Noche de Tormenta
Premeditado asalto a una madre y su hija.
Los tres tipos entraron corriendo, uno había pateado la puerta cuando Sandra iba a cerrarla luego de dejar salir el perro a dar su ronda nocturna. La sorpresa la paralizó, en un clic los tres estaban dentro de la seguridad de su hogar. Y uno le pinchaba el cuello con algo que le pareció una tijera.
Por favor, no me hagan daño, llévense lo que quieran....(el gimoteo no alcanzó a aliviar el dolor en su cuello)
Silencio niña, no hemos venido a robar nada, no nos insultes (el mayor, parado justo frente a ella, le corto la respiración con mirada helada)
Aquella noche era una de tantas de aquel invierno por demás lluvioso. Tronaba la tormenta, pero igual el perro había rascado y rascado la puerta, retorciendo su cuerpo de mil formas para que le concedieran su habitual paseo nocturno. Laura, la madre de Sandra, le había dicho que lo dejara salir, nadie iba a dormir esa noche si el can no se salía con la suya. Maldito perro, otro motivo para odiarlo. Por su culpa los tres maleantes estaban ahora en su sala de estar. Nadie iba a dormir esa noche de todas formas. Un relámpago ilúminó el cristal de la ventana, pero el trueno no se dejó oir.
Intempestivamente, Laura entró a la habitación, tal vez el ruido de la violenta entrada. Tal vez.
Carlos, Quique, Santiago. Tres sombras empapadas pegadas a la oscura pared. Dudando. Noche de mierda. No era buena noche para intentarlo. Pero Carlos, el mayor, había insistido. El perro va a salir, con esta tormenta no va a haber nadie en la calle, y ese perro va a salir. Ahí entramos. Hoy lo hacemos. Quique siempre le hacía caso, Santiago, con su aspecto aniñado propio de sus veinte añitos, todavía no tenía voto en aquel trío salvaje. Todo planeado al detalle. Vos Quique le pateás la puerta, entramos rápido, mientras yo cierro Santi, ponéle la tijera en el cuello a la que abra. Yo me encargo de la otra. Plan sencillo. La tijera chorreaba miedo en la mano derecha de Santiago. Carlos había montado guardia muchas noches en la esquina, y su obsesión por aquellas dos mujeres no se detenía por un invierno mojado y triste. Y Carlos mandaba.
La visión de su hija a merced de aquel que le parecía un niño pero empuñaba la tijera como un adulto le impidió a Laura ver el resto de la escena. El sonoro cachetazo de Carlos le dió en pleno rostro, y la boca abierta por la sorpresa se cerró sobre el grito. Empezó a caer, pero no terminó de hacerlo. Un tercer hombre la empujo brutalmente contra el sillón. Solo pudo acomodar en sus labios el nombre de su hija.
Sandraaaaaaa....(solo eso, la robustez de Carlos ágilmente había caído sobre su cuerpo, una mano atenazaba su cuello, le costaba respirar)
Callada mujer. Entiendes lo que digo no? (la mirada fría debajo de los cabellos negros mojados le paralizó el corazón)
No le hagan daño a mi hija por favor (musitó en ruego Laura)
Esos ojos seguían clavados en el rostro de la mujer. Como encantándola, adueñándose de su voluntad. Debajo de los ojos brilló mortal el cinismo de la peor sonrisa.
Callada mujer. De ti y de tu hija depende que mañana estén vivas. Lo entiendes no?
Sandra, azorada y temblando, no alcanzaba a comprender. Laura sí. Ella sentía la presión dominante en la garganta, y el frío de la mirada del captor. Pero sobre todo, sabía lo que escondía la sonrisa fingida. La tormenta empeoraba, y ellas estaban solas en la casa, a merced de aquellas tres bestias.
Laura contaba 56 años aquella noche, realmente los llevaba encima, junto con algunos kilos de más, y un aspecto un tanto descuidado que siempre su hermana le reclamaba. Aquellos tres no estaban ahí por ella. Iban por Sandra. El aire no quería salir de sus pulmones cuando la idea de aquellos chacales regodeándose con el cuerpo de su hija la asaltó la mente.
