Nos amamos en secreto (parte 2)

Segunda parte de mi historia: "Una sensación inesperada". Tom y yo y nadie más.

Después de aquella primera inesperada y electrizante noche, mi primo y yo tuvimos que volver cada uno a nuestras casas. Él, después de su viaje, se mudó a Madrid y yo vivía en Barcelona: unas cinco horas en coche de distancia y más de una paga mensual para pagar cualquier transporte.

Pero en mi memoria aún recordaba todos los besos, las miradas, los contactos, los furtivos momentos que compartimos evitando ser pillados, un obstáculo que en vez de molestar creaba un clima morboso que nos excitaba cada vez más. Recuerdo que al día siguiente de aquella mágica noche nos despertamos uno junto al otro, él me miraba y me tocaba la cara y yo... Yo ya no sabía si podría alcanzar alguna vez una felicidad más absoluta.

Desayunamos en el hotel con los padres de Tom en un comedor demasiado grande que tenía unas mesas con más comida de la que alguien nunca podría llegar a desayunar. Debajo de la mesa Tom me cogía de la mano o me acariciaba la pierna mientras comentaba con su padre lo tarde que habíamos llegado y lo cansados que estábamos.

Al final tuve que irme a casa de mi abuela sin apenas poder despedirme de él. Llegué con la ropa del día anterior deseando darme una ducha para limpiar mi cuerpo y aclarar mi mente pero cuando entré en la casa tuve que ayudar a recoger todo el estropicio que se creó la noche anterior.

Y después de casi dos horas de trabajo en un vestido demasiado ajustado me fui a mi habitación, entré en mi baño, abrí el grifo y dejé que el agua llenara mi bañera mientras yo me quitaba la ropa y la dejaba tirada por cualquiera lado.

Al mirarme en el espejo me di cuenta que mi reflejo no era el mismo que el del día anterior: aquella mirada brillaba como jamás lo había hecho y mis comisuras formaban una sonrisa eterna.

Entré en la bañera soltando un suspiro. El agua caliente era un poema para mi piel y el aroma de la espuma consiguió que mi corazón descansara del acelerado pálpito en el que se había sumido las últimas 9 horas. Intenté evadirme del mundo que me rodeaba poniendo el volumen de la música a tope.

Y cuando por fin entraba en un estado de calma y relajación, alguien abrió mi puerta. Grité el nombre de mi madre, el de mi hermana, incluso el de mi abuela. Pero nadie contestó. No le di importancia y pensé que mi mente había tenido demasiadas experiencias en un plazo de tiempo demasiado corto y empezaba a imaginar cosas.

Pero entonces la puerta se abrió, lentamente. Me asusté. Pero entonces le vi, recostado en el marco, mirándome con sus ojos azules oscuros y con esa media sonrisa que volvió a acelerar mi corazón.

  • ¿Qué haces aquí?

Mi primo no me contestó, solo empezó a desabrocharse lentamente la camisa para destapar sus enfermizos músculos. Dejó que la camisa cayera al suelo y después se quitó el cinturón, se desabrochó el botón del pantalón y también dejó que sus pantalones obedecieran a las leyes de la gravedad. Mientras tanto yo alucinaba con lo sexy que me estaba pareciendo aquello. Tom terminó de quitarse toda su ropa, dejando a aquel miembro suyo totalmente al aire, despertando sensaciones familiares en mi interior.

  • Tom, mi madre está aquí, y la abuela. ¡Media familia! ¡Pueden entrar en cualquier momento!

Pero aquello no pareció preocuparle ni lo más mínimo. Metió sus pies en la bañera, se arrodilló encima de mi y empezó a inclinarse hasta que su cara quedó a pocos centímetro de la mía. Empecé a hiperventilar.

Acercó sus labios y me beso despacio mientras sus dedos trabajaban mi parte más femenina, que empezaba a estar mojada por algo más que el agua. Yo no pude evitar cogerle la cara y besarle como si hiciera años que no lo hacía. Su cabello tenía una suavidad envidiable bajo mis manos y su besos dejaban rastros ardientes en mi piel.

Yo le besaba el cuello mientras le acariciaba su pene y en un arrebato de picardía le senté en la bañera y salpicando agua por todas partes me puse a horcajadas encima de él apoyando mis rodillas en el suelo de la bañera. Di gracias a mi abuela mentalmente por haberme dado la habitación del baño con la bañera más grande de toda la casa.

