Nombre de Angel: Matías

La noche en que Susana llegó a mi vida volvía de casa de mis padres luego de las fiestas de fin de año...

Nunca pude explicarme el placer que sentía don Manuel González con su carrera. ¿Cómo podía sentirse orgulloso de colaborar con el  desalojo de una familia que no podía pagar ni la alimentación de sus hijos?.

Desde niño supe que aquello no era para mí. Siempre fui más un hijo de mi madre. Me gustaba trabajar con mis manos -cosa que mi padre deploraba- y siempre tuve algo de interés por las artes. Papá, viendo todo aquello, no cejó hasta conseguir con sus contactos una plaza para estudiar derecho; para su contrariedad, sólo la consiguió lejos de casa. Aproveché la oferta paterna para poner tierra de por medio y buscar como labrarme un futuro usando mis manos y por fin cortar el lazo con alguien a quien, honestamente, despreciaba.

Debí cursar un par de semestres en la carrera para dar gusto a mi padre; gracias a ello logré dar con lo que vendría a ser mi vocación: Buscando un trabajo de medio tiempo, Miguel, un tipo bastante desesperado por ayuda, me ofreció 50 euros por trabajar una noche entera. Al principio pensé que quizás quería propasarse conmigo, pero la diferencia en nuestras envergaduras físicas estaba a mi favor, así que no temí demasiado. Le pedí más datos y resultó que estudiaba arquitectura... necesitaba desesperadamente ayuda para terminar una maqueta. A pesar de advertirle acerca de mi inexperiencia insistió en que me encargaría de las cosas simples: cortar sobre líneas trazadas y pegar superficies simples... nada que un lego como yo, con un pulso medianamente decente, no pudiera hacer.

No fué la única vez que requirió de mis servicios y, dándose cuenta de lo rápido que aprendía, fué mi primer “alcahuete arquitectónico”. Me recomendó con sus amigos, trayéndome más trabajo y experiencia y, por sobre todo, llevándome a descubrir en mí una desconocida veta de arquitecto en ciernes. Acabamos haciéndonos amigos y fué él quien me convenció de montar un taller con el que ganar dinero...

Bienvenida independencia.

El trabajo durante el mes de Diciembre había sido agotador, pero había pagado sus dividendos: había cobrado la manufactura de un total de 5 maquetas y por fin dispuse de algo de dinero en mis bolsillos como para ir a visitar a mis padres. Pensé que se morirían si supieran que su perfecto niñito, en vez de dedicarse a estudiar derecho, como ellos creían, hacía tres años que pasaba sus días entretenido en su taller de fabricación de maquetas y miniaturas.

La visita fue exactamente igual a las anteriores: pasé casi todo el tiempo con mi madre, ya que mi atareado e importante padre tenía urgentes asuntos de negocios que tratar. No era que me molestara: mi madre era una buena mujer, quien simplemente tuvo la desdicha de casarse con mi padre, un adicto al trabajo donde los haya. Charlamos y paseamos por la ciudad, hablando de nuestras vidas y de mi futuro, sin entrar en específicos. Le alegró mucho el verme tan feliz, y yo creí percibir una sombra de tristeza en su mirada, pero ante su negativa a darme detalles no quise ahondar más. Aún así, le recordé que siempre podría contar conmigo y que, llegado el caso, incluso le ayudaría a “esconder el cadáver y darle una coartada”... Al menos su risa me dijo que las cosas no iban tan mal, permitiéndome volver algo más tranquilo a casa.

Hacía ya bastante frío aquella noche  cuando pasé en mi destartalado fiat 600 por enfrente de un McDonald’s, así que decidí darme un “lujo” y pasé por el autoservicio a comprar algo de algo de comida, aprovechando que aún me duraba mi pequeño excedente de los trabajos de la semana pasada. Una vez atendido, enfilé en dirección a la carretera. No había recorrido más de una calle cuando ocurrió.

No alcancé a distinguir con claridad, pero una figura asomó por sorpresa frente a mi automóvil desde detrás de uno de los vehículos estacionados. Por fortuna no iba muy rápido (y mi auto tampoco es muy pesado), de tal forma que pude, al menos en parte, reducir la velocidad. Miré hacia el frente, blanco, gélido. El corazón me bombeaba a mil mientras bajé a ver el descalabro.

Era una adolescente, casi una niña; tendría quizás unos 15 años. Me asustaron sus contusiones, pensé que le habría hecho daño realmente. Me acerqué a ella mientras el desgraciado que venía tras de mí pasó de largo sin prestar ayuda. Me volvió el alma al cuerpo cuando la escuché quejarse.

  • Estúpido...

Estaba tan feliz de que estuviera viva que no me importó que me hablara así

  • ¿Estás bien? -pregunté-

  • ¡No, idiota! -me dijo sollozando-... me torcí el tobillo y creo que mi codo está dislocado

La examiné rápidamente. No sabía mucho de primeros auxilios, pero no parecía tener una dislocación

  • Ven, vamos, tienes que ir a un hospital

  • ¡No!, ¡de ninguna manera!...

  • ¿Qué pasa?... ¿te piensas que voy a dejarte aquí, así de herida?

  • ¡Que no, dije!

  • Mira, o te subes al auto, o llamo a la policía para que te lleven ellos

  • Claro, y de paso te llevan a tí por atropello

  • Me da igual, mientras te vean a tí

  • Sí, claro

  • En serio niña...

  • Ya, anda... vete por donde ibas y déjame tranquila, ¿quieres?

La tomé simplemente y la metí en mi cacharro. Me sorprendió su ligereza y, ya teniéndola cerca, me percaté de lo liviana de ropa que iba: apenas unos pantalones cortos y una playera negra... no me costó armarme una idea de porqué no quería que la llevara a un hospital

  • Así que de fiesta sin permiso de tus padres, ¿eh?

  • ¿A tí que más te da?

  • A mí, nada... a tu edad hice cosas aún peores... pero creo que es mejor que tus padres sepan que tuviste un accidente

  • No, por favor... no quiero más problemas

  • Está bien, pero seguro que en el hospital te taparán en preguntas

  • Haz lo que tengas que hacer y déjame tranquila, ¿quieres?

El viaje al hospital fue en silencio, a pesar de las preguntas que le hice. Ni siquiera me dió su nombre. Supe que se llamaba Susana Avilés porque lo escuché cuando dió sus datos en urgencias. Me cercioré que la atendieran y quise retirarme del lugar, pero el enfermero que la atendió me pidió que esperara mientras llamaba al policía de turno: resultó que Susana presentaba heridas que se ajustaban con el perfil de abuso sexual, y siendo yo alguien con pintas sospechosas (entiéndase “de pelo largo, barba no cultivada y poco acicalado”) por fuerza era persona de interés. Luego de un breve interrogatorio Susana le aclaró que los moretones se debían a una pelea que tuvo con un chico que quiso propasarse con ella en la fiesta a la que había ido, y que yo, su HERMANO, había ido por ella y la había traído al hospital.

La desfachatez de la niña me puso de mal humor y estuve a punto de desenmascararla, pero su mirada suplicante logró conmoverme. Rendido, dí por verídica su historia y el policía se dió por satisfecho, no sin antes ayudarla a entrar a mi cacharro y recomendarnos que fuéramos directo a casa.

Una vez en privado, me dirigí a ella

  • Y bien, “hermanita”... ¿dónde vivimos?

  • Donde tú quieras -dijo mientras abrazaba sus propias piernas-... puedes dejarme en cualquier lugar que te plazca.

Nunca había sido muy bueno tratando con mujeres, pero aquello no tenía buena pinta.

  • ¿Susana, no es cierto?

  • Yo me llamo Matías... mira, no se si quieras contarme lo que te ha ocurrido, pero de veras necesito saber donde llevarte... ¿dónde vives?

  • No importa... no puedo volver allá

  • ¿Quieres contarme por qué?

  • No... y de todas formas no me lo creerías

  • Oye... no voy a dejarte tirada así sin más

  • ¿Puedes llevarme a tu casa? -dijo sollozando-

  • Niña, ni siquiera vivo en esta ciudad

  • Tanto mejor...

  • No te entiendo

  • Mañana... por favor... no esta noche... déjame pasar la noche en tu casa. -dijo sollozando-

  • No creo que sea apropiado que vayas a la casa de un desconocido...

  • No eres un desconocido... eres Matías, mi hermano, el que me trajo al hospital, ¿no?

Logró arrancarme una sonrisa

  • Está bien, hagamos una cosa: te puedes quedar a dormir hoy en mi casa, pero mañana me indicas donde vives y te llevo para allá, ¿está bien?

Se secó las lágrimas y me hizo una señal afirmativa; no volvió a hablar en todo el trayecto. Llegamos a mi casa casi un par de horas después.

  • ¿Vives acá?

  • Sí... bueno, lamento si te imaginabas algo más lujoso, pero vivo en mi taller; la entrada lateral da hacia mi apartamento

Cuando lo arrendé era una verdadera ganga: un viejo almacén no muy grande con un par de oficinas se había convertido en estos dos últimos años en mi taller y a la vez en mi casa...

  • No es mucho, pero es mío... bueno, algo así... lamento el desorden. Puedes tomar una ducha si quieres, pero no te garantizo la temperatura del agua. La habitación es la única puerta aparte del baño, yo dormiré en el sofá... ¿tienes hambre?

  • No te preocupes por mí

  • Ya, tu déjalo en mis manos... te puedo ofrecer una cuarto de libra o una big mac

  • La que tú no quieras estará bien

  • Francamente, saben casi igual -le dije-... anda, ve a ducharte, que después de la nochecita has de necesitarlo.

Obedeció sin demasiado ánimo. Quise esperarla para que no comiera sola. Cuando noté que demoraba demasiado me acerqué al baño a comprobar que estuviera bien. Honestamente, me sorprendió escucharla gimotear de forma apagada. No sabiendo qué hacer en aquel caso, encendí la tv mientras esperé que saliera, llegando a quedarme dormido por el cansancio acumulado. Me desperté con ella enfrente, completamente desnuda y usando su pelo para ocultar sus incipientes tetas.

  • Supongo que ahora querrás cobrarte por darme cobijo -dijo casi susurrando-

... No entendía nada.

  • ¿Qué pasa, Susana?

Me puse de pié y me acerqué a ella con intención de aclarar las cosas. Noté como su cara se rompió, dejando ver un miedo primal y fundamental, puro instinto de correr-o-morir. Avancé un paso hacia ella, y retrocedió dos. Me detuve en el acto, buscando aclarar las cosas. Agachó la cabeza y ví sus hombros moverse rítmicamente. No escuché su llanto hasta cuando, unos segundos después, hundió su cabeza en mi pecho.

Lloró de forma desgarradora, claramente desconsolada. A pesar de que pregunté otra vez no recibí respuesta acerca de lo que le ocurría, así que simplemente la dejé llorar. Traté de abrazarla, pero se tensó de inmediato. Supuse que aquello de que un chico había querido propasarse con ella no era del todo mentira, así que no insistí. Fuí por una manta para cubrirla y luego me volví a sentar en el sofá, indicándole que se sentara a mi lado. No lo hizo, sino que cayó de rodillas al suelo, cubriéndose la cara y reavivando su llanto.

Esta vez no me importó que me rechazara, simplemente me arrodillé junto a ella y la abracé, buscando cubrirla con mi cuerpo. Pasaron un par de segundos antes de que respondiera el gesto mientras continuaba desahogándose en lágrimas. Al cabo de cosa de  una hora se calmó lo suficiente para hablar.

  • ¿Quieres decirme lo que te ocurre?

Negó con los ojos aún hinchados y enrojecidos, pero sin continuar llorando. Besé su frente de la forma más atenta que pude conjurar en aquella situación

  • Ya sé que no pinto nada en tu vida, pero quiero que sepas que, si quieres hablar, estaré allí para escucharte

  • Gra... gracias...

  • Ahora, vístete y come algo mientras voy a ducharme... usa lo que quieras de mi ropa. Si quieres me esperas o si no puedes ir a dormir, como tú decidas.

  • Está bien... como digas

  • Y nada de ideas raras, ¿eh?...

Me quedé un poco más tranquilo cuando ví como me hizo una señal afirmativa. Realmente fuí a ducharme para poner orden en mi cabeza. Hoy en día la actitud de Susana me hubiera resultado obvia, pero en aquel momento no sabía qué pensar. En mi mente juvenil se agolpaban los recuerdos de su cuerpo desnudo y de sus ojos llorosos, confundiéndose en un enigma que sentía era mi deber desentrañar.

Me sorprendió encontrar a Susana aún despierta, esperándome, cuando terminé mi ducha. Estaba sentada en el viejo sofá mirando la tele, ahora vestida con una de mis camisetas.

  • Quería disculparme por la tontería de antes -me dijo algo turbada-...

  • Ninguna tontería, pero si me contaras de que se trata quizás podría ayudarte en algo.

  • No... no... no puedes hacer nada... ya me las arreglaré yo... pero gracias por dejarme dormir acá sin hacerme preguntas... y gracias por la hamburguesa, hermanito

Se acercó a mi lado y me dió un beso en la mejilla. Se veía realmente linda cuando dejaba de actuar queriendo parecer mayor.

  • Mañana hablaremos con más calma -le dije-, ahora simplemente descansa. No te extrañes si oyes ruido muy de mañana; empiezo a trabajar temprano.

  • Buenas noches, Matías

  • Buenas noches, Susana, hermanita

Me lanzó un beso desde la puerta de la habitación, esta vez claramente tonteando conmigo. Continué viendo la televisión hasta que el sueño me venció.

Me despertó el olor a tocino y huevos fritos. Me incorporé curioso y vi a Susana cocinando lo que esperé sinceramente fuera mi desayuno. Mi apetito no se vio defraudado cuando, notando que ya había despertado, me dijo simplemente

  • Ven a la mesa que ya está servido

Para haber sido preparado con tan poco presupuesto, aquello era un festín. Un par de tostadas con huevos y jamón, un tazón de café y algo de manzana rallada para cada uno daban a la mesa un agradable aspecto familiar. Se preocupó de atenderme antes de comer ella misma, así que le indiqué que se sentara conmigo a comer.

  • No -me dijo-, tú primero.

  • Anda, desayuna conmigo... casi nunca tengo compañía, y jamás nadie cocina para mí.

  • Que bien, porque a eso quería llegar

  • No te entiendo, chiquilla

  • Por favor no me pidas detalles, pero no quiero volver a mi casa...

  • Susana... aunque quisiera, no puedo esconderte... eres una menor de edad y lo sabes

  • Sí, lo sé, pero créeme que nadie me echará de menos

  • Vamos... ¿acaso no tienes padres?

Me miró unos segundos y sus ojos se inundaron de lágrimas tan rápido que me asusté en serio... temí haber metido la pata.

  • Ya -le dije, tomándole la mano-, está bien si no quieres contarme, pero creo que a tu familia le hace falta saber que estás acá

Esta vez, si bien es cierto se puso algo rígida, no rechazó el contacto

  • Matías...

  • Dime

  • ¿Recuerdas lo que dijo el policía?

  • ¿Acerca de qué cosa?

  • De mis moretones

  • Sí, lo recuerdo -dije obviando el mencionar su posible origen-

  • ... Fué mi padre

Me negué a aceptarlo así como así.

  • ¿Él te golpeó?

  • El... quiso forzarme

  • ¿Y tu madre?

  • Ella nos encontró cuando él estaba sobre mí... ya me... me había quitado el resto de la ropa

Temblaba como una hoja al viento, casi sin poder hablar... ya había visto casos como ese en el bufete de mi padre; era capaz de darme cuenta que no mentía.

  • Me golpeó en el vientre... fuerte... Estaba a punto de... hacerlo... cuando mamá nos pilló. Pensé que me había salvado, pero fue ella quien empezó a golpearme...

Comenzó a llorar. Yo estaba demasiado alucinado como para haber hecho algo... la dejé seguir hablando... me maldije por ello por mucho tiempo

  • Cuando... cuando reaccioné... estaba en el suelo... ella aún me golpeaba... me llamaba puta... golfa... sucia... que le quería robar a su hombre... acabó echándome de casa... desnuda... sin nada... apenas pude coger un par de prendas de ropa... caminé por la noche sin rumbo hasta que me atropellaste.

La abracé suavemente, tratando de comunicarle seguridad mientras ella volvía a  abandonarse al llanto en mis brazos, por fin dejando ver la niña que de veras era. Su pequeño cuerpo se me antojaba aún más débil en aquella situación... Dios, quería hacer algo, pero no se me ocurría qué cosa...

Se tardó bastante en dejar de llorar, y varios minutos más en quedarse dormida en mis brazos. Algo pasó en mi interior en ese momento, algo que no supe cómo explicar. La chiquilla era una desconocida, una don nadie para mí, pero me juré que no dejaría que siguiera sufriendo de esa forma. La llevé a mi cama y la cubrí lo mejor que pude. De todas formas tendría que trabajar ese día -había varios pendientes-, pero le dejé una nota -y escuálidos diez euros- explicando que estaba al otro lado de la puerta que daba al taller e indicándole qué cosas podía comprar para preparar la cena.

Mis asistentes, Samuel y Cristina, llegaron puntuales como siempre y no tardamos en poner manos a la obra. Gracias a ellos había podido aumentar el volumen de ventas y hoy, particularmente, su ayuda me caía del cielo, pudiendo desocuparme más temprano de lo que esperaba. Cristina, como era costumbre en esos casos, me sugirió tomar algo en mi apartamento, pero le expliqué la situación -sin entrar en detalles- y entendió perfectamente, o eso creí. Le sugerí que buscara compañía en Samuel y volví al apartamento.

Me sorprendió el cambio. bastaba un poco de aroma a comida y unas escuetas flores en una triste botella de cerveza para convertir ese dormitorio en un hogar. La música tropical que tenía puesta Susana no era de mi agrado, pero me encantó verla moviéndose al ritmo por todo el lugar, buscando alejar hasta la última telaraña del más lejano rincón y, quizás, hacer que su dolor, al menos en parte, también desapareciera

  • ¿Y tú qué pretendes? -pregunté-

  • Bueno, hermanito, te tengo una propuesta

  • A ver...

  • ¿Qué te parece si empiezo a trabajar para tí como sirvienta?

Me divirtió su desfachatez infantil

  • ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

  • Sí, perfectamente, y creo que es una solución genial

  • ¿Así que genial, eh?

  • Claro, mira. Para empezar tu apartamento es el típico apartamento de hombre, funcional pero sin ningún atractivo. Tu nevera está peligrosamente vacía y el aseo del lugar se limita a lo mínimo para que este lugar no sea insalubre

  • ¿Me estás llamando sucio?

  • Nó, ¿cómo crees?, pero el hecho es que no te alcanza el tiempo para tu taller y tu casa... necesitas ayuda, y lo sabes

  • No niego que me caería bien alguna, pero eso no implica que tu idea sea buena

  • Ya, mira, seré sincera: no tengo dónde ir. La familia de mi madre nos desprecia, creo que porque mi madre y mi padre no están casados, y mi padre no tiene familia... y bueno...  no pienso volver allá... Nunca creí que pudiera pasarme algo así... supone que el debía ser el hombre que más me quisiera...

Tenía razón

  • Aún así - le dije- lo más probable es que te estén buscando

  • No creo,llamé esta mañana a mamá para que supiera que estaba bien y esto fué lo que me contestó.

Sacó su teléfono y echó a correr una grabación... noté como se tensaba al empezar a escuchar, pero no quiso detenerla. Las voces en el parlante eran claras. Una era Susana, la otra era su madre. Susana trató de explicarle que estaba bien y que no se preocupara por ella, pero su madre la interrumpió y comenzó a tratarla de formas que me provocaron tal rabia que corté el audio sin necesidad de escuchar el resto.

Miré a Susana, quien, tratando de mantener la compostura, luchaba por no ceder a las lágrimas.

Me arrobaba su valentía. La atraje hacia mí y besé su frente, buscando consolarla.

  • En serio -me dijo entre sollozos-, de veras quería volver a casa... pero ella cree que soy una puta, una furcia capaz de seducir a su propio padre

  • Ya, tranquila...

  • Duele Matías... de veras que duele... ¿cómo puede creer eso de mí?

  • No lo sé... supongo que simplemente está mal de la cabeza

  • ¿Y tú no crees que yo haya hecho nada para que papá intentara...?

  • No, en serio, no lo creo... pero creo que lo que de veras importa es, ¿lo crees tú?

  • No, por supuesto que no...

  • Entonces no se hable más del asunto

  • Gracias...

  • Mira, por mí puedes quedarte cuanto tiempo quieras

  • Pero no quiero ser una carga, en serio

  • Lo sé... y creo que voy a aceptar tu oferta, pero tengo algunos agregados

  • Está bien, me casaré contigo -dijo tratando de sonar festiva-

  • ¡Já!... gracias, pero no era lo que tenía en mente

  • ¿Entonces?

