Noche de puerto

Un joven vaga por el puerto, en busca de una aventurilla.

NOCHE DE PUERTO

Camino por el malecón, sintiendo la brisa del mar y el olor a sal. Me acerco a los bares del puerto. Allí donde marinos, pescadores y mujeres fáciles comparten un trago, respiran el humo del ambiente y, al rato, desaparecen en la oscuridad.  Entro en un bar conocido y me dejo impregnar por su acento de música alternativa, su olor particular y su alcohol. Miro a mi alrededor. La mayoría del público está formada por tripulantes de un barco que había atracado en la tarde. La música brota de una 'rockola' y las luces son tenues.

El ambiente está algo cargado. No me gusta y decido retirarme. Me detengo. Acabo de verlo. No me disgustaría acostarme con él esta noche. Es alto, musculoso, con el cabello rubio entrecano, de unos 45 años de edad. Obviamente es oficial de alguno de los barcos surtos en el puerto.

Me acerco a la barra, pido una bebida y lo miro. Olfateo el ambiente. Está solo. Tomo mi bebida y me siento relativamente cerca. Busco su mirada. Al principio no se da cuenta, pero algo le avisa que está siendo observado.

Lo miro directamente a los ojos. Él sostiene la mirada, me recorre con los ojos, de arriba a abajo. Deja la bebida en la barra y se acerca con aire de seguridad.  No puedo evitar sonreír.

-Buenas noches -dice en mal español y sonríe cortés. -Hola -contesto.

Me sonríe y toma asiento en el taburete al lado mío. Me mira con insistencia. Pero no deja de sonreír. Y yo no pude menos que imitarle. De cerca es más atractivo y siento que yo le gusto.

Charlamos un rato y me cuenta que es primer oficial del barco que atracó por la tarde. Dice ser noruego y encontrarse contento de estar aquí. Me habla del mar y del tiempo que ha pasado alejado de su tierra y su familia. Es casado y tiene dos hijos.

Ha recorrido todo el mundo y seguramente ha dejado una novia en cada puerto. Es seguro y supongo que sólo busca otra aventura más.

Saca un paquete de cigarrillos extranjeros y me ofrece uno.

  • ¿Fumas?
  • Gracias.

Tomo el cigarrillo y me lo llevo a los labios. Lo enciende para mi. Sonríe. En sus ojos detecto un leve brillo de deseo. Me gusta ver ese brillo en los ojos de un hombre.

Llevamos sólo un rato y los dos sabemos que pasaremos juntos aquella noche. Su mano hace rato que juguetea con la mía. Y decide que quiere besarla. Sus labios son acogedores.

Hablo muy cerca de su rostro, y aunque la música es atronadora, parece como si nada pudiera entrometerse entre nosotros. Le hablo en español, palabras que él no entiende pero intuye.

Me dice al oído que quiere estar a solas conmigo y yo acepto con una sonrisa. Está alojado en un pequeño hotel muy cerca de aquí, así que vamos caminando.

Cuando pide las llaves siento la mirada inquisidora del recepcionista de guardia. La llave cambia de manos rápidamente y noto cómo el empleado se turba ante mi mirada. Sinceramente, reconozco que si no estuviera con aquel marino, no me disgustaría una relación con el empleado del hotel.

La puerta de la habitación se cierra tras de nosotros, ocultando nuestras primeras y cálidas caricias. Su cuerpo está trabajado y el tacto me gusta. Cada gesto resalta una fibra y será hermoso contemplar su desnudez.

Sus manos se desplazan por mi cuerpo y me dejo hacer. No me está haciendo ningún favor porque mi mente ya está a mil. Queda desnudo y orgulloso, mirándome con seguridad. Mi mano firme acaricia la base de sus testículos y en su mirada veo cruzar un destello de aprobación. Esto es solo el principio.

Le indico que se tienda en el lecho. Lo miro con picardía y lentamente hago caer mi ropa, mostrándole mi cuerpo.

Me acerco, sin perder de vista su virilidad, que ha reaccionado ante mi cuerpo. Sin necesidad de hablar, mis labios se apoderan de su miembro y lo saborean con imaginación, transportándolo a un mundo lleno de sensaciones. Su voz se vuelve profunda mientras mi lengua trabaja incansable su base del amor. Y mientras entre gemidos me acaricia con sus manos en mis mis nalgas, yo uso todos los resortes de mi garganta para entregarme una felación que, estoy seguro, tardará tiempo en olvidar. Pero ahora en el presente, solo puedo sentir su respiración cada vez más agitada, que marca el tempo de su placer hasta llevarlo a la cima del goce.

