Noche de Feria con mi Primo
Mi primo Miguel me había invitado a la feria de su pueblo, era la noche grande de aquellas festividades estivales y sabía que, en ese pueblo perdido de la mano de dios, la juerga sería increíble. Lo que no sabía es que todo se tornaría y que la juerga la tendría en su casa.
Noche de Feria con mi Primo.
Mi primo Miguel me había invitado a la feria de su pueblo, era la noche grande de aquellas festividades estivales y sabía que, en ese pueblo perdido de la mano de dios, la juerga sería increíble. El autobús tardó una eternidad en llegar y, para cuando lo hizo, la tarde casi llegaba a su fin.
Mis tíos me recibieron en la parada de bus con los brazos abiertos y fuimos en su coche hasta su casa. Mi tía Marta y mi tío Felipe eran una pareja joven con dos hijos, uno de mi edad y uno unos años más pequeño. Eran muy alegres y liberales, su casa estaba llena de alegría y siempre solía haber gente entrando y saliendo. Cuando llegamos, mi primo Miguel (Migue, como yo lo llamo) vino directamente hacia mí para darme un abrazo.
- ¡Óscar! ¡Que alegría me da verte, hombre!
Le devolví el abrazo y me paré antes de contestarle para observarle en condiciones. Estaba igual de alto que siempre, sacándome media cabeza, con su pelo castaño peinado con el flequillo a un lado. Sus ojos marrones estaban algo enrojecidos y sus mofletes algo colorados. Vestía una camiseta arreglada, mojada en algunas zonas de su pecho, al igual que en sus vaqueros cortos.
- Qué, has empezado la fiesta sin mí, ¿no? – le dije, riendo.
- La vida es corta, primito. – me dijo pícaramente.
- ¿Y Nico? – pregunté.
- Se está duchando, creo. – me contestó. – Vamos a mi cuarto, anda.
Miguel cogió mi maleta y subimos las escaleras, dirección al dormitorio de mi primo, pasando por delante de la puerta de su hermano. La puerta estaba completamente abierta y me dio por echar un vistazo. Nicolás estaba sentado al filo de su cama, únicamente vestido con una toalla envuelta en su cintura mientras que miraba su móvil.
- ¿Hola? – dije, mientras me asomaba.
- ¡Óscar!
Mi primo soltó el móvil en la cama, me sonrió y, agarrando bien la toalla, se acercó hasta mí para darme un abrazo. Le devolví el abrazo con ganas, ya que le tenía mucho cariño, y lo miré de arriba abajo cuando nos separamos.
Había crecido mucho desde la última vez que lo vi: su rostro ya no era el de un niño, sino el de un muchacho joven: sus cejas eran algo más anchas, su nariz afilada y fina era más grande, la sombra de un tímido bigote asomaba, su mandíbula era más ancha y sus labios finos dejaban ver una sonrisa brillante. Tenía el pelo castaño oscuro, peinado a la última moda con su tupé y su degradado y estaba mucho más alto que la última vez.
Su torso desnudo dejaba ver unos músculos algo más desarrollados, y es que Nico compite en pádel, y desde hacía algún tiempo, su entrenador le metía trabajo físico. Tenía la piel oscura y, debajo de su ombligo, justo debajo de sus abdominales, una pequeña y difusa línea de vellos negros se escondían en dirección a la toalla.
- ¡Qué grande estás, me cago en todo! – dije mientras le revolvía el pelo.
- ¡No me despeines! – me dijo, riendo, mientras se apartaba de mi alcance. - ¿Has visto lo fuerte que me estoy poniendo? – me preguntó mientras juntaba los brazos entre sus piernas y apretaba todo su cuerpo.
- Jajaja, sí, te estás poniendo hecho un toro, chaval. – le comenté, riendo. – Te estarás hartando, ¿no? – refiriéndome a que tendría que estar ligando mucho.
- Pues no te creas, eh. – me dijo, dirigiéndose a su cama.
- Eso es porque la tendrás pequeña. – bromee, yéndome a la puerta.
- Seguro que la tengo más grande que tú, pichacorta. – me dijo, tirándome una camiseta.
Cogí la camiseta, que me había dado en la espalda y se la volví a tirar entre risas para después cerrar la puerta y dirigirme al cuarto de mi primo. Cuando llegué mi primo ya había puesto un colchón en el suelo, justo debajo de su cama y la había vestido con sábanas y una almohada. Él estaba en su armario, sacando la ropa que se iba a poner esa noche.
Mientras yo buscaba en mi maleta la ropa que me pondría esa misma noche, mi primo y yo hablábamos de lo que haríamos esa noche, que había un par de chavalas que me iba a presentar que estaban buenísimas, que las botellas ya estaban compradas y que la noche iba a ser nuestra.
Mi primo me dijo que me duchase yo primero, así que cogí mi ropa y me dirigí al baño. Me desvestí completamente y me miré al espejo que había encima del lavabo. Era un chico bastante sencillo, aún con 19 años y con algo de barba, me gustaba llevarla siempre afeitada, intentaba cuidar mi pelo castaño claro, que llevaba siempre peinado con flequillo y con los laterales más cortos. Mi cuerpo sí era algo de lo que me sentía orgulloso, ya que gracias a la natación estaba muy definido y, aunque vestido no se me notase tanto, sin camiseta era pura fibra.
Tras ducharme, secarme y peinarme, decidí ponerme unos vaqueros claros y una camisa azul oscuro algo ceñida, y es que el objetivo de la noche era claramente ponerme como una cuba y pillar cacho. Tal y como salí del cuarto de baño, mi primo entró tras de mi y me dijo que lo esperase abajo, así que eso hice. Bajé y me fui a la cocina donde, se encontraban mi tío y mi primo pequeño. Este último llevaba puesto unos vaqueros oscuros y una camisa celeste, justo al contrario que yo.
