Noches en Madrid

Largo, extenso, muy bueno.

POLVO CALLEJERO (a)

En vista de los aplausos recibidos por el escaso público que se dignó, no sólo a leer, si no a hacer una crítica a mis anteriores relatos, me veo en la obligación de dar a la luz a un tercero. Procuraré, eso sí, darle un mayor realismo, ampliando descripciones y haciendo de mi narración más exquisita. Para tal fin he solicitado ayuda a una amiga de este foro, quien gustosamente se prestó a añadir detalles y suprimir otros. Va por ti.

Como ya mencioné en el anterior relato trabajo en una empresa. Dicha empresa se defiende como buenamente puede en el mercado internacional. Los más mayores recuerdan cómo algunos de ellos tuvieron que viajar a México para trabajar allí unas semanas, también parte del cuerpo de ingenieros viajaron a Lima, Perú, con el objetivo de diseñar una serie de aparatos. Así que yo anduve un tiempo como loco porque nos trasladasen momentáneamente a algún lugar. Ya, cuando mis nervios se disiparon un tanto, la noticia llegó a mis oídos: ¡unos pocos viajarían a Madrid!. No era muy lejos pero algo era algo.

Fuimos convocados cinco personas, por suerte yo estaba en ese grupo así como un compañero mío al cual le tengo cierto aprecio. De los cinco sólo una era mujer. Nos dieron el material necesario así como las instrucciones a seguir. Todo arreglado, billetes de tren en mano y las oportunas despedidas, partimos rumbo a la capital de España.

El viaje se hizo corto. Localizamos enseguida nuestro hotel y contratamos a un taxista para que nos recogiera y nos llevase al trabajo todos los días. Acordamos esto puesto que él conocía mejor que nosotros las calles y el tráfico de Madrid, así que era el más indicado para estimar unos horarios a fin de no llegar tarde al trabajo.

Al principio fue duro, porque nos acostábamos tarde, dábamos vueltas por Madrid, etc. Estábamos sobreexcitados ante la idea de estar allí, en cierto modo, emancipados. No recuerdo muy bien quién decidió salir el sábado por la noche, quizás lo queríamos todos pero ya digo que no lo recuerdo. Tampoco recuerdo quién eligió la discoteca. Era el centro de Madrid, en una calle oscura, serpenteante y empedrada. Los tejados de la viejas casas que se cernían a ambos lados parecían inclinarse hacia delante, casi tocándose, casi parecían formar un túnel y pretender atraparnos en él. Una vez salimos de aquella calle, dimos con una algo más amplia, cubierta por la gente a modo de alfombra. "El vigía", esa era la discoteca, indudablemente resultaba ser el nombre más adecuado para la calle que acabábamos de dejar atrás. Me parece que fue nuestra compañera Loli la que decidió entrar allí.

El lugar era una casa antigua, cruzamos lo que parecía ser un patio y, tras una puerta de doble hoja, un "gorilón" nos permitía el paso. Una vez dentro mis sentidos se dispararon. Primero porque la música era ensordecedora, segundo porque la cantidad de gente que allí se acumulaba era incontable, y tercero porque la capa de humo contenida en el techo de la desastrada sala daba un toque londinense al ambiente. Por suerte, al poco de entrar allí, activaron los extractores y los ventiladores. Si esto no se hubiese dado, muy probablemente no estaría escribiendo ahora este relato ni vosotros leyéndolo.

Buscamos un rincón medio apañado. Todos pedimos unas copas al atareado camarero, de aspecto sencillo y más bien torpe. Le pregunté por el baño: "Al fondo a la derecha", contestó (lógico). Así que, muy a mi pesar, tuve que abrirme hueco entre la espesura cual buque avanza rompiendo las capas de hielo de las zonas polares. Pero hubo algo, más bien alguien, que hizo detener mi acometida. La vi de espaldas, a unos 4 ó 5 metros de mí, daba saltos, se movía furiosa, casi posesa; su pelo era negro como el carbón, largo y rizado. No puedo explicar qué fue lo que me llamó la atención de ella, quizás fue su cintura cual contoneo se asemejaba al de una víbora, quizás ese pantalón negro, fino y apretado, quizás esas nalgas bien formadas. Tan perplejo me quedé que ni me había dado cuenta de que necesitaba ir al baño.

