Nos empieza a gustar ir al río

La inclusión del primo mayor en el grupo anima bastante

No es que nos acompañase siempre, pero se volvió bastante asiduo en nuestros paseos al rio, y ya no preguntaba, se despelotaba nada mas llegar igual que nosotros y los tres retozábamos en el agua y jugábamos con nuestros cuerpos cuando salíamos al sol.

El de vez en cuando se metía nuestras pollas en la boca, para sentir el gusto, decía, pero nunca éramos capaces de igualar su tamaño y dureza. Ya llegareis, nos decía, sois aun muy chicos. Esto nos molestaba, lógicamente, pero la verdad es que aunque la estirábamos, retorcíamos y hacíamos mil cosas, no nos crecía como la suya, si acaso un poco más a mi primo pequeño, que se ponía tan contento con ello.

Sin vestirnos para nada, jugábamos por los alrededores, trepábamos a los arboles, corríamos por la hierba, para agarrarnos unos a otros, aunque el fin principal era tocarnos y excitarnos, y esto acabábamos por conseguirlo casi siempre que la hora nos lo permitía.

A mi primo mayor se le ocurrió un juego, para darle un poco de variedad al asunto, que consistía simplemente en hacer un prisionero y torturarlo, atado a un árbol. Como yo era el más pequeño, me tocó a mí ser víctima el primero, a lo que protesté indignado, aunque no tenía muy claro si lo de ser torturado era bueno o malo, porque el mayor me convenció enseguida de que ese era el papel principal del juego.

La tortura consistía en hacer como que me ataban a un árbol, y allí me daban latigazos con unos juncos, o me apretaban la polla, o pellizcos en el culo, para que confesase. Como se ve, todo ello con un matiz sexual disfrazado, con el único objeto de tocarnos y excitarnos.

Me gustaba sobre todo que mi primo metiese mi polla en su boca, dando pequeños mordiscos, o aspirase hacia él, chupando con ganas y yo notaba como se me ponía dura, crecía un poco y me entraba una especie de gusto que me hacía retorcer.

Una tarde la cosa fue algo más lejos, el mayor se acercó a mí, me puso de rodillas y me ordenó que se la comiese bajo pena de ser azotado hasta sangrar. Yo sabía que era una forma de hablar, pero le seguí el juego y empecé a chupar y chupar hasta que casi no me cupo dentro. De pronto, se retiró a un lado, alejándose de mí y le vimos extrañados sufriendo estremecimientos rarísimos y luego se tiró de cabeza al agua.

Alguna vez le tocaba a otro hacer de prisionero, y yo repetía más o menos lo que me hacían a mí, pero lo que más me gustaba era volver a lo de aquel día con el mayor, chupar hasta sentir la boca llena, el sabor y la suavidad de la punta del capullo, y el calor de aquello que me parecía enorme, latiendo dentro de mi boca. Cuando conseguía excitarle de esta manera, se movía como si de verdad le estuviese haciendo daño.

Una de aquellas veces se salió de mí de repente y me llenó la cara de semen, que yo no sabía aun que era. Vi en primera fila una polla corriéndose, delante de mis ojos y casi sobre ellos, la punta de su polla soltaba una cosa viscosa que me inundó la cara y tuve que ir corriendo a lavarme. Había descubierto mi poder sobre un chico mayor, y aquello me gustó.

No sabía todavía que podían suceder más cosas, y que las posibilidades del sexo eran mucho más variadas que aquellos juegos de chicos, porque en realidad, todo ello no era más que una forma de ir conociendo nuestros cuerpos, y de descubrir la sexualidad latente, y eso solo puede acabar de una manera, que es follando.

Casi ocurrió una tarde de esas, en la que esta vez no era la víctima, y los dos pequeños retozando sobre la hierba atacábamos al mayor, intentando sujetarle contra el suelo. Mi cuerpo se apoyaba totalmente sobre el suyo, con todo mi peso, mientras el otro intentaba sujetarle las piernas para que no me sacara a de ahí. El no hacia verdaderamente mucha resistencia, nos podía de sobra, pero seguía el juego. Ahí quieto simulando que le teníamos atrapado, fui sintiendo crecer su polla entre mis piernas y ocupar rápidamente el hueco por debajo del culo.

Seguía quieto, como gozando de esta postura hasta que en un movimiento brusco nos echó fuera y se puso en pie. Nos quedamos los dos mirándole y entonces ordenó a su hermano: átale.

Hicimos como que me ponía las cuerdas en las manos y él se acercó por detrás. Sentí como se abrazaba a mí, y me retorcía los pezones, y su polla de nuevo avanzó entre mis muslos. La sentía ardiendo, llena, y al poco el vello de su pubis me rozaba el culo, apretando contra mi espalda todo el cuerpo. Bajé la vista para ver como asomaba la punta por debajo de mi pito, minúsculo al lado del suyo, y él comenzó a frotarse entre los dos globos traseros, cada vez más rápido, hasta que de pronto se apretó más contra mí, rígido, y sacándola de entre mis piernas mojadas, se tiró al rio como si estuviese borracho.

Esa fue una de las sensaciones mas fuertes que había vivido hasta entonces, y todavía me quedaba mucho por descubrir.