Nosotros, por primera vez.

Podría decirte que quería darte una sorpresa, pero te mentiría, la verdad es que estoy aquí, porque a pesar de intentar no estar, no he podido evitarlo.

Mentiría, si dijera que no me he planteado, que por primera vez desde que “te conozco”, estamos relativamente cerca, de la misma manera que mentiría, si te dijera que en el fondo, no me muero por verte.

He llegado temprano a tu ciudad, porque es así como la veo desde que se de tu existencia, ahora ya no tiene nombre, es simplemente la ciudad donde vives tú.

No era mi intención, no he planeado estar aquí, pero caprichos del destino, me han traído sin previo aviso a esta encrucijada, en la que ahora mismo me debato, esperando que me recojan en el aeropuerto.

Sentada en una de las caferías del mismo, atestadas de gente, cruzo las piernas, sin poder evitar esa excitación, que siento cada vez que pienso en ti, en tus palabras, en la imagen que mi mente, se ha formado de tu presencia lejana.

— ¿Hola, donde estás? –me piden al teléfono, y le doy mi posición, a esa voz que conozco de sobra, ya que alterno a diario con él, por cuestiones laborales.

—Hola, por fin nos conocemos en persona, soy Luis.

—Encantada, yo como habrás supuesto, soy Sara –le dije, a ese compañero de trabajo en la distancia.

— ¿Al final, te ha tocado a ti venir a la reunión, esta vez?

—Sí, el jefe no está para bromas, pero espera un detallado dosier, con todo lo que suceda.

—Entonces pongámonos en marcha, nos esperan en una hora, y si quieres te llevo a desayunar antes.

Era un hombre de mediana edad, tan atento como siempre había sido, respondiendo a todas las dudas que le planteaba al teléfono. Me llevó a tomar un café con leche con porras, y nos fuimos a la dichosa reunión.

Tomé notas durante horas, y cuando hicimos un receso para comer, me dejé llevar por Luis, que de nuevo encantador, me llevó a un buen restaurante antes de volver a la sala de reuniones de su oficina, una de las sucursales de mi empresa.

— ¿Te llevo al hotel, o has quedado con alguien? –pidió solícito a media tarde, al acabar la reunión de ese día.

Y entonces, volví a pensar en ti, a desear que fueras tu quien me recogiera, que fueras tu quien me llevara a ese hotel o a donde quisieras. Pero dije:

—Sino te importa me harías un enorme favor, no se moverme mucho por aquí.

—Si quieres puedo llevarte a cenar –y su tono cambio imperceptiblemente

—Gracias Luis, pero preferiría pedir algo en mi habitación y poner todo esto al día.

Ya en mi hotel sonreí, ante el cambio de Luis...en el fondo quien más quien menos, lleva dentro un bucanero, dispuesto a saltar del barco si le dan cuerda. Probablemente a Luis, no le costaba que le dieran cuerda, era un hombre muy atractivo, pero a esta dama le apetecía otro pirata.

Ya que el tema iba de mares, llené la enorme bañera, eché gel y me zambullí entre la espuma. Mis manos como siempre que mi mente te evocaba, terminaron entre mis muslos, y en escalada, hasta llegar a mi vulva ya hinchada, separé los labios y busqué entre mi carne trémula, el botoncito palpitante, cerré los ojos, saqué una pierna y apoyándola en el borde empecé a hacer círculos entorno a ese monticulito palpitante. Pasé la lengua por mis labios resecos, y disfruté del calor que empezaba a concentrarse en ese punto...entre mis piernas. Llevé mi otra mano a uno de mis pechos, y empecé a estimular uno de mis pezones hasta endurecerlo, luego el otro...mis muslos tiemblan, mi mente te imagina con tal intensidad, que mis rodillas se juntan, aprietan la mano que estimula mi clítoris, muerdo mi labio, y pellizco el pezón entre mis dedos, mientras me corro, con tu nombre llenando mi mente. Mi cuerpo tiembla, sumergido entre la espuma.

Estiro con mi pie el telefonillo de la ducha, le doy vueltas hasta dejar solo tres fuertes chorritos, y pongo el agua muy caliente, antes de llevar el artilugio entre mis piernas; con una mano dirijo esos chorritos a mi botoncito aun sensible, y muerdo mis labios al notar el escalofrió, el agua que sale es más caliente que la cubre mi cuerpo, pero por dentro ardo y necesito más... junto dos dedos de la otra mano y me penetro con dureza, una y otra vez mientras esos chorros se estrellan en mi carne trémula...no tardo en retorcerme dentro del agua, gimiendo como una posesa mientras vuelvo a correrme a tu salud.

A pesar de las dos corridas, y las tres horas de trabajo, me cuesta conciliar el sueño, en la cómoda cama de ese anodino hotel, porque hoy te extraño más que nunca, pese a no haberte tenido jamás.

Al día siguiente vuelve puntual a recogerme Luis, y de nuevo me lleva a su oficina, donde trabajamos todo el día parando solo para comer.

