Noches mágicas (01)

Mi iniciación en los placeres del sexo gay.

ACTO I

Hacía escaso días que había cogido las vacaciones de verano. En aquellos días España era la sede del Campeonato Mundial de Fútbol; una vez más nuestra selección acabaría haciendo un discreto, casi bochornoso papel. Estaba tan harto de fútbol que decidí ir a ver una de las películas, por aquel entonces clasificada "S", titulada "El imperio de los sentidos" de un director japonés cuyo nombre no recuerdo. Lo que sí recuerdo es una escena en la que la mujer de un señor de la guerra, un samurai, se metía un huevo cocido en la vagina y luego, en cuclillas, lo expulsaba como si fuera una gallina. Acto seguido el samurai se lo comía. Estas y otras lindezas de tono pseudoerótico eran el motivo fundamental de la cinta.

Salí del cine algo excitado, acababa de cumplir veinticinco años y estaba en plena efervescencia sexual. Caminé lentamente hacia la parada del autobús. Hacía buen tiempo y el paseo me venía bien para relajarme. Al llegar a la parada me extraño que no hubiera nadie. Esperé un rato y por allí sólo pasó algún que otro coche y algún taxi cuyo conductor me miraba esperando que levantara la mano. Del autobús, ni rastro. Harto de esperar, pregunté sobre la hora de paso del mismo a un empleado de la empresa que pasaba por allí.

- A partir de las doce de la noche salen de hora en hora - me contesto, sin detenerse tan siquiera. Con lo cual me quedaban casi cuarenta minutos para el próximo. Un buen rato, pensé, y me dirigí inconscientemente hacia la esquina de la plaza por donde salía el autobús. He de decir que vivía en las afueras de la ciudad y que no me apetecía gastarme el escaso dinero que tenía en un taxi, por lo que de forma automática levante un dedo al paso del vehículo que doblaba la esquina. Y la magia funcionó. El coche paró, una mano abrió la puerta derecha del vehículo y una voz preguntó desde el interior hacia donde iba.

  • Te llevo - me dijo – voy en esa dirección .

Era un chaval joven, moreno, y de aspecto agradable. Hablamos durante el trayecto. Le dije de donde venía y bromeó sobre el tono erótico de la película, que él también había ido a ver. Algunas escenas le habían excitado especialmente y hablamos sobre ellas.

Mientras tanto casi habíamos llegado a mi barrio. Y como no teníamos prisa por llegar a casa me propuso ir a tomar unas copas a un pub que conocía. Acepté con ánimo de invitarle por el favor que me había hecho, y condujo el coche hacia la puerta del "Lennon". Entramos. Había buen ambiente, a tope. Pedimos unas copas y hablamos de nuestras vidas, de nuestros trabajos, de nuestra situación familiar... De vez en cuando saludaba a algunas personas, con lo cual deduje que era asiduo en el sitio.

En un momento le pregunté dónde estaba el servicio y me dijo que le acompañara, que él también quería ir. No le di mayor importancia y nos fuimos juntos a orinar. Lo hicimos uno al lado del otro. Ignoro si en ese momento me miraba, yo a él, no.

Tomamos otras copas. Eran casi las tres de la madrugada y, aunque no tenía que madrugar, le dije que me iba. Él insistió en acompañarme y me acercó con el coche hasta la puerta de casa. Al llegar quise ser amable por última vez y le invité a entrar a tomar la "penúltima". Aceptó sin dudar y aparcó el coche.

Hasta entonces nuestra relación había sido de lo más normal. La cosa cambió cuando al servirle la copa algo de contenido se derramó en la mesa. Se mojó los dedos y pasándolos primero por sus cabellos y luego por los míos me deseo salud. Algo cambió en ese instante. El gesto había sido tan sutil que algo hizo crack en mi interior y un hormigueo recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Cerré los ojos y respiré profundamente. No sabía en que podía acabar aquello, pero se abría ante mí la posibilidad de hacer realidad una de mis fantasías más escondidas: tener una relación sexual con un hombre, notar una polla que no fuera la mía entre mis manos, poder chuparla, saciarme de ella y notar las sensaciones placenteras que imaginaba se sentían al tenerla dentro del culo, entrando y saliendo de mis entrañas, hasta alcanzar un orgasmo intenso que me regara por dentro con el calor de un esperma suave y delicioso.

