Noche de lujuria y fiesta
Así fue la noche en que mi marido y Pedro me llevaron a tomar una copa y me masturbaron en un lugar público y luego me follaron en el coche.
Por capricho de mi marido, nuestro amigo Pedro se convirtió en mi amante. Todo delante de mi propio marido. Al final resultó que la experiencia me gustó como juego sexual tanto que, decidimos repetirlo algún día. Pasaron semanas. También meses. Recordar la noche que follé con Pedro dos veces y el tamaño de su polla me seguía excitando. Pero no me apetecía echar un simple polvo. Quería una buena sesión y esta vez que mi marido participase y hacer un trío. Quería erotismo. Quería morbo. Como más de un sábado quedamos con Pedro para salir a tomar algo. Sabía que cualquiera de los días que quedábamos con él sucedería.
Estoy convencida que los tres lo estábamos deseando. Después de cenar nos fuimos a un local de moda a tomar una copa. El sitio estaba empezando a llenarse. Por suerte encontramos hueco al fondo del local. Justo donde acababa la barra. En aquel rincón había un taburete alto, que ambos hombres me cedieron. Aquello despertó la imaginación de mi marido. Yo estaba sentada en el taburete, recostada la espalda en la pared donde hacía el rincón, muy cerca de la barra y con los dos hombres delante de mí. Había puesto la chaqueta sobre mis piernas. Mi marido me plantó un buen beso en los labios, tierno, tentador… Uno de esos que dicen claramente “tengo ganas de follar”.
Mi marido siguió besando tiernamente mi cuello mientras una de sus manos se había metido bajo el vestido y rozaba la fina tela del tanga.
-Se me ha ocurrido –empezó a decirme mi marido. –: que podrías ir al servicio y quitarte el tanga. Volver a sentarte en el taburete con la chaqueta encima de las piernas y dejar que Pedro y yo metamos la mano bajo el vestido y te sobemos el coño hasta que te corras.
Me pareció una buena idea. El local estaba con una iluminación tenue y había la gente suficiente como para pasar desapercibida nuestra maniobra.
Ni contesté a mi marido. Simplemente me levanté del taburete. Fui al servicio. Me quité el tanga negro. Volví con mis dos hombres. Me senté de nuevo en el taburete. Puse en la mano de mi marido el tanga. Me puse las chaquetas de los tres sobre las piernas. Separé bien los muslos para recibir sus manos. Me recosté en la pared. Y me dejé hacer.
Nunca antes había sentido a la vez dos manos de dos hombres distintos en mi entrepierna. Esto me encendió como una buena viciosa juguetona. Sentía cómo mi se sexo se mojaba más y más con el atropellado movimiento de aquellos dedos. Chocaban entre sí. Pugnaban por encontrar el camino de mi agujero. Presionaban el clítoris. Por suerte la música sonaba alta y mis primeros jadeos eran imperceptibles. Cerré los ojos. Sentía los labios de mi marido por mi cuello. Unos de los dos consiguió penetrar en mi coño. Separé más los muslos. Todo sucedía alocadamente. Me entregué a la lujuria del momento. Dos hombres me estaban masturbando encima de un taburete en medio de un bar de copas repleto de gente.
Rodeé el cuello de mi marido con un brazo y le conseguí decir entre gemidos:
-Me… creo que me… voy a correr.
Él simplemente plantó sus labios sobre mi boca. Me besó con pasión. Un beso lleno de lujuria. Con el otro brazo me agarré también a Pedro. Y en un suspiro les dije:
-No se os ocurra parar…
Esto espoleó a mis amantes. Sus caricias aumentaron. Eran más vivas. El que tenía sus dedos penetrando mi sexo me empezó a follar el coño con avidez. Los atraje con fuerza hacia mí y ahogando mis gemidos en el beso con mi marido me corrí con un gratificante placer. Quedé unos segundos parada. Aplasté las dos manos que tenía en el coño al cerrar los muslos. Al fin me relajé y aflojé los muslos. Sacaron sus manos y ambos me besaron por las mejillas.
-Pedro, creo que esta zorrita se ha corrido. –dijo mi marido.
-Ya lo creo. –añadió nuestro amigo.
-Pero me temo que no ha tenido suficiente –continuó hablando mi marido. –Esta viciosa está tan caliente que vamos a tener que buscar algún sitio para seguir dándola más sexo.
