Nosferatu

Nosferatu y doncella en un pasado oscuro lleno de demonios. Él, lo bastante poderoso para dominar el mundo pero... ¿acaso será ella quien le domine a él?

Si hay alguna criatura capaz de encender mi más profundos deseos y pasiones, y de alentar los sueños más hermosos y, por que no decirlo, eróticos, esos son los vampiros, y a ellos deseo dedicar este sencillo relato que espero que os guste.

NOSFERATU

Él la recorrió con la lengua, muy despacio, hasta clavarle sus portentosos colmillos en la yugular. Ella emitió un gemido apagado por la mordaza y trató de zafarse de sus dientes sin éxito. La fuerza de los de su especio le permitía tenerla inmovilizada con suma facilidad, sin olvidar la cuerda que mantenía presas a la espalda sus muñecas. Era como una muñeca en sus manos.

Unos gruesos lagrimones rodaron por sus mejillas mientras sentía como se le escapaba la vida, fluyendo por dos pequeños orificios, en dirección al demonio que subyugaba su alma. Él soltó su hombro, no así su cintura que presionaba fuertemente con la zurda, bien pegada a su helado cuerpo de Nosferatu. Deslizó la diestra por su brazo y la cadera y comenzó a tirar de su falda, prensándola contra el muslo, librando la piel bajo ella. No le costó engarfíar sus ágiles dedos en torno a su muslo desnudo, acariciándolo como si en ello le fuera la vida, sin dejar de sorber la de ella, lentamente, prolongando la situación con una voluntad de hierro, tras sus largas semanas de obligado ayuno.

El padre de la muchacha, que yacía ahora sobre el pedregoso suelo de la prisión en que le había mantenido encerrado aquellas semanas, luchó valientemente para proteger a su única hija, una muchacha de unos diecinueve años, aún doncella y prometida al mismo conde que contrató a su padre para dar caza al vampiro. El señor de la noche se había quedado allí quieto, mirando el cuerpo quebrado de su captor y, pensando que, en el fondo, él no tenía la culpa de nada. Eran malos tiempos, los demonios abundaban en el mundo y él sólo cumplía las órdenes de su señor. En cualquier otra circunstancia, habría abandonado aquella casa y optado por acabar con la descendencia del conde, no era partidario de cebarse en los miserables, pero aquella muchacha, sus ojos tiernos y llenos de inocencia y pureza, le habían atrapado y se había visto obligado a tomarla. Ella perdió el sentido al ver muerto a su amado padre y el demonio aprovechó para atar sus manos y acallar su voz, sintiendo que debía dominarla y hacerla suya. Aquella hermosa hembra humana no sería sólo su alimento aquella noche, la haría su compañera.

El señor de la noche era consciente de la cantidad de savia que albergaba el cuerpo de la joven, se detuvo en el instante que ella empezó a marearse y sentir su cuerpo flotar en un mar de irrealidad. No extrajo los colmillos pero se limitó a lamer la herida sin probar una gota más, transmitiendo su propio veneno a la infeliz criatura que temblaba entre sus manos. Su muslo aún estaba caliente, vivo, aunque su cuerpo ya no oponía resistencia y caía lánguido sobre el de él; un vano resplandor de conciencia se abría paso en su agotada mente, pronto estaría junto a su padre, lejos de aquella vil criatura del infierno, no tenía fuerzas para luchar, él acabaría pronto.

La mano voraz ascendió en busca de una nueva presa, con suma gentileza desanudó el cordón que cerraba la blanca camisa, descubriendo el inicio de unos senos blancos y turgentes, la sedosa piel se estremeció al contacto con el frío dorso de su mano y dos lágrimas más surcaron el rostro revelando miedo. El gran demonio se percató de ello. ¿No era ya bastante su propia amenaza de renacer en el mundo de las sombras? Sería tan fácil poner fin a su sufrimiento, un giro de muñeca en el lugar adecuado y.. ¡ah!, pero no podía, la deseaba a su lado, su inmortal compañera por la eternidad de su existencia maldita. Era perfecta, exquisita en cada detalle, un manto de terciopelo negro sus cabellos, oscuros pozos que reflejaban la luz del astro nocturno sus ojos, tiernos y carnosos labios inflamados por el color de la sangre, perlas sus dientes, su piel blanca como el más puro mármol, voluptuosa e inocente. Hermosa y pura. Una reina perfecta para su palacio de obsidiana.

Shhh, sé que me odias por lo que he hecho, - le susurró al oído con voz grave y cavernosa – pero no es tu desdicha lo que busco con mis actos – ella se removió tratando de hablar y él, consciente de cada sensación que emanaba de ella, la liberó de la mordaza.

No os odio – musitó su voz, musical, tibia.

Él la observó sin comprender, ella sus ojos fijos en los de él, su cabeza apoyada en el hombro varonil, se explicó:

Odiaros a vos sería como odiar a la luna por sumirnos en la oscuridad cada noche. Ella, que fue puesta ahí por los Dioses y está obligada a asumir su peculiar naturaleza cumpliendo con su deber noche tras noche. ¿Cómo podría odiarla yo por ser lo que es?

