Noche de Verano

Una salida veraniega de un matrimonio que termina con un poco de locura, escrita desde la mirada del marido.

I

Paula y Andrés nos habían invitado a pasar una semana en la casa de su playa con su familia durante estas vacaciones de verano. Aprovechando que teníamos casi 20 días de vacaciones sin hijos aceptamos su invitación y nos fuimos a su casa a disfrutar de su jardín, piscina, la playa y las maravillas de esta parte de la costa. El único “pero” es que Paula y Andrés tenían dos hijos pequeños, durante el día nos lo pasábamos bomba y hacíamos muchas actividades, pero los horarios familiares y la presencia constante de dos niños en la casa -con el sueño muy ligero debo señalar- hacían encontrar momentos de “intimidad” una misión casi imposible. En resumen, nos lo estábamos pasando estupendamente pero al cabo de varios días ¡estábamos salidísimos y con unas ganas locas de follar!. Como intentar encontrar un momento privado en la casa se tornaba prácticamente impensable tuve que idear un plan similar a los que ponía en marcha hace 20 años, en nuestra “época de novios” cuando éramos jóvenes, no teníamos casa y había que recurrir a cualquier tipo de solución. Planee salir a cenar en pareja, dando una noche de descanso y tranquilidad a nuestros anfitriones, salir a tomar una copa y luego ir a un “picadero” y montárnoslo como fuera posible en el coche en un lugar apartado y tranquilo.

Pero es aquí donde surge el primer problema. ¿Cuál es un “lugar tranquilo”? ¿Dónde están los “picaderos” de esta zona, que apenas conocemos y menos para estos menesteres?. Una vez más internet fue la salvación para resolver este problema y después de unas cuantas búsquedas bastante explícitas, leer comentarios y recomendaciones logré localizar y guardar en el mapa de mi móvil 3-4 sitios altamente recomendados para follar tranquilamente por la noche. Curiosamente varios de estos sitios también aparecían marcados como lugares para hacer “dogging”, un término con el que no estaba muy familiarizado y sobre el que ahora mismo no tenía mucho tiempo para indagar. Pero no importaba, el plan era salir a cenar, tomar la copa y de algún modo terminar en uno de estos puntos, el más cercano a nuestra ruta.

II

Así llego la “gran noche”. Salimos a cenar a un restaurante relativamente nuevo que nos habían recomendado unos vecinos de Paula y Andrés residentes de la zona. Fue una cena fantástica, una combinación de tapas maravillosas, buen ambiente y una propuesta de maridaje muy original en la que con cada plato te ofrecían una bebida diferente y en la que terminamos probando diferentes vinos locales, cervezas artesanales y licores para cerrar la cena. Terminamos la cena bastante “calentitos” y con mi mujer abiertamente sincerándose sobre sus necesidades y ganas, siguiendo pensando que igual algún día habría suerte y tendríamos un rato en la casa para nosotros mismos. Así dejamos el restaurante y nos fuimos al coche para ir a una terraza disco-pub que ya conocíamos para tomar la última copa y volver a casa. Se trataba de un trayecto corto, por carreteras rurales y tranquilas, apenas iluminadas. El tiempo veraniego era estupendo así que viajamos con las ventanas bajadas disfrutando el ambiente. Mi mujer, disfrutando de la intimidad y el momento subió una pierna al salpicadero para relajarse algo más y al minuto empezó a comentar como notaba la brisa en su entrepierna. Entonces, en un acto que jamás olvidaré y sea seguramente uno de los momentos más eróticos de nuestra vida en pareja, anunció que se quitaba las bragas para poder notarlo más. Esto es algo que nunca había hecho, que yo recuerdo incluso en nuestras noches más locas con 20 años. Yo seguía pendiente de la carretera, que tenía bastantes curvas y no conocía muy bien así que casi siempre necesitaba tener las dos manos en el volante, pero esto no evitaba que cuando era posible acercara mi mano a su entrepierna para acariciarla y confirmar que su coño estaba caliente y completamente lubricado. Las sorpresas no terminaron ahí, al llegar al parking de la terraza, mi mujer directamente anunció que no se ponía las bragas, se bajó la falda del vestido largo que llevaba y nos fuimos directamente a la barra a pedir algo.