- Si necesitas cualquier cosa o necesitas algo, llámanos a mamá, a mí, al tete o al primo Óscar, ¿vale? – le decía mi tío a Nico.
- Que síí, que no me va a pasar nada. – le respondía.
- Bueno, y bebe solo de la botella que te hemos comprado. – le seguía diciendo mientras yo flipaba en colores.
- ¿Vas a beber? – le pregunté, perplejo.
- Pues claro, ¿qué te creías? – me respondió, levantando una ceja.
Yo miré a mi tío y este me respondió tranquilamente:
- Todos hemos bebido a su edad, Óscar, incluso tú. – me dijo, guiñándome el ojo, ya que era costumbre que fuese a la feria de su pueblo desde que tenía más o menos la edad de Nico. – Y para que le den garrafón o lo haga a escondidas, prefiero comprárselo nosotros y que nos traiga la botella de vuelta, así sabemos lo que ha bebido.
Miré a Nico, que sonreía maliciosamente antes de comerse un trozo de pizza. Mi tío estaba haciéndonos pizzas caseras para todos y me dijo que fuese cenando, que había de sobra para cuando Miguel bajase. Aunque lo veía poco, gestos como el de mi tío hacían que sintiese un poco de envidia de mis primos, ya que mis padres eran mucho más estrictos.
Miguel bajó al rato, hecho un pincel con unos chinos color arena y una camisa blanca. Cenamos alegremente, hablando de nuestras cosas y de mil tonterías. Después de la ducha y de la cena, Miguel tenía mucha mejor cara y parecía que estaba muy espabilado. Después de lavarnos los dientes, cogimos todo lo necesario para beber en la zona de botellón: vasos, hielos, alcohol y una botella de refresco.
Cuando nos fuimos, Nico ya se había marchado, así que andamos con las bolsas hasta el lugar, que estaba a unos diez minutos. Era pueblo pequeño, que estaba muy a las afueras de la ciudad, llena de callejones estrechos y mal iluminados, de cuestas interminables, pero con un campo de feria inmenso. El lugar estaba lleno de casetas, había atracciones a un lado de la feria y, al otro lado, había un pequeño descampado donde se solía hacer botellón antes de entrar a la caseta/discoteca.
Tras llegar al sitio, nos fuimos con los amigos de mi primo, que ya los conocía, a excepción de algún que otro. Después de muchos abrazos y presentaciones, los vasos comenzaron a ser llenados para ser vaciados después, uno detrás de otro. Entre vaso y vaso había risas, bromas, música hortera, bailoteos con chicas, más risas…
Llegó un punto en el que tenía que ir a los baños con urgencia para cambiarle el agua al canario y estos estaban en la otra punta del sitio. En el camino de ida iba pendiente solo de llegar, por lo que no me fije en nada, pero a la vuelta, ya más tranquilo, me di cuenta de que en aquella zona estaban los chavales más jóvenes. Busqué con la mirada a mi primo, para ver si por casualidad lo encontraba.
Y ahí estaba. Pude reconocerlo por su ropa, estaba diciéndole algo al oído a una chica con un mono de color rojo, justo después empezó a besarse con ella. Después de un rato, mientras veía cómo la lengua de mi primo y la de la chica tenían una batalla feroz en sus bocas, mi primo se percató de mi presencia. Le dijo algo a la chica y se acercó a mí con un vaso medio lleno en la mano.
- Hola. – iba sonriendo, con los ojos rojos y la cara algo colorada.
- ¿Qué pasa, chaval? – le dije mientras le chocaba la mano. – Veo que has triunfado.
- Sí, pero no estés mucho tiempo aquí a ver si se va a enchochar de ti y me va a peinar. – me dijo, riendo.
- ¿Cómo vas? – le pregunté.
- Bien, bien. No he bebido apenas.
- A ver, ¿cómo va esa botella? – le dije, haciéndole un gesto con la mano para que me la trajese.
- ¿En serio? – me dijo, chasqueando la lengua.
- Síp.
Se dio media vuelta y rebuscó en una bolsa. Al momento, sacó una botella rectangular y transparente. Cuando me la trajo y la pude coger, vi que esta estaba por la mitad.
- ¿Todo esto te has bebido tú solo? – le pregunté.
- No, no. Mi amigo Roberto se ha quedado sin lote y estamos bebiendo juntos. - me dijo, mirando la botella.
- Bueno, espero que sea así. – le dije con una sonrisa, devolviéndole la botella. – Si necesitas cualquier cosa, me avisas. Y ten cuidadito, anda. – me despedí.
- Vale. Gracias, primo. – se despidió.
Llegué de nuevo donde Miguel y sus amigos. Me eché una nueva copa y, teniendo la imagen de mi primo pequeño liándose con aquella chica, me prometí que en la caseta tenía que ligar con alguna. Las copas se fueron sucediendo hasta que llega ese mágico momento en el que coincide que el alcohol se acaba y en que es la hora de entrar a quemar el resto de noche en la carpa.
Tenía los mofletes hirviendo, no me sentía muy bien la cara, la percepción del espacio era confusa, pero, sin saber cómo, estaba en mitad de la carpa, con un montón de gente jaleándome, incluyendo a mi primo Miguel. Mi mano derecha estaba en la nuca de una chica, mi mano izquierda estaba apoyada en su cintura y mi boca estaba siendo asaltada por una lengua que se movía con decisión, buscando complicidad con la mía.
Cerré los ojos y me esforcé en sentir cómo mi mano izquierda bajaba hasta su culo, en cómo mi mano derecha presionaba su rostro contra el mío, en cómo mi boca mordía sus labios, para después pasar a besar su cuello mientras ella respiraba ajetreadamente.
Ella me cogió el rostro con las dos manos, me miró a los ojos y me dijo:
- Vámonos.
