Noche de camioneros

Mi AMO se complace anunciándome en páginas de contactos y webs mas o menos especializadas. MI último "servicio" fue con un camionero aparcado en Mercabarna a la espera de ser descargado. L anoche fue larga y dura, pero nunca se lo agradeceré lo bastante a mi AMO...

NOCHE DE CAMIONEROS

Son apenas las 11:00 de la mañana y estamos en el bar de la esquina, yo y unos compañeros de trabajo, tomándonos un café durante el descanso de 20 minutos de la mañana. El camarero se acerca con los cafés que acabamos de pedir convenientemente distribuidos en su bandeja, cuando mi móvil comienza a sonar. Primero un par de vibraciones y luego el tono musical, en mi caso, el chasquido de un látigo, un “bullwhip” de tres metros de largo que mi AMO usa como herramienta de castigo. El sonido del móvil corta el aire como si fuera mi AMO quien estuviera blandiendo el látigo allí mismo y ante lo inhabitual del tono, alguna conversación se corta en seco y muchas de las miradas de los presentes se dirigen hacia mí.

A mi AMO le gustan este tipo de “juegos” que tienen como motivo hacer que permanezca el máximo de tiempo posible en alerta, recordándome así, constantemente, lo que soy y a quien me debo.

Como no podría ser de otra manera, soy plenamente consciente de que es mi AMO quien me llama, solo su número tiene asignado tan sugerente tono. Inmediatamente me levanto de la mesa y sin apenas disculparme salgo a la calle, mientras el chasquido del látigo va provocando que los rostros se giren a mi paso.

  • Asus pies AMO -Contesto nada más descolgar-. Buenos días.

  • Buenos días perrita -obtengo por respuesta-, supongo que tú móvil habrá causado sensación, ¡ja, ja, ja!

Es mi AMO , que conocedor de todos mis horarios y agenda es plenamente consciente de que a estas horas suelo almorzar con los compañeros del despacho.

  • ¿Cómo va la mañana? -añade mi AMO -.

  • Bien AMO , agradecido por su interés -contesto aún ruborizado y con la respiración algo alterada-. Hoy estoy teniendo un día tranquilo.

  • Me alegra saberlo, perrita -Responde mi AMO -. Algo habrá que hacer para cambiar eso, ¿Verdad?

  • Ya sabe, AMO , que siempre me tiene a su entera disposición. -Replico-.

  • Veras, tengo un “trabajito” para ti. Esta mañana ha respondido a mi anuncio en Pasión.com un camionero que llegará para descargar en Mercabarna esta noche.

Mi AMO siempre ha considerado que el principal enemigo de un esclavo es su Ego , entendido como aquella parte de nuestro subconsciente encargada de regular nuestra relación entre el “yo íntimo” y el “yo social” Somos, eminentemente, seres sociales y ante los beneficios, que como especie, este hecho nos ha comportado, la evolución se ha encargado de dotarnos de mecanismos específicamente destinados a su regulación. Entendido así, el Ego es quien se encarga de premiarnos cuando nuestro comportamiento público resulta aceptado por la sociedad y quien nos escarmienta cuando este resulta socialmente inapropiado. Por desgracia, la sociedad aun rechaza el BDSM y encuentra execrable una relación de Dominación/sumisión en la que una de las partes cede libre y voluntariamente el control pleno de su vida a la otra, que lo acepta como uno de los mayores regalos posibles. Así pues, toda muestra pública de este tipo es inmediatamente rechazada por la sociedad y en consecuencia, nuestro Ego entra en acción, provocando remordimientos y dudas que inevitablemente se acaban convirtiendo en prevención y rechazo. Es este Ego quien se encarga de levantar muros y corazas que separa nuestro “yo íntimo”, nuestro yo como ser sumiso y esclavizado, de nuestro “yo social” que en todo momento se comporta como la sociedad espera de él. El problema radica en que, hasta que nuestro “yo íntimo” y nuestro “yo social” no sean el mismo, nuestra aceptación como ser esencialmente sumiso no será nunca total y plena y la felicidad que ello comporta difícilmente llegará a ser efectiva.

