Nómadas8

Historia de gitanos

Dos días después, Carmen llamó a Juan desde la peluquería y quedó con él para ir a firmar las escrituras.

— No puedo Carmen tengo mucho trabajo ahora mismo —se excusó Juan con educación—, es mejor que nos veamos dentro de dos horas para que me dé tiempo a llamar al Notario y que lo tenga todo preparado cuando lleguemos. —la excusa de Juan le sonó a Carmen como que no quería ir con ella y eso la cabreó mucho.

— Escúchame Juan, si no vienes conmigo a desayunar vete olvidando de que firme las escrituras. —dijo destapando su temperamento.

— Mira Carmen ya me da igual, si no quieres firmar no firmes, yo le pasaré el papeleo a una compañera, a lo mejor con ella te entiendes mejor. —respondió Juan víctima de la desilusión.

— Pues si eso es lo que quieres hazlo y que luego me llame tu compañera. —dijo Carmen colgando el teléfono, pero casi enseguida se puso a llorar.

— ¿Me disculpa un momento Juana? —dijo María a la clienta que estaba peinando.

— Ve hija no tengo prisa y luego me cuentas lo que le pasa a Carmen. —dijo la clienta.

— Es lo mismo de siempre Juana: mal de amores. —dijo María que no pensaba explicar nada a esa mujer sabiendo que era una cotilla.

— ¡Oh! Pobrecita ve y consuélala María no me importa esperar. —dijo la clienta.

— ¿Se puede saber qué pasa ahora? —preguntó María a la muchacha.

— Le he llamado como me dijisteis y le he invitado a desayunar. —explicó Carmen entre sollozos.

— ¿Y? —preguntó María impaciente.

— No quiere desayunar conmigo, le he amenazado con no firmar y me ha dicho que le va a pasar el papeleo a una compañera a ver si con ella me entiendo mejor.

— ¿Y ya está? —dijo María echando chispas por los ojos.

— Sí, no puedo hacer nada, no quiere verme. —se lamentó María.

— Mira niña, en esta vida si no luchas por lo que quieres lo pierdes, así vuelve a coger el teléfono, llama a ese Juan y si le tienes que suplicar lo haces ¡Lucha por tu felicidad joder en vez de llorar! —la última frase la pronunció María en voz alta, en ese momento todas las clientas habían oído el consejo que le había dado a la muchacha y rompieron a aplaudir. Carmen se desconcertó un momento— ¡Llámale joder! —le dijo María y ésta descolgó el teléfono para marcar de nuevo el número de Juan que atendió la llamada.

— Escucha Juan no me cuelgues, he sido una gilipollas y te pido perdón, pero por lo que más quieras vente conmigo a desayunar, deja que te explique una cosa muy importante y después haz lo que creas conveniente. —dijo Carmen y quedó a la espera de la contestación de él.

— Está bien, de acuerdo ¿quedamos en la cafetería Blázquez, al lado de mi trabajo? Tiene un piso en la parte de arriba, allí podrás contarme lo que quieras. —dijo Juan.

— En diez minutos estoy allí. —dijo Carmen y colgó, luego miró a María sonriente.

— ¿Y bien? —inquirió ésta.

— ¡Ha dicho que sí! ¡Me espera en la cafetería al lado de su trabajo para hablar! —exclamó Carmen en voz alta llena de excitación y de nuevo las clientas y hasta la propia Tomasa rompieron a aplaudir con más fuerza que antes.

— Pues ya estás tardando, vete mi niña y si es lo que quieres agárralo con fuerza y no lo sueltes ¿entendido? —Carmen asintió varias veces con la cabeza, cogió su bolso y salió corriendo por la puerta de la peluquería, al llegar al borde de la calzada paró un taxi.

Al llegar a la puerta de la cafetería Blázquez entró, miró a derecha e izquierda pero no vio a Juan, un camarero con una bandeja en la mano la preguntó.

— Busca a alguien señorita.

— Es que he quedado aquí con alguien. —dijo ella.

— ¿Se llama usted Carmen por casualidad? —preguntó el camarero.

— Sí.

— Pues hay un caballero que la está esperando en el piso de arriba.

Carmen le dio las gracias al camarero y empezó a subir las escaleras notando que las piernas le temblaban de lo nerviosa que estaba. Al llegar al salón de arriba vio a Juan sentado a una mesa mirando por el ventanal y caminó hacia él.