  • ¿Qué edad tienes?

  • ¿Cuántos crees que tengo?

  • 12 -reí-

  • Pesado... La noche que me encontraste había cumplido los 16

  • ¿Y vas al día con tu educación?

  • Sí... no soy muy buena alumna, pero tampoco soy tonta

  • Bien, porque no quiero que te retrases... no tengo mucho dinero, pero te ayudaré a conseguir lo que necesites

  • Matías...

  • ¿Qué cosa?

  • Eres increíble

  • ¿Y eso?

  • ¿En serio no quieres nada de mí?

  • Ya te dije: Quiero que trabajes para mí como mi sirvienta, ¿te parece poco?

  • Sabes a lo que me refiero

  • Sí, lo sé, chiquilla... y entiende que no soy ese tipo de persona.

  • Es que... como sigas así harás que me enamore de tí, hermanito.

  • Claro, claro... eres como todas las mujeres que nada más ven a un hombre que las trata bien y no las engaña se derriten enteras

Se rió con mi mal chiste... fue como una bocanada de aire fresco aquella tarde

  • Mira, mañana iremos al centro y compraremos algunas cosas... por lo pronto hay que conseguirte una cama... creo que achicaremos un poco mi dormitorio y el living para hacerte un cuartito, aunque sea pequeño, pero que sea sólo tuyo

Volvió a sorprenderme gratamente con el desayuno del día siguiente. Para mediodía hice venir a Miguel; quería pedirle ayuda con la modesta renovación de la casa

  • Claro, será simple -me dijo-, recuerda que cuando remodelamos lo hicimos pensando en que los espacios podían cambiar; es cosa de quitar algunos pernos en los tabiques y poner otra puerta, nada realmente caro... incluso creo que te puedo conseguir todo gratis en la firma... ¡pero que chica más linda!... ¿dónde la tenías guardada, condenado diablillo?

  • Susana, te presento a Miguel, mi mejor amigo y, en cierta forma, mi mentor...

No se me antojaba dar mayores explicaciones, así que inventé una historia, misma que usaría de allí en adelante

  • ... Miguel, esta es Susana. Somos medio hermanos; ella es hija del primer matrimonio de papá, lamentablemente su madre falleció a principios de año y se quedará a vivir conmigo, al menos hasta que ingrese a la universidad

  • ¡Vaya bombón en ciernes, amigo!... si quieres te voy consiguiendo una escopeta desde ya

  • No le hagas caso, Susana... a Miguel le gusta tomarle el pelo al resto de la gente

  • No me molesta para nada, hermanito... a cualquier chica le encanta que la llamen hermosa

  • ¿Ves, tonto?... si sólo fueras así con tus ligues no estarías tan solo... aunque ahora al menos tienes una chica linda que te cuide

  • Cada segundo me caes mejor, Miguel...

  • Una cosa sí, Susana: ten cuidado con Cristina. Esa arpía hace años que quiere beneficiarse a mi amigo, pero este bobo jamás ha dado su brazo a torcer aparte de algún escarceo por allí, según creo

  • ¿Ah, quieres que comencemos a hablar de temas escabrosos?...

  • Dejen de tontear, ¿quieren? -intervino Susana un tanto ofuscada-... Miguel, ¿te quedas a cenar?

  • ¿Cocinarás tú?

  • Si, ¿por qué?, ¿dudas de mis habilidades?

  • No, dudo de las de tu hermano... este tipo es capaz de indigestar a un jabalí... ¡hasta el café se le quema!

  • ¡Ya cállate!... ve a comprar algo para la mesa, que ya sabes que en mi casa nadie come gratis

Luego, una vez que nos quedamos solos, me dirigí a Susana

  • Ponte algo de ropa y prepárate, iremos al centro... tenemos que comprar algunas cosas

  • ¿Y Miguel?

  • Por ese no te preocupes, que tiene llaves del lugar

Fuimos a varias tiendas de segunda mano hasta encontrar un par de muebles que se ajustaran a mi presupuesto. Una cama en litera con un estante simple que cabía bajo la cama superior y una mesita con una silla casi agotaron mis escasas reservas de dinero. Ver la cara de ilusión de Susana me provocó una sensación que no acerté a identificar, pero me agradó, mucho. La dejé comprando en el supermercado mientras iba por ahí buscando otras cosas que faltaban

Ya estando solos en casa, después de la cena, le entregué un pequeño presente

  • ¿Y esto? -preguntó-

  • Bueno... estuviste de cumpleaños, y no te regalé nada... no es mucho, y es menos cuando ves que es algo práctico y no en regalo genuino, pero espero te sea útil.

Le había comprado una mochila de mezclilla -usada, pero de marca- y varios cuadernos y lápices. Se acercó a  mí y dió un beso en la mejilla. Me sorprendió su actitud, pero cuando pude por fin ver sus ojos llorosos supe cuánto le había importado el detalle. Me sentí en cierta forma un canalla por obligarla a compartir una casa tan pobre, y a la vez el tipo más feliz del mundo cuando me regaló la más cálida de las sonrisas..

  • Gracias Matías... eres mejor que un hermano: eres mi ángel

  • No me alabes tanto chiquilla, que acabaré por creérmelo

  • No quiero sonar cursi, pero, en serio, siempre quise tener a alguien como tú a mi lado...

No nació de la lujuria, pero por primera vez sentí el deseo genuino de besarla. No habían pasado ni tres días desde que nos conocimos y su felicidad ya me importaba de esa forma. En mi fuero interno siempre había deseado a alguien sólo para mí... Involuntariamente, Susana comenzaba a llenar ese vacío en mi vida a pasos agigantados... lo peor de todo era aquel ronroneo de gatito que escuchaba en mi mente cada vez que me llamaba por mi nombre.

Debo aceptar que aquel primer año no fue bueno, pero las cosas tampoco fueron tan horribles, al menos en casa. Nunca la culpé de nada, pero el hecho era que los cambios en los gastos de la casa hicieron que debiera hacer algunos recortes de forma ineludible, al menos hasta que las cosas mejoraran. Ella, por su parte, bajó bastante de peso y se le notaba algo demacrada, pero jamás se quejó, hasta que un día en noté que no había ido al colegio y, al ir a su habitación, me la encontré con fiebre. Examiné su cama y noté que estaba empapada, así que la acosté en la mía y yo volví a nuevamente a ocupar el sofá. Sanó rápido, pero a los pocos días caí en cama yo. Lo mío fue un poco más grave, no sólo un resfriado... llegué incluso a delirar, o eso creí, viéndola discutir con Cristina, quien la acusaba de haber provocado mi enfermedad y de poner en riesgo el negocio.

Durante mi convalecencia Susana no se apartó de mi lado, excepto para lo estrictamente necesario, cosa que agradecí profundamente una vez me recuperé. Ocurrió, sin embargo, algo que hizo que nuestra relación cambiara para volverse más familiar de lo que esperaba.

Sería cosa de una semana después de aquella fiebre cuando me desperté en medio de la noche. No suele ocurrir muy seguido-soy de sueño pesado-, así que encendí la luz y me dispuse a ir por un vaso de agua. Me llevé tamaña sorpresa al ver en el suelo de mi habitación a Susana, acostada en un futón improvisado, que me decía

  • Apaga la luz, ¿quieres?... no puedo dormir

Por un instante pensé en volver a dormirme, creyendo que aquello era un sueño. Fue ella quien me sacó de dudas pocos segundos después cuando, incorporándose sorprendida, dijo simplemente

  • ¡Matías!

  • Ese es mi nombre... ¿¡Se puede saber que estás haciendo!?

Agachó la mirada y guardó silencio... en otra ocasión hubiera funcionado, pero no en ese momento

  • Anda, dime... ¿qué haces aquí?

  • Dormir... o tratar

  • Susana, no estoy para juegos

  • Ya, pero si te lo hubiera dicho habrías salido con alguno de tus discursos moralistas... que soy una niña

  • ¡Lo eres!

  • ... Que el “que dirán”...

  • Podrían hasta acusarme de abuso... ¡imagínate!

  • ... y no sé cuántas cosas más.

  • No Susana, lo siento, pero esto no lo puedo permitir

  • ¿Escucharás siquiera lo que tengo que decir al respecto?

Comenzaba a odiarla... al menos cuando se mostraba más juiciosa que yo, quien se suponía debía ser el adulto.

  • Adelante, habla

  • Sí su señoría: la verdad es que esto es tu culpa.

  • ¡¿Mía?!

  • Sí, tuya...

Hizo una pausa... conocía esa mirada: su intento de comedia anterior era para ocultar algo doloroso.

  • Está bien, dime, ¿que pasa?

  • Desde... aquella noche... tengo pesadillas. No me hagas repetirlas por favor, pero tienen que ver con lo que intentó... tu sabes.

  • Continúa

  • Bueno... ¿recuerdas cuando enfermaste?

  • Sí, bueno, no... tú entiendes

  • Claro. El hecho es que los días que estuve cuidando de tí dormí acá, contigo...

Agachó su mirada algo sonrojada... supuse que había algo más

  • ¿Y...?

  • Y, bueno... el día que deliraste dormí contigo, en tu cama... ¡no te enfades!, estabas temblando... pero eso no es el punto, al menos no ahora.

Volvió a mirarme a los ojos, ahora hablaba en serio

  • Matías, esa noche fue la primera en la que pude dormir algo...

Francamente, no supe qué decir por largos instantes.

  • Susana... ¿por qué no me lo dijiste antes?

  • Vergüenza... creo. ¿Cómo te lo iba a decir después de todo lo que has hecho por mí?... además, seguro no me creerías, pensarías que estaba tonteando o peor, que quería jugar contigo.

  • No, vamos... reconozco que tengo algo de la moralina de mi madre, pero no soy un tonto

  • Ya, pero seguro que dirías que “un hombre y una niña no pueden pasar así la noche juntos”

  • ¡Obviamente!

  • Pero gracias a eso puedo dormir bien, o casi... desde que me cuelo en la alcoba logro descansar, incluso he mejorado en mis notas ahora que logro dormir... déjame dormir acá, por favor... piénsalo como si fueras mi hermano y durmieramos en la misma habitación... no es nada tan raro

  • Bueno, tampoco es muy normal que digamos, ¿no crees?

  • En serio Matías... te lo juro: prefiero estar incómoda en el suelo, muerta de frío, antes de no poder dormir... es horrible.

Me miró, arrodillada en su cama improvisada. Se veía decidida y, por sobre todo, era obvio que hablaba en serio. Mantuvo la mirada en mis ojos por largos instantes, mientras yo buscaba en ella algún asomo de duda. Quizás, si hubiera sabido lo que me deparaba el futuro, hubiese mantenido la boca cerrada...

Abrí la cama por el otro costado y dije simplemente

  • Ven, si quieres... ¡pero nada de jugarretas!

Su cara se iluminó con aquella adorable sonrisa. Se puso de pié de un salto y se metió entre las sábanas como una exhalación. Se acurrucó a mi lado y la ví sonreír.

  • Gracias, Matías

Estaba muerta de frío, pude notar al cubrirla con las cobijas, pero aquella chica se veía tan indefensa a mi lado que debí contener el deseo de abrazarla. Fué ella quien acortó la distancia sobre mi espalda cuando casi se había dormido... pude escuchar simplemente un

  • Te quiero, Matías.

Esa noche volví a jurarme que, si estaba en mis manos, nadie volvería a hacerle daño.

Aquel particular arreglo fue el inicio de todo. El primer día me costó bastante conciliar el sueño. Estaba demasiado preocupado por Susana. Hasta ese día, en general, había rehuido el contacto físico conmigo... no, no era que huyera cuando la saludaba o algo por el estilo, pero era notorio que no estaba cómoda cuando había una distancia muy reducida entre nosotros o con Miguel o Samuel. A contar de aquella mañana, sin embargo, noté claramente como la distancia física entre nosotros se iba reduciendo; incluso con otros hombres dejaba de estar tan a la defensiva, al menos cuando yo estaba con ella. Noté también con el correr de los días que comenzó a dormir mejor y que las ojeras desaparecieron de su rostro.

... Lo peor para mí fué que me acostumbré a que fuera su rostro lo primero que veía cada mañana.

Pasaron las semanas y mis despertares empezaron a ser cada vez más difíciles. Al principio apenas si buscaba mi contacto durante la noche; luego se fue haciendo cada vez más frecuente el despertar junto a ella, hasta que llegó el día en que desperté con su cabeza sobre mi pecho.

El día anterior había tenido un mal día. Un proyecto en el que habíamos invertido bastante tiempo y recursos fue rechazado y quedamos sin la segunda parte del pago por el mismo. Realmente estaba preocupado de pensar en cómo reunir el dinero necesario para seguir funcionando ese mes y no había descansado realmente, sin embargo la rutina de despertar temprano estaba tan embebida en mí que de todas formas abrí los ojos hacia las 6 y media de la mañana.

Ya había luz y pude ver el pacífico rostro de Susana. No sé realmente cuanto tiempo la estuve mirando, pero medio dormida y medio despierta me miró a los ojos y me dijo.

  • Anda, quita ese ceño fruncido, Matías...

Dijo eso y luego me besó en la mejilla y volvió a dormirse, aún sobre mi pecho. Juro que, hasta ese preciso momento, jamás se me había cruzado por la cabeza el verla como mujer. Aparté su pelo para verla mejor y fue como si la viera por vez primera. Sus labios y mejillas habían ganado en tono y volumen y su pelo ondulado tenía ahora un aspecto que mostraba bienestar. Unas pocas pecas sobre su nariz y mejillas le daban un toque especial de inocencia a su semblante que, uniéndolo con el valor que trasuntaba su rostro, me daban la impresión de una flor que comenzaba a mostrarse en todo su esplendor. Mi di cuenta que tenían entre mis brazos a una verdadera belleza, no sólo de cuerpo; la chiquilla asustada de unos meses atrás rápidamente dejaba paso a una mujer joven y decidida. La tranquilidad reflejada en su faz era algo que tampoco había visto hasta ahora. El ritmo de su respiración sobre mí se me antojaba extrañamente seductor y, por primera vez, tuve que esforzarme conscientemente por no atraerla hacia mí y abrazarla con anhelo.

... En mi mente aquel gatito había dejado de maullar y ahora rugía como león.

Cuando, un mes más tarde, Cristina averiguó acerca de nuestro nuevo arreglo, puso el grito en el cielo, llegando incluso a amenazar con acusarme ante las autoridades. Me encantó la defensa que Susana hizo acerca de mí, echándole en cara que yo era el único hombre que siempre había sido un perfecto caballero con ella y que, si era necesario, podía demostrar que jamás la había tocado. Aquello descolocó a Cristina, quien claramente tenía ideas bastante erradas de lo que pasaba en nuestras noches. Aún así, llegó a detener nuestro arreglo de ser “amigos con derecho a roce” hasta que echara a Susana del apartamento, cosa que me molestó por completo. Es cierto: Cristina era lo más cercano que tenía a una novia, pero jamás le dí a entender que entre nosotros pasaría algo más que sexo...

Nunca debí subestimar lo malvada que puede ser una mujer despechada.

Cristina se encargó de esparcir el rumor de que yo era un pedófilo, un pederasta. Hizo pública incluso una fotografía donde aparecía Susana durmiendo abrazada a mí. Fuera de contexto, la foto parecía decir lo suficiente: Yo dormía con una chica claramente menor de edad. Si bien es cierto la “fama” de “galán” que me generó entre un mundo mayoritariamente machista no me la esperaba, sí logró su objetivo de dejarme progresivamente sin clientes gracias a la asociación que generó entre mi nombre y aquella abominable conducta.

Durante la segunda parte de ese primer año el dinero escaseó cada vez más. Cristina se presentó en más de una ocasión a disculparse, pero el daño ya estaba hecho. Acabó gritándome a la cara que lo había hecho por amor y por despecho; que llevaba 3 años enamorada de mí y lo único que yo le había dado era sexo cuando ella me había ofrecido su amor, y que ahora aquella recién llegada se metía a mi cama como si fuera mi mujer... que ella no estuvo dispuesta a soportar esa humillación y que hizo lo que hizo para luchar por mí.

La pelea que generó aquello duró horas. Si nunca quise intentar nada serio con ella fué precisamente por aquello, porque sabía acerca de sus celos enfermizos y yo, francamente, no tengo paciencia para estupideces. Quizás me quedaría solo para toda la vida, pero para gritos y peleas tontas ya había tenido suficiente para una vida y media viviendo en casa de mis padres. Al final se retiró gritando a todas voces que era un degenerado por obligar a Susana a ser “mi puta”. Los pocos transeúntes que pasaban fuera del taller escucharon todo aquello y, como todo buen barrio típico, la historia corrió como reguero de pólvora. Nadie nunca se atrevió a preguntar mi versión, y menos la de Susana...

Lo que más me dolió de todo aquello fué el abandono de Samuel. Hacía un tiempo había notado que estaba interesado en Cristina, pero no creí que aquello lo cegara a tal punto de no escuchar siquiera mi versión de los hechos. Con ello mi taller estaba condenado. Lo poco que había construido en esos años se derrumbó en cosa de semanas. Estaba desconsolado y desesperanzado. La perspectiva de tener que ocupar el dinero que mis padres me daban para mis supuestos estudios me resultaba repulsiva, más que todo por mi orgullo, y la sola posibilidad de tener que volver a vivir con ellos me hacía sentir un fracasado... eso sin contar a Susana.

Hasta cierto punto era el adulto responsable de ella. Cierto, no le llevaba tanta diferencia de edad, pero claramente mi independencia me dió un grado de madurez superior a otros chicos de mi edad. Por otra parte, ella había estado a mi lado durante aquellos meses de vacas flacas sin siquiera quejarse, incluso cuando Cristina montó todo aquel escándalo y nuestros vecinos nos miraban como si fuéramos la escoria del mundo. Otros hubieran dicho que ella era la culpable de todo aquello, pero para mí era simplemente cosa de circunstancias: el culpable era yo por no haber cortado de raíz en su momento mi relación con Cristina. Siempre supe que era una celópata, pero me sentí lo suficientemente machito como para dominarla, y ahora estaba pagando las consecuencias.

A pesar de que hice todo lo posible por evitarlo, llegó por fin el día en que no tuvimos para cenar. Había puesto incluso en venta mi cacharro, pero ni por muy bajo que fuera su precio la gente pareció querer darnos una mano. Nos miramos por sobre la mesa vacía y mi cabeza se inclinó derrotada.

  • Mañana venderé algunas cosas -dije-... alguno de mis amigos querrá comprar la televisión o algo

  • Matías... no tienes porqué hacerlo

  • Sí, sí tengo... no puedo permitir que continuemos así

  • Todo esto es por mi culpa... si no estuviera aquí, arruinando tu vida... estarías infinitamente mejor sin mí

  • Susana, por favor, deja de decir tonterías. Eres lo mejor que me ha pasado desde que decidí seguir mi vocación en vez de las órdenes de mi padre... además, aún me queda el dinero de mis estudios

  • No... sé lo que significa para tí aquello; no es sólo el demostrar que puedes vivir por tí mismo, sino decirle a tu padre que no tiene razón acerca de tí

  • Ya, pero no podemos comer ideales

  • No me importa, mendigaré si es necesario, pero no quiero que cedas por mí. Quizás sea una tontería para otros, pero sé que tan infeliz te sentirías si tuvieras que dar tu brazo a torcer

Tomó mi mano por sobre la mesa y la besó. Agradecí su gesto al borde de las lágrimas. No quise soltar su mano en un buen rato, y ella no la retiró. Miramos luego juntos la tele y nos fuimos a dormir. Nos acurrucamos más apretados que de costumbre. El frío de Diciembre se hacía notar y la temperatura era casi tan baja como nuestras finanzas.

  • Matías... hay varias cosas que no te he contado

  • ¿Y eso?

  • No sé... pero tengo miedo de que por culpa de las habladurías me separen de tí... y no me quiero guardar nada

  • Bueno... te escucho.

  • Lo sé... me quiero emancipar, ¿sabes?

  • ¿Eso es cuando te divorcias de tus padres, cierto?

  • Sí, bueno, más o menos, al menos en mi caso. En estos meses he hecho varias averiguaciones y resulta que, legalmente al menos, no soy hija de mi padre, sólo de mi madre.

  • ¿Y eso te sirve o te resulta más problemático?

  • Hablé con un abogado familiar pro-bono y me dijo que haría las cosas más fáciles, pero que de todas formas lo mejor que puedo hacer es conseguir el visto bueno de mi madre... ya fui a hablar con ella, y no salió nada bien

  • ¿Y quieres que yo lo intente?

