Noches inciertas

Aquello hizo que me fuera olvidando de mi desagradable situación y postura y también me fuera poniendo a tono.

Noches inciertas

Aquello hizo que me fuera olvidando de mi desagradable situación y postura y también me fuera poniendo a tono

Un leve ruido, o tal vez ni siquiera eso, solo un mal sueño, me despertó. A mi lado dormía mi rubia compañera, de suave piel, pequeños seños y firmes glúteos, una maravilla, pero su respiración suave me indicaba que ella no se había desvelado.

Me levante para beber algo de agua, y ya de paso tranquilizar a mis temores, siempre dispuestos a hacerme imaginar los peores males. Uno es bastante aprensivo y me gusta eliminar todas las incertidumbres posibles. Cuando ya había salido de la cocina tras apagar mi sed y pensaba que lo único que tenía que hacer era volver a la cama, el inconfundible roce de una navaja apretando mi cuello me devolvió al mundo de las pesadillas, pero muy reales en este caso.

Unas voces femeninas algo guturales estaban detrás de mi y eran las que empuñaban el arma, me iba a revolver pero la punzante sensación del extremo del filo me paralizó. Una de las voces en un castellano algo tosco me susurró en el oído, que no me pasaría nada si me portaba bien, si les daba gusto, ellas me dejarían en paz, y que si no me cortarían los huevos. Una reflexión rápida me hizo caer en la cuenta que seria mejor seguir el juego a estas cabronas, seguramente mujeres extranjeras desesperadas y que no tendrían el menor reparo en cumplir en sus amenazas.

Mientras me empujaban hacia el salón les ofrecí dinero, el DVD, la cámara, la cubertería y otros suculentos bienes de consumo que seguramente ellas desearían, pero la que parecía llevar la voz cantante rechazo mi oferta, se sentó en mi maravilloso butacón de cuero y me indico que me arrodillara delante de ella, mi yugular seguía amenazada por la otra perra, que no parecía mas que farfullar ininteligibles vocablos de alguna ignota lengua.

La tenue luz de las farolas de la calle confirmo mis sospechas, delante de mi había una negra, de cuerpo abundante, no obesa, pero si de grandes muslos, enormes caderas, tetas globosas y un coño poblado. Todo ello lo digo pues tras arrodillarme ante ella una mano empujo mi cabeza a su entrepierna.

Mientras me atenazaba por el cuello, me decía que ya estaba harta de ser una puta, y que ya que tenia que seguir siéndolo, pensaba vengarse de los hombrecitos blancos, siempre tan dignos, siempre tan remilgados, pero sucios y viciosos, y que le chupara, y que le excitara, que quería sentir mi lengua en lo mas profundo de ella.

Mientras la otra negra, supongo que también lo seria pues a esa no llegue ni a verla, se rozaba contra mi cuerpo, parecía mas delgada, o al menos no se me hacia pesada, me había bajado los pantalones del pijama y jugaban sus dedos y su lengua con mis cojones, con mi polla, con mi culo, aunque no sabia si además tal vez el cuchillo también estuviera recorriendo mi entrepierna.

Aquella estampa no me excitaba gran cosa. Una negra despatarrada en medio de mi casa, sujetándome por el cuello y haciéndome rebañar los gruesos labios de su vulva. Otra mandinga intentando calentarse a base de frotarse contra mi, y mi pareja durmiendo a escasos metros de nosotros.

El coño de la guarra esta, se estaba poniendo a cien, en los escasos momentos en que levantaba la cara para respirar notaba mi barba impregnada de sus babas, pero no me dejaba tregua, la mano atenazadora sobre mi gaznate me obligaba a reemprender mi tarea.

No se el que fue, si los gruñidos de impaciencia de la negrita que me acosaba por la trasera, los gemidos de goce impuro de mi torturadora principal, la cual parecía tener hasta convulsiones, o bien el olor peculiar de la piel morena empapada de sudor y secreciones vaginales, hizo que me fuera olvidando de mi desagradable situación y postura y también me fuera poniendo a tono. Se me debió notar demasiado, ya no hacia falta que me obligasen a chupar, abarque con mis brazos y mis manos aquellas inmensas nalgas y chupaba, soplaba, mordía, todo lo que estuviese a mi alcance y empuje, el coño, el vello, el ano, y hasta la presión sobre mi cuello me excitaba más y más. Mientras la boca de la segundona debió notar como mi pene crecía y se puso a trabajarlo, mientras que con otros dedos punteaba y amenazaba mi culo.

Como una maquina perfectamente engrasada por nuestras secreciones los tres íbamos a llegar a un maravilloso momento, de placer sucio y perverso, el único inconveniente era la susodicha presión en el cuello que me hacían mis ahora ya amantes, una presión cada vez mayor que hacia que un mundo de humedades calientes, olorosas y vibrantes me envolviese al tiempo que todo se me hacia borroso.

