Noches de satén mojado

Mi último relato.

NOCHES DE SATÉN MOJADO

Capítulo 1: Primeros contactos

Escuchando ese gran tema de Paul Simon titulado "Long, long day" me he dispuesto a escribir un nuevo relato. Café en mano, con el amanecer cercano y la lluvia que ensombrecerá la aparición del Sol. Hoy hace dos semanas que no la veo, dos semanas si admirar su sonrisa, sin sentir su cuerpo cerca del mío, sólo me queda el recuerdo de cómo se agarraba de mi brazo y me acompañaba durante nuestros largos paseos.

Fue hace tiempo, hablando en un chat, donde la conocí. Los detalles acerca de su nombre o su procedencia no importan, sólo será necesario saber que vivía lejos y que hizo un tremendo esfuerzo por venir a verme.

El Sol de aquella mañana de sábado me deslumbraba mientras conducía, así que bajé el protector del coche para evitar tal efecto. Al poco llegué a la estación; sentado en un frío banco de soledad esperé con mi seña dispuesta. Por suerte no hubo retrasos, aunque anduve confusamente por la estancia un tanto nervioso.

Entre el bullicio pude escuchar mi nombre pronunciado en voz alta. Al levantar la mirada la vi, una joven de pelo oscuro, largo, ojos claros y una sonrisa de oreja a oreja. Corría hacia mí con los brazos abiertos. Nos fundimos en un cariñoso abrazo y salimos juntos de la mano dirección a casa. Era la primera vez que nos veíamos.

Como he dicho la conocí en un chat. Hablamos largo y tendido hasta que me dio por enviarle algunos de mis relatos. Enseguida los leyó y me dio su opinión: "Es increíble cómo te expresas, de verdad me he creído que formaba parte del mismo, estoy muy muy muy mojada". Este tipo de comentarios no hacen si no despertar mi vena picarona, así que procedí a "meterle caña". Le describí escenas de lo más morbosas tras conocer sus gustos, mientras que ella, tranquilamente sentada frente al ordenador, se masturbaba con ardor incontrolable. Comentarios como "Eres el mejor", "Estoy temblando" o "He sufrido hasta un orgasmo" me hicieron sentirme un gran ciberamante, aunque en parte se debía a su capacidad de alimentarse de mis relatos.

Pasaron los días, cada uno de los cuáles sus dedos penetraban en su sexo en busca de una nueva eyaculación mientras que los míos la buscaban en el teclado. Mas todo no fue sexo, sino que hablamos del uno y del otro, intercambiando pareceres y sonrisas, dialogando entretenidamente, es un placer compartir con ella cada instante... cosa que nos hizo pensar.

Llegamos a mi casa, hace poco que la adquirí y estaba ansioso por compartirla. Ella no permanecería más de dos semanas allí en mi ciudad, pero no nos cabía duda que algún día volvería para quedarse. Tras soltar las maletas y acomodarse dije:

"¿Qué prefieres hacer ahora?, ¿damos una vuelta para que conozcas la ciudad o prefieres que empecemos a hacerlo hasta caer derrotados?." Ahí la miré en plan pícaro.

"Sabes perfectamente qué es lo que quiero, pero como dicen que lo bueno se hace esperar, demos una vuelta a ver la ciudad, pero no muy larga que me canso, llevo muchas horas de viaje".

"Claro".

Recuerdo que en nuestras conversaciones vía msn nos intercambiábamos fotos. Las suyas me colmaban de excitación. De las mías afirmaba que tenía "un pene perfecto" y que "durito y calentito estaría muy bien dentro de su culito". Antes de vernos habíamos ideado lo que haríamos y qué posturas adquiriríamos. ¡Su imaginación era asombrosa!.

Estos pensamientos tenía mientras andábamos juntos, ella cogida de mi brazo, por las calles de mi ciudad.

Tras un largo paseo almorzamos en un restaurante-bar cercano a mi piso. Por suerte aquel fue un día soleado, con una claridad que me permitía deleitarme con su siempre presente sonrisa. A eso de las cuatro de la tarde llegamos a casa, rendidos por el paseo y hartos de comer. Parecíamos una pareja que se conocía desde hace mucho, aunque ciertamente era la primera vez que nos veíamos.