Sentí que su pene empezaba a tomar ese increíble tamaño de la noche anterior porque lo noté en mis partes. Empecé a masajeárselo con mis labios inferiores arriba y abajo, arriba y abajo, acariciándole sus hombros con mi nariz hasta que a penas pudo controlar sus gemidos. Se apoderó de mi cuello con su boca para amortiguar los sonidos que salían de su garganta y fue bajando para besarme los pechos mientras me acariciaba con infinita

dulzura las nalgas.

Yo sentía un placer indescriptible: estaba restregando mi coño por el pene de mi primo en la casa de mi abuela mientras la mitad de mi familia tomaba el aperitivo en la sala de estar. Aquello no estaba bien visto en mi familia, era algo inimaginable, prohibido. Y sin embargo, mientras estos pensamientos se paseaban por mi mente, el primer orgasmo vino.

Tuvo que besarme para que mis gritos pasaran inadvertidos y para que los suyos se perdieran en la profundidad de mi garganta. Cuando nuestras respiraciones se controlaron, Tom empezó a besarme con mucha más suavidad, recorriendo mis suaves labios con su lengua, paseando su boca por mi mandíbula y mordiéndome despacio el lóbulo de mi oreja. Noté que aunque no lo dijese, el cuello le empezaba a doler al tenerlo apoyado en el duro

material de la bañera así que me levanté, salí y me envolví con una toalla. Empujé su ropa hacia un rincón y entré en la habitación para decidir que me iba a poner. De repente la puerta se abrió y al ver a mi madre mi corazón empezó a latir muy fuerte, la sangre me subió a la cabeza y un mareo repentino me nubló la vista. Jamás he llegado a alcanzar un estado de pánico como aquel en toda mi vida.

  • Cielo, se que no habrás dormido muy bien esta noche teniendo a Tom bajo el mismo techo pero Carlos estaba muy mal. ¿Has conseguido dormir algo?

No abrí la boca porque mi voz no llegaba a mi garganta, así que asentí ligeramente y a causa del mareo mi boca se transformó en una mueca. Por suerte, mi madre lo interpretó de la mejor manera posible:

  • Ay pobre. Mira, ahora vamos al club de golf a comer pero si quieres quedarte durmiendo no pasa nada. Carlos se va a ir al hotel a descansar, que también ha pasado una mala noche; Maite tampoco vendrá porque tiene que hacer unos recados fuera de la ciudad y al parecer Tom le ha dicho a sus padres que iba a pasar el día con unos amigos. Así que no te preocupes: tu duerme, descansa y aprovecha mientras la casa está vacía.

Volveremos por la tarde, sobre las siete. ¿Vale?

Sin poder creerme la suerte que había tenido volví a asentir con la cabeza procurando evitar hacer otra vez la mueca de antes.

  • Entonces decidido. Hasta luego, cielo.

Conseguí que mi cerebro juntara varias letras de forma coherente y decirle adiós pero no estoy convencida si llegó a oírlo. No me moví ni un milímetro hasta que oí que la puerta principal se cerraba y todo el escándalo que hacía mi familia se iba con ellos. Entonces salió Tom, completamente desnudo, sin una gota de agua en el cuerpo y una expresión muy seria en la cara. Nos miramos fijamente durante varios segundos y entonces sonrió. Aquella sonrisa me devolvió a la vida y sentí que por fin notaba mi cuerpo: la tensión de la espalda, el tic nervioso de mi mano, el temblor de mis piernas...

Con cuidado me senté en el borde de la cama y vi como mi primo se acercaba, se agachaba delante de mí hincando una rodilla para que su cara quedase a la altura de la mía y buscaba mi mirada con sus ojos. Seguí observando mis manos. Tom deslizó sus dedos por los pelos que me tapaban la cara y me los puso con infinito cariño detrás de la oreja. Le miré y vi en sus ojos un destello de amor tan obvio como profundo.

  • Esto está mal, Tom.

  • ¿Por qué?

  • Porque somos primos.

  • Somos personas.- lo dijo con tanta convicción que sospeché que ya había estado

dándole vueltas a ese tema durante mucho tiempo.

  • Si Tom, somos personas. Dos personas que tienen una relación familiar directa. No

podemos seguir haciendo esto.- cada palabra que decía se clavaba en mi corazón

como espinas largas y afiladas.

  • Pero...

  • Y si mi madre se entera... ¡O la tuya! No quiero ni imaginar lo que podrían pensar.

  • Ya, pero...

  • Y lo que estamos haciendo es egoísta por nuestra parte, ¿Y si la familia se rompe por

nuestra culpa?