Los músculos de su miembro se tensan anunciando la inminencia de su orgasmo, que yo decido recibir en mi boca, vaciándose con firmes tirones de mi mano derecha, mientras la izquierda oprime con suave firmeza la base de sus testículos para vaciarlos totalmente.

Se muerde los labios con los dientes, mientras siente como su vida escapa a través de su virilidad desbordada. Después, cae agotado, respirando con esfuerzo. Ha sido duro y espléndido.

Mi compañero se tiende a mi lado, buscando rápidamente mis caricias. Lo beso con pasión y ganas. Con besos profundos, recorro lentamente su piel. En esos momentos es solo mía. Lentamente desciendo hacia sus muslos y saboreo nuevamente su pene.

Solo sentir mi lengua se estremece y eso me anima a no perder el tiempo. Mi lengua comienza la lenta labor de recuperar su erección, mientras escucho su voz convertirse en hermosos gemidos.

Mis labios llevan a cabo una labor incansable, logrando que su excitación regrese, hasta que su orgasmo está ya nuevamente a punto de estallar. Mi lengua reaviva sus esfuerzos y los gemidos de mi compañero han dado paso a jadeos desesperados que a mi me hacen desear recibirlo completamente dentro de mi cuerpo.

Me mira con ojos encendidos como ascuas. El deseo lo domina. Su piel está caliente y sudorosa, y es muy agradable al tacto. Nos besamos sin ninguna prisa, y no hablamos. No lo necesitamos.

Sus manos acarician mi virilidad con sabia paciencia, buscando endurecer mi erección. Veo en sus ojos que desea penetrarme y yo solo pienso en ser suyo, mientras nuestros besos son cada vez más profundos.

Con un rápido movimiento, me siento encima de él. Devora mis pezones con fiereza, recibiendo a cambio un profundo suspiro de aprobación de mi parte. Mis nalgas rozan su pene y puedo sentir el calor concentrado que escapa bulle en mis entrañas, esperando ser penetrado.

Toma sus manos entre las mías y con sus muslos hace que eleve mis nalgas, para dar libertad de acción a su rígida erección. Sin ayuda de nadie, su miembro busca la entrada de mi ano, hasta encontrar el pequeño orificio que le dará paso hasta la humedad de mis entrañas. Comienzo a recibirlo con un profundo gemido de placer.

Su pene, como hierro candente, se abre paso, como un cuchillo al rojo vivo, en una barra de mantquilla. Grito al sentir la cabeza de su miembro adentro. Mis nalgas se separan ante su furiosa embestida y yo le dejo continuar, para que pueda acostumbrar mi recto al grueso de su virilidad.

Pero tras unos breves movimientos, sus manos se marcan con firmeza en la base de mi cintura, arqueando mi espalda. Lo siento duro y firme y ahora él marca el ritmo. Su verga atraviesa el camino de mis entrañas, apareciendo y desapareciendo en toda su extensión, mientras mis testículos se endurecen y mi pene cobra una dureza nunca antes vista.

Me habla con palabras que yo no entiendo pero intuyo. Y su voz lo envuelve todo, mientras cierro los ojos y solo siento su miembro hirviente, entrando y saliendo de mi recto, cada vez más rápido.

Con sus manos en mis caderas me ayuda a girar sobre la cama y ponerme boca arriba y subir mis piernas subre sus fuertes hombros, mientras su gruesa y larga estaca, sin detenerse, continúa penetrando mi cuerpo con un émbolo mecánico. Hacemos el amor con furia y, mientras me penetra, me masturbo con una mano, sintiéndome ya muy cerca de la culminación.

El ritmo de su respiración, es como un faro para mi placer y me solazo contemplando sus gestos y cada uno de las expresiones de sus rostro. Cuando siento que su respiración se agita profundamente, acelero mis movimientos de masturbación, buscando un orgasmo compartido. Me dejo llevar y, sin mayor demora, mi cuerpo vibra con los estertores del orgasmo. Mi semen sale proyectado con fuerza y gruesos goterones de blanca leche se estrellan contra su vientre y su pecho.  Abrazo con fuerza su espalda y lo atraigo hacia mi, mientras él continúa taladrando entre mi recto y, con un grito bestial, se derrama en el interior de mis entrañas.

Los estertores de su segundo orgasmo, parecen no tener fin, y me inunda los intestinos con su esperma. Su grito sin duda es escuchado fuera de la habitación. Ojalá lo haya oído el empleado de Recepción. Me gustaría que se diera cuenta de lo mucho que puedo hacer gozar a un hombre.

