Noches compartidas con mi primo
No me molestaba que mi primo durmiera conmigo. Durante los primeros días, ni siquiera noté nada en el dormitorio.
No me molestaba que mi primo durmiera conmigo. Durante los primeros días, ni siquiera noté nada en el dormitorio.
Había acabado el instituto con un año de retraso, pero la nota de la selectividad me iba a permitir estudiar lo que yo quería. Había valido la pena.
Disfruté de ese verano de transición.
Yo solía aprovechar para salir hasta el límite del horario que mis padres me marcaban y cuando llegaba a casa, ya estaban todos durmiendo.
Entraba en el dormitorio sin hacer ruido y usando solamente la luz del baño para orientarme y cambiarme de ropa.
Roberto, Betto, mi primo, se iba a dormir bastante más temprano. Durante ese verano se alojaba en casa. Había conseguido un trabajo en un hotel del pueblo.
Él tenía que madrugar. Al llegar yo, algunas noches me acompañaban, mientras me cambiaba de ropa sus ronquidos, otras su respiración profunda.
Una de esas noches al principio del verano, mientras me desnudaba, capté de reojo la figura de Betto destapado en la cama.
El pijama de verano que vestía estaba posicionado de forma que se le veía el pene. Me hizo gracia, ya sé ahora que es una tontería, pero me gustó.
Varias noches se repitió la escena. Yo al principio solo miraba si se le veía algo. Los días que así era, disfrutaba del espectáculo y me iba a dormir más satisfecha. Los que no, me quedaba la sensación de que me faltaba algo.
Pronto empecé a asociar las visiones del cuerpo de Betto a placeres sensuales. Discretamente, me masturbaba casi cada noche observándole mientras dormía.
Betto solía llevar la parte superior de su pijama desabrochada y luciendo su torso bronceado. Verle el pene que dejaba al descubierto su pijama era también una visión habitual que me excitaba.
Una noche que llegué más tarde y después de un poco más de fiesta que de costumbre y el pene de Betto asomaba entre la tela de su pijama, me atreví por fin a sutilmente acariciarle.
Empecé desnudándome como cada noche para vestirme ese día con una camiseta corta y unos shorts. La luz que entraba del baño me dejaba ver el cuerpo dormido de Betto, con su pene al aire, escapado de su pijama.
Me acerqué muy despacio a su cama. Me gustaba observarle. Era musculoso, estaba muy moreno. Sus piernas y sus brazos parecían muy fuertes Lo único un poco raro de lo que veía en esa situación era su pene, escapado de su pijama y de tamaño que a mí me parecía bastante reducido, aunque no tenía tampoco elementos para compararlo.
Esa noche, casi sin pensar, mi mano se alargó hasta tocarlo. La calidez de la carne me resultó agradable. Pronto pude sentir como crecía en tamaño.
Sin dejar de comprobar que no se despertara, mi mano siguió masturbándole lentamente. Su polla creció, por desgracia no de forma interminable como las habichuelas del cuento, pero si en un tamaño considerable.
Le acariciaba disfrutando del tacto de su pene erecto.
A medida que mis caricias se intensificaban, su respiración se empezó a agitar. Por un momento, se revolvió en la cama y me hizo apartarme, por miedo a que me descubriera.
Volvió a relajarse y yo volví a retomar su pene en mis manos, masturbándolo con suavidad.
Me hipnotizaba la erección entre mis dedos de ese pene que latía ante mis ojos. Mis labios se cerraron brevemente sobre el capullo erecto que se levantaba entre las sombras provocadas por la luz del baño.
Betto se removió. Seguía acariciándole con la mano y pronto sus movimientos de cadera fueron mas lentos, apenas oscilantes.
Empecé a oír su murmullo.
"Maica, chúpamela".
Sus manos en mi cabellera me presionaban para que mi boca se dejara penetrar por su polla.
No sabía quien era esa Maica, pero Betto volvió a nombrarla: "Maica. Sí. Házmelo otra vez con la boca".
Excitada por el morbo y la confusión de mi primo, mi boca se aplicó a su pene.
Sus gemidos eran ininteligibles mientras le comía. De vez en cuando miraba su cara, pero seguía pareciendo estar dormido. Le seguí chupando la polla y los huevos hasta que empecé a notar como su semen brotaba a borbotones contra mi cara.
Los gemidos de Betto, que habían sido sordos hasta entonces, se descontrolaron y llegué a temer que despertaran a alguien.
Cuando se calmó, con mi respiración todavía excitada y mi cara mojada por su semen, me empecé a relajar.
Entonces fue cuando sentí una cálida lengua en mi muslo el inicio de un largo y cálido verano.