Y así, cuanto más atontado estaba ante tal espectáculo, ella girose sobre sí misma y me miró profundamente con sus ojos marrones. Parecía como si hubiese sentido mi escrutinio de su figura, casi como si la hubiese olido. Me quedé maravillado, era bella a más no poder: nariz erguida, sin flequillo, unos labios muy apetitosos, su piel ligeramente morena y una mirada de picardía que no era propia de este planeta. En ese mismo instante se deslizó hábilmente entre la maraña de gente, entre aquel tumulto infesto. Pensé que pasaría de largo, pero estaba muy equivocado. Dicen que los ojos son el reflejo del alma, ella sin duda alguna sabía qué se me pasaba por la cabeza y actuó en consecuencia.

Su mano derecha se posó en mi cogote, agarrándome fuertemente. Acercó su cuerpo al mío y comenzó a bailar, o al menos eso me parecía al principio, frotando todo su cuerpo contra el mío. Pronto, su cuerpo se arqueó de manera que su mitad inferior quedaba pegada a la mía mientras que la superior casi llegaba a situarse en posición paralela al suelo. Su frotamiento, cada vez más rápido, giraba en torno a un punto: mi miembro. A pesar de la capa de tejido que nos separaban, mi miembro comenzó a erguirse profusamente. Su contoneo y su roce eran cada vez más veloces, casi podía sentir su sexo. Ella continuaba cada vez más alocada, como endemoniada; la gente bailaba alrededor, por un momento pensé si alguien se estaría fijando en nosotros, e incluso llegué a imaginarme como una tercera persona que nos observaba a ambos solos en la sala desde un rincón apartado. A ella esto parecía no importarle, juraría que incluso le excitaba más aún.

Continuó el frotamiento, cada vez más arduo, más rápido, no podía contenerme, iba a eyacular y mancharme. Había sido todo tan inesperado, que no pude aguantar demasiado; así pues ella notó mi completa excitación y frotó con más fuerza a fin de hacerme culminar. Acto seguido eyaculé manchando mis calzoncillos mientras ella se erguía en un último apretón y rozaba sus labios con los míos.

Agotado, me tambaleé torpemente hasta los lavabos ante su sarcástica mirada, llegué a pensar que se reía de mí pero en parte no importaba, me había hecho sentir mucho placer. Ya en los baños me limpié como mejor pude y reflexioné sobre la situación. Tenía que salir y hablar con ella.

De vuelta en la sala indagué con mi mirada, no la encontraba. Me acerqué a mis compañeros, preocupados por mi tardanza. Mi excusa fue el típico apretón inoportuno. Al parecer ninguno de los cuatro llegó a verme con aquella chica. En parte era un alivio pero por otro lado resultaba desconcertante pues ¿era yo el único que la había visto?, fue tal vez un sueño?, no, fue demasiado real.

Continuamos allí tomando algunas copas, bailamos un poco y demás. Mis compañeros me notaron un poco distraído. Aguanté en aquel antro cuanto pude hasta que manifesté a mis compañeros mi deseo de abandonar aquel lugar e ir a otro lado. Ellos asintieron y salimos de allí. Ya fuera avanzamos algunos pasos mientras el aire fresco penetraba en nuestros pulmones. No sé por qué mi cabeza se giró y mis ojos fueron a dar contra la puerta de una casa vieja, cerca del lugar que acabábamos de abandonar. Allí había un grupo de jóvenes, entre el cual se encontraba ella, algo ebria y con su sonrisa picarona. No sé si me vio pero de haberlo hecho quizás hubiese vuelto a reírse sarcásticamente, así que no le di mayor importancia y me fui.

Pasaron algunos días y casi la olvidé. El trabajo, su monotonía y las idas y venidas con mis compañeros evadieron mi mente hacia la realidad nuevamente. Mas un día, volviendo del trabajo en aquel amplio taxi, volví a verla. Íbamos por una avenida, yo estaba pegado a la ventanilla izquierda del auto, contemplando el paisaje. En ese momento contemplé una figura, tras frotarme los ojos pude distinguir a aquella muchacha alocada de la noche del sábado. Iba sola, andando lentamente, con una tez seria, unos libros abrazados contra su pecho. Rápidamente pregunté al taxista qué avenida era aquella, "Avenida Hans Pfall" respondió él. Así que grabé dicho nombre en mi mente y continué siguiéndola con mi mirada para ver si vivía por allí cerca. Ella entró en una panadería, así que me puse en plan Monsieur Dupin y supuse que: iba a clase (por los libros), tenía clase de mañana (pues volvía) y que muy probablemente tenía un piso alquilado en esta misma avenida (estaba comprando el pan –o al menos eso se vende en una panadería-). En ese momento deseé que mis suposiciones fueran acertadas.

