran atracción de la reunión. Rio para mis adentros imaginándolo.
- ¿Sí?
- Soy Miriam, abre.
- Buenas noches.
Hace años que celebramos aquellas reuniones cada viernes por la noche: Jero, Alberto, Natalia (su mujer), y Carlos (a veces, como aquella, algún invitado más), todos profes de la Facultad, de edades heterogéneas, y poco dados a los límites morales. Quedamos en casa de uno o de otro, bebemos durante unas horas, charlamos, reímos, y a menudo acabamos follando.
- ¿Y esto?
- Es una de las putitas de primero de Marisa.
- Es que no para, la tía.
- Ya sabes: genio y figura…
- ¿Y para qué la traes?
Lupita parece violenta, y no es de extrañar: está plantada en el centro del salón de casa de Alberto y Naty, nadie le ha dirigido la palabra, y hablamos de ella entre nosotros como si no estuviera allí. Comprendo que la escena tiene un airecillo de feria de ganado, y me hace gracia la idea. Carlos prepara copas para todos, pero no le ofrece ninguna.
- Para jugar al saco.
- ¿Pero qué edad tiene?
- Dieciocho.
- ¡Joder!
- No os hagáis los estrechos, que aquí no hay nadie que no se haya tirado a una alumna o no me haya comido la polla.
- ¡Qué bruta eres, cielo!
- ¿A que te gusta?
- Me mojo toíta.
Hemos llegado un poquito tarde, y ya se han bebido la primera ronda de gin-tónic. Naty, que se achispa enseguida, se ha acercado a nosotras y palpa el culo de Lupita. Me besa los labios.
- Pues venga, colócala.
Abro el cajón de la mesita del centro, saco las cuatro cadenas, las coloco en las cuatro patas del silloncito de cuero, y llevo hasta allí a Lupita que, sin rechistar, se deja inclinar sobre el respaldo y sujetar con las correas por muñecas y tobillos. Tiene las mejillas encendidas y parece avergonzada. Jero, el más animado siempre, se acerca enseguida. Tomando su barbilla entre dos dedos, la obliga a mirarle a los ojos.
- Es feíta ¿No?
- No sé… tiene un punto. A mí me gusta.
Le desabrocho los botones de la camisa y saco sus tetazas por encima dejándolas colgando. Le subo la falda arrebujándosela en la cintura, le bajo las absurdas bragas de algodón hasta la mitad de los muslos y extiendo la mano hasta palpar el paquete de Jero, que está bien durito ya.
- Y parece que a ti tampoco te desagrada… Anda, anímate, que estás deseando.
Mientras se coloca a su espalda, se saca la polla, y empieza a manosearla, los demás nos sentamos en los sofás a bebernos nuestras copas charlando. No es la primera vez que jugamos a aquello, y siempre resulta ser un tema de conversación perfectamente divertido e intrascendente. Naty se sienta a mi lado.
- Mira que la tiene grande Jero. Es el único que te gana, Miriam.
- Por muy poquito.
- Pero en el culo se nota.
Entre risas, Jero se la acaba de meter en el chochito y, aparentemente contra su voluntad, Lupita ha emitido un gritito que nos parece muy divertido. Comienza a follarla y la conversación va atenuándose sin llegar a extinguirse. La muchacha, avergonzada todavía, trata de reprimir sus gemidos, lo que se traduce en una sucesión arrítmica de algo que parecen resoplidos. Tiene los pezones apretados.
- Está bien mojadita.
- Ya os digo que promete. No había follado hasta ayer, pero es una putita bien cachonda.
- Y obediente.
- Si le fuéramos quitando esa pinta de paleta… No sé… Podríamos comprarle algo de ropa, llevarla a la peluquería…
- Pues a mí me la pone dura así.
- ¿A ver? ¡Vaya!
Naty me ha metido la mano bajo el vestido y me palpa la polla por encima de las bragas. Jero acelera el ritmo, y en el silencio que ambos sucesos empiezan a provocar, los gemidos de Lupita se hacen cada vez más audibles. Carlos se levanta, se acerca a ellos y, tras desabrocharse la bragueta, le mete la suya en la boca. Alberto, con un bulto bajo los pantalones de muy notables dimensiones, no sabe elegir hacia donde mirar.
- Pues también es una buena mamoncita.
- Eso lo puedo asegurar.
- ¿Y tú?
- ¿Yo?
- ¿Quieres que te la chupe?
- Mujer… una mamadita siempre se agradece.
- ¿Y qué me darás a cambio?
- Mmmmmmm… Podría… Podría follarte el culo hasta que no puedas volver a sentarte.
- ¿Quieres hacerme daño?
