Noche de tranquis

Una borrachera, tres amigos y desenlace feliz.

Película, patatas fritas, frutos secos, empanada casera y alcohol. Muchísimo alcohol. Llevaban ya más de una hora bebiendo, alternando entre vinos, licores, cervezas y sólo muy ocasionalmente agua. Era una de aquellas borracheras que sabían que lamentarían al día siguiente, pero en aquel momento no les importaba. La música del móvil sonaba alto y los tres se zarandeaban en mitad del salón como si estuvieran sufriendo ataques espasmódicos; algunos con más estilo, otros con menos, pero el alcohol había hecho mella en todos ellos.

Leo tuvo que parar. Estaba acalorado y cansado, la habitación le daba vueltas y era incapaz de dejar de reír; le faltaba el aliento. En aquel momento de lucidez sintió una punzada ineludible en la vejiga. Comenzó a tambalearse hacia la puerta, dejando a los otros dos tíos bailando como locos. Aún podía caminar en línea recta aunque prefirió no confiarse demasiado, apoyándose en la pared para guiarse hasta el baño; no iba tan mal, pero algo en lo más profundo de su cabeza, una vocecilla ahogada y muy ebria que tal vez correspondía a su sentido común, le recomendó bajarse los pantalones y sentarse. Había bebido mucho, muchísimo más que otras veces, y se notaba. El baño también daba vueltas, así que se agarró al lavabo y cerró los ojos un momento.

Sintió un vértigo repentino que le forzó a abrir los ojos de nuevo. Dedicó un instante a observar su entorno, hasta que recordó dónde se encontraba; seguía sentado y todo estaba en orden. Se la sacudió, se lavó y se acordó de abrocharse el pantalón justo antes de abrir la puerta del baño. Leo arrastró los pies a lo largo de todo el pasillo de retorno a la puerta del salón. La música seguía sonando, pero las risas no. Por un momento se preguntó por qué todo estaba en silencio, pero cuando apenas estaba a un metro distinguió un ruido húmedo y excitante. Tal vez sólo se trataba de su ebria imaginación, su novio y Javi se llevaban bien pero no de ese modo; por si acaso y sólo por si acaso, decidió aproximarse aún más lento, con todo el sigilo del que era capaz en aquel momento. Evidentemente, si no le escucharon cuando se chocó contra la mampara de la puerta, era porque ellos dos estaban o igual o más borrachos todavía.

Por eso y porque estaban muy entretenidos.

Diego estaba tumbado en el sofá bocarriba con Javi sentado a horcajadas encima, sin pantalones, reclinado sobre el primero. Los ruidos húmedos correspondían al beso que se estaban dando, un beso largo, agresivo y con mucha lengua que impidió que ninguno de ellos viera a Leo. Las manos de Diego desaparecían bajo el calzoncillo de Javi, tanteando un trasero respingón  que se alzaba sobre la bragueta abierta y el jockstrap abultado del primero; aquella tela roja estaba tan tensa que apenas era capaz de mantener la carne dentro del asador. Leo se puso duro al instante con aquella escena y decidió aprovechar la ocasión al máximo, la idea de que aquellos dos llevaran su amistad un paso más allá era una oportunidad que no estaba dispuesto a desperdiciar.

Observó cómo Javi comenzaba a estremecerse e imaginó los dedos de Diego tanteando sus nalgas, jugando con su agujero. La cadera de su novio se alzaba con golpes bruscos y repentinos, haciendo que aquel bulto rojo y duro golpease el culo de su amigo. Leo mientras tanto desesperaba ante la idea de que aquella misma noche podría tener la fortuna de verles hacer aquello mismo sin ropa interfiriendo. Javi irguió a Diego y le quitó la camiseta. Sabía lo que Javi sentía por el físico de su novio desde hacía tiempo, pero una imagen valía más que mil palabras: ante la visión de aquel torso definido y esbelto, Javi comenzó a menear la cadera con aquel salero que tenía, frotando las nalgas contra el paquete de Diego, mientras recorría la curva de sus pectorales con las caricias más lujuriosas y sensuales que Leo había podido imaginar alguna vez. Se agachó de nuevo y comenzó a besar el cuello, el pecho y el vientre. Diego era especialmente sensible en aquella zona y Javi lo descubrió al escuchar el gemido que no fue capaz de ahogar; al parecer aquello le gustó, porque comenzó a lamer sus abdominales y dibujar con la punta de su lengua la curva de las caderas de Diego, recorriendo la línea recta de la goma del jockstrap. Su novio se tapó la boca y se contorsionó, fuera de sí.