Nada más terminar de almorzar y hacer el tiempo suficiente como para que mis compañeros se echasen la siesta, me tiré a las calurosas calles de Madrid en busca de la avenida de un tal Hans nosequé. Recordaba la trayectoria del taxi así que no me costó ningún esfuerzo dar con dicha avenida. Una vez allí la recorrí de arriba abajo un par de veces, acción en la que tardaba no más de un cuarto de hora. Sin embargo con cada ida o venida mis esperanzas de dar con ella se esfumaban aún más como el alcohol que se evapora al aire libre. Finalmente me apoyé sobre una farola de metal hirviente, un acto reflejo hizo apartarme y en ese momento escuché: "Sssssssssss, ¡oye!". Mire hacia arriba, hacia el bloque que se erguía tras de mí. En una ventana un tanto desvencijada se encontraba ella, saludándome con la mano y contemplándome con sus lindos ojos.

Inmediatamente me lancé dentro del edifico. Atravesé el portal cual rayo y subí hasta el tercer piso, pues antes había reparado en contarlo. El edificio era casi ruinoso, erigido en parte de madera y en parte de cemento. No cabía duda alguna de que era toda una antigüedad. Llegué sudando hasta el tercer piso y, ya en la planta, contemplé las dos puertas, una a cada lado. Al principio me pregunté cual de las dos sería pero enseguida mis dudas se disiparon: primero por la situación de su ventana, segundo porque la mirilla se veía ligeramente más oscura que la de la otra puerta, tercero porque bajo la puerta se veían sombras de pies, y cuarto porque se escuchaban las risitas de no menos de tres chicas juguetonas tras la puerta izquierda.

Justo cuando fui a golpear con mi mano la puerta, abrieron. Allí estaba ella, espléndida como siempre, las dos amigas huían hacia lo que intuí era el salón. Ella me invitó a pasar. El salón estaba formado por dos sillones y un sofá de tres piezas, una mesita de madera en medio y un televisor en un mueble un tanto roído por los años. Cada amiga se había sentado en sendos sillones, fingiendo como si no supiesen que era yo el que llegaba. Leían unas revistas, o al menos eso querían dar a entender. Una de ellas tenía el pelo corto, rubio, con gafas, rostro regordete y ojos azules. La otra era más bien de complexión delgada, con ojeras, ojos oscuros, pelo largo, liso y moreno, y con un flequillo que le tapaba parcialmente la frente.

Ella me presentó, sin ni siquiera saber mi nombre. Las sonrisas burlonas de las amigas demostraban una cosa: que ella les había hablado acerca de mí y/o que me vieron aquella noche en la discoteca. Me invitó a sentarme junto a ella en el sofá. Yo buscaba la mejor forma de deshacerme de las dos amigas para tratar de hablar con ella, por cierto que descubrí que se llamaba L. Así que actué de la siguiente forma: mi atención se centró en L, es decir no dejé de mirarla y de prestarle atención. Mis comentarios se limitaron a meros "sí" y "no", para que mi conversación pareciera aburrida. Mediante este improvisado plan logré que Julia (la de pelo negro) decidiese ir dentro a estudiar, y que Amanda (la rubia) bajase a comprar "unas cosas". Quizás di una imagen de retraído pero conseguí mi propósito.

El siguiente paso era citarme con ella. Tras cruzar unas palabras para informarnos sobre nuestra situación, ella creyó oportuno que me marchase, pues tenía que estudiar. Esto me dejó un poco aturdido, pero cuando cruzaba el umbral de su puerta me invitó a que estuviera el próximo sábado en la discoteca donde nos vimos. Este hecho me llenó de una profunda alegría.

Era miércoles así que los días restantes los pasé ansioso por volver a verla, incluso llegué al extremo de prepararme para tal encuentro. Aprovechando las idas y venidas de mis compañeros por la ciudad comencé a masturbarme pensando en la deliciosa L. Alivié tensiones (que hacía mucho que había dejado esta relajante práctica) y en cierto modo estaba preparado para lo que habría de llegar.

Ante mi encierro mis compañeros se mostraron un tanto preocupados, más aún ante mi aparente y repentina recuperación el sábado y por mis ganas de volver a la discoteca "El vigía", aquella que tan poco nos había gustado. Una vez convencidos me acicalé lo mejor que pude, me afeité todo el cuerpo (bueno, excepto la cabeza y demás) y me vestí elegantemente.