Natalia es muy puta. Ha sacado mi polla de las braguitas y me la acaricia despacio mientras me habla con su mejor voz de niña cándida y mirándome a los ojos con cara de inocencia. Cuando se toma un par de copas, es cuestión de tiempo que acabe follándose a alguien. Yo suelo bromear con Alberto acerca de sus cuernos, y él se ríe. Todos sabemos que disfruta viéndola follar. A veces, sencillamente se sienta y se masturbaba viéndola.
- ¡Mira, mira, mira…!
Jero se ha clavado en ella agarrándose con fuerza a sus nalgas ampulosas, y ella chilla ahogadamente con la polla de Carlos metida hasta la garganta. Este magrea sus tetazas. Tiene los pezoncillos oscuros duros como piedras, y se le saltan las lágrimas. Un reguerillo de leche aparece por los bordes de su chochito peludo y resbala por sus muslos hacia abajo. Naty me ha quitado el vestido. No llevo medias hoy. Sólo las braguitas y zapatos rojos de tacón. Anima a su marido, que se acerca a la putita para seguir con el juego.
- ¿Y por el culo?
- Te va a encantar.
Me acerco a su lado, junto a ella. Meto los dedos en su chochito, los mojo en esperma y lubrico con él el agujerito estrecho de Lupita, que se debate entre el miedo y el temblor que todavía le causa el reciente orgasmo que ha experimentado al sentir la lechita de Jero. Carlos folla su boca con fuerza. Siempre ha tenido un punto sádico, el cabrón. La sujeta por el pelo, y empuja fuerte hasta clavársela entera, y la deja ahogarse un rato antes de sacarla. La zorrita tiene los ojos inflamados. Lloriquea y babea sobre el asiento del sillón. Mientras la lubrico y dilato su culito, Naty se ha arrodillado y se come mi polla. Acaricio la de Alberto, que me besa los labios y me estruja las tetas.
- Vamos, métesela. Haz que grite.
Se le mete despacio, centímetro a centímetro, con cuidado de no hacerle daño. Naty me está poniendo a cien. Muerdo el cuello de su marido, le acaricio el culito mientras se la va clavando. Lupita resopla y tose. Está temblando de miedo. Veo cómo entra hasta enterrarse entera entre las nalgas gordas y duras, un poquito ásperas.
- Crema hidratante sí que habría que comprarle.
- ¡Vamos, dale, melindroso!
Se ríe. Le doy una palmada en el culo y empieza a follarla como un animal. Lupita trata de chillar, se desespera, tira de las cadenas que sujetan sus brazos, lloriquea. Le doy un azote fuerte. Su coñito chorrea esperma. Carlos se la ha clavado en la garganta. Tiene los ojos en blanco y la cara azulada cuando empieza a salirle lechita por la nariz. Cuando se la saca, todavía escupe algunos chorros en su cara. La zorra tose, babea, chilla, regurgita esperma. Me excita verla desesperada. Alberto le está deshaciendo el culo. Le da azotes y a veces se echa sobre ella para estrujarle las tetas. Se las palmotea.
- ¿Y tú, putita? ¿Sigues queriendo que te haga daño?
No espero su respuesta. Naty tiene los ojos encendidos. Está como una perra. La agarro por el pelo despeinando su melenita rubia ceniza perfecta, la pongo a cuatro patas, palmeo su culo gordito y mullido, su coño de vello oscuro. Estoy caliente y me siento cabrona. La sacudo fuerte, y ella me anima, quiere cañita. Palmoteo su coño, su culo, sus muslos. Gimotea y se queja, pero mueve el culo como una zorra. La levanto, la coloco frente a Lupita, la empujo hasta obligarla a inclinarse apoyando las manos en los brazos del sillón. Le he puesto el culo rojo. La zorrita está como en shock. Alberto la folla como un animal, le tira del pelo, y ella, que ha dejado de chillar, lloriquea en voz bajita, y se deja sacudir con la mirada perdida. Clavo mi polla en el de Natalia, y chilla. La follo fuerte frente a su marido, mirándole a los ojos, con la misma intensidad con que él se lo rompe a mi putita. Naty le lame la cara, entre gimoteos limpia con su lengua los lefarrones que le ha dejado Carlos, las lágrimas, las babas. Le muerde la boca, se la come entre jadeos. Abro la cremallera dorada de su chaquetilla. Venía a follar. No lleva nada debajo. Sus tetonas se quedan colgando, balanceándose al ritmo con que la follo. Me inclino sobre ella para estrujárselas. Jadea y gime como una gatita en celo.
- ¿Te estás sobando el coño?
- Claro.