Ya en casa ella entró presurosamente al cuarto de baño, por mi parte aproveché para lavar los pocos cacharros que había dejado sucios durante el desayuno de la mañana. Afanado en lo mío se acercó hasta mí con la alegría y energía que le caracterizan. Me abrazó dulcemente y descendió con una de sus manos hasta mi "paquete". Por fin había dejado la vergüenza a un lado, aunque debo reconocer que yo también había estado un poco cortado.

Acariciándolo por encima de los pliegues de la ropa me susurró al oído: "¿Por qué no nos marchamos a la cama y me das eso que tanto he deseado siempre?". Girándome sobre mis pies la agarré, creo que hasta se asustó de mi repentino movimiento, la besé y la empujé contra la mesa de la cocina. Tras subirla a la misma la abrí de piernas, pudiendo ver unas bragas de color rosa y transparentes, tras ellas algo ligeramente cubierto de denso pelo negro y muy húmedo. "Antes probaré un poco de eso si me lo permites" –dije-. Con su cabeza asintió y en este punto lo hicimos por primera vez juntos.

Casi como un salvaje aparté su ropa interior y comencé a besarle, provocándole escalofríos. También procuraba dar protagonismo a mi lengua, que entraba y salía húmeda, adentrando en parajes desconocidos, olvidados por la mano de los dioses, aunque no por la suya.

Cuando parecía satisfecha me levanté, desabroché el pantalón y lo dejé caer al suelo. Mi miembro estaba erecto, aunque no del todo, oculto debajo del calzoncillo, manchándolo desde dentro. La cabeza comenzó a salir, hasta que ella lo rozó levemente con sus uñas y entonces salió disparado dejando a mi calzón en clara evidencia.

Los ojos de mi pareja se pusieron como platos, lanzóse sobre mi miembro y lo agarró fuertemente con su mano derecha a la vez que se arrodillaba en el suelo de la cocina. Sus carnosos labios besaron cada centímetro del mismo y después se lo introdujo en la boca cuanto esta daba de sí. Era un tres en uno: su mano lo masturbaba, en su boca se lo introducía y, mientras permanecía dentro, su juguetona lengua cosquilleaba la punta.

Sus movimientos ascendentes y descendentes iban a procurar que pronto terminase por eyacular pero, para mi sorpresa, dejó de hacer aquello y volvió a subirse en la mesa mostrándome el lugar por el cual debía entrar mi miembro. Lo cierto es que estaba para hacerle una foto, con su sonrisa endemoniada y su dedo marcando el camino.

Como un ariete de la edad media lo empujé y penetré tan brutalmente que hizo escapársele un fuerte grito. Aferrándose con sus piernas a mi cadera, sus brazos por encima de mis hombros y su boca pegada a la mía empezamos a movernos, ella intentaba botar encima, yo movía mi pelvis nerviosamente mientras que agarraba su cintura con mis manos.

Su sexo fue volviéndose más y más húmedo, mi miembro penetraba, salía y volvía en busca de más.

"¡Qué caliente está, es como si me metiesen un maravilloso palo hirviente" gritaba ella.

"¿Sí? –entre suspiros- pues esto pienso dártelo todos los días... y varias veces además".

"¡Síiiiiiiiiii, dámelo todo, lo quiero dentro de mí!, ¡quiero tu semen calentito dentro de mí! ¡quiero que te corras!".

En un "saleazo" de aquellos me frené en seco, escupiendo fluidos en el interior de su sexo. Nos abrazamos nerviosamente, sudando. Si queréis saber más seguid leyendo.

La tarde continuó en el mismo plan, teníamos tantas ganas cada uno de degustar el cuerpo del otro que sólo parábamos para reponer las fuerzas mínimas. Por la noche todo se tranquilizó un poquito más porque decidimos salir a cenar y celebrar de esta forma nuestra primera noche juntos.

No queriendo reparar en gastos fuimos a un restaurante de la costa. Allí nos sirvieron elegantemente bajo la adormecedora luz de un quinqué de mesa. Lo que yo no suponía entonces, o al menos era incapaz de recordar, era que a ella le ponía mucho interpretar ciertas escenitas a la vista de la gente.

Noté de repente su pie descalzo, cubierto por la fina capa de media, posarse sobre mi pene, el cual se levantó enseguida haciendo nuevamente gala de su capacidad de reacción. Un respingo casi me hizo levantar de la silla. Inmediatamente sentí que su pie se movía en tono vertical, subiendo y bajando la ladera de mi miembro. El placer era infinito a pesar de que mis ojos no podían evitar escudriñar la sala en busca de posibles mirones.