Pude fijarme en que su rostro era realmente hermoso: sus ojos eran azules, su nariz tenía un pequeño piercing con forma de aro, sus labios jugosos tenían el pintalabios corrido, su melena rubia caía por sus hombros hasta sus pechos haciendo espirales...
- Vámonos. – afirmé, con un gesto de la cabeza.
Me giré en busca de mi primo, que me estaba aplaudiendo.
- Te llamo en un rato para ver donde andas. – le dije.
- Dale duro, máquina. – me dijo, dándome un par de collejitas.
Busqué a la chica y la agarré de la mano para irnos fuera de la carpa. Cuando salimos, pude darme cuenta del fuerte ruido que había dentro, ya que conforme nos íbamos alejando, este se iba apagando.
- ¿A dónde vamos? – le pregunté, ya que ahora era ella la que me guiaba cogida de mi mano.
- A mi casa, está sola. – me respondió, girándose para ver cómo reaccionaba.
- Perfecto. – le dije, con una amplia sonrisa.
No sé muy bien el tiempo que tardamos en llegar hasta el sitio, pero cuando me quise dar cuenta, estaba en un cuarto de color rosado, sentado en una cama mientras me enrollaba con la chica, que estaba sentada a mi lado. Sus manos rápidamente comenzaron a desabrochar mi camisa botón a botón para después dejarla encima de una silla.
- Madre mía Óscar. – me dijo, mientras se mordía el labio mirando mi torso desnudo.
Yo hice lo mismo y comencé a bajarle las tiras del mono, dejando caer la parte superior sobre su cintura y dejándola en sujetador. Un sujetador de encaje negro que aguantaba un par de pechos exuberantes que me hicieron resoplar de lo lindo.
Me acerqué a ella de nuevo y comencé a besarla apasionadamente. Mis manos comenzaron a tocar sus pechos y las suyas a sobar mi paquete, que por aquel entonces ya estaba a reventar. Justo cuando decidí que era el momento de comerle las tetas, mi teléfono comenzó a sonar dentro de mi bolsillo. Dejé que sonase, mientras poco a poco bajaba por su cuello hasta su pecho. El tono de llamada se cortó, y, cinco segundo más tarde, comenzó a sonar de nuevo.
- Joder. – maldije. – Voy a ver quién es.
Me alejé de la cama, dándole la espalda a la chica y saqué el teléfono del bolsillo. Pude ver el nombre ‘Nico Primo’ sobreimpreso en la pantalla. Extrañado, descolgué y me llevé el teléfono a la oreja.
- ¿Nico? – pregunté.
- Pr-primo… - se escuchaba balbucear. – ¿P-puede venir a p-por mí?. – llegó a decir.
- ¿Cómo? – empecé a preocuparme. - ¿Estás bien?
- N-no se lo d-digas a mi herma-no. – apenas podía entenderlo.
- ¿Dónde estás? – me dirigí a la silla para empezar a ponerme la camisa.
- No sé. – se quedó callado unos segundos. – tengo m-miedo.
- Escucha, voy a ir a buscarte, ni se te ocurra moverte. – terminé de abrocharme la camisa.
- S-sí.
- Mándame tu ubicación, ¿vale?
- Va-vale. – me dijo, muy flojito, como cuando te estás quedando dormido.
- ¿Nico? – no contesta. - ¡Nico!
Colgué el teléfono y me di la vuelta. La chica se había puesto de nuevo el mono y tenía en la cara una mezcla de molestia y preocupación.
- ¿Va todo bien? – me preguntó.
- No, tengo que ir a buscar a mi primo. – le contesté.
- Vale, bueno, te acompaño a la puerta.
Mi mente se despejó bastante y bajé las escaleras casi corriendo. La chica llegó un momento después que yo a la puerta y la abrió, saliendo detrás de mí.
- ¿Quieres que te ayude? – me dijo.
- No hace falta, puedes quedarte aquí, tranquila. – le contesté, mientras empezaba a caminar en dirección a las casetas.
- Pues entonces me vuelvo a la carpa. – dijo.
- Vale, como quieras. – le dije, antes de dejarla atrás y empezar a medio trotar.
Me conocía la parte del pueblo en la que estaba, por lo que me fue fácil callejear en dirección a la última vez que vi a Nico. Llevaba el móvil en la mano y lo miraba cada dos por tres, esperando un mensaje suyo, aunque este nunca llegaba. La parte del botellón estaba casi vacía, aunque aún quedaban algunos chavales que no podían entrar a la caseta por edad. Me acerqué a la altura de la última vez que vi a mi primo y vi a un par de chicos que reconocí, ya que estaban por ahí la última vez.
- Perdonad, ¿habéis visto a mi primo Nico? – les dije.
- ¿Nico Romero? – me preguntaron.
- Sí.
- Se fue con Natalia, pero creo que algo no ha ido bien, porque ella está ahí en frente con sus amigas llorando.
El chico señaló la otra punta del descampado, donde pude reconocer a una chica vestida de rojo, que estaba entre dos chicas más.
- Gracias. – me despedí.
Me dirigí hacia las chicas, y me puse delante de ellas. Una de las chicas se puso bastante nerviosa, hasta que les sonreí. Me fijé en Natalia, tenía el maquillaje de la cara corrido y el vestido manchado.
- Hola, ¿Natalia? – pregunté.
- Sí. – me contestó.
- Soy el primo de Nico, creo que nos vimos antes, ¿sabes dónde está?
Una de las amigas puso los ojos en blanco y puso cara de asco. A Natalia le cambió la cara y se puso muy tensa.
- Tu primo es un cerdo. – me soltó.
- ¿Qué ha pasado? – le pregunté, extrañado.
- Me ha vomitado encima. – me dijo, enfadada.
- Bueno, ¿me podrías decir dónde está? No me coge el teléfono. – ahora todo me encajaba.
- Estábamos en un banco al lado del mirador. – me contó.
- Muchas gracias, y lo siento mucho, de su parte. – le agradecí.
