Noches escarchadas, y otros títulos

Prosa poética erótica.

Noches escarchadas

Amo esas noches escarchadas –en las que, por obvias razones, estás enteramente vestida– en donde te pones a bailar o a moverte como una total desprejuiciada en la habitación, y el aroma de la sensualidad –de tu sensualidad– se convierte en algo casi tan omnipresente como el nitrógeno. A esas noches les tengo casi el mismo amor que siento por la mejor música, el mejor cine y el mejor teatro. Me enloquece cuando juntas y aprietas tus glúteos con mis partes bajas, como si de la nada se hayan convertido en imanes de gran carga magnética. Me rocían en la mente ideas de querer sacarte algo de lo que tienes puesto, y digo “algo” para no decir “todo”.

Pienso en meter mi mano dentro de tus bragas como si fueran una bolsa con monedas de oro, en meter mi mano dentro de tu corpiño como si fuera un pequeño maletín con dos gemas de diamantes en su interior, es así como quiero verlo. Sueño con sacarte las bragas como si fueran la envoltura de una golosina, sacarte el corpiño como si fuera la envoltura de un regalo, introducir mis dedos en tu boca como si los estuviera metiendo en un recipiente de agua tibia, es así como me lo quiero imaginar.

Disfrutar de nuevo y lentamente, de la desnudez de tu cuello. De la desnudez de tus hombros. De la desnudez de tus pechos. De la desnudez de tu vientre y tu espalda. De la desnudez de tus piernas y tus glúteos. De la desnudez de tu entrepierna besándola como a un girasol. De la desnudez de tus pies. De la desnudez de tus mejores sentimientos por mí. Hacer otra vez del erotismo un gran telón de fondo, hasta bombear nuestras vidas con más vida, palpitándonos bilateralmente. Volver a trazar delicadamente con mis manos, caminos imaginarios que vallan desde tu frente hasta tu espalda alta. Desde tu nuca hasta tu espalda baja. Desde tus orejas hasta tus codos. Desde tu cuello hasta tu pelvis. Desde tus hombros hasta tus caderas, con la respiración de tu boca y tu nariz en mi oreja. Desde tu clavícula hasta tu ombligo. Desde la vibración más viva del surco entre tus pechos, hasta tus glúteos. Desde tus muslos hasta tus tobillos.

Ganas

Gigantescas ganas me dan de darte un largo e intenso morreo. Un morreo extenso y potente. Un prolongado y enérgico morreo. Y al final un soñoliento morreo. Pausado, amodorrado. Un aletargado morreo. No sólo en la boca, sino también en tus mejillas, en tu cuello, en tus pechos, en tus hombros, en tu espalda, en tu vientre, en tus muslos, en tus glúteos. En tu zona más íntima y personal también, hasta que llegues a agarrarte una de tus piernas con tus brazos, juntando tu boca a tu rodilla y cerrando los ojos, alejando con todas las fuerzas de tus pies la distancia que existe entre sus dedos, agradables al tacto como piedras semipreciosas y del tamaño de uvas negras y blancas para vino de botella.

Tus pies, limpios como una sartén de teflón esmaltado sin usar –y perfectos como para meterles una violeta africana en cada surco–, son ideales para ir consumiendo oralmente sus dedos uno por uno, lamer sus plantas o acariciárselas con la misma amenidad con que lo hacen las sábanas durante los días gélidos al dormirte cristalizada, como más lo prefieran ellos. Besarle los tobillos ascendiendo o descendiendo por tus pantorrillas y alternándolas. Tus piernas, limpias como un vestido de seda que nunca salió del maniquí, son ideales para acariciar con mis dedos la parte de atrás de tus rodillas, lamerlas, besarlas, y seguir ascendiendo. Con tu piel más erizada de lo normal, quiero agudizarte lo más entrañable que tenga que ver con tu tacto.

Acciones

Cada acción que hago para excitarte, y cada acción que haces para excitarme, es una gota más de apoteósica felicidad que voy sintiendo, y espero que sea recíproco. Qué lástima que no sepa escribir poesía, así te dedicaría las palabras más bonitas del idioma español, usando como real inspiración tus emociones al descubierto. Tu tierno cabello, hambriento de besos y caricias. Tus ojos refulgentes y llenos de humanidad. Tus mejillas demandantes de cariño. Tu boca entusiasmada. Tu lengua traviesa, buscadora de un buen cómplice. Tu mentón pidiendo suavidad. Tu cuello y tus hombros arropados únicamente por el aire. Tus brazos queriendo rodearme. Tus pechos vestidos por la nada misma, suplicantes de unas buenas manos inquietas y una buena boca de hombre. Tus pezones resaltantes como la luz que emiten los lampíridos y jactanciosos de su estado. Tu ombligo expectante. Tu vientre, ansioso de sentir ese calor excepcional desde adentro. Tu espalda que ruega por una temperatura más cálida. Tus glúteos que apetecen de ardientes embestidas. Tu húmeda y a la vez sedienta entrepierna, tapada exclusivamente por el aire, deseosa de tener todas las agradables sensaciones posibles, y que ya se cansó de jugar monopólicamente con tus dedos. Tus piernas implorantes de una buena compañía. Tus pies exigiendo expulsar el frío de piel nívea.