La escena no se prolongó en demasía pues abandoné la mesa e hice un gesto para que me acompañara. Al poco de entrar en el baño de caballeros ella llegó, y fue allí, bajo riesgo de ser pillados infraganti, donde nos pusimos manos a la obra.

Sentándose en la taza del water quitó el enganche de mi correa, desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera muy despacio mientras se mordía los labios. Cuando ya tuvo mi miembro en su poder (otra vez) comenzó a chuparlo tan ágilmente que me era imposible captar todos sus movimientos. Con una mano daba un delicado masaje a mis testículos, acariciándolos cuidadosamente, con cariño. Unos apretones imprevistos me hicieron casi darme de cabeza contra el techo, pero decidí reaccionar.

Le di a entender que se levantara, de pie sobre la taza del water. En esa posición deslicé mi cabeza bajo su falda azulada y me sumí en la oscuridad. Tras bajar las bragas lamí profusamente su sexo muy humedecido. Noté cómo sus manos me atenazaban fuertemente de la cabeza para que me fuese imposible escapar, cosa que yo agradecí.

Cuando más mojada estaba introduje mis dedos, primero dos de golpe, moviéndolos velozmente ante sus quejidos de excitación. Pronto sus fluidos comenzaron a mojarme y a desparramarse por el suelo tras haber recorrido parte de mi brazo. Sus brazos se abrieron en cruz para apoyarse en las paredes adyacentes, a pesar de lo cual parecía que iba a caer de un momento a otro.

Como no disponíamos de mucho tiempo quise que su eyaculación fuese inminente. No pude conseguir tal cosa puesto que mi ardiente amante tomó posesión de mi cuerpo:

"Siéntate tú, y verás las estrellas".

"Estoy deseando que me muestres el cosmos en toda su magnificencia si es necesario".

Y de hecho así fue. Tras sentarme fue introduciéndose mi miembro en su sexo. Cuando pasó la punta, lo más difícil, entró de golpe provocando en mí una especie de chispazo interior. Rápidamente empezó a saltar encima, loca de rabia. El choque resultaba algo doloroso, aunque era incapaz de quitármela de encima (a parte de que no quería).

A cada acometida me sentía más y más cerca del punto final. Por su parte ella estaba también a punto, sólo faltaba el último toque. Cuando quiso gritar sellé sus labios con los míos, lo cual no le impidió seguir botando. Finalmente, entre alaridos, estalló expulsándolo todo sobre mí. Yo sentí el apuntillamiento final pero fui incapaz de expulsar nada ya que estaba completamente seco. Había sido el primer día y teníamos nuestras reservas en estado crítico.

Capítulo 2: Un día de cine

Cuando al día siguiente me encontraba profundamente dormido en nuestra cama, bajo la fina capa de la sábana, noté, en mis sueños, un agradable cosquilleo en la entrepierna. Al abrir los ojos pude ver cómo alguien se había introducido bajo la sábana y acariciaba mi miembro. Mi gatita en celo se había levantado y disfrutaba despertándome de forma inmejorable.

Para darme los buenos día me hizo una felación. Su boca y su lengua jugaron con mi miembro hasta que eyaculé dentro de ella, tragándoselo para que no manchara nada. Nunca antes me habían despertado así y debo confesar que tampoco tuve una eyaculación más a gusto.

Desayunamos y volvimos a salir. En esta ocasión tocó un complejo de ocio cerca de la costa. Allí almorzamos y sacamos un par de entradas para el cine. La película era alrededor de las 4 PM, compramos nuestras chucherías para entretenernos y entramos.

La película era una comedia y la sala se llenó. A mí no me atraía la película en absoluto, pero con tal de permanecer a su lado aguantaría hasta un bombardeo o más.

Comenzaron los trailers y anuncios, luego por fin la película, la gente enmudeció y las luces se apagaron. Conforme la película avanzaba yo daba grandes bostezos, ella me sonreía y me invitaba de vez en cuando a saborear sus dulces labios con una sonrisa.