El Ego , así entendido, debe ser pues, radicalmente combatido para que un sumiso se acepte plenamente y alcance con ello la entrega plena a su Dominante. Y como el Ego regula nuestro comportamiento social, nada más efectivo para combatirlo que la humillación y exhibición públicas. Solo cuando el sumiso consienta en comportarse públicamente como lo que internamente y en esencia es podrá alcanzar la plenitud.

Por este motivo, mi AMO se complace en prestarme y alquilarme a todo aquel que desee mi uso. Anuncia mis “servicios” en todo tipo de publicaciones y páginas web de contactos, para TODO tipo de relaciones y prácticas. Mi único papel aquí es el de complacer a mi AMO , entregándome por completo y procurando que el servicio alcance el mayor grado de satisfacción posible. Con ello no solo contento a mi AMO , sino que me hago cada vez más y mejor siervo.

  • Llegará a Mercabarna sobre la 1:00 de la madrugada y pasará allí toda la noche hasta que le descarguen el camión a la mañana siguiente -añade mi AMO -. Quiero que acudas a su encuentro y le descargues como solo tú sabes hacer.

  • ¿Cómo le conoceré? AMO -Pregunto yo-.

-  El hombre tenía una cierta prevención, así que no ha querido entrar mucho en detalles –me dice mi AMO -. Hemos quedado en que llevarás puesto el collar de perro con tachuelas y que te pasearás por el aparcamiento de camiones de Mercabarna mostrándote a los que allí estén. Procura hacerlo bien, perrita, si no le convences habrás hecho el viaje en balde y con ello no harás más que enojarme.

  • No se preocupe AMO -contesto-. Haré todo lo que esté en mis manos para encelarlo.

  • Bien, putita, espero que no me defraudes -añade mi AMO, esta vez en tono severo-. Tengo un especial interés en este camionero, creo que tiene posibilidades.

Tras unos minutos de charla intrascendente, colgamos y vuelvo al interior del bar para acabarme el café con leche que había pedido. Al entrar, todavía alguna cabeza se gira a mi paso, sin duda aun impresionada por el tono de mi móvil. Cuando llego a la mesa, mis compañeros de trabajo cambiaron bruscamente de conversación en un vano intento para disimular que habían estado hablando de mí. La mayoría ya empiezan a estar acostumbrados y tras varios años de duro combate contra mi Ego , empiezo a salir victorioso de este tipo de situaciones. Aun me ruborizo y avergüenzo cuando mi condición sale a relucir, me sigue humillando profundamente, pero el grado de aceptación que he alcanzado me permite aceptar y asumir como propias y normales este tipo de sensaciones.

Me paso el resto del día pensando más en lo que me espera que en lo que estoy haciendo. Nervioso, sufriendo permanentemente ese característico cosquilleo de estómago producido por el estrés, y sin ninguna capacidad de concentración. No dejo de hacerme preguntas que solo obtienen por respuesta otras preguntas: ¿Conocerá mi AMO al camionero? o ¿Será simplemente un contacto fortuito atreves de alguno de sus anuncios?; ¿Querrá el camionero una simple noche de sexo y placer? o por el contrario y conocedor del tema ¿Querrá usarme como esclavo a su servicio?...

Las preguntas se suceden una tras otras en un torbellino sin fin. Al poco me hago consciente de que estoy dejando de hacer lo que tengo entre manos para concentrarme únicamente en lo de esta noche. Me propongo olvidar el tema y vuelvo a mis quehaceres, per es inútil, no pasa mucho tiempo hasta vuelven de nuevo las preguntas.

Pasan las horas lentamente, muy lentamente. Mirar el reloj se convierte en una tortura, tan frecuente como inútil. No ha transcurrido ni media hora y ya vuelvo a consultarlo, como si con ello empujara las manecillas obligándolas a acelerar su constante tic-tac. Por fin llega la noche y con ella se acerca el momento, tan temido como anhelado, de mi entrega.