Un calor súbito me inundó. Me levanté del sofá y le dije que me iba a poner cómodo. Me dirigí a mi habitación desabrochándome la camisa, me la quité y cuando me volví le tenía justo a mi espalda. Puso las manos sobre mis hombros y empujándome suavemente me hizo tumbar en la cama boca abajo. Yo me quedé inmóvil esperando su siguiente movimiento, con un hormigueo recorriendo todo mi cuerpo y una expectación, mezcla de curiosidad y de deseo, latente que aceleró mi ritmo cardiaco de forma inusitada.

Sus manos comenzaron a recorrer mi espalda, primero con suavidad, luego con cierto vigor. Los músculos comenzaron a relajarse y empecé a sentirme muy a gusto. Siempre me ha encantado que me acaricien la espalda y más aún si es un masaje. Sus manos recorrían mi columna de arriba hacia abajo, desde los hombros hasta la cintura. El pantalón le impedía bajar más. De repente sus brazos rodearon mi cintura y bajaron hacia mi vientre en busca de la hebilla del cinturón y de los botones de la bragueta. Arqueando ligeramente el abdomen le facilité la labor y le dejé hacer. Desabrochó sin dificultad el cinturón y los botones y tiró del pantalón. Ahuecando los muslos dejé que los bajara hasta los tobillos y me los quitó junto con los zapatos mocasines que llevaba.

Volví a la posición inicial y respiré profundamente. Me tenía totalmente abandonado en sus manos y prácticamente desnudo. Sólo el slip cubría mis nalgas, mientras por delante apenas podía contener el volumen que iba alcanzando mi polla de forma incontrolada. Ahora sus manos masajeaban mi espalda y bajaban lentamente hasta mis nalgas. Con sendas manos describía círculos en ellas, logrando que poco a poco fueran relajándose y permitiendo ser separadas con mayor facilidad. Notaba como si el agujero de mi culo quisiera participar en este masaje y se abría y cerraba al ritmo de estas manos cada vez más cerca de él. Súbitamente tiró del calzoncillo hacia abajo. En ese momento me volví y dejé al aire, con la cabeza ya bastante hinchada, mi polla deseosa de participar de estas caricias.

Mi sorpresa fue cuando le miré a él. No sé en que momento lo había hecho, pero estaba completamente desnudo. Su cuerpo era bastante atlético, aunque en ese momento no reparé demasiado en él, pues mis ojos fueron a parar directamente a su enorme e hinchada polla que me apuntaba directamente al rostro, su glande aparecía por fuera del capuchón, de un rojo color cereza, con la tersura de una ciruela claudia y un brillo muy especial en la punta, fruto de una gota de semen que rezumaba por abertura. Parecía estar pidiéndome a gritos: ¡cómeme!.

No había nada en el mundo que deseara tanto como metérmelo en la boca, chuparlo y dejar que creciera al máximo dentro de ella. Pasar mi lengua por todo su tallo, lamerlo en toda su longitud y absorber uno a uno ese par de cojonazos que se escondían detrás y que parecían dos enormes bolas colgando del árbol de navidad.

Pero adivinando mis intenciones, se subió a horcajadas encima de mis muslos, me cogió las manos, me las situó encima de mi propia cabeza y empezó de nuevo su ritual de masaje. Ahora era el pecho y el vientre lo que me acariciaba. Cerré los ojos y le dejé hacer. Cada centímetro de mi piel adquirió una sensibilidad que me era hasta ahora desconocida. Mis pezones se pusieron inhiestos y sentía un enorme placer cuando sus dedos hacían caracolas o tiraba con suavidad de ellos. Sus manos fueron descendiendo por mi vientre, tocaba levemente mis ingles y los muslos por la parte interna, luego arañaba mis huevos o tiraba de mi vello púbico con suma delicadeza. Sólo, de vez en cuando y como sin querer me rozaba la polla y yo me moría de ganas a que se decidiera por fin a agarrarla, a frotarla, a apretujarla, a chuparla