  • Sí... de veras quiero poder tomar, legalmente, mis propias decisiones... así podría por ejemplo trabajar para tí

  • Nada de eso, primero terminas la escuela, luego harás lo que quieras

  • Ojalá mi papá se hubiera preocupado así por mí

  • Pues bueno, seré tu papá, tu hermano y lo que haga falta entonces

  • ¿Mi esposo?

  • No te pases, chiquilla

  • Jeje... te quiero, ¿sabes?

  • Yo igual, mocosa

  • ¿Te acuerdas cuando empezamos a dormir juntos?

  • ¿Fué después de la gripe de primavera, cierto?

  • Cierto... nunca te dije el por qué

  • ¿Por qué de qué?

  • Porqué me decidí a dormir contigo... al menos no te lo dije todo

  • Por mi sex appeal, supongo

Me rió el chiste con frescura... me alegró un poco el día con su risa

  • Claro, pero además de tu sex appeal decía yo

  • Entonces no se me ocurre... ¿porqué fue?

  • Ya sabes que desde la noche en que... tu sabes... nos conocimos, siempre había tenido pesadillas con aquello...

No necesitaba decirme que era “aquello”... y la rabia por saber y no haber hecho nada seguía creciendo dentro de mí.

  • También te dije que cuando enfermaste yo dormí contigo y que logré dormir bien por primera vez... lo que no te dije es que ese día no tuve pesadillas... quizás todo aquello fuera suerte, pero me alegré cuando más tarde aceptaste dormir conmigo, aunque fuera para que no pasara frío... desde que dormimos juntos no he vuelto a tener pesadillas; y las pocas noches que las has pasado en vela trabajando, si bien es cierto han vuelto, cuando huelo tu almohada los sueños se hacen menos terribles... a veces hasta tú estás en ellos

La abracé aún algo incrédulo. Me sonaba a cuento rosa, pero nuevamente noté aquella voz que había nacido dentro de mí, la que volvía a ronronear como un gatito... Dios, me gustaba, me enloquecía ser alguien especial para ella, aunque fuera con algo tan básico como darle seguridad

  • Gracias -le dije-

  • ¿Por qué?

  • Por dejarme ser tu héroe, aunque sea en algo tan simple

  • No eres sólo mi héroe, o mi hermano... ya te lo había dicho: eres mi ángel

Hice mi abrazo algo más fuerte y pude notar un estremecimiento en ella. Elegí asignarlo a la sorpresa o a la fuerza y no le dí más vueltas.

Esa noche dormí como un bebé. Al día siguiente me desperté cuando me quitaron las cobijas

  • ¡Ajá, lo sabía!... ¡sólo tú podías dormir con una mujer y no aprovecharte!

  • Hola Miguel -dije medio dormido-... ¿aún no aprendes a tocar el timbre en las casas que no son tuyas?

  • Ya cállate y vístete, que hoy vengo con regalos

No mentía. La mesa del desayuno estaba bien surtida... Susana comió claramente con buen apetito.

  • ¿Por qué no me pediste ayuda, zoquete?

Lo miré entre parpadeos... mi respuesta me sorprendió por su obviedad y su veracidad

  • Pues... lo olvidé

  • ¡Imbécil!... ¿tienes a tu pobre hermana casi muerta de hambre porque “me olvidaste”?

  • Bueno... te estoy siendo sincero, ¿no?

  • Espero que te haya servido de lección y hayas aprendido que no siempre te puedes salir con la tuya... ¿vendrás a trabajar conmigo de una puta vez?

  • Miguel, ya te dije: no sé hacer nada de lo que tu haces

  • Mira Matías. Hoy por hoy hay Arquitectos titulados que no saben la mitad del oficio que sabes tú... hay imbéciles que no diferenciarían un contrafuerte de una columna

  • ... Las columnas reciben el peso en vertical, los contrafuertes en horizontal -dije medio dormido-

  • ¡Y no saben cosas tan básicas como esa!... pero no vengo a hablar de eso. En serio, tengo un trabajo para tí... quizás incluso para tu hermana, si es que es capaz de realizar labores de cocina

  • ¡Por supuesto! -intervino-

  • Bueno, habla -le dije-

  • Hace como medio año gané una concesión para el mejoramiento y ampliación de varios museos, por todo el país. No te quiero marear con explicarte la cantidad de trabajo que implica, pero para una empresa pequeña como la mía es bastante. En todos mis trabajos anteriores, a la hora de realizar una presentación, me bastaba con hacer un buen modelado 3D y presentarlo en un datashow y asunto arreglado, pero ahora estoy trabajando para el gobierno. Eso está apolillado como no te imaginas, y me exigieron que les presentara maquetas de cada etapa de cada proyecto, en particular las de las etapas de finalización, para poder exhibirlas... tu sabes... “su gobierno se preocupa por usted” y esas cosas. El asunto es que mi gente no da abasto, y, francamente, necesito emplearlos como arquitectos y constructores en vez de como maquetistas. Además, cuando sugerí a mis socios el subcontratar a alguien les mostré aquella vieja maqueta que hiciste para mí y quedaron encantados, más aún cuando les hable cuanto cobras por tus servicios. No podían creer que cobraras tan barato por un producto así de bueno

  • No seas zalamero

  • ¡Que es en serio hombre!... no te traigo limosnas, sino un trabajo de verdad... necesito contratar al menos dos equipos de maquetistas, y tu eres el primero de mi lista... y, por cierto, Susana, en mi empresa necesito gente que se encargue del café y los snacks... ¿te interesa el puesto?

  • ¡Obvio!

En menos de dos días Miguel nos había presentado en su empresa. Había crecido bastante, ya contaba con 22 empleados. Pensé que el trabajo que le había ofrecido a Susana era un juego, pero me equivoqué: tenía una pequeño kiosko/cafetería donde siempre había por lo menos una persona encargada de mantenerlo funcionando. Rápidamente acordaron para ella un régimen de media jornada que no obstaculizara sus estudios, quedando yo como su tutor legal. Temí por un momento que se descubriera la farsa, pero siempre es una gran ayuda que el jefe de credibilidad a tus palabras. Discutimos luego mi trabajo, y vi que no estaba bromeando. Las peticiones eran extensas y ya estaban atrasados casi un mes con los plazos de entrega. Habían contratado a otra empresa maquetista, pero eran incapaces de hacer todo aquel trabajo, amén de su calidad, que deseaba bastante que desear.

Puse rápidamente manos a la obra, llevando todo el trabajo que pude a casa. Busqué nuevos asistentes entre los novatos de la universidad. Mi fama no había desaparecido, pero la cercanía de las fiestas de fin de año y la promesa de un dinero extra hacían maravillas entre aquellos muchachos. Los fui poniendo a prueba y me decanté por 5 de ellos, todos hombres (después de Cristina no quería más problemas) y los puse a trabajar lo más rápido que pude. Fueron semanas febriles donde ví cada vez menos a Susana, pero con todo no dejamos de dormir juntos.

Esa navidad fue especial. Nunca había tenido a nadie a quien desease de veras darle un obsequio (aparte de mis padres), y lo que tenía preparado para Susana pensé que le agradaría. Cenamos algo simple y luego vimos una película, como solía ser nuestra costumbre. Se quedó dormida mientras la veíamos y aproveché aquella oportunidad para sacar mi regalo. El ruido la despertó y, al ver el papel de la envoltura, sonrió y salió corriendo hacia la habitación, volviendo ella también con un presente. Nos miramos como niños e intercambiamos los regalos allí mismo, algo torpemente y sin palabras de por medio.

Su regalo era un envoltorio del tamaño de un maletín. Lo abrí con una emoción olvidada desde hacía años, como si esperara recibir un juguete nuevo. Me había comprado un laptop, nuevecito. No necesité hacer mayores cuentas para saber que se había gastado todo su dinero en ello, y que quizás hasta se había endeudado. Era algo que de veras necesitaba (el viejo que tenía era un modelo tan antiguo que su software ya no tenía soporte) y que, gracias a las deudas que arrastraba de los meses malos, no había podido permitirme. Quise levantar la mirada para darle las gracias, pero su abrazo me interrumpió.

Tomó mi cara en sus manos y me besó efusivamente. Cuando pude mirar noté su cara llena de lágrimas y su rostro enmarcado en una sonrisa...

  • Espero te haya gustado tu regalo, porque el mío me encantó

  • Matías, ¿cómo lo lograste?

  • Un viaje para hablar con tu madre y unos pocos euros para acelerar el proceso

  • ¿Sobornaste a alguien?

  • ¿Te das cuenta que si lo hubiera hecho jamás te lo diría?

  • Sí, lo sé... Dios... ¡eres lo máximo!

  • Oye, el regalo lo escogiste tú... yo simplemente me las arreglé para conseguirlo

  • Es que... no lo entiendes... ¡Soy libre!... ¡gracias a tí soy libre!

  • No entiendo muy bien todo lo que implica emanciparse, pero creo que es algo así.

  • Claro, ahora yo soy responsable de mi vida. No importa lo que mi padre o madre quieran que haga, ahora mis decisiones son propias... ¡tenía tanto miedo que me obligaran a abandonarte!

  • ¿Por qué?

  • No sé... estupideces... pero siempre que me pasa algo bueno acaban por quitármelo

  • Bueno, ahora ya nadie puede obligarte a nada: oficialmente eres responsable de tí misma

  • Matías... ¿qué hice para merecerte?

  • Oye, tampoco es para tanto

  • Tú no lo entiendes: nadie, ni mi padre, ni mi madre, ni mis profesores... ¡nadie!, nadie ha hecho tanto por mí... Nos conocemos hace menos de un año y yo... bueno...

  • ¿Tú qué?

  • ... Nada... gracias simplemente.

Me dió un beso, en los labios, con gusto a sal. Su cara era lo más bello que hubiera visto en mi vida. No pensé realmente que aquel papel le diera tanta felicidad. Cierto, jamás le diría las cosas que tuve que hacer para obtenerlo. Una emancipación no es algo menor y siempre implica audiencias, careos, comparendos y otras instancias legales a las que no estaba dispuesto a someterla. Su madre de veras fue un desagrado cuando traté con ella. Nunca podría perdonarle los términos en los que se refirió a su hija. Me dejó también muy en claro que su padre no tenía responsabilidad legal en el cuento. Le pregunté por él y me reveló, llorando, que era un hombre casado y, después de que intentara abusar de Susana, terminó abandonándola, volviendo con su mujer... Jamás podría decirle a Susana que su madre ahora la odiaba, que la culpaba por haber perdido a su hombre... jamás le diría acerca de los sobornos que tuve que pagar para acelerar el proceso...

... Y, aquello que pretendía decirle, aún era demasiado pronto para ello.

  • Gracias a tí -dije recuperando la presencia-... créeme que lo hice con gusto... y gracias también por el laptop; nunca te lo había dicho, pero lo necesitaba tanto que me estaba desesperando un poco por no poder comprarlo

  • El mérito no es todo mío: le pregunté a los chicos que es lo que ellos te habían escuchado decir que necesitabas... nunca he sido muy buena para los regalos, pero me alegra que te haya gustado

La atraje hacia mí y la abracé, buscando demostrar mi agradecimiento... Me tomé mi tiempo en soltarla. Lo hice cuando noté que estaba disfrutando demasiado el aroma de su pelo. No estaba bien ni era correcto, no sólo por la diferencia de edad o porque ella fuera menor de edad, sino porque su dependencia de mí la hacía vulnerable, y jamás querría hacerle daño.

Me tomó de la mano y me hizo salir a compartir con los pocos vecinos que salieron a saludar. No me apetecía hacerlo realmente, pero ella parecía empecinada en aclarar todos los malos entendidos. Corrigió, eso sí, a todos los que creían que éramos hermanos, explicándoles que todo eso eran habladurías maliciosas de Cristina, aprovechando de recalcarles que no debían dar crédito a todo lo que les dijeran y que, en último caso, debieron preguntarle a ella primero, siendo la supuesta afectada por mis acciones.

Fuimos invitados, quizás a modo de disculpa, a varias fiestas familiares donde nos hicieron comer y beber hasta hartarnos. Ya cerca del amanecer enfilamos nuestros pasos a casa. Reconozco que bebí lo suficiente como para simplemente caer muerto en la cama sin apenas quitarme los zapatos. A la mañana siguiente no me despertó el olor a desayuno, como solía ser la tónica, sino un tierno beso en la mejilla. Abrí los ojos un tanto asustado y ví a Susana, arellanada cómodamente sobre mi hombro, murmurando algo acerca de lo bien que lo había pasado anoche.

Me tomó un par de segundos hacer la asociación. Levanté la ropa de cama y pude verla allí, perfectamente desnuda, salvo por sus bragas... yo aún tenía puesta mi ropa, pero los olores no me decían nada, dada la cantidad de alcohol que bebí el día anterior. Me levanté rápidamente y me fuí duchar y a preparar un café. Escuché un gritito por parte de Susana y me preparé para lo que venía. Salió tímidamente de la habitación, como queriendo no hacer ruido. La estaba esperando en la cocina, con una taza de café para ella, que le ofrecí y ella aceptó en silencio.

Pasaron unos minutos y no cruzamos palabra... decidí hablar primero

  • Susana... quiero que sepas que lo que pasó anoche fue algo que no debió pasar

  • Lo sé... lo siento...

  • No lo sientas... fue cosa de dos... y si alguien debe sentirlo tengo que ser yo..

  • ... Espera, espera... ¿a qué te refieres?

  • ¿A qué me voy a referir?... a que tu y yo... bueno... lo hicimos

Se cubrió la cara para ocultar la risa... yo no estaba entendiendo nada

  • ¡Uf, no! -dijo cuando se hubo calmado-... no hicimos, no hiciste nada...

  • Pero estabas...

  • ¿Desnuda?

  • Pues, sí

  • Y borracha

  • También, supongo... yo no estaba muy sano

  • Bueno, en serio, no hicimos nada

  • ¿Entonces por qué actuabas así?

  • Me has de haber visto desnuda... ¿te parece poco?... además, te revelaré uno de mis “terriiiibleees secreeetoooos” -djo divertida-: me gusta dormir con poca ropa... anoche estaba borracha y creo que me olvidé que dormimos juntos.

  • Pero yo estaba... tú... no... ¿estás segura que no hicimos nada?

  • Completamente

  • ¿Segura, segura?

  • En serio hombre, confía en mí... si así hubiera sido, lo sabría

No hice la asociación en aquel momento... visto desde hoy, la inexperiencia me pasó la cuenta.

Susana preparó la comida con las sobras de la noche anterior mientras yo me dediqué a terminar varios pendientes en el taller. No me dí cuenta del tiempo. Realmente, cuando estás haciendo lo que amas, el resto del mundo desaparece. Vine recién a reaccionar acerca de lo cansado y hambriento que estaba cuando sentí unas manos abrazarme desde la espalda. Me asusté un poco y me quité las antiparras, girándome, para ver a Susana quien, con cara traviesa, me decía

  • ¿Acaso me quieres dejar sola todo el día?

  • Oh, lo siento... ya voy a almorzar

  • Matías... son casi las 10 de la noche

  • ¿Qué cosa?

  • Lo que dije... has estado todo el día acá... ¿que estabas haciendo?

  • Ya sabes... un poco de esto, un poco de aquello... ordenando principalmente y terminando un par de pendientes

Se separó de mí y recorrió con los ojos la maqueta en la que estaba trabajando... bajó la cabeza para verla a nivel del piso...

Era pequeña: una maqueta de una construcción simple de piso y medio, con un estudio amplio de enormes ventanas que ofrecían una visión casi panorámica del exterior y un dormitorio principal de características semejantes, ubicado en la parte más elevada, con el propósito de permitir la visión desde dentro pero obstaculizar la visión desde fuera. Tenía también un pequeño espejo de agua y el espacio suficiente para un pequeño estacionamiento. Una casa de buen gusto, pero presupuesto reducido.

Susana la miraba con interés...

  • ¿Te gusta? -pregunté-

  • Si, pero no sé... le falta algo

  • Já, pienso lo mismo... me gusta la forma, pero le falta algo

  • Tibieza -dijo ella sin pensarlo demasiado-

  • ¿Tibieza?

  • Sí... por el papel que usaste supongo que el material de construcción es cemento

  • Concreto, claro

  • Eso... me da la impresión de algo frío, impersonal... más propio de una oficina que de una casa

La miré un tanto contrariado: Un vistazo y había destrozado mis ideas... un vistazo mío a la maqueta para darme cuenta de que tenía razón.

  • Y dígame, señorita arquitecta... ¿a usted, qué se le ocurre?

  • Dos cosas -respondió sin dilación-. Primero, utilizar madera... si el cliente se lo puede permitir, madera con aspecto tosco, con la misma imagen brutal que tienes con el cemento, pero de aspecto más familiar

  • ¿Algo así como una cabaña en el bosque?

  • ¡Eso!

  • ¿Y qué es lo otro? -dije mientras consideraba lo que había dicho-

  • Una chimenea. Grande, notoria, que sea parte del aspecto exterior, pero que sirva para calentar la casa... ¿es para construirla acá cerca?

  • Es la idea -dije-

  • ¿Ahora viene la parte en la que me asesinas? -dijo casi riendo-

  • ¿Por qué?

  • Se te ve en la cara: La tenías casi terminada, pero mis ideas te gustaron... la vas a hacer otra vez... no te vas a quedar conforme hasta que quede a tu gusto, ¿cierto?

  • Tranquila: aún hay tiempo hasta que tenga que estar terminada; es un proyecto a largo plazo... pero, ya que estamos, ¿te animas a ayudarme?

  • ¿Yo?

  • Claro... las ideas para mejorarla son tuyas, y no quisiera llevarme todo el crédito cuando esté terminada

  • ¿En serio me dejarías?

  • Claro, ya te lo dije... además no será cosa de todos los días; como te dije, no es nada definitivo

  • ¿Algo así como un juego?

  • Algo así... tenemos vía libre para hacer sugerencias.

  • Ok -dijo poniéndose de pié con presteza-, voy por algo de comer y luego te ayudo.

Preparó unos sándwiches y café. Comimos en mi escritorio y luego nos lanzamos a trabajar. Necesité enseñarle algunas cosas básicas, pero claramente había aprendido bastante mirándonos trabajar en el taller. Pasamos una deliciosa noche jugando a ser creadores, bromeando y tirando ideas locas, algunas de acerca del futuro. Me fijé en algunas particularidades acerca de ella: La forma en la que fruncía sus labios cuando estaba concentrada en algo, como se tocaba las sienes cuando no lograba expresar una idea, como me miraba, desafiante, cuando no cedía a algo que ella consideraba una respuesta obvia, la forma en que su respiración se agitaba cuando tenía una idea que consideraba excitante, la forma como se enfadaba cuando no lograba plasmar dicha idea en el material, dada su inexperiencia...

Aprendí muchas cosas esa noche. Entre ellas, aprendí que lo mío era la construcción y la ingeniería, y quien era una arquitecto innata era ella. A mí me agradaban las formas y su utilidad, su eficiencia en solucionar problemas y su fabricación... lo de ella era arte, genialidad pura. Un vistazo a cualquier cosa y tenía mil ideas para mejorarlo, hacerlo más amable, más deseable...

La envidié por eso, deseé su talento, lo codicié para mí, para nadie más... pero cualquier rencor moría en mi mente al verla sonreír, con esa sonrisa fresca e infantil que mataba cualquier malicia en mí y me desarmaba.

Me había enamorado de esa niña y no podía hacer nada al respecto.

Acabó por dormirse sobre el mesón, agotada, con una sonrisa pegada en su cara que no me atreví a alejar. La llevé en vilo al dormitorio; ella se abrazó a mí con total confianza, haciendo con su aliento una verdadera tortura los pocos metros que debí recorrer para depositarla en la cama. Comenzaba a amanecer, así que me sirvió como pretexto para no dormir. Estaba seguro que esa noche habría cometido una locura

La desperté por la tarde; hubiera preferido no hacerlo, pero mi madre había llamado para cobrarme sentimientos

  • ¿Qué pasa? -preguntó cuando se asomó medio dormida a la cocina-...

  • Tengo que dejarte sola unos días

  • ¿Por qué?

  • Mi madre... me está echando en cara mi comportamiento

  • ¿Y eso?

  • Que no la he visto en casi un año, y tiene razón. El año pasado pasé las fiestas de fin de año con ella porque mi padre no estaba en casa, y este año ha vuelto a hacerle lo mismo. Al menos estuvo para navidad, pero hoy se largó a hacer no sé qué cosa... la pobre está sola otra vez.

  • ... Yo pensé que pasaríamos el año nuevo juntos...