Casi no ceno, no solo por evitar llenar mis intestinos y mantenerlos limpios y preparados para su uso, sino porque tengo el estómago tan encogido que me sería del todo imposible meterme bocado alguno entre pecho y espalda. Tras la cena un poco de televisión y por fin la hora de prepararme.

Empiezo repasando la depilación de mis huevos, perineo e ingle. Suelo hacerlo una vez por semana así que poco hay por rasurar, pero la obligación es la obligación. Una vez depilado, inició los preparativos para una lavativa profunda. Me siento en el borde de la bañera, culo dentro y pies fuera. Desenrosco la alcachofa del flexo de la ducha-teléfono y abro el grifo de manera que salga un chorro a baja presión de agua tibia. Me meto el extremo del tubo por el ano, cuesta al principio así que subo la presión del agua para que esta, con su fuerza, contribuya a abrir las paredes del esfínter. Una vez con el flexo dentro, de diez a quince centímetros aproximadamente, vuelvo a bajar la presión del agua. Al principio, procuro no hacer fuerza con el esfínter contra el tubo de la ducha, de manera que el agua que por él se introduce pueda salir por si sola, simplemente por la propia presión que genera su introducción. Con ello consigo que el agua no se introduzca profundamente en mi intestino, Todo llegará.

El agua sale sucia y con restos de heces. Permanezco así durante algunos minutos hasta que sale impoluta y ya sin restos sólidos. Una vez el recto puede darse por limpio, le llega el momento al colon y a la porción descendente del intestino grueso. Para ello, ahora sí presiono con el esfínter sobre las paredes del flexo. El agua, imposibilitada en su salida, comienza a introducirse intestino arriba. Puedo notar como penetra, no por algún tipo de sensación táctil, sino por la cálida sensación que va transmitiendo el agua caliente en su trayecto ascendente. De inicio, tan solo tardan algunos segundos en aparecer los característicos retortijones de estómago, aviso de que el intestino está llenos y necesita evacuar. No fuerzo la situación y dejo salir el agua simplemente aliviando la fuerza del esfínter sobre el flexo. De nuevo un chorro de agua sucia acompañada de restos sólidos vuelve salir por mi ano, tan solo que esta vez, la presión con la que sale el agua alcanza el lado contrario da la bañera. Repito la operación varias veces, aumentando el tiempo de entrada de agua paulatinamente. Al final consigo meterme alrededor de litro y medio de agua por el culo. Una vez conseguido, retiro el flexo de mi interior y dejo dentro el agua para que acabe de limpiar y reblandecer posibles adherencias indeseadas.

Depilado y con la lavativa recién terminada, me dispongo a vestirme para la ocasión. Como suele ser habitual, no llevaré ni camiseta ni camisa, tan solo un jersey grueso de punto, color negro. La experiencia me ha enseñado que aguantaré poco tiempo con la ropa puesta, así que cuanto menos estorbos mejor, además, así vestido resulta más fácil “vender la mercancía” ya que una simple bajada de cremallera se enseña todo lo que hay que mostrar. Lo pantalones serán los de color beige de loneta, tienen la tapeta interior de la bragueta recortada, de manera con esta bajada puede verse perfectamente el interior de los pantalones cuando se separan sus laterales. Desde hace años que tengo estrictamente prohibido el uso de calzoncillos, ni tan solo para ir al médico o al gimnasio, así que cuando uso estos pantalones resulta evidente lo embarazoso de llevar la bragueta bajada. Sin embargo, son de lo más útil cuando lo que se pretende es mostrar con discreción.

Llega la hora y me dispongo a acudir a la cita. Un último repaso: las llaves de casa, las del coche, la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, las gafas de leer en el del jersey, el móvil… creo no olvidarme de nada. Cojo el ascensor, me bajo en el parquin, entro en lo coche y dejo en la guantera la cartera, las llaves, el móvil y las gafas. No quiero dejarme olvidado nada en el camión. Arranco y por fin en marcha.

