Nota media 05: público y notorio

Seguimos progresando en la sumisión de Jose (CONTIENE ESCENAS DE SEXO HOMOSEXUAL)

Dos meses después, la locuacidad de mi partenaire -que resultó ser alumno de mi facultad- en aquel encuentro casual del autobús, me había convertido en la putita del Campus. Lejos de molestarme, aquella publicidad sirvió para encontrarme con que, progresivamente, iba siendo requerida cada vez con mayor frecuencia por un número cada vez mayor de compañeros, con quienes repetía a menudo experiencias parecidas.

Más allá del placer momentáneo que aquellos encuentros me proporcionaban, mi nuevo estatus me servía para profundizar en la humillación de Jose, de quien todos sabían que salía conmigo, lo que le dejaba en una posición cuanto menos ridícula. Le trataba con desprecio públicamente y, en privado, le recordaba su episodio “homosexual”, al tiempo que le sometía a una prolongada castidad que le tenía desesperado, así que podría decirse que le bastaba con verme para que evidenciara una erección tan grande como las escuetas dimensiones de su polla le permitían.

Fue la doctora quien, en una de aquellas tardes en su casa en que a menudo nos limitábamos a hablar y beber te, me puso sobre la pista y me hizo reparar en la conveniencia de dotar a aquella relación de “un objeto”, como decía:

-                  La sumisión es una flor delicada, cielo. Necesita tener un sentido, mantener una tensión creciente, porque si se transforma en hábito, se debilita.

Así que, tras pensar en ello detenidamente, había decidido lo que quería, y comencé aquel camino ascendente con un método que aplicaba de manera implacable.

Aunque los encuentros que mantenía en los aseos de la Facultad, en los jardines del Campus, o en los bares donde acudíamos me causaban un placer salvaje, comprendí desde el principio que me proporcionaba más satisfacción, o un nivel más refinado de satisfacción, aquel doble rol de sumisa ante la doctora, mi dueña y mentora, y dueña a la vez de aquel pobre idiota a quien, simultáneamente, despreciaba y apreciaba de una manera que no podría llamar amor, sino que, más bien, se parecía a lo que se siente hacia una mascota.

Profundizaba progresivamente en su feminización. Ya solo usaba braguitas, y, poco a poco, fui regalándole prendas que, sin ser abiertamente femeninas, sí que “suavizaban”, podría decirse, su virilidad: camisas entalladas, colores más delicados, complementos más alegres…

Y en eso llegó el verano. Mi familia siempre se ha desplazado a la Sierra durante los meses de estío, y aquel año no fue diferente. Utilizando una excusa relacionada con mis estudios, conseguí por primera vez no acompañarlos. Durante casi tres meses, iba a ser la dueña de mi casa, y aquello abría perspectivas que se me antojaban muy prometedoras.

Las últimas semanas del curso habían sido especialmente activas. Podría decirse que media Facultad me había follado, no siempre de uno en uno. La leyenda crecía, y yo me ocupaba de narrar cada encuentro a Jose con todo lujo de detalles -a veces mientras me acariciaba delante de sus narices-, y utilizaba su excitación al escucharme para profundizar en su humillación.

-                  … y, cuando se me corrió en el coño, creí que me desmayaba. Y, Carlos me dio su lechita en la boca casi al mismo tiempo, así que me corrí como una perra. Me decía que menos mal que estaban ellos, que, si no, la maricona cornuda de mi novia me iba a tener a dos velas, y me llamaba puta mientras me lo tragaba.

Mis padres y Nuria se fueron un viernes y, aquel mismo sábado, decidí dar la vuelta de tuerca definitiva a aquel proceso en que había empleado más de dos meses: por la tarde, quedé por separado con Carlos y Mario, los dos últimos compañeros de la Facultad con quienes había tenido un encuentro “casual” en los aseos de la Facultad, y con Jose, a quien expliqué con claridad cómo tenía que vestirse. Cuando llegó al “Cachemir”, le esperábamos los tres. Los chicos recibieron su entrada con mucho cachondeo, haciendo abiertamente comentarios insultantes acerca de lo bien que le sentaban los pantalones ceñidos teñidos de rosa desgastado, la camisa de lino entallada, con tres botones abiertos, y hasta el cinturón de trencilla de gomas fucsia, crema y marrón que elegí para completar el conjunto.