Estaba frito. No pensé que la tristeza que imprimió a sus palabras me hiciera dudar tan fácil. Estuve a punto de mandar a mi madre a la mierda por quedarme con ella; afortunadamente, la solución era bastante más simple de lo que yo creía.

  • ¿Y porqué mejor no la invitas a venir acá?

No lo había pensado... aunque no faltaban razones para no haberlo hecho.

  • Pues, para empezar, ella no sabe nada acerca de tí. Nunca se lo dije, por tu situación legal, ya sabes

  • Pero eso ya no es problema. Gracias a tí estoy emancipada

  • De todas formas no le agradará que seas una menor

  • ¡Serás bruto!, simplemente no se lo digas. Si pregunta tengo 18 y ya

  • Tienes 16...

  • Cumplo los 17 el 6 de Enero, no falta tanto

  • No conoces a mi madre... supondrá que somos novios

  • Que suponga lo que quiera, si me pregunta le diré la verdad, no creo que vea mal que vivamos juntos

  • Ese es otro problema. Se pondrá como gallina clueca cuando vea que vivimos “en concubinato”... es una mujer muy preocupada del “que dirán”... y cuando vea que no hay tal concubinato entrará en “modo madre” y te colmará de atenciones... créeme, la vas a terminar odiando

  • Matías... ¿te avergüenzas de mí?

  • ¡¿Cómo se te ocurre?!... si acaso, me siento orgulloso de tí

Se sonrojó como nunca la había visto sonrojarse

  • ¿En serio?

  • Claro que sí. Estás sola contra el mundo y te pusiste de pié. Eso, para mí, entre otras cosas, es digno de admiración

  • Gracias, pero no me siento sola... te tengo a tí

Juro por Dios que si no suena el teléfono en ese momento no respondo de lo que hubiera pasado. Maldije internamente a mi madre por su inoportunidad, pero de todas formas me las arreglé para sonar lo suficientemente meloso. Susana me insistía, mediante señas, que la invitara a pasar año nuevo acá.

Acabé dando mi brazo a torcer... y mi madre aceptó encantada. Hacía años que quería conocer donde vivía, pero siempre le había dado largas al asunto... ya había colgado cuando recordé el “pequeño” detalle del porqué: Según mis padres, yo vivía en un apartamento de estudiantes, y estudiaba derecho.

Ya había dado el sí, y si me desdecía mi madre sabría que algo no iba bien. Lo comenté con Susana y entre los dos armamos una historia creíble: que me había mudado con ella hacía pocos meses, luego de que su novio -Samuel- la dejara para irse con otra -Cristina-... a mi madre siempre la seducían los dramas rosas. La ayudaba en las cuentas y a cuidar de su taller; que era ella, estudiante de Arquitectura de primer año, la que trabajaba en aquel tallercito, que ahora que su novio se había largado era su único sustento y otros detalles... mamá no era una gran detective -yo hacía años que sospechaba que mi padre le ponía los cuernos, pero ella no veía raras tantas salidas-, así que confié que la mentira colara.

No debí preocuparme tanto. Entre la felicidad de por fin verme y conocer mi domicilio pasó por alto las inconsistencias (como, por ejemplo, que fuera yo quien ocupaba el dormitorio más grande, o la falta de libros). Susana aprovechó la ocasión para volver a habilitar su pequeño dormitorio y yo dormiría en el sofá, para que mi madre pudiera dormir cómoda.

La primera reprimenda me la llevé cuando se enteró de la historia de Susana -con varios hechos cambiados, obviamente-

  • Niño insensible... ¿acaso te eduqué tan mal?

  • Mamá... son asuntos de Susana, no es propio que te metas en ellos

  • Pero mírala hijo... es tan bonita, se ve tan buena muchacha... y tú tan bruto, seguro que podrías haber hecho más por ella y ni siquiera me dijiste nada

Se paró a abrazar a Susana, quien me miró confundida... le marqué un mudo  “te lo dije” con los labios mientras me bebía una cerveza. Mi madre se separó de ella, casi llorando

  • Este chiquillo es tan bobo... ¿porqué no me habló de tí?

  • Supongo que para ahorrarle disgustos, señora Graciela... Cristina, la amante del hijo de p... perdón, de Samuel, anduvo esparciendo unos rumores muy feos acerca de Matías... tuvimos incluso que mentirles a los vecinos, porque si no fijo que se liaba una gorda.

Mamá volvió a abrazarla, y yo a mirarla sorprendido: además de tener talento como arquitecta Susana también sería una buena abogada... seguro que sabía mentir bien

  • Ya Susanita -dijo mi madre- , seguro que de alguna forma todo eso es culpa del bobo de mi hijo... es igual de poco querendón que su padre. Una se desvive por él y ni siquiera vuelve a casa para su cumpleaños

  • Cierto -me miró-... hace un tiempo vivimos juntos, pero esas cosas siempre te las has callado... ¿cuándo es..?.

  • El 30 de Diciembre, pasado mañana -intervino mamá-

  • Pero mamá -entorné los ojos-, sabes que detesto celebrar mi cumpleaños... siempre que invitaba a mis amigos nunca aparecía nadie, todos estaban de vacaciones

  • ¡Pero yo te parí y siempre estuve a tu lado, así que te me callas!

Susana sonrió, aunque noté molestia en su mirada

  • ... Ahora por bobo te me quedas sin regalos este año. Mañana iremos tú y yo -dijo dirigiéndose a Susana- al centro y compraremos algunas cosas para tí. No te me ofendas, pero se nota que no tienes siquiera ropa suficiente... ese Samuel tiene que haber sido un descarado, seguro te hacía gastar tu poco dinero en él

  • ... Pero Matías me ha ido ayudando con eso... estuvo conmigo en las buenas y en las malas, y gracias a él tengo varios clientes nuevos...

  • ... ¿Y no tienes novio, dices?

  • ¡Mamá!

  • Es una pregunta legítima, hijo... a estas alturas a veces pienso que me saliste gay

  • No se preocupe por eso, señora Graciela

  • Mi niña, dime Graciela solamente

  • Está bien, Graciela... le decía que, a pesar de todo, su hijo no se ha mantenido del todo casto y puro estos meses

  • ¿Ah sí?

  • Claro... o que cree, ¿que paga por la habitación con la cama grande para dormir solo?

Mi madre se sonrojó un poco, pero la sonrisa en su cara era de picardía y orgullo. Tomó a Susana del brazo y salieron a comprar lo necesario para la cena, dejándome encargado de preparar la mesa.

A su regreso, mi madre me bombardeó a preguntas. Susana no le contó nada realmente, aduciendo que me debía cierta lealtad y que la pagaría con su silencio, pero le inventó a mi madre suficientes detalles para mantenerla interesada acerca de mi vida sentimental por el resto de la velada. Acabó por dormirse, gracias al vino, aún preguntando y repreguntando acerca de estas chicas a quienes traía a dormir. La llevamos a la habitación y la acostamos, dejándola dormir tranquila.

  • Se le ve más calmada... casi feliz -le dije a Susana mientras ponía una película para que viéramos en mi flamante laptop-

No me respondió... incluso no se sentó al lado mío... algo no iba bien

  • ¿Qué pasa?

  • Nada

  • Ay Dios... ¿no me digas que tendré que sacártelo a la fuerza?

  • No, pero si no consideras que tu cumpleaños no sea importante, entonces claramente es nada

Cerré la pantalla.

  • Susana, en serio, jamás me ha gustado celebrarlo

  • ¿Por qué?

  • Mira, no voy a decir que mi padre es tan abominable como el tuyo, pero desde siempre he creído que engaña a mi madre... pasa “trabajando” fuera de casa mucho tiempo y, por sobre todo, jamás pasó mi cumpleaños conmigo... muchas veces ni siquiera estuvo en navidad o año nuevo... incluso, en los últimos años, volvía a casa pasada la primera mitad de Enero... no me gusta celebrar mi cumpleaños no porque me sintiera solo -siempre tenía a mi madre y a alguno de mis amigos-, sino porque recordaba la cara de tristeza de mamá en esos días, y se me partía el corazón.

Se acercó al sillón y se sentó a mi lado. Giró mi cabeza para verme y recién ahí noté que estaba llorando.

No ella, era yo quien estaba llorando.

Fue extraño. Sentí como si aquel recuerdo triste fuera la gota que derramaba el vaso. Había sido un mal año, un año difícil. Los problemas de dinero, el lío que nos había inventado Cristina, la pérdida de credibilidad con casi todos mis clientes... y el tener que hacerla pasar por todo ello a ella, quien no tenía culpa alguna.  Acabé por quebrarme por completo y rompí a llorar acallando mi llanto en su cuello; Hasta ese momento no sabía cuánto había embalsado aquella pena. Me besó en los labios y me dió un abrazo, tierno, cálido, sincero. Me consoló como pudo, tanto con sus palabras como con sus brazos. Le dije gracias una y mil veces por estar allí, a mi lado, por haberlo estado durante ese año de mierda que por fin acababa. La escuché sollozar a coro conmigo, quizás por motivos similares... no quise preguntar. Un rato después, luego de haberme calmado y ya al borde del sueño, dejé escapar por primera vez un “te quiero” dirigido hacia ella; no supe si de agradecimiento o de amor... murmuró una respuesta que no supe entender, ya habría tiempo para aquello.

... Me había propuesto esperar a que cumpliera los 18 años antes de intentar nada con ella, y pretendía cumplir esa promesa.

Nos despertó un sonoro “¡CLANG!”, cortesía de una sartén tirada al suelo por mi madre. Nos dimos un cabezazo que, al menos a mí, me dolió bastante. Tardé medio segundo en imaginar la escena y, esperando una reprimenda por parte de mi madre, me puse en pié cual soldado. Aquello tiró al suelo a Susana, aún medio dormida. Levanté la mirada hasta cruzarla con la de mamá, quien me la devolvió con una expresión que lo único que me decía era “picarón”.

  • Bueno tortolitos, traté de despertarlos más suave pero no había caso

  • ¡Graciela! -dijo Susana al despertar bien-... yo... Matías... este...

  • Tranquila hija, que simplemente estoy jugando con ustedes: ambos estaban presentables, y tampoco hay rastros de algo impropio

  • Eh... sí... eso... simplemente nos dormimos -agregué-

  • Ya, si no los desperté porque sí... quería salir temprano con Susana, antes de que se lleven las buenas ofertas... ¿conoces bien las tiendas de la ciudad, Susanita?

  • Eh, claro, Graciela... voy a arreglarme un poco y salimos de inmediato

Cuando estuvimos solos, mamá comenzó su ataque

  • Es preciosa, cierto

  • Si mamá, no solo es bonita, sino que es bella

  • ¡Vaya!, así que ya la has mirado con otros ojos, ¿eh?

  • Vivo con ella, mamá... ¿en serio crees que jamás la he visto algo más ligera de ropa?

  • Y... ¿te gusta?

  • Mamá, por favor... viene saliendo recién de una relación bastante abusiva... jamás intentaría algo con ella, no estaría bien... además es mucho menor que yo

  • 5 años no es mucho tiempo... además, no contestaste a mi pregunta

Eran casi 6... y tenía razón.

  • ... Yo creo que sí, pero si lo que esperas es una respuesta directa, pues me la reservo -dije mientras Susana volvía-... ahora, vete de compras y traten de comer fuera, que quiero dormir... alguien me despertó de un cacharrazo y estoy de mal humor

  • Ya gruñón, sigue durmiendo -me dijo Susana con un beso en la mejilla-... ¿quieres que te traiga algo?

  • ¿Una madre que no sea metiche?

  • Se preocupa por tí, debieras estar agradecido.

  • ¡Hay hija!, ¿porque no te tuve a tí en vez de este descariñando?

Mi madre la abrazó y Susana me sacó la lengua, riendo... no pude seguir molesto con ellas, así que antes de hacer o decir una tontería simplemente me volví al cuarto para seguir durmiendo.

Volvieron ya entrada la tarde. Yo estaba haciendo el vago, jugando en el computador. Mamá dejó caer en mi regazo una bolsa con una hamburguesa.

  • No me gusta que comas basura, hijo, pero Susana dijo que no te ha dejado comer mal, así que supongo que como regalo de cumpleaños deberá ser suficiente

La miré divertido, buscando la jugarreta, pero sólo encontré la mirada que siempre tenía cuando quería hablar en serio... dejé el computador a un lado y me senté junto a ella en la cama.

  • ¿Qué pasa, mamá?

  • Tu padre, hijo... creo que me engaña

  • ¿Por qué lo dices?

  • Hasta ahora no me había dado cuenta, pero hoy, mientras Susana me contaba un poco más de su vida, pude ver varias cosas en perspectiva... Me habló de lo malo que había sido su padre con su madre, de las continuas ausencias y de los cambios de humor a raíz de nada... me dijo que su madre se había enterado y que habían tenido una pelea seria... es igual que con tu padre, hijo

  • Mamá... no quiero defenderlo ni nada por el estilo... honestamente es algo que siempre he pensado como posible, pero la verdad es que no tienes pruebas de nada

  • Lo sé, Mati, pero algo me dice que es así... me siento como una tonta por ser tan ciega

  • Para mamá, para... no puedes condenarlo sin estar segura; siempre y pueden ser ideas tuyas.

  • ¿Lo crees así?

  • No es asunto de lo que yo crea, es asunto de “inocencia hasta demostrar la culpabilidad”

  • Je... digno estudiante de abogado... está bien, te haré caso... ¿crees que está mal si lo hago investigar?

  • Si te sirve para saber la verdad y quedarte más tranquila, no veo dónde está el problema

La besé en la frente y ella me dedicó una sonrisa, poniéndose en pié casi al instante, saliendo en dirección a la cocina. Al rato llegó Susana.

  • ¿Y tú?

  • Nada... tu madre me mandó a descansar acá contigo, dijo que ella se encargaría de la casa mientras estuviera acá

  • ¿No te resulta molesta?... digo, es tan pegote

  • Matías... te quejas de lleno. Yo mataría por tener una madre como ella.

  • Sí, bueno... pasto verde y campo ajeno, supongo

  • ¿Qué haces? -dijo recostándose al lado mío-

  • Nada en especial... trasteo en el computador

Nos dedicamos a charlar animadamente por horas, mientras diversos aromas apetitosos nos llegaban desde la cocina. Mi madre es una excelente ama de casa, y como cocinera siempre he creído que podría tener su propio restaurante. No permitió que le ayudáramos, al menos por ese día, llegando casi a enfadarse ante nuestra insistencia.

  • Creo que quiere que estemos juntos -me dijo Susana en un momento-

  • ¿Y no lo estamos?

Entornó los ojos y no dijo nada... caí en la cuenta más de un año después.

Mamá, como dijo, no me regaló nada material para mi cumpleaños. Sin embargo sus regalos de ese año fueron los que más agradecí en mi vida. La torta que preparó era hermosa, pero lo que más agradecí para mis adentros fue la ropa que le compró a Susana. No solo porque, efectivamente, su guardarropa estaba peligrosamente bajo, sino porque los suéters que le compró le quedaban tan ajustados que me hacían imposible apartar los ojos de ella. En ese momento no pensé en que la vieran en público con tal atuendo, simplemente en lo preciosa que se veía con aquel cuerpo a punto de maduración enfundado en tan ceñida prenda. Estoy seguro que Susana se dió cuenta de mi nuevo interés -cruzamos un par de miradas-, pero no hizo comentario alguno. Mamá, sin embargo, no se guardaba elogios.

  • Susana, ¡te ves estupenda!... a ver si este bobo se da cuenta del pedazo de mujer que tiene al lado -dijo mientras comenzaba a servir la cena-

  • Mamá, deja tranquila a Susana

  • ¿Por qué?... ¿acaso digo alguna mentira?... a mí me gustaría que la hicieras mi nuera; es mucho mejor muchacha que cualquiera de las pocas que te he conocido.

  • ¿No te parece que eso es algo que Susana tiene que decidir?

  • ¿O sea que no te opones a la idea? -intervino Susana, claramente divertida-

  • Mierda... quien me manda a abrir mi bocota

  • ¡Matías González!... ¡no digas palabrotas en la mesa!

  • Entonces deja de buscarme novia en cada rincón, mamá

  • Pero hijo, si ya tienes 25 años

  • 23, mamá

  • 23, 25... ¿qué más da?... te estás haciendo viejo y quiero ver nietos antes de morirme

Aún no había probado bocado, así que dejé los cubiertos en la mesa, por un segundo sorprendido ante lo caradura que estaba resultando mi madre... ¿yo, viejo?... ¿nietos antes de morirse?

  • Mamá... ¿qué te traes entre manos?

  • Eh... ¿me creerías si te dijera que me quedan 3 meses de vida?

  • No. Eres una mujer joven, no tienes antecedentes de enfermedades catastróficas por tu lado de la familia, estás en buena forma y, lo principal, es que si vas a salir con aquello de “nietos antes de morirte” tienes que recordar que un bebé se gesta en al menos 9 meses, no en 3.

  • ¡Ya, bobo!, pero en serio, me gusta como se ven ustedes juntos... está claro que confían una en el otro y que funcionan bien como equipo... simplemente me parece un desperdicio que no sean pareja... ¿nunca ha intentado nada, Susana?

  • Nada, Graciela... pero tampoco es un santo, ¿eh?

  • ¿Cómo es eso, hija?

  • Por ejemplo, lo he pillado más de una vez oliendo mis bragas usadas... o espiándome mientras me ducho

  • ¿¡No!?

  • ¡SUSANA!

Se pusieron a reír a coro... yo estaba de veras molesto con la jugarreta. Me quedé mirándolas un rato, pero ellas no hacían sino brindar acerca del chiste y reírse de la cara de enojo que tenía. Quise gritarles a la cara que me había portado como todo un caballero durante ese año y, como pago, ambas no hicieron sino burlarse de mí.

Sopesé las alternativas y decidí salir. Me largué dando un portazo.

Volví casi de amanecida. Mi arrebato fue exagerado, lo sabía, pero necesitaba tiempo para calmarme. Estuve a un tris de mandar mi decoro a la mierda y, lleno de rabia, besar a la fuerza a Susana, sin importarme que mamá estuviera mirando.

Procuré hacer poco ruido cuando entré: La casa estaba fría; claramente ambas se habían ido a acostar. El frío de la madrugada también me había calado hasta los huesos; en mi genialidad ni siquiera tomé un casaca para protegerme del frío, teniendo que confiar aquello a mi suéter y mi bufanda. Fuí a la cocina a prepararme un café para volver a entrar en calor. Me sentí el hombre más miserable del mundo cuando ví la mesa, aún sin tocar, esperando a que yo volviera...

... Olviden eso, me sentí verdaderamente miserable cuando la ví a ella.

Estaba dormida, sentada en el suelo, en una esquina. Solamente una vez la ví en un estado peor, y no quería suponer siquiera que la hubiera hecho sentir algo semejante. Por como se abrazaba las piernas supuse que habría estado llorando; siempre que adoptaba esa posición era para ocultar las lágrimas, desde aquellas inofensivas producto de alguna telenovela melosa hasta las que de veras dolían y de las que no solía hablarme.

Traje una frazada y la cubrí. Me senté al lado de ella, tratando de no despertarla. Nunca había tenido la oportunidad de verla así, tan indefensa.

Se me antojó la mujer más hermosa del mundo.

Sí, mujer... por primera vez la ví como una mujer ya hecha y derecha. Aquel año la había cambiado; había en su semblante una expresión que decía a las claras que ya no era la niña que atropellé aquella atolondrada noche hacía casi un año. Notaba en ella la expresión de alguien quien ya comenzaba a tomar el control de su vida, alguien quien había pasado por una prueba muy dura y había logrado salir entera.

Me puse de rodillas frente a ella, buscando mirarla mejor. No supe realmente qué es lo que estaba haciendo. La quería demasiado como para intentar nada en aquel momento; no sólo hubiera sido impropio: hubiera sido indigno. Me recreé en su vista por largos minutos, venciendo al final mi reticencia al contacto al retirar un rebelde mechón de su cara. Se despertó al instante, mirando fijamente a mis ojos.

Tardó un par de segundos en reaccionar. Esperaba que me gritara o me golpeara; en vez de ello, saltó hacia mí, haciéndome caer de espaldas.

  • ¡Matías, volviste!

  • Eh... claro -dije-... esta es mi casa, ¿no?

Se incorporó como si yo hubiera sido veneno...

  • Sí, claro... tienes razón... lo siento... me iré a primera hora

  • ¿Qué?... ¿cómo?... ¿qué cosa?... ¿tú?.. ¿¡qué!?

  • Si, lo siento... no pretendía que te enojaras... de veras lo siento... no te preocupes, ya no volveré a molestarte

Me paré al lado de ella... no estaba entendiendo nada

  • ¿¡Se puede saber qué dices!?

