Noche de playa

Cita en una noche de playa a la luz de la luna. Solos tu, yo y nuestros deseos.

Era la una de la madrugada calurosa de verano, y me encontraba en la playa donde habíamos quedado. No me costó demasiado verte, de pie en mitad de la playa vacía, mirando al mar. Me fui acercando en silencio a ti por la espalda, mientras el ruido de las olas del mar cubría mis pasos. Creo que me oíste llegar cuando sólo estaba a unos pasos de ti, pero hiciste como si no te hubieras enterado, así que puede acercarme a ti y cogerte de la cintura para abrazarte, mientras posaba mis labios sobre tu cuello y depositaba en el un largo y juguetón beso.

Te diste la vuelta, me abrazaste tu también, y comenzamos a besarnos las bocas, a comernos las almas el uno al otro. Me gustaba como jugabas con mi lengua, como se escapaba tu respiración buscando mi boca. Introduje mis manos por debajo de tu camiseta y acaricie con mis dedos tu espalda mientras los besos volaban del uno al otro. Me encanta el tacto de tu piel. Abandoné tus labios y comencé a recorrer tu cuello y tus hombros, mientras notaba como se te aceleraba la respiración.

Al final acabamos tumbados en la arena, yo encima de ti, mientras nos devorábamos. No había nadie, y te susurré que te deseaba, a lo que tu respondiste que eras mía. Metí mis manos entre tu camiseta de tirantes y te quite el sujetador. No tuve que jugar mucho con tus pechos para que tus pezones se marcaran sobre la camiseta. Me excitaba verte así, tumbada en la arena, con los ojos cerrados, desando ser mía.

Comencé a desnudarte lentamente, comenzando por el tanguita negro que llevabas. Me gustas mas cuando no lo llevas, te lo noto en la mirada y me lo notas tú en mi calor. Así que metí mis manos por debajo de tu falda y, rozando el interior de los muslos, te lo quite jugueteando un poco. Cuando llegué a tus tobillos tus chanclas se interpusieron en el camino de mis deseos, así que me deshice de ellas. Te besé los pies y lamí las plantas un par de veces, y aunque me moría de ganas de devorarte los pies, los dejé para después. Te quité entonces la camiseta y comencé a besarte esos pechos que tan loco me vuelven. Moviste tu mano hacia mi entrepierna y notaste lo dura que estaba mi polla.

Me dijiste que querías comérmela. Te respondí que era toda para ti. Me tumbé en la arena y dejé que me desnudaras del todo. Allí estaba esperándote. Así que lentamente al principio, comenzaste a darle unos lametones, a besarla, y por ultimo te la metiste en la boca y comenzaste a chuparla, y a mezclar los jugos de tu boca con los míos. Te gustaba muchísimo, porque cada vez acelerabas más, y no tardé en explotar en toda tu boquita, llenándotela de leche calentita. "No tragues", te dije. Te acerqué a mí y comencé a darte un largo morreo, muy muy profundo, y en nuestras bocas se mezclaron todos nuestros jugos. Me separé de tus labios, y te pedí que dejases que resbalara. Y todo el líquido que ambos deseábamos comenzó a resbalar dulcemente por tus labios tu carita hasta tus pechos. Y una vez en ellos, los lamí como si fuera un perrito y tragué la mitad, para ofrecerte la otra mitad de mi boca, que no dudé en ofrecerte con un beso lleno de amor.

