Noche de ron y sexo

Una cálida noche en el llano el ron empapó mi cuerpo y se fundió con su sexo.

Noche de ron y sexo

Desde que éramos niñas solíamos pasar las vacaciones de verano en el hato de mis abuelos, en la zona uno de los más importantes. Hectáreas de llanuras, cabezas de ganado, producción agrícola, caballerizas.., de niñas lo disfrutábamos mucho.

El capataz nos trataba como lo que éramos: las princesas de todo ese imperio.

Nuestra madre no nos permitía siquiera voltear a mirar a las hijas de la servidumbre.

Yo envidiaba su manera de jugar revolcándose en la tierra, corretear detrás de las gallinas, bañarse en el río… Nosotras, en cambio, debíamos montar a caballo con la indumentaria preceptiva y vigiladas por el instructor. Bañarnos sólo en la piscina.

Mi hermana había nacido como ella: exquisita en gustos, yo siempre queriendo romper las reglas.

Mi padre, un hombre de mi mundo… y así es como fuimos creciendo.

Fuimos a estudiar a la universidad y nuestros gustos comenzaron a ser más exóticos: Europa, Asia… En alguno de aquellos viajes conocimos los primeros amores y, uno de esos veranos, decidimos volver al hato.

Adrián, mi novio, alucinaba con la idea de montar a caballo, lazar caimanes, pescar pirañas… Estaba decidido: volveríamos allí.

El novio de mi hermana Rebeca era un super-mega-pijo antipático, para mi gusto, pero qué le podía hacer

Comienzo a ver las fincas vecinas que me son familiares; bandadas de aves volando sobre la inmensa llanura; aquel rosado atardecer

Y ante nosotros la puerta del hato.

Esperamos a que abriesen la verja y vimos llegar al capataz en su caballo cubierto por el típico siete equis llanero. Inmediatamente bajé del coche, no podía contener mi emoción. Y ¿quién será? ¿Me reconocerá? ¿Será Fermín como siempre?

Pronto supe que nunca antes lo había visto: es joven, blanco, sin rasurar; enormes ojos color miel y vistiendo unos ajustados vaqueros desgastados.

Detiene su caballo ante nosotros haciendo alardes de su dominio, y al descender de él veo que es un tipo alto y bien parecido. Nos miramos.

Mi sonrisa se apagó porque, de repente, vino a mi memoria la voz de mi madre diciéndome que no cruzara miradas con la servidumbre.

Rebeca ni siquiera bajó la ventanilla pero José Carlos bajó del todo terreno para fumar; ni cuenta me di que Adrián ya me acompañaba. Adrián era un chico bello, de portada de revista, tremendamente metrosexual.

-Buenas tardes. Usted es la señorita Amanda de la Sierta.

-Sí. Y ¿usted es?

-Soy Hernán Duval, para servirle.

Se quedó cerrando la puerta y enfilamos el camino que llegaba hasta la casa. Volví a sentir la emoción de aquellos tiempos al ver formados a los sirvientes junto a mi eterno y querido abuelo.

Tras los efusivos saludos pasamos al salón donde nos obsequiaron con un fresco cóctel de bienvenida y mi abuelo nos asignó las habitaciones. La orden era que dormiríamos en habitaciones separadas y a Adrián no le parecía justo estar quince días sin mi anhelado cuerpo.

-Cariño, ya encontraremos la manera

Estábamos agotados y, después de la cena protocolaria, decidimos ir a la cama. Mañana nos levantaríamos temprano.

Mi habitación era la más cercana a la piscina y el cansancio no me dejaba dormir. Dando vueltas en mi cama, tratando de encontrar la postura más confortable escuché el zambullir de alguien. Veo el reloj y era la 1:45 am.

Retiro la mosquitera que cubre mi cama y, sin encender las luces, me acerco al ventanal creyendo que era Adrián.., pero era el capataz. Las luces internas de la piscina le daban el toque dorado a su piel… Nadaba de punta a punta, mostrándome su espalda poderosa y, cuando se hundía nuevamente podía ver sus rotundas nalgas; estaba desnudo.

No quería ser descubierta y cerré un poco más la cortina; me gustaba lo que veía. Comenzó a flotar bajo ese estrellado cielo y la inmensa luna llena que pintaba de plata las pequeñas olas que él producía, me permitió su enorme miembro en reposo.

Hernán

Decidí salir, porque todos dormían, y asustarlo, hacerlo sentir mal. ¿Quién era él para bañarse en nuestra piscina? ¡Igualado!

Yo vestía un diminuto pijama de algodón blanco, tipo culotte , y camiseta. Sabía que si me metía en el agua se transparentaba, pero me daba igual.

Decidí entrar muy lentamente y sumergirme; bucear desde el fondo hasta su regazo y sorprenderle.

A mi llegada ya él había notado la presencia de alguien pero jamás se imaginó que era la mismísima nieta de Don Renato.

Cuando emergí para tocarlo reaccionó bruscamente hundiéndome pero, al reconocerme, volvió a ponerme a flote.

-¡Señorita Amanda! ¡Por Dios! ¡Por Dios!

Un fuerte sabor a hierro en mi lengua y un ligero dolor en mi labio superior me hicieron saber que estaba herida.

Me toma en sus brazos y me saca fuera del agua. Mis enormes pechos se adivinaban debajo de la mojada camiseta.

-Tengo que ver la herida.

-Vamos a mi habitación, respondí.

-No consigo mi ropa.

-Olvídala, la escondí, te quería gastar una broma, pero todo salió mal.