Llegamos a dicha discoteca y enseguida comencé a buscarla con la mirada. No había mucha gente comparado con la semana pasada, además habíamos llegado más temprano que la otra noche. De todas formas esperé su llegada impacientemente. Cada persona que aparecía por la puerta era objeto de mi vigilante mirada, casi como un sensor. Nadie entraba o salía sin que yo le echase un vistazo.

La cosa se prolongó, pasaron 90 minutos interminables (un partido de fútbol) sin que ella hiciese acto de presencia, estaba desesperado pero no perdía la esperanza. Fue entonces cuando un grupo de tres jóvenes traspasaron el umbral y se unieron al tumulto de gente allí congregada. Rápidamente me dirigí a ella y me dijo: "Aún no". Así que volví a las sillas con mis amigos y hablamos mientras yo esperaba ansioso una señal de L para marcharnos. Me parece que casi dos horas después ella me miró repetidas veces, así que hice como el que iba al baño y aprovechamos para dirigirnos unas palabras. Era evidente que había llegado la hora de marcharse.

Les dije a mis compañeros que no me encontraba bien, que necesitaba volver al piso. Comenzaron a coger sus cosas pero les dije que no hacía falta, que siguieran con su particular fiesta. Sólo Juan se prestó a acompañarme hasta un taxi. Pero mi mirada, un leve pellizco y un contundente "no" le dieron a entender que había algo detrás de mis ganas por marcharme, y no era precisamente ningún tipo d enfermedad.

Por su parte, L se despidió de sus amigas alegremente, como si ellas supiesen lo que iba a ocurrir a continuación. Una vez fuera tomamos un taxi y fuimos a su piso. En el transcurso del viaje llegué a pensar que ella intentaría hacerme algo en el taxi, pues mi impresión era que le gustaba hacer jueguecitos en público, llamar la atención; mas no fue así. Se mostró tranquila, seria y poco comunicativa durante el trayecto. Una vez llegamos y abandonamos aquel medio de locomoción ella me agarró de la mano y comenzó a correr escaleras arriba, casi tirando de mí. Parecía ansiosa por tomarme. Casi caí por las escaleras.

Una vez delante de la puerta de su piso sacó las llaves del bolso, las introdujo en la cerradura, giró, abrió y se metió dentro velozmente, cerrando tras de sí la puerta y dejándome fuera. Al principio reí que formaba aquello parte de una broma, pero inmediatamente me di cuenta de que todo era un juego propio de su locura. Uno de sus ojos se posaba en la mirilla de la puerta mientras una sonrisa burlona hacía aún más claro su estado anímico. Me dijo a través de la puerta que me desnudase. Como comprenderá el lector yo me quedé frío ante tal proposición, además que no quería que el vecino de enfrente se despertarse por los ruidos y me viese allí desnudo, o que alguien subiese las escaleras hacia un piso superior.

L insistió y procedí a quitarme la camisa azul. Mi pecho quedó descubierto. Colgué la camisa en el pomo de la puerta pues no quería dejarla caer sobre aquel suelo tan sucio, cubierto por una moqueta tan solo en un 70% de su superficie, y digo tal cifra porque el 30% restante de la moqueta estaba roída. No me gustaba la situación pero a ella parecía agradarle, y mucho. Continué atendiendo sus peticiones: la correa, los zapatos, los calcetines, el pantalón... hasta que me quedé en calzoncillos, unos a rayas negras, verdes y blancas que suelo utilizar porque me marcan mucho el paquete.

Cuando le solicité entrar ella abrió la puerta, pero sólo un resquicio. Cogió las cosas y las metió dentro. Mi desesperación llegó a tal extremo que estaba dispuesto a formar un escándalo si su intención era dejarme en pelotas en mitad de la calle. Pero volvió a abrir, me acerqué. Ella asomaba la cabeza, estaba de rodillas. Una vez allí empujé la puerta para entrar, pero ella la frenaba con una mano. Una vez allí L utilizó su mano izquierda para bajarme los calzoncillos, descubriendo así mi miembro no demasiado excitado. Así que, desde su posición, se lo introdujo en la boca mientras lo frotaba con la mano. Su habilidad era asombrosa. Me la comía, ella dentro y yo fuera, en cualquier momento podría pasar alguien o verme el vecino de enfrente, creo que era esta intriga lo que a ella le ponía.

