Nómadas2
Historia de gitanos
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Nueve meses después María parió a Raúl y aunque se sabía que era hijo del Rogelio el Ismael lo tomó y crió como suyo para acallar las habladurías. Tres años después María volvió a parir otro chico, Paquito, y el Ismael pregonó por el poblado que éste sí era hijo suyo ya que habían celebrado las navidades ellos solos, después del nacimiento del pequeño volvieron a celebrar la navidad con el Rogelio y su familia, pero había un cambio en la familia del Rogelio y es que la Chata había sido casada con el Rana que también vivía en la casa.
Esa navidad se celebró en casa del Ismael y María, ya que ella tenía que amamantar a Paquito. Cuando llegó el momento de la diversión, Ismael enganchó a la Chata y no pensaba soltarla en toda la noche, la Fea, mujer del Rogelio se hizo cargo del pequeño Paquito y lo cogió en brazos mirando cómo el Rogelio y el Rana se daban un banquete mamando la leche de los pechos de María, ésta protestó porque la leche de sus pechos era para su hijo pero no le hicieron caso y para que dejara de molestar el Rana empezó a hacerla el culo y el Rogelio le metió la polla en la boca, eso fue suficiente para mantenerla callada.
Mientras tanto, La Chata estaba a gatas sobre la cama dejándose hacer el culo por Ismael, la Cuqui se puso detrás del Ismael y empezó a pasarle la lengua por los huevos y el culo, la Espina se puso encima de la Chata y agarrando al Ismael por los pelos pegó su cara contra su conejo.
Después de que el Rana eyaculara le dijo a su suegro que se pusiera él, Rogelio se cercioró antes de que el Ismael seguía entretenido, luego se puso detrás de María, la abrió el conejo y clavó su lengua en la vagina de la muchacha, ella intentó apartarse porque adivinaba las intenciones del Rogelio, entonces el Rana la tapó la boca para que el Ismael no la oyera y así el Rogelio envainó su polla en la vagina de ella y bombeó su conejo con decisión al tiempo que frotaba el clítoris de la muchacha.
María terminó explotando de gusto y se relajó de esa forma el Rogelio pudo regarla por dentro con su semen cómodamente. Cuando Rogelio se salió de ella María pensó que había acabado todo, lo malo es que el Rana también quería catarla y ocupando el sitio que antes había ocupado su suegro agarró a María por las caderas y de un empujón le empotró la polla hasta el fondo, Rogelio se encargó de taparla la boca para que no chillara mientras el Rana le bombeaba el conejo. Ella no sentía placer con el Rana y nada tenía que ver que estuviera cabreada, lo que pasa es que el Rana la tenía pequeña en comparación a su marido y a Rogelio, pero el jodío Rana estuvo mucho rato bombeándola hasta que por fin se corrió. Sobre las cinco de la mañana Ismael y María se retiraron a su casa para que sus hijos descansaran, sobre todo Paquito el más pequeño. El Ismael despertó a la una de la tarde al día siguiente entonces fue cuando su esposa le contó que el Rogelio y el Rana se lo habían hecho por el conejo a la fuerza y el Ismael montó la gorda.
Volvieron a plantear el pleito al Gran patriarca y éste antes de llegar a una conclusión decidió preguntar a la mujer de Ismael si había consentido que la preñaran, ésta se echó a llorar jurando y perjurando que el Rogelio y el Rana lo había hecho en contra de su voluntad. El Rogelio se quedó sin palabras porque pensaba que María no le denunciaría y el Rana culpó a su suegro diciendo que éste la había obligado y como estaba bebido no sabía lo que hacía.
— Necesitaste ayuda para hacérselo a María. —le preguntó el Patriarca.
— No, me basté yo sólo. —contestó orgulloso.
— Entonces no estabas tan bebido como me dices pues sabias lo que hacías por tanto eres tan culpable como Rogelio. —dijo el Patriarca y el Rana se echó a llorar pidiendo perdón, todos fueron testigos de su cobardía y nadie se apiadó de él, ni si quiera su esposa la Chata.
— Pido que se me escuche antes de dar sentencia. —exigió Rogelio.
— Habla. —dijo el Patriarca.