Durante el trayecto hasta Mercabarna me vuelven a invadir las preguntas, pero esta vez es diferente. Los nervios y el miedo a lo desconocido se apoderan de mí. No hace calor y sin embargo estoy empapado en sudor. Siento como me tiemblan las piernas, como se acelera la respiración y el ritmo cardíaco aumenta mis pulsaciones hasta hacerlas casi perceptibles. El trayecto se me antoja cortísimo, apenas hace unos minutos he salido de casa y ya me encuentro pagando en el peaje de entrada al gran centro distribuidor. Parece mentira lo elástico que resulta el tiempo. Durante el día no había forma de que pasaran los minutos y sin embargo, ahora, un trayecto de media hora me antoja de escasos minutos.

Llego pronto, siempre lo hago. Me gusta llegar antes de tiempo e inspeccionar el lugar, posibles peligros, tipo de gente y concurrencia, vías de escapatoria, etc. Entro en el parquin de camiones y aparco el coche justo en la entrada. Me parece el lugar más adecuado ya que desde allí puedo controlar fácilmente la entrada y salida de camiones al tiempo que en caso de huida no tendré ningún obstáculo que me lo impida. Nunca se ha dado el caso, pero como suele decirse, “el miedo guarda la viña”.

Tengo la boca seca, la respiración acelerada, el corazón desbocado y el pulso tembloroso. El estrés invade hasta el último rincón de mi cuerpo y sin embargo hay algo en mí que me empuja a hacer aquello que nadie en su sano juicio se atrevería a hacer. No lo puedo remediar, he nacido para ello, lo llevo marcado a fuego en mis genes y son este tipo de situaciones las que me hacen sentir como lo que soy, las que me definen y dan sentido a mi existencia. Mi sufrimiento servirá para contentar a mi AMO , para que se sienta orgulloso de su esclavo y eso me basta.

Salgo del coche e inició la inspección del lugar. Se trata de una gran explanada, asfaltada uniformemente toda ella, con grandes farolas cada quince o veinte metros que lo tiñen todo de ese característico color anaranjado. Un único lugar de acceso y salida, tanto para vehículos como para peatones, sin cámaras (que yo aprecie) ni servicio de vigilancia. El pavimento está desgastado por el uso y lleno de baches y algunas de las farolas, fundidas, definen espacios de oscuridad y penumbra en medio de la iluminación general. El parquin está tan solo a medio ocupar y la mayoría de camiones se apelotonan cerca de la entrada, permaneciendo casi desocupadas las plazas más alejadas.

Me doy cuenta de que es casi la hora e inicio mi particular búsqueda. Como cordero que va al matadero me dirijo hacia los camiones. La mayoría tienen echadas las cortinillas, así que en esos no vale la pena que pierda el tiempo, al igual que con los de matrícula extranjera. Me centro en aquellos que permanecen con la luz encendida o que, con esta apagada, siguen con las cortinillas sin correr. El procedimiento es siempre el mismo: me bajo la cremallera del jersey por debajo el ombligo, enseñando pecho y collar, y con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, hago fuerza para que la obertura de la bragueta se abra mostrando en su interior mi sexo en todo su esplendor. Un poco como las putas, intento enseñar “carne”, que se vea la mercancía, pero con un cierto aire de disimulo y de como de quien no sabe lo que está haciendo.

Me paseo despacio por delante de las ventanillas de los camiones ocupados mirando fijamente a los ojos de sus ocupantes. La mayoría ni se fija en mí y los que lo hacen suelen quedarse perplejos del panorama que se les muestra. Es en estos casos en los que el miedo alcanza cotas casi insoportables. Uno nunca acaba de saber si aquel que tiene en frente, mirándote de arriba abajo, comprobando tu disimulada desnudez y tu actitud de puta de barrio chino, te mira simplemente sorprendido, molesto por la exhibición del mariconazo que tiene en frente o buscando en ti aquello que ofreces. El cruce de miradas dura tan solo unos instantes, pero son los suficientes como para que el corazón se te salga por la boca. La sensación, una mezcla de miedo, angustia y placer resulta difícilmente entendible para aquel que no la haya experimentado antes.

