Nos confesamos

En la oscuridad del confesionario, entre el olor de las velas y la madera antigua, recuperamos el aliento y recompusimos nuestras ropas intentando borrar cualquier prueba de nuestra aventura ...

Nos confesamos

Llegamos temprano a la iglesia con la idea de aparcar el coche cerca y no tener que dar muchas vueltas, así que nos tocó esperar un ratito en la plazoleta que hay frente a la misma. Era mediodía y, aunque el viento soplaba un poquillo, el día estaba bonito con un sol brillante que resaltaba el mantón claro que sobre la transparente blusa negra se había colocado la Tigresa. Estuvimos un rato charlando mientras esperábamos y la conversación nos llevó a la historia que habíamos visto en la tele unos días antes sobre unos

tipos que grabaron un vídeo porno frente a la catedral de Santiago

. Perversas ideas nos rondaron la cabeza ¡te imaginas! ¿por qué no? ... siempre nos ha excitado meternos mano en sitios públicos. Follar rodeados de gente no solo nos pone a mil sino que establece entre nosotros una enorme complicidad. Pero ¿en una iglesia? Nunca lo habíamos hecho pero ella me dijo que le ponía la idea de buscar un confesionario y ..... A todo esto llegó el resto de la gente y entramos. Nos sentamos bastante atrás y nos pusimos a cotillear "fulanita parece que se ha comprado el traje en una tienda de toldos" "menganita tiene cara de no follar desde hace siglos",... lo normal en estos casos aunque, eso sí, bajito y sin molestar, no fuera a ser que nos mandaran al infierno. Saqué la cámara y junto a alguna foto decente la acerqué disimuladamente a sus piernas que no tardó en abrir para ofrecernos una rápida y cortita panorámica. Ya me hubiera gustado a mí poder grabar más y a ella empezar a acariciarse pero era imposible. Donde no había un niño había una vieja o alguna cuñada. Era preferible esperar una mejor oportunidad. Y la oportunidad llegó. Terminó la ceremonia y todo el mundo se encaminó hacia la salida pensando ya en las tapitas que les aguardaban y en los pelotazos que se iban a meter. Aprovechando el momento nos entretuvimos un poco mirando algunos cuadros y estatuas. Descolgándonos del grupo y cuando nadie miraba nos dirigimos hacia una zona apartada en la que tras unas columnas encontramos ¿cómo no? Un confesionario. Nos metimos en él comprobando que nadie nos veía y muy excitados ante la perspectiva que se nos ofrecía. La sangre me palpitaba con fuerza ante la posibilidad de que nos pillaran. Casi podía oír el corazón de la Tigresa redoblando como un tambor por el nerviosismo. Era algo realmente nuevo y arriesgado ¡genial! Me desabotonó rápidamente la bragueta, me sacó la polla y empezó a chupármela poniéndose de rodillas. Situación muy acorde con el lugar en el que nos encontrábamos. Me hubiera dejado ir muy pero que muy a gusto pero, sabiendo que ella estaba deseándolo la incorporé, le di la vuelta y, levantándole la falda, la penetré por detrás.

Para hacérmelo más fácil, se agachó un poco y, apoyándose en la pared del confesionario que crujía con nuestros movimientos, acercó su culito hacia mí ofreciéndomelo en bandeja. En esta ocasión renunciamos a trabajar con lentitud por miedo a que alguien se diera cuenta de nuestra escapada, así que nos lanzamos a una cabalgada frenética en la que ella me ganó por los pelos corriéndose instantes antes que yo. Tengo que reconocer que se contuvo y procuró ser silenciosa. Lo consiguió, en parte.

En un instante todo había acabado, visto y no visto. Fue un polvo rápido, es cierto. Pero también fue un polvo "divino". En la oscuridad del confesionario, entre el olor de las velas y la madera antigua, recuperamos el aliento y recompusimos nuestras ropas intentando borrar cualquier prueba de nuestra aventura. Quiero creer que lo conseguimos. Echamos una miradita para asegurarnos que nadie nos veía y salimos a reunirnos con el resto de la gente que, en la plazoleta, se hacían las típicas fotos bobaliconas de estas ocasiones.