— María ha dicho que el Rana y yo se lo hicimos contra su voluntad, es verdad que intentó escapar de nosotros la primera vez pero yo se lo hice tres veces y creo que el Rana dos, ella se estuvo quieta en todo momento, ya no intentaba escapar ¿cómo se explica eso? —terminó de decir Rogelio dando a entender que María era consentidora.
— Yo te contestaré —dijo María alzando la voz— claro que luché para librarme de vosotros la primera vez pero no me sirvió de nada, los dos os corristeis dentro de mí al final, luego, cuando volvisteis a hacérmelo ya no intenté librarme porque el mal ya estaba hecho pero dime una cosa Rogelio ¿acaso gemí mientras me lo hacías?
— No. —contestó éste.
— ¿Acaso jadeé como una perra?
— No, te quedaste quieta como una muerta. —contestó Rogelio.
— Ahí tienes la explicación. —dijo finalmente María dejando al Rogelio desconcertado.
— No has explicado nada. —dijo Rogelio.
— Yo creo que sí —dijo el Patriarca— María quiere decir que de nada la hubiera servido resistirse las otras veces pues ya llevaba vuestra semilla en su interior, como ella ha dicho: el mal ya estaba hecho.
El Patriarca los miró unos minutos en silencio pensando pues no era un pleito de fácil solución, pasados unos minutos dictaminó que el Rogelio debía resarcir a Ismael prestándole a su mujer, Ismael protestó rápidamente alegando que la mujer del Rogelio no le atraía porque era fea cosa que todos sabían de sobra, el Patriarca le dio la razón y concedió a Ismael que preñara entonces a la hija casada del Rogelio, la Chata. El Rana protestó diciendo que ella no tenía culpa en lo que había sucedido y el Patriarca le dijo que entonces ocupara el lugar de su esposa para que Ismael le hiciera el culo durante diez días, al escuchar eso el Rana se negó y guardó silencio.
El Patriarca anunció a Rogelio y al Rana que forzar a una mujer no podía quedar sin castigo, por tanto los sentenció a la máxima pena: 40 latigazos a cada uno que él mismo se encargaría de ejecutar dentro de dos días. A María le preguntó que si quería tener a ese hijo y al contestar ella que no le dijo que si tenía una falta fuera a visitar a la partera, para que ésta le diera las hierbas para que pudiera abortar. En cuanto a Ismael le dijo que dispusiera de la Chata diez días, tiempo suficiente para dejarla preñada y a ésta, la advirtió que debía concebir al hijo de Ismael. Nadie dijo nada acatando la sentencia.
— ¡Sea pues! Podéis iros pero tú María quédate, quiero hablar contigo.
Todos salieron a la calle y regresaron a sus chabolas, el Ismael que no pensaba en otra cosa que en la Chata ni siquiera se acordó de María, su esposa.
Cuando todos se fueron la casa quedó en silencio un momento pero enseguida María y Tomasa, hija del Patriarca se fundieron en un abrazo cariñoso pues se conocían desde niñas. Poco a poco el abrazo fue cobrando pasión a medida que se acariciaban el cuerpo y cuando las dos mujeres juntaron sus bocas se inició el fuego. El Patriarca sonrió al verlas y se sentó a la mesa con un vaso de vino para gozar viendo a las dos mujeres revolcarse por la cama.
<< Había un hecho dramático que les unía a los tres: María, el Patriarca y su hija Tomasa. Seis meses atrás el Patriarca había enviudado, su hija Tomasa también había quedado viuda con 18 años los mismos que su amiga María y ésta había perdido a sus padres, todo el mismo día y por avatares del destino. Resulta que la madre de María y la mujer del Patriarca eran intimas amigas. Un día las dos mujeres iban a comprar al mercado acompañadas por el padre de María y el Rubio, marido de la Tacones, al volver de regreso, cruzaron una carretera y fueron atropellados por un autobús; al parecer y según la autopsia fallecieron los cuatro a la vez.
El Patriarca dijo que nada ocurría en la vida por que sí, que Dios Nuestro Señor tenía un propósito que lo hombres no alcanzaban a comprender, esas fueron las palabras que profirió en el entierro; al llegar al poblado Tomasa, la hija se trasladó a vivir con su padre. Padre e hija se consolaron mutuamente dándose cariño, María les visitaba con mucha frecuencia ya que les unía la amistad y la desgracia. Precisamente en una de esas visitas la joven María fue testigo de cómo el Patriarca preñaba a su hija al hacerla su mujer. Toda la Comunidad creyó que el hijo que esperaba la Tacones era de su difunto marido y la humilde gente del poblado se solidarizó aún más con ella, por supuesto que ni ella ni su padre iban a sacarles del error y María, la única que sabía la verdad nunca diría nada pues por el Patriarca y su amiga era capaz de dar su vida >>.