El demonio la giró sobre su cuerpo, sin apartarla de sí, sintiendo el calor de la vida que ella desprendía y él deseaba. Necesitaba verla mejor. No había odio en su rostro, tan sólo una profunda tristeza y un hondo temor. Pero hablaba con seguridad, afirmando cada palabra con su sumisa actitud.

Pero, yo no soy la luna. No me deslizo en el horizonte trayendo el sueño placentero conmigo, no hay día después de mi, no del modo que existe el sol.

Vuestra existencia es fruto de los Dioses, al igual que la de la luna, vos sois lo que sois, ni más ni menos, vuestros actos son sólo el destino que ellos pusieron frente a vos, inalterable, inevitable. ¿Cómo habría de odiaros yo, mortal que soy y ajena a la sapiencia divina? ¿Cómo? Si vos sólo acatáis lo que está en su libro, vuestro destino.

El señor de la oscuridad la contempló sobrecogido por sus sagaz discurso, ¿acaso tendría razón aquella niña? ¿Acaso él, que había sobrevivido innumerables siglos al devenir de los mortales, acaso él que era viejo por generaciones vividas, podría haber estado ciego a la simple realidad que ella, como una flor al abrirse en primavera, le había expuesto con tanta sencillez? Aún la amó más por eso, sería sabia, joven y hermosa en su reino de tinieblas. Tenía que ser suya.

¿Qué soy pues, para ti? Criatura.

Sois Pena, pues mi padre yace ahora cadáver en el frío suelo, tan frío él como vos, pero menos vivo, pena porque nada hará que le recupere más que siguiéndole por un camino que temo andar. Y sois Miedo, miedo porque desconozco lo que hay tras vuestros ojos y temo vislumbrar entre vuestros colmillos. Eso sois, ni más ni menos.

Pues no temas más criatura, no solloces, sé ahora un último suspiro y déjame tomarte y guiarte hacia tu nueva vida, lejos de Pena y Miedo. ¿Me dejarás ser tu guía?

Si – su aceptación tan sincera y casi anhelante le hizo estremecer de placer, mucho más allá que un mortal al oírla el día de su boda. Aquellas nupcias serían más sagradas que todo lo sagrado sobre la tierra, eran sinceras y eternas, inmutables a través del tiempo.

Su mano se deslizó entre los pliegues de la camisa y asieron el seno, prieto y suave, cálido aún, este se estremeció al frío tacto pero no se retiró, se dejó acariciar y comprimir, pellizcar y atrapar entre los ágiles dedos del Nosferatu. Un suave gemido pugnó por escapar entre sus labios, pero ella lo contuvo mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar.

Cálmate – le susurró él enternecido – para abandonar esta vida debo poseerte primero y tu has de entregarte con libertad. El beso final llegará después. Ahora abandónate a mi, olvida tu mundo, siénteme tan solo a mi.

Ella obedeció y liberó sus labios, gimió cuando él besó la herida de su garganta y cuando, con gran habilidad, desgarró él sus vestiduras dejándola en la más absoluta desnudez, con las frágiles prendas colgando aún de sus muñecas amarradas. Él la abrazaba estrechándola contra sí, queriendo fundirse con ella, con su viva calidez mortal, su mano libre recorría la sinuosidad de sus pechos, pellizcaba los pezones haciéndola emitir tenues grititos de placer, un placer que, dada su doncellez, no sintió jamás, virginal criatura. Acarició su abdomen y ella temblaba olvidado ya el miedo y el dolor, descendió a su ombligo, ahondó en él con suaves caricias, la sintió enardecida por ellas y franqueó el terreno que hasta aquel momento había estado prohibido a varón, acarició el rizado bello de su entrepierna y ella gimió intensamente sobrecogida por sensaciones nuevas y desconocidas. Se deleitó en la pared interna de sus muslos mientras sus labios recorrían ya el pecho de ella succionando lo que su mano, minutos antes, había palpado con singular obsequiosidad.

La joven dejó volar su mente un instante, ¿no había oído historias terribles de la brutalidad de los demonios nocturnos? Conocía damas corteses forzadas hasta la extenuación, vejados sus cuerpos y desintegrada su alma por tan poderosos señores. Pero aquel, este que la sostenía entre sus tiernos y reconfortantes brazos, este que había matado a su padre y pretendía lo mismo de ella, este parecía que deseara compensarla por algún motivo, la trataba con tal delicadeza y generosidad que ella olvidaba el dolor y se rendía a él sin miedo y sin dudas, le deseaba como él a ella, ¿acaso la amaría?¿Podía un ser así amar, quizá? Supo de inmediato que sí y ella, a pesar de lo sucedido, a pesar de que se había visto arrastrada hasta allí de modo involuntario, a pesar de todo, también lo amaba y comprendió que no deseaba una vida dónde él no estuviera.