Se cubrió con un cojín de una de las tumbonas quedando el resto de su perfecto cuerpo de hombre desnudo, mojado. Él observaba todo lo que yo en mis adentros le ofrecía y yo miraba todo lo que en este momento me aseguré tener.

Caminamos por el verde pasto hasta llegar a mi habitación procurando hacer todo el silencio posible. Se acomodó en el sofá de piel de cebra que estaba a los pies de mi cama y fui en busca de una toalla.

-Enseguida vuelvo, no te vayas.

Me quité el mojado pijama, enjuagué la herida y me coloqué el albornoz corto, y al salir del baño, allí estaba Hernán.., bello, fuerte… pero inseguro.

Le ofrecí tomar algo.

Lo miraba de reojo, me encantaba. Me fascinaba su barba de tres días.

-Ron, gracias.

Saqué hielo y lo coloqué entre mis labios. Él lo quería seco, así que saqué un shooter y decidí tomarlo así yo también. Los tragos iban y venían calentando nuestras sangres. Él insistía en irse, pasaban las horas y pronto amanecería; el alcohol hervía en mi cabeza y más aún en mi sexo. Lo miraba buscando una excusa para no follarme al cachifo pero él era perfecto. Sus manos no estaban lastimadas, cosa extraña en un peón.

Se bebió un shooter y preparó otro más para mí.

-Espera, ponlo en mi boca.

Inmediatamente su expresión cambió y sus ojos se volvieron fuego; yo casi me arrastré hacia el sofá. Posé mis manos en sus rodillas y colocó el pequeño vaso en mi boca que al rozar con mi herida me sobresaltó logrando así que el caliente ron se derramara en mi pecho.

Hernán y yo nos miramos y él tragaba saliva.

-Sírveme otro.

Mientras lo hace me deshago del albornoz, sentada como estaba de rodillas frente a él. Sus ojos brillan al mirarme, su cuerpo se enciende; era tan varonil… Mi semental.

-Amada.., follátelo, pensé para mí.

Al entregarme el vasito, mirándonos a los ojos, vierto el trago lentamente sobre mis pezones sintiendo como va recorriendo mi vientre hasta el coño. Aquella gran polla, que hacía minutos reposaba sobre su muslo, se convertía ahora en una verga descomunal que en unos instantes follaría todo mi ser.

Él no se atrevía a moverse azorado por la inmensidad de su entrepierna. Era el hombre más bello que yo jamás había visto.

El canto de las ranas, la noche azulada, la luz de mis lámparas de citronela… El ambiente decía que sí.

Me levanté y yo misma guié su cara a mi cuerpo empapado de ron. Besó debajo de mis pechos y comenzó a lamer cada gota. Lamió cada milímetro de mis tetas, amoldó mis pezones a la profundidad de su garganta y con su mano consiguió entrar en mí. Hundió sus enormes dedos que sacó empapados. Los chupó y tumbándome en el sofá colocó mi pierna bien arriba. Vertió un trago de ron en mi coño y bebió de mí; bebió mi néctar, mi flujo

Comenzó a jugar con su polla entre mis labios vaginales y me da a beber de la botella. Mi coño ardía por el alcohol y mis ganas

-Déjame chuparte, le dije yo.

-Aún no.

Fue, poco a poco, arrastrando la boca de la botella hacia mi coño y, mirando mi cara, esperó el permiso pertinente.

-Métela. ¡Mete la botella!

Fue entonces cuando con su dedo pulgar e índice abrió las puertas de mi paraíso para así sentir cascadas de fuego líquido impregnando mis entrañas.

Su verga intentaba penetrar mi culo ayudado por el ron que chorreaba de mi coño.

Empezó a vivir dentro de mí.

Venía a mi mente la imagen de este hombre desnudo sobre su caballo, sudado, al sol… y ahora yo era la zorra pija que se cogía como a nadie y que como a nadie más se cogerá.

Llevó la mano a mi clítoris y se escapó un profundo gemido al sentirme cada vez más cerca del clímax. Le enseñé mi lengua y metió sus dedos en mi boca, me sujeté al sofá por que cada vez eran más fuertes las embestidas de esa ciclópea verga que me estaba atravesando; rompía mi culo. Yo quería chillar como su puta.

Sentí celos de la sirvienta con la que él estaría… No importa, hoy es mío.

Entonces mi cuerpo se descontroló, perdí conciencia y bañé todo su ser brotando de mi cuerpo mi flujo incontrolado. Lo vi morderse el labio.

Con mis manos busco su nuca ofreciendo mi boca; aún no conozco su lengua. Se abalanzó sobre mí, su pecho ahogaba mis tetas, su lengua se enroscó con la mía que se unieron en un interminable beso.

Sus embestidas eran cada vez más fuertes, mis caderas se desgarraban..., el sol nos saludaba. Mi culo había dilatado como nunca

-¡Chúpame ahora!

Salté como una gata en celo clavando mis garras en sus caderas para que no se fuese; abrí la boca y me tragué su güevo. Su dulce leche golpeaba mi ansioso paladar

Me dormí junto a la adorada polla

-Mañana en la noche volveré a mi casa, dijo.

Estaba de visita por la amistad de sus padres con mi abuelo y tendría poco tiempo para disfrutar de él pero habíamos fijado otro encuentro, para esa tarde, en las caballerizas. No sabía como iba a despistar a Adrián pero, lo que sí sabía es que esa polla volvería a ser mía

Margarithe Pourlamer