Nos habíamos odiado tanto

En la secundaria ella lo ignoraba, pero después de algunos años terminan haciendo el amor como dos adolescentes...

Cordelia

Eran las ocho de la noche, hacía un frío que parecía cristalizar el aliento y en las calles de la ciudad no había nadie. Apuré el paso para entrar a la clínica y al trasponer la puerta de grueso cristal no podía creer que estaba entrando a ese lugar, a esa hora de la noche, para dar mi sangre por una persona a la que odiaba con toda mi alma, con la misma intensidad con que la había amado en silencio en los años del bachillerato.

Su madre salió a recibirme pero fui cortante, pregunté a dónde tenía que dirigirme, con quién había que hablar y apenas contesté el saludo de su hermana mayor y de su padre, los tíos y alguno que otro primo venido de la capital estaban sentados en un banco, al fondo de un pasillo.

Una enfermera con cara de sueño me llevó a una salita pequeña, me extrajo una muestra de sangre y me dijo que permaneciera allí. Una estufa de cuarzo calentaba el lugar. Me hubiera gustado dormirme pero estaba en un estado extraño. Recordé la primera vez que vi a Cordelia, el primer día de clases del segundo año de bachillerato en aquella escuela de San Pedro, un pueblito perdido de la provincia de Buenos Aires. Tenía el pelo negro peinado con un flequillo sobre la frente y una larga cola recogida con una cinta roja, llevaba una mochila azul con una imagen de Han Solo y la princesa Leya, de La guerra de las galaxias. La faldita azul y la blusa blanca del uniforme del colegio le quedaban perfectas, ella reía y se movía de un lado para otro, y tenía un grupo de amigas que la seguían a todas partes y le imitaban todos los gestos. Fueron años duros, yo tenía que trabajar en la tarde en el taller de mi tío y estudiaba de noche, a veces me dormía en la clase, era el pobrecito, el negro del curso y seguí siendo esa mierda que todos despreciaban, del que todos se reían. Viví esos años arrinconado, abroquelado en un odio irracional contra todo y contra todos, aunque después las cosas cambiaron cuando el hijo del intendente se hizo amigo mío después que lo salvé de morir ahogado en la laguna, una tarde que fui a pescar en mi vieja bici, con mi equipo de mate y mi vieja radio de pilas.

En esos días fui el héroe del pueblo y ese gesto bastó para que el resto se diera cuenta de que algo humano había en mí. Pero el odio hacia el grupito de "las locas", como me gustaba llamar a Cordelia y sus amigas, continuó. Por una pelea con mi tío decidí no presentarme a la fiesta de fin de curso, y al año siguiente me fui de San Pedro para siempre, al menos esa fue mi intención. Trabajé en el puerto como cargador, me maté de hambre como albañil, fui soldador y herrero, y las pocas veces que regresé fue para estar apenas un par de días. El viejo intendente me recomendó con un amigo de una compañía naviera y conseguí trabajo como operario de playa y después pasé a ser marino mercante. Tuve muchas mujeres pero nunca me casé.

Cuando cumplí treinta años murió mi tío, y regresé a San Pedro para los funerales. Al fin de cuentas ese desgraciado que me maltrató tanto también me dio de comer y me puso a estudiar, algo tenía que agradecerle, él fue el único que me recogió después que mi madre y mi padre murieron en un enfrentamiento con la policía. Me alojé en un hospedaje con la intención de pasar la noche y regresar a la capital al día siguiente. Habíamos enterrado a mi tío en la tarde, en un invierno que parecía haberse ensañado con el pueblo y con su gente, el frío calaba los huesos, seguramente una helada caería esa noche. En la FM que se oía en el taxi que me llevaba a mi hospedaje se escuchó un mensaje de pedido de ayuda a la comunidad: "…para salvar una vida se necesita sangre O positivo para una cirugía de urgencia, los dadores deben dirigirse a la clínica Perrotti, situada en la calle San Martín…"

-Es un grupo muy raro en esta zona, señor- me dice el taxista.

-¿Usted tiene el número de la clínica?

-No pero yo lo llevo si quiere, no me diga que usted tiene ese grupo de sangre, don.

Asentí con la cabeza. El taxista paró en un bar que yo no conocía y regresó con un número anotado en un papelito.

-¿Sí?

-¿Quién es la persona que necesita sangre O positivo?