Estando María y Tomasa descansando sobre la cama agarradas de la mano se acercó el Patriarca y como si de un padre se tratara besó en la boca a cada una con ternura, ellas le agarraron tirándole sobre la cama y como cuando eran niñas empezaron a hacerle cosquillas y él a reír tanto que se le saltaron las lágrimas, pero hubo un momento en que las dos mujeres comenzaron a quitarle la ropa hasta dejarle desnudo completamente, las dos observaron el cuerpo fibroso y nervudo del hombre pero sólo a María le brillaban los ojos, fue ella precisamente la que acarició el miembro del Patriarca, sin duda más largo y grueso que la de Ismael y el Rogelio.
Tomasa se subió encima de su padre colocándole su entrepierna en la boca y María empezó a lamer con amor los genitales del abuelo, como le llamaba desde que era niña. El Patriarca tenía mucha experiencia en el sexo adquirida en el extranjero y pudo abastecer a las dos jóvenes hasta dejarlas agotadas, y a pesar de que las dos se habían corrido ya volvió a chuparlas el conejo hasta que se corrieron de nuevo.
— ¿Estáis preparadas para recibir mi leche? —les preguntó.
— Yo sí. —contestó Tomasa abriendo la boca.
— Abuelo yo quiero que me la eches dentro. —le pidió María.
— Ya me gustaría mi niña pero no puede ser.
— ¿Por qué? Estoy en cinta por culpa del Rogelio y el Rana y tengo que ir a ver a la partera para que me de las hierbas ¿qué más da?
— No se trata de lo que te importe o no te importe María es que te debes a tu esposo. —María se incorporó poniéndose de rodillas sobre la cama y tomó la cara del Patriarca entre sus menudas manos.
— Me casé con Ismael porque así lo dijeron mis padres, soy la esposa de Ismael y madre de uno de sus hijos pero tú sabes igual que yo que siempre seré tuya, es culpa del destino que no estemos juntos, por eso te pido que tomes lo que es tuyo abuelo.
— No me tientes pequeña.
— Vamos abuelo, sé que cuanto me deseas y no creo que hagamos ningún mal si sólo nosotros lo sabemos.
El Patriarca le miró a la cara pero fue María la que le selló los labios con los suyos, la que agarró el venoso miembro acariciándolo para estimularle y al final el Patriarca sucumbió, tumbó a María sobre la cama, la separó las piernas y descendió sobre ella ensartándola hasta el fondo, María gimió, jamás imaginó que un hombre podría estar tan adentro como lo estaba el abuelo en ese momento.
Tomasa se alegraba por su amiga pero sobre todo por su padre y pensaba que era una crueldad que estando tan juntos estuvieran tan separados. Observaba a los amantes emocionada y excitada sin atreverse a intervenir pero frotándose el conejo. Jamás había visto a su padre poseer a una hembra como lo estaba haciendo con María. La abrazaba con pasión, la besaba el cuello con delicadeza y luego se lo lamía, juntaba su boca con la de ella besándola con tanta intensidad que cuando se separaban María respiraba como los peces fuera del agua y todo ello sin dejar de bombear a su amiga, la cual no paraba de gemir, también vio que su padre se encorvaba para alcanzar los pechos de la joven, observó cómo se los chupaba con ansia y el gozo en sus ojos cuando mordía los oscuros pezones, a Tomasa no le extrañó que María se corriera con un grito ya que ella misma estaba a punto de correrse, se aguantó creyendo que su padre también se iba a correr pero no fue así, porque el Patriarca se salió de María para ladear su cuerpo casi inerte, la separó una pierna y volvió a atravesarla hasta el fondo.