— Hola. —saludó Carmen a su lado y Juan dio un bote sobresaltado.

— Hola —saludó Juan poniéndose de pie— joder me has asustado, no te he oído llegar. —dijo sentándose después de ella.

— Lo siento, hay moqueta en el suelo. —dijo Carmen sonriendo, Juan miró el suelo y también sonrió.

— Bueno, tú dirás ¿para qué querías verme? —preguntó Juan tratando de controlarse porque siempre que estaba cerca de Carmen notaba que se le aceleraba el corazón y se ponía muy nervioso.

— Para hablar de lo de la otra noche. —dijo Carmen frente a él.

— No hace falta Carmen de verdad, aquello ya está olvidado por mi parte. —dijo juan sin atreverse a mirarle a la cara.

— Juan, si fuera verdad eso que dices me lo dirías mirándome a la cara. —dijo Carmen notando que él estaba tan nervioso como ella.

— Así que quieres que te mire a la cara ¿no? —dijo Juan mirándola de frente.

— Sí, quiero que me mires y me digas que no sientes nada por mí, que no te importo y que no quieres volver a verme. —dijo Carmen.

— Son muchas cosas las que me pides a la vez. —respondió él mirándola a los ojos.

— Vale, dime que solamente que no sientes nada por mí. —dijo Carmen mirándole intensamente con los ojos llenos de lágrimas. Juan la miró un instante sin decir nada hasta que también sus ojos se llenaron de lágrimas.

— No puedo. —dijo.

— Y yo no soportaría que me lo dijeras, me estoy volviendo loca desde aquella maldita noche, no hago más que llorar y llorar. —dijo Carmen cayéndole las lágrimas por las mejillas. Inmediatamente Juan se echó mano a un bolsillo de su pantalón, sacó un pañuelo y en vez de pasárselo se levantó acercándose a Carmen para ser él mismo quien le secara esas lágrimas, y cuando se las hubo secado ella le quitó el pañuelo de las mano con la intención de secárselas a él, pero pensándoselo mejor, acercó su boca y besó los parpados de cada ojo bebiéndose la lágrimas de Juan. Éste se sobrecogió con la caricia de ella y permaneció acuclillado porque no quería moverse de su lado. Carmen apoyó su frente en la de Juan.

— Escucha aquella noche, lo que me dijiste… no imaginas lo que significaba para mí, pero quiero explicarte porqué te rechacé —Juan fue a hablar pero ella le detuvo apoyando su dedo índice en sus labios— Juan yo… yo soy gitana, gitana de pura cepa y tú eres payo y sé que una gitana y un payo está mal visto por todo el mundo, por mi gente y por la tuya y por si eso fuera poco además estoy preñada. —explicó Carmen humedeciendo con sus lágrimas la cara de él.

— Ya sabía que estás embarazada, no soy ciego y no te he preguntado porque no me importa, para mí ese hijo no es un obstáculo y si llega el momento lo querré como si fuese mío, incluso le daré mis apellidos —Carmen fue a decir algo pero él se lo impidió poniéndole un dedo sobre los labios— entre los payos ¡no joder! —exclamó Juan molesto— Mira Carmen eso de gitanos y payos es una soberana tontería, yo sólo veo a una preciosa mujer de la que estoy profundamente enamorado. Carmen te llevo dentro de la sangre y ya no te puedo sacar de mí y lo que iba a decirte antes es que existe un refrán que dice: Padre no es el que engendra sino el que cría ¿entiendes lo que quiero decir?

— Sí, nosotros solemos decir que madre no es la que pare si no la que cría. —dijo ella que había dejado de llorar.

— Escucha lo que te voy a decir Carmen, tengo treinta y dos años y estoy soltero porque una vez me rompieron el corazón. una mujer me hizo mucho daño y desde entonces reconozco que en lo único que pensaba era que cuantas más mujeres me llevara a la cama, mejor, hasta que apareciste tú, cuando te vi sentí tantas cosas juntas, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho, no sé tú, pero yo a eso le llamo tener un flechazo, enamorarse a primera vista, eso me pasó contigo y cuando la otra noche me rechazaste me volví a morir, fue como cuando la primera vez pero mucho más doloroso porque algo me dice dentro de mi cabeza que somos el uno para el otro. Bien ya he dicho todo lo que te tenía que decir, bueno me queda una cosa pero eso te lo diré más tarde. —concluyó Juan.