-No tenemos esa información en recepción señor, le doy con enfermería

-¿Sí?

-¿Quién es la persona que necesita sangre?

-Es una paciente que está muy mal, señor, si no la operan antes de mañana al mediodía

-Bien, yo tengo ese grupo, voy para allá

Supe que era ella porque me encontré con Juana Rizzatto, una de las loquitas de aquella época, estaba gorda y avejentada, no me reconoció.

-¿Vos sos Juana Rizatto? ¿La que necesita sangre es Cordelia, verdad?- le pregunté resueltamente.

-Sí, pero… ¿sos vos? ¿Cómo estás? Mirá, la familia está arriba, yo estoy esperando a mi marido

Estreché su mano y subí, afuera hacía un frío que hacía cristalizar el aliento

Mientras la aguja me penetraba recordé cada una de las veces que ella se burló de mí, las veces que me miró con todo el desprecio de su belleza, recordé cada una de sus maldades en la biblioteca, la guerra silenciosa que mantuve contra ella y el grupito aquel. Salí de ese lugar con un sentimiento de vacío, de desazón… teníamos treinta años, le di mi sangre como a cualquier persona extraña, ni siquiera me detuve a ver la cara de alivio de su madre. A la mañana temprano regresé a la capital y me tocó viajar a Río de Janeiro, de Río me mandaron a Lima y de Lima regresé a Buenos Aires casi dos meses después. La hija de la mujer que atendía mi departamento me dejó un informe de las llamadas, el paquete de cartas, facturas, resúmenes de tarjetas y todas las novedades que hubo durante mi ausencia. Me dijo que había una mujer que llamaba semanalmente para preguntar si yo había regresado, pero que nunca quiso dejar teléfono ni mensaje ni dirección, ni nada. La muchacha sabía que no tenía que dar datos, por seguridad, así que pensé que se trataría de uno de esos llamados de vendedores, estafadores y afines que abundan en Buenos Aires. Esa noche me tiré a dormir después de una cena espectacular y ni siquiera llamé a ninguna de las chicas que están siempre a la espera de mis regresos. Me levanté a las seis de la mañana y me di una ducha caliente antes de ir a las oficinas de la naviera. Era jueves, a partir del viernes tenía tres días libres y aunque aún no había programado nada, pensaba quedarme en la ciudad, ir al cine, llamar a alguna de las chicas de la agenda y pasar un buen rato en un motel. Pero el destino me tenía reservadas otras sorpresas. El teléfono sonó a las siete de la mañana

-¿Bernardo?

-Sí.

-So yo… Cordelia… yo… te estuve llamando… llamé varias veces y me dijeron que estabas de viaje… mirá… yo… no sé cómo agradecer lo que hiciste por mí

Comenzó a llorar, los hipidos del llanto eran cada vez más fuertes, estuve a punto de colgar el teléfono.

-Cuando me lo dijeron no lo podía creer… te juro… yo… estoy en deuda con vos… decime

-Cordelia, no te preocupes, no es nada, estoy seguro de que vos hubieras hecho lo mismo por mí

-Yo… quisiera hablar con vos, me gustaría verte… en serio

Dejé escapar un suspiro, no sé si de fastidio, o de resignación.

Estoy en Buenos Aires, bah, ya lo sabés

-¿No te crearía problemas con tu esposa si voy a verte? Es solamente para saludarte, y… bueno

-No te preocupes, no soy casado, no tengo esposa, no tengo novia, vivo solo en un departamento en Villa Crespo ¿viste?

-¿Y dónde trabajás?

-En una naviera, la Intermarine, que tiene las oficinas en capital, en la calle Viamonte, justamente estoy saliendo ahora, porque tengo que presentarme ahí cada vez que vuelvo de un viaje largo, voy a estar ahí hasta las tres de la tarde, más o menos, y después me corresponden tres días libres

En realidad no sé por qué le estaba contando cosas, era como si después de tantos días de navegación tuviera ganas de hablar con gente que no fueran mis compañeros, no lo sé. Cordelia me pidió la dirección y mi número de celular y después colgué. Me pasé la mañana yendo de una oficina a otra de la compañía, hasta que conseguí que toda mi papelería estuviera en orden y me firmaran los tres días de descanso que me correspondían desde el viernes hasta el lunes y que comenzaban, en la práctica, desde el jueves en la tarde. Salí de las oficinas y caminé un poco, mi intención era llegar a la Facultad de Medicina y tomar el subte, o llegar hasta el centro y comer una carne de las buenas en un restaurante de esa zona, pasé frente al palacio de aguas, anduve por la vereda de una disco gay muy famosa, hasta que sonó mi celular.