Pedimos nuestras copas y tanteamos el local para ver donde sentarnos, pronto descubrimos que se trataba de un pub que en su organización nocturna tenía muchos, muchos rincones, pufs y sofás en lugares oscuros y apartados para que las parejas pudieran “darse el lote” con bastante intimidad así que, ni cortos ni perezosos, buscamos uno de estos rincones – de hecho, el más apartado y recóndito que pudimos localizar- para “tomarnos nuestra copa”. En el momento en que nos sentamos, dejamos nuestras copas y acomodamos en la mesa, empezamos a besarnos y manosearnos como si estuviéramos en nuestras primeras citas y todavía estuviéramos descubriendo nuestros cuerpos. Ella magreaba mis pectorales, metía sus manos entre los botones de mi camisa y “magreaba” mi paquete –completamente erecto y aprisionado en mi pantalón- por encima de la ropa. Yo acariciaba sus pechos por encima del vestido, acariciaba sus pezones hasta notar que se ponían duros y, jugando con la ventaja que tenía, bajaba mis manos por su vestido y apartaba sus piernas para acariciar directamente su clítoris, introducir dos dedos en su vagina y frotar sus labios menores y mayores mientras la besaba. Sin embargo, ella sólo dejaba que hiciera esto durante unos segundos. Claramente no quería que siguiera y terminara provocándola un orgasmo, así que constantemente cerraba sus piernas y se reincorporaba para recuperar su respiración. Esta era prácticamente una máxima de mi mujer: sus orgasmos deben producirse con el coito, con una buena polla (la mía) “embistiéndola hasta el fondo”. Sin embargo, yo no soy tan purista y cuando durante esta sesión de besos y toqueteos empezó a desabrochar mi bragueta para sacar mi polla, acariciarla y empezar a pajearme lentamente me “dejé hacer”. Tanto me dejé hacer que pocos minutos después mi orgasmo era imparable y me corrí sobre sus manos mientras me pajeaba en un rincón del disco-pub. Al terminar, limpio sus manos con una servilleta que había en la mesa y besándome dijo: “¡llévame donde sea, pero necesito que me folles ya!”

III

Así es como, sin tener que justificarme, ni tener que introducirlo en la conversación como propuesta tentativa, marqué el “picadero” más cercano que tenía guardado en el navegador y nos fuimos para allá. Se trataba de un polígono industrial a medio construir con varias avenidas todavía sin iluminar y naves sin ocupar. Entramos en el polígono y buscamos un punto discreto. Aparcamos el coche y nos pusimos “manos a la obra”. Mi mujer estaba completamente desatada: llevaba días caliente, media noche excitada hasta el límite y al punto del orgasmo durante las últimas dos horas así que después de algunos besos y preliminares orales por mi parte simplemente declaró “¡Por dios fóllame ya!”. Salimos del coche, deje la puerta abierta e hice que se apoyara en el asiento ofreciéndome su “culo en pompa”. La empecé a penetrar, mi polla entraba sin ninguna dificultad, dado lo húmeda y dilatada que ya estaba. Sin embargo, mi polla no terminaba de ponerse dura del todo. Estaba gruesa y yo estaba muy excitado pero mi miembro no era el “palo irrompible” que mi mujer demandaba en esos momentos. En mi defensa diré que ya era tarde por la noche, llevaba mis copas y vino en el cuerpo, ya no tengo la estamina de hace 20 años y, recordemos, ya me había corrido hace un rato. Por ello, a pesar de las demandas de mi mujer, yo estaba detrás de ella follándola suave y despacito, algo que muchas veces le encanta pero no es lo que necesitaba esta noche. Así estaba cuando alcé mi mirada a la derecha y vi por primera vez al desconocido. Un tipo algo más mayor que nosotros, vestido con pantalón corto deportivo y una camiseta sin ninguna elegancia y portando una tripa cervezera considerable. Nos miraba en silencio como a unos 20 metros de distancia mientras se magreaba la entrepierna. Mi mujer no lo veía, ni tenía manera de verlo en la posición en la que estaba colocada.

Yo sabía que si le llamaba la atención o avisaba a mi mujer pararíamos ahí mismo de follar, nos meteríamos en el coche, saldríamos pitando, se “rompería la magia de la noche” y nos iríamos de ahí sin terminar, ni resolver nuestra calentura para el resto de la noche. Así que, como el tipo estaba solo y parecía bastante inofensivo -más allá de ser un “pervertidillo”- continué follando a mi mujer como si no sucediera nada mientras mantenía la mirada vigilante sobre el tipo. Sin embargo, esto no tuvo el efecto que (por lo menos mi parte consciente) esperaba y el mirón tomó esto como una señal para, lentamente y tentativamente, seguir acercándose hasta quedarse parado a aproximadamente dos metros de nosotros observando como follaba en “posición perrito” a mi mujer: yo de pie, con una mano apoyada en la ventanilla de la puerta abierta, mientras ella estaba a cuatro patas apoyada en el asiento dándome la espalda y totalmente ajena a la llegada de nuestro espectador.