Se inclinó hacia delante y empezó a lamerme los pezones. Su lengua era muy cálida y su saliva inundó mis areolas. Me mordía con suavidad y mi cuerpo empezó a sentir maravillosas sensaciones. Sensaciones que se incrementaron al sentir como algo, que no eran sus manos, rozaba una y otra vez, con un vaivén apenas imperceptible, mi capullo totalmente húmedo por la excitación. Era su polla que se había ido agrandando lentamente y convergía con la mía según los movimientos de su dueño. Tuve la sensación de que su glande besaba al mío, le daba la bienvenida a la fiesta y le auguraba una noche de ensueño. Arqueando un poco las caderas noté no sólo el calor y la tersura de la cabeza, sino la dureza y la longitud de toda su polla chocando contra la mía. No pude aguantar más. Con un rápido movimiento bajé mis brazos y mis manos fueron a buscar ese precioso tesoro que se movía sobre mí. Mi mano derecha lo agarró con fuerza. Una descarga de emoción me convulsionó, sentía ese trozo de carne dura y tibia envuelta en mis dedos y en la palma de mi mano: tan fuerte y tan suave a la vez, tan cálida, tan dulce

Tengo una polla en la mano que no es la mía -pensé- y me gusta. Comencé a acariciarla recorriendo toda su longitud, con la otra mano le masajeaba los testículos que eran gordos y pesados, más que los míos. Mi decisión pareció encantar a su dueño que, perdiendo la compostura y la frialdad hasta hora demostrada, empezó a besarme el cuello, las orejas y, apasionadamente los labios. Yo permanecía con la boca cerrada, pero su lengua recorría de un lado a otro mis labios en busca de una entrada, mordiéndome incluso para encontrar ese resquicio por donde entrar.

Su polla en mis manos rozándose con la mía, nuestros glandes besándose, deslizándose el uno con el otro, compartiendo la espuma que salía de ambos, hizo que instintivamente mi boca se abriera y su lengua entrara como un torrente dentro de ella. Mi lengua salió al encuentro de la suya y nuestros jugos se confundieron en un beso apasionado. Una doble vía de comunicación se estableció entre nosotros que subía directamente desde nuestros penes hasta nuestras bocas, mezclando nuestros líquidos sin ningún pudor y haciendo que nuestra excitación subiera a límites insospechados. Chupábamos, mordíamos, acariciábamos, gemíamos y rugíamos de pasión, como dos animales en celo. Las sensaciones eran increíbles, todo mi cuerpo se tensaba y se relajaba por instantes, creí tocar el cielo con los dedos de los pies. La suavidad de su lengua era superada por la de su glande resbalando por el mío; el calor de sus labios y de su boca por el calor de su tallo enlazado con el mío, como dos serpientes enroscadas la una en la otra y donde la dureza de ambos falos se confundía y se mezclaba con la ternura de su roce.

En un arrebato de pasión pasé mis brazos por detrás de su espalda y lo atraje hacia mí. Se dejó caer y nuestros cuerpos entraron en contacto total. Podía sentir su peso, pecho contra pecho, sus pezones rozando los míos, su vientre hundido en el mío, sus piernas entrelazadas con las mías y nuestros sexos aprisionados entre nuestros cuerpos, uno al lado del otro, frotándose y humedeciéndose mutuamente.

Lentamente recorrí su espalda con mis manos, acariciándola en todos los sentidos. Y aunque mi deseo era llegar a sus nalgas, retrasé este momento todo lo que pude. Se había relajado encima de mí y me dejaba acariciarle a mi antojo. Recorrí una vez más su columna desde arriba hacia abajo, lentamente, jugando con cada uno de los huesos de sus vértebras, hasta llegar al coxis. En ese momento los dedos de mis manos se unieron para empezar juntos la aventura de abrir un par de duras nalgas que protegían la abertura que estaban deseando recorrer, palpar y penetrar. Mientras los dedos centrales iniciaban el camino por el estrecho canal, el resto de la mano empujaba hacia fuera ese par de rocas que protegían la entrada. Resbalaban sin dificultad por el fondo del desfiladero hasta que notaron la presencia de unos pliegues en su camino. El roce de esta entrada hizo que mi partenaire se convulsionara y su polla tuviera un espasmo de placer; espasmo que transmitió a la mía que estaba junto a ella. Buscó mi boca con su lengua y la metió lo más profundamente que pudo, queriéndome dar a entender que debía hacer lo mismo con mis dedos en su culo. Acerqué ambas manos a nuestras bocas y como un desesperado chupó con fruición los dedos centrales, intuyendo donde iban a ir a continuación y asintiendo con este gesto su agrado por la acción.