Cuando aquella película buscaba su ocaso, las escenas de risa provocaron al público presente en la sala inmensas carcajadas. De pronto noté a mi pareja meter la mano entre mis piernas y acariciarme justo ahí. En principio lo vi todo un atrevimiento pero entendí al instante que eso le ponía. Sin apenas cruzar palabra metió la mano bajo mi pantalón y agarró mi miembro fuertemente con su mano. Yo hice lo propio con ella: metí mi mano bajo su ropa y acaricié su sexo humeante y peludo. Cuando hube encontrado el agujero que me permitía llegar hasta su verdadero ser, comencé a mover mis dedos no sin cierta dificultad.

Su mano, delicada, seguía tocándome, poco a poco me iba dejando caer en la nube del placer; éramos cómplices en aquello, aunque ella disimulaba mejor que yo pues ni siquiera se inmutaba ante la masturbación que yo le procuraba. Su mano se movió agitando mi miembro, apretando la punta, denotando una maestría inhóspita. Rápidamente descargué en su mano, mas no pareció darse cuenta de ello pues prosiguió masturbándolo. Cuando la miré de refilón la vi prácticamente tumbada en la butaca, con los ojos cerrados y disfrutando. Recordé entonces donde había dejado mi mano, la cual se movía instintivamente; tras tomar consciencia de la situación efectué movimientos cada vez más acelerados, introduciendo toda la mano si era posible.

Al final el dulce jugo que escondía en su interior se desprendió de ella, impregnándome y dejando en mi mano un olor puramente sexual. Durante aquello ella había estado masturbando mi miembro a pesar de que yo había terminado. Cuando eyaculó apretó tanto con su mano que casi temí porque terminara estrujándolo.

Tras la escenita nos esperamos a que todo el mundo abandonara la sala. En los baños nos separamos para asearnos y nos fuimos a casa no sin antes dar un paseo en la playa bajo el sol que comenzaba a ponerse.

La noche llegó y decidimos cenar en casa. Para mi sorpresa ella decidió cocinar, pues según decía iba a preparar un plato típico de su tierra. Yo me fui a duchar mientras tanto. Cuando el agua corría por mi cuerpo desnudo medité acerca de cuánto estaba viviendo. Indudablemente tenía una persona excepcional a mi lado pero... ¿por cuánto tiempo?.

Abandoné la ducha y mis pensamientos tras la puerta del baño y me dejé caer sobre la cama, ataviado únicamente con la toalla color púrpura. Con los brazos abiertos pude ver cómo mi invitada venía corriendo hacia mí, con esa sonrisa inconfundible que irradia alegría. Echose sobre mí, mirándome profundamente. Su prominente pecho quedó aplastado y más marcado por el abrazo. Fijamente los contemplé, ahí estaban, tan esféricos, morenos en la parte que sobresalía, hasta la luz no podía escapar de ellos.

Tan descarado fui que se dio completamente cuenta diciendo:

"¿Te gustan mis pechos?".

"¿Tú qué crees?" pregunté.

"¡Jajajajaja!, supongo que sí porque no paras de mirarlos".

"Si tuviera que quedarme el resto de mi vida admirando alguna parte de tu cuerpo admiraría tu sonrisa".

Las bonitas palabras que expresé de pura inspiración fueron recompensadas con el más suave beso que jamás me hayan ofrecido. Cómo no, enseguida notó mi miembro bajo ella, por lo que su mano se fue directamente bajo la toalla.

En ese instante me tenía bajo su poder embriagador. Yo desnudo, debajo de su cuerpo y totalmente dominado por la falta de fuerzas. Noté cada yema de aquellos fibrosos dedos deslizarse elegantemente por mi miembro, provocando con ello que cerrase mis ojos para sentirlos cuanto fuera posible.

Me sumí en el edén, mi mente viajó hasta cotas jamás alcanzadas, sólo volví en mí cuando sus labios volvieron a besarme. Era sexo, sí, pero algo subyacía bajo él, tal vez amor.

De pronto se levantó y marchó corriendo hacia la cocina. No habíamos terminado pero en ese momento me sentí muy dichoso por tenerla a mi lado.

Capítulo 3: Cual volcán humeante

Durante la semana yo trabajo, y ella permanece en casa haciendo sus cosas. Siempre me recibía como yo esperaba, incluso había día en los que no almorzamos hasta pasado un buen rato. Aunque hubo un día en el que ella me recibió de forma distinta a la habitual.