Mi experiencia con camioneros y la relación de años con alguno de ellos me han enseñado que están acostumbrados en sus viajes a este tipo de situaciones.  Que, más en el extranjero que aquí, hay Áreas de Descanso para camioneros que funcionan, literalmente, como lugares de cita y encuentro para el sexo fácil, dónde los que se ofrecen, se atreven incluso a tocar en las puertas de los camiones. En la mayoría de casos, cuando el camionero te ve fijándote en él, simplemente no muestra interés alguno o corre la cortinilla hasta que te vas. En algunos casos, hacen algún tipo de aspaviento o gesticulan en señal de desaprobación y en los menos, o se ríen entre sorprendidos e incrédulos o muestran algún tipo de interés.

Me he recorrido ya toda la parte central del parquin, aquella en la que hay mayor concentración de camiones y a excepción de alguna falsa alarma, nadie ha dado señales de buscarme. Empiezo a dudar a cerca de la existencia real de mi cita, ni sería la primera vez, ni tampoco la última, en la que se me hace acudir simplemente como broma pesada o arrepintiéndose en el último momento, por miedo o por no resultar de su agrado. Los nervios se van calmando, los latidos vuelven a su estado normal y el miedo deja paso al discernimiento.

Llego al extremo derecho del parquin. Hay allí aparcados cuatro camiones, un par de ellos justo al lado de una de las farolas fundidas. De los cuatro dos tienen matrícula polaca, así que los descarto de inmediato y una cuantas plazas más allá, los otros dos están aparcados el uno al lado del otro, dejando entre ambos la farola fundida. Ambos son de matrícula española.

A medida que me acerco al que me queda más próximo puedo ver la silueta del camionero asomando por la ventanilla bajada. Está fumando y las bocanadas de humo se distinguen perfectamente al contra luz en el húmedo ambiente nocturno. Permanece con la luz de la cabina apagada y la farola fundida junto a la que se encuentra estacionado apenas deja apreciar su apariencia. A medida que me acerco veo que se trata de un hombre maduro, de entre cincuenta y sesenta años, de pelo tan abundante como canoso, poblada barba y aspecto descuidado. Lleva puesta una camiseta de tirantes por la que asoma una abundante mata de vello, extremadamente largo y rizado. Tiene el brazo que sostiene el cigarrillo colgando por fuera de la ventanilla, un brazo bien formado y definido, musculoso incluso, en el que los largos pelos blanquecinos de su vello se arremolinan sin apenas dejar apreciar el color de la piel, rematado con una mano enorme, digna del mejor boxeador de peso pesado y unos dedos entre los que el cigarrillo literalmente se pierde. En la oscuridad puede apreciarse perfectamente la brillantez de una pantalla de portátil encendida encima del salpicadero, a la que atiende entre displicente y aburrido.

A penas a cinco metros de su camión, me ve. Puedo sentir como su mirada se clava en mí a medida que me acerco. Algo me dice que es él, su insistencia en la mirada, su actitud de superioridad y dominio… Vuelven el miedo, la angustia y los temblores. Me mira tan fijamente que ni me atrevo a cruzar su mirada con la mía. A medida que me acerco, me desabrocho por completo la cremallera del jersey y con las manos en los bolsillos abro tanto la bragueta de mi pantalón que a cada paso mi polla sale y entra de su interior.

Cuando llego justo debajo de su ventanilla me paro. Han sido solo cinco metros, pero me han parecido toda una eternidad. La gente se piensa que el peor castigo es el físico, pero se equivocan. Siempre el castigo psicológico es mucho peor, y entre este, la incerteza, el miedo a lo desconocido, la absoluta indefensión frente a situaciones que no controlas es de los peores. Una vez junto a su ventanilla, alzo la mirada y le saludo:

  • Buenas noches, SEÑOR -la sequedad de la boca apenas si me dejan pronunciar palabra-.

El camionero permanece callado, con una sonrisa jocosa entre oreja y oreja, mientras me repasa con su mirada de arriba abajo. Lo noto y para hacer más evidente que llevo el collar de perro, hago como me lo coloco en su sitio, tirando de su anilla con el dedo índice.