Pero la postura no era la más adecuada para ello. Además yo quería sentir las convulsiones de su polla dentro de mi boca y notar como aumentaba de tamaño y se dilataba este agujero con mis caricias. Le hice rodar hacia un lado, me incorporé y cambié mi cuerpo en sentido contrario. Era obvio que deseaba chupársela y que él me la chupara a mí. Así que ambos a la vez, como si estuviéramos sincronizados, agarramos la polla del otro y como dos cachorros hambrientos nos lanzamos hacia el biberón turgente que teníamos a escasos centímetros, con el ansia de mamar y mamar hasta saciar nuestra sed, nuestra hambre, nuestro deseo

No sé que me produjo más placer, si la suavidad de su lengua rodeando mi glande y el calor de su boca cuando se la metió dentro o la suavidad y tersura de su glande, al contacto con mi lengua, y el sabor de nuestros jugos mezclados y la dureza de su miembro, dentro de la mía.

Por primera vez podía estudiar detenidamente y de cerca su polla. Era preciosa. Totalmente erguida, su enorme cabezota violácea brillaba a la luz; el collarín de su cuello le daba el aire de un príncipe orgulloso; su cuerpo, largo y grueso, era fuerte y atlético, se marcaban sus músculos y sus venas, una en especial parecía a punto de reventar; su base, más gruesa aún, descansaba sobre un trono redondo, con dos enormes bolas, una a cada lado, suaves y delicadas; y todo ello almohadillado con un frondoso bosque de vello negro.

La tenía ante mí como tantas veces había fantaseado cuando me masturbaba. Sólo que ahora era real y casi no me lo podía creer. Me lancé como un desesperado hacia ella, chupé su glande, lo rodeé con mis labios y lo introduje en mi boca, no sin cierta dificultad por su tamaño. Mi lengua hurgaba en la entrada de la uretra y mis labios aprisionaban ese precioso capullo que se endurecía con cada vaivén de mi cabeza. Mis manos pasaban de los testículos al fuste y de este a los testículos, queriendo palpar cada rincón, cada milímetro de este instrumento maravilloso, esta flauta de carne cálida que mi boca saboreaba con glotonería. Sacándome con cierta pena el bálano da la boca, mi lengua empezó a recorrer el resto. Besaba, lamía, chupaba, mordía todo lo que se ponía a mi vista, con desesperación y con ansia. Estaba tan entusiasmado con mi trabajo que apenas sentía las caricias de las que yo era objeto. Me detuve para comprobarlo, al tiempo que dejaba descansar a mi pareja, pues por su excitación y sus sacudidas debía estar a punto de correrse. Sentí mi polla por entero metida dentro de su boca. Su lengua era como el lecho de un río por el cual resbalaba entrando y saliendo sin ninguna dificultad. Cada vez que entraba notaba la estrechez de su faringe mordiéndome la punta. No podía penetrar más adentro pues mis huevos chocaban con sus labios. Me pareció un faquir tragándose un sable. Su boca era muy cálida, pero los movimientos hacían que en su recorrido mi polla no estuviera totalmente aprisionada, por lo que me mantenía excitado sin problemas de llegar a un orgasmo prematuro. De todas formas, ya que no era la primera vez que me la mamaban, aunque si la primera que me lo hacía un hombre, me gustaba más lo que yo estaba haciendo que lo que me hacían.

La cosa cambió cuando noté que sus dos manos agarraban mis nalgas y tiraban de ellas separándolas, dejando el agujero de mi culo totalmente desprotegido. Esto si que no me lo había hecho nadie y estaba deseando que alguien me lo hiciera. Le facilité la labor abriendo las piernas y llevando la rodilla de mi pierna libre hacia el pecho, con lo que mi culo quedó aún más expuesto. Mi gesto hizo que dejara libre mi polla de su boca y, cambiando escasos centímetros de postura, su lengua saliera disparada como un dardo ardiente hacia la diana rosácea que se abría ante sus ojos.

Un mar de sensaciones inundó todo mi cuerpo al contacto de su lengua con el pimpollo de mi ojete. El hormigueo inicial se transformó rápidamente en una vibración que recorrió mi columna desde abajo hacia el cerebro, acabando en un espasmo que hizo que exhalara un ¡aaah! de placer, totalmente involuntario, y que dio a entender a mi pareja que se hallaba en el buen camino. Y, efectivamente, así era. En ese momento perdí el control, tenía la cabeza apoyada en su muslo izquierdo y mi mano acariciaba su polla con un leve movimiento de sube y baja que hacía desaparecer su capuchón en mi boca. Había perdido la tirantez que tenía hacía un rato y estaba en ese estado especialmente delicioso y que a mí particularmente me encanta. Ese estado que unos dicen cachondón y otros morcillona: grande y gorda, pero ni dura, ni tensa.