- Dile que no quiero saber nada más de él en su vida. – me contó, mientras me daba la vuelta.
El mirador quedaba algo lejos y mi primo seguía sin dar señales de vida. Volví a llamarlo mientras caminaba con paso ligero hacia el lugar, pero no me lo cogía. Cuando al fin llegué, busqué por los bancos por los que iba pasando, hasta que, a la lejanía, pude ver la camisa clara de mi primo. La oscuridad de la noche comenzaba a verse trastocada por los primeros rayos de sol, que hacían que el cielo se comenzase a aclarar.
Mientras me acercaba a él, pude ver que se encontraba tumbado sobre el banco, dormido. Su brazo colgaba de este y su móvil yacía en el suelo. Cuando llegué a su lado, pude ver que él estaba totalmente fuera de combate y que su ropa estaba algo manchada.
- Nico, ¡Nico! – le dije mientras le daba palmaditas en la cara.
Mi primo abrió los ojos con expresión de no saber muy bien qué pasaba.
- ¿Dónde estamos? – balbuceó mientras se incorporaba y se sentaba en el banco.
- En el mirador. – Nico miraba a su alrededor reconociendo la zona. - ¿Qué ha pasado? – le pregunté
Nico puso cara de pensar y luego cara de estar muy avergonzado.
- La he cagado, primo. – se notaba que le costaba algo pronunciar las palabras, debido a las copas de más.
- Te has pasado con el Barceló, ¿no? – le pregunté medio riendo mientras que le pasaba una mano sobre la cabeza.
- Han sido los dos últimos cubatas, que me los he bebido sin hielo. – me contestó, sonriendo.
Aquella respuesta me hizo mucha gracia y empecé a reírme a carcajadas mientras me sentaba a su lado.
- ¿Pero cuánto has bebido? – le pregunté después.
- Pff, ni idea, la verdad. – se llevó una mano a la boca y empezó a morderse las uñas. - ¿Te acuerdas que te dije que Roberto estaba bebiendo conmigo? Pues…, no es así del todo.
Levanté las cejas en gesto de sorpresa, aunque yo también había usado esa misma excusa cuando tenía su edad.
- Bueno, al menos ya sabes que es lo que ocurre cuando te pasas de la línea. – le contesté, tranquilizándose.
- Joder, he perdido la oportunidad de mi vida. – dijo mientras negaba con la cabeza. – Verás, es que…
- Ya he hablado con Natalia. – le interrumpí.
Se quedó callado y me miró con gesto de estar decepcionado consigo mismo. Se echó sobre el respaldo del banco y apoyó su cabeza sobre mi hombro.
- Anda, chaval, que no es el fin del mundo. – le dije, dándole palmaditas en la rodilla. - ¿Tienes hambre?
- Me comería un caballo ahora mismo. – me contestó.
- ¿Qué te apetece? – le pregunté.
- Una baguette de pollo y queso. – me contestó.
- Venga, que te invito. – me incorporé y recogí su teléfono del suelo para dárselo. - ¿Crees que puedes caminar solo o te ayudo?
- Puedo solo. – me dijo mientras cogía su teléfono.
Puso las manos sobre el banco y se levantó de este, pero estaba claro que no podía mantener el equilibrio, ya que cayó de culo de vuelta al banco. Me reí y le ofrecí mi mano para ayudarlo. Este la aceptó medio resignado y, una vez estuvo de pie, le rodeé el torso con mi mano y fuimos caminando hacia el puesto más cercano que vendiese baguettes.
El silencio reinaba en las calles: era muy tarde y ya no se escuchaba la música que provenía de la feria. Nosotros también nos movíamos en silencio: Nico se concentraba en caminar correctamente o en no vomitar de nuevo, no lo tenía muy claro; y yo estaba concentrando mis fuerzas sujetarlo, ya que pesaba más de lo que creía.
Cuando llegamos al sitio, Nico se sentó en una mesa y yo fui a encargar la comida. Había bastante cola y yo miraba de reojo a Nico para que no se quedase dormido de nuevo. Miré mi móvil y escribí a mi primo Miguel, diciéndole que en un rato iba para casa, pero a este no le llegaban los mensajes. Cuando al fin me sirvieron la comida, la llevé a la mesa, donde mi primo se encontraba, mirando a la nada.
- ¡Espabila! – le di una collejita para sacarlo de su ensimismamiento.
Nico reaccionó y vio el gigantesco bocadillo que tenía en frente. Este lo devoró con ansias, como si no hubiese comido en años. Cuando los dos terminamos de comer, nos limpiamos las bocas y manos con servilletas y nos fuimos de camino a casa.
La comida parecía haberle sentado muy bien al pequeño, ya que se le notaba más espabilado y pudo caminar el solo todo el camino, aunque se tropezó un par de veces.
Cuando llegamos a la casa, Nico sacó de su bolsillo un juego de llaves y abrió la puerta muy despacio. En la casa no se escuchaba ni un alma, tan solo nuestros pasos. Subimos a la planta de arriba y nos dirigimos a nuestros respectivos cuartos, en mi caso, al de Miguel.
- Deberías ducharte antes de irte a la cama, apestas a alcohol. – le susurré a Nico mientras intentaba abrir el pomo de la puerta.
La puerta estaba cerrada con pestillo y en el suelo había una nota.
- ¿Qué pasa? – me preguntó Nico, viniendo hacia mí.
Me agaché y cogí la nota. En ella ponía: “Primo, me quedé sin batería en el móvil justo cuando te fuiste. Como no sabía si ibas a dormir en casa o con la chavala esa, he invitado a dormir a una chica que conocí en la carpa. ¿Te importa dormir en el sofá? Espero que no hayas tenido que leer esto”
- Que cabrón. – dije en voz baja, riendo, después de terminar de leer la nota.
- Puedes dormir conmigo si quieres. – me dijo Nico.
