Nochevieja con mi cuñada

Vamos a estar aquí solos por poco tiempo, cuñado. ¡Es ahora o nunca!

Caminaba por la calle de vuelta a casa de mis suegros, muy tarde de madrugada. Aquella había resultado ser una Nochevieja muy aburrida. Como todos los años, nos reunimos la familia de mi mujer en casa de sus padres, cenamos, y a continuación nos íbamos de fiesta. Aquel día me pilló especialmente cansado, y cuando llevábamos tan solo una hora en la discoteca le dije a mi mujer que me iba a dormir, que no aguantaba más. No le importó, estaba con los amigos y, al fin y al cabo, la casa de mis suegros quedaba cerca.

Sin duda, mientras recorría las ruidosas calles, en mi cabeza estaba dando la noche por terminada cuando, al doblar una esquina, me crucé con mi cuñada. Dos años menos que mi mujer, tenía un parecido tremendo con ella, y más entonces, pues habían escogido un vestido ceñido muy similar al de su hermana.

-¡Hombre, cuñado! ¿Cómo tú por aquí?- Iba sola y se le notaba bastante contenta.

-Pues no aguantaba más y me pillas yéndome a dormir a casa de tus padres, cuñada. Es lo que tiene vivir a las afueras y no poder coger el coche.

-Ya somos dos, cuñado. He dejado a mi marido con sus colegas. Tengo los pies destrozados, y creo que he bebido demasiado.- Tras decir esto, se apoyó en mí y fuimos andando juntos y riéndonos. Hay que decir que, por lo general, mi cuñada y yo no nos llevábamos especialmente bien, pero que alcohol mediante era otra historia.

Llegamos al portal. Mis suegros y mi cuñada vivían en el mismo edificio. Me eché las manos al bolsillo en busca de las llaves pero estaba vacío.

-¡Mierda! ¡Me he venido sin llaves, las tiene tu hermana! Y para colmo estoy sin batería en el móvil para avisarla

-Joder, cuñado, tienes suerte de poder quedarte en mi casa, porque hoy es un mal día para dormir en la calle. Coges mi móvil y la avisas.

Entramos en su casa, y mientras ella se disculpaba e iba al baño, yo me senté en el sofá del salón y encendí la televisión, casi por inercia, pues no había nada interesante. El salón acababa de ser readornado con muebles de Ikea. De los dos sofás, uno estaba lleno de cajas y trastos.

Para cuando me quise dar cuenta, mi cuñada había vuelto del baño y se había sentado a mi lado. Se había quitado los zapatos y sentado con las piernas estiradas y cruzadas. Las medias negras que se perdían bajo el vestido estaban estiradas. Una de ellas tenía una pequeña carrera. El ceñido vestido granate destacaba su abultado pecho, más grande que el de mi mujer. Su mirada, somnolienta, enfocaba sin interés la televisión.

-La programación de nochevieja da asco.- Dijo tras bostezar. A continuación, y para mi asombro, se apoyó en mi hombro. -No te importa, ¿Verdad, cuñado? No puedo con mi alma, pero no quiero dormir.

-En absoluto, cuñada.- Lo cierto es que me importaba más de lo que hubiera podido admitir en ese momento. Mi brazo derecho estaba en contacto con su pecho izquierdo, y al acercarse se había sentado sobre mi mano, cosa que parecía no importarle.

El aroma de su perfume ascendía en el aire, su pelo me acariciaba la mejilla, y mi imaginación, aunque hubiese querido evitarlo, me gastaba una mala pasada. No había manera de frenar aquello, en apenas un par de minutos en mi entrepierna se había formado un bulto difícil de disimular.

Era una situación bastante incómoda. No me convenía que la hermana de mi mujer me descubriera empalmado. Confiando que se hubiera dormido o que, simplemente, hubiera pasado desapercibido para ella, la miré de reojo. Error. Su ojos, abiertos de par en par, miraban fijamente y en silencio mi entrepierna. Así estuvimos durante varios minutos, sin decir nada ninguno de los dos.