Entonces llegó mi turno, te arrebaté la falda que aun te cubría, abrí tus piernas y comencé a besar y lamer tu coñito rasurado. Esta caliente, húmedo, deseando que me lo comiera, así que no dude en darle lo que me estaba pidiendo, y hundí mi lengua en tu rajita, lamiendo todos tus jugos y saboreándolos como el gran manjar que son. Según fui aumentando el ritmo pasaste tus piernas por mis hombros, aprisionaste mi cabeza e impediste que pudiera separarme, así que simplemente seguí lamiendo. Tu primer orgasmo fue brutal, y llenaste mi boca de jugos. Pero la presión de tus piernas no dejaba de aumentar, así que continué lamiendo, comiendo, besando, jugando... ¡Hasta que te corriste de nuevo! Y si el primero había sido brutal, este segundo que me acababas de regalar no tenía calificación posible. Incluso me estabas asfixiando de la presión que hacías con tus piernas. Entonces te relajaste, me liberaste, me puse a tu lado y, abrazado a ti, comencé a besarte hasta que recuperaste tus fuerzas.

Mi polla volvía a estar ya deseando entrar en acción, pero tu coñito aun no se había repuesto, así que te di la vuelta, y contemplé tu culito, babeando solo con verlo. Escupí en el agujerito de tu culo, masajeé dulcemente con mi dedo y comencé a penetrarte. Era cálido y estrechito, pero muy muy placentero. No imaginas cuantas veces, al verte mover esas nalgas que tienes, había imaginado penetrarte por ese culito. Al principio te dolió, o eso me indicó tu gemido, pero poco a poco fui cogiendo ritmo y te fue gustando más. Si al movimiento de vaivén le sumamos el roce que tu coñito sufría con la arena, tardaste muy poco en tener tu tercer orgasmo. A mi me llevó un poco mas correrme, pero cuando lo hice, salió como una explosión en todas tus tripas.

Entonces fue cuando me tumbé boca arriba, y dije que te sentaras sobre mi cara, de forma que dejarte tu culo justo a la altura de mi boca. Debió de gustarte, porque te divertías asfixiándome y restregándome la rajita de tu culo por mi cara. Y comencé a lamértelo, encantado. ¿Hay algo más placentero que estar deseando hacer algo, teóricamente humillante, a la mujer que te da placer? Disfrutaba muchísimo lamiéndote el culo, y aun mucho más cuando mi leche comenzó a escapar de tu culito y comencé a bebérmela, mientras te frotabas contra mi cara asfixiándome.

Pero finalmente nos pudo el agotamiento, te reclinaste a un lado y nos tumbamos en uno al lado del otro en la arena, boca arriba, tal cual caímos. Y al cabo de un rato comenzaste a pasarme tus pies por mi cara. Era lo que me faltaba, la mujer de mis sueños haciéndome lamer y mesar sus pies. Te pedí que te sentaras en mi tripa, y comenzaste a pisarme la cara, a hacer que te lamiera los pies, que los besara. Acabaron llenos de mi saliva, pero eran el mayor manjar que jamás soñé. Recorrí tus dedos lavándolos con mi boca, lamí las plantas de tus pies decenas de veces y los cubrí a besos como jamás había besado nada. Y te gustó tanto que decidiste darme una recompensa.

Te pusiste frente a mí, y con tus pies ¡Comenzaste a masturbarme! Y eso ya era el cielo. No podía creerlo. Pensaba que no podía más, y sin embargo tuve el mejor orgasmo de mi vida, con mi polla entre tus suaves pies. Al final esos pies que tan limpios había dejado acabaron bañados de cálida leche, y sin que me mandaras me abalancé sobre ellos para dejarlos limpios y relucientes de nuevo, eso si, compartiendo la leche de mi boca contigo una vez más.

Al final te acompañé hasta tu casa, donde nos despedimos. Me arrodillé ante ti, te besé los pies e hiciste algo que no me esperaba: Te descalzaste y me regalaste las chanclas. De esta forma, cada noche podría besarlas y lamerlas como si fueran tus propios pies, masturbarme con el recuerdo de ese último orgasmo y adorarte como la diosa que eres. Y desde entonces se han convertido en mi fetiche. Sé que soy raro, pero me gusta porque a ti no te importa. Te agrada saber que eres capaz de estar constantemente en mis pensamientos, y que mi mayor tesoro estuvo en tus pies una vez.