— ¿De verdad no quieres ir a cenar a algo? –pide de nuevo, Luis el bucanero

—De verdad Luis, gracias me apetece un bañito, terminar y mandar esto antes de acostarme

Pero no hubo baño, sino ducha, aunque el telefonillo volvió a terminar entre mis piernas, y mi espalda arqueada, pegada a las frías baldosas, mientras gemía una vez más tu nombre.

Cuando abro el correo tras resumir lo acontecido, y me dispongo a mandar los detalles del día, veo tu dirección en la bandeja, esa que un día juré que no usaría, pero hace meses que los dos usamos.

—“Supón, que te echo de menos” –y casi sin darme cuenta, le doy a enviar correo

Unos segundos después, suena la bandeja de entrada y abro un correo:

—“Llegas tarde a eso, yo llevo echándote de menos toda una vida, creo que incluso antes de saber que existías”

Sin ser capaz de frenar mis dedos, tecleo febril:

—“Supón, que estuviéramos cerca”

Dos minutos después de nuevo el pitido:

—“No sé qué juego te traes esta noche, aún ni he llegado a casa, y odio suponer que estas cerca, cuando se lo lejos que estas...aunque todo eso lo compensaría, oyendo al menos tu voz, y ni eso vas a darme ¿verdad?”

Mis dedos vuelan libres, por el teclado de mi portátil:

—“¿Esta noche te bastaría con oír mi voz?”

De nuevo la interminable espera, aunque solo son minutos, antes de que suene de nuevo el pitido del nuevo mensaje:

—“Desde que te conozco, me he acostumbrado a tomar las migajas de lo que puedes darme, y si, haría que eso bastara”

Y entonces recuerdo una frase que decía una amiga mía: “es mejor vivir con un “te acuerdas” que con un “te imaginas”

Y no puedo evitar marcar el número, que hace semanas que tengo grabado en la memoria, no solo de mi móvil.

—Hola, ¿de verdad eres tú?

—Hola, de verdad. Cuanto ruido –te digo nerviosa

—Estoy cenando algo en el centro, salí tarde de una reunión, y antes de coger el coche, pensé parar a comer algo, y para nada esperaba esto. Dame un minuto, pago y salgo.

—No hace falta, termina de cenar.

—Que va, acaban de traerme la cena y no quiero perder el tiempo en tonterías

—Vamos quédate, prefiero charlar mientras cenas.

—Con lo que hemos hablado por mail, y ahora apenas sé que decirte

—Me gusta tu voz –te digo emocionada

—Y a mí me gustas tú

—Cuéntame, ¿dónde estás cenando?

—En un pequeño restaurante italiano del centro –y me dio el nombre, que al momento, busqué mientras hablaba en internet con mi portátil.

Estas apenas a un cuartito de hora, del hotel donde me alojo, y mientras te oigo hablar pausadamente, supongo que por los nervios del momento; decido que quiero verte, aunque sea de lejos. Me pongo unos vaqueros, una camiseta y sin coger nada más que el móvil y la tarjeta de la habitación, cierro la puerta.

—Llevaba tanto tiempo esperando oírte...

—Y aunque creas que para mí es más fácil, llevaba el mismo deseando llamarte.

—No creas que no te entiendo, comprendo que tenemos vidas paralelas, es algo que dejaste claro desde el primer día, sé que ninguno de los dos eligió esto, pero entiéndeme, no puedes culparme por desear un poco más...

— ¿Esta buena la cena? –pregunté, a cinco minutos del sitio indicado por mi GPS silencioso.

—Ya he estado aquí otras veces. Como hoy cenaba solo, Laura (ella es tu pareja, aunque no viváis juntos a tiempo completo) cena con unas amigas y no me apetecía irme a mi casa a prepararme cena. Pero hoy es distinto, apenas tengo hambre, solo me apetece charlar contigo. — ¿Tú también estas sola esta noche? –nunca nos hemos mentido respeto a nuestras vidas paralelas

—Sí, aunque yo ya he cenado

Acabo de llegar frente al local donde dices estar, y solo tengo que mirar dentro un momento para verte, desde esa acera de enfrente puedo ver por el enorme ventanal casi todo ese pequeño local, en que todas las mesas están ocupadas de gente, y solo en una hay una persona, enfoco en esa mesa mi mirada, para verte por primera vez a hurtadillas.

Mi corazón, late acelerado al verte, eres tan distinto a cómo te imaginé, ni mejor, ni peor simplemente distinto. En esencia todo está ahí, tu pelo cano, tu barba igual, tus ojos que no distingo a esa distancia, pero si puedo ver tu silueta potente, tus hombros anchos, se intuyen bajo una camisa, que conoció mejores momentos, seguro que por la mañana, pero ahora ya arremangada, deja ver tus antebrazos; y toda mi piel se eriza, al ver como llevas ese tenedor a tu boca, con tranquilidad, pausadamente; como tus palabras al otro lado del móvil, desde el que me hablas ahora, el que sujetas con la mano que no veo.