Por favor, se lo ruego, por favor, no le hagan nada a mi hija. (Lágrimas incontinentes en sus ojos marrones)
De vos depende (Los labios ya sin sonrisa estaban a milímetros de su rostro, la presión en su cuello cedió un poco)
Laura asintió muda con su cabeza. Carlos sabía que había ganado de entrada la partida. El miedo se imponía.
Nene llevate a la chica a la otra pieza. Ya!
Santiago aún con el cuello de Sandra pinchado por la tijera, la llevo al dormitorio que más cerca le quedaba. Pateó la puerta y arrojándola sobre la cama trató de infundirle pánico con la mirada, como hacía Carlos. No hacía falta. Sandra ya había entendido tambien. Sandra y sus tiernos 22 años no paraban de sollozar.
Por favor, váyanse (Carlos tenía razón, esa chica era todo un premio, y se lo habían prometido)
Sandrita, como le decía su madre desde siempre, no era particularmente bella. Su pelo castaño corto enmarcaba un rostro delgado, como toda ella. Senos pequeños, piernas delgadas, y una piel muy pero muy blanca le daban ese aire permanente de niña recién salida de la escuela. Cualquiera al cruzarla en la calle, sin maquillaje, como estaba en ese momento, la hubiera tomado por una niña de 14 o 15 años. Si que era un premio. Pero Carlos le había dicho, ni se te ocurra tocarla pendejo. Ni se te ocurra. Y con Carlos no se discute. Nunca.
La tijera colgaba inerte de su mano. Ella estaba aterrorizada. Podía hacerlo ahora. Podía tenerla. Los ruidos en la sala de estar le recordaron la presencia de Carlos. No. No todavía nena.
Laura estaba decidida a todo por salvar a su hija. Cuando el más joven se la llevó, pensó que estaba segura. No quería a su hija encerrada con ese hombre corpulento, con aire de autoridad y ojos helados capaces de todo. Mejor que fuera ella. No Sandra.
Hagame lo que quiera y váyase. Por favor (el murmullo era solo para Carlos)
La presión en el cuello aflojó, la mano bajó bruscamente cortó de cuajo los botones de su blusa. No llevaba sostén, la vergüenza se apoderó de sus senos expuestos, mordió los labios para no gritar su asco cuando los dedos de la bestia acariciaron su pezón derecho lascivamente. Tenía que salvar a Sandra.
A un gesto con la cabeza de Carlos, Quique supo que podía actuar. Se acercó a la madre y levantó su pollera sin delicadeza. El cuerpo de aquella mujer no era la gran cosa, pero estaba muy caliente. Como toda madura, siempre algo está bueno, y los muslos desnudos de Laura tironeaban de Quique. Le separó las piernas bruscamente, y hundió su rostro en aquel sexo aterrorizado y palpitante. El asalto fue demasiado brusco para Laura. El llanto se le escapa muy a pesar de querer guardar silencio para no hacer sufrir a su hija.
Quique mete un dedo, luego dos en su vagina. Mira hacia arriba y ve los huevos velludos de Carlos. Le estaba llenando la boca a Laura con su grueso miembro. La visión de esos pechos abundantes lo tentó, buscó con su mano libre un pezón y lo atrapó, empezó a amasarlo sin miramientos. Hundió la lengua todo lo que pudo saboreando su presa. Ni falta hacía penetrarla. Eyaculó precozmente en sus pantalones.
Santiago seguía las órdenes dadas durante la vigilia. Con Carlos no se discute. Y además, sabía que sus planes siempre aseguraban sexo del bueno. Carlos era mandón pero creativo. Sacó la soga de nylon de su bolsillo empapado, y cortando con la tijera tramos parejos, comenzó a atar a Sandra meticulosamente a la cama. La joven lo dejó hacer sin resistencia. Seguramente iba a quedar allí mientras éste tambien iba a gozar lo que estaban haciendo con su querida madre. La agitación que llegaba de la sala de estar era inequívoca. Su madre se entregaba para salvarla.
Firmes las ataduras, Santiago procedió a cortar delicadamente toda la ropa de la muchacha, hasta dejarla completamente desnuda. Retiró los jirones de tela de la cama y contempló su obra. Perfecta. Carlos iba a estar complacido. La piel de Sandra resplandecía, su cuerpo delicado era toda una tentación. Iba a estar deliciosa la noche.