El indicio de una horrenda llorera inundó mis ojos y una pequeña pelota de angustia que había aparecido de repente en mi pecho me dejó sin respiración.

  • Vic, las personas tienen sentimientos. Sentimientos complejos, impredecibles,

espontáneos e imposibles de controlar.- Sus ojos brillaban y pueso aquella expresión tan

adorable que hacía cuando quería ponerse muy serio- Pero esos sentimientos son los

que nos hacen humanos, son algo hermoso. Para mi esto que está pasando entre

nosotros, estos sentimientos que tenemos, son más un regalo que un obstáculo. Si, eres

mi prima, pero eres tan jodidamente perfecta que no puedo dejar de sentir lo que siento.

Yo no elegí ser tu primo y he intentado cientos de veces encontrar a una persona que

me hiciese olvidarte, que me moviera el corazón como tu lo haces cada vez que me

miras, que me alegrara el día con su sola presencia. Pero es imposible. Así que, por mí,

si a la sociedad o a nuestra familia no le gusta lo que tenemos, no tengo ningún reparo

en darles la espalda y vivir alejado de ellas. Contigo. Solo contigo. Si tu estás dispuesta.

Me quedé callada. Mirándole. Mientras iba diciendo todo aquello me había cogido la cara entre sus manos con una ternura enfermiza y no las quitó cuando dejó de hablar. Mi mente estaba hecha un lío y aunque aún me temblaban las piernas por el susto que me había dado la inesperada entrada de mi madre, solo podía pensar en todo lo que implicaban sus palabras, todas las promesas escondidas que sutilmente había dejado

caer.

Como no contesté ni hice ningún movimiento, Tom empezó a bajar las manos y la esperanza se borró lentamente de su cara. Así que tan rápido como pude le cogí las manos y las coloqué donde habían estado unos segundos antes. Sonreí.

  • Tom- me miró suplicante, y yo le acaricié la mejilla con mi mano-, jamás he estado más

dispuesta.

Su rostro se fue iluminando a medida que iba asimilando mis palabras y acercó mi cara a la suya con sus manos para susurrarme con voz ronca el “te quiero” más perfecto que nadie haya podido escuchar. Acto seguido me empezó a besar.

Mi primer beso con un chico fue a los 14 años en una piscina de un hotel. Fue raro, incómodo y, a su manera, bonito. El primer beso que tuve con Tom fue increíble, ardiente y muy apasionado. Pero aquel beso fue el único que aún consigo recordar, fue un beso que habría movido montañas, que habría sido la envidia de la mismísima Afrodita, un beso que ni el más laureado de los escritores podría describir adecuadamente. Aquel

beso era la razón por la que la gente se enamora.

Mi pecho dolía de tanta agitación y mi cabeza iba a estallar de felicidad. Tom me recostó entre los cojines y me besó cada parte del cuerpo. La frente, la barbilla, el cuello, las clavículas, los antebrazos, las muñecas, cada dedo de cada mano, los pechos, el

ombligo, las ingles y las rodillas...

Intenté contar mentalmente cuantos besos hacían falta para cubrir mi cuerpo pero en el cuello perdí la cuenta: entre cada beso, un “te quiero” salía de su boca.

Cuando se cansó de besar, empezó a lamer y no faltó mucho para que llegase a mi monte del deseo. Me dio besos en mis labios inferiores y luego los lamió. Cuando empezó a succionar mi clítoris la vista se me nubló. Giré un poco la cabeza para intentar concentrarme y entonces vi su miembro, más grande y fuerte que nunca, y sin poder evitarlo lo cogí entre mis manos, me incorporé y empecé a chuparlo.

Y allí estaba yo, en un improvisado 69 lamiendo y succionando el pene de mi primo. Mis piernas estaban abiertas de par en par y mi primo lo tuvo muy fácil para introducir su lengua dentro de mi, fue ahí cuando empezaron las convulsiones. No pudo resistir mucho más y se corrió como nunca lo había hecho. Yo intenté que no cayera nada en las sábanas de mi abuela, así que empecé a lamer y a tragar tan rápido como pude. Mi primo, mientras tanto, hacía lo mismo con mis fluidos.

Yo pensé que como cada uno ya había tenido su momento, se giraría y me daría besos en la boca, pero el pensó diferente. Empezó a pasear sus dedos por cada parte de mi sexo, con una tranquilidad enfermiza, haciéndome cosquillas, creando esa urgencia de

placer en mi interior.