Esa forma de hablar mi marido sumado a lo que acabábamos de hacer me volvía loca de lujuria. Estaba entregada a mis dos amantes. Estaba en ese punto en que me sentía capaz de hacer cualquier cosa. Sólo quería sexo, placer y lujuria. Y mi marido lo sabía. Sabía que estaba fuera de mis casillas, loca de deseo.
Salimos del local. Caminábamos por la angosta y desierta calle en que habíamos aparcado. Iba en medio de los dos hombres. Abrazada a ambos. Rodeada por sus brazos. Tan pronto me besaba el uno, como me besaba el otro. Me marido no dejaba de calentarme con sus frases subidas de tono. Me susurraba cosas como: “¡Realmente eres una buena zorra insaciable!” O: “Pareces una ninfómana insatisfecha, y eso me encanta”.
Antes de llegar al coche tenía las dos manos de los dos hombres por debajo del vestido y sobre mi culo. Miré hacia atrás y por suerte seguía sin haber nadie en la calle.
Mi marido se sentó de conductor. Pedro se sentó atrás. Y cuando fui a sentarme de copiloto, mi marido me dijo que me sentase atrás con nuestro amigo.
Condujo hacia una vía de servicio poco transitada, oscura y bastante larga. Se puso en el carril más lento y nos invitó a que hiciéramos lo que quisiéramos mientras él conducía.
Empezamos a besarnos. Poco a poco fuimos acalorándonos. Al poco, mi marido nos dijo:
-¡Qué sosos sois...! Meteros mano. Sobaros.
Dicho y hecho. Pedro metió una mano entre mis muslos y se apoderó de mi empapada almeja. Instintivamente separé bien las piernas. Seguíamos besándonos cuando bajé mi mano derecha y comencé a palpar el miembro de nuestro amigo. Ya estaba empalmado. Y recordé lo grande que la tenía. Gemí y abrí más las piernas. Pedro me metió un dedo.
-Méteme más dedos –le indiqué casi suplicando.
Me metió otro dedo más y empezó a follarme acompasadamente. Conseguí desabrochar sus pantalones y liberar esa gran polla. Me mojé la mano y empecé a masturbar a Pedro.
-Estoy deseando que me vuelvas a meter este pedazo de nabo –le dije al oído a él.
Me aparté un poco de mi amante y me incliné sobre su polla. Estaba deseando sentirla en mi boca. Di un lametazo a su capullo, que ya tenía una gotita de su semen. Después abrí bien la boca y empecé a mamar aquel miembro sosegadamente. De vez en cuando miraba hacia la parte delantera del coche. Mi marido había puesto el espejo retrovisor interior para ver lo que hacíamos. Nuestras miradas se cruzaron de cuando en cuando.
Me incorporé. Me arrimé a Pedro. Volvimos a masturbarnos mutuamente.
-¿Piensas que soy una puta? –le susurré.
No contestó.
-¿Piensas que soy una guarra?
Siguió sin decir nada.
-Dime lo que piensas de mí. –le pedí. –Por fuerte que sea. ¿No te has dado cuenta que me encanta que me digan cosas fuertes cuando estoy tan caliente?
Tartamudeó algo ininteligible.
-Dime, ¿alguna vez has follado con una mujer tan zorra como yo?
-No.
-¿Te gusta que me transforme en una guarra insaciable?
-Me encanta que seas tan viciosa…
Cuando parecía que Pedro iba a lanzarse, mi marido paró el coche.
-Pedro –empezó a decir mi marido. –Cámbiame el sitio.
Ambos hombres cambiaron sus puestos. Mi marido se sentó en la parte trasera a mi lado y Pedro condujo despacio. Mi marido directamente bajó la cremallera del vestido. Me lo bajó hasta la cintura. Me quitó el sujetador. Y empezó a sobar, estrujar y comerme las tetas. Succionó mis pezones mientras penetraba mi coño con dos dedos. Yo agarré su polla empalmada. Él me conocía perfectamente. Su mano se movía en mi sexo complaciendo mi deseo de placer. Yo sacudía su polla intentando devolverle tantas sensaciones placenteras.
Mi marido dejó mis pechos y bajó su otra mano hacia mi coño. Hábilmente una de sus manos frotaba el clítoris acercándome a un punto sin retorno, mientras que dos dedos de la otra mano me follaban aceleradamente. Yo sólo podía gemir y gritar ` gozosamente. Agarrada al miembro endurecido de mi marido dejé de masturbarle. Mi cuerpo se tensó.