- Puta…
Carlos y Jero contemplan la escena alucinando. Tienen las pollas bien duras de nuevo. Sonrío, vuelvo a agarrar a Naty por el pelo, la empujo con fuerza hacia ellos y se lanzan sobre ella como animales. La manosean de pie, entre ambos. Soban sus tetas, le meten los dedos en el coño, en el culo… Chilla como una cerda, jadea, culea, agarra sus pollas… La muy zorra se está corriendo y ellos lo saben. La masturban deprisa, tiene que dolerle, la muerden por donde la cogen. Se le escapan chorritos de pis y cae de rodillas al suelo. Tiene el rostro contraído en una mueca.
- ¿Ya te rindes?
- Ni de coña.
Jero se ha tumbado en el suelo, junto a ella, que culea presa de espasmos violentos. Carlos la coloca sobre su polla. Está fuera de sí. Se la clava en el culo y ambos comienzan a follarla como animales. Naty gimotea dejándose sacudir sin oponer resistencia.
- ¿Y tú, Lupita? ¿Cómo estás tú?
- …
Alberto acaba de correrse en su culo. Lupita no responde. Parece rota. La observo detenidamente: tiene lágrimas secas en los pómulos; chorretones de esperma en la cara; los párpados inflamados y la mirada perdida; y huellas rojizas de manos en el culo y en las tetas. Le pellizco uno de sus pequeños pezoncillos oscuros y da un gritito como sin fuerza. Meto dos dedos en su culo y gime. No sé bien si de dolor. Está pringosa, la pobrecita.
Carlos y Jero siguen follando a Naty, que parece haber petado y ya no jadea. Alberto se ha sentado en el suelo, a su lado, y sujeta su cabeza levantada agarrándola del pelo para poder ver su cara descompuesta. Tiene la polla dura.
Mientras clavo la mía en el chochito irritado de Lupita provocándole un quejido, me pregunto si se la meterá en la boca. Comienzo a follarla de nuevo y parece reaccionar poco a poco. Gime medio afónica. Debe tener la garganta seca. Mi polla resbala dentro, está bien lubricada. Me gusta ese culo redondo y gordito, tan duro. La follo fuerte, agarrada a sus caderas, y la escucho gemir y jadear. Se le bambolean las tetazas y chocan entre ellas. Aguanto poco. Estoy como una perra. La follo fuerte y me corro en su chochito. La dejo ahí, atada y rendida, chorreando lechita y medio caída, sin fuerzas, sobre el respaldo del sillón. Preparo unas copas y esta vez sí hago una para ella, que voy vertiéndole en la boca mientras sujeto su cabeza en alto agarrándola del pelo. Tiene sed. Se lo bebe casi de un trago y tose.
- ¡Hijos de puta… la paliza que me habéis dado!
- Pues no parecía que te molestara.
Naty y los chicos, sentados en el suelo formando un círculo en el suelo donde han dejado un hueco para mí, toman las copas que les llevo. Bebemos entre bromas comentando las jugadas más interesantes. La muy puta chorrea leche por todos los agujeros. Sigue guapa, aunque tenga… ¿Cuántos años tiene?
- Oye, cornudito, si la tienes tiesa todavía…
- Ya ves… así soy… la veo bien empalada y…
- No, pues bien empalada sí que estaba, sí.
Se levanta y va a follar de nuevo a Lupita, que ya casi ni gime. Charlamos durante horas. De cuando en cuando, alguien se levanta y va a joder al saco. Yo misma me corro en su boca mientras que Jero se la clava en el culo. Ni se mueve.
- ¡Oye, pero si son las cuatro!
- Menos mal que mañana no hay clase.
- Pues yo me quedo a dormir, si me lo permiten nuestros anfitriones, claro está.
- Por no verte la cara si te decimos que no…
- Pues yo creo que voy a pedir un taxi. Me llevaré a esta pobre a casa.
- A esta criatura habrá que asearla ¿No?
- Le pasamos una esponja, la vestimos, y ya la baño luego, cuando lleguemos.
- ¡Huy qué perraaaa!
- ¿Qué?
- Tú te la quieres follar otra vez.
- En al bañitoooo…
- Mira que sois cochinos.
Le cuento al taxista que ha bebido de más y no hace preguntas. Recorremos la ciudad deprisa, aunque sigue habiendo tráfico a esas horas. Es que es viernes. Lupita viaja en silencio, acurrucada en mí, que la abrazo, como adormilada. Se me ha puesto dura otra vez. Sí que quiero follarla en la bañera, sí.
- Creo que esta vez se merece que la traten con cariño.
- ¿Perdón?
- No, nada, no se preocupe. A veces hablo sola…