- ¿Seguro que cabemos los dos? ¿No te importa? – le pregunté.
- Sí, sí. El otro día vino la tita Loli a casa y durmió con mamá en la cama de mis padres y mi padre y yo dormimos en mi cama sin problemas. – me contestó.
- Bueno, si a ti te parece bien, por mí, perfecto.
- Sí, sí, siempre que no ronques igual que mi padre… - me dijo en tono de guasa.
- Jajaja, no te preocupes, yo no ronco. – le contesté. – Pues entonces me voy a duchar yo también, que no quiero asfixiarte oliendo a sudor.
- Vale, ¿te duchas tu primero y luego yo? – me dijo mientras nos encaminábamos hacia su cuarto.
- Perfecto. – le dije. – Mierda, no tengo ropa interior. ¿Tienes algo que te esté grande?
- Creo que sí.
Un momento después de rebuscar en su mesita de noche, sacó unos calzoncillos negros tipo bóxer de una tela que parecía muy elástica.
- ¿Te sirven? – me preguntó.
- Esperemos que sí. – le contesté.
Me los tiró y me dirigí a la puerta, de camino al baño.
- No te duermas, eh.
- No, no, descuida.
Me di una ducha con agua muy caliente, relajándome todo lo posible, pensando también en lo curiosa que es la vida: estoy a punto de follar con una tía que está tremenda y me interrumpe mi primo, y ahora resulta que tengo que dormir con él porque su hermano está follando con una tía. La verdad que la chavala estaba muy buena, aunque no recuerdo su nombre, la verdad.
Salí de la ducha y me sequé con una toalla que había doblada en el toallero. No me molesté en peinarme mucho, solo en dejarme el pelo seco y no parecer estar loco. Cogí los calzoncillos de mi primo y, no sé por qué, los olí antes de ponérmelos. Lo cierto es que olían a limpio y me sentí un idiota por hacer ese gesto, sin saber siquiera por qué lo hice. La prenda me estaba muy apretada y me incomodaba un poco, pero al menos podía llevarlos puesto.
Salí del baño y me dirigí al cuarto de Nico. Abrí la puerta vi que estaba tirado en la cama mirando su móvil. Pude ver cómo me miró de reojo antes de decirme:
- A ver si dejamos las pajas en duchas ajenas, que has tardado un montón. – me dijo en un susurro, mientras que se incorporaba y cogía unos calzoncillos que había encima de una silla.
- ¿Qué te crees, que soy un pajillero como tú? – le dije en voz baja, mientras le daba con el puño en el hombro.
Este se rio y se salió del cuarto. Antes de tumbarme en la cama, le eché un vistazo al cuarto más en profundidad. No había cambiado mucho desde las anteriores veces que lo visité: su cama seguía teniendo sábanas con dibujos de Spiderman y seguía estando pegada a la pared, su mesita de noche seguía teniendo aquella lamparita tan peculiar con forma de hongo, su armario seguía estando tan ordenado como siempre, había un leve olor a césped, había un par de posters de Messi en la pared…
Estando ya en la cama, cogí mi móvil y me puse a ver Instagram hasta que Nico llegó. Este, al igual que yo, vestía tan solo unos calzoncillos grises que marcaban un sugerente bulto y se secaba la cabeza mientras llegaba hasta su escritorio. Sacó de un cajón una alargadera y un cargador de teléfono, se acercó a la mesita de noche y enchufó la alargadera a un enchufe, luego sacó del primer cajón de su mesita de noche otro cargador y enchufó ambos cargadores a la alargadera.
- Así los dos podemos cargar el teléfono. – me dijo, ofreciéndome uno de los cables.
- Muchas gracias. – le dije.
Conecté el cable a mi móvil y lo dejé en la mesita. Mi primo hizo lo mismo antes de pasar por encima de mí hacia el lado de la cama que quedaba junto a la pared.
- ¿Apago ya la luz? – me dijo.
- Sí, claro. – le contesté.
Nico apretó el interruptor que había en la pared y la oscuridad se tragó a la habitación.
- Buenas noches, Nico. – le susurré.
- Buenas noches, primo. – me contestó. – Y muchas gracias por todo, en serio.
Me giré hacia él y le dije:
- No hay de qué, tontorrón, ya sabes que me tienes para eso y para lo que haga falta.
Nico se giró hacia mí y me dio un fuerte abrazo. Pude sentir su cálida y tersa piel desnuda sobre la mía y su respiración sobre mi cuello, lo que hizo que se me pusiesen los vellos de punta. Yo le correspondí el abrazo, apretándolo contra mí y dándole un beso en la frente.
Pasaron unos segundos y nos separamos. Los dos acabamos bocarriba y Nico habló de nuevo en voz baja:
- ¿De qué chica hablaba el tete?
- De una chica que conocí en la carpa. – le dije
- ¿Y que ha pasado con ella?
- Pues, nos liamos en la carpa, fuimos hasta su casa, estábamos a punto de empezar a follar y… me llamaste. – contesté.
- ¿En serio? – dijo mientras giraba su cabeza hacia mí de sopetón.
- Sí, jajaja. Pero bueno, no pasa nada. Lo importante es que estás bien.
Hubo un silencio de unos segundos y luego Nico habló de nuevo:
- Joder, Óscar, lo siento mucho.
- Ya te he dicho que no pasa nada. – lo tranquilicé.
- ¿Y estaba buena? – me preguntó.
- Estaba muy buena, la verdad. – respondí.
- Mierda, eso lo hace aún peor.
Su contestación me hizo reír y luego me dijo:
- ¿Puedo compensarlo de alguna forma?
- Jajaja, no hace falta, pero vamos, que si me quieres hacer una paja yo te dejo. – le dije de broma.
- Vale. – me respondió.
Aquello me dejó en fuera de juego, no me esperaba esa respuesta.
- Era coña so tonto. – le dije.