Me desperté en mi cama, un ligero dolor de cuello como de dormir en una mala postura me molestaba, pero la inconfundible sensación de humedad en la entrepierna me confirmo lo sucedido, me había corrido, el pijama en dicha zona estaba pringando, a mi lado el suave y placido respirar de mi pareja me devolvía a la tranquilidad. Todo había sido un sueño, un sueño erótico, bueno mas bien pornográfico, si bien un leve sabor acre en mi boca así como un leve picor en mi apreciado esfínter anal me proporcionaba ciertas dudas.

Me levante, tal vez la segunda vez aquella noche, y bien pegado a la pared, para evitar ser sorprendido, y armado de un cuchillo que cogí en la cocina, recorrí el piso. Nada, no había nada, ni nadie, tampoco señales de desorden o de algo fuera de lo corriente, la puerta de la calle estaba bien cerrada y las ventanas también. Me arrodille delante del sillón, si había pasado algo, tenía que quedar huellas, olores, sabores, hasta lamí el cuero, a ver si reconocía el olor excitante de aquella bastarda negra.

Volví al lecho, tras dejar al cuchillo de trinchar la carne en la cocina, me sentía un poco ridículo, al tumbarme a lado del suave y delicado cuerpo de mi compañera, pensaba en lo educada, hábil, servicial e inteligente que era, un gran contraste con aquellos animales del sexo hembra que me habían atacado en mis sueños. Pese a mis sutiles consideraciones era innegable que el sexo brutal y tosco de aquella fantasía onírica me había excitado y de hecho estaba excitando de nuevo, ¿Tendría que ir de putas y buscar prostitutas negras con las que satisfacer mis ocultos deseos?

Mi mano se aventuro a la entrepierna vecina, el tacto era tan distinto, ella se depilaba el pubis dejándose solo un pequeño triangulo que cuidaba primorosamente. Al contacto de mi mano ella se revolvió intentando escabullirse de mis atenciones. Normalmente nuestras relaciones se basan en una tácita contrapartida de caricias, yo te chupo, tú me chupas, yo te follo si tú quieres, y viceversa, pero en aquella ocasión yo no estaba para formalismos, me monte encima de ella despatarrándola, le chupaba los pezones, le lamía el ombligo, le metía los dedos en el coño, quería hacerla chillar, de gozo o de dolor, pero quería que se me sometiera, igual que yo me había sometida a aquellas dos putas negras imaginarias. Ella pareció asumir su papel, y se resigno, pero yo no quería eso, quería humillarla, toda su dignidad quería que se hundiese bajo el egoísta deseo que me recorría el espinazo.

La puse a cuatro patas encima de la cama y la penetre, rápidamente, felizmente para ella, algo excitada debía estar pese a todo, pues la polla entro fácilmente en su vágina, Tirando de su rubio pelo, la hacia moverse y que su cuerpo se rozase contra el mío, estuve por un momento tentado de romperle el culo, pero un atisbo de mi habitual moderación y mesura me hizo desistir de la maniobra.

Cuando ya note que me iba a correr saque mi amoratado capullo de su cuerpo, y derrame el semen sobre su grupa, una grupa que por la tenue penumbra no sabía si era blanca o negra, solo suave y firme, me imagine que así seria la grupa de la segunda putita, esa que no llegue a ver, pero cuyos labios habían atenazado mi polla, sus dedos se habían introducido en mi culo y cuya navaja me había rozado el cuello.

Caímos dormidos después, espalda contra espalda, intentando no conciliar más pesadillas.

Al día siguiente cuando me encontré con mi pareja en el momento del desayuno, todo mi ardor procaz y grosero se había desvanecido, volvía a ser un señor de clase media, un poco apocado y que convivía con una señora respetable, que estaba muy buena, pero que se comportaba siempre de forma adecuada a los patrones de educación recibidos.

Ya iba a farfullar una excusa por mi comportamiento tosco de anoche, cuando ella se me adelanto. Normalmente, no solemos comentar nuestros juegos sexuales pero aquella vez había sido algo especial.

Se excuso, si, para mi sorpresa me pidió disculpas, me explico que al principio, cuando sintió mi mano entre sus muslos, no había querido seguir, pues pensaba que continuaba soñando. Un horrible sueño, me explico, un sueño donde un negro, un negro tremendo con una polla horrible y sucia, una polla que olía a vicio y depravación la había estado violando, una y otra vez, por distintas partes de su cuerpo. Que comprendía que me hubiera puesto algo duro con ella, pero que en cualquier caso le había gustado mucho, pues había sido dulce y generoso con ella pese a tdodo, no como ese horrible negro virtual, ese horrible semental que le había atormentado repetidas veces.

Todo ello me produjo una mayor inquietud y angustia, sobre todo al intuir en los ojos de mi mujer, que el horror no había sido tan penoso como quería hacerme creer. Aquel mismo día cambie las cerraduras, instale una alarma y me saque la licencia de armas, pero no se si aun así algún día volverán estos visitantes para atormentarnos con sus horribles practicas.