-Soy yo, ¿dónde estás? Se lo dije.

-Esperame ahí, por favor, estoy cerca, ¿no te jode, verdad?

-No, para nada

-Llego en dos minutos, en serio, por favor, no te vayas.

Esperé un momento, caminé hasta la esquina y volví a la vereda de la disco, parecía un novio adolescente. Entonces la vi aparecer desde una esquina. Estaba delgada, tenía el pelo negro en un corte varonil que le quedaba… debo reconocerlo… estaba hermosa, iba de pantalones negros de tela, chaqueta negra haciendo juego, botitas bajas, una blusa celeste y, como en los 70, un pañuelo del mismo color de la blusa anudado al cuello.

-Tenés que disculparme, en realidad esta mañana cuando te llamé, estaba alojada en el hotel San Martín, así que me fue fácil llegar hasta tu trabajo, te seguí cuando saliste pero vos caminás tan rápido… bah, estoy ahí porque vine a hacerme un chequeo y… ¿pero cómo andás? Contame

No le di un beso ni demostré ninguna emoción por el encuentro. Fuimos a un bar y pedimos un desayuno, un completo que devoré con gusto, la dejé hablar y me enteré de su enfermedad, de su trabajo como abogada, de su casamiento con Ricardo, el ídolo del colegio, de su divorcio de Ricardo después que le vació por segunda vez su tarjeta de crédito y le falsificó la firma para un cheque, me enteré de su vida y de que tenía una hija de tres años. Caminamos hasta la plaza Congreso después, y nos sentamos en un banco. Ella sacó un i-pod y buscó durante un momento hasta que encontró la música que buscaba… me pasó uno de los auriculares

-A ver si te acordás- dijo

La melodía era una vieja canción de Pat Metheny, the last train home, que habíamos elegido para un video que grabamos en grupo en una clase especial de geografía… la elegí yo, y fue la primera vez que ella estuvo de acuerdo en algo que yo hice… las notas de la guitarra de Pat Metheny se deslizaban por mis recuerdos de ese año 94, vi el brillo de tantos atardeceres en la laguna, vi el río lejano, vi el patio de la escuela y los amaneceres lánguidos y los campos de trigo acunados por el viento… y las lágrimas comenzaron a asomar a mis ojos sin poder evitarlo, y vi que ella también tenía los ojos brillantes.

Me quité el auricular. Ella me dio un pañuelo de papel que olía a perfume de maderas exóticas, a flores de países lejanos, a paisajes atardecidos de otro tiempo. Su celular sonó y ella dio algunas indicaciones sobre expedientes y resoluciones, indicó que facturaran cosas y cortó sin despedirse. Una nube de palomas se movió de un árbol a otro mientras una anciana pasó, paseando un pequinés, y detrás de ella dos muchachitas con un uniforme de colegio muy parecido al que ella vestía en mi memoria

-¿Puedo decirte algo?

-Sí, por supuesto

-¿No te vas a enojar? Prometeme que no

-Prometido- dije y levanté la mano derecha como en un juramento.

-¿Fui muy mala con vos? ¿Te traté mal? ¿Te hice daño?

-Pero no digás macanas, mirá, lo que pasó pasó, eran cosas de chicos, boludeces de la adolescencia, se supone que ya somos grandes ahora

-Pero vos me perdonaste ¿verdad?

-Dejate de joder, por favor, no hay nada que perdonar, en serio, mirá, a mí se me hace tarde ¿sabés? Tengo que irme- dije y me puse de pie. Ella me tomó del brazo. En sus ojos había una lucecita como de angustia, o de ansiedad

-No, por favor, no te vayas, no me dejes sola, dijiste que estabas libre, en serio, no quiero que te vayas

Su mano me apretaba el brazo con fuerza.