Javi retiró el jockstrap rojo poco a poco. Leo no podía verlo desde aquella posición pero conocía el cuerpo de su novio de sobra como para imaginárselo de forma muy detallada. La goma tensa mantuvo el paquete de Diego atrapado, revelando centímetro tras centímetro aquel tronco blanco y grueso veteado de venas, hasta que finalmente aquel capullo rojo brillante saltó golpeando su abdomen. Leo disfrutaba quitándole la ropa así, poco a poco, y luego procedía a recorrer sus partes con lentitud y dedicación, comenzando por sus huevos, amenazando con bajar hacia su ano, lamiendo el largo curvo de su polla gorda como si se tratase de una piruleta; la recorría varias veces y salivaba bien antes de dedicarle unos cuantos lengüetazos al glande, después de lo cual se la iba introduciendo con calma, bajando y subiendo antes de descender un poco más, repitiendo hasta que los pelos rizados de su pubis le hacían cosquillas en la nariz. Pero a Javi le iba de otro modo. Se abalanzó como una bestia y se la metió entera en la boca de una sola vez sin el menor atisbo de arcada y comenzó a realizar un peculiar giro de cuello. Leo no podía distinguir con claridad cómo se la estaba comiendo, pero Diego crispaba los dedos agarrados al respaldo y el cojín del sofá mientras jadeaba sin aliento y ponía los ojos en blanco. Sintió una pizca de celos, se sentía especialmente orgulloso de sus mamadas pero pocas veces había llevado a su novio a aquel punto con tan poco esfuerzo. No obstante, permaneció vigilando desde la oscuridad del pasillo tocándose el bulto bajo el vaquero.

Diego agarró la nuca de Javi y le obligó a detenerse sin sacarle el rabo de la boca. Permanecieron largos segundos en aquella posición, sin que Javi diera señas de ahogarse y, más importante todavía, sin que Diego dejase de tensar los músculos de su cuerpo. Su novio enredó los dedos en la cabellera colorida del amigo y le obligó a apartarse mientras gemía.

—Me corro…

Javi se incorporó riéndose y Leo se ocultó tras la puerta.

—Métemela primero —le escuchó susurrar.

Hubo ruido de movimientos y otro jadeo. Leo volvió a asomarse y sintió cómo todo su cuerpo comenzaba a temblar de pura excitación. Allí estaba la espalda ancha y triangular de su novio, con su tez pálida iluminada por la luz de la lámpara, que dibujaba sombras atractivas en aquel par de nalgas abultadas y redondeadas mientras se contraían una y otra vez en forma de lágrima. Sus piernas apenas velludas se flexionaban y se estiraban cuando su cadera se deslizaba lentamente hacia delante y volvía a retroceder. Al otro lado podía distinguir las piernas más delgadas y más peludas de Javi, que gemía con cada roce, inclinado sobre el respaldo del sofá. Leo se arrodilló lentamente hasta que pudo ver los dos rabos: el de Diego se deslizaba de forma alterna entre las nalgas y bajo ellas, preparando el terreno, mientras un poco más allá se tensaba la polla delgada y larga de Javi, bamboleándose de forma impaciente.

—Mete ya…

Leo tragó saliva. Diego apartó las nalgas y tanteó con la yema de los dedos, guiando la punta escarlata hacia el ano de Javi, que se abrió ante la mínima presión abrazando aquel miembro. De los celos, Leo pasó a la envidia; ojalá dilatase así de rápido. Aquel culo recibió la polla entera en unos segundos.

—Sin miedo, las he tenido más grandes.

—¿Y más gordas? —alardeó Diego.

—Compruébalo.

Diego estaba borracho, y cuando se emborrachaba se ponía cachondo de una forma diferente, más hostil y agresivo, nada que ver con su carácter habitual. Leo se moría de ganas por ver aquel momento y apenas se creía que al fin podría disfrutarlo, pero así era. Diego comenzó a embestir a Javi, hundiéndole las manazas en los costados y empotrándole la cabeza contra el respaldo del sofá. No tardaron en mezclarse los jadeos de uno con los gemidos del otro, y las estocadas violentas de Diego hacían que el rabo largo de Javi se agitase de un lado para otro sin perder por un momento la dureza.

Leo no aguantó más.