IV

Mi follada, sin ser desastrosa, continuaba como la he descrito anteriormente. Metía y sacaba mi “polla erecta al 80%” al ritmo que este estado de erección permitía. Pero mi mujer pedía más y según la metía hasta el fondo gemía “¡más!” y preguntaba qué pasaba que mi polla no estaba respondiendo a tope. Al oír esto el mirón empezó a magrearse con más vigor y en un momento en que cruzamos nuestras miradas se bajó rápidamente el pantalón y empezó a masturbarse lentamente dejando su herramienta a la vista… ¡y menuda herramienta! No era una polla bonita, sin circuncisión y con el capullo parcialmente cubierto por el prepucio (algo que mi mujer había dicho repetidas veces en otras ocasione que no es lo que le gusta), tampoco era muy larga, pero era muy, muy gruesa, eso no puedo negarlo. Según se masturbaba podía ver, a pesar de la poca luz, que su mano no terminaba de cubrir el perímetro de su polla. Y es entonces cuando mandé todo a la mierda y pensé que si mi mujer quería polla de verdad como la estaba pidiendo se iba a enterar. Primero, cogí el vestido de mi mujer y lo empujé hacia delante para cubrir su cabeza completamente con la falda y limitar del todo su campo de visión. Segundo, saqué mi polla y empecé a acariciar su vagina con los dedos mientras acercaba mi cuerpo y cara a su cara para preguntarla: “¿quieres que te folle una buena polla?” a lo que ella simplemente contestó gimiendo “síííí”. Tercero, me reincorporé y mire al tipo el cual ya se había puesto a mi lado intuyendo lo que pasaba, agarre su polla con mis propia mano -sintiendo su calor y tensión en mi mano- y la guie al coño sediento de mi mujer. El tipo sabía lo que hacía y sin hacer el más mínimo ruido, ni decir palabra empezó a follar a mi mujer.

¡Como la follaba! El tipo se situó justo detrás de ella, apoyo los brazos y manos sobre el techo del coche y empezó a embestir a mi mujer salvajemente. Esta postura, en la que el cuerpo del desconocido apenas tenía contacto con el de mi mujer me permitía estar justa a su lado para ver en primer plano la follada mientras acariciaba la espalda desnuda de mi mujer. La respuesta de mi mujer fue inmediata, con la primera penetración, al notar una polla gruesa y dura gimió profundamente y a partir de ese punto no dejó de gozar, gemir y chillar con cada una de las embestidas que recibía. Tampoco tardo en llegar al orgasmo, tras algunos minutos siendo follada de esta manera, comenzó a gemir y estremecerse con más intensidad. El mirón semental atentó a estas señales incrementó la intensidad y profundidad de su penetración, si es que esto era posible, hasta llevarla a un orgasmo intenso y explosivo como pocas veces (quizás ninguna) he visto en ella. Entonces, poco a poco, el visitante fue reduciendo suavemente su ritmo al compás de la respiración de mi mujer y cuando ella estaba casi relajada, con la respiración algo más recuperada, saco su polla. No se había corrido, tenía su polla completamente erecta, más gruesa si aún cabe que cuando entro y lubricada en todo su esplendor por los flujos de mi mujer, ahora sí con un gran capullo rojizo completamente a la vista. Y del mismo modo en que se acercó a nostros, ahora se alejó, subió su pantalón y se marchó sin decir palabra y cruzando su mirada conmigo por última vez. A mi me dejó al lado de mi mujer, con mis pantalones bajados y ahora sí con una erección rígida y completa. Me acerqué por detrás a mi mujer, levanté el vestido de su cabeza y fui bajándolo según besaba su espalda, después nalgas y después vagina dejándome perder en el aroma de su coño recién follado como yo nunca lo había hecho.

V

Después de unos minutos de este ritual post-coital me retiré para que mi mujer se reincorporará, se pusiera de pie y dejara caer su vestido, me dio un beso y se sentó en el asiento delantero de co-piloto lista para irse a casa. Cerré la puerta trasera, me terminé de vestir y di la vuelta al coche para ir al asiento del conductor. Entre en el coche y nos pusimos en marcha. La expresión de placidez y satisfacción de mi mujer era impagable. Apenas hablamos en el trayecto de vuelta. Yo no la pregunté nada. Ella no me hizo ninguna pregunta, ni hizo ningún comentario. Desde entonces, no hemos hablando más de esa noche; ni yo, ni ella jamás hemos sugerido que no estábamos solos esa noche. No hemos vuelto a hacer nada parecido a lo de esa salida de verano. Desde entonces cuando vamos a ver a Paula y Andrés en su casa de la playa alquilamos una habitación en un hotel romántico que está a tres minutos de su casa.