Noté cómo se erguía mi miembro, pero no lo suficiente debido a las continuas masturbaciones de los días anteriores. Ella estaba entusiasmada con la situación. De repente se escuchó el sonido del contador de la luz del postal, así como alguien subiendo las escaleras. Ella, por su parte, parecía ajena a todo aquello y proseguía chupando, y yo cada vez más excitado a la vez que nervioso, no sé cuál de los dos estados era más manifiesto. Los pasos continuaban ascendiendo, ahora era la luz de la primera planta la que se encendía. Necesitaba entrar de alguna forma. Así que apoyé mi mano en su cabeza, como si estuviese sumido en la excitación. Gracias a mi actuación L se metió en su papel y dejó de aguantar la puerta, para utilizar ambas manos mientras seguía chupando. Justo cuando la luz de la segunda planta se encendía vi claro mi objetivo: su rodilla.

Como antes he dicho, ella estaba de rodillas en el suelo, así que empujé la puerta y le di justo en su flexionada rodilla, de lleno. El golpe no fue fuerte pero sí seco, además no se lo esperaba. Ella reculó un tanto, momento en el que aproveché para pasar al interior y hacer como el que se preocupaba por su estado. Le pedía disculpas arrodillado ante ella mientras examinaba su rodilla y, con el pie izquierdo, empujaba suavemente la puerta con objeto de cerrarla. Mi plan fue perfecto hasta que conseguí cerrar la puerta, en ese instante ella levantó la mirada, y contemplando los ojos me dijo un tanto fastidiada pero sorprendida: "Eres muy listo". Acto seguido me besó apasionadamente, con fuerza, apretándome contra su pecho y agarrando mi miembro fuertemente, casi como si fuera suyo. Comenzó a masturbarlo mientras me besaba y esto me llenó de excitación.

Yo me sentía cada vez más débil, como si una súcubo estuviese extrayéndome las fuerzas. Era tan placentero que me sentía incapaz de reaccionar. Sólo ella decidió tomar la iniciativa, puesto que se levanto ágilmente cual gata en celo y, en un par de brincos, entró en las habitaciones interiores. Tras escuchar que revolvía entre cajones volvió a hacer acto de presencia acompañada, esta vez, de un juguete. Ella se sentó en la mesita frente al sofá, me paré justo delante, de rodillas. L me alcanzó el juguete e intuí qué debía hacer con él. El juguete era un consolador de color piel, algo ancho, con todos los detalles posibles. En la parte inferior, tras los testículos, tenía un par de bonotes: "vibrate" y "move". Primero lo introduje poco a poco para no hacerle daño, una vez dentro ella tomó sus exquisitos pechos con sus manos y comenzó a frotarlos mientras gemía de puro placer. Se echó hacia atrás, símbolo de su suma excitación, y yo continué con el juguete.

Pronto me dediqué a activar los botones, primero el que vibraba, luego el que hacía mover el aparato en semicírculos, y luego combinaba ambos mientras lo metía y sacaba cada vez con mayor intensidad. Sus gritos eran música para mis oídos, su cuerpo parecía una masa gelatinosa a punto de venirse abajo, era un paisaje espléndido. Su sexo, recién afeitado, oloroso, comenzaba a manar un líquido transparente, ligeramente viscoso, que comencé a expandir por los alrededores. Ella gozaba. Cuando más excitado me encontraba decidí sacar aquel artilugio e introducir mi lengua, comérselo todo, como si de una sandía se tratase (pero sin pepitas). Ella gemía a más no poder, yo estaba inmerso en su sexo, casi quería meterme dentro, y lamerlo todo, no dejar ni un milímetro sin repasar.

Al parecer toqué en su punto débil, pues con un chillido de auténtico placer volvió a erguirse y a apoyarse sobre mi cabeza, casi muerta. Yo no podía parar, ella se derretía sobre mí. Mas su reacción no tardó en aparecer. Me impulsó contra el sofá, de modo que mi espalda golpeaba contra el mismo, recuerdo al lector que yo estaba de rodillas en el suelo, y mi cabeza quedaba encima de lo que es el asiento. Como su cuerpo seguía sobre el mío y mi boca estaba pegada a su sexo, ella se agitó violentamente estrujando mi cabeza contra el sofá. Sus movimientos eran casi convulsiones, parecía una posesa. Mi cabeza no podía aguantar más, a parte necesitaba aire, así que la atenacé por la cintura con mis brazos y la tiré contra el sofá. Ya arriba continué mi labor de comérselo todo de la formas más alocada posible.