La necesidad de olerte, de sentir esas manos tocándome es tan fuerte, que tiemblo como una idiota.

—Ojala estuvieras aquí, conmigo –dices, como intuyendo mi necesidad de ti

— ¿Me invitarías a un café? –te digo, intentando con un poco de cachondeo, salvar los muebles, con el poco resquicio de cordura que aún me queda

—Esta noche niña, te invitaría a olvidar quien somos –sentenciaste con voz profunda

Y de repente, con esa frase acabas con mi cordura, y me siento demasiado cansada, como si estuviera viendo pasar ese tren, sabiendo con certeza que un día me arrepentiré de no haberme subido a él.

—Lo siento, sé que no debería ser tan categórico, pero oírte por fin me hace feliz, sin poder evitar también la melancolía de saberte tan lejana... ¿no vas a volver a hablarme? Prometo no quejarme más –dices asustado, al no oír nada más que el clic que te indica que ya he colgado.

Sabes que no puedes rellamarme, mi móvil de empresa tiene oculto el número, lo viste cuando te llamé y te desesperas, intentando escribir un mail con rapidez. Pero lo que no sabes, es que no he cortado la línea para frenar, no he parado para echarme atrás, simplemente he retrocedido para coger fuerzas. Para plantarme ante tu mesa y cuando por fin levantas la vista, y por primera vez me pierdo en la oscuridad de tu mirada profunda te digo:

— ¿Antes de olvidar, me invitas a ese café?

Me miras sin saber que decir, tus ojos que hace un momento reflejaban oscuridad, ahora reflejan sorpresa, y tus labios...Dios, apenas puedo concentrarme en lo que dices.

— ¿Eres tú?

— ¿Te asaltan muchas mujeres en mitad de la noche, pirata?

—Estoy alucinado

—Para bien o para mal –te pido nerviosa

—Para mejor

— ¿Qué haces aquí? ¿Como? ¿Porque? ¿Cuando? –apenas contienes las palabras, mientras tu mirada recorre mi cuerpo sin disimulo

—Podría decirte que quería darte una sorpresa, pero te mentiría y no quiero hacerlo, podría decirte...pero todo se resume fácil, qué más da lo que me haya traído aquí, la verdad es que estoy aquí porque a pesar de intentar no estar, no he podido evitarlo.

—Estas aquí, y aunque aún estoy asimilándolo, el resto no me importa un puto carajo.

Sonrió, cuando casi pegas al pobre camarero, simplemente porque se acerca a preguntar que quiero. Y cuando pido un café con leche, tú le pides que se lleven tu plato, y te traigan otro muy cargado.

Necesito un minuto, y me evado mirando el libro que tienes sobre la mesa, pero al momento el libro pierde importancia, cuando me fijo en tu mano; grande, tus dedos largos y tus cuidadas uñas...al instante, no puedo evitar imaginar, esa mano subiendo por mis muslos desnudos, quemando mi piel a su paso...y aprieto esos muslos, ante el calor que genera ya mi entrepierna, mientras avergonzada, intento estirar ese libro para disimular. Pero rozo tus dedos, y levanto la mirada, para encontrarme con la tuya, mientras rozas mi mano, y mi piel...por primera vez.

— ¿Te gusta? –pregunto, cuando por fin puedo respirar

—Más de lo que podría expresar con palabras –dices, y sé que no hablas del libro, por la manera en la que me miras.

— ¿Cuantos días llevas aquí? –me preguntas, sin dejar de acariciar el dorso de mi mano

—Dos –sé que no te ha gustado saberlo

— ¿Hasta cuándo te quedas?

—La idea es hasta mañana viernes

—Quédate hasta el domingo, me debes esos dos días que me has negado –me retas con la mirada, dando la vuelta a mi mano para acariciar la palma y mi muñeca

—Si –te digo sin pensármelo.

— ¿Qué te parece esto? –preguntas claramente por tu ciudad

Pero yo ya solo tengo ojos para ti, y sin ocultarlo te miro y respondo.

—Perfecto, me parece perfecto.

—Necesito que me dé el aire, levantarme, salir de aquí... ¿vienes? –me dices poniente en pie, y ofreciéndome la mano

No dudo en coger tu libro, y tu mano, para acercarme contigo a la barra, donde pagas antes de salir al fresco de la noche.

Andamos unas calles en silencio, de la mano, perdiéndonos entre las gentes, que andan de un sitio a otro, sin reparar en esas dos figuras aferradas de la mano, que andan por primera vez juntas; cruzando en silencio esa zona ajardinada, andando sin rumbo, solo por el placer de sentirnos cerca, de rozarnos...ninguno de los dos habla, como si al hacerlo rompiéramos el hechizo, porque además por otra parte sabemos ya tanto el uno del otro...leernos y hablar de nosotros, llevamos haciéndolo meses, esto es nuevo, y ambos estamos ávidos de esta nueva experiencia.