-Un día me dijo mi hermana que tienes una polla enorme.- Dijo de pronto, acabando con aquel silencio de un modo que podría haberme causado un infarto.

-¿Qué dices, loca de los huevos? ¿Desde cuando habláis mi mujer y tú de mi polla?- Dije, no sin razón.

-Como si estuviéramos a todas horas hablando de pollas, imbécil, solo fue una vez y porque surgió en tema.

-Toma, eso es algo que nosotros no hacemos nunca.

Seguíamos apoyados en uno al otro en el sofá, y su mirada seguía fija en mi paquete.

-Me dio la sensación de que la tienes más grande que mi marido, pero yo no me lo creo. Mi hermana es una fanfarrona.

-Cuando quieras te la enseño, cuñada.- La broma, en bandeja e inocente, fue seguida del más pesado de los silencios.

De reojo, puede apreciar su mirada, serena y con los ojos entrecerrados y una media sonrisa seguía puesta en mi entrepierna. De pronto giró la cabeza y me miró, manteniendo la sonrisa.

-Pero solo para salir de dudas, cuñado. Ni tocar ni nada, solo para salir de dudas. Vamos a estar solos aquí por poco tiempo, en ahora o nunca.- Estaba claro que la embriaguez de los dos nos dio el punto justo de desinhibición para olvidarnos de lo peligroso que era todo aquello.

-Estás como una puta cabra.- Dije, mientras mis manos iban al cinturón. Ella se irguió y se apoyó en el sofá con una sonrisa, ahora nerviosa, y su mirada iba de mi entrepierna a mi cara alternativamente.

Terminé de desabrochar el pantalón y me los fui bajando hasta las rodillas, dejando los calzoncillos a la vista. Después, los agarré y miré fijamente a mi cuñada.

-¿Estás segura de esto?

-Que sí, joder, solo es enseñarme la polla, no es el fin del mundo.

Tiré hacia abajo y mi polla rebotó a su vista. Pude apreciar la sorpresa en su rostro mientras friccionaba sus piernas se tapaba la boca.

-Que hija de puta, tenía razón.

-¿Ya estás contenta? Ahora te toca a ti, ¿no?

Mi cuñada mudó el rostro. Estaba claro que eso era dar un paso más a aquel peligroso juego, y ella, consciente de ello no parecía muy por la labor.

-Eh, cuñada, que no va a pasar nada, solo es enseñar, tú misma lo has dicho.

Tras volver a mirarme la polla, algo cambió pareció convencerla y, lentamente, se remangó el vestido y, lentamente, fue bajandose las medias. Del negro de las mismas, sus piernas pasaron a la tibia piel rosada. Me miraba con una mezcla de diversión y desconfianza. Se las sacó por los pies y, a continuación, volvió a remangarse el vestido. Procuró que no se viera nada mientras deslizaba sus bragas hasta el suelo. Quedó como antes, el ventido en su sitio, pero debajo no llevaba nada.

-Bueno, qué, ¿me enseñas lo que hay ahí o no?

-No, ahora te jodes.- Dijo mientras sonreía.

-Anda ya, no seas injusta.- Alargué la mano hasta su vestido y tiré suavemente hacia arriba. Ella no se opuso pero, cuando alcancé el punto crítico, rocé con mis dedos su coño mientras terminaba de tirar para arriba. Estaba medio depilado y ofrecía un aspecto que mi polla consideraba satisfactorio.

-¡Eh, eh, eh! Dijimos nada de tocar, cerdo.- Tenía razón, aquel roce había contravenido las normas no escritas.

-Joder, cuñada, solo te lo he rozado, ni que te hubiera hecho un dedo.- Aquello, dicho en voz alta, no sonaba tan mal como dentro de nuestras cabezas. Tras un silencio ella dijo:

-Bueno, en realidad eso no es follar, ¿no?