  • Tú... bueno... te enfadaste... te fuiste... no quisiste pasar tu cumpleaños conmigo... tu madre dijo que te habías enfadado en serio... yo no quise.. no quiero... yo... no me abandones por favor... ¡te necesito!... te amo

Me besó en los labios, con pasión, con desesperación, mientras ahogaba su llanto en mi boca. Yo estaba bloqueado. Sí, cierto, había estado enfadado, muy enfadado... tanto como para gritar y decir y hacer cosas que de veras no sentía. Desde pequeño me acostumbré a que cuando me sentía así buscaba espacio para pasar la rabia y no hacer una estupidez... desahogarme y volver cuando me calmara...

... Y mi madre lo sabía... vieja zorra...

... Hizo llorar a Susana -pensé-... la mataría más tarde, luego de agradecerle por este momento.

Disfruté del beso como no lo había hecho nunca. Mis manos comenzaron a recorrer su espalda y su cintura con intenciones poco -o muy- honestas. Deseaba tanto aquello que casi me dejo llevar, sin embargo un último atisbo de cordura me hizo detener.

No, no la rechacé ni nada por el estilo... ni siquiera la solté de mi abrazo; hubiera preferido cortarme los manos. Simplemente me detuve, apoyando mi frente con la suya, dejándola sollozar tranquila, esperando que se calmara.

Le tomó unos minutos hasta que pudo hablar más tranquila

  • Bueno -dijo-... el gato está fuera de la bolsa, ¿no?... te amo, te amo con todo mi ser Matías. No sólo eres mi amigo y mi ángel, también eres el hombre que amo.

La acaricié varias veces, recorriendo su cara y jugando con su pelo. Adoré cada momento, en particular cuando cerraba sus ojos al pasar mis manos por sus mejillas. Me incorporé sobre ella y la besé, esta vez teniendo el control del gesto, casi cubriéndola con mi cuerpo. Con amor, pasión, morbo y deseo. Un beso controlado en el que le dije todo lo que no estaba dispuesto a decir a viva voz aún. Sentí su excitación crecer a la vez que su respiración se hacía más agitada. Exploré con cautela sus labios con mi lengua. Tardó unos instantes en responder, pero cuando lo hizo fue con seguridad y anhelo. No fué un beso breve, no pretendía que aquello terminara de inmediato y no iba a llevármela a la cama... al menos no durante un tiempo. Recorrí sin prisa su cuerpo, comenzando a fijar sus formas en mi memoria. Ella se entretenía abrazándome de forma tan cálida que el recuerdo del frío de aquella noche no volvió a abrazarnos. Sentí el ardor de sus labios expandirse por todo mi cuerpo, hasta llenarme desde la coronilla a la punta de los pies. Cuando perdió el aliento se separó de mí, inhalando algo del frío aire nocturno... aproveché de poner algo de espacio de por medio.

Me miró anhelante, sin hablarme, pero podía notar la llama de su deseo en sus pupilas... habría de ser un poco cruel, pero no quería hacer mal las cosas.

  • Susana... esta noche no va a pasar nada más

  • ¿Cómo?

  • Sí. Siempre te lo he dicho

  • ¡Ya no soy una niña!

  • Sí, lo eres... y está mal que sienta lo que siento por tí

  • ¡Ya tengo 17 años!

  • Tienes 16, y yo 23...

  • ¡La diferencia no es tan grande!

  • Lo sé

  • ¡Y estoy emancipada!

  • También lo sé... recuerda que fui yo quien hizo los trámites

  • ¿Entonces?... no me digas que no me quieres, que no me deseas

  • Ese es el asunto: te deseo, y con locura, pero te amo más que eso. No voy a aprovecharme de que me ames simplemente porque no puedo aguantarme el deseo de hacerte el amor. Puedo hacerlo, y lo haré. Será una tortura constante, no lo dudes, pero no voy a abusar de tí ni de tu confianza en mí. No permitiré que dejes de disfrutar tu inocencia mientras la tengas

  • ¡Pero quiero que me hagas el amor!

  • No me entiendes, no me refiero solamente al deseo. Alguien más casi mata a tu niña interior, y me prometí hacer lo posible por que disfrutes de ella por todo el tiempo que puedas. Fue una crueldad lo que hizo contigo, y te juro que si lo tuviera en frente lo más probable es que haría con él algo de lo que no me arrepentiría. El sólo pensar que alguien haya intentado hacerte daño me hace desear devolverle el daño por mil, pero eso no es lo principal. Lo principal es que no quiero volverte alguien que no eres; no aún al menos. Aún tienes algo de tiempo para ser niña. Aprovéchalo; vé al colegio, haz amigos, diviértete, forma lazos con otras personas, ten un novio si quieres... me matará de celos, pero si es lo que quieres no me opondré.

  • ¡Eso no!... te amo a tí

  • Haz lo que quieras, pero hazlo... vive lo que queda de tu adolescencia, disfruta

  • Te contradices

  • No, ya verás que no... yo puedo tener paciencia aún

  • ¡Pero yo no!

  • Sí, sí puedes

  • Está bien, ¡no quiero!

  • Eso es otra cosa, pero, como te dije, hasta aquí es adonde llegamos, al menos por hoy

  • ¿Al menos por hoy?

  • Claro... si cuando cumplas 18 aún no has cambiado de opinión te aseguro que no esperarás demasiado por mí... y, francamente, si has cambiado de opinión me importará un bledo, porque volvería a conquistarte... aunque no sepa cómo lo hice la primera vez

  • ¿Y no cambiarás de opinión?... puedo ser muy convincente cuando quiero

  • Susana, he dormido contigo casi un año. Conozco todos tus aromas -los buenos y los malos-, tus cambios de ánimo, lo que te gusta y lo que detestas, te he visto en tus mejores momentos y en los peores... te he visto incluso desnuda, ¿recuerdas?

  • Ya, pero entonces no estaba tan bien rellenita

  • No lo niego, pero, como te digo, ya soporté un año de tortura, y en silencio... uno más donde las cartas estén sobre la mesa no me hará daño

  • ¿Seguro que no te haré cambiar de opinión?

  • No, te lo aseguro: No he amado a nadie como te amo a tí, jamás

  • ¿En serio?

  • ¿Crees que beso a todas las mujeres como te besé recién?

  • No sé... quizás si me das otra probadita

  • Je... está bien, chiquilla traviesa... sólo uno más

  • Dos

  • ¿Dos?

  • Sí... uno ahora y otro para mi cumpleaños...

  • ¿Y eso?

  • Bueno -dijo sonrojada-... había pensado para ese día intentar seducirte... pero si estás tan decidido al menos bésame con amor.

  • Está bien, dos, uno de ellos para tu cumpleaños, pero el otro yo decido cuando me lo das

  • Está bien... te odio, sabes

  • ¿Si?

  • Sí... me enamoras como una loca, me tratas como la persona más preciosa del mundo y me cortas las alas ahora que quiero que estemos juntos

  • Piénsalo de esta forma, Susana: si ahora me tienes así de loco por tí imagínate cuando haya pasado otro año

Me miró entornando los ojos hacia arriba... me costó trabajo resistirme. Besé su frente antes de soltarla

  • Y no bromeo, en cuanto cumplas los 18 no respondo de mis acciones... ahora, vete a dormir

  • Bueno... tu madre está durmiendo en mi cuarto... dijo que te dejaba la cama grande como disculpa

Sí, claro, como disculpa -pensé-... lo que mi madre quería era juntarme con Susana esa misma noche...

  • A propósito de dormir -dijo Susana sacándome de mis pensamientos-, nuestro arreglo, ¿sigue igual que siempre?

La miré a los ojos. Ahora que lo que sentíamos estaba al descubierto pensé que lo mejor sería volver a dormir separados. Sin embargo, pude ver miedo en sus ojos. Recordé entonces el principal motivo para ella de ese arreglo.

  • Claro que sí... siempre y cuando no intentes ninguna travesura

  • Haré mi mejor esfuerzo, te lo prometo.

Me robó un breve beso en los labios. Me quedé admirado, tanto por su desfachatez como por saber que era un simple agradecimiento; agradecimiento para el hombre que amaba, pero agradecimiento nada más.

... Me fuí a dormir al sofá, después del mejor cumpleaños de mi vida... otra vez me despertó un “¡CLANG!”, cortesía de mi madre

Arruinó un hermoso sueño que estaba teniendo, donde rescataba a Susana de las garras de su malvado padre, hundiendo mi espada en su corazón -lo sé, algo infantil, pero era lo que estaba soñando-. Ya habíamos pasado de la parte del rescate y estábamos en la parte de la recompensa, y mi madre me había interrumpido inoportuna.

Me despertó para llamarme la atención, por no haber “formalizado las cosas” con Susana, por no haberme “portado como un hombre”, por no haberla “hecho mi novia”.

  • Mamá -traté de interrumpirla-

  • ... Y es una chica tan linda, y se nota que te quiere tanto...

  • ... Mamá...

  • ... y hacen tan bonita pareja juntos...

  • ¡MAMÁ!

  • ¡¿QUE COSA?!

  • Susana es menor de edad...

  • Pero ella me dijo -recordó abriendo los ojos- que ya era mayor...

  • No mamá, ella te dijo que ya era adulta, lo que no es mentira... quien te dijo que tiene 18 fui yo

  • Pero... pero... nuestros parientes... ¿que dirá la gente?

  • Nada mamá, no tienen porqué decir nada

  • Pero tú... ella... en concubinato... ¡ay hijo, es que me va a dar algo!

  • Graciela -dijo Susana entrando en escena-, entre Matías y yo no hay nada, se lo juro

  • ¡SEÑORA Graciela para tí, niña mentirosa!

  • ¡Mamá!, deja de ser tan tonta y escucha, ¿quieres?

A fin de cuentas, le contamos todo, excepto que yo no estaba estudiando derecho; simplemente le dijimos que el taller era mío, que lo había recibido como pago por mi ayuda en un caso y que creí que sería una buena experiencia intentar levantarlo como empresa. Le contamos como nos conocimos, las pellejerías que habíamos pasado gracias a Cristina y,principalmente, Susana le contó acerca de su padre y su madre. Mamá se negó a creerle en un principio, así que le pedí a Susana que nos dejara solos una media hora. Dijo que saldría por el desayuno y nos dejó solos, como le pedí.

  • Mati, no le puedes creer todo a esa niña

  • Mamá, por favor, necesito que veas algo.

Traje el computador al living y enchufé los cascos. Había respaldado mi entrevista con la madre de Susana. Eran 15 minutos de charla donde decía cosas que una madre jamás diría de su hija, cayendo también en contradicciones en su relato paranoico acerca de su Susana, mismas que le fui señalando a mamá mientras el video avanzaba. Al final, las palabras de aquella mujer cuando firmó el papel de emancipación hicieron que a mi madre se le saltaran las lágrimas

  • Lo que de veras desearía estar firmando es su acta de defunción... ojalá se hubiera muerto cuando la parí a esa perra.

Detuve el video allí. Había más que ver, pero preferí, por decoro, dejarlo hasta ahí. Mi madre se quitó los cascos lentamente. Era notorio que deseaba soltar el llanto, pero lo que me dijo me dejó algo descolocado.

  • Hijo: yo conozco a esa mujer... es Ignacia Avilés, una socia en el bufete de tu padre

  • Hubiera sido bueno saberlo antes, mamá, pero ahora ya no tiene caso. Susana por fin es libre, y durante el último año ha hecho lo necesario para sobrevivir sola

  • ¿Y ustedes...?

  • No mamá... no somos pareja

  • ¿Ni nunca...?

  • Nunca le he puesto un dedo encima

No le mentí: no dije nada acerca de mi boca.

  • Pero hijo, ya te dije: es una chica preciosa y, claramente, está interesada en tí

  • ¿Ah sí? -pregunté haciéndome el inocente-

  • Claro... soy mujer, y entre nosotras eso se nota... así como soy  tu madre y a tí se te nota también que ella te gusta

  • Lo sé mamá, no necesitas decirle lo que ya sé, pero tienes mi palabra que no voy a tocarla hasta que cumpla los 18

  • ¿O sea que si lo habías pensado?

  • ¡Por supuesto, no soy de hierro!

  • Mira... ya sé que estás grande, pero de todas formas te recuerdo: Una menor suelen ser problemas seguros, recuerda lo que siempre dice tu padre

  • Sí, ya lo sé: Es preferible esperar un año al sol que 5 años y un día a la sombra... No te preocupes, en serio: vivimos juntos pero no revueltos

En ese momento se abrió la puerta y Susana entró anunciándose

  • Volví... si quieren puedo volver más tarde

  • Ni una palabra de la grabación a ella -le dije a mi madre por lo bajo-

  • No hija... pasa -dijo mi madre-... por favor discúlpame por haber sido tan borde. Mati me hizo ver lo tonta que estaba siendo... además, tampoco quiero que mi hijo me considere una antigua; simplemente no quiero que le pase nada malo a mi bebé

  • No se preocupe, señor Graciela

  • ¡Ay hija!, ya te dije que perdonaras a esta vieja... llámame Graciela simplemente

  • Gracias

  • Gracias a tí, Susana, hija

Tres “hija” seguidos... mi madre no daba puntada sin hilo... preferí guardar silencio

  • ¿Y qué hay de desayunar?

  • Compré café preparado, algo de leche, galletas y fruta... es lo que había tan temprano...

Mamá guardó la cena de la noche anterior en la nevera y Susana preparó el desayuno. La actitud de mamá con Susana se suavizó tanto que me sorprendió que no le diera su apellido... ni siquiera siguió insistiendo con que nos volviéramos pareja.

El beso prometido a Susana me lo cobró la noche de su cumpleaños, cuando mi madre ya se había ido a acostar. Pusimos música -sin hacer demasiado ruido- y bailamos y conversamos largo y tendido. Aquella noche le dije muchas cosas; alguna de ellas llegó a causarme dolor con el paso del tiempo, pero jamás me arrepentí. Fueron horas hermosas, mágicas inclusive. Me había incluso olvidado acerca de mi promesa cuando ella se cobró de mis palabras.

Me había abrazado por la cintura y yo había hecho lo propio. hacía horas que no hacía sino gozar de su figura y su mirada, cuando acercó sus labios a los míos. Decidida, sin asomo de duda, un asalto total de su parte hacia mí. Seguimos besándonos en la penumbra al ritmo de la música, juraría que por horas. Claramente había preparado el ambiente con cuidado para que no sobrepasara el momento...

... Creo que, más que besarnos, esa noche hicimos el amor con ropa al ritmo de la música.

Al día siguiente, me saludó como si nada hubiera pasado la noche anterior... ni siquiera hubo un cruce de miradas que nos delatara ante mi madre (quien, por cierto, acabó quedándose con nosotros hasta el 10 de Enero).

Debo confesar que incluso me sentí un poco abandonado por mis mujeres; durante todo ese tiempo se dedicaron a pasear juntas y a conversar extensamente. Mamá terminó de congraciarse con Susana el día de su despedida, cuando pude escuchar que le decía en privado que no se oponía a que entre nosotros pasara algo. Susana, sin embargo, le dijo que era tema zanjado entre nosotros hacía ya un tiempo y que yo le había dejado en claro que no pasaría nada hasta que ella no fuera mayor de edad. Interrumpí la conversación cuando mi madre comenzó a informarla de algunos de mis “puntos débiles”, apresurándola con la excusa de que “el tren no tardaba en salir”.

Se despidió de Susana con dos besos y un “adiós, Susana, hija”. Yo la acompañe a la estación. No hizo sino darme consejos durante el viaje, recordándome que me visitaría al menos un par de veces durante el año, quizás de sorpresa. Sonreí simplemente y le dí un gran beso al despedirnos, agradeciéndole por todo. Me miró sin comprender claramente a que me refería, pero me dijo que hablaría con la madre de Susana para intentar arreglar las cosas. Se lo prohibí terminantemente en todos los tonos. Sabía que no iba a sacarle la idea de la cabeza, pero al menos el riesgo de que me enfadara en serio con ella demoraría las cosas.

El resto del año fué lo que esperaba. Entre mi trabajo y el de Susana, sus estudios, el taller y otras preocupaciones nos quedó bastante poco tiempo para nosotros. Las vacaciones de verano las pasamos en casa, agradeciendo la oportunidad de dormir a pata suelta, incluso considerando la semana que mamá vino a visitarnos. Hubiera querido tener el dinero como para ir a la playa, pero preferí invertir las ganancias del año en comenzar a habilitar un segundo piso en el taller, con la intención de convertirlo en algún momento en un estudio de CAE del que sacar más dinero. Iríamos por partes, pero tenía una idea clara para mi negocio.

Ni siquiera me dí cuenta cómo llegó mi siguiente cumpleaños. Nuevamente mamá vino a visitarnos; esta vez pasó todas las fiestas de fin de año con nosotros. Mis regalos de cumpleaños esta vez fueron mucho mejores. Mamá me prestó en un crédito blando una buena cantidad de dinero; había visto el cariño y empeño que le estaba poniendo a mi negocio (le había dicho que había congelado mis estudios, al menos por ese año, para dedicarme al taller) y, contraria a la opinión que tenía mi padre -quien creía que era un capricho y que ya se me pasaría- ella pensaba que me veía yo tan feliz que de buena gana se ofrecía como primera inversionista del negocio.

Susana, por su parte, y con tiempo libre, podía llegar a ser muy maquiavélica.

Su regalo de navidad fue una llave. Me dijo que en su cumpleaños averiguaría para qué servía. Para el mío me hizo acompañarla a comprar algo de ropa. Me llevó por varias tiendas de lencería y me hizo elegir tres conjuntos completos. Si bien es cierto escogí los más discretos, no puedo negar que se me fueron los ojos hacia uno que eran sólo un corsé, portaligas y medias. Automáticamente la imaginé a ella enfundada en aquella prenda de encaje rojo y negro y no pude evitar babear mentalmente. Dejé de mirarla cuando noté que la dependienta me miraba como a cualquier degenerado, y volví a reunirme con Susana con la cara más inocente que pude conjurar.

Se las arregló para que viera que la tarde del día de mi cumpleaños se había puesto el más provocativo de los tres conjuntos. El plazo que yo había puesto se había casi cumplido, y tanto ella como yo habíamos respetado el cese de las hostilidades, pero en presencia de mi madre se estaba volviendo cada vez más osada... y eso empezaba a volverme loco.

Durante la cena en mi cumpleaños, no cesó de jugar con sus piernas y las mías, disfrutando de mis esfuerzos por mantenerme fiel a mi plan original y por no darle muestras a mi madre de lo que estaba pasando. Derramó “torpemente” media copa de vino sobre su vestido y fue a cambiarse rauda, volviendo enfundada en el mismo suéter del año anterior, que ahora le quedaba aún más ceñido e incluso dejaba ver el relieve de sus incipientes pezones. En un momento en que mamá no nos miraba puso en mis manos un bulto de tela húmeda y caliente que no tuve necesidad de mirar para saber que era. Cuando ya habíamos pasado al living a disfrutar del resto de la noche nos cruzamos en una de las idas y venidas a la cocina trayendo el picadillo. Miré a mi madre, atenta a la pantalla del televisor, y mandé a pasear unos instantes mi decoro.

Tomé a Susana rápidamente y la giré hacia mí. No la besé. Le comí la boca, la magreé y le metí mano, largo y duro, sin dejarla apenas respirar. Efectivamente, no llevaba ropa interior bajo su falda; la humedad en mis dedos me reveló que estaba tan excitada como yo. Sentí como sus pezones se endurecían contra mi pecho y como su clítoris se inflaba. Lo acaricié suavemente unos segundos para luego llevar mis dedos a su boca y soltarla, dejándola cerca del orgasmo y forzada a mantener la calma por la presencia de mi madre.

  • Te quedan 7 días de libertad, amor... disfrútalos -dije con mi tono más sádico-

Sentí como se estremecía mientras cambié mi objetivo y me dirigí al baño. Cerré lo más rápido que pude y me hice la paja más rápida de la historia. Estaba a punto de estallar y no necesité más estimulación que oler mis dedos para derramar mi semen a borbotones sobre un trozo de papel higiénico.

  • Valor, Matías -me dije mirándome al espejo una vez me hube mojado la cara-... sólo una semana más

El resto de la noche simplemente cruzamos miraditas cómplices en la penumbra. Mamá se quedó dormida a media película, pero ninguno de los dos intentó nada más. Dentro de todo había logrado mi objetivo: le había mostrado a Susana que yo también podía jugar... me costaría mi cordura, eso era seguro, pero sabía que podría soportarlo.