Cuando Santiago volvió a la habitación de los gemidos, miró a Carlos y asintió con la cabeza. Todo estaba listo. Carlos estaba penetrando la boca de Laura a conciencia, sus movimientos eran lentos, premeditados, la saliva se mezclaba con las lágrimas de aquella mujer. Sus piernas abiertas coronaban a un Quique derrotado por la excitación. No habían perdido el tiempo. Carlos interrumpió la cogida. Laura abrió los ojos, y vió su cuerpo duro plantado frente a ella. Esto no había terminado. Como pudo giró su cuerpo en el sillón, apoyándose en el respaldo, ofreciendo la espalda y sus abundantes nalgas para que el hijo de puta terminara su faena. El empujón de la verga de Carlos arrancó un grito. Otra vez a morderse los labios. Quería que todo terminara de una vez. Así como antes le había penetrado la boca, lo hacía ahora con su vagina empapada en la saliva del Quique. Lento y metódico. Frío, duro, entraba y salía de aquel agujero violentado. Santiago no pudo contenerse, sin esperar le ofreció su pene erecto y brilloso a Laura. Ella tenía los ojos cerrados, así que se lo apoyó en los labios a modo de invitación a que los abriera. Laura abrió la boca, y empezaba a chuparla cuando el otro de un tirón salió de ella y la tomó de los cabellos.
Sintió más que oyó su voz. La sentencia estalló en su cabeza.
Vamos con tu hija, mujer. No vamos a dejarla sola no?
Quique ya estaba junto a la cama donde Sandra estaba atada cuando los otros dos entraron empujando a la madre desnuda. Carlos lo congeló con la mirada. Con Carlos no se discute. Quique sacó la mano que casi acariciaba uno de los muslos blancos y suaves de la niña.
Dejenla por favor. Dejen a mi madre en paz!
Sandrita sabía muy bien ahora que la noche iba a ser larga, muy larga y penosa. Desvió la mirada del cuerpo de Laura. La vegüenza era de ambas.
Bien Santiago, bien atada, vas bien (Carlos aprobaba)
Y vos vieja, si no querés que tu hija sufra, empezá a lamerle la concha, y bien lamida...
Laura lo miró aterrada. Eso no, con Sandra no.
Por favor, vamos a la sala, haganme lo que quieran toda la noche, pero dejenla a ella
Carlos ni la empujó, ni la forzó, recorrió lenta y premeditadamente los pocos pasos hasta la cama.
Tomó uno de los delicados pezones de Sandra entre sus dedos, y ante los ojos atónitos de Laura, un alfiler brilló extraído quien sabe de donde. Carlos era un maestro pensó Santiago. Siempre las sabe todas.
Esta vez Carlos se movió rápido, y aplicó un fugaz pinchazo. El grito de Sandra y el de Laura se ahogaron en la vocinglería de la tormenta. Laura corrió a abrazar el rostro de su hija. Rogaba. Cuando Carlos tomó el otro pezón Sandra aulló:
Mami por favor! Dueeeeeeeleeeeee
El grito infantil impactó en la madre. No podía salvar a su hija. Estaban a merced de aquellas hienas.
Elige tú, murmuró la voz ronca en su oído. Dolor o placer. Tú decides (Carlos calló)
Laura no quiso más dolor. Llorando amargamente acercó su rostro al ángulo de las piernas abiertas de su hija. Musitó algo así como un ruego de perdón, y su lengua se posó entre los labios. Santiago no podía creer lo que veía. El vientre agitado de la joven atrapada en la cama buscaba aire para más llanto. La madre se la estaba comiendo apenas a la hija.
La mano de Carlos se posó sobre la cabeza de Laura. Otro ronquido en su oído.
Hazlo bien puta. Quiero que la hagas gozar (Pellizcó con su otra mano el pezón que aún era su rehén)
Laura se convenció. Empezó a devorar con desesperación el sexo de Sandra, rogando por hacerlo de forma de espantar su sufrimiento. Un minuto completo. Dos. Tres. Aún la más imperdonable ignominia no pudo evitar que la fisiología del cuerpito de Sandra reaccionara al estímulo. Sandra gemía. Sandra no podía contener el incipiente orgasmo arrancado contra su voluntad.