Me besó, introduciendo su lengua entre mis labios, en forma intensa. Quedó sin fuerzas y se dejó ir sobre mi pecho. Respiramos hondamente mientras nos miramos a los ojos. Y nos besamos de nuevo.

Tras reposar nos duchamos juntos y nos reímos mientras lo hacemos. Y entre caricias dulces nos despedimos.

Bajo al vestíbulo, que estaba levemente alumbrado y, en la penumbra de la Recepción, puedo ver al empleado que está sentado frente a una computadora. Me acerco sin hacer ruido y puedo ver que está observando una página gay en Internet.

  • ¡Hola! -le digo-.

Sobresaltado por la sorpresa, me mira con los ojos muy abiertos. Sin darle importancia, comienzo a charlar con él, acerca de lo tedioso que debe ser trabajar en un turno nocturno.

Se calma y se acerca a mí. Poco a poco empieza a participar más activamente en la conversación. De pronto, me mira y me pregunta por el marino.

  • Debe estar durmiendo -respondo.

Tras un instante de vacilación, me pregunta:

  • ¿Tú eres...?
  • ¿Gay? Sí, lo soy. ¿Y tú?
  • Bueno... yo... Me atraen los chicos como tú.
  • ¿Sabes una cosa? -le digo con una sonrisa-. Cuando entramos y te vi por primera vez, pensé que me gustaría estar contigo.

Se turba un poco, pero yo no estaba dispuesto a perder la iniciativa. Sin dejar de mirarlo fijamente, rodeo el mostrador de Recepción y entro al sistio donde él está.

  • Me gustas -le digo.

Tras un momento de duda, me invita a entrar a la habitación vecina, donde había una cama, que él usaba para descansar en los ratos que nadie entraba ni salía del hotel.

Aprovechando el momento, cierro la puerta y comienzo a quitarme la ropa. Me acuesto desnudo en su cama y lo invito a acompañarme. Con evidente nerviosismo, se quita la ropa y se acuesta junto a mí.

Desde ese momento, se deja hacer, y soy yo quien maneja la situación. Primero le acaricio completamente todo el cuerpo, hasta que me acabo centrando en su vergaa, que ya había reaccionado con anterioridad. Poco a poco me voy moviendo y desplazándome, hasta encontrarme tumbado encima suyo, pero de forma invertida, en situación propia para practicar un "69".

Mi cabeza está entre sus piernas y mi ano a la altura de su boca. En ese momento, comienzo a darle una buena mamada, viendo con asombro, que su instrumento va tomando importantísimas dimensiones. Disfruto muchísimo comiéndome su polla, y en un momento dado, noto cómo su lengua comienza a acariciar la parte exterior de mi ano.

Un calambre recorre todo mi cuerpo, electrizándome todos mis vellos. A partir de entonces, él se centra en lamerme cada rincón de mi ano, dándome un exquisito beso negro.

Tras un rato de preliminares, muestro mi intención de penetrarlo. Para ello, hago que se ponga tumbado boca abajo en la cama, y comienzo a lamer y lubricar con mi saliva su ansioso ano.

Cuando ya se encuentra relajado, me tumbo encima de él, con mucho cuidado. La punta de mi pene toca la entrada de su ano, y vuelvo a sentir el deseo y esa electricidad que recorre mi cuerpo cada vez que me preparo a hacer el amor.

Poco a poco, con no mucho esfuerzo, consigo que mi pene le vaya entrando lenta, pero seguramente.  Una vez que se ha acostumbrado a sentirla dentro, comienzo a bombear con fuerza.

Con su ano ya dilatado, el placer se va haciendo cada vez mayor. Estoy cabalgándole durante un buen rato, alucinando con las sensaciones que estaba experimentando, hasta que noto que se me viene un enorme orgasmo.

Ciego ante el placer, comienzo a correrme y llenar su ano de semen. Retiro mi pene de su orificio y logro que dos otres borbotones caigan sobre sus nalgas.

Me detengo y, jadeando, trato de recuperar el ritmo de mi respiración. A continuación, y dado que él no se ha corrido aún, le doy vuelta y sin mayores preliminares,  me siento encima de su verga, logrando que me penetre con facilidad. Comenzamos a movernos, rápidamente, hasta que eyacula dentro de mí, lo que ocurre muy de prisa, debido a lo excitado que está.

Nos recostamos juntos y, en muy poco tiempo, nos quedamos dormidos. Cuando él despierta, yo ya no estoy allí.

El barco se fue y el oficial, con él. Sin embargo, no he podido dejar de visitar aquel hotel, al menos una o dos veces por semana, para "entrevistarme" con el empleado del turno de noche.

Autor: Amadeo amadeo727@hotmail.com