María gritó al sentirse empalada por el Patriarca, jamás imaginó sentir las cosas que estaba sintiendo, era como si estuviera en un estado permanente de gozo y cuando iba a correrse el abuelo se la sacó y la puso a gatas sobre la cama, ella pensó que se lo iba a hacer así pero de nuevo se vio sorprendida cuando él tiró de ella para que se incorporara, vio que el Patriarca estaba de rodillas pero no imaginó lo que iba a hacer hasta que se vio obligada a sentarse sobre él; ella misma se empaló en el Patriarca con el peso de su cuerpo.
María se quedó un momento quieta, sorprendida, en esa postura el Patriarca le amasó los pechos provocando que sus pezones expulsaran hilillos de leche materna, Tomasa se quedó impactada al verlo pero enseguida arrimó la boca y comenzó a mamar los pechos de su amiga que la miraba sorprendida. María acordándose de su hijo rogó a Tomasa que no continuara pero ésta desoyó su ruego, le apretó el pecho y siguió mamando con fuerza. La joven María quería apartarla pero no podía porque el Patriarca le sujetaba por las muñecas inmovilizándola, esa sensación de indefensión la excitó hasta casi volverla loca, el calor que notaba en el conejo se extendía ahora por todo su cuerpo hasta sentirse arder, el Patriarca la soltó las muñecas la sujetó por las caderas y la elevó un poco para luego soltarla, María cayó de golpe sobre la dura polla del Patriarca y explotó.
La intensidad del orgasmo provocó que no pudiera contener su vejiga y se le escaparon varios chorros de pis, entonces la mano del abuelo empezó a frotarla el clítoris (aunque ella lo llamaba el botón del gusto) cerró los ojos y se abandonó perdiendo el mundo de vista, al volver abrirlos se encontró boca arriba sobre la cama, el Patriarca la abrazaba con fuerza transmitiéndole el calor de su cuerpo, notó mucho gusto en su conejo debido a que él se lo bombeaba con rapidez, cuando le oyó jadear supo que se iba a correr entonces puso las manos sobre las nalgas del viejo y lo apretó contra ella, dos segundos después el Patriarca explotó expulsando toda su pasión en su interior, el gusto la cegó por un momento y el tiempo le pareció que se detenía; cuando volvió a abrir los ojos notó que el corazón le latía tan deprisa que amenazaba con detenerse pero ella no le dio importancia porque ahora que conocía la felicidad no pensaba dejarla escapar.
Minutos más tarde el Patriarca se salió de María y se dejó caer de lado sobre la cama, estuvo así unos segundos y luego se acomodó bocarriba. Tomasa vio que todavía le salía leche de la punta del miembro y se lo metió en la boca para limpiárselo, cuando calculó que el capullo ya estaba limpio se fijó que del conejo de María manaba semen como si fuera un manantial y sin poderse contener aplicó la boca y comenzó a lamer la vagina de su amiga.
— No por favor, ahora no Tomasa. —rogó María tratando de apartar su cabeza con las manos.
— ¡Tomasa coño! Déjala descansar. —exclamó su padre sin levantar la cabeza de la almohada.
— No puedo padre.
— Pues aguanta un poco. —dijo el Patriarca.
María al verse liberada de la boca de Tomasa encogió las piernas y el cuerpo como si fuera un feto y no dio señales de vida hasta un cuarto de hora más tarde estirándose sobre la cama.
— Hija por favor tráeme el cubo que me meo. —dijo el Patriarca y Tomasa bajó de la cama y caminó hasta el rincón donde estaba el cubo que hacía las veces de aseo, regresó hasta la cama y vio a su padre sentado al borde, entonces le agarró el pene sosteniéndolo mientras él vaciaba la vejiga en el cubo, cuando su padre cesó de mear se la sacudió y le lamió la punta, se puso de pie y devolvió el cubo a su rincón, bebió un poco de agua recogiéndola de una olla con un vaso y a su regreso se tumbó en la cama al lado de su padre; éste puso una mano sobre su nalga.
— Qué culo tienes Tomasa, me vuelves loco. —dijo el Patriarca apretando una nalga con fuerza.
— Eso lo dices ahora padre pero yo sé que es el de María el que te vuelve loco de verdad.
— Te equivocas hija es María entera lo que me produce locura.
— ¿Tanto la quieres? —el Patriarca miró a su hija antes de contestar a su pregunta.
— Hay veces que siento que sería capaz de matar por tenerla conmigo, pero no temas, no voy a hacerlo es sólo un pensamiento malo que enseguida me quito de la cabeza.