-Por favor, en serio, tengo muchas cosas que decirte todavía, mirá, acompañame, tengo cita en el médico a las once, te invito a comer, dale, no seas malo conmigo, cuando te veo así me hacés acordar del odio que me tenías, me daba tanto miedo

-¿Miedo? Vos estás loca, el que te tenía miedo era yo, vivía sobre ascuas pensando en la cara que tenía que poner cuando te veía… vos no le tenías miedo a nada, en cambio yo, te veía y temblaba como una hoja, me hacías sentir tan boludo, tan poca cosa… pero vamos, ya son casi las diez, ¿dónde es tu cita?

Tomamos un taxi y llegamos a una lujosa clínica, ella me dejó su cartera al entrar al consultorio, era su manera de evitar que me escapara, pero yo en realidad no tenía pensado dejarla, aunque me parecía que no tenía objeto estar ahí con ella, después de tantos años. Cuando salió del consultorio traía una carpeta en la mano, estaba sonriente, se la veía feliz… se sentó a mi lado y me mostró la página final de un informe médico que contenía tomografías y análisis de sangre. El texto decía que no se notaban signos de patología maligna y recomendaba cesar toda medicación.

-Felicidades- dije sin demasiada convicción. En ese momento sonó mi celular, tenía que ir al banco a retirar mi nueva tarjeta de crédito, que ya estaba vencida. Aunque la noté contrariada, quedamos en que cenaríamos en un restaurante de la zona de Congreso, para que no tuviera que moverse mucho de su hotel.

Esa noche pasé a buscarla, no sabía bien cómo vestirme, me puse un vaquero nuevo, camisa de algodón y un saco azul marino de corte clásico, zapatos nuevos, me perfumé con una colonia Saint Laurent y salí de mi casa con tiempo suficiente de comprarle un regalito, una pulsera artesanal que tenía unos hipocampos muy graciosos.

No comimos mucho y discutimos ante el mozo a la hora de pagar pero ella aceptó finalmente que pagara yo… le encantó el regalo, pero ella me tenía otro: una agenda electrónica muy bonita que me pareció un disparate caro en realidad. Cuando terminamos de comer salimos a caminar, yo pensé que ella regresaría a su hotel y tendríamos una despedida sin ceremonias, era viernes en la noche y en la zona había una ebullición como de clima de fiesta, hacía un poco de frío. Comenzamos a recordar nombres de profesores y de compañeros de curso, me habló de la fiesta de promoción en la que no estuve, del viaje de egresados al que no fui, de pronto cambió de tema, recordó la noche de su operación, dijo que sentía que estaba muerta, que lo intuía porque si nadie entraba a su habitación era porque la sangre no había aparecido y… comenzó a llorar de nuevo, Dios, yo no quería que llorara otra vez, le dije cambiemos de tema, dejemos esto, ya pasó, vamos, dije, te llevo a tu hotel

-No, por favor, no me dejes sola, llevame con vos, quiero estar con vos, por lo que más quieras, mirá como te lo pido, tengo frío, tengo miedo

-Está bien, vamos- dije, y llamé a un taxi.

Cuando llegamos a mi casa estaba un poco más animada. Dijo que quería tomar café y se ofreció a prepararlo, festejó lo lindo y ordenado que estaba el departamento.

-Che, ¿seguro que no sos casado? Mirá que esto parece obra de una mujer.

-Claro, la señora que hace la limpieza, y su hija, se pasan la semana acá, y los viernes al mediodía se rajan

Fui al baño y cuando regresé los pocillos de café estaban sobre la mesita ratona junto al sofá.

-¿Vos tenías planes para esta noche?, digo, a lo mejor tenías alguna amiguita o algo así

Negué con la cabeza.

-Mis planes eran que te pusieras así, como te pusiste y

-¿Y?

Permanecí de pie, en silencio

-¿Por qué Dios mío? ¿Por qué?- repitió en voz baja mientras tomaba el café, después se acercó y me abrazó.

-¿Me querés decir por qué fui tan boluda, tan estúpida, tan…?

Iba a responder pero me cerró la boca con un beso que me dio miedo, la gruesa tela de su vestido color crema crujió contra el casimir de mi saco, sus labios sabían a naranja, a fruta del bosque, volví a ver el patio de la escuela y sus trenzas negras y sonó en mi memoria un tintín de campanas de recreo, oí la música de su risa junto al pizarrón, la vi caminar con sus vaqueros ajustados y sus zapatillas deportivas y cuando se apretó contra mi pecho le acaricié el pelo y en mi sangre aleteaban gorriones y palomas

-¿No te gustó el beso?- preguntó con aire de picardía. Para seguirle el juego dije que no con la cabeza.