  • Tendrás que hacerlo mejor putita -espeta el camionero-. ¿No te han enseñado que es obligación de la puta mostrar la mercancía?

  • Sí, SEÑOR -contesto sin atreverme a mirarle a la cara-.

Se lo que pretende y se también cuáles son mis obligaciones, así que si quiere que me muestre debo poner todo mi empeño en ello.

Me quito el jersey y lo dejo caer a mis pies, quedando a pecho descubierto. No hace frío, pero la noche es húmeda y el contraste de temperaturas hace que se me erice el vello. A continuación me saco los zapatos, en previsión llevo unos de esos con cierre de velcro y después procedo a desabrocharme el cinturón y el botón de la cintura de los pantalones. Simplemente los suelto y caen al suelo dejando al descubierto lo más íntimo de mi anatomía. Permanezco así unos segundos, ambas piernas separados con los pies a la altura de los hombros, manos a la espalda y cabeza gacha, mirando al suelo.

  • Date la vuelta perrita -oigo que me dice el camionero-.

Le hago caso de inmediato y sin prisa pero sin pausa me giro para mostrarle mi espalda. Al hacerlo no puedo evitar alzar la mirada para comprobar que nadie en los alrededores es testigo del espectáculo. Hubiera sido lo mismo, pero me tranquiliza comprobar que nadie permanece pendiente de mi estriptis. Una vez en posición, me doblo hacia delante por la cintura mientras con mis manos separo mis nalgas todo lo que puedo para dejar a la vista mi coño recién depilado.

  • Perro viejo ya para andar por ahí de puterío, pero tengo los huevos demasiado llenos, así que hoy harás servicio -me dice el camionero-. Sube por la puerta del acompañante.

Me dispongo a vestirme cuando desde lo alto de la cabina oigo que me dice:

  • ¿Quién te ha dado permiso para que te vistas? ¡Puta!

  • Nadie, SEÑOR, disculpe mi torpeza -contesto-.

Recojo entonces la ropa y con ella colgada del antebrazo doblo por delante de la cabina para dirigirme, completamente desnudo, a la puerta del copiloto. Al hacerlo y para mi sorpresa, me doy cuenta de que el conductor del camión aparcado en la plaza contigua permanece despierto, con las cortinillas sin correr y sentado junto a la ventanilla. No puedo evitar pararme cuando lo descubro. No sé qué hacer. Tengo que suponer que el camionero que va a usarme es consciente de la situación, al fin y al cabo están cabina con cabina y es imposible que no se vean. La humillación más profunda invade todo mi ser. Ahí estoy, completamente desnudo, con un collar de perro al cuello, dispuesto a ofrecerme como una puta mientras a escasos metro y medio un tío lo está viendo todo como quien mira una película porno de serie B.

Me entran unas irrefrenables ganas de salir huyendo, pero solo mi naturaleza sumisa y mis años de adiestramiento consiguen que me sobreponga. Avergonzado y con la cabeza gacha, reanudo la marcha. Acabo de doblar por delante de la cabina y metiéndome entre ambos camiones me detengo frente a la puerta de copiloto. Siento como el segundo camionero me mira y me observa mientras espero que se abra la puerta del primero. Podría meterme mano si quisiera de lo cerca que estamos, pero no dice nada, solo mira y observa. Vuelven de nuevo la angustia y el estrés, la puerta que no se abre y a cada segundo que pasa me siento más humillado. La humillación no está tanto en mi desnudez como en la mirada del que la contempla. Puedo oírle moverse tras mis espaldas, casi hasta como respira. Es curioso cómo se agudizan los sentidos en situaciones como esta.

Finalmente se abre la puerta, habrá pasado escasamente medio minuto, pero me ha parecido toda una vida.

  • ¿Qué pasa puta? -me suelta el camionero desde lo alto de la cabina, entre pícaro y jocoso-, estarás acostumbrada ya a que te vean como lo que eres ¿No?

  • Sí, SEÑOR -le respondo en voz baja desde abajo-, es solo que no lo esperaba.