La soga cayó junto a los ropajes destrozados liberándola. La tomó entre sus brazos para subir las escaleras y depositarla en el jergón con tanto cuidado que pareciera temer romperla. Ella no cesaba de observarle, no sentía pudor ni vergüenza por hallarse desnuda y expuesta a él, él que aún no se había desprendido de la más mínima pieza de ropa y se recostaba ahora a su lado hundiendo el rostro entre sus pechos, saciando con ellos una sed muy distinta a la de su especial naturaleza. Y ella se lo permitía, es más, lo animaba guiando sus movimientos, enredando sus dedos sobre el cabello oscuro de él, impidiendo que su boca escapara de sus senos. Pero él era más fuerte y se deshizo de su abrazo, sonriendo al verla amarle, los pechos brillaban ahora con la saliva de él y esta misma fue llenando su abdomen al guiarla la lengua que lamía cada palmo de piel saboreando a su amada. Y ella, incapaz de resistir tanto placer, gemía libre de todas las ataduras morales de su época.

Los dedos de él se hundieron en su sexo, masajeando sus pliegues y carnosidades, estremeciéndola, lentamente se abrieron paso hasta su interior rompiendo el delgado sello que lo protegía y ella gritó con la lujuria brillando en sus ojos. Sin salir de ella se irguió para besarla y ella sintió con su lengua los afilados colmillos de él. En seguida se apartó para que los dedos de la otra mano penetraran la boca de ella, que cerró los ojos abandonándose a las sensaciones de su hábil amante y succionando aquellos dedos como si fueran la vida que se le escapaba.

Incrédula sintió la boca de él en su sexo, lamiendo y recorriendo su intimidad acariciador unas veces, salvaje otras. La habitación quedó inundada de su olor a hembra y de sus gritos de placer, pero nadie había en ella para oírlos, nadie en muchos kilómetros para acallarlos, excepto él. El señor oscuro le regaló su lengua un rato más hasta que al fin, incapaz de soportarlo por más tiempo, enderezó el cuerpo para contemplarla un instante, allí, frágil, entregada, insaciable y deseosa de que él continuara, inquieta por que su cuerpo ya no la tocaba.

Mi amor, ahora serás mía.

Y hundió su miembro en ella, fundidos en un solo ser, amándose, se movió con delicadeza incapaz de hacerle daño hasta que su cuerpo se fue acostumbrando al intruso que en ella habitaba ahora, y aumento la fuerza y frecuencia de sus acometidas, llenándola, sintiéndose oprimido en su interior y amándola aún más por ello. Se detuvo cuando las paredes de ella latieron alrededor de su miembro y los gemidos alcanzaron límites insospechados en una joven tan dulce, lo hizo para no dañarla.

¿Puede haber algo más magnifico y placentero que esto? – inquirió ella al aire cuando se hubo calmado y su corazón latía nuevamente reposado.

Sólo una cosa, la transformación – respondió él con lágrimas en los ojos y se giró tratando de ocultarle el rostro a su amada.

¿Por qué derramáis lágrimas? ¿Acaso no habéis sido tan dichoso como yo? – inquirió ella preocupada, culpable por su inexperiencia en dar placer a un hombre.

Más de lo que puedas imaginar, criatura. Por eso ahora soy incapaz de concluir lo que he empezado. – Ella no le comprendía – Debo dejarte libre, no me atrevo a robarte el calor del cuerpo, el rubor de tus mejillas.

Debes hacerlo – ordenó ella casi suplicante, obviando al fin el tono respetuoso con que siempre le habló – deseo ser tuya por toda la eternidad.

No sabes lo que me estás pidiendo – negó él apartándose de su lado y dejándola sola en la cama.

No, pero sé que no deseo ser sin ti. Si no has de acabar lo que empezaste lo haré yo – un puñal brilló en su mano y él logró detenerla gracias a sus habilidades de Nosferatu, ahora ya no se ocultaba de ella, que veía perfectamente sus lágrimas y el dolor que las ocasionaba.

Le besó, un beso largo, intenso, lleno de amor y pasión y él pudo leer en ella más profundamente que bebiendo su sangre y supo en seguida que sería de ella si la dejaba así. Su corazón jamás conocería más amor que el que él le había proporcionado aquella noche y debería vivir maltratada por el mundo que no comprendía un amor así, un amor que ella sentía por el asesino de su padre, por una vil criatura maldecida por los Dioses. Y se vio incapaz. Se apartó un poco para mirarla por última vez y hundir después sus colmillos en la carne ya abierta. Succionó la vida que ella le entregaba y la sintió desfallecer entre sus brazos. Con su último aliento logró beber la sangre que él le entregaba de su muñeca y volver a la vida, una vida diferente a la de los simples mortales, llena de experiencias y sensaciones nuevas, pero, lo más importante, una vida junto a él.

Dos criaturas de la noche que habrían de amarse siempre en su palacio de obsidiana, dos seres de frío mármol blanco y ojos negros y brillantes, de labios color de sangre. Dos Nosferatu.

FIN