Mamá volvió a casa el 2 de Enero. En su despedida me dijo simplemente

  • Hijo, trata de cambiar el televisor por uno de los modernos. La pantalla de vidrio hace que se pueda usar como un espejo -dijo sonriendo-

  • Tranquila mamá... no falta mucho para que sea mía

  • Corazón, ella es tuya desde hace mucho... mátame si quieres, pero la última vez que vine le hablé de frente: decidí probarla y le dije que me oponía a lo suyo

  • ¡Mamá!... ¡esto si que no te lo puedo...!

  • Me dijo, igual de directa, que eso le importaba un bledo... que ya había aguantado suficiente tiempo y que cada día que pasaba no hacía sino amarte más -me interrumpió-

  • ¡.. permit... !, ¿qué cosa?

  • Lo que oyes, me confesó que te ama, con defectos y todo, que lo ha hecho casi desde que se conocieron, y que está dispuesta a esperar a que te decidas todo el tiempo que te tome... aunque a estas alturas ya no se si haya sido tan bueno que esperaran tanto

  • ¿Y eso, mamá?

  • He averiguado algunas cosas acerca de tu padre... los detectives que contraté a principios del año pasado resultaron ser un fiasco: todos ellos eran amigos de tu padre

  • Bueno, papá es un abogado muy conocido

  • Sí, lo sé, debí verlo antes... El día 22, cuando llegué a tu casa, había pasado al despacho de unos detectives de esta ciudad... hoy recibí un correo electrónico con sus hallazgos preliminares: simplemente investigación contable y de gastos; todo parece indicar que tengo razón... El detective que trabaja para mí me pidió que lo saque de la ciudad para poder revisar nuestras propiedades en busca de pruebas... ¿crees que debo hacerlo?

  • ¿A quiénes contrataste?

  • A unos alemanes.. espera, déjame revisar... aquí tengo el correo.. sí, son los Donas... Doner...

  • ¿Contrataste al Consorcio Donnerschlag?

  • Sí, a ellos

  • Mamá, ellos son una consultora de seguridad... ¡debió costarte una fortuna!

  • Si... no, o sea, no fue barato, pero el chico que está trabajando conmigo, Vicente Beltrán, me explicó que él no es más que un interno... es bueno en lo suyo, aunque es un poco rarito... pero lo bueno es que en el contrato dice que si no tiene resultados el caso pasa a manos de uno de sus superiores, y esos hijo, son carísimos

  • ¿Segura que son ellos, que no te están engañando?

  • La entrevista fue en sus oficinas en el centro... de hecho, creo que sus jefes no estaban muy contentos con él por haber tomado el caso, pero el muchacho es un amor y se hizo responsable de su error

  • Bueno, está bien... habiendo un contrato de por medio no debiera haber problemas

  • El asunto es que creo que a fines de Enero trataré de venir a visitarte con tu padre, para que estés preparado

  • Está bien, pero necesito que el 6 de Enero te escapes temprano, en secreto, para acá

  • Claro... no creo que haya problema... ¿para qué sería?

Se lo dije al oído. Me miró insegura unos segundos...

  • Por supuesto hijo, nada me detendrá para estar aquí

Me abrazó, me dio un beso y me deseó éxito... pude ver sus ojos llorosos alejarse junto con el tren.

  • Valor, Matías -volví a decirme-... solo 4 días más

Durante ese tiempo paré poco en casa. Tenía muchas cosas que hacer y escasas horas para coordinar todo. Requeriría bastante esfuerzo, pero estaba seguro que podría lograrlo.

Susana no estaba muy conforme con mi ausencia. No, no la estaba engañando con nadie más, ni tampoco falté en esos días en llegar a dormir a casa, pero nunca antes de medianoche. Notaba la tristeza en su mirada, pero no me hizo ningún comentario al respecto. Durante el resto del año las cosas no habían sido muy distintas; habían sido doce meses febriles, donde ambos trabajamos con todo para mejorar nuestra situación, pero claramente ella quería disfrutar conmigo de las vacaciones de invierno. No puede hacer nada más que disculparme.

El 6 de Enero llegó inexorable... casi había cumplido mi cometido.

No pude resistirme a despertarla con un beso.

  • Vaya, me haces sentir como la bella durmiente...

  • Buenos días

  • Buenos días, mi ángel

  • ¿Has cambiado de opinión?

  • Honestamente sí: ahora estoy todavía más loca por tí

  • Yo igual estoy cada día más loco por mí

  • ¡Tonto! -me dijo devolviéndome el beso-

  • Te amo, más que nunca, ¿sabías?

  • Y yo...

  • Esta noche tengo preparado algo especial... pide que te liberen del trabajo antes de las 6 de la tarde... confirmame la hora más tarde al móvil para pasar a buscarte

  • ¿No me puedes dar una pista?

  • Bueno... tampoco es para que te hagas demasiadas ilusiones, pero por lo menos tendremos una buena cena y luego nos tomaremos unos días de vacaciones

  • ¿Y entonces por fin hoy...?

  • Si es que no te has arrepentido de aquí a la noche, por supuesto

  • Dame un adelanto aunque sea... no podré aguantarme las ganas hasta la noche

  • Está bien... ¿te bastará con un beso?

  • Si es como el de tu cumpleaños, puedo arreglármelas

No me hice de rogar y volví a besarla, conteniendo mi lujuria. No me atreví a tocarla demasiado porque sabía que no sería capaz de soportar la tentación, y tenía planeado algo especial para aquella tarde y noche

Pasado mediodía, pudo notar en su trabajo que se gestaban problemas. Miguel y sus socios comenzaron a llamar a varios de sus empleados, teniendo entrevistas con ellos que acababan con los jefes vociferando. A eso de las 2 de la tarde se presentaron 3 funcionarios del gobierno, teniendo con ellos una reunión a puerta cerrada. Se comenzó a hablar de algún error catastrófico, de un escándalo, de malversación de fondos, de una posible quiebra... el asunto no pintaba nada bien. Fué peor cuando Miguel la llamó a su oficina

  • Susana... ya se que tu lealtad es para con Matías, pero necesito... NECESITAMOS que venga y se haga presente... hay un asunto de cálculo que, si no lo resolvemos, puede generar problemas mayores... he estado intentando contactarlo y no me contesta las llamadas

  • Bueno... puedo llamarlo -dijo asustada-

  • Hazlo, por favor... y no le digas nada de que hay un problema, solamente que venga.

  • Es mejor que sea así -le dijo una funcionaria de moño de cebolla-

Marcó mi teléfono, con el corazón en la boca. Contesté casi de inmediato; jamás ignoraba su ringtone

  • Aló, Susana, mi amor

  • Aló Matías... necesito que vengas a la constructora de inmediato

  • ¿Por qué, pasa algo?... ¿El cretino de Miguel te hizo algo?

  • No... ¡NO!... ¿por qué dices eso?

  • ¿Recuerdas que he estado algo atareado esta semana?

  • Sí, claro

  • Resulta que descubrí que uno de sus socios de confianza tapó algunos errores de cálculo en unas estructuras que podrían presentar falla total en pocos años... y el muy pelmazo prefiere confiar en él que en mí...

  • Matías... hay acá un equipo de funcionarios estatales

  • Perfecto... voy para allá y lo arreglamos de inmediato... ya tengo las pruebas en mi poder

  • Bueno... te amo

  • Y yo más... nos vemos allá

  • Dice que viene de inmediato -dijo dirigiéndose a Miguel-

  • Eso, que venga... si resulta que esto es su culpa le voy a cortar las bolas tantas veces que quedará estéril

  • Eres un idiota, Miguel

  • Puede, pero mira chiquita: Sabes bien que Matías está creciendo a pasos agigantados. Personalmente espero que en uno o dos años comience a estudiar construcción; el muchacho es bueno, muy bueno... por ahora puede que sea un don nadie, pero más temprano que tarde será un grande en Europa... pero si se confirma que él fue quien cometió el error de cálculo, la demanda que le puede caer lo dejaría en la ruina, para siempre

  • ¿Y?

  • ¿Cómo que “Y”?... ¡sería un criminal, un estafador, un...!

  • Alguien que cometió un error, en caso de que sea como tú dices. Ni tú, ni yo, ni él, ni nadie es perfecto, lo sabes.

  • Estamos hablando de millones... de responsabilidades legales que ni siquiera te imaginas

  • Puede ser, pero estuve trabajando con él estos dos años, y te apuesto mi vida que no encontrarás nunca a ninguna persona que ame más su trabajo, más dedicado, más cuidadoso que él... Ni siquiera gasta sus ganancias en otra cosa que no sea mejorar el taller

  • Pues bien por tí que confíes tanto en él, pero no digas que no te advertí que Matías no es tan bueno como parece

Se paró y le cruzó la cara de un cachetazo. Miguel no se lo esperaba, ni mucho menos con la fuerza que le aplicó. Cayó sentado al suelo, entre sorprendido y grogui... el vendaval que vino después tampoco se lo esperaba, y, francamente, yo tampoco.

  • ¡Claro que no es así de bueno!, ¡es más bueno aún!... Me acogió cuando nadie en el mundo me quería, cuando no era más que un despojo. Nunca me pidió nada a cambio y no hizo sino desvivirse por mí. Se preocupó que no me faltara nada aunque a veces el mismo no tuviera que comer. No te contaré todo lo que hizo por mí simplemente porque no me alcanzaría la vida... Todo lo que hizo lo hizo siempre poniendo a otros primero; ¡tú mismo deberías estarle agradecido, grandísimo hijo de puta!

  • ¿A qué te refieres, mocosa de mierda? -dijo sobándose la mandíbula-

  • Al viejo Nestor Hewitt. Bien sabes que es un homófobo de mierda; fue Matías el que se hizo pasar por pareja de Rubén, TU novio.

  • Yo.. él... ¿cómo?

  • Y eso es sólo una de las cosas que ha hecho por tí en silencio. ¿Acaso creías que las cosas se arreglaron por arte de magia?. Casi pierdes ese contrato porque un viejo de mierda vive en el siglo XIX, pero fue Matías el que intervino... de hecho sé que le pidió a Rubén que guardara el secreto.. a ver si cuando estén hoy los dos juntitos en la cama le preguntas y te cuenta la verdad, ¡mierda cobarde!

  • ¿Yo... es cierto eso, Matías?

  • Bueno... tampoco es para que me alaben tanto, hice lo que cualquier amigo hubiera hecho. -dije entrando en la oficina-

Susana se giró a mirarme y me besó con locura

  • ¿Estás bien?

  • Sí, no te preocupes... Miguel, acá traigo los recálculos preliminares. Hay alguna pequeña diferencia, pero está perfectamente dentro de las tolerancias...

Miguel me abrazó como el amigo que siempre había sido... lo del viejo Hewitt no estaba dentro de su conocimiento

  • Matías... ¿por qué no me lo dijiste?

  • No sé, no le vi importancia. Al viejo le habían soplado que Rubén, quien vivía contigo, era gay, y estaba decidido a abandonar el proyecto y demandarte por daños a su imagen... no hubiera ganado, pero solamente los costos de los abogados te hubieran hundido. Me llegó el rumor y simplemente me tuve que pasear de la mano con tu novio frente al viejo y ya. El resto fue que no vieran a Rubén en actitud melosa contigo y problema solucionado. La gente que de veras importa conocía la verdad y el resto eran detalles... no veo que haya sido para tanto.

  • Pero... tu fama... tus honorarios... ese proyecto iba a sacarte de la pobreza... el viejo Hewitt pidió tu exclusión, por nombre, amenazando que retiraría los fondos si no te expulsaba, y que cobraría las cláusulas de confidencialidad si te decía por qué te estaba botando del proyecto... también se que movió influencias para que no te contratasen sus amigos, ya fuera en el país o fuera de él.

  • Oye, yo me dí por pagado al verte sufrir cuando me sacaste de la nómina... “motivos de la empresa” es fácil de escribir, pero decirlo en persona es otra cosa, ¿cierto?

Me abrazó al borde de las lágrimas como el hermano que siempre lo consideré

  • Lo que quieras de mí, de ahora en adelante, pídelo, es tuyo.

  • ¿Seguro?

  • Totalmente

  • Que bien, porque tengo un proyectito de construcción y me interesa que salga lo más barato posible

  • Hecho

  • Ahora, a lo que vine... despeja esa pizarra y el mesón grande, tenemos que trabajar.

Extendimos papeles y comenzamos a sacar cálculos. Susana se quedó en una esquina, mirando preocupada. Claramente entendía con suerte la mitad de lo que escribíamos. Lo escrito hablaba de un proyecto entre dos ciudades, diferencias horarias y distancias a considerar. Parecía tener que ver algo con una carretera. Los funcionarios ocasionalmente preguntaban algo y la dama del moño de cebolla se limitaba a anotar. Afuera, el resto de los compañeros de trabajo de Susana se veían más ajetreados que de costumbre.

Eran pasadas las 5 de la tarde cuando la discusión se decantó

  • ¿A ver, a qué hora fue el evento?

  • A las 17:22, hora local

  • Entonces, ¿compensando la diferencia horaria?

  • Mira, al principio parecía que eran 2 minutos y 2 segundos. Pero esos eran datos de agrimensura simple; hoy los cotejé con el gps y la diferencia exacta es de 2 minutos, 2 segundos y 17 milésimas... una diferencia dentro de las tolerancias, como dije

  • Entonces estamos bien... me preocupé por nada

  • Tampoco por nada... si había un error podría haber llegado a constituir delito

La cara de Susana, ante aquel diálogo, se relajó bastante

  • Bueno, claro... menos mal que el asunto está aclarado... ¿qué opina usted, doña Mercedes?

La dama del moño de cebolla se acercó, miró con detenimiento los croquis y dijo

  • Perfectamente. No parece haber problemas para la firma del contrato

  • Uf... esto lo cambia todo, ¿no?

  • Claro que sí, Miguel

Nos abrazamos con júbilo. Susana se acercó a nosotros

  • Entonces... ¿aclarado el malentendido?

  • Ningún malentendido, Susana -dije-, pero esto de veras lo cambia todo: Lo siento, pero nuestro arreglo tiene que terminar

  • ¿¡Qué!?

  • Bueno, eso... no puedo seguir contigo como estábamos. Los costos en todo ámbito me resultan demasiado altos, y no estoy dispuesto a seguir desperdiciando recursos de esa manera tan juvenil.

Cayó al suelo, de rodillas.

Ni siquiera lloraba.

Levantó la mirada, incrédula.

  • Me... ¿me estás dejando? -preguntó-

Me puse en cuclillas frente a ella, con la mirada seria.

  • Susana... tendrás que aprender a escuchar mejor

  • ¿Qué?

  • Eso... no dije nada de dejarte. Simplemente que ahora está clara la diferencia de horas real entre el lugar y momento de tu nacimiento y tu ubicación actual... de acuerdo a esos cálculos, hace, déjame ver... casi tres minutos que eres mayor de edad, así que...

Extraje un anillo de oro simple de mi bolsillo y le pregunté

  • ¿Te quieres casar conmigo, ahora?

Miró el anillo por lo que se antojó una eternidad...

  • Pídemelo otra vez

  • No. Me conoces, soy un hombre de pocas palabras, y ya hablé claro. La batuta es tuya. Si me dices que no no volveré a pedírtelo. Nunca te dejaré, pero tampoco tengo tiempo que perder. Esperé dos años para poder preguntártelo y no estoy dispuesto a esperar un segundo más... Ya te lo había dicho: hoy te demostraría que tan loco estoy por tí...

  • Sí...

  • ¿Sí, qué?

  • ¡Sí tonto!, ¡quiero casarme contigo!

La oficina estalló en júbilo. Susana acertó a mirar hacia afuera y vio, en primer plano, a mi madre, quien la miraba desde la puerta de la oficina

  • Hola Susana... Si quieres puedo ser tu testigo, hija

Me soltó y se puso de pié para abrazar a mamá, quien le entregó un ramo de flores. El resto de la oficina aplaudía a rabiar y más de una chica lloraba a moco tendido. Miguel, por su parte, hacía lo que podía por no llorar.

  • Grandísimo cabrón hijo de... tu señora madre... ojalá mi Rubén hubiera sido igual de romántico cuando me pidió matrimonio

Mientras Susana recibía múltiples felicitaciones Miguel y yo ayudamos a la señora Mercedes Martínez, oficial del juzgado, a preparar el libro de actas.

Me senté con actitud casi infantil sobre el escritorio. Cuando Susana se giró a verme pude darme cuenta que recién entendió que el “ahora” de mi propuesta había sido literal.

Se acercó con la mirada firme, con una inocencia deliciosa en el movimiento de sus hombros y su caderas... Se acopló a mí con un beso lleno de nervios. Traté de calmarla con mi actitud, sonriéndole como quien está a punto de hacer una travesura. Me devolvió la sonrisa, llena de alegría... Quería congelar ese momento. Estaba frito; lo sabía hacía casi dos años. Me paré al lado de ella, con Miguel como mi testigo y mi madre flanqueando a Susana. La señora Mercedes comenzó.

  • El matrimonio es, ante todo, un contrato civil celebrado entre dos personas, con el propósito de formar una familia. Es, por lo tanto, el pilar de...

Además de los votos del matrimonio civil, ambos nos prometimos algo. Yo le prometí que aunque dejara de amarme, jamás la dejaría sola. Ella me prometió que, pasara lo que pasara, haría lo que fuera necesario por hacerme feliz.

Dijimos nuestros “Sí, quiero” sin dejar de mirarnos y el primer beso como marido y mujer fue recibido con vítores de los presentes. Miguel había organizado una pequeña fiesta para nosotros allí mismo, en secreto para Susana. Me sorprendió gratamente  lo mucho que la querían en la oficina. Me alegré de veras al verla disfrutar con un grupo de amigas al que era ajeno y pude, no sin cierta sorpresa, descubrir las dotes de cantante que tenía Susana cuando estaba frente a una audiencia. Un rato más tarde, cuando ya todo era jolgorio, risas, alcohol y baile, mi madre se nos acercó para dejarnos en claro que tendría que haber una boda por la iglesia. Dejé la decisión en manos de Susana, quien me sorprendió al acceder, pero sólo a una ceremonia sencilla y sin mayor gasto, y sólo porque era mi madre quien insistía. Mamá se dió por satisfecha y se despidió de todos. Debía volver dentro del día a casa si no quería levantar sospechas.

Nosotros, Susana y yo, nos quedamos otro rato, desapareciendo por fin cerca de las 10 de la noche. Llevé a Susana en mi viejo fiat 600 un McDonalds y pedí lo mismo que comimos la noche cuando había atropellado hacía unos años. El detalle le encantó. Estuvimos conversando largo y tendido acerca de esos años y de los que vendrían, mientras la clientela nos miraba como si fuéramos un par de locos.

  • ¿Y?... ¿planeas seguir con el taller o vas a estudiar?

  • No tenía planeado nada antes de tí... ahora todo es distinto.

  • ¿Cómo así?

  • Ahora lo quiero todo. Quiero mi taller, quiero estudiar, te quiero a tí

  • Ya tienes dos de tres

  • Y quiero hijos...

  • Eso puede arreglarse, no creo que la gerencia se oponga

  • Dos, por lo menos

  • Dos, a lo más

  • ¿Tan pocos?

  • Claro, como no los vas a parir tú -me dijo arrojándome una patata frita-

  • Ya, pero yo los voy a mantener

  • Vaya, ¿no me digas que me saliste machista?

  • No, pero si me estás echando en cara tu dolor, yo te echo en cara el mío

  • Bueno, en serio, nunca te lo había preguntado, ¿cuántos hijos quieres?

  • Me gustaría de veras tener dos; sería maravilloso que fueran un niño y una niña

  • Me agrada... tampoco quiero muchos, no porque tenga miedo a tenerlos, sino porque no quiero que les falte amor

  • Susana, teniéndonos como padres eso es lo único que les va a sobrar

  • Nunca... mamá será egoísta y se quedará con el resto

Se paró de su asiento y se sentó en mis piernas. La besé con ternura mientras me derretía por dentro. Noté que algunos des los asistentes nos miraban algo molestos, pero no les dí real importancia. A los pocos minutos Susana se acercó a mi oído para hablarme sin que nadie más la escuchara.

  • Nunca te lo dije hasta ahora, pero la noche que nos conocimos no fue casualidad que me atropellaras. Estaba desecha por culpa de lo que me hizo mi padre y del rechazo de todos quienes suponía eran mis amigos... de veras, quería morir... simplemente ví venir tu cacharro y...