Seguí y seguí mientras mi miembro continuaba sediento de recibir, así que paré un momento para proponerle un 69. Ella asintió, naturalmente, y tras tumbarme en el sofá ella se colocó encima. Acarició mi miembro como si fuera la primera vez, y poco a poco fue acaparando mayor terreno con su boca. Su lengua se paseaba por toda la extensión de mi miembro, tratándolo con cariño, muy al contrario que la vez anterior. Yo, por mi parte, di profundos lametones con mi larga lengua a su sexo, cada vez más mojado. Pensé que podría tirarme así toda la noche, con ella sobre mí lamiendo magistralmente mi miembro, su pelo que caía sobre mí, sus pechos que rozaban mi abdomen y su sexo acoplado a mi boca. Mas todo esto encontrábase en la periferia de mi conciencia, pues al coger con las manos su trasero hecho a molde, me fijé en aquel orificio que rara vez suele llamar mi atención. Con un gesto abrí un poco dicha zona para contemplarlo en todo su esplendor. Ella lanzó un gritito y me preguntó si quería hacerlo por ahí. Por supuesto asentí y ella dejó mi miembro libre.

Continuó a cuatro patas mientras yo me ponía de rodillas tras de ella. Mientras me situaba en mi nueva posición ella alargó la mano para abrir un cajón de la ya mencionada mesita y me entregó un pequeño tarro de vaselina para labios no muy usado. Entendí qué pretendía así que hunté un poco de aquel mejunje por su ano, los bordes, introduciendo el dedo, y después un poco en mi propio miembro. Con sumo cuidado comencé a taladrar. Primero la punta (obvio), luego avancé un poco más, lentamente. Ella parecía disfrutar de aquella lentitud. Proseguí con mi tarea cada vez más cerca de culminarla. Uno de mis grandes miedos era que se partiese el "frenillo" justo en aquel instante, así que procedí con el mayor cuidado posible.

Una vez todo dentro, entre sudores, empecé a moverlo con cierta dificultad; al principio apenas entraba y salía, creía que estaba atrapado, pero luego la cosa comenzó a adaptarse a la situación. Como si de un milagro se tratase mis movimientos se hicieron más rápidos. Su trasero era encantador, así que la agarré por la cintura y me dispuse a llevar a mayores extremos aquella postura. Sus gemidos mi provocaban mayor excitación (si aún cabría más). El sofá se movía con nosotros, la metía y la sacaba sin ningún impedimento, era increíble mi resistencia aquella noche, sin duda las masturbaciones de los días anteriores habían contribuido en algo. Continué con el meneo, ella con sus fuertes gemidos. Yo estaba a punto sentía un dolor punzante en el abdomen, símbolo de mi desesperación por terminar. Alcé la cabeza mirando al techo, casi a punto; fue entonces cuando me dejé caer hacia atrás para que ella terminase, pero no fue así.

Al dejarme caer ella no quiso entender que iba a terminar ya, así que se sentó encima con increíble destreza y se puso a botar de forma muy ligera y precisa. Su pelo caía hacia delante, sus pechos botaban también, el sudor marcaba sinuosos surcos por su pecho y espalda (aunque no pudiera verlos). Yo estaba a punto, ella me pedía un poquito de paciencia. No podía más necesitaba hacérmelo ahora, ¡el dolor aquel me estaba matando!. Ella imprimió mayor velocidad a su movimiento, sus muslos chocaban contra los míos marcando un ritmo muy acelerado, el ruido era casi un estruendo. No podía más, necesitaba terminar. Aguanté, casi tenía lágrimas en los ojos, pero aguanté hasta que por fin, entre gritos de locura y de sumo placer, nuestros líquidos se cruzaron inundándonos y manchándolo todo. Ella cayó hacia atrás pálida, había resultado ser un esfuerzo considerable.

Ni que decir tiene que la noche continuó con jueguecitos de todo tipo, utilizando el numeroso material que ella tenía guardados. Pero esa es una historia que contaré más adelante, en próximos relatos. Lo que sí referiré como cierre es cuando desperté. Ambos estábamos metidos en la cama, yo desnudo y ella con un simple tanga, ocultos bajo una sábana muy fina, que incluso transparentaba. Al abrir los ojos vi su dulce carita justo enfrente, sus ojitos cerrados, el pelo que le caía lánguidamente sobre la cara, y una leve sonrisa que denotaba cierta felicidad. Así en mi estado de somnolencia, la miré; como diría Poe "podemos duplicar la belleza de un paisaje contemplándolo con los ojos entreabiertos", y eso es lo que hice, sin lugar a dudas era el más bello paisaje que jamás había visto en toda mi vida: su rostro dormido.