Lanzo como puedo mi ropa al interior del camión y mientras me encaramo oigo como se ríe. Una vez arriba le saludo con el protocolario “A sus pies, SEÑOR” y comienzo a correr las cortinillas.

  • Déjalas como están ¡Perra! -me dice el camionero con tono seco y de disgusto-. Hace calor esta noche y no quiero que con el sudor se empañen los cristales.

Me hago a la idea de que esta noche me espera espectáculo, un espectáculo en el que el artista principal seré yo y el camionero de al lado, el público invitado. Así que decido no prestar más atención al “vecino”. Si quiere disfrutar que disfrute, me digo, desconocedor de que el espectáculo de verdad está aún por llegar.

El camionero me espera desnudo de cintura para abajo. Solo la camiseta de tirantes cubre, a duras penas, un cuerpo ya veterano, pero fornido y bien definido. No puedo evitar mirar su sexo. Al fin y al cabo es por él que me encuentro allí. Su polla medirá unos 10 centímetros en estado flácido, así que hago un rápido cálculo y me la imagino de unos diez y siete o diez y ocho en erección. De buen calibre y con el prepucio entero, su grueso capullo medio asoma a través de una piel del todo incapaz de contenerlo. Más abajo cuelgan unos grandes huevos. Su peso hace que se marquen perfectamente en toda su redondez a través de un escroto estirado y tenso, ciñéndose a su contorno como el corsé de una mujer a su cintura. El menor movimiento hace que se balanceen como campanas, en las que su badajo marca el ritmo a contrapunto y como remate un vello, casi blanco, extremadamente largo y poblado con el que cualquier aficionada a la peluquería podría haber formado delicadas trenzas sin el menor problema.

La visión es espectacular, tanto que me pongo cachonda al instante. La perra que llevo dentro no puede evitar que su lascivia aflore en toda su magnitud de puta ninfómana. Me olvido al instante de miedos y humillaciones, abandonándome por completo en las manos del camionero. Ahora soy todo suyo, hará de mi lo que le plazca y mi único goce será ver reflejado en su rostro el placer que el proporciono.

  • ¡Bien perrita!, ahora vamos a ver lo buena que eres con tu boquita de puta vieja -me dice el camionero-, siéntate en la litera.

Obedezco al instante. Él se coloca delante de mí, de pie, con sus codos apoyados en la litera superior, dejando toda su polla justo al alcance de mi boca. Una vez en posición, le cojo sus huevos para acariciarlos mediante un suave masaje. Al instante una sonora bofetada impacta en mi mejilla con tal violencia que casi me tumba. Aun con los oídos silbando oigo a duras penas como me dice:

  • ¡Puta de mierda! –Vocifera en un tono tan violento como rotundo-, ¿No te han enseñado aún que no debes emplear las manos hasta que se te diga?

  • Disculpe mi torpeza, SEÑOR, no volverá a suceder –contesto aun medio aturdido-

Recuperado del impacto, inicio sin más preámbulos la mamada, ahora con las manos en la espalda. Soy plenamente consciente de que la bofetada no ha sido más que una excusa para que el camionero pueda demostrarme que sabe de qué va esto, que tiene experiencia y que va a exigir de mí todo lo que se espera de un esclavo como yo. Me doy por enterado sabedor de que, de ahora en adelante, si no quiero pasarlo mal, deberé estar permanentemente alerta y actuar con suma precaución.

Me meto su gran capullo en la boca, humedeciéndolo con mi saliva mientras con la lengua juego con su glande, deslizándola entre este y el prepucio. Al instante puedo notar como su polla llena mi boca. Trempa rápido y su polla demuestra ser de las duras y rectas, ligeramente tableada y en extremo llorona. Sin embargo el prepucio se entozudece en no acabar de retirarse, así que retiro mi boca, aprovecho para pasar la lengua a lo largo de todo su tronco hasta alcanzar los huevos y de allí vuelvo a subir, pero esta vez, al volver a metérmela en la boca uso mis labios para retirar por completo su prepucio, dejando al descubierto un gran capullo, de piel tersa, fina y brillante por el precum.