— ¿Por qué me mentiste? –dices de repente, parando

— ¿Cuándo te he mentido? Yo nunca... –empiezo a defenderme, apoyándome en la parte trasera de un banco

—Recuerdo perfectamente, que me dijiste en un mail: no soy ni guapa, ni excesivamente fea, soy del montón...carajo niña, quien coño reparte los montones en tu pueblo, para ir a darle un par de hostias, o simplemente comprarle unas gafas, si te echó en el saco de las del montón...

— ¿Tan fea me ves? –te digo, poniendo una mueca esperando lo contrario

—Hostia puta, me dijiste que tus ojos eran normales, marrones; vuelta a la mentira, obviaste decirme, que me encontraría con estos grandes ojazos, color miel fundida, los más expresivos que he visto en mi vida. Me siento estafado, porque imaginé, tu boca grande como describiste, y yo esperaba un buzón de correos, y aquí estoy, luchando por no comerte la boca, desde que te he visto de pie junto a mi mesa...

Sonreía oyéndote, y terminé gimiendo, cuando soltaste la última frase, mirando mis labios, acercándote peligrosamente, y yo deseando como nunca, que alguien me devorara enterita.

Tus labios rozan los míos, casi imperceptiblemente, lo más notable es sentir como la punta de tu lengua los recorre, los entreabre, y finalmente se cuela dentro, lamiendo la mía mientras nuestros labios ahora si se rozaban, se juntaban, y lo que empezó con calma, desató la tormenta en dos segundos, en los que terminamos devorándonos con el hambre retenida, durante demasiado tiempo. Entreabro mis piernas, y noto tu cuerpo pegado al mío, apretándome contra ese banco que tengo detrás, pero nada importa salvo tu sabor, tu saliva mojando mi boca, tu lengua recorriéndola...

—Me vuelves loco, aunque seas una mentirosa compulsiva, me dijiste que ni alta, ni tampoco eras bajita, recuerdo perfectamente un mail muy gracioso, en el que me dijiste que como toda mujer, con los años cuando coméis cosas ricas, os duran cinco minutos en la boca, y en cambio se queda para siempre en vuestro culo y caderas... ¿porque nunca me dijiste que desearía perderme en tus curvas, cuando te viera? Que enloquecería queriendo descubrir, si tus tetas son tan grandes, tan firmes y tan redonditas como se intuyen bajo esa camiseta, bajo la que parece no llevas ni sujetador

—Si tan mal te sientes, puedes comprobarlo, no quiero que enloquezcas –te digo, sacando la camiseta del pantalón, y separando un poco el bajo

Ni un segundo tardas, en meter tus manos dentro, en subirlas por mi torso caliente, y en llegar a mis pechos, que desean desde hace demasiado ser acariciados, y sobados por esas grandes manos tuyas.

—Lo siento, acababa de ducharme, cuando decidí llamarte, y mientras hablábamos, me puse deprisa el pantalón, y la camiseta, para salir del hotel sin pensar, en la ropa interior

Suspiras profundamente mientras me excuso.

—Por dios niña, tú quieres matarme, hablas como un corderito tembloroso, diciéndole al lobo que no llevas ropa interior

Te pegas más a mí y desabrochas mi vaquero, tu mano acaricia mi pubis y gemimos ambos, yo pensando que menos mal que a esas horas ya no pasa mucha gente, y la que lo hace a unos metros, solo ve a una pareja besándose junto al banco. Pero entonces, tus dedos profundizan, y se cuelan entre los labios de mi sexo...

—Estas mojadita, ahora es cuando desearía tener veinte años menos, para follarte aquí mismo, como te mereces golfilla –dices, girando la mano entre el pantalón, y mi sexo, engarfiando dos dedos, con los que me penetras.

Yo, muerdo tus labios, excitada, los chupo, ensalivo tu boca mientras me derrito en tu mano, tus dedos entran, y salen de mi vagina, mientras la palma de tu mano presiona mi clítoris.

—Voy a correrme, pirata

—Hazlo golfilla, córrete para mí.

Y tu lengua busca la mía, entrelazándose mientras mi cuerpo tiembla por primera vez entre tus brazos, sacudiéndome con el orgasmo.

—Necesito follarte –dices llevando mi mano a tu polla dura sobre el pantalón

—Y yo que lo hagas

—Tengo el coche allí arriba, en ese aparcamiento al fondo, ¿a cuanto estamos de tu hotel? porque de momento está más cerca que mi casa

Mientras me llevas, casi a rastras por las prisas, siento aun las cosquillas de mi orgasmo al andar. Que lejos de calmar mi cuerpo, solo me han hecho desearte más. Te doy el nombre del hotel, y sonríes al reconocerlo, yo te digo que son los gajes de sustituir al jefe en el último momento.