-Entonces me lo devolvés ahora mismo- exigió, y yo se lo devolví.

-No me lo devolviste todo, falta un poquito- dijo y así estuvimos besándonos hasta que ella se soltó… y entró al baño, tu café se enfría, dijo antes de cerrar la puerta. Me acomodé en el sofá y cuando ella volvió se sentó en mi regazo y puso su cabeza en mi cuello.

-Me vienen a la memoria tantas cosas- dijo –pero te las voy a contar en tu cama porque es tarde y hace frío. Y se puso de pie y comenzó a desprender los botones de su vestido. Como sucede en las malas historias o en las películas cursi, la cargué en brazos y la llevé a mi cuarto, la vi quitarse el vestido con una delicadeza que sólo ella podía tener, debajo apareció un conjunto de lencería de color negro con ribetes dorados, se acostó sobre la cama y levantó la pelvis para quitarse la tanga, con un poco de morbosidad escudriñé en busca de la cicatriz de la operación pero no vi nada. Sus pezones de un morado intenso, su sexo sin depilar y el ombligo eran apenas los únicos puntos oscuros que sobresalían en esa geografía plena de palidez y suavidad, cuando me hube desnudado ella levantó las mantas y se acurrucó en mi pecho, sentí sus dedos helados sobre mi piel.

-¿Tenés condones?- preguntó con toda naturalidad.

-Sí, están ahí en la mesita de luz.

Ella se dio vuelta y entonces vi la cicatriz a la altura del riñón derecho, puso la cajita de condones a mano y volvió a acurrucarse en mi pecho.

-Estoy muerta de miedo, esta noche soy virgen, soy una nena, por favor, tratame bien, sé buenito conmigo- pidió con una voz que me sonó demasiado insinuante. Las manos de los dos recorrieron pliegues y oquedades, mi lengua inventó en sus pezones manantiales de azúcar y la ambrosía de su boca me sembraba una sed hecha de fuego, sus dientes en mis orejas eran como dardos de carbón encendido, me monté sobre ella y la puse de espaldas y le besé la nuca, mi lengua bajó por su columna hasta el huesito dulce, la di vuelta y me detuve a besar toda la región bajo su ombligo mientras ella me acariciaba el pelo y me daba tironcitos suaves en las orejas para indicarme hacia donde dirigirme, hasta que llegó un momento en que dijo

-Basta, por favor, ahora, te quiero adentro ahora

Me ayudó a ponerme el condón y se montó sobre mí, me cabalgó con suavidad al principio mientras mi boca pasaba de un pezón a otro y el revés de mis manos le acariciaba el bajo vientre, sentí que su respiración se aceleraba, me besó con la boca muy abierta y su saliva me empapó los labios, se irguió cuando se sintió totalmente empalada, cerró los ojos y se movió cada vez más fuerte

-Si querés… dijo entre jadeos… podemos… podés… ay… mi amor

La sentí demasiado tibia, me moví un poco más, ella gimió más aun, como reprimiendo un grito, entonces me dejé llevar y cerré los ojos hasta ver una luz que estallaba en mi cerebro y su cuerpo cayó sobre mi cuerpo como cae la aurora sobre un paisaje amanecido. Me retiré con cuidado de su interior y fui hasta el baño… ella esperó un momento y me siguió después

-¿Un baño caliente?- ofrecí.

-¿Siempre sos así, tan amoroso, tan…?- preguntó y me abrazó. Tenía la piel de gallina porque hacía frío. Nos dimos una ducha caliente y casi corrimos hasta la cama para conservar la tibieza del cuerpo.

-Contame algo para que me duerma, pero no me sueltes, por favor- dijo mientras me besaba. Le hablé entonces de una noche de 1997 en que hacía calor, y había una fiesta en la casa del intendente y ella se peleó con su noviecito, o con alguien del grupo que la acompañaba, y yo la vi salir llorando de ahí, y la seguí a discreta distancia, como si fuera de casualidad para el mismo rumbo que ella, hasta que la vi entrar a su casa y entonces me fui a dormir.