Quique pidió permiso con la mirada. El culo expuesto de la madre era demasiado para él. Su verga húmeda y otra vez erecta empezó a entrar y salir de Laura. Un empujón, otro, otro. Carlos se complacía con la escena. Ya no hacía falta el nylon. Con un gesto ordenó a Santiago que cortara las amarras de Sandra. La niña-mujer ni se enteró. Lloraba acompañando un orgasmo lastimero y soez. Carlos se masturbaba lento, suave. Laura soportaba los embates de Quique en su vagina irritada.
Ahora le toca ella nena (el ronquido fétido de Carlos viajó por la cara de Sandra)
No por favor.BASTA. (el gimoteo apenas se oía con la lluvia desatada y los bufidos de Quique)
La mano de Carlos, imperativa, forzó por la nuca a Laura a trepar por el cuerpo de su hija. Quique resopló. Todavía no acababa. Le habían robado su trozo de carne. Pero con Carlos no se discute.
Los muslos abundantes de Laura rodeaban el rostro de Sandra, su rostro apuntaba hacia abajo por la presión de la garra que la sujetaba, pero sus ojos no querían mirar. El olor de Quique brotaba del sexo húmedo de su madre, asqueándola, iba a vomitar. El grito de Laura puso su estómago en su lugar. Aquel animal hacía gritar a su madre de dolor retorciéndole impiadosamente los pezones.
Sandra abrió sus labios, justo cuando Carlos impulsó el cuerpo de Laura hacia abajo un poco más. Quiso devolver el sacrificio y la humillación de su madre. Su lengua buscó allí donde creyó que el clítoris apuraría la escena. Unas manos acariciaban la piel de sus muslos. Los separaban. Mientras lamía y lamía buscando aliviar el dolor, un pene sigiloso se introdujo por su vulva pequeña y chorreante. Lágrimas de Laura caían sobre su frente, tratando de purificarle su pecado forzado.
Santiago tenía su premio, penetraba salvajemente el cuerpo de Sandra. Frente a el, el culo de Laura lucía abierto y tentador. Metió un dedo, luego dos. La mujer madura no soportaría mucho más el asalto. Sus enviones hacían gemir a la niña mujer que luchaba con su dolor por aplacar el de su madre. Eyaculó violenta y abundantemente dentro de Sandra. Laura se desgarró en un orgasmo brutal muy a su pesar. La tormenta estaba amainando. La niña giró su rostro, que ahora olía al sexo de su madre. Sus cuerpos temblaban. Ya no quedaban lágrimas por verter. Santiago tuvo su premio. Solo faltaba el último acto. Carlos seguía allí. Perverso, dueño de todos los morbos del Universo.
Esta vez no murmuró, simplemente habló en tono normal y casi jovial.
Veo que saben cuidarse la una a la otra. Falto yo. Con quien me quedo yo?
Esas líneas estaban fuera del libreto de Santiago y de Quique. Ya no quedaba en ellos nada por derramar. La habitación olía a semen, a flujos femeninos, a humillación y resignación.
Voy a cogerme un culo. Uds. me dicen cual...
Sandra miró el rostro sufrido de su madre. No más.
El mío musitó.
Como recorrida por una descarga eléctrica, Laura cubrió con su cuerpo el de su hija,. Protegiéndola y desprotegiéndose.
El escupitajo en su ano fue esparcido por dedos rigurosos. Rostro contra rostro, Sandra comenzó a besar a Laura tiernamente, tornando en inmenso amor la lujuria que sobre ellas se había desatado esa noche. Como la tormenta.
El grueso miembro de Carlos hizo presión, el esfínter anal de Laura cedió, el glande caló hondo en su recto. La tragedia llegaba a su fin. Lento, meticuloso, Carlos bombeaba buscando ahora su propio y bestial placer. Laura no podía contener los gemidos de dolor. Ese monstruo la estaba destrozando. Duró una eternidad. Cuando al fín Carlos eyaculó dentro, ya no llovía...
La boca de Laura vomitó un último orgasmo arrancado, sus labios recibieron los besos tiernos y amorosos de Sandra. Sus manos sostenían su cara.
Antes del amanecer Carlos,Quique y Santiago abandonaron la casa, entre las sombras y los charcos.
No hizo falta recurrir a muchas amenazas ni castigos para comprar el silencio de las dos mujeres.
Justo al terminar de vestirse, Carlos chirrió los dientes y apenas dejó salir el aire.
Si abren la boca, volvemos, y volvemos por tu hija puta de mierda....