Llegamos a tu coche, es como tú, grande, sobrio y brillante. Tu intención es abrirme la puerta, pero volvemos a besarnos, me aferro a tu cuello, pego mi cuerpo al tuyo y de nuevo perdemos el control. Tus manos en mi culo, me aprietan contra tu erección, mientras yo de puntillas me froto contra ella, descarada.

—Fóllame, no puedo más –suplico, con los labios empapados de tu saliva

— ¿Aquí, ahora?

Me muerdo los labios, mirándote con picardía, y tras un gemido abres la puerta, me parapetas con tu cuerpo, y colocándote detrás de mí, me desabrochas el pantalón, esta vez no te metes dentro, sino que bajas la tela, dejándola junto por debajo de mi culo, y mientras una mano acaricia mi trasero, oigo como baja tu bragueta. Me inclino agarrándome a la ventana bajada, en la oscuridad de ese aparcamiento al aire libre, y noto sin ver su glande entre mis piernas, mientras tu mano me inclina un poco más, la otra te guía por mi rajita, empapando tu balano con mi humedad, y llegas a la entrada, te apoyas, me aferras de las caderas y de un solo empujón me penetras sin contemplaciones.

—Joder, joder... –jadeas, quedándote quieto, palpitando en mi interior

Mi vagina se adapta a tu entrada, a tu gran tamaño y no puedo dejar de jadear enloquecida, queriendo que destroces mi coñito con tu polla.

—Dame más –pido apoyando solo las manos, y subiendo para pegar mi espalda a tu pecho.

—Si mi vida, es toda para ti –dices, acariciando el contorno de mi culo, mis caderas...mientras empiezas a moverte.

Termino de puntillas, y casi me levantas del suelo, en cada acometida salvaje, los dos gemimos extasiados, entregados por completo a nuestra copula bestial. Me follas sin paliativos, sin frenos, sin pausa...como mi cuerpo enloquecido te demanda, moviéndose al unísono contigo, sin importarnos donde estamos...

—Voy a correrme, no pares

—Me correré -aseguras

—No pares, no pares –repito llevando las manos atrás, agarrando tu culo sobre el pantalón

Mi cuerpo estalla en mil pedazos, y dos segundos después, mientras aun me incendio, tú gritas antes de soltar, dos potentes chorros calientes, que avivan aún más el placer que siento, dos chorritos más, de esa lava caliente que escupe tu polla en mi interior, mientras nos corremos como locos.

Apenas consigo volver respirar con normalidad, cuando me subo el pantalón mientras me miras alucinado después de lo que acaba de suceder.

—No recuerdo haber follado nunca en mitad de la calle –dices, mientras intentas colocar tu sexo dentro del pantalón, sin que de nuevo pueda verlo, entre tu mano y la oscuridad.

— ¿Y qué tal la experiencia?

—Apoteósica –dices besando mis labios con ternura, sin el hambre con la que lo habías hecho unos minutos antes, pero con la gratitud de quien se siente de momento saciado.

Tu coche huele a ti y cierro los ojos, para registrar ese olor, mientras noto tu semen humedeciendo la entrepierna de mi pantalón.

—Ahora recuerdo algo que una vez vi en alguna parte, sobre cosas libidinosas, y se me quedo una frase, que acabo de recordar pensando en lo que acabamos de hacer. “nunca había entendido, porque la gente hace el amor en el suelo o tirados en cualquier parte. Hasta que llegaste tú y comprendí que ni siquiera te percatas de que estas en el suelo...”

¿Cómo no voy a adorarte? Me pregunto escuchándote embelesada, al igual que te leo en la distancia...

Diez minutos después, estamos en el parking del hotel, y mientras subimos en el ascensor, vuelves a besarme calmadamente, degustando mi boca, deleitándome una vez más con tu sabor.

Saco la tarjeta del bolsillo trasero de mi pantalón, y abro ante tu atenta mirada a mi culo, entramos y miras el desorden que dejó mi escapada con prisas, la toalla tirara sobre la alfombra frente a mi portátil aun encendido, sobre la mesa que hay en una esquina de la espaciosa habitación, en la pantalla aún puede verse la foto del restaurante en la que cenabas, me miras y sonríes.

—Gracias por venir –me dices acercándote

Pero paras a medio metro, y agarrando mi camiseta por el bajo, la subes quitándomela por la cabeza, mientras yo me quito los zapatos, tú sigues con mis pantalones, y no se te escapa la mancha húmeda que cubre toda la entrepierna...

— ¿Crees que eso es todo mío?

—No, es una mezcla de ambos –respondo sin dudas

Y entonces haces que me siente en el sillón, donde esa noche empezó todo, donde oí tu voz por primera vez. Separas mis muslos, mientras te arrodillas, y tus labios recorren mis muslos a besos, tu lengua ensaliva mi piel, haciendo que arda a su paso...llenas mi pubis de pequeños besos, que me hacen gemir agarrarme al sillón, y retorcerme en el...entonces tiras de mis piernas, sacando casi mi culo por completo.