Permanecimos allí un par de horas durante las que me encargué, con el apoyo entusiasta de Carlos y Mario, de humillarle hasta el límite: bromeamos sobre su sexualidad, les hablé de lo pequeñita que la tenía, acaricié las suyas por encima de los pantalones de manera evidente y notoria, y hasta me fui al aseo con Mario para regresar al cabo de un rato despeinada y exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja. La pollita de Jose parecía ir a atravesar el pantalón. Aunque apenas hablaba y parecía encontrarse violento e incómodo, todo lo soportaba estoicamente, sin más reacción que sonrojarse y humillar la mirada cuando la cosa subía de tono o se bromeaba acerca de sus cuernos.

-                  A mí no me queda dinero -dije- pero en casa tengo una botella de ginebra de mi padre y hay tónicas ¿Vamos?

Una vez allí, las cosas fueron rodadas: habíamos tomado un par de copas en el pub, así que, cuando serví la segunda de las de casa, todos estábamos muy animados. Yo me había sentado entre los chicos en el sofá, y Jose en uno de los sillones, frente a nosotros. Las bromas siguieron subiendo de tono a medida que bebíamos. Desde el primer momento, era el centro de la conversación. Carlos, un poco pesadito, insistía en que yo lo que necesitaba era un novio en condiciones. Decía que era una pena que una chica como yo se echara a perder con un mariquita como Jose. Yo le seguía el juego bromeando, preguntándole qué podría él hacer por mí y, entre bromas y veras, la situación fue haciéndose tórrida. Podría decirse que se olía la testosterona.

-                  Yo qué sé… Yo o cualquiera casi. Mario mismo. Un tío que te de lo que necesitas.

-                  ¿Con esto?

Pregunté con un aire cándido que contradecía lo que todos sabían de mi al mismo tiempo que apoyaba las manos encima de los bultos evidentes que se modelaban bajo sus pantalones. Mirando a los ojos a mi novio, comencé a acariciar sus pollas y, como si hubiera disparado el pistoletazo de salida, me encontré con sus manos en mis tetas y sus bocas peleando por chuparme entera.

Tras varias horas preparando el momento, estaba caliente. Todos lo estábamos, así que bastó la mano de uno de ellos, no se quien, sobre mis bragas, para que me pusiera a gemir. La situación me excitaba. Peleaba con sus braguetas para extraer aquellas buenas pollas que había tenido ocasión de conocer por separado. La primera fue la de Mario, que llevaba un pantalón más suelto de verano. Grande, curva, de glande descubierto, terriblemente dura, parecía palpitar al hacer que la piel resbalara sobre su superficie rugosa. Pronto Carlos se quitó los pantalones para obtener el mismo tratamiento y me vi abierta de piernas, con el vestido hecho un guiñapo, agarrándoselas a ambos.

Los primeros momentos fueron un barullo. Nos desnudábamos unos a otros hasta que estuvimos expuestos, rozándonos. Besaba sus bocas y acariciaba sus pollas mientras me dejaba manosear por ambos al mismo tiempo gimiendo ante la atenta mirada de Jose, que permanecía muy serio en su sillón sin perder detalle de lo que allí sucedía.

-                  Quítate los pantalones, Lola.

Se quedó paralizado. Durante unos segundos, vi su mirada suplicante, como si me rogara que le ahorrase aquella humillación para, al final, acatar mi deseo. Ruborizado hasta la médula, se desabrochó y, poniéndose de pie, se quitó los pantalones dejando al descubierto las ridículas dimensiones de su pollita ante los chicos, cubierta por unas bragas blancas elegantísimas, con un encaje discreto en el elástico y de tela traslúcida, a juego con la camisa entallada, donde se apreciaba la mancha de humedad que la escena de su novia manoseada por otro par de chicos le causaba. Se quedó muy quieto, soportando el cachondeo estoicamente, de pie frente a nosotros.

-                  ¿Lola? Jajajajajajajajaja…

-                  ¿Así que por esto buscas hombres de verdad?