Comprendí... simplemente besé sus manos

  • Susana... mi amor

  • No sé de donde sacaste esos reflejos, pero frenaste tan rápido que simplemente no tuve éxito en lo que pretendía. Me dejé llevar por los acontecimientos de esa noche. Pensé que si te interesabas en mí me alejarías de mi padre, aunque fuera para usarme, tal como me imaginaba lo hacían todos los adultos... No fueron sólo tus reflejos los que me salvaron esa noche. Tu pasión, tu compasión, tu gentileza, tu cariño... todo eso y más me hizo ver que no todo el mundo era como mis padres. Me aceptaste sin demasiadas preguntas y te esforzarte en sanarme... te amé por eso antes que me diera cuenta... y cada día te amo más... me tienes en tus redes, para siempre, como una niña que llegó a adulta gracias a tu amor... ¿estarás conmigo por el resto de nuestros días?

No me animé a responderle con palabras. Por primera vez en mucho tiempo sentía un nudo en la garganta y no pretendía arruinar sus palabras con lágrimas. La tomé simplemente y la besé, esperando fuera capaz de infundir en ese beso cuánto la amaba. Cuando me rehice, simplemente le contesté

  • Y, si de alguna loca forma es posible, incluso más allá de la muerte no te librarás de mí.

Nos miramos fijamente a los ojos... sabíamos lo que deparaba la noche. Compré algunas cosas para el desayuno siguiente y volvimos raudos a casa.

En trayecto entre mi automóvil y la puerta realmente no lo recuerdo. Simplemente enganchamos nuestras bocas apenas pudimos y supongo que la inercia hizo el resto. Siendo, eso sí, un tipo chapado a la antigua, no me privé del ritual de tomarla en vilo al hacerla entrar a la casa. Su risa se me antojó la música más hermosa, y sus besos y caricias no hacían sino elevar mi temperatura. La cena estaba preparada en la mesa -le había pedido a Miguel que se encargara de aquellos detalles-, pero una mirada me bastó para saber que se quedaría allí al menos hasta el día siguiente. Ya me lanzaba a quitarle la ropa a Susana, cuando me detuvo.

  • ¿Puedes esperar un poco más?

  • Tú lo que quieres es matarme -le dije respirando agitado-.

  • Tranquilo... voy a ponerme algo más a gusto... ve a la alcoba y espérame allí, mi amor.

Se dirigió al baño... estuve tentado a entrar con ella, pero se volteó

  • Y recuerda llevar la llave que te regalé... ¡y no te atrevas a espiarme!

No podía negarle nada, así que hice lo que me pidió. Entré al dormitorio y quedé asombrado: Miguel se había superado en lo que me había prometido. Además de la nueva decoración (que incluía fotos de nuestros días juntos con Susana... supongo que las tomó de mi teléfono) me encontré con la sorpresa de que la cama había sido reemplazada por una cama King Size, con ropa de cama igualmente nueva -había una nota que decía “Si la rompes tienes la anterior de repuesto”-. Había también agregado al dormitorio un pequeño frigo bar y dispuso también de un par de carritos con comida y lo que imaginé era lo que él consideró podíamos “necesitar” durante una noche de pasión alocada. Me propuse usar algo de aquello en el futuro, pero esa noche quería que fuera sólo para los dos, así que oculté casi todo, sacando la llave de mi billetera -sí, no salía de casa sin ella-.

Comenzaba a impacientarme cuando entró Susana, bajando las luces; lo suficiente para ver con claridad sin que se rompiera el ambiente de romanticismo. Entró vestida tal cual estaba antes y, excepto algunos detalles menores de maquillaje en su cara y haber ordenado su pelo, se veía igual. Una vez que la tuve al lado mío pude notar que, probablemente, había bajado las luces para ocultar su sonrojo. No quise precipitarme a nada, aunque el ritmo de su respiración estaba jugando con mis últimos granos de cordura.

  • Y bien... es la noche de mi cumpleaños... por fin tengo los 18 años de edad que querías... ¿aún me deseas? -preguntó temerosa-

Tuve la casi irreprimible necesidad de darle un par de nalgadas, no por dudar de mí, sino porque se veía tan hermosa que aquel deseo inhumano de dañar lo que es bello casi se apodera de mí. Respiré profundo una vez y le dije simplemente

  • No... ahora te necesito

No nos besamos. Nos lanzamos a comernos la boca. Por mi parte, casi dos años de celibato autoimpuesto me parecían ahora, mirando el premio ante mí, una bicoca... y una insufrible condena autoimpuesta para lograr lo que quería. Estaba seguro de amarla con todo mi ser y, lo principal, estaba seguro que ella sabía que me amaba sin duda alguna.

Nos fuimos quitando la ropa desesperados, pero sin prisa. Cada prenda que caía al suelo lo hacía en un festival de suspiros y manoseos, a veces limpios, otras veces mezclados con nuestra saliva y sudor. Acabé de quitarle la ropa superficial primero y me alejé unos pasos para verla. Casi me mata de emoción allí mismo: Había comprado el conjunto de encaje negro y rojo y lo llevaba para mí. Sus pechos, ahora maduros, aún juveniles y desafiantes, habían ganado un tamaño donde un sostén se hacía imprescindible, pero aquella noche aún disfrutaría yo de aquella lozanía. Continué recorriendo su cuerpo con la mirada y me encontré con que había agregado al conjunto unas bragas negras, mezcla de seda, encaje y látex que encajaban tan bien que juraría, de no haber visto el original, eran parte del conjunto.

Se acercó a mí, tratando de ocultar su inocencia, y terminó de desnudarme. Aún estaba impactado por la visión de su cuerpo enfundado en aquellas prendas; estaba tan excitado que estuve a punto de correrme cuando me quitó los bóxers. No se sí lo notó o si lo planeó, pero de inmediato comenzó a lamer mi verga. Una vez que estuvo lo suficientemente húmeda la metió en su boca y, no necesitando más de cuatro bombeos, le avisé que me corría. Incrementó el ritmo de su mamada hasta hacerme acabar dentro de su boca. Estaba superado por el morbo. Pensé que la primera vez que tuviera contacto sexual con ella yo llevaría la batuta, pero, francamente, me había dejado anonadado su belleza.

Se tragó mi leche sin hacer ningún comentario, mirándome luego al ponerse de pié, como preguntándome si lo había hecho bien. Reaccioné unos segundos después y, sin mediar palabra, la tomé en brazos y la deposité en la cama. Me entretuve besando su cuello un rato hasta que la oí gemir por primera vez. Me dirigí a sus pechos. Ideales, hermosos, blancos, perfectos. Chupé, lamí, mordisqueé y besé aquellas bellezas por todo lo que no había hecho en aquellos meses. Me agradó ver que respondía bien a la estimulación. Su respiración se hizo mucho más marcada y rápida, sus tetas se hincharon de forma notoria y sus pezones se pusieron duros casi desde el principio.

Separó las piernas y llevó una de mis manos a su sexo. Estaba tan mojada que sus jugos inundaban la tela de su braga hasta traspasarla. Froté divertido, buscando provocarle un orgasmo tan delicioso como el que me había dado ella. Recorrí con mis dedos toda la extensión de su raja, gozándome en estimular su ya abultado clítoris. Presioné suavemente con mi pulgar mientras recorrí sus pezones con mi lengua y sentí los estertores de su venida. Me miró con los ojos llorosos, pero con una sonrisa inundando su cara.

  • Fué magnífico... gracias -me dijo-

  • Recién comenzamos -le dije-

  • Lo sé, pero temía estar estropeada

  • Recuerda tu cumpleaños pasado... si estuvieras estropeada no me hubiera costado tanto el contenerme

  • Cierto... aún me recuerdo de aquello...

  • Cuando fui al baño tuve que masturbarme... así de caliente estaba

  • ¿Caliente tú?... Yo lo hice bajo la manta, a la vista de tu madre... espero que no se haya dado cuenta

  • Quizás sí, pero no me dijo nada... y ahora, ¿estás caliente, mi amor?

  • Ardiendo, como no te imaginas... anda, trae la llave.

Lo había olvidado por completo. Me bajé de la cama como una bala para buscarla. La visión de Susana, mi mujer, había hecho que olvidara donde la dejé. Afortunadamente el lugar era el lógico (en el velador). Volví con ella y se la ofrecí.

Negó con la cabeza. Abrió nuevamente las piernas y levantó su pubis mientras acariciaba su monte de venus. Mi cerebro se negaba a pensar en nada, estaba arrobado por la visión de aquella diosa en mi cama, nuestra cama.

  • Ven, acércate -dijo anhelante-

Obedecí sin siquiera proponérmelo. Guió mis manos hasta su entrepierna, ayudándome a recorrerla con calma. Sentía como se iba mojando aún más con cada roce, con cada caricia, hasta que noté algo extrañamente duro en medio de aquella suavidad.

Separó aún más las piernas, quedando totalmente a mi merced, mientras me indicaba un pequeño bulto en el calzón. Acerqué mi cara, forzándome para ver en aquella penumbra, mientras ella hacía todo lo posible para distraerme, masturbándose por sobre la prenda. Decidí arrancar de una vez aquella obscena braga cuando noté que no me era posible. Tomó mi cabeza entre su manos para llamar mi atención.

Me incorporé sobre ella, quedando nuestras bocas a escasos centímetros. Agradeció el gesto con la mirada, segundos después entendí el porqué.

  • La llave abre las bragas... Nunca he estado con nadie... al menos nunca con mi aprobación...

Su respiración se alteró. Quise detenerla, pero acarició mi cara, pidiéndome continuar.

  • Sé que a tí no te importa, no necesitas decirlo, pero para mí es importante. Soy virgen, nunca he tenido sexo con nadie, nunca he hecho el amor con nadie, y espero no hacerlo con nadie aparte de tí... pero el hecho es que él alcanzó a tocarme... sus dedos rompieron... tu sabes...

La callé con un beso. Me importaba un demonio que fuera lo que había pasado y quería que lo supiera, que su cuerpo lo recordara. Aún así, cuando nos separamos, continuó.

  • Hubiera querido repararlo, pero es un capricho caro... una cirugía electiva, y tampoco estoy deseosa que nadie más me vea... simplemente quiero seguir con mi vida, contigo... quiero que tengas siempre presente que fuiste el primero y, si puedo escoger, el único en mi vida... quiero que pienses en esa prenda como si fuera mi himen, mi virginidad... quiero que seas tú quien la arranca porque soy yo quien así lo quiere... y quiero que la rompas en mil pedazos, para mí, por mí... ¿estás de acuerdo?

Si escuchar sus palabras me partió el corazón, el ver sus ojos terminó por robármelo por completo. Si me hubiera pedido que me arrancara un brazo lo habría hecho, con los dientes, sin dudarlo.

Dejé la llave en sus manos a buen recaudo, mientras volví a bajar a su entrepierna. Me encantó que aquella pequeña charla no hubiera bajado su líbido un ápice, y que bastara con mi aliento para excitarla aún más

  • ¿Quieres entonces que la trate como tu himen? -dije sobando suavemente por sobre la prenda

  • Sí... rómpelo, despedázalo, arráncalo, quítalo... haz lo que quieras con él... haz lo que quieras conmigo

Comencé por lamer generosamente por sobre aquella excitante braga. Noté con mis labios como se hinchaban los suyos, saliendo los labios menores al encuentro de mi lengua y siendo retenidos en su prisión por la seda y el encaje. Bebí de su concha como si de un generoso manatial se tratase. Lo ácido y salado de sus jugos se comenzaban a incrustar en mi cerebro y lentamente dejaban libre al animal que había estado criando para ella.

  • Matías... mi amor... me vuelves loca...

  • No mi amor, quien está loco soy yo... por esperar tanto para hacerte mía... debo ser el idiota más grande del mundo

  • Sí, un idiota... mi idiota... tómame... penétrame de una vez... lo deseo, lo necesito... ¡hazme tuya, Matías!

Tomé la prenda por la tela que cubría su entrada y la rasgué hacia el lado, sin recurrir siquiera a la llave. Quería que la tratara como su himen, así que así lo hice. La sorpresa en su mirada se me antojó la cosa más dulce que había visto. Noté también su miedo cuando me preparé para entrar en ella. No sé exactamente qué habrá visto en mí en ese momento, pero su semblante se relajó y buscó mis labios con los suyos, fundiéndose conmigo en un nuevo y delicioso beso.

Sentí su tensión cuando comencé a penetrarla. Sus hombros se crisparon y su boca arreció en su ataque a la mía. Su vientre se contrajo y, a pesar de estar más mojada que cualquiera de las mujeres con las que había tenido sexo hasta ese momento, el avance de mi verga tuvo que ser lento y calmado. No manifestó mayor dolor, al menos en su cara, pero de todas formas esperé a que se relajase. Tampoco es que tuviera demasiada experiencia, pero sabía que lo importante en cualquier caso eran el amor, la confianza, la entrega y el deseo. Faltando cualquiera de ellos el asunto se volvía algo difícil de equilibrar. Busqué, por otra parte, alguna forma de abstraerme de la deliciosa presión que sentía en mi miembro. No quería acabar la faena apenas empezada, pero aquella hermosa mujer no parecía entender que tanto la deseaba, que tan hermosa era y que tanto la amaba. Separó sus labios de los míos para emitir un sonoro jadeo que casi acaba con mis fuerzas, mientras se abrazaba a mí con fuerza.

  • Matías... para, que me vengo

¿Esperaba acaso que con esas palabras me calmara?... Sabiendo que no le estaba haciendo daño comencé a bombearla lentamente, buscando con cada embestida ir profundizando más la penetración. Su vagina era maravillosamente estrecha, pero respondía también de forma perfecta a mis requerimientos, abriéndose lentamente ante el avance de mi pene. Cada incursión la hacía jadear más profundo y renovar el ímpetu con el que rechazaba mis entradas y se resistía a mis salidas. La sincronía de nuestros cuerpos se asemejaba a la más perfecta de las danzas. Un baile primal, antiguo, ejecutado desde épocas pretéritas, hablando de amor, de sexo, de entrega, placer, delirio y deseo. Era, para mí, la confirmación de que estábamos hechos el uno para la otra. Sentía crecer el orgasmo en mi vientre mientras la miraba a los ojos y disfrutaba como intentaba contenerse, buscando que nuestra primera vez juntos fuera un orgasmo simultáneo. Me pareció un detalle tan bello que hice lo posible por complacerla. A riesgo de hacerle un poco de daño aumenté el ímpetu e impertinencia de mis acometidas. Clavó sus uñas en mi espalda, arqueando la suya, buscando el contacto de nuestros vientres. La suma de todo aquello me hizo llegar al clímax de forma inevitable.

  • Anda, Susana... córrete conmigo...

La besé fuertemente y apliqué toda mi fuerza en clavar mi verga hasta lo más recóndito que ella alcanzara. Sentí como abrazó sus piernas a mi cintura mientras gemía y gritaba.

  • Oh Dios, Matías... me vengo... sii... ¡si!. ¡siiii!

Fue para mí también la señal que esperaba. Sentí como mi semen salía a borbotones de mi pene y era recibido por las contracciones rítmicas de su vagina. Jamás experimenté antes con otra mujer algo como aquello. Era la perfección pura, el placer y el gozo hecho carne.

Deseé, con toda vehemencia, que ese orgasmo nunca acabara.

Una vez que hube bajado del cielo, miré su cara. Se la había cubierto con sus manos. No entendí al principio su actitud, pero al pasar los segundos se asomó tras sus dedos lentamente. La mezcla de vergüenza e inocencia en su mirada me resultó tan seductora como el ver su cuerpo desnudo. Quizás porque lo que veía era su alma, a través de sus ojos. Si era posible, aquel gesto me enamoró aún más. Mientras mi pene se iba volviendo más flácido ella comenzó a besarme, esta vez de forma tierna y pausada.

  • Matías... no estuvo mal -me dijo-

La miré con cara sorprendida... no pudo contener la risa.

  • Fue perfecto, mi amor... nunca imaginé que me harías disfrutar tanto.

  • Oye, estas cosas se hacen de a dos...

  • ¡Auch!

  • ¿Qué pasa?

  • La llave... se me está clavando en el culo. -dijo retorciéndose-... la dejé ir en medio de todo.

  • Espera, deja que la busque

Metí mi mano por su entrepierna hasta alcanzar bajo sus nalgas. Me tomó unos segundos, pero encontré la llave sin mayor problema. La metí en la cerradura y, mientras giraba la llave, ella levantó sus caderas para ayudarme a quitar los restos de aquella prenda ceremonial. Casi me vuelvo loco con su aroma; deseé arrojarme encima de ella y esta vez empotrarla sin miramientos contra la cama... era una lástima que mi verga necesitara algo de descanso.

Debió notar mi mirada de deseo...

  • Anda... relájate... déjame a mí.

Me puso de espaldas y se montó en mí con toda lentitud, teniendo todo el tiempo del mundo para recorrer mi piel centímetro a centímetro. Usó sus manos para acariciar mi pecho mientras, con un movimiento ondulante, sus caderas amenazaban con arrancar cualquier brizna de cordura de mi cabeza. Sentí como con su coño iba mojando mi polla y esta volvía lentamente a la vida, como si aquella humedad fueran gotas de rocío llegando a aliviar la sed de mi verga. Disfruté durante unos minutos de su cara, de sus ojos cerrados que se concentraban en el placer que volvía a despertar también en ella, y me sentí el hombre más afortunado del mundo. Tenía ante mí a una ninfa, una hurí, una venus que gemía a mi ritmo y mascullaba mi nombre. Llevé mis manos a sus pezones y los acaricié mientras amasaba suavemente sus tetas. Abrió los ojos al sentir el contacto de mi piel y levantó las caderas, invitándome a entrar en ella.

Aún no estaba del todo erecto, así que no me costó trabajo invadirla. Nuestros cuerpos se amoldaron a la perfección, esta vez sin ninguna resistencia. Fue Susana quien impuso esta vez el ritmo de las acometidas, de tal forma que, cuando quise tomar el control, dió un fuerte apretón con sus músculos, haciéndome casi venirme.

La miré a sus hermosos ojos y me encantó la sonrisa que ví reflejada en ellos. Se estaba portando como una niña traviesa y lo estaba disfrutando. El morbo y la calentura comenzaban a subir por mi vientre y ella no estaba dispuesta a dejarme hacer lo que yo quisiera. Siguió subiendo y bajando a su ritmo, marcando con sus gemidos cada oportunidad que su excitación aumentaba un grado más. Pude sentir como su exquisita vagina comenzaba a apretar mi polla rítmicamente cuando alcanzó el clímax, haciéndola estremecer mientras se inclinaba para besarme, pero Susana no bajó las revoluciones en su ataque. Ya a punto de alcanzar el orgasmo acabé por rendirme a aquella niña viciosa y dejarla hacer lo que quisiera conmigo. Lo había hecho ya con mi vida; que lo hiciera con mi cuerpo no sería más que un detalle.

Volví a amasar suavemente sus pechos mientras ella se tomaba un respiro, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, provocando que la penetración de mi verga fuera bastante corta, pero muy placentera. Se detuvo un momento por completo y pareció acomodar su vagina perfectamente sobre mi pene. Me miró aún más deseosa y comenzó a castigar mi miembro con las más deliciosamente placenteras acometidas. Subía su pelvis hasta casi sacarse mi tranca y luego bajaba de un solo envión hasta hacer chocar nuestras entrepiernas con una violencia casi dolorosa. El sonido del impacto de nuestras carnes se me antojaban casi como nalgadas. Sentía escurrir sus fluidos por mis bolas y comenzaba a alcanzar cotas de excitación que jamás soñé posibles hasta ese momento. Debí separar las piernas un poco para dar espacio a mis testículos, que empezaban a maltratarse un poco; jamás soñaría con interrumpir tan exquisito castigo sobre mi sexo.

La dejé volar libre.

Separé mis manos de sus tetas y la tomé de las manos, entrelazando nuestros dedos. Me usó de punto de apoyo para dar aún más ímpetu a sus acometidas mientras yo, presa de la locura de ver bailar y rebotar sus preciosos pechos, simplemente me contentaba con gemir su nombre. Hubiera deseado alcanzar otro orgasmo juntos, pero su imagen pudo más en mi mente y me comencé a venir como si fuera la primera vez de la noche. Susana siguió rebotando sobre mí, al parecer totalmente abstraída de que yo hubiera acabado dentro de ella. Pasaron unos segundos y, cuando ya empezaba a notar la baja de volumen de mi verga, Susana se corrió tan estruendosamente que temí haberle hecho daño.

  • Dios, sí, ¡sí!, ¡¡SI!!... mátame Matías... ¡me vengo!... ¡clávame, mi vida!... ¡mete tu leche bien adentro!... hazme un hijo... por Dios Matías, mi amor.. ¡¡¡MATIAS!!!... ¡¡¡ME CORRO!!!