—Deja que pruebe pues, esa maravillosa mezcla de ambos –y sin más, tu lengua recorre ávida mi rajita

Tiemblo como una hoja, me agarro al sillón mientras me lames, me aferro a tu cabeza mientras succionas y finalmente me retuerzo con un nuevo orgasmo, que llena tu lengua de jugos...los tuyos, los míos...los nuestros. Y tú sigues lamiendo goloso hasta la última gota, como si te fuera la vida en ello, tu lengua resbala por mi perineo dando un respiro a mi coñito palpitante, rodeas mi anito prieto y cuando creo que no puedes comerme mejor, tu lengua se mete, me penetras con ella ese agujerito apenas virgen, y vuelvo a retorcerme de gusto, mientras lo ensalivas, entrando y saliendo, para terminar recorriendo el camino a mi sexo, a mi clítoris que de nuevo lames mansamente, colando dos dedos en mi vagina, intuyendo que mi cuerpo cada vez necesita más, tus dedos entran y salen sin piedad...gimoteo descosida, cuando un tercer dedo, se aprieta contra mi ano ensalivado, empujas y terminas entrando, chupeteas mi clítoris...y Dios, vuelvo a derramarme en tu boca hambrienta, mientras tu mano entra y sale de mí, repartida por fases.

Te incorporas, y te agachas para besarme, para que pruebe mi sabor en ti, y relamo tu boca, sabiendo que solo tengo ese sabor contigo, porque ese es nuestro sabor.

— ¿Te importa si uso tu ducha? –preguntas, y te señalo la puerta

Miro como dejas la chaqueta sobre el sillón, la camisa sobre esta y el pantalón a un lado, para desaparecer dentro del baño en calzoncillos.

Me encanta comprobar lo excitado que estas al hacerlo, la tienda de campaña que marcan tus calzoncillos al entrar en el baño, y hambrienta de ti te sigo.

No te has molestado en cerrar la puerta, lo cual me dice que no te molesta que te vea, aun si pregunto desde la puerta...

— ¿Te importa...?

—No solo no me importa, me encanta que estés aquí –dices completamente desnudo, de espaldas, haciendo pis sin complejos. Tu seguridad en ti mismo siempre me ha enloquecido

Me pego a tu espalda, sabiendo que al estar empalmado te cuesta más hacerlo, y mientras beso tu espalda, quito tu mano para agarrar tu polla. Es la primera vez que la toco y me encanta su tacto, su calor...sus venillas marcadas y el glande más oscuro cuando tiro ligeramente...

—Me encanta que me toques, pero así no voy a conseguirlo, no me duchare nunca y me muero por volver a follarte

—Bueno, quisquilloso –te digo dando un azote, y me sorprende lo duro que está tu culo a pesar de tus cincuenta y muchos

Me meto en la ducha, mientras haces pis, y al momento te unes a mí, coges el gel y pretendes lavarte, pero son mis manos las que recorren palmo a palmo tu anatomía, tus tetitas, todo tu pecho, tu incipiente tripita bien puesta, tus muslos llenos, tus pantorrillas...evito tu polla deliberadamente, y eso te enciende, pero te dejas hacer con una sonrisa. Ya en tu espalda la recorro al milímetro, enjabono también tus nalgas...Dios, como deseo que vuelvas a follarme, pienso, agarrando de nuevo tu polla, y mientras froto mis tetas y mi cuerpo por tu enjabonada espalda, formando aún más espuma, meneo sin prisas tu polla, masturbándote.

— ¿Cuánto crees que cualquier aguantaría esto? –dices apoyado medio inclinado hacia adelante en las baldosas, mientras mi mano sigue tallando despacio tu polla y la otra mano sopesa y acaricia tus pelotas.

— ¿Cuánto aguantarías tú? –pregunto malvada, frotando mi pubis en tu culo.

—No vas a saberlo golfa –dices girándote, llenando tu mano de gel para limpiar mi entrepierna, antes de dejar que agua arrastre la espuma, que nuestros cuerpos frotándose han creado.

Apenas dejas que me sequé, cuando me llevas a la cama, me tumbas en ella de espalda, flexionas mis rodillas pegándolas casi a mis tetas y colocándote de rodillas, vuelves a penetrarme esa noche. Ahora tu polla recorre mi vagina con pasmosa lentitud, haciéndose notar, haciendo que mis ojos se empañen de placer...

—Jamás he estado en un sitio donde hay pensado que no me importaría morir en él. Esta noche sé que no me importaría morir en tu coño mi niña... mirándote, disfrutando de tu cuerpo...

Dices, mientras empiezas a moverte paulatinamente, espaciando cada acometida, unas más suaves, seguidas de otras más profundas, confundiendo a mi sexo, que ya no sabe a qué aferrarse porque he perdido la cabeza por ti, mi amor...