-                  Chicos, chicos, tranquilos, que mi cornudo tiene su corazoncito.

Pareció como si se vieran en la obligación de demostrarme cuánto más hombres eran que él. Sus atenciones, de repente, se hicieron más intensas, más desesperadas. Casi me hacían daño peleándose por tenerme, por comerme la boca, por meter los dedos en mi chochito empapado, por chuparme los pezones. Me sobaban, me mordían como animales mientras se burlaban de él, que se mantenía en su lugar.

Mario fue el primero. De rodillas, en el suelo mientras yo permanecía sentada en el sofá, despatarrada y ansiosa, me clavó su polla arrancándome un quejido de gata en celo. Mientras me follaba, Carlos, queriendo más que mi mano agarrando la suya, se puso de pie sobre el asiento para ponerla frente a mi cara, y yo comencé a comérsela ansiosamente.

Por primera vez, Jose veía con sus propios ojos cómo sucedían aquellas escenas que le había venido contando. Entre gemidos, por el rabillo del ojo, le vi sentarse en el sillón de nuevo. Con aspecto derrotado, nos contemplaba en silencio. Su pollita cabeceaba moviendo la tela de la braga, y me pareció ver una lágrima en su mejilla. Aquel consentimiento, junto con su aire compungido que no evitaba que sintiera la excitación, como si fuera víctima de una adicción incontrolable que le consumía, me excitaban más que los torpes movimientos adolescentes de aquella pareja de mastines salidos que me follaban como animales salvajes y me manoseaban hasta casi hacerme daño.

Y, de repente, todo se desató al mismo tiempo. En el mismo momento en que sentí que la polla de Mario empezaba a escupir su leche en el interior de mi coño, y Carlos hacía lo propio en mi boca, atragantándome hasta que tuve que soltarla y recibir el resto de sus chorretones en la cara, pude ver cómo mi novio, agarrándose a los brazos del sillón con los dedos crispados, tensaba las piernas y su polla, sin siquiera tocársela, comenzaba a verter una cantidad brutal de esperma que manaba en un chorro continuo a través del tejido semitransparente de sus braguitas blancas. Ruborizado, incapaz de contenerse, sucumbía a la brutal sexualidad de la escena y se corría ante mis ojos. Mientras temblaba incontroladamente recibiendo todo aquello, tenía la impresión de que aquel orgasmo espontáneo era mi premio, el fruto de aquellos dos meses de martirio a que le había sometido. Me corrí casi chillando, ahogándome de placer, mientras mi novio se vertía mansamente a un paso de paraíso, contemplándome.

Cumplida la primera parte de mi fantasía, llegó el momento de poner en práctica la segunda. Aquello sería más difícil.

Los chicos, mientras recuperaban el resuello, mantenían sus pollas perfectamente erectas. Con el tiempo he comprendido la maravilla de esas pollas juveniles, capaces de sostenerse sin apuros, que por entonces me parecían lo normal. Todavía las busco cuando tengo ocasión.

Jose me miraba avergonzado. Al igual que los demás, su polla seguía erguida, levantando las braguitas blancas, que ahora estaban sucias. Le indiqué que debía quitárselas y, sonrojándose, obedeció. Mientras lo hacía, me fijé en que sus movimientos se habían ido tornando más femeninos últimamente, como si interiorizara el rol que le había asignado. No dejaba de excitarme aquella absoluta sumisión a mis deseos.

A una señal mía, se acercó a mí, arrodillándose sobre la alfombra entre mis piernas. Bajo la atenta mirada de los muchachos, le desabroché lentamente los botones de la camisa. Tenía un cuerpo maravilloso, perfectamente musculado, pero delgado, sin esas protuberancias monstruosas de los locos de gimnasio, y la piel limpia, dorada y sedosa hasta llegar a la raya del bañador. Había hecho que se depilara, y no quedaba un vello sobre su cuerpo. Su culito aparecía blanco como la leche, perfecto, redondeado y pequeño, muy duro y proporcionado con sus muslos finos de músculos alargados que se marcaban lo justo bajo la piel. Su pollita cabeceaba. Aunque era evidente la vergüenza que le causaba la situación, parecía feliz de recibir aquellas atenciones.