Tras abrir la puerta no la vi tras ella como de costumbre, mas no me inquieté demasiado. De pronto distinguí un olor en el ambiente, que gobernaba todo mi piso. El aire estaba viciado de ese olor pero no distinguía su posible procedencia. Avancé en busca de la fuente que no me repudiaba ni atraía, hasta que di con mi cuarto. Allí, en la cama de matrimonio, tumbada y abierta completamente estaba mi pareja. Portaba un consolador de color púrpura que introducía en su humeante sexo mientras sudaba por doquier y gemía gatunamente.

Me acerqué estupefacto, ahora más interesado por aquel olor y su procedencia. Cuando pensaba en tirarme de boca allí ella dijo:

"¿Te gusta?".

"Por supuesto" respondí con cara de bobalicón.

"Llevo toda la mañana masturbándome con esto, porque me sentía muy caliente, y tú no estabas".

"¿Cuántas veces te lo has hecho?" pregunté desconcertado.

"No lo sé, perdí la cuenta... ¿quieres?", hizo un gesto con su mano y con aquel juguete purpúreo me marcó el camino a seguir.

Tras desprenderme de la ropa me puse en situación. Saqué mi enorme miembro y lo introduje con una facilidad asombrosa. Nunca antes se lo había notado tan abierto. La punta de mi miembro chocaba contra algo pomposo y húmedo en su interior, como si su piel se hubiese inflamado. Cuando chocaba contra esa zona ella gemía y mordía sus delicados dedos.

Empecé a moverme como siempre, sin dejar de estar un tanto asombrado. "¡Más, más, más!" me pedía alocadamente, sólo le faltaba expulsar espumarajos por la boca. Aquel olor me embargaba y embriagaba al mismo tiempo, entendí que era Esencia de sexo de la más pura muestra existente. Mis acometidas parecían tener poco efecto, incluso sobre mí. Cuando se cansó me empujó hacia atrás con furia inusitada y agarró mi miembro como si de su juguete se tratara.

"Ahora te vas a enterar" afirmó diabólicamente.

Tras agarrarlo lo agitó fuertemente cual coctelera de bar. Su mano se movía veloz, haciéndome sentir como un fuerte pinchazo justo dentro que me hizo expulsar cuanto semen tenía acumulado. Su cara quedó impregnada de tan delicioso líquido y volvió a la carga.

Como he dicho antes estaba tumbado, en posición contraria a la cama, lo malo es que mi cabeza quedaba fuera de la misma. Al parecer ella no se daba cuenta del peligro y, presa de su escasa cordura, puso su sexo justo encima de mi boca gritando "¡Come!" a la vez que dejaba caer todo el peso de su cuerpo. Evidentemente no pude aguantar y caí, golpeándome en la cabeza y quedando levemente conmocionado.

Su histerismo pasó a transformarse en cariño, acudió a mí y me examinó detenidamente en busca de posibles heridas. Una vez vuelta en sí misma me cuidó con mimos y demás muestras de ternura.

Después de almorzar quisimos salir a dar una vuelta, pero en esta ocasión con un objetivo claro: comprar juguetes para ambos. Nos pusimos en marcha dando un largo paseo hasta un barrio no cercano pero en el que es imposible de aparcar. Una vez allí entramos en cuantas tiendas vimos y poco a poco llenamos bolsas. Recuerdo bien lo que compré pues tengo algunas cosas justo delante mía: un consolador-vibrador blanco y grande, otro consolador metálico (típico de las películas pornográficas), un tercer consolador hueco con un extraño líquido dentro, una crema de aspecto inquietante, un masturbador, lencería y unas bolas chinas.

Como comprenderéis la vuelta fue rápida pues estábamos ansiosos por probar esos aparatitos juntos. Cargados con las bolsas del sex-shop entramos al portal y a mi piso bajo la mirada atónita de los vecinos.

"¿Para qué es esa crema?" pregunté impaciente.

"Desnúdate y échate en el sofá, ahora verás" respondió en tono intrigante.

Así que me tumbé tal y como ella me había dicho. Seguidamente huntó sus manos con un poco de esa crema y la expandió por mi miembro que empezaba a ponerse vigoroso de nuevo. Sentía la fría crema y sus calientes manos. Por un instante creí haber perdido la sensibilidad en mi miembro pues ya no notaba nada.

"Porque te estoy viendo si no diría que no me haces nada en absoluto" aprecié un tanto sorprendido.

"No te preocupes, veo que ya te hace efecto".

"No sé muy bien como funciona esto, pero si me va a gustar sigue".