- No me importaría, es lo mínimo que podría hacer por haberte jodido el polvo. – en su voz se notaba que lo decía de verdad.
- ¿Es en serio?
- Si tú quieres, yo estoy dispuesto. – me contestó.
Nunca había pensado en que un tío me tocase, pero dada la calentura que arrastraba desde hacía un tiempo y más aún desde esa noche debido al polvo fallido, la idea no me parecía tan mala.
- Bueno, pues si estás dispuesto, toda tuya. – le dije, llevándome los brazos a la cabeza.
Me esperaba que me dijese que era coña o algo, pero Nico se incorporó de la cama y se acercó hasta mi paquete, que de pensar en la idea ya estaba comenzando a crecer. Pude notar como sus manos dudosas agarraban el filo de los calzoncillos y comenzaban a tirar de ella hacia abajo. Yo, sin creérmelo aún muy bien, levanté mis caderas para facilitar aquella acción, dejando al aire mis partes íntimas.
No puedo quejarme de herramienta, me debía medir 17 o 18 cm y era de un grosor más bien normal, aunque uno siempre quiere tenerla más grande. La piel de esta, del mismo color que el resto de mi cuerpo, recubría la mayor parte del glande y, como esperaba tener visita, tenía toda la zona rasurada, lo que hacía que mi rabo se viese algo más grande.
- Joder, vaya tranca. – me dijo, mi primo.
- No es para tanto. – le respondí.
- Vaya que no…
Acto seguido, su mano derecha rodeó mi semierecto pene y comenzó a subir y bajar su piel hasta que esta estuvo a más no poder. Corrientes nerviosas me recorrían todo el cuerpo mientras su mano recorría cada vez más mi rabo, haciendo que comenzase a respirar fuertemente debido al placer. Al cabo de unos minutos, Nico me preguntó, algo nervioso:
- ¿Lo hago bien, o cambio algo?
- Lo estás haciendo muy bien, no me queda mucho. – le susurré.
Nico comenzó a acelerar el ritmo, haciendo que algunos gemidos saliesen de mi boca. Mis piernas se movían solas del gusto, comencé a agarrar las sábanas mientras disfrutaba del trabajo de mi primo, mientras escuchaba aquel peculiar sonido de cuando el líquido preseminal cubre toda aquella zona mientras te pajeas. Unos minutos después, no aguantaba más y se lo hice saber a mi primo:
- Nico, ¡me corro! – susurré.
Nico, lejos de parar, continuó pajeándome hasta que, de repente, justo cuando me iba a correr, sentí calor y humedad en mi pene. Mientras que mi cuerpo se estremecía de placer y yo gemía en voz baja como loco, pude notar cómo sus labios apretaban mi tronco a la vez que su lengua se enroscaba en mi glande mientras que el primer chorro de semen se estrellaba contra su paladar. Sacó y metió parte de mi pene de su boca, succionando y tragando cada gota de leche que emanaba en su boca.
Levanté la cabeza para ver en la oscuridad la figura de mi primo, totalmente encimado a mí. Cuando al fin ya no quedaba ni una gota, se la sacó de la boca y le dio un par de lametones, eliminando cualquier rastro del delito.
- Eso ha sido más que una paja. – le dije, sonriendo.
- Bueno, - se movió hasta colocar su cabeza a mi lado. – dudo que la chavala esa solo te hubiese hecho una paja. – me contestó.
Ambos nos reímos y luego hubo silencio.
- Ha sido increíble. – dije yo, rompiéndolo. Nico no respondió, así que le pregunté: - ¿Cómo es que te las has metido en la boca? Creía que te gustaban las chicas.
- Me gustan las chicas, idiota. Simplemente me ha entrado curiosidad y me apetecía.
- Ah, bueno. No pasaría nada si te gustasen los chicos, ¿sabes? Yo te querría igual. – le dije.
- Sí, sí, lo sé. Pero no es el caso, o al menos eso creo. – me respondió.
- Bueno, es solo para que lo sepas. – le respondí. – Ahora sí, buenas noches, churrita.
- Buenas noches. – me respondió, bostezando.
Cerré los ojos y traté de dormirme. Escuché la respiración de mi primo haciéndose cada vez más larga y profunda. No me creía muy bien lo que acababa de pasar, aunque para ser sinceros, me había encantado. Llevaba unos minutos dándole vueltas al tema, cuando Nico de repente habló:
- ¿Óscar? – no contesté. - ¿Estás despierto?
De nuevo, no contesté. Nico se acercó a mi cara, ya que pude notar su respiración cerca. Yo tenía los ojos cerrados, pero pude notar cómo volvía de nuevo a su sitio. Me atreví a entreabrir los ojos y, para mi sorpresa, Nico se estaba bajando los calzoncillos. Pude ver la silueta de su aparato, totalmente empalmado, antes de que mi primo se la agarrase y empezara a subir y bajar su mano por todo su miembro. Pasaron un par de minutos y la situación comenzó a calentarme de nuevo.
- ¿Quieres que te devuelva el favor? – dije de repente.
Mi primo se quedó de piedra, totalmente inmóvil.
- ¿Có-cómo? – me dijo, con la voz temblorosa.
- Que si quieres que te haga yo ahora la paja.
- ¿Lo dices en serio? – me preguntó, girándose para mirarme a la cara.
- Sí, pero yo no pienso chupártela. – le dije, riendo.
- Me sirve. – me dijo, ya más tranquilo.
Estaba nervioso por la situación, pero la calentura me pudo más. Me incorporé en la cama y bajé hasta colocarme lo más cómodo que pude a la altura del miembro de mi primo. Ya cerca de él, aún en la oscuridad, pude apreciar que no era para nada pequeña, ya apuntaba maneras. Totalmente erecta como estaba, ya debía de medir unos 14 o 15cm y su anchura era casi igual a la de la mía. Incluso en la oscuridad de la habitación, solamente perturbada por los tímidos rayos de sol que se colaban por la persiana, se podían apreciar las venas de su pálida piel, que recubría por completo todo su glande. Tenía una fina mata de vello encima de sus partes y sus huevos, que eran de un tamaño más propio a un chaval de su edad, apenas tenían pelitos.