-                  Vamos, cornudito.

Tras un breve titubeo, se inclinó entre mis muslos. Me estremecí al sentir el contacto de su lengua. Dejé que me lamiera agarrada a las pollas de Mario y Carlos, pelándoselas muy despacito mientras exageraba mis gemidos. Incluso llegué a fingir algún temblor, alguna breve convulsión, con un golpe repentino de cadera. Me miraban embobados. Sus pollas manaban ese fluido transparente que delata la excitación de los hombres.

-                  ¡Cómemelo así, putita… Vas a hacer… que… me co… rraa… Ahhh!

-                  …

-                  ¿Te gusta?

-                  … sí…

-                  ¿Y esto?

Le señalé la polla de Carlos, que fue quien me pareció más excitado de los dos, generando un instante de tensión. La apunté hacia su cara sin dejar de acariciarla, haciendo que la piel cubriera y descubriera su capullo ya violáceo, brillante y húmedo.

-                  Digo que si te gusta, Lola. No me hagas impacientarme.

-                  … sí…

-                  Vamos, zorrita… Sé que lo estás deseando. Vamos… Cómetela.

Carlos me miró asombrado, reticente, pero no se resistió cuando, tras un mínimo titubeo, Jose se giró hacia él. Gimió suavecito cuando se metió en la boca su capullo y empezó a chupársela. Pronto jadeaba dejándose hacer. Le animaba y le insultaba, como si buscara afirmar su hombría, despejar cualquier duda.

-                  Trágatela así… mari… cona… No…. Paaaa...res…

Mario no daba crédito a sus ojos. Contemplaba la escena con una expresión de asombro digna de verse. Su polla se mantenía firme, y se mordía el labio inferior. Dejé de acariciársela y vi que hacía un esfuerzo titánico para no seguir él mismo. Chorreaba, y yo me sentía excitada como una perra.

-                  Muy bien, putita. No pares y tendrás tu premio.

Arrodillada tras él, comencé a acariciar sus pelotas al mismo tiempo que, humedeciendo mis dedos en saliva, lubricaba y acariciaba su culito deslizando en su interior el dedo meñique. Gemía ahogadamente, sin sacarse la polla de la boca como no fuera para tragarse sus pelotas con auténtica ansia. La suya, pálida y pequeñita, cabeceaba en el aire y goteaba.

-                  ¿Te gusta, maricón?

-                  … sí…

-                  ¿Te gusta que follen tu culito de ramera?

Había perdido el pudor. Asentía sin titubear. El deseo parecía haber superado a la vergüenza. Se tragaba la polla de Carlos cada vez más adentro. A veces, tenía que sacarla y tosía y babeaba mientras movía aquel culito blanco y liso, tan duro…

-                  ¿Te gusta?

-                  Sí… síiii…

Mario, de rodillas junto a mí, los miraba sin perder detalle de lo que veía mientras me manoseaba. Me pellizcaba los pezones, me magreaba el culo y, a veces, me metía los dedos en el coño. Escupí entre las nalgas del maricón de mi novio. Me incliné sobre él y lo lamí intensamente, penetrándolo con la lengua mientras seguía acariciando sus pelotas. Gimoteaba como una nena.

-                  ¿Quieres que te follen? ¿Quieres que Mario te clave su polla en culito?

-                  Sí…

-                  Pídeselo.

-                  Por favor… Fóllame…

Hubo un titubeo, unos segundos de tensión durante los cuales temí que todo se echara a perder. Pronto comprendí que había acertado, que era el momento preciso, y sentí que me recorría una ola de placer. Mario se dirigió hacia él colocándose a su espalda y yo misma, con la mano, conduje su polla empapada hasta la estrecha entrada de su culito blanco. Empujó. Tuve que contenerle para que fuera despacio empujando su pubis suavemente. Jose, con los ojos cerrados y la cara crispada, resbalando en su propia saliva sobre la polla de Carlos, se dejó penetrar gimiendo. Pronto estuvo follándole agarrado a sus caderas. Mi “novio”, enfebrecido, tragaba polla como una loca. Había dado con el modo de relajar la garganta, y se la tragaba entera, hasta apoyar la nariz en la mata oscura de vello del muchacho, que se agarraba a sus rizos rubios y jadeaba.