-¡Cabrón… me corro...! –acerté a chillar entre sollozos placenteros y gemidos cuando un nuevo orgasmo recorrió mi cuerpo. Levanté el culo del asiento del coche y volví a caer hacia atrás entre pequeños e intensos espasmos por todo mi interior. Mis fluidos asomaron a los muslos en una pequeña eyaculación femenina.
Mis ojos seguían cerrados, volviendo a la calma tras el éxtasis, cuando me di cuenta que seguíamos en movimiento.
-¿No te apetece follarte a esta zorra? –le dijo mi marido a Pedro.
Abrí los ojos y vi a nuestro amigo asentir con la cabeza.
Mi marido le indicó dónde ir. Era un pequeño camino de tierra entre dos polígonos industriales. Un camino sin salida, en medio de la nada. Un lugar oscuro, iluminado por las estrellas.
Mi marido se bajó del coche. Lo rodeó y se plantó delante de mi puerta. La abrió a la vez que me decía, tendiéndome su mano:
-Sal a follar.
Mientras salía del coche intenté recomponer mi vestido subiéndolo para tapar las tetas. Pero mi marido me lo impidió y añadió:
-Date la vuelta y pon el culo en pompa…
Hice caso. Me giré. Me incliné. Y apoyando las manos en el asiento trasero del coche, dejé mi culo en pompa. Sin delicadeza, mi marido me separó las piernas. Me dio un fuerte azote. Con una mano separó los cachetes de mi trasero. Y de un empujón empotró su tieso nabo en mi sexo. Lancé un grito entre sorprendida, complacida y algo dolida. En ese momento, entrando por la otra puerta trasera del coche, Pedro se metió para acercar su polla a mi boca. De ese modo, por primera vez en mi vida, tenía una buena polla en mi boca y simultáneamente otra follándome el coño. No tardé en empezar a disfrutar y gozar como una auténtica perra en celo.
Después de un rato mi marido se apartó y abrió el portón trasero del coche. Le dijo a Pedro que se tumbara en el maletero con las piernas fuera. Entendí perfectamente que yo tenía que ponerme encima. Con todo el agrado del mundo me subí sobre nuestro amigo y me metí su gran polla dentro. Por fin volvía a sentir mi coño lleno con ese pedazo de nabo. Mi marido, detrás de nosotros me metió un dedo en el culo. Después de sacarlo se acomodó y buscó el modo de meterla por el culo. Le costó, pero al final sentí esa primera doble penetración.
Embutida entre mis dos amantes no podía moverme. Sino que sus embestidas me movían. Era un delicioso emparedado que me hacía gritar como nunca. Sabía que iba a correrme otra vez. Lo hice entre gemidos, convulsiones y una nueva y pequeña eyaculación.
Ellos no pararon. Siguieron moviéndose sin parar. Poco después, mi marido se apartó. Me levanté. Pero me tumbaron sobre el capó delantero. Primero me volvió a penetrar mi marido. Me folló atropellada y salvajemente. Pedro a mi derecha me besaba la boca y acariciaba mis pechos. Al poco mi marido sacó su polla, la agitó unos segundos y se corrió entre grititos sonoros, derramando su semen sobre mi vientre.
Detrás de mi marido fue Pedro. Del mismo modo me folló alocadamente por unos instantes. Hasta que sacó su polla y se corrió sobre el semen de mi marido. Mi marido empezó a extender el semen de ambos por todo mi cuerpo. Pedro le ayudó. Era como si me untaran crema bronceadora. Extendieron su semen por el pubis, subiendo por el vientre hasta mis pechos.
Después mi marido me hizo que limpiara sus dedos con mi boca. Saboreando la mezcla de leche de los dos hombres. Pedro, entre tanto, frotaba mi clítoris lubricándolo con su semen. Al poco mis caderas se movían al ritmo de los dedos de nuestro amigo. Yo gemía, mamando los dedos de mi marido… No me di cuenta pero tuve un nuevo, intenso y prolongado orgasmo.
Acabamos la noche dejando a Pedro junto a su coche. Mi marido y yo volvimos a casa. Sabía que él seguía excitado. Yo también lo seguía estando. Y aunque me había corrido varias veces, acepté de buen grado meternos juntos en la ducha. Nos besamos. Nos frotamos. Y nos masturbamos mutuamente hasta volver a corrernos.
Después de esto caímos rendidos en la cama.