—No pares, no pares –sollozo, mientras me corro contigo dentro

Apenas dejas que mi cuerpo deje de temblar, cuando me das la vuelta, tiras de mis caderas y poniéndote de pie, literalmente vuelves a clavarme en tu estaca, yo relincho de nuevo, dispuesta a seguir sintiendo, a seguir compartiendo...

Pero te quedas quieto, solo te mantienes hasta el fondo, aferras mis hombros, y suspiras intentando controlarlo, me gusta saber que estas tan excitado como yo, y arqueándome meto la mano bajo mi cuerpo, y cuando crees que voy a masturbarme, paso de largo, y agarro tus pelotas, las sopeso y tú gimes, empujas más como si quisieras poder meterlas, escapar de mi mano que ahora acaricia, que soba...

—Por favor, por favor...

—Por favor que –te pido sabiendo de sobra por el temblor de tus labios, que te gusta lo que hago

—Por favor, deja de estrujar mis pelotas, o harás que vuelva a llenar tu coño de leche –dices con voz ronca

Como respuesta, aprieto con mis dedos un poquito más sin hacerte daño, pero lo suficiente para que me sientas bien, tironeo levemente, y te oigo jadear, froto excitadísima mi clítoris en mi propia muñeca, y tu aferrado a mis hombros, empujas más adentro, más hacia mi mano, más hacia ese precipicio en el caigo la primera, y al momento me sigues sin poderlo evitar, tu descarga, vuelve a calentar mi interior, mientras suspiras y gimes conmigo.

—Si nena, si, joder, me corro, me corro

Los dos caemos rendidos en la cama, por más que quisiéramos, nuestros cuerpos no responden, y solo me abrazas, quedándote dormido mientras yo me duermo entre tus brazos.

Me despierta el sonido de la alarma del móvil, y miro sorprendida que ya son las siete y media.

— ¿Tienes que irte? –dices aun desnudo a mi lado

—Tengo que pasar a recoger unos datos, pero a las once como muy tardé tengo que recoger aquí.

—Entonces te llevo a desayunar, y te dejo donde me digas

Nos vestimos deprisa, desayunamos, y me dejas antes de las nueve en las oficinas, donde quedo en llamarte cuando acabe. Llamó a mi marido antes de subir, y no tengo que inventar demasiado, tan solo decirle que me había encontrado con unas amigas, y me habían ofrecido pasar juntas el fin de semana ya que coincidíamos tan poco.

—No pasa nada, pásalo bien, yo de paso aprovecho y quedo con los chicos –no había problema, con él nunca pasaba nada, todo le da igual, como si nuestra vida fuera por momentos un encefalograma plano.

A las diez y media te llamo, y te digo que ya estoy lista, con los datos que me hacían falta, pero que un amigo me lleva al hotel ya que ha insistido, y no quiero levantar sospechas.

—Hasta las doce estaré en la habitación, cuando quieras

Pero cuando a las once cruzo con Luis el hall del hotel, te veo sentado en uno de los sillones, y mientras este insiste en esperar para llevarme al aeropuerto más tarde, aparece un cliente suyo, y puedo escaparme tras una rápida despedida.

Voy hacia el ascensor, y veo que te acercas a pesar de no hablarme porque esos dos siguen allí. Entras conmigo en el ascensor, y solo cuando las puertas se cierran dices:

—Ese estaba empeñado en llevarte al aeropuerto, aunque creo que hubiera preferido llevarte al catre

—Bruto

Entonces me empujas hacia una de las paredes, y metes tu mano bajo mi falda

— ¿Y no te gusta el bruto, hoy vas de estirada?

No tardas en comprobar al notar la humedad de mis medias, lo mucho que me gusta ese bruto, mientras tu lengua lame mi cuello lascivamente.

—No ha sido una queja –jadeo cuando tu mano agarra mi coño

Cuando se abren las puertas, tu mano sale de debajo de mi falda, y andamos uno junto al otro hasta la puerta de la habitación, donde consigo abrir la puerta que tu cierras al entrar, y mientras ambos miramos la cama aun revuelta, recordando lo que ahí ha sucedido esa misma noche me dices:

—Súbete la falda, y quítate las medias, y las bragas, si lo hago yo, vas a tener que tirarlas.

—Tengo que dejar la habitación antes de las doce y media –te digo, al comprobar que ya son más de las once

—Al bruto le basta, no era el plan, pero al verte entrar disfrazada de mujer fría, con ese tipejo me ha puesto cachondísimo

— ¿Mujer fría?

—Sí, con esa falda recta, esa blusa y chaqueta impoluta, como has salido esta mañana, pero al lado de ese, rechazando el claro ofrecimiento a más, casi me engañas, parecías tan fría...pero yo sé que no lo eres, y espero que no hayas tenido que quitarte la camisa, porque si no, tampoco les habrás engañado a ellos

— ¿Porque? –pienso mirándome en el espejo

Entonces detrás de mí, abres más mi americana, y puedo ver perfectamente las puntas tiesas de mis pezones, marcándose en la tela fina.