— Yo… la verdad es que no sé qué decirte, bueno sí lo sé, te quiero Juan, para mí aunque no lo creas es la primera vez que me enamoro de un hombre pero te advierto que cuando una gitana quiere a su hombre es para toda la vida —dijo Carmen y levantando la cara de Juan con su mano lo besó en los labios y lo mismo que él sintió  un estremecimiento— aún te tengo que contar cosas de mí, cómo somos los gitanos y las costumbres que tenemos pero eso lo haré más tarde mientras me abrazas contra ti con fuerza. —concluyo Carmen con una sinceridad fuera de toda duda, por eso Juan sacó algo del bolsillo de su chaqueta, ella vio que era una cajita de color marrón pero no imaginó lo que era hasta que él la abrió, entonces pudo ver el anillo de pedida que contenía la cajita. Juan hincó una rodilla en la moqueta del suelo y tomando la mano de Carmen le dijo: —Carmen, mi gitana, ¿quieres casarte conmigo? — inmediatamente escucharon aplausos en la entrada del salón, Carmen y Juan miraron hacia allí viendo a una joven camarera y al camarero que había atendido a Carmen en la entrada aplaudiendo ruidosamente —“Di que sí, no seas tonta, di que sí, que el hombre se lo merece”—decía la camarera. Carmen y Juan se echaron a reír pero casi enseguida ella le giró la cara para que él la mirase.

— Sí Juan, mi payo, quiero casarme contigo. —contestó Carmen.

Juan se quedó sin respiración, era la contestación que esperaba sin embargo no estaba preparado para oírla por eso se quedó rígido en la postura que estaba. Tuvo que ser Carmen quien le ayudara a levantarse, se miraron a los ojos y juntaron sus bocas. Seguro que los camareros de la entrada de la sala juraron a quienes les preguntaron, que vieron como una explosión y después saltar chispas cuando el hombre y la mujer se besaron.

Salieron de la cafetería abrazados y caminaron un poco por la calle hasta que Juan paró un taxi que les llevó hasta el Notario. Carmen firmó la escritura como única propietaria ya que así lo habían acordado María, Tomasa y Paco. Juan le dijo a Carmen que guardara el dinero y que cuando salieran de la Notaría lo ingresarían en la cuenta de la inmobiliaria, cosa que sucedió una hora más tarde.

— Bien futura señora Sánchez y ahora qué hacemos. —preguntó Juan a su prometida. Ella acaricio su cara sonriendo y le dijo que la llevara a comer a un sitio donde pudieran hablar con tranquilidad y luego, irían a la peluquería “Las Flamencas” para que conociera a María y a su madre y a lo mejor a Paco, si es que no estaba trabajando.

Durante la comida, Carmen explicó cómo había su infancia en el poblado, como había sido la vida de María y la de su madre y cómo habían terminado viviendo todos juntos. No le ocultó que desde que tenía 12 años jugaba en la cama con su abuelo, con su madre, con María y con Paco, y lo felices que eran hasta que la droga entró en el poblado, las sospechas que su abuelo había contado a los policías y como más tarde habían asesinado a su abuelo, tampoco ocultó la entrada del Ismael a su casa queriéndosela llevar a ella, la que se formó y cómo Paco finalmente dio muerte al Ismael, cómo entre ella y Paco se deshicieron de su cuerpo y porqué habían tomado la decisión de que Paco la preñara, así tendrían una excusa ante los policías para irse muy lejos de allí y que sin embargo Paco, que es muy inteligente les aconsejó que lo mejor era mezclarse con los payos para que nadie les encontrase. En cuanto al dinero para comprar la casa le dijo que era una herencia de su abuelo sin precisar más; cuando Carmen terminó su relato se quedó en silencio, lo mismo que Juan, que necesitó de un poco de tiempo para asimilar todo lo que ella le había contado, pero enseguida se repuso, la cogió una mano y se la besó con ternura, Carmen se derritió con ese gesto.

Después de comer Juan llamó al despacho de la inmobiliaria para decir que se tomaba el resto del día libre para asuntos personales y acompañó a Carmen a la peluquería “Las Flamencas” para que conociera a su madre y a María. Juan se imaginó a su futura suegra como una señora de pelo canoso, sin embargo cuando la tuvo delante se quedó sin habla. Tomasa y María llevaban unos vaqueros muy ajustados y una camisa color sangre con el nombre de la peluquería bordado a la altura del corazón, era muy difícil por no decir imposible no fijarse en aquellas dos mujeres que tendrían su misma edad, con cuerpos que quitaban la respiración. Tomasa y María estuvieron muy cariñosas con Juan después de que Carmen les enseñara el anillo de pedida, atendieron a una clienta y cuando terminaron empezaron a recoger para ir a celebrar la futura boda de su hija. Las dos mujeres se metieron en el cuarto donde se cambiaban de ropa.