Tomé con mi mano derecha su polla y comencé a subir y bajar tímidamente la piel. Me sorprendió lo caliente y dura que estaba, de hecho, casi podía notar cómo palpitaba. Empecé a coger confianza y a subir el ritmo de la paja, haciendo que Nico soltara suspiros de placer. Noté cómo sus piernas se empezaban a estremecer, mientras que mi mano comenzaba a mojarse del líquido preseminal que salía del agujero de aquel champiñón rosado.
Yo me encontraba muy excitado y estaba empalmado de nuevo. Podía notar cómo yo también empezaba a mojar los calzoncillos de mi primo. Me quedé mirando el pene de mi primo mientras lo pajeaba y, sin saber muy bien por qué, bajé todo lo que pude la piel de su rabo y me lo llevé a la boca.
La primera sensación que tuve fue cuando mi lengua lamió aquella acolchada cabeza, impregnando mis sentidos del sabor de sus fluidos. Era un sabor peculiar, aunque no me disgustó. Mis labios se cerraron alrededor de la suave piel de su tronco y recorrieron toda su longitud al metérmela y sacármela de la boca. Fui cogiendo confianza, intentaba no darle con los dientes (sabía lo molesto que era) y cada vez me la metía más adentro a la vez que succionaba.
Los gemidos de mi primo comenzaron a ser más notables y sus piernas tenían vida propia. Notaba como cada vez salía más liquido de su verga, inundando mis papilas gustativas. En cierto punto, mi primo puso su mano sobre mi cabeza y comenzó a marcar un ritmo algo más acelerado. A mí me resultó curioso, pero no me molestaba. El problema era que él cada vez se venía más arriba y empujaba con más fuerza, haciendo que la punta de su polla rozase mi campanilla.
En una de esas ocasiones, una arcada me vino a la boca y me la saqué de la boca para toser, con una fatiga considerable.
- Perdón. – dijo rápidamente Nico, sentándose en la cama para ver cómo me encontraba. - ¿Estás bien?
- Sí, sí. – retomé el aliento. – Solo ten más cuidado.
- ¿Quieres seguir? Si no quieres, lo entiendo. – me dijo.
Le empujé contra la cama, haciendo que se tumbase de nuevo y gateé hasta colocarme entre sus piernas. Pronto, recuperé el ritmo que llevaba, aunque esta vez estaba mucho más cómodo. Mi primo estaba receloso de poner las manos de nuevo en mi cabeza, así que yo mismo busqué su mano derecha y la coloqué donde estaba antes. Mi primo, ahora más precavido, comenzó de nuevo a marcar el ritmo que él quería.
Después de estar un buen rato chupándosela, me entraron ganas de explorar más allá la anatomía de mi primo. Me la saqué de la boca y, si dejar de pajearlo suavemente, comencé a lamer sus la parte alta de sus genitales, rozando su vello con mi barbilla. Pasé a lamer y a besar la parte interna de sus piernas, lo cual hizo que se estremeciese. Levantó las piernas y las abrió para darme un mejor acceso a aquella zona.
Yo, mientras no paraba de mover mi mano para darle placer, lamía cerca de sus genitales aquella piel tan delicada, haciendo que mi primo gimiese, luego pasé a lamer sus huevos, pasando mi lengua por en medio de ellos. Tras juguetear con ellos un poco, decidí meterme uno de ellos en la boca. Era algo extraño pero excitante y a mi primo le encantaba. No paraba de levantar las caderas y de apretarme contra él.
Mi lengua tenía más ganas de seguir explorando y comenzó a lamer el camino que une los huevos con aquel hoyito que se intuía en las sombras. Podía notar que aquella zona no era especialmente excitante para mi primo, ya que sus gemidos cesaron, pero claramente me indicaba algo que sí quería que lamiese, ya que levantó las piernas súbitamente y se las agarró con ambas manos, dejando a mi entera disposición su ano.
Un ano que era pequeño, prieto, y que no tenía ni un simple vello a su alrededor. Se antojaba de color rosado, aunque la claridad no era la suficiente como para demostrarlo.
Sin saber muy bien si hacerlo, la excitación ganó al reparo por goleada y me lancé hacia aquel rosquito. Mi lengua comenzó a tantear el terreno, lamiendo los alrededores hasta que poco a poco llegaba hasta el centro de aquel agujero para introducirse tímidamente y comenzar a moverse. Aquel gesto gustó sobremanera a Nico, que lanzó un gemido muy sonoro. Aquello me dio confianza, por lo que, con ambas manos, abrí sus firmes glúteos y abrí todo lo que pude su ano para después introducir gran parte de mi lengua dentro de este.
Se sentía caliente y aterciopelado ahí dentro y, para mi sorpresa, no había un mal sabor. Comencé a mover mi lengua dentro de mi primo hacia todas las direcciones. Nico resoplaba y comenzó a pajearse él mismo. Cuando ya tenía la lengua cansada, comencé a meter y sacar la lengua de aquel sitio, que, con el paso de los minutos, pasó de estar tenso a estar mucho más relajado. Mi primo no paraba de gemir y se intuía que estaba cerca.
Saqué mi cara de allí le quité las manos a mi primo de su polla. De nuevo, me la metí en la boca, aunque, antes de eso, me embadurné el dedo corazón con saliva. Unos segundos después de comenzar, la punta de mi dedo corazón comenzó a ejercer presión sobre el agujerito de mi primo, que ejerció un poco de resistencia, pero que, después del susto, se relajó y dejó que la primera falange de este entrara.