—Esto tiene pinta de llevar así rato, tanto como esto –llevas mi mano a tu paquete duro.

Jadeo, mientras subo mi falda a la cintura, y sin dejar de mirarte en el espejo, me bajo las medias, y las bragas al mismo tiempo, no necesito tocarlas para saber que están chorreando.

—Dime que al igual que yo, llevas deseando esto toda la mañana –dices metiendo ya tus manos entre mis piernas, pegando tu mano plana paralela a mi coño.

—Si –jadeo cuando tus dedos, ya penetran mi vagina encharcada

—Se buena, y desabrocha tu camisa por mi golfilla

Y sin pensarlo, saco la blusa de la falda, y la desabrocho con prisas, la tiro sobre tu chaqueta, que algún momento has tirado, donde lo hiciste la noche anterior.

No te molestas en quitarme el sujetador, simplemente con la mano libre, sacas mis tetas por arriba, y frotas esos pezones que ya duelen ansiando tus dedos.

Una vez más, no tardas en hacer que me corra en tus manos, mientras lames mi cuello, me masturbas y estimulas mis pechos...

Aun tiemblo, cuando me llevas a la cama, detrás de mí haces que me arrodille en el borde, e inclinándome, me colocas a cuatro patas, antes de inclinarte para pasar tu lengua por toda mi rajita.

—Joder, ya soy adicto a este sabor –y te relames con ganas

Siento sacudidas cuando tu lengua golpea mi clítoris sensible tras el orgasmo, y la hundes en mi vagina, luego sigues hasta mi ano y te hundes también en el.

—Fóllame -suplico temblorosa

Y oigo tu pantalón caer a tus pies, tus manos aferran mis caderas, y me das lo que pido, me follas una y otra vez con ganas, mientras me retuerzo aferrada al colchón, entonces cuando creo no poder soportar más placer sin morir en el intento, tu dedo presiona otra vez esa entrada inexplorada antes de ayer, y empujas penetrándome. No tardas nada en coordinar esa penetración con la de tu polla en mi coño. Pero cuando mejor me lo paso, paras y me pides

— ¿Quieres correrte golfa?

—Sí, sí, si

—Yo también quiero correrme, pero quiero hacerlo en tu culo

Tus palabras me asustan, pero lentamente sacas tu dedo de mi culo y tu polla de mi coño, apoyas el glande donde acaba de salir tu dedo, y simplemente manteniendo un poco de presión empiezas a acariciar mis glúteos.

— ¿Confías en mí?

—Sabes que si

—Entonces relájate, y déjame entrar, lo quiero todo, quiero que seas completamente mía –dices inclinándote a besar mi espalda

Te aferras a mis hombros, y empujas un poco, tu polla esta tan dura, que ni necesitas agarrarla, el capullo desparece entre los cachetes de mi culo, abre mi esfínter y mi culito arde recibiéndote...

—Así cariño, relájate –me dices con voz ronca

Duele bastante y escuece mientras me abres, mientras me posees así por primera vez, el dolor se confunde con el placer de sentirme más tuya que nunca, mientras me llenas por completo y tus manos me suben, me pegas tu pecho, me abrazas por debajo de los míos.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y jamás olvidare esto, dure lo que dure –dices en mi oído mientras empiezas a moverte

Mientras tus caderas se mueven moviéndome, llenándome por completo, haciéndome arder cuando deshaces el abrazo, y una mano se queda a sobar mis tetas, mientras la otra baja entre mis piernas.

Sin darme cuenta, y me balanceo contigo, voy en busca de tu polla, de cada arremetida...

—No puedo más cariño, voy a correrme, me corro mi vida, me corro –jadeas llenando de semen mis entrañas –también por primera vez

Y entonces tus jadeos, el calor de tu orgasmo hace que me pierda contigo en ese mundo maravilloso, en el que solo cabemos tú y yo, porque follar contigo es como soplar las velas de una gran tarta teniendo ya el deseo delante de ti. Porque simplemente has llegado cuando menos lo esperaba, porque contigo me siento como una niña, a la que de repente alguien se molesta en arreglar su viejo columpio, y además se queda a darle ese empujón para que vuelva a volar de nuevo...

—ojala pudiera parar el tiempo, pero son y diez mi vida

Y entre los dos metemos todo en mi bolsa de cualquier manera, desnudos riendo por la habitación y luego nos vestimos, incluso terminamos en el ascensor, para entregar la tarjeta justo a la hora.

— ¿Dónde me llevas, pirata?

—a mi guarida

Respirándote, sintiéndote, acariciando tu mano en mi muslo, sentados en tu coche mientras conduces hacia tu casa, no dejo de pensar en cómo será mi vida después del domingo.

Y empezaba a sentir como dijo un día Mario Benedetti:

Nadie nos advirtió que extrañar es el costo que tienen los buenos momentos