— Parece un buen hombre y es muy simpático. —dijo María.

— Es muy guapo, yo lo único que deseo es que haga muy feliz a mi hija. —dijo Tomasa quitándose la camisa para ponerse un suéter encima, María se puso frente a ella también sin camisa y la abrazó besándola en la boca, ambas se frotaron los pechos y acabaron con los pezones como piedras.

— ¿Has visto cómo nos miraba? —dijo Tomasa mirando a su amiga.

— Sobre todo entre las piernas, anda que no se le iban los ojos ahí. —dijo María.

— Te dije que con estos pantalones se nos marca demasiado el conejo. —dijo Tomasa acariciando a María entre los muslos.

— Deja de tocarme o no saldremos de éste cuarto. —dijo María.

— ¿Y si les invitamos a entrar? Seguro que con esa altura a lo mejor tiene el miembro como un gigante. — dijo Tomasa apretando la vulva de María.

— Vale ya. —dijo ésta apartándole la mano.

— Oye desde cuando no quieres que te toque. —Se quejó Tomasa.

— Desde que nos está esperando tu hija ahí afuera o lo has olvidado. — le recordó María.

— ¡Coño es verdad! Me pones tan cachonda que se me había olvidado. —dijo Tomasa poniéndose un suéter azul oscuro.

— Pues espabila. —le dijo María dándole un azote en el culo.

Al salir las dos mujeres Juan se quedó aún más impactado, ambas mujeres seguían con los vaqueros pero María vestía un suéter de color rojo chillón y Tomasa con el suéter de color azul oscuro, la mirada se le iba de una a la otra sin querer.

— Están buenas ¿eh? —le dijo Carmen guiñándole un ojo con una sonrisa.

— Sí bueno —carraspeó Juan—las dos son muy guapas —dijo para salir del apuro— pero recuerda que sólo tú eres y serás mi reina. —contestó besando los labios de Carmen ligeramente.

— Yo seré tu reina pero tú serás un sultán, ya lo verás. —le contestó Carmen y Juan se desconcertó, quizá quería decir un rey en vez de un sultán, en cualquier caso dejó de pensar en ello pues su futura suegra y María se acercaban.

Fueron a una cafetería estuvieron charlando un par de horas. María y Tomasa pudieron corroborar que Juan era un tío estupendo para Carmen, al llegar la noche le invitaron a cenar y a Juan no le quedó más remedio que aceptar la invitación.

La estancia en casa de Carmen fue un auténtico suplicio para Juan, ya que Tomasa y María se cambiaron la ropa sustituyéndola por unas simples camisetas que sólo les tapaba un poco los muslos, encima ellas gozaron excitando al pobre hombre. Después de cenar llegó el momento de hablar de verdad sobre la boda. Juan con muy buen criterio dijo que no quería esperar mucho tiempo para que el embarazo de Carmen no se notase demasiado.

— Hombre Juan —dijo María— notarse se tiene que notar que una mujer está en cinta.

— Ya lo sé, lo que pasa es que todavía hay curas que miran con malos ojos a la novia cuando está embarazada y no me gustaría que mirase mal a mi gitana. —dijo Juan mirando con ternura a Carmen.

— Juan tiene razón —dijo Tomasa— mañana mismo vamos a comprar el vestido de la novia y hablamos con el cura de este barrio para que os case lo antes posible.

Llegado el momento Juan se despidió y Carmen bajó al portal para acompañarle, pero en realidad estuvieron varios minutos besándose de manera apasionada.

— ¿Qué te ha parecido mi familia? —quiso saber ella.

— La verdad es que me han impresionado, no me esperaba que fueran tan guapas. —respondió Juan.

— Tan guapas y con esos cuerpazos, menudos apuros has debido pasar ¿no? —dijo Carmen bromeando para ponerle en un compromiso.

— Carmen por favor. —se quejó Juan colorado como un tomate cosa que ella no valoró ya que estaba de vuelta de muchas cosas respecto a Juan.

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