Otro gemido increíble salió de la boca de mi primo, que echó ambas manos a su cabeza para comenzar a prácticamente follarme la boca, mientras que mi dedo entraba y salía cada vez más rápido y profundo de su recto.
Yo también estaba que iba a explotar, así que me bajé los calzoncillos y me pajeaba con mi mano libre. El estar comiéndome el rabo de mi primo pequeño, mientras le dedeaba, me tenía tan encendido que al cabo de un par de minutos acabé de nuevo sobre mi mano. Respiraba como un toro y gemía ahogadamente mientras las pocas gotas que me quedaban de la vez anterior salpicaban mis dedos. Para no parar las sábanas, me limpié la mano en lo primero que vi: los calzoncillos de mi primo.
Como ya estaba muy cansado, decidí introducir completamente el dedo dentro de mi primo, que pareció que ya no aguantaba más. Apretó con fuerza mi cabeza contra su ingle, haciendo que su pene se estrellase contra mi tráquea. Podía notar mis labios en la base de su pene, haciendo que sus pelitos me hiciesen cosquillas en la nariz, y mi barbilla sobre sus huevos. Mientras una arcada, aún más grande que la anterior, hacía que tosiese y que se me saltasen las lágrimas, noté cómo un líquido espeso y caliente comenzaba a llenarme la garganta y la boca. Su polla palpitaba ferozmente con cada trallazo y su ano hacía lo propio, pero apretando la base de mi dedo con fuerza.
No aguanté más ya que me asfixiaba sin poder respirar y sin para de toser, así que saqué mi dedo de su interior y con ambas manos retiré las de mi primo de mi cabeza, las apoyé en la cama y empujé para poder aquel trozo de carne de la boca. Mientras tosía, gotas del semen de mi primo regaban la pelvis de mi primo y parte de la cama. Una vez comencé a respirar con normalidad, aunque agitado, pude saborear el mejunje proveniente de mi primo. Era algo salado y fuerte, muy viscoso y no sabía si me gustaba o no. Tragué lo poco que quedaba en mi boca y me limpié la comisura de los labios con el dorso de la mano. Mi primo seguía jadeando y su había terminado de vaciarse sobre la parte baja de su estómago.
- ¿Qué quieres matarme o qué, idiota? – le dije, mientras me secaba las lágrimas de las mejillas.
- Lo siento Óscar, es que no podía más. – se inclinó para mirarme a la cara y volvió a dejarse caer sobre la almohada. – Además la culpa es tuya por hacer tan bien este tipo de cosas.
- Pues es la primera vez que lo hago. – le contesté, mientras me tumbaba de nuevo a su lado, subiéndome los calzoncillos.
- No tengo otras referencias, pero ha sido lo mejor que he sentido nunca. – confesó. - ¿No decías que no me la ibas a chupar? – me preguntó.
- Me ha pasado lo mismo que a ti, tenía curiosidad y me han entrado ganas de probar. – contesté yo, encogiendo los hombros.
- ¿Y lo de comerme el culo? – me preguntó en voz más baja aún.
- Más de lo mismo. – le respondí. - ¿Te ha gustado?
Pensó su respuestas durante unos segundos y después dijo:
- Pues…, la verdad es que ha sido increíble. Y lo del dedo también me ha gustado. – se giró para verme a la cara. - ¿Eso me hace maricón, primo?
Aquella era una pregunta muy compleja para mí:
- Yo diría que no, al fin y al cabo, el punto G de los hombres está ahí. Alguna vez me he cruzado videos en los que la tía le comía el culo al tío, o le metían un dedo y tal.
- Entiendo. – contestó. – Bueno, voy al baño a asearme y a cambiarme de calzoncillos.
Gateó por encima de mí de nuevo, con los calzoncillos a media rodilla y la churra colgando. Se puso de pie, se subió los calzoncillos y exclamó:
- ¿¡De qué esta esto mojado!?
- Culpa mía. – le dije, riéndome.
Chasqueó la lengua y se quitó los calzoncillos, quedándose completamente desnudo. Los hizo una bola y se limpió todos los restos tanto de corrida como de la mía. Cogió otros calzoncillos de su mesita de noche y se dirigió, desnudo, hasta el cuarto de baño. Mientras se marchaba, pude ver a la perfección aquel par de nalgas que conformaban su culo y me quedé sorprendido de lo bonitas, esponjosas y lampiñas que eran y me prometí que tenían que ser mías.
El sueño me ganó y caí rendido incluso antes de que mi primo llegase al cuarto. Cuando una voz lejana me despertó horas más tarde, estaba abrazando la espalda mi primo, haciendo la cucharita.
- ¡Buenos días, dormilones! – hablaba mi tía, levantando la persiana y dejando la luz inundar la habitación. - ¡Vamos, a comer! – dijo antes de irse.
Me puse bocarriba y me desperecé, mi primo no parecía haberse enterado, así que lo zarandeé y le dije:
- Vamos a comer, chavalín.
Gruñó algo y metió la cabeza debajo de la almohada. Comencé a molestarle, me tiré encima suya y empecé a hacerle cosquillas hasta que se espabiló y se rindió a bajar al salón a comer.
Lo dejé vistiéndose y me dirigí al cuarto de Miguel. Estaba sentado en la cama y me miró de reojo antes de decirme:
- Hey, ¿qué tal has pasado la noche?
- Muy bien, la verdad. – le contesté, acercándome a mi maleta.
Pasó un tiempo hasta que escuché a Miguel decir:
- ¿Te gustó comerle el culo?
¡Hola de nuevo! Hacía tiempo que no escribía algo y se me antojó escribirme un relato cortito y sin continuación. Espero que hayáis disfrutado de él, aunque no haya habido penetración. Dejo el final abierto por si veo que queréis continuación y si se me ocurre algo. Mientras tanto, espero saber qué opináis y propuestos en los comentario y en mi correo (selulana99@gmail.como). Un saludo y gracias por leerme.