Cuando ya llevaba un rato así y mi respiración volvía a estar agitada, presionó con un dedo mi clítoris y yo grite, la excitación era tal que no pude ni abrir los ojos. Entonces se giró, me besó la boca, intentó unir su lengua con la mía en un lazo eterno y con una ternura y un cariño inesperado, empezó a introducir su miembro dentro de mi. Lo hizo tan despacio que a lo mejor pudieron pasar más de cinco minutos hasta que sentí su

pene erecto completamente dentro. Empezó a sacarlo con una lentitud menos acentuada pero igual de apasionante. Y justo cuando parecía que ya estaba casi fuera de mi, volvió a penetrarme.

Bastaron aquellas dos veces para que el primer orgasmo llegase. Era tan lento como perfecto, cada vez que lo metía, cada vez que lo sacaba, era lo que

toda mujer desearía poder sentir. Fue allí cuando las palabras “hacer el amor” adquirieron un sentido pleno para mi.

Tom me estaba haciendo el amor, sin reparos, sin tapujos, sin esconderse. En ese momento me di cuenta que si mi madre o cualquiera de mi familia hubiese entrado en la habitación, habrían encontrado tan normal que mi primo y yo estuviésemos haciendo el amor que ni siquiera hubiesen sentido pudor alguno.

Aquello era amor en su máxima potencia.

Su pene cada vez entraba y salía más rápido, pero aún así lo hacía con lentitud. Yo sufría de placer, mi cabeza no iba a soportarlo más y por un segundo pensé que me desmayaría. Llegó un momento en el que salía literalmente de mi para volver a entrar

desde el principio.

No recuerdo cuantas veces llegué al climax con aquel vaivén pero si no fueron más de cinco, no llegué nunca.

Pasaron varios minutos más y entonces paró. Se quedó dentro de mi, sin moverse, y me miró. Me empezó a decir cosas bonitas, me besó, me sonrió y siguió sin moverse. Yo, en aquel auge de deseo también le decía palabras de amor y le mordisqueaba la oreja.

Y entonces salió de mi, me dio la vuelta y se puso a horcajadas encima de mi cintura. Sus manos se convirtieron en unas máquinas antiestrés para mi uso personal. Empezó a masajear mis hombros hasta llegar a la parte baja de mi espalda. Presionaba fuerte pero

nunca demasiado, siempre en el punto justo.

Cuando me sentí completamente relajada, abrió mis piernas ligeramente e introdujo su miembro dentro de mi vagina. Yo, por instinto, intenté levantar mi cadera para que él pudiese entrar mejor, pero me dijo:

  • Shh, no te muevas, déjame a mi...

Y mientras yo mordía la almohada para ahogar mis gritos, Tom me cogió la cintura y empezó a moverse. Al principio se movía despacio y me acariciaba la espalda, dibujando con una tinta invisible cosas al azahar.

Pero luego sentí como mi primo empezaba a llegar al orgasmo y cómo empezaba a correrse dentro de mi. Sus movimientos eran cada vez más rápidos y su aliento se aceleró. Yo sentía placer, mucho placer, pero no sentí que me fuese a correr. Supuse que ya lo había hecho tantas veces en una hora que mi cuerpo no podía almacenar tanto éxtasis.

Pero Tom, que parecía que me había leído la mente, empezó a meterme un dedo por mi trasero. Cuando mis amigas y yo hablábamos de sexo, siempre coincidíamos en que jamás dejaríamos que nada ni nadie se introdujera en nuestro culo. Para nosotras era algo repugnante. Y, por eso, mi primera reacción cuando Tom empezó a introducir su dedo ahí detrás fue pensar en girarme, sacarle el dedo de mi culo y decirle que aquello no

estaba permitido bajo ningún concepto.

Pero cuando empezó a introducirlo un poco más... Oh Dios mío, aquello fue alcanzar el nirvana: el pene de mi primo estaba dentro de mi, descargas de su líquido llenaban mi cuerpo y su dedo había atravesado la barrera de lo impensable. Y de alguna manera, todo aquello era armónico, no había nada fuera de lugar, nada rozaba lo indecente, todo encajaba a la perfección.

Cuando no pudo más, cayó encima de mi espalda, exhausto, con la respiración agitada y sudor por todo el cuerpo. Yo estaba igual que él. Después de aquello nos fuimos a la ducha, nos enjabonamos el uno al otro y no hicimos otra cosa más que mirarnos con dulzura.

Aquel día nos amamos como nadie y los destinos de nuestras vidas se hicieron uno para poder afrontar la aventura más fantástica que nadie su pueda llegar a imaginar.