-                  Mueve el culo… asíiii… maricona… Asíiiiii

Caída sobre la alfombra, con la espalda apoyada en el sofá, apenas a un palmo de ellos, les contemplaba clavándome los dedos en el coño, empapada, excitada como jamás, hecha una perra. Me enloquecía el modo en que Jose se sometía ya por completo a mis deseos y aquel par de idiotas habían acabado follándole, llamándole maricona, sintiéndose tan hombres mientras lo hacían juntos, mientras se dejaban comer la polla por aquel ángel rubio y femenino, mientras clavaban la polla en su culito blanco, excitados.

Pronto tuvieron iniciativa propia, se dejaron llevar por la excitación. Casi disputaban por clavársela, por barrenarle el culito. Jose, tumbado boca arriba en el sofá, con los pies en el suelo, con la cabeza girada hacia la polla de Mario mientras Carlos le follaba, gimoteaba, jadeaba. Su pollita, como de piedra, se levantaba en el aire cada vez que se la enterraba dentro. Cuando empezó a correrse, yo misma me sentí temblando, clavándome tres dedos en el coño, convulsa. Escupía chorro tras chorro de aquella lechita tibia sobre su vientre mientras tragaba la de su amigo. Observé que Mario se le quedaba clavado, con los tendones del cuello tensos y los dientes apretados. Mi culo se movía solo. Vivía una sucesión de convulsiones violentas que me hacían casi perder la conciencia mientras, entre dientes, les llamaba maricones y los animaba a correrse, a seguir corriéndose así, y parecían obedecerme dejándose llevar.

-                  Así que… maricón mi novio… ¿No?

Me miraban avergonzados, pero se dejaban acariciar. Jose sonreía. Me lancé sobre Carlos. Quería más. Quería que me destrozaran, que acabaran conmigo allí mismo, en aquel mismo momento, delante de mi novio.

-                  Vamos, maricón, fóllame.

-                  …

-                  Clavamelá asíiii…

-                  …

-                  ¿Y tú? ¿Es que solo te gustan los culos de marica?

-                  ...

-                  Dáaaaa… mela… asíiii…

Les incitaba a follarme. Les insultaba, cuestionaba su virilidad, y ellos me follaban como animales, como si quisieran matarme para demostrarla. Quería que me hicieran daño, que me destrozaran el coño y el culo, que me tiraran el pelo y me dieran azotes, que me estrujaran las tetas y me mordieran los pezones. Quería que me deshicieran follándome delante de mi chico, que le enseñaran cómo se folla a una puta. Los insultaba, les chillaba, les desafiaba hasta quedarme sin aire, hasta que ya solo podía dejarme zarandear por aquellos salvajes que me manoseaban y empujaban mi cuerpo como bestias, haciendo que un torbellino de placer y de dolor me agitase entera.

Jose nos miraba en silencio, sin atreverse a tocar su pollita dura y pequeña, que chorreaba a nuestro lado mientras me corría en un correrme inacabable que me sacudía entera, mientras sentía estallarme dentro sus pollas, rebosarme su leche caliente, casi desmayada, sin aire, presa de convulsiones violentas que me sacudían en una sucesión interminable de espasmos incontrolables, que solo fueron cesando ya cuando el agotamiento nos pudo.

Todavía en el suelo, temblando, sentía, cada vez más espaciadas, contracciones musculares que me hacían encogerme mientras mi coño y mi culo rebosaban esperma que goteaba en la alfombra, junto a los pies de Jose, que me miraba extasiado, con su pollita goteándome en la cara. Un reguero delgado resbalaba también entre sus piernas, muslo abajo

-                  Yo me voy a dormir, maricones. Si queréis podéis quedaros. Así os conocéis mejor.

Tumbada en la cama de mis padres con la puerta abierta, los escuchaba trasteando al otro extremo del pasillo. Excitada, traté de acariciarme. Me dolía. El sueño se adueñó de mi mansa y lentamente. En mi cerebro flotaban escenas de chicos que follaban, que se follaban gimiendo como nenas y escupían interminables chorros de esperma al aire salpicándose.