— Padre la María tiene los ojos abiertos y te está mirando, creo que te ha escuchado. —le dijo Tomasa en voz baja.
— Me da igual que me escuche Tomasa cuando un hombre quiere a una mujer como quiero yo a María es capaz de todo.
María había escuchado lo que había dicho el Patriarca pero guardó silencio aunque por dentro el corazón casi le explotaba de felicidad. Se incorporó de rodillas y se agachó sobre el abuelo para besarle en los labios, él la sujetó por la nuca e introdujo su lengua dentro de su boca buscando la de ella, los dos se enzarzaron en un apasionado beso que a Tomasa le pareció que duraba un siglo. Cuando dejaron de besarse y se miraron Tomasa estaba segura de que se entendían con la mirada, luego María se tumbó sobre la cama apoyando la cabeza sobre el muslo del Patriarca y comenzaron a charlar de cuando ella y Tomasa eran pequeñas.
El Patriarca se levantó de la cama y sin decir nada caminó descalzo hasta una alacena, la abrió y sacó un bulto pesado envuelto en tela, al retirar la tela María descubrió que era un jamón serrano, lo conocía porque los había visto muchas veces en esa casa. El viejo cogió la navaja del bolsillo de sus pantalones y cortó finas lonchas depositándolas en un plato, luego dobló la navaja, tapó el jamón con la tela y lo devolvió a la alacena, cogió el plato y regresó a la cama donde aguardaban las dos jóvenes y las alimentó porque parecían hambrientas.
— Deberías regresar a tu casa pequeña. —le dijo el Patriarca a María.
— ¿Ya han pasado tres horas?
— No, dos y el Ismael empezará a echarte de menos.
— Ése en lo único que piensa es en la Chata —dijo María y los tres se echaron a reír—a Paquito no le toca el pecho hasta dentro de tres horas, así que todavía me queda una.
— ¿Y qué piensas hacer con esa hora que te queda? —preguntó Tomasa mirándola a la cara.
— Pues pienso en que como ya he comido jamón ahora me apetece conejo.
Con una sonrisa de satisfacción Tomasa se puso encima de su amiga en posición invertida y ambas empezaron a chuparse y a darse gusto bajo la atenta mirada del Patriarca que de vez en cuando metía un par de dedos en la vagina de su hija y luego se los lamía.
Casi tres horas después María regresaba a su casa con una sonrisa de satisfacción pese a que las piernas le temblaban pero cuando entró en su casa se le congeló la sonrisa. Sobre la cama estaba su marido y debajo de él la Chata. La sujetaba con fuerza mientras la bombeaba y ella jadeaba igual que una perra, su hijo Paquito estaba también sobre la cama un poco retirado de ellos, le pareció imposible que estuviera dormido con los meneos que le daba su padre a la Chata; el Ismael paró de bombear cuando la vio, se salió de la joven y se bajó de la cama con la polla tiesa y dura.
— ¿Dónde está Raúl? —preguntó.
— Está en casa de Rogelio a fin de cuentas también es su hijo y como tardabas he pensado que lo mejor era cumplir la sentencia del Patriarca. —le contestó Ismael.
— ¿Es lo mejor para ti o lo mejor para los dos? —dijo María mirando con fiereza a su esposo y a la Chata.
— María entiéndelo, tenemos que cumplir la sentencia. —se excusó la Chata.
— Pero podíais haber esperado a mañana ¿no?
— ¿Y qué más da hoy que mañana? —dijo Ismael.
María no se molestó en contestar a su marido y lo apartó de mala gana, se acercó a la pila, cogió un vaso y se lo llenó de agua hundiéndolo en una olla cercana. El pequeño Paquito despertó de pronto y empezó a llorar reclamando su comida, María trepó por la cama, lo cogió y se sentó en el borde, se desabrochó la parte alta del vestido, se sacó un pecho y en cuanto arrimó el pezón a la boca del niño éste lo enganchó y comenzó a mamar, afortunadamente los pechos de María contenían bastante leche materna para él. Mientras María le cantaba se percató de que la Chata se lamía los labios mirando la polla tiesa de su esposo no la culpó pues el Rana la tenía pequeña, supo entonces que ella era la debilidad de su marido dando por seguro que entre ellos había “algo”.