-Cierto, no es como si estuviéramos engañando a nuestras parejas mientras no follemos.

Dicho esto, ella, más decidida, alargó su mano hasta polla. Tenía la mano fría, o era mi polla la que estaba caliente. El caso es que, al hacer contacto, puso cara de asombro y deleite. Mientras comenzaba a subir y a bajar mi mano se posó sobre su monte de venus rasurado. Ella, lentamente, fue abriendo las piernas para dejarme vía libre. Mis dedos se extendieron entre sus labios mientras ella cerraba los ojos invadida por el placer.

Así estuvimos durante un rato. El silencio se extendía por el salón, solo interrumpido por algún suspiro aislado, intermitente.

-Esto… no es engañar... solo es una paja.- Dijo ella entre jadeos, mientras mis dedos viajaban de su orificio para traer lubricación hacia su clítoris. Su mano recorría mi polla, abarcándola tanto como podía y apretando con fuerza, con deseo.

De pronto se puso de lado, y para seguir manteniendo las piernas abiertas, puso su izquierda sobre mi derecha, y se arrimó más a mí. Me miraba con expresión seria, casi enfadada, que alternaba con expresión de placer.

-Estoy pensando…- Dijo. -Que si me la acercas al coño, pero sin meterla, tampoco pasaría nada.

Antes de que pudiera contestar, se había estirado para acercar su coño a mi polla. Durante unos instantes, los dos apoyados sobre el costado en el sofá, en una postura bastante incómoda, froté mi polla entre sus labios vaginales.

-Espera… así vamos a estar… más cómodos.- Dijo mientras me volvía a sentar y ella hincaba una rodilla en el sofá y pasaba su pierna sobre mí. Yo tuve tanta culpa como ella: no hice nada por evitarlo.

-No la metas ¿eh? Todavía no hemos hecho nada malo.

Estaba semi sentada sobre mí, con el vestido remangado, y yo, con los pantalones por los tobillos. Mi polla apuntaba directamente a su depilada entrepierna. Bajó para frotar un poco, pero por lo visto no le supo a mucho.

-Méteme solo la punta, la punta nada más.- Yo, obediente desde hace rato, no quería contradecir a mi cachonda cuñada.

Su boca se abrió mientras cerraba los ojos al sentir como mi capullo empezaba a abrirse paso. Le agarré el vestido y se lo subí por encima de sus tetas. Su sujetador granate se abrió fácilmente. Sus enormes tetas bailaron delante de mí.

-Yo creo que… -Dijo mientras bajaba e introducía poco a poco mi polla. -Que ya va siendo hora… -Dijo bajando un poco más. -De dejarnos de tonterías. -Dijo cuando entre nuestras caderas solo se encontraban mis huevos.

Con un sonoro suspiro volvió a subir hasta la punta y bajó un poco más rápido. Fue aumentando el ritmo de la penetración hasta alcanzar una velocidad que dejaba ver la pasión que habíamos ido acumulando. Nunca nos habíamos llevado especialmente bien, lo que añadía un punto de fuerza y de furia que hacía de aquello un espectáculo.

Ella se agarró al respaldo del sofá mientras movía con elegancia sus caderas de arriba a abajo sobre las mías. Una de is manos se deleitaba en sus enormes pechos mientras la otra disfrutaba de su baile sobre una de sus nalgas.

Desde el pasillo se hubiera oído su orgasmo, seguido del mío.

Mi mujer esperaba en el rellano, acababa de llegar con las llaves.

-Deberíamos haberlo dejado en la paja, joder, cuñada.-

-Tienes toda la razón, cuñado. La próxima vez lo dejaremos ahí y ya está.

La miré sonriendo. -Hay que ver lo puta que estás hecha.-

Ella también sonrió -Que te den por culo, imbécil.- Y cerró la puerta.