"Claro que te va a gustar, tú relájate que yo soy la diosa del deseo y sé lo que me hago" dijo mientras no paraba de masturbar mi adormecido aunque erecto miembro.

"Vale, pero trátame bien que... ¡aaah!".

Noté sus dedos acariciando la punta de mi miembro muy delicadamente. La sensación había sido impactante y me pilló desprevenido. Miré al techo presa de un placer desconocido hasta ahora. Sus manos jugaban únicamente con la punta, moviendo los dedos en una reducida zona. Con esos mínimos y justos movimientos y tras unos apretones con sus dedos provocó mi eyaculación de una forma jamás vista (al menos por mí). Aquello me dejó sin aliento.

"¿Ves qué bien?" sonrió alegremente.

"Sí, pero ¿qué crema es esa?" logré preguntar entre profundas respiraciones.

"Es un secreto, voy a ducharme mientras se seca. Tú espérame aquí y ahora lo hacemos a lo bestia".

"De acuerdo, me recuperaré mientras tanto pero tú no tardes porque voy a hacértelo hasta que me supliques clemencia".

"De eso nada, yo jamás pediría que me parasen de penetrar, y mucho menos a ti" dijo y se fue.

Tan sólo cinco minutos después, tal y como estaba, busqué entre los juguetes el consolador repleto de líquido blanco, di un par de zancadas y me asomé a la puerta del baño. En el plato de ducha había encerrado un ser sin igual, su figura, cubierta por el agua, me envolvió en un profundo celo. Soltando el juguete encima del lavabo entré en el plato de ducha y la sorprendí por la espalda.

Mis manos atenazaron primero sus suntuosos muslos y después sus pechos que chocaban contra el alicatado. Su grito de sorpresa no puedo ser más llamativo. Pegué mi miembro contra su culito respingón, muy durito ahora como consecuencia del agua fría. "Dámelo todo juguetón mío" me pidió traviesamente. Así que alargué mi brazo y cogí el juguete que había traído conmigo (juguete que se ha llevado a casa pero que me enseña por el msn siempre que lo utiliza) y la obligué a abrirse de piernas.

En aquella postura, mientras el agua se derramaba por nuestros cuerpos, introduje aquel artilugio por su húmedo sexo hasta llegar al límite. Sus gemidos de desesperación y placer chocaron contra el techo de la habitación.

Aún recuerdo dicha escena. El juguete expulsaba el líquido espeso y blanco dentro de su sexo, luego se derramaba entre sus piernas creando un magnífico panorama. Era muy morboso aquello, tanto que mi miembro se irguió al acto y rozo levemente su trasero. Siguiendo las instrucciones de mi instinto animal me pegué a su cuerpo y resfregué mi endurecido miembro por todo su trasero a la vez que iba metiendo el consolador con fuertes acometidas.

El roce, húmedo y contundente, me hacía temblar hasta casi perder el equilibrio. Ella, muy contorsionista, giró el cuello y, ofreciéndome su boca para besarla, jugó con su lengua en el vacío generado por aquel beso.

"Comiéndonos" la boca, introduciendo el consolador por su sexo, atenazando su pecho con una de mis manos y frotando fuertemente mi miembro por su espalda y trasero... esa era la postura. Al instante decidió darse media vuelta, me quitó de las manos aquel gracioso artilugio y se abrió de piernas mostrándome su sexo a medio afeitar. Con una mirada y un gesto que jamás olvidaré: su lengua comenzó a lamer la superficie de la punta del objeto eyaculante con llamativa elegancia. Justo ahí supe lo que debía hacer, y no era otra cosa que acercarme e introducir de golpe mi miembro en su rasurado sexo.

Cuando lo hice, un fuerte chillido salió disparado de sus labios cual saeta de ballesta, impidiendo así que pudiera continuar con sus lamidas a aquel artilugio. Mis acometidas fueron tan contundente y alargadas que logré alzarla del suelo. Con los reflejos de una gata (en celo) acopló sus piernas en mi cintura formando así un cierre perfecto que le permitía sujeción. Mientras nos contemplábamos a los ojos llenos de goce y estupefacción, ella dejó caer algunas gotas de aquel desconocido fluido sobre la unión en la entrepiernas. La consecuencia fue que mi pene adquirió mayor celeridad de movimientos, de entrada y salida, y no sólo eso pues la excitación aumentó, y con ella el calor.