-Mañana te cuento algo sobre eso- dijo y se durmió. A mí en cambio me costó dormirme, di muchas vueltas en la cama y en cada vuelta ella se pegaba a mí, a veces el calor de los cuerpos me hacía transpirar un poco pero ella se me pegaba hasta llevarme al borde de la cama. Me levanté a las siete y la dejé durmiendo, caminé hasta la panadería y compré las masas más ricas, preparé café con leche, exprimí unas naranjas, puse manzanas y uvas en una bandeja, y preparé una tortilla francesa, ella se levantó envuelta en una camisa mía que sacó del placard y me besó emocionada.

-Eso le despierta el apetito a cualquiera. Sos un amor- dijo y me abrazó y me dio un beso. Se dio un baño, se puso la misma camisa mía y comimos con mucho apetito, tuve que dejar mi costumbre de leer el diario mientras desayuno, un hábito muy arraigado en mí. Un trueno hizo temblar el departamento y en la ventana que daba al balcón se dibujó la cascada de la lluvia.

-¿Tenés que salir?- preguntó.

-No, además me prometiste algo anoche- respondí.

-Cierto, pero no te lo quiero contar aquí, vení, vamos a la cama. Me recosté vestido y ella otra vez se acurrucó en mi pecho.

-Esa noche- dijo –me enojé con Juanita y con su novio, porque ella sabía que yo me había acostado con él, viste que Yayo cuando tomaba demás se ponía a hablar al pedo, él se puso a hacer sus chistes pesados, y ella se los festejaba, como los dos vieron que me molestaba se pusieron a joderme los dos, ella dijo entonces que si él estaba con ella era porque ella se lo cogía mejor que yo, eso me recalentó tanto que me fui, entonces ella me dijo una cosa así como que, dale, boluda, si total el boludazo ese de Berni seguro que te acompaña y todo, con las ganas que te tiene, ¿por qué no le das el gusto? ¿Eh? Y vos me seguiste y yo me sentía segura por un lado y molesta por el otro, porque en el fondo me enternecía tu actitud, y yo sintiéndome superior todo el tiempo y ahora mirá, cómo la vida te caga a sopapos, ¿viste? la deuda que tengo con vos es impagable

-Vas a seguir con eso… vos no me debés nada, y si volvés a hablar de eso te saco a empujones de mi casa, ¿me escuchaste?

-Vos tenés que dejarme hablar, en serio, mirá que para mí es importante decirte esto, cuando me operaron estuve casi dos días en coma, cuando me desperté fue como un milagro, en esos días soñé todas las porquerías más horribles, te juro, soñé el infierno y el infierno era un lugar donde estaba sola, desnuda y había comida y yo no podía comer, había ropa y toda la ropa me quedaba chica, y yo estaba sucia de sangre seca y el agua que había era agua podrida… entonces, cuando el doctor vino a verme me dijo lo que me pasaba, me dice… un amigo suyo le dio la sangre y por eso usted está viva, yo no lo conozco, pero su mamá le va a decir… cuando ella me dijo que eras vos yo me quería morir… te juro, pero ahora tengo tantas ganas de vivir… desde ese día no paré de pensar en vos… tardé como dos meses hasta que empecé a buscarte, conseguí tu teléfono, pensé que en realidad no querías atenderme… pero fuiste tan bueno con una hija de puta como yo que… ay Dios mío, quiero darte todo lo que tengo, pedime lo que quieras por favor, dale, decime

Se quitó la camisa y, literalmente, se me vino encima, me quitó la ropa a los tirones, me desnudó, caímos de la cama, la escuché jadear como una posesa, me pareció que estaba loca, me besó todo el cuerpo, tomó mi bastón erguido y lo besó, lo acarició suavemente con las uñas, se metió mis testículos en la boca, volvió a ponerme un condón y esta vez se lo introdujo en la boca, no me dejó mover, no… por favor… disfrutá dale, que esto es para vos… me decía cada vez que yo me movía… ¿querés que te lo haga sin el condón? No… no… está bien… dije yo al borde del paroxismo, siguió en lo suyo como una experta, y vaya si lo era, hasta que tuve que ahogar un grito porque el orgasmo me traspasó hasta el alma, entonces me soltó y se puso mi bastoncito, ya casi desinflado, entre los senos y la tibieza de sus senos volvió a excitarme pero me contuve, se levantó y fue al baño y volvió para acostarse a mi lado en la cama… pero yo estaba enardecido de nuevo, busqué el último condón que quedaba y comencé a pasarle la lengua por los pezones, la besé largamente, le acaricié el ombligo, enredé mis dedos en la mata de su sexo y la penetré despacio al principio, dejé que la punta de mi tronquito se deleitara en su gruta caliente, ella empujaba la pelvis hacia arriba, como buscando que la penetrara más, hasta que empujé con fuerza y sentí que me había metido totalmente dentro de su cuerpo, en ese momento la sentí mía por primera vez y me sentí totalmente suyo como nunca antes y me moví con fuerza hasta que la escuché gemir porque había alcanzado un orgasmo que la dejó temblando, cálida, sudorosa y tierna… se acomodó totalmente encima de mí, le acaricié los glúteos, la cicatriz en la cintura… y entonces la escuché pronunciar por primera vez las palabras que tal vez soñé toda una vida, sin jamás haberme animado a confesármelo a mí mismo ni en sueños:

-Te quiero

Y entonces yo también lloré porque de todas las mujeres que estuvieron en mi cama ninguna piel tenía el sabor ni la tibieza exacta que ella fue capaz de traer a mi existencia y porque me pareció que ese milagro era demasiado hermoso, me pellizqué para despertarme de una vez y conservar en mi recuerdo ese sueño si es que de un sueño se trataba… pero no desperté, y entonces fui feliz. Pasamos la mañana en la cama, nos levantamos para almorzar y por la tarde fuimos a su hotel a retirar sus maletas. Ella se instaló en mi casa ese fin de semana, llamó a su madre para saber de su hija y prometió regresar el domingo en la mañana, entonces comprendí cuánto me costaría dejarla ir. Así empezó esta historia de viajes de ella a Buenos Aires y de viajes míos a San Pedro, de ausencias de varias semanas y reencuentros intensos, a veces nos escapamos por un fin de semana a lugares especiales, como el Palmar de Colón, en Entre Ríos, o las sierras de Tandil, o pasamos un fin de semana en Valparaíso.

Mañana es noviembre en la ciudad, la primavera es una realidad hecha de verdes y aromas que se ríen con graciosa indolencia del pasado pero nosotros no, primero rescatamos el pasado para curarnos el odio, para vencer los desencuentros, y ahora estamos regresando de muchas cosas. Cordelia llegó hace dos días con su hija. Llevábamos casi veinte días sin vernos y aunque no hay urgencias adolescentes entre nosotros, apenas Laura Sofía se durmió nos metimos en la ducha y nos besamos, nos mordimos, nos buscamos… ella armó sobre el sofá de la sala un acolchado de toallas sobre el que depositamos nuestras pieles mojadas… mi cuerpo huele a vainilla y su desnudez adorable huele a menta pero enseguida los aromas del gel con que nos empapamos se entremezclan, su cintura se arquea hacia arriba para que mi lengua busque en su sexo brilloso la miel salobre que me enciende el deseo, la oigo gemir mientras exploro la suavidad de su caverna tibia, mi dedo pulgar desanda entre la entradita prohibida mientras mis labios se encanutan alrededor de su botoncito excitado, Cordelia gime y se mueve cada vez más mientras sus dedos se enredan en mi pelo, después se toma los pies con las manos para abrirse mejor, mi mano derecha juguetea con un pezón erguido, su cavernita trasera empieza a latir y el estilete de carne de mi lengua bailotea en su almejita, inventa diabluras, ella apoya sus pies sobre mi espalda y gime cada vez más…cada vez más… hasta que ahoga un grito y su piel se estremece como si tuviera frío y veo en su cara enrojecida la huella del goce y del deleite. Cordelia se da vuelta sobre el sofá, levanta ese culito juguetón y coloca la punta de mi tronquito estirado para que la penetre por delante desde atrás, le sostengo los senos con ambas manos para evitar que se hamaquen con mis embates, entro y salgo de entre esos muros de carne ardiente una y otra vez, ella empuja el culito hacia atrás y se agacha para permitirme ir más adentro, sigo con mi metisaca y de pronto alcanzo una cumbre que me deja sin aliento, veo de nuevo sus trenzas adolescentes mientras me vacío en ella y solo cuando ella se da vuelta y me abraza para darme un largo, larguísimo beso, sé que no es un sueño, que apenas estamos atrapando la primera porción de eternidad en una noche que nos llevará a las puertas del paraíso.