Su lengua empezó entonces en un ir y venir frenético a lamer y humedecer toda la raja del culo, deteniéndose en cada pasada en el ojete con intención de penetrar en él. Y cada vez lograba, con ayuda de la saliva que actuaba como lubricante, distender un poco más el músculo del esfínter, metiendo la punta de su apéndice bucal más y más adentro. Y cada vez que se metía yo recibía una nueva descarga de placer y dejaba escapar un ¡aaah!. Luego acercaba mi lengua a su polla y se lo agradecía con un cálido lametón o una fuerte absorción de su rezumante capullo, tragándome sus líquidos con deleite.

Una y otra vez sentía su lengua entrar y salir, húmeda y cálida, suave y fuerte. Nunca creí que una lengua pudiera entrar tanto. La sentía dentro casi en su totalidad. Mi agujero debía estar totalmente dilatado, pues no sólo su lengua, sino uno, dos y hasta tres dedos entraban sin ninguna dificultad en él. Mi polla estaba curiosamente relajada, había perdido su tirantez. Y mientras la lengua, cálida y suave, me volvía loco; los dedos, largos y fuertes, me masajeaban la próstata y un hilillo de semen era destilado permanente por la rajita de mi capullo. Empecé a desear tener dentro algo más largo y duro a la vez que cálido y suave. Y ese objeto no era otro que esa magnifica polla que seguía acariciando y besando constantemente.

  • ¡Quiero que me la metas! – dije, al tiempo que se la apretaba, señalando el objeto que deseaba tener cuanto antes en el culo.

  • ¿ Estás seguro? – preguntó, arrodillándose en la cama.

No le respondí. Me incorporé y, sin mediar palabra, me coloqué de rodillas, dándole la espalda, y doblándome hacia delante me apoye en los antebrazos, alcé mi grupa todo lo que pude, acerqué el agujero hasta la punta de su polla y esperé, nervioso e impaciente, su empalamiento. El tiempo se me hizo eterno hasta que note la totalidad de su polla recorriendo el surco entre las dos nalgas. Estaba tratando de endurecerla un poco para poder penetrarme. Pasé la mano por entre mis piernas, empecé a masajearle los cojones y, llevando un dedo hasta la entrada de su culo le acaricie el ojete describiendo círculos y arañando con suavidad su entrada. Su reacción fue inmediata, su polla se puso dura como un garrote, buscó con su glande el agujero dilatado del mío y empezó a presionar contra él.

¡ Oh, si…vamos empuja, rómpeme el culo, desvírgame, mete tu gran polla hasta el fondo, ábreme, hazme derretir de gozo, lléname de leche, fóllame cabrón, fóllame, ¿a qué esperas?, empuja, fóllame…! – pensaba ansioso, mientras relajaba el esfínter para facilitarle la entrada.

- Fóllame - se me escapó en voz alta.

  • Está bien, ahora verás...

Y, sujetándome de las caderas, empujó con todas sus fuerzas. Mi culo empezó a distenderse y su glande se fue abriendo camino poco a poco hasta meterse por completo en mi interior. Una primera sensación apenas de dolor se transformó en una llamarada de fuego que recorrió mis nalgas y se extendió hacia mis muslos. Pensé que el dolor iba a ser más intenso cuando me penetrara con esa enorme ciruela que era su capullo, pero había entrado con una suavidad asombrosa y con apenas alguna resistencia. Sólo sentía que mi culo estaba completamente abierto, mis nalgas muy separadas y todo mi cuerpo dispuesto a ser violado, sin ninguna muestra de hacer oposición a ello, sino más bien esperando se completara la misma.

- Entra despacio – le dije. No por temor a que me hiciera daño, sino porque quería sentir cada centímetro de su polla deslizándose dentro.