Su peso caía ahora sobre mí y me sentía estallar en potencia. Su boca se abrió dejando entrever hilos de sabrosa saliva que iban alargándose conforme la boca se abría más y más. Penetré profundamente cual taladradora, sintiendo en la piel tanto la zona rasurada como la cubierta de pelo. Podía oir aquel roce con inusitada claridad.

Me volví más violento en mis impulsos, hasta tal punto que sus uñas arañaron mi espalda y sus dientes crujieron ante el gran esfuerzo que hizo por no gritar. Fue cuando noté un fluido cálido esparcirse por mi miembro... ¡era su orina que salía despedida!. Quise apartarme pero no pude, confluían en mí dos sentimientos diversos: una ligera repugnancia y un morbo desconocido. Rápidamente aquel líquido cambió de color y supe que estaba corriéndose, aunque yo aún no había terminado, por lo que me apreté exageradamente contra ella en una larga y pronunciada penetración, hasta tocar un final, y, tras algunas milésimas de espera, eyaculé dentro mientras ella aún se derramaba sobre mí.

Jamás había sentido tanto calor en mi miembro, creía incluso que echaría a arder o a explotar cual volcán. Por suerte el agua apaciguó aquella sensación de fuego. Por su parte, mi pareja, permaneció prácticamente inmóvil observando su abierto sexo casi consternada. Por fin se acercó jadeante y acarició el objeto de su deseo mientras besaba mis labios lánguidamente.

Capítulos 4: Calurosa despedida

Llegó el día en el que ella debería marcharse, el día en el cual volveríamos a vislumbrar la realidad en espera de tiempos mejores. Nos deparaban veinticuatro horas llenas de pasión descontrolada en busca de aprovechar al máximo el tiempo que nos quedaba juntos.

Fue increíble que no quisiéramos parar desde por la mañana hasta la noche. Sería una inutilidad describirlo desde el principio pues los detalles que soy capaz de recordar son vagos y apenas se salen del guión marcado asta ahora. Por eso me ceñiré a nuestra última vez juntos pues expandimos nuestra imaginación y, casi sin ganas, logramos hacerlo como no habíamos podido días antes.

Recuerdo que volvimos de almorzar a la casa. Me costó mucho trabajo abrir la puerta pues ella permanecía enganchada a mi cuello besándome donde podía. Entramos a duras penas y seguía recolgada. En esta pose avancé hasta la cama y la dejé caer contra la misma. Se mostró muy mimosa, una gatita en celo despertando mis más primitivos instintos.

Acercándose hacia mí, con su mirada puesta en el bulto que escapaba del pantalón, era todo cuanto necesitaba para excitarme nuevamente. Su lengua lamió la tela que cubría mi ahora erecto miembro con una delicadeza morbosa. Tocó suavemente dicha zona con las yemas de sus dedos y la acarició con sus blancas y largas uñas. Irguiéndose posó sus labios en los míos, besándome calurosamente, jugando con nuestras lenguas mientras su mano se abría hueco por la parte superior del pantalón hasta dar con mi miembro y poder estrujarlo con su mano.

Ya en su poder, me dejé seducir y llevar hasta otros confines. Su mano masturbaba mi miembro con dulzura, su boca emanaba llamaradas de pasión y su mano izquierda impedía que me apartase de ella. Dejándome caer hacia delante provoqué que ella acompañase mi movimiento, quedando ambos tumbados en posición casi fetal pero sin dejar de hacer aquello. Mi mano decidió, y digo decidió pues creo que hay momentos en los cuales yo no la controlo y aquel era uno de esos momentos, imitar a la suya y masturbar también su sexo. Alargando los dedos hasta el máximo mi mano atravesó la armoniosa espesura hasta dar con su humeante volcán.

Así abrazados nos consumimos el uno al otro durante unos minutos. Sin darnos apenas cuenta nos desnudamos el uno al otro hasta quedar completamente despojados de las vestimentas. Con la piel como único abrigo continuamos con aquello, cada vez más excitados, mojados y sudorosos.

Mi única reacción coherente fue echarme hacia detrás e indicarle mediante gestos que se tumbase sobre mí en sentido opuesto. Jamás antes había adoptado tal postura aunque he de reconocer que desde entonces la practico siempre que puedo. Aquel sesenta y nueve tenía esta forma: su sexo rozando mis labios mientras lo lamía dejando una fina capa de saliva en él, y su boca chupando mi miembro de arriba abajo.