Volvió al pasillo todo lo silencioso que pudo. Se arrancó la camiseta con torpeza, se desabrochó el pantalón y se los bajó junto a los bóxers. En unos segundos se quedó apenas vestido con un único calcetín, demasiado borracho para darse cuenta, y avanzó directo hacia la pareja. Diego se detuvo dentro de Javi y se giró al escuchar pasos detrás de él, su rostro se torció en un gesto de duda y empezaba a sacar el miembro, pero Leo llegó antes polla en ristre. Abrazó a Diego con pasión y empujó su cadera contra el trasero respingón de su novio, obligándole a volver dentro de Javi, que dejó escapar un alarido de placer. Le besó en el cuello, le lamió el lóbulo de la oreja, recorrió su torso esbelto con ambas manos, refrotó la polla contra las nalgas de su novio y le hubiera esnifado de haber podido. Diego soltó a Javi y echó las manos al culo de Leo para mantener aquella sensación gloriosa de su polla llamando a la puerta, así que Leo dejó de acariciar a su novio para agarrar las caderas de Javi y acompasarse al ritmo de las embestidas de Diego.

Leo se arrodilló detrás de la pareja, apartó las nalgas de su novio y hundió la lengua allí. Diego le agarró la cabeza con una mano y con la otra rodeó la cadera de Javi, aferrándole por el rabo, masturbándole mientras se lo follaba.

—¡Me corro!

Leo reaccionó de forma instintiva. Agarró la cadera de Diego y lo apartó, tirándolo sobre el sofá.

—¿Qué haces? —preguntó Javi, algo molesto al perder la fuente de su satisfacción.

—Hacer feliz a mi hombre.

Leo agarró la muñeca de Javi y se arrastró por el suelo junto a las piernas de Diego, que comenzó a sonreír. Tiró de Javi para agacharlo y le quitó el condón a su novio. Luego agarró a Javi por el cuello y le miró a los ojos unos segundos, antes de hundirle la lengua entre los labios; no se resistió lo más mínimo. Se apartó de él y empujó su nuca hacia los huevos de Diego mientras él se hundía aquella preciosa polla en la boca. Javi se aburrió pronto de la parte que le tocaba y Leo se sintió generoso, alternando uno y otro la mamada; en ocasiones recorrían su tronco con las lenguas, que se cruzaban en el camino, besándose apasionadamente con aquel rabo grueso en medio. Diego comenzó a jadear cada vez más rápido y ambos sintieron las manos del hombre en sus cabezas, presionándolas una contra la otra, con la verga entre sus bocas; Diego comenzó a erguir la cadera cada vez más rápido, deslizando su miembro de punta a raíz entre los labios de los otros dos, quienes arrastrados por la lujuria no se contenían en lamer y besar lo que encontrasen en el camino. Fue abrupto. Varios bufidos, un gemido ahogado y ronco, el cuerpo completamente tenso y la verga estremeciéndose repetidas veces mientras el sabor amargo les salpicaba las papilas gustativas y el disparo se desparramaba sobre la mesita del salón. Leo miró a Diego y lo encontró con una sonrisa de oreja a oreja, con los ojos en blanco y los párpados cediendo; su respiración se volvía cada vez más lenta y más pesada a medida que la paz lo dominaba.

Sintió un peso que le vencía y una lengua húmeda buscando sus labios.

—Puedes mirarle cuando quieras —masculló Javi—, ahora hazme caso a mí.

Sintió como intentaba tumbarlo abriéndose de piernas sobre él. La mano de Javi agarró el miembro de Leo provocándole un respingo, y con habilidad dirigió el rabo hasta su culo. Igual que había hecho momentos atrás con su novio, Javi se empaló sobre él y comenzó a cabalgarle sirviéndose de las piernas de Diego y de la mesa como apoyos. Subía y bajaba apretando su esfínter, haciendo que su rabo largo rebotase contra la barriga de Leo, que sintió la necesidad instintiva de agarrar y sacudir. Javi comenzó a gemir, pero aquella polla era demasiado apetecible para simplemente dejarla bambolearse. Se incorporó agarrándose a la espalda de Javi y, mientras aquel lo montaba como un auténtico vaquero en un rodeo salvaje, se aprovechó de las fantásticas dimensiones de su miembro para comerle la punta con todo su talento natural.

La leche de Javi le empapó toda la cara y el tipo, prorrumpiendo en un fuerte gemido, se desplomó sobre él. La polla de Leo, aún dura, se deslizó poco a poco fuera de aquel culo. Desde el suelo, con la cara cubierta de semen, observando cómo Diego roncaba con su precioso rabo aún hinchado pero relajado sobre su muslo y escuchando cómo Javi resoplaba más relajado, se masturbó hasta que él también acabó.

Al día siguiente se arrepintieron de beber y de haber pasado la noche en pelota picada, sí, ¿pero del sexo? Tal vez no fuera estrictamente el inicio, pero desde luego que fue una bonita amistad.