Y lentamente empezó a empujar. Su aparato entraba sin dificultad, mis piernas empezaron a temblar y una especie de espasmo sacudió mi columna cuando su polla alcanzó la próstata y la recorrió en su camino hacia mi interior con un suave masaje. Mi agujero se iba dilatando cada vez más pues la base era más gruesa. Me ardía. El hormigueo en mi interior se fue intensificando cuando noté que la punta de su polla rozaba las últimas vértebras de mi columna, sus caderas frenaban con mis nalgas y sus huevos chocaban contra los míos. La tenía dentro por entero, en lo más profundo de mi ser. Mi cuerpo parecía ir a partirse en dos y un temblor, cada vez más intenso, me subió, sin poderlo evitar, desde los muslos hasta las nalgas y, atravesando el esfínter, me recorrió toda la columna vertebral, como un intenso y lento calambrazo; maravilloso y sutil calambrazo que hizo que se me escapara desde el fondo de mi garganta un gutural ¡aaah! de gozo contenido y un enorme suspiro de satisfacción. Me recorrí los labios con la lengua y abrí los ojos que había mantenido cerrados durante toda la introducción.

Mientras mi partenaire , animado por la respuesta tan satisfactoria que había tenido, comenzó a mover ligeramente sus caderas hacia atrás y hacia delante, con un lento y cadencioso vaivén, apenas perceptible. Notaba como se alejaba de mí muy despacio; mi esfínter intentaba retenerle con una ligera contracción, pero sin tiempo para poder ejercer presión alguna, volvía a introducirse otra vez hasta el fondo, dilatándome de nuevo al máximo. Cada vez que su miembro se zambullía en mi, volvía a tener un espasmo recorriéndome la columna. Mi polla, que al principio de la introducción había perdido toda su rigidez, destacaba ahora entre mis piernas con un grosor y una tirantez que me asombró a mí mismo, jamás me la había visto tan gorda y jugosa. Un hilillo permanente de leche clara salía de su punta, fruto del placer que estaba recibiendo por dentro con el masaje de la próstata al que pronto debería añadir el orgasmo que presumía iba a tener por el culo.

Los movimientos de mi pareja habían ido incrementándose en rapidez y potencia. Y si antes me recorría un espasmo cada vez que notaba su embestida, ahora eran tan seguidos que no podía apenas diferenciarlos, hasta que se convirtieron en uno solo largo y prolongado. Todo mi cuerpo comenzó a temblar como una hoja, de forma incontrolada. Sus caderas comenzaron un baile frenético, golpeaban con furia mis nalgas y su miembro entraba y salía de mi culo como un pistón en un cilindro, con fuerza y con rabia. Mi culo ardía, era un infierno en llamas, mis piernas temblaban, mi cuerpo se retorcía y mi polla empezó a soltar, ahora sí, chorros y chorros de esperma al compás de un orgasmo convulsivo que me hizo gritar con fuerza:

- Ooooh…, que gusto…, más fuerte…, sigue…,sigue…, no pares …, me vas a matar…, oooh que gusto…,sigue…, aaah…,aaah…¡Aaaayyy…!

Caí hacia delante arrastrándole en mi caída y notando sus convulsiones y su orgasmo con una explosión de fuerza y de vigor que hizo llegar al fondo de mis entrañas todo el calor de su inmensa corrida, con profundos y copiosos latigazos de pasión y de leche. Me abrazaba con fuerza y seguía moviéndose en mi interior hasta que fue sosegándose poco a poco.

Ambos nos fuimos sosegando. Mi cuerpo estuvo temblando aún durante algunos minutos, hasta que empezó a invadirme un confortable sopor. Él me besó el cuello y la nuca y me susurro al oído:

- ¿Te ha gustado?

No quería moverme, pues aún sentía su sexo en mi interior y no quería dejarlo escapar, así que giré la cabeza ligeramente y le contesté:

- Ha sido magnifico. Nunca supuse que una polla pudiera dar tanto placer por el culo. La verdad es que de haberlo sabido, lo habría experimentado antes. Es genial y sin duda la mejor y mayor corrida de mi vida. Gracias.

- Es que tienes un culo precioso y me has puesto a cien De todas formas; como veo que te ha gustado; repetiremos siempre que quieras. Puedes tener muchas más experiencias y más agradables todavía. Depende de ti.

Entusiasmado con la idea me di la vuelta, pues su polla ya se había salido de mi culo, y abrazándole, busqué su boca y le besé. Recorrí con mi lengua la suya, se la mordí suavemente y bebí su aliento y su saliva. Fue un gesto de gratitud y de deseo. Mi polla seguía casi tan hinchada como hacia un rato. Él me devolvió el beso y me la acarició durante un rato para relajarme. Ambos nos quedamos dormidos, totalmente satisfechos; yo, abrazado a él, y él, con mi polla en su mano.

Fue el principio de una gran amistad y la primera de una larga cadena de experiencias que me condujeron a un mundo insospechado y maravilloso.