Tumbado como estaba no sabía si concentrarme más en mi labor o en disfrutar del tacto de sus labios sobre mi pene. Claro está que al final pude combinar ambas emociones y proseguir en perfecta uniformidad. El paisaje que me ofrecía su sexo chorreante sobre mi cara era de lo más asombroso. Además imaginaba su cremosa boquita chupando, abierta a más no poder, cada centímetro de mi miembro, desde la ancha punta hasta la base, dura cual árbol.

Sentí como un pinchazo en mi estómago, así que enseguida aumenté la velocidad para procurar la inminente eyaculación de mi pareja. Desgraciadamente no fue así pues no pude controlar la salida del semen que terminó inundando su rostro. Esto no pareció disgustarle, si no al contrario le encantó. Aunque ella necesitaba también correrse y aún estaba lejos de conseguirlo.

Solucioné tal conflicto situándola a cuatro patas sobre la cama, con su trasero erguido ante mí. Inmediatamente fui hasta el cajón y cogí uno de los juguetes que no habíamos utilizado aún: las bolas chinas. Lubriqué el orificio con saliva, primero con los dedos y después dando profundos lametazos de forma continuada. Entonces hicieron acto de presencia las bolas, unidas entre sí por un hilo blanco. Fui metiendo una por una: la primera entró con cierta dificultad, ni oí sus chillidos pues estaba demasiado concentrado en la "excavación". La segunda entró más sobrada de espacio, la tercera igual; la cuarta encontró más dificultadas y, finalmente la quinta se quedó a medias mientras que sus gritos de locura y desesperación me alejaban de mi letargo.

Moviéndolas en su interior logré provocarle un éxtasis anormal. Las bolas entraban y salían cada vez más humedecidas. El color plateado de las mismas se iba volviendo gradualmente más y más brillante. Llegué incluso a pensar que las dos bolas restantes sentían una inmensa envidia por sus compañeras, las cuales disfrutaban del roce y de la fortuna de haber sido las escogidas para hurgar en aquel orificio.

Excitado como estaba, y casi sin querer, mi miembro se puso erecto y rozó ligeramente el pelo que en torno a su sexo crecía. Inmediatamente me di cuenta de ello y, poniendo mi mano izquierda sobre ella, la penetré furiosamente haciendo que emitiera un quejido que retumbó en toda la casa. Poco a poco me fui olvidando de las bolas, pegándome más y más, inclinándome para sentir su tersa piel. Mis violentas acometidas le hacían rabiar, mis testículos golpeaban contra las paredes exteriores de su sexo hasta el punto de provocarme el temor de acabar aplastadas.

Tumbándome encima agarré su colgante pecho, apretándolo, era como la ambrosía de la cual deseaba extraer su jugo. La sentía palpitar, su sexo emitía vida, y asomándome pude contemplar cómo un líquido translúcido caía en forma de gotas hasta la cama, manchando las sábanas, dejando un rastro oloroso y muy morboso.

Era un animal, la estaba destrozando, mi miembro salía y entraba con fuerza. Sus gritos modificaron para tomar forma de palabras abrazadoras: "¡Aaaaaaaaaaah!, ¡me corro! ¡me corrooooooo!". Y fue justo ahí donde explotó de inmensidad y dejó escapar todos sus fluidos sobre mi pene que no paraba de entrar y salir humeante, evaporando aquel líquido por el calor que desprendía. Volviéndose velozmente, agarró con la mano mi pene y lo agitó tan rápido que me sentía incapaz de saber dónde estaba su mano. De pronto frenó y lo masturbó lentamente, pero con fuerza y apretándolo como jamás antes me lo había echo, hasta que por fin, entre espasmos y convulsiones, un desproporcionado chorro blanco salió despegado y la impregnó toda de él.

Lamió un poco de aquel líquido mientras yo permanecía en cuclillas, agazapado, realmente exhausto.

Epílogo

Recuerdo dolorosamente cómo la llevé hacia la estación, cómo nos despedimos y cómo nos prometimos amor eterno. Y digo "dolorosamente" porque dista mucho para que pueda volver a verla, a sentir su cuerpo unido al mío, a amarla. Por suerte tenemos otros medios para hablar, disfrutar de nuestra compañía y dedicarnos palabras grabadas con fuego.

Espero que leas esto amor mío. Te quiero.