Nómadas9
Historia de gitanos
Carmen les cayó muy bien a los padres de Juan. La boda se realizó sin problemas veinte días después. El único trámite que Carmen tuvo que pasar antes fue bautizarse y Tomasa y María aprovecharon también para bautizarse ellas. La familia de Carmen se limitó a Tomasa, María y Paco, por parte de Juan fue casi toda su familia. El banquete lo pagaron Tomasa y María. Dado que la boda había sido un poco precipitada, los novios tuvieron que posponer la luna de miel para el verano. Y cuando éste llegó Juan se quedó sin sangre en el cuerpo cuando se enteró de que su suegra Tomasa y María les iban a acompañar. Carmen le dijo que le hacía mucha ilusión ya que para las tres sería la primera vez que iban a ver el mar y a subir en un avión pues iban a Canarias. Juan pensó que era un engorro tener a su familia tan cerca pero no dijo nada por no incomodar a Carmen, aunque ésta vio en su cara que no le gustaba.
— ¿Qué te ha dicho al enterarse de que os vamos a acompañar en vuestra luna de miel? —Preguntó María a Carmen mientras le acariciaba a ésta los pechos.
— No ha dicho nada, pero he visto en su cara que no le gustaba la idea. —contestó Carmen dejando de chupar los pezones de su madre un momento.
— ¡Son todos iguales! Ya verás como no pone mala cara cuando nos metamos en vuestra cama. —dijo Tomasa. María tomó la cabeza de Carmen y la guió a su entrepierna.
— No seas así Tomasa es un payo y no nos conoce, tú espera y verás, cuando regrese del viaje y vea que vamos a vivir todos en la misma casa le dará un ataque al corazón. —dijo María riéndose.
— ¡Un momento! —protestó Carmen sacando un poco la cara de entre los muslos de María ¿Por qué un ataque al corazón? —protestó.
— Tienes razón hija, lo que tendrá será un ataque en la polla, porque si la tiene tan grande como dices ya le puedes dar bien de comer. —dijo Tomasa y las tres rompieron a reír. Estuvieron de broma unos minutos más y después se entregaron a darse gusto, estuvieron liadas durante tres horas antes de dormirse agotadas.
A partir de aquí poco más que decir. Cuando habitaron la nueva casa por primera vez Juan le dijo a Carmen que se sentía como un rey en su castillo. Al día siguiente llegaron las cosas de Tomasa y María a la nueva casa, ellas aparecieron más tarde, después de cerrar la peluquería. A juan no le hizo mucha ilusión que su suegra y María fuesen a vivir con ellos, pero no dijo nada, se trataba de la familia de su mujer y no quería crear un conflicto a las primeras de cambio. Al llegar la noche Carmen y Juan les dieron las buenas noches a Tomasa y María y se extrañó cuando ellas le dijeron “hasta luego”, pensó que sería costumbre de ellas despedirse así.
Juan y Carmen estaban dentro de su recién estrenada cama gigantesca, pues Carmen se empeñó en juntar dos camas de matrimonio ya que tenían sitio de sobra en la habitación y como era un capricho de su mujer para él estuvo bien. Poco tardaron los casi recién casados en acaramelarse prodigándose caricias y besos que subían de intensidad poco a poco, y de repente, la puerta de la habitación se abrió y entraron Tomasa y María, ambas cubrían sus cuerpos con unas braguitas de lo más sugerentes. Juan se quedó atónito con los ojos como platos y sin saber muy bien a quien mirar, si a María o a su suegra Tomasa porque las dos tenían un cuerpo que quitaba el hipo. María abrió la sábana diciéndole a Juan que le hiciera un sitio y se acostó a su lado, Tomasa se acostó al lado de su hija. Juan no entendía nada de nada, las tres mujeres se partían de la risa viéndole la cara.
— ¿Me quiere contar alguien lo que pasa? —preguntó un poco mosqueado.
— Te dije cariño que te ibas a convertir en un sultán ¿lo recuerdas? —le dijo Carmen, su mujer.
— Claro que lo recuerdo pero pensé que querías decir otra cosa. —dijo él esforzándose por no mirar los pechos de María.
— No, quise decir Sultán y éste es tu harén mi vida. —dijo Carmen y sujetándole la cara le besó en la boca. Juan notó que alguien le agarraba el miembro sobándole también los huevos.
— ¡Joder! ¡Tomasa acércate! —exclamó María— ¡Mira qué pedazo polla tiene el payo!
Eso fue lo último que escuchó el pobre de Juan, porque a partir de ahí se abandonó dispuesto a sacrificarse por su harén.
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