Quedó casi desmayada sobre mí. Yo, por mi parte, hubiera deseado tener la verga de hierro en ese momento. Había acabado en ella, dentro, profundo, pero estaba tan excitado por su actuar que de buena gana continué moviendo mis caderas como intentando continuar con la clavada. Solté sus manos y volví a ponerme encima de ella, esta vez ya loco de pasión y deseo y sin ningún tipo de tapujo.

  • ¿Así que quieres un hijo?... pues bien, Susana... tus deseos son órdenes.

Honestamente, no recuerdo mucho después de aquello. Estoy consciente de que no tardé mucho en recuperarme y de que en aquellos minutos de espera la recorrí entera con mi lengua, disfrutando en particular cada uno de sus jadeos y grabando en mi memoria cada zona erógena que descubría en su cuerpo. La reacción que me entregó cuando amagué a meter mi lengua en su ano fue tan erótica que bastó para hacerme terminar de levantar mi polla nuevamente. La tomé por las caderas y hundí mi pene en su concha desde atrás, arrancándole una serie de gemidos que no hizo más que aumentar mi líbido. Susana por su parte no parecía estar molesta por mi violencia. Levantó su culo en pompa y giró su cabeza todo lo posible para verme. Cuando cruzamos miradas me lanzó un beso y me sonrió de forma tan obscena que no pude más que lanzarme tras el clímax a toda carrera. A esas alturas el único sonido que salía de nuestras gargantas eran gemidos casi guturales que sólo servían para indicarle al otro que tanto estaba disfrutando aquel encuentro. Cuando sentí que mi verga comenzaba a avisarme del orgasmo llevé mis dedos a su clítoris, buscando estimularla para alcanzar otro clímax simultáneo. No, el placer mutuo no es una ciencia exacta, pero con el tiempo he ido aprendiendo a darle lo que ella quiere, simplemente interpretando su lenguaje corporal. En ese momento, sin embargo, nuestros cuerpos recién comenzaban a conocerse, así que no pude identificar las señales que hoy por hoy me son totalmente obvias.

Comenzó a venirse de forma distinta, más continua... no supe explicarlo bien, pero podía sentir como si su concha, en vez de apretarse como las veces anteriores, latiera, pulsara al unísono con su corazón. Continué sin embargo mi frenético martilleo, empotrando su cara en la almohada mientras la oía berrear apagadamente cada poco tiempo. Al final, cuando sentí que explotaba, llevé mis manos a sus tetas usándolas casi como agarraderas para poder plantar mi leche en lo más profundo de su coño.

Con aquello volvió a venirse, esta vez pidiéndome que parara. Aquello me sacó de esa especie de trance. Me sentí morir cuando ví lágrimas en sus ojos y me separé de ella pidiéndole perdón. Me dispuse a levantarme de la cama cuando me abrazó por la espalda, deteniéndome.

  • Para Matías... no me malentiendas

  • Susana, yo... no sé qué me pasó...

  • Yo sí...

  • Lo siento... no quería hacerte daño

  • Lo sé mi ángel... aún tenemos que aprender a hacer el amor

  • Fui un bruto, perdóname

  • Oye, que a mí me gustó... pero al final sí me hiciste un poco de daño

  • ... Déjame ver...

Me miró un par de segundos intrigada, pero la preocupación en mis ojos era genuina. Se echó hacia atrás, sentándose en la cama, mientras yo volví las luces a su nivel normal. Cuando me volví a verla tenía sus piernas juntas y sus manos en la espalda... además de eso estaba llorando y sonriendo, simultáneamente.

No entendía qué pasaba, pero mi primera preocupación fueron sus lágrimas.

  • ¿Qué pasa, amor?

Me indicó con una mano que me sentara; lo hice de inmediato, preocupado. Una vez allí, me mostró muy ufana su otra mano: Había en ella bastante humedad, algo de espuma... y sangre.

No entendí de inmediato todo aquello, pero se arrojó sobre mí riendo y besándome por toda la cara.

  • Sangré, Matías... ¡sangré!... ¡sangré por y para tí!

Para mí, honestamente, no significaba demasiado. En mi interior yo siempre había sido su primer hombre. Fué a mí quien decidió darle su cuerpo por primera vez y su alma para siempre. No había duda de ello... pero claramente para ella era algo importante y, si era importante para ella, lo era aún más para mí.

Tomé su cara con mis manos y la besé con la mayor ternura posible. Ella correspondió al beso y comenzó a llorar, creo que tanto de tristeza como de alegría. Fue algo extraño, pero sentí el calor de su corazón junto al mío... casi como si con aquello dejara ir un poco sus demonios. Continué besándola y acariciándola, recorriendo sus cabellos y dibujando su cara con mis dedos hasta que acabó por quedarse dormida en mis brazos.

No me atreví siquiera a moverme por casi una hora. Desafortunadamente, por mucho que deseara permanecer así hasta la mañana siguiente, mi espalda tenía otras ideas, así que me ví forzado a recostarla a mi lado. Salí lo más silenciosamente que pude al baño y, luego de descargar aguas, llamé a Miguel.

  • ¿Está lista?

  • Está frente a tu casa, lista y dispuesta... trátala bien por favor

  • No te preocupes

  • Dejé las llaves bajo la tapa del combustible

  • Perfecto

  • ¿Y?... ¿qué tal?

  • ¿Qué cosa?

  • ¿Qué más?... ¿qué tal la noche con Susana?

  • ¿Te pregunté cómo fué la tuya con Rubén?

  • Bueno... ya que quieres saberlo, apenas entramos al apartamento él me arrojó contra la pared y...

  • ¡YA!... ¡ahora no podré sacarme esa imagen de la cabeza en un buen tiempo!

  • Hmmm... ¿tanto te gusto?

  • ... Sí, claro... estoy tan loco por tí que me enamoré de la persona más parecida a tí: Hermosa, inteligente, traviesa, inquieta, asertiva, amable... y ¡MUJER!

  • Aw... siempre me dices cosas tan bonitas...

  • ¡Ya idiota!... te cuelgo que si sigo gritando la voy a despertar

  • ¡Ajá!... ¡la dejaste rendida!... ¡ése es mi amigo!

Lamenté que los móviles no tuvieran alguna función para colgar violentamente, como los teléfonos de mi infancia. Me volteé para ir a la cocina y me encontré con ella. Se había acercado en silencio a mis espaldas y tenía las manos atrás, tomadas, con una actitud de traviesa y aquella mirada inquisitiva que adoraba.

Estaba desnuda...

  • ¿Acaso quieres que te viole? -dije jugando-

Me arrepentí de la mala broma de inmediato. Crucé mil escenarios en mi cabeza, deseando golpearme a mí mismo por ser un idiota insensible... sin embargo, mi esposa volvía a sorprenderme.

Se giró hacia ambos lados, tratando de mirarse a sí misma

  • ¿Tan hermosa me ves?

Me volvió el alma al cuerpo...

  • No sólo hermosa, mi amor... deseable, apetitosa... un bombón de carne para este perro hambriento

  • ¿Y quieres que sea tu perra?

Decidí tentar mi suerte

  • Por el resto de tus días

Me sonrió algo turbada por mi falta de romanticismo y por mis palabras tan directas, pero aún así se acercó a besarme.

  • ¿Con quién hablabas?

  • Con Miguel... le pedí algo para esta noche y ya lo trajo

  • ¿Qué cosa?

  • Antes de eso, necesito saber... ¿Me dejas hacer una locura?

  • Si son como las de hasta ahora, todas las que quieras

  • Quiero terminar la noche contigo al aire libre... bueno, casi

  • ¿A qué te refieres?

  • ¿Te recuerdas que te hablé de unos días de vacaciones?...

  • Sí, claro

  • Bueno, Miguel me prestó su motorhome... quiero que viajemos unos días... que nos tomemos una luna de miel sólo para nosotros... ¿te parece bien?

  • ¿Solos los dos?

  • Solos los dos

  • Me parece perfecto...

Nos vestimos y salimos a la calle. El vehículo, tal como mi amigo había prometido, estaba ya estacionado frente a la casa, con las llaves puestas, el tanque lleno y todo lo demás preparado para una escapada de al menos una semana. Recogimos unas pocas prendas y cerramos rápidamente la casa. Conduje hasta un terreno pocos minutos fuera de la ciudad y me detuve.

  • Primera parada... quiero que veas el amanecer desde acá, conmigo

  • Faltan un par de horas

  • Bueno... a mí se me ocurren algunas cosas que podríamos hacer en el intertanto

  • A mí igual, pero aún estoy un poco adolorida

Me acerqué a ella, sugerente. Le hablé al oído.

  • Me refería a desayunar, degenerada

Rió con frescura y volteó a besarme. Preparamos algo de comida mientras llegaba la hora.

Dejé que el amanecer hiciera su magia. Le tomó varios minutos, pero su inteligencia espacial es inmejorable... reconoció de inmediato la colina, la explanada de enfrente, los árboles de referencia y la orientación

  • ¡La maqueta!

  • Sí, amor, la maqueta... siempre fue mía... y, si tú quieres, puede ser nuestra.

Las lágrimas que inundaron sus ojos por primera vez se me antojaron sólo de felicidad. Bajó presurosa del trailer y recorrió el lugar con la vista. bajé tras de ella y nos envolví con una manta mientras la abrazaba.

  • Hace un tiempo adquirí el terreno, y siempre tuve la idea de levantar acá mi casa. La casa donde tendría una familia, un hogar... nunca lo supe con certeza hasta que te ví mirar la maqueta, pero si no estabas conmigo todos los planes que había hecho para este lugar no tendrían sentido... Y ahora te tengo en mis brazos, y siento que las palabras me fallan, así que simplemente te pregunto: ¿quieres acompañarme hasta el final en esta aventura llamada vida?

Se volvió a mirarme con sus ojos llenos de alegría... nunca podría cansarme de ellos

  • Sí... por supuesto que sí, Matías, mi amor, mi ángel.

Pasamos un par de días en el lugar, discutiendo ideas y trazando planes. Luego, recorrimos varios lugares que deseábamos conocer o que deseábamos que el otro conociera. Volvimos de nuestra luna de miel 7 días después de haber salido. Hubiera querido continuar viajando con ella para siempre, pero, me gustara o no, el mundo real nos alcanzó. Debíamos volver al trabajo y ella aún debía terminar su último año de secundaria. No era que me molestara realmente el poder comenzar por fin mi vida adulta con ella... de hecho, estaba ansioso.

Con el correr de los días pude observar ciertos cambios en ella... Cambios deliciosos. Comenzó a caminar con mayor desenvoltura y aplomo, exhibiendo su anatomía con mayor seguridad ante el resto del mundo. Dejó ir su pelo, típicamente tomado con una coleta simple, para cambiar su peinado a una melena larga con un par de trenzas pequeñas que usó para mantenerlo ordenado. Nunca necesitó maquillaje -usaba bastante poco-, pero creo que el saberse amada ya sin trabas hizo en ella un cambio semejante. Se le notaba más lozana, más rozagante... en general, estaba cada día más hermosa.

... Sí, quizás eran los ojos de un hombre enamorado, pero, ¿que podía hacer?... mejor dicho, ¿por qué querría hacer algo?.

Nuestras noches tampoco dejaron de hacerse más interesantes. Me opuse, en principio, a hacer el amor todos los días. No quería que algo tan hermoso acabara convirtiéndose en una rutina. Susana, tan manipuladora como siempre, estuvo de acuerdo, siempre y cuando no lo volviéramos tampoco una rutina de “Lunes, Jueves y Sábado”... simplemente me pidió que fuéramos honestos entre ambos y que le hiciera saber siempre que deseara hacer el amor con ella, que a su vez ella haría lo mismo... En cualquier caso, le juré que jamás iría en contra de sus deseos.

Se las arregló para que la desease casi todos los días. No sé explicarlo realmente; no era que se vistiera más provocativa ni que me hiciera insinuaciones visibles, pero me bastaba verla, oler su aroma, incluso alguna llamada telefónica a mediodía para desearla a mi lado. No sólo en mi cama, sino a mi lado, siempre. No era que estuviera celoso de otros hombres o de lo que pudieran hacer con ella; era, simplemente, que la necesitaba como al aire mismo.

Estaba preocupado que, ahora que era mi esposa, me volviera yo un obsesivo que impidiera que ella creciera, que alcanzara su potencial. Hablé con Miguel largo y tendido acerca del tema. Alejó mis temores de forma simple, haciéndome ver que lo único que me pasaba era que -por fin- me había enamorado y que tendría que aprender a vivir con ello...

Nuestra primera discusión tuvo que ver con nuestro futuro académico. Ya habíamos quedado en claro que, al menos ese año, ella terminaría su bachillerato y yo me dedicaría a trabajar en el taller, pero ninguno de los dos quería dejar al otro sin que pudiera realizarse académicamente.Yo sabía que ella deseaba acudir a la universidad a estudiar Arquitectura, era obvio para mí que, además de tener el talento, sus ojos brillaban cuando había algún trabajo que tuviera que ver con el área. Ella, por su parte, ya había notado mi afinidad por la construcción, obras públicas y edificación.

  • Matías, deja ya de insistir: no somos gente acaudalada. Tú estudiarás primero y luego lo haré yo, si es que hay tiempo y dinero

  • No te estoy preguntando eso

  • No, pero es obvio: No podemos permitírnoslo

  • Lo que te pregunté es si quieres estudiar, no dónde, cómo ni cuándo.

  • Está bien, sí, sí quiero estudiar...

  • ¿Eso era tan difícil de reconocer?

  • Claro que sí... serás bruto... no soy una niña: entiendo el sacrificio en dinero que implica que estudie, más aún la carrera que quiero... además, si vienen hijos todo se hará más complicado

  • Claro, porque estás sola en este mundo y el inútil de tu marido no hará nada para ayudarte jamás, ¿cierto?.

Me miró llena de dolor. Sí, ella había pisado la raya que marcaba el límite, pero yo la había traspasado por completo. Se fué corriendo a la habitación y se encerró de un portazo. En ese momento, a pesar de desear ir a disculparme y consolarla, la rabia ganaba en mi cabeza, así que antes de romper a vociferar preferí salir a dar una vuelta.

Volví, horas más tarde, cuando ya estaba más calmado, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que me perdonara. No era cosa de tener o no razón; mirándolo objetivamente, ambos la teníamos. Simplemente no deseaba que ella siguiera triste por mi causa y, en el fondo, también me dolía el no estar junto a ella por algo tan trivial.

Abrí la puerta y la oí en la cocina. Estaba esperándome; ya conocía mi rutina cuando me enojaba. Había servido un té para ella y otro para mí; quería suplicar su perdón y no sabía cómo hacerlo. Opté por la ruta más obvia.

  • Perdóname, por favor, Susana... lo que dije se me salió de control... nunca hubiera querido que...

  • Bebe -me dijo-

Bebí.. el té tenía Ginseng... nunca me ha agradado y ella lo sabía... aún así, lo bebí completo; en aquel momento me daba lo mismo así hubiera estado envenenado

  • Cuando nos casamos dijiste que debía aprender a escuchar... pues bien, te devuelvo las palabras

  • Erm... no entiendo a qué te refieres

  • Matías, eres el hombre más maravilloso que existe, al menos para mí... pero  cuando te cierras a tus ideas no escuchas nada de lo que te rodea

  • ... sigo sin entender, Susana.

  • ¿Recuerdas por lo que discutíamos?

  • ¿Estudios?

  • No

  • ¿Dinero?

  • Prueba otra vez

  • ¿Lo idiota que soy?

  • Cerca, pero no

  • ¿Lo mucho que me amas?

  • Casi

  • Ya dímelo, ¿quieres?... está claro que el equivocado soy yo y realmente no soy una lumbrera en estas cosas.

  • Nuestro futuro, cariño... hablábamos de nuestro futuro.

Se acercó a mí. Esta vez pude ver la seriedad de su expresión. Me alegré cuando tomó mis manos con las suyas, pero lo hizo para poner algo en ellas.

Miré... me tomó un par de segundos asimilarlo, pero luego estallé.

Era un test de embarazo

Positivo.

La tomé en vilo y la hice dar un par de vueltas conmigo. La besé como nunca mientras reía.

  • ¡Un bebé!... ¡vamos a tener un bebé!

  • Ya, tampoco es seguro, tengo que hacerme ver por un Obstetra, pero...

La interrumpí para besarla... fue un beso largo, seguido por una lluvia de besos más cortos

  • ¡Ya... para!... ¡en serio!

  • ¡No quiero!... ¿me haces el hombre más feliz del mundo y quieres que pare de besarte?

  • No, pero... es que no es seguro

  • Mi madre... Miguel... ¡tienen que saberlo cuanto antes!

  • No, ni se te ocurra

  • Pero, ¿por qué?

  • Mira... primero ir al médico y luego les contamos... una vez pasado el primer trimestre

  • Susana... un bebé... ¡un bebé!

  • O dos... o más

Nos detuvimos un segundo para reír, mezcla de nerviosismo e ilusión. Fuera como fuera, la idea de ser padres nos encantaba.

La visita médica confirmó el resultado del test. Una examen más profundo reveló que sólo era uno y que todo parecía estar bien. Sé que, a pesar de la alegría, ambos estábamos preocupados, en particular por la juventud de Susana... temor de padres primerizos, claro está, pero temor al fin y al cabo.

Cumplimos, a su vez, con no contarle a nadie las buenas nuevas. Ni a sus amigas, ni a nuestros empleados, ni a Miguel, ni a mis padres... a pesar de que creo que Miguel lo sabía; dados algunos comentarios y atenciones para con Susana. Decidimos anunciarlo con una pequeña reunión; invitamos a mis padres, a Miguel y Rubén, y a Sofía, la hermana pequeña de Miguel, y a la vez la mejor amiga de Susana.

Mi madre no pareció sospechar nada y mi padre me puso a parir por teléfono, dado que jamás siquiera lo invité a mi matrimonio. No quise recordarle que lo había invitado a visitarme -sin decirle el motivo de fondo-, pero, curiosamente, tuvo que trabajar a última hora.

Organizamos la reunión para los primeros días de Mayo. Mi madre me advirtió que venía con el propósito de celebrar nuestra ceremonia de matrimonio religioso. Susana y yo habíamos acordado darle en el gusto, así que estuvimos completamente de acuerdo.

Maldita la hora en que decidí invitarlos.

Miguel había llegado a casa trayendo a su hermana y a mi esposa hacía cosa de una hora. Rubén llegaría más tarde, nos dijo Miguel, trayendo algunas cosas que le hacían falta. No hizo falta realmente que Susana dijera nada a su amiga: Las ví abrazándose una vez que Susana le rechazó una cerveza y prefirió una gaseosa. Miguel no me hizo ningún comentario, pero pude ver que había notado el detalle cuando se acercó chocar su cerveza con la mía y brindar por “la familia”... en eso sonó el timbre.

  • No creo que sea Rubén... dijo que llegaría pasadas las 10

  • Han de ser mis padres -dije yendo a abrir la puerta-

Efectivamente, eran mis padres. Mi madre me colmó a besos y mi padre me brindó un fuerte apretón de manos, como de costumbre.

  • ¿Dónde está mi nuera? -preguntó mamá-

  • ¡Acá! -contestó Susana desde la cocina-

Mamá dejó su abrigo en el sofá y salió a todo escape a saludar a Susana. Presenté a Miguel y a mi padre.

  • Papá, él es Miguel Fuentealba, mi mejor amigo. Miguel, él es Manuel González, mi padre

  • Todo un honor, don Manuel. Matías me ha hablado mucho de usted, tanto como  cuánto desea ser un abogado igual de exitoso.

Miguel sabía como mentir sin hacerlo: Ambas cantidades eran un exacto cero.

  • Gracias, Miguel... espero que este muchacho no te haya dado demasiados problemas

  • Para nada, para nada... de hecho, me ha resultado excelente como asesor de negocios...

Mi madre volvió a entrar en el living, trayendo a Susana... algo me hizo girar a ver a mi esposa: sentí en ella algo animal, primigenio, básico. La sangre había abandonado su cara y sus ojos se abrían, horrorizados, mientras mi madre hablaba.

  • Susana, hija, te presento a Manuel , mi esposo

Susana, la mujer de mi vida y mi razón de existencia, miraba congelada la escena mientras mi padre giraba a verla... pude ver cómo en ese intertanto musitaba una palabra sin hacer apenas ruido.

La leí en sus labios.

Dijo “papá”.

Mi padre a su vez, una vez que hubo enfocado su vista en ella, pareció tan pálido como Susana... él sí habló en voz alta.

  • ... Hija...

Susana dió media vuelta y corrió hacia la habitación. Salí detrás de ella, pero se encerró antes de que llegara. Golpeé una vez y, no teniendo respuesta, intenté tirar la puerta.

... Me llevó demasiado tiempo y, una vez entré, vi la ventana abierta y escuché el ruido de mi cacharro alejándose del lugar.