Noches y noches

Historia de una relación erótica entre una madre y un hijo. Tercera entrega de la serie.

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Para entender este relato, es necesario haber leído los que lo preceden: la 1era parte: https://www.todorelatos.com/relato/148237/

y la 2da parte: https://www.todorelatos.com/relato/148252/

Ahora bien, quiero agradecer todas las palabras de aliento que he recibido en estos días. Sinceramente no creí que mi trabajo sería recibido de una manera tan calurosa. Igualmente, dejo mi correo para cualquier comentario, duda o sugerencia que les surga.Un saludo :D


Así comenzó todo. Cada noche repetíamos casi con idéntica manera ese procedimiento: nos dábamos un pico de “buenas noches”, permanecíamos acostados boca arriba un rato y luego yo la tomaba de la mano y la guiaba hacia mi dicha. Nunca hablábamos durante el “acto”; a lo mucho, yo me permitía gemir y gruñir suavemente para expresar mi gratitud. Luego, ella contenía la venida en su puño, se limpiaba con pañuelos desechables, nos besábamos de nuevo y dormíamos abrazados. Por el día, las cosas era un poco más relajadas. Casi cada mañana nos veíamos desnudos, ya fuera cuando uno de los dos salía de bañarse o cuando nos encontrábamos en la noche y optábamos por ponernos la pijama.

El contacto con L., por otro lado, disminuyó drásticamente. Nuestros encuentros se limitaban casi exclusivamente a los sábados por la mañana, día en que ambos lavábamos en el cuarto para ello destinado. Las nalgadas por parte de ambos (sí, ella había tomado cierta inciativa, para mi buena fortuna) eran lo más común, en ocasiones se permitía estrujar suavemente mi trasero; lo cual me ponía a mil. Sólo hubo, en esos primeros días, un breve incidente que me gustaría relatar.

Ya había empezado el verano, por lo cual la vestimenta era lo más ligera posible. Bajé, con la canasta de ropa que debía lavar para el transcurso de la semana y la ví llenando la lavadora con sus propias prendas. La verdad es que eso me jodía un montón: ella tenía más ropa “delicada” por lo cual, entre cada ciclo de la lavadora tenía que sacar una o varias prendas y darles otra repasada a mano porque el ciclo de lavado era el más suave que la máquina tenía; de tal forma que cada una de sus cargas podía demorar 3 o 4 veces más de lo normal, y la verdad es que a los diezysiete uno no quiere pasarse el sábado entero metido en el cuarto de lavado. Así pues, dejé mi bote en cualquier parte del cuarto y me acerqué a mi tía. Mi primera intención era sólo recogerle el cabello de un lado y darle un suave beso entre el cuello y la mejilla como acostumbraba hacer cuando me la encontraba de espaldas. Sin embargo, cuando estuve lo suficientemente cerca para ejecutar mi inocente plan, ella encendió la lavadora y el ciclo de tallado comenzó. Dio un ligero paso hacia atrás sin girarse, pero tropezó conmigo. El impulso nos desequilibró ligeramente y ambos pusimos las manos en la lavadora para estabilizarnos. El punto de todo esto es que la lavadora justamente queda a la altura de la cintura de mi tía, con lo cual su pelvis se recargó en ella y yo, que estaba justo detrás, sentía claramente el suave ronroneo de la máquina.

He de decir con sinceridad que no me esperaba eso, ni fue mi primera intención cuando me acerqué. Pero poco a poco, como L. no se movía, fui restregando más y más mi entrepierna a su trasero. El resultado fue un agradable masaje para ambos. Incluso, escuché gemir muy calladamente a L. en algún momento, pero después de un par de minutos fugaces, era imposible pretender que lo que ocurría era normal, así que me separé y palmeé (con un poco más de fuerza que lo usual) su trasero. Ella, bastante sonrojada, volteó y por primera vez me miró a los ojos con un destello inmenso de picardía, como si fuera una niña pequeña y acabara de cometer una travesura.

-Regreso más tarde, dije para irme porque la verdad es que mi pene clamaba a gritos atención.

-Claro, a ver si nos vemos- sentenció y me quedó claro que, si era constante, un avance significativo conseguiría por ese frente. Sin embargo, la nueva disposición de la casa hacía casi imposible que nos encontráramos “casualmente”, así que, lo más prudente, era esperar a regresar a nuestro hogar y desde ahí intentar progresar o algo.

Por el otro lado, comencé a propiciar más encuentros eróticos con S. Por ejemplo, ya le daba suaves nalgadas cuando se cambiaba de ropa, así mi mano y su trasero entraban en contacto directo sin tela de por medio. Sin embargo, el salto mayor fue cierto sábado en que nos encontrábamos completamente solos en la casa (el resto de la familia fue a hacer las compras para el mes). S decidió que era buen momento para tomar un baño y cuando estaba bajo el chorro de agua caliente, me deslicé, completamente desnudo, en la bañera. Se sorprendió (y creo que hasta se asustó) por mi intromisión, pero fingí naturalidad y le dije:

  • No aguanto el calor (¿ya comenté que era verano?)

-Ahh

  • ¿te tallo la espalda?

  • Bueno – y remató el consentimiento con una sonrisa pícara.

Retiró su cabello húmedo, así que tuve toda su piel a mi disposición. La verdad, la enjaboné a consciencia. Se sabe que a veces se acumula polvo y mugre a la altura de la cintura, por ello repasé esa zona varias veces. Luego, sin pedir perdón ni permiso, continué con sus majestuosas nalgas, hasta deslicé un dedo entre ellas para saludar su apretado esfínter, el cual se contrajo al tiempo que ella dejaba escapar un “ay” insólito.

Cuando terminé mis labores de limpieza, se giró y me preguntó si quería que me devolviera el favor. Contesté que sí, pero en lugar de darme la vuelta, mientras ella tomaba el jabón, guié una de sus manos a mi pene que a gritos pedía ayuda. Me miró con una sorpresa que no supe si era de rechazó o de qué y me dijo:

-Ay, no, vamos a tirar mucha agua.

Me quedé en shock, no esperaba una negativa después de tanto. Ella, con toda la calma del mundo se enjuagó el cuerpo, eso sí, pasando sus manos lentamente por todas las partes que a mí me gustaría recorrer con la lengua y luego cerró la llave. Tomó su toalla y se envolvió en ella.

No me quedó más remedio que imitarla. Llegamos al cuarto que compartíamos y ella, en lugar de buscar su ropa como acostumbraba, se quitó la toalla, se recostó en la cama y me miró. Yo hice lo mismo y me acosté mirando al techo. Ella, con la delicadeza que la caracterizaba, tomó mi pene y comenzó a masajearlo. Nunca la había visto mientras lo hacía. Sus ojos se concentraban en mi miembro, como queriendo olvidar a quién pertenecía. No pude más, con una mano tomé su barbilla y giré su cara para besarla. No se resistió y tampoco dejó de masturbarme. El beso, por primera vez, fue largo. Incluso, hubo un cálido contacto por parte de dos lenguas. Aumentó drásticamente el ritmo de la paja. Decidí arriesgar más: acaricié con una de mis manos uno de sus soberanos pechos que pendía de lado por la posición de mi madre. Ella no me detuvo y volvió a enfocar la mirada en mi pene. La presión era mucha, acabaría muy pronto a ese ritmo. Así que arriesgué más. Detuve su mano y sin decir palabra empujé mi pelvis hacía su rostro. Quise tomarla de la cabeza y guiarla, pero me pareció demasiado violento, así que me limité a insinuarle qué quería. Ella me miró por un momento, cuando ya casi conseguía que mi pene tocara sus labios. Cerró los ojos, abrió la boca y engulló mi miembro. No hubo técnica alguna, simplemente apretó un poco con sus carnosos labios y después de dos movimientos mi verga estaba explotando dentro de su boca. Hizo una mueca de desagrado, pero se sacó el pene de la boca y tragó.

Silencio.

Nuestras respiraciones estaban brutalmente alteradas. la tomé de la barbilla y volví a besarla. Esta vez con cariño y suavidad, aunque (ya quitados de la pena) me atreví a recorrer su boca con mi lengua, acto que ella imitó timidamente. Saboreé el eco de mis fluidos por primera vez en la vida. Después de un par de minutos, en que nuestras respiraciones se acompasaron y calmaron, me sonrió e hizo el ademán de levantarse para vestirse. No obstante, antes que todo soy un caballero y no podía permitir que después  de tal muestra de afecto, aquella bella dama no recibiera una remuneración acorde. Así que, con suavidad, de nuevo, la tomé de los hombros y la invité a recostarse. Ella lo hizo, con cierta desidia,. yo me recosté a su lado y giré sobre mí para quedar frente a ella. Mi mano (exasperada) se deslizó desde su cuello hasta su pelvis un par de veces. En su rostro había cierto dejo de inquietud, producto de una incomodidad ineludible y una exitación aún peor. Sin decir palabra, comencé a juguetear con la tupida mata de vello púbico que ostentaba S. acaricié la cara interna de sus piernas, recorrí suavemente su vagina desde afuera, y cuando sopesé que la expectativa se desbordaba, mis dedos exploraron su interior. Comencé con un ritmo lento y suave, acompañado por besos en los labios y las mejillas. Las emociones del día habían sido demasiado intensas, así que al igual que yo (supongo que en un bello gesto de solidaridad) al cabo de muy pocos minutos, sujetó con fuerza mi brazo, gimió de una manera deliciosa y contrajo el cuerpo. Signo inequívoco de que había logrado mi cometido.

No nos besamos después de ello, nos levantamos de la cama (que ahora olía fuertemente al pecado cometido) y con calma nos vestimos. No hubo más besos ni caricias en ese momento y la tarde transcurrió con normalidad.

Sin embargo, hay pocas cosas tan ineludibles en esta vida como la noche misma. La oscuridad llegó a la casa, y con ella el resto de sus habitantes. Sobra decir que nuestro contacto con el resto de aquellas personas que la ley marcaba como nuestra familia había disminuido dramáticamente por la disposición física de la vivienda. Así que, aunque ellos llegaron a ocupar el inmueble, nuestro espacio quedó impoluto.

Cenamos algo ligero, con una plática común y corriente entre madre e hijo, un par de bromas, algunos comentarios agudos sobre el resto de la familia y todo normal. S. me mandó a lavar los trastes y obedecí sin rechistar, porque a decir verdad soy un hijo bastante responsable. En fin.

Cuando llegué a nuestra habitación me encontré con mi madre desvistiendose lenta y cansadamente. Sólo usaba su brasiere y un pequeño short con el que dormía. La vista me sobreexcito. Me senté a su lado mientras ella desabrochaba su sostén  con la mirada perdida en el suelo. Suavemente retiré su cabello de su cuello y le di un par de besos tiernos. Luego avancé a su mejilla y por fin culminé con un beso largo y poco a poco más intenso en sus labios. Ella cerró los ojos. Cuando el beso terminó balbuceó

-Esto…

Y yo completé (sin estar completamente seguro de dónde saqué tanta voluntad y acertividad)-- se queda entre nosotros.

Acto seguido, volví a besarla y guié una de sus manos a mi pene, quien ya desde hacía rato se había reportado listo para el servicio. Nos acariciamos un rato, acostados en la cama, poco a poco nos fuimos desnudando, hasta que S. de un momento a otro, se levantó de la cama y apagó la luz.. Se acostó de nuevo a mi lado, lentamente, calladamente. Quedamos ambos acostados boca arriba sin saber muy bien qué hacer, pero por el ritmo de nuestras respiraciones se adivinaba que estábamos por demás excitados.

Por primera vez, fue su mano quien tuvo la iniciativa de acudir en mi auxilio y pronto su palma recorría suavemente mi hombría de arriba a abajo. Como ya había precedentes, me giré hacía ella, con lo que mi glande acariciaba seductoramente una de sus piernas y exploré sin prisa pero sin pausa su sexo.

Esta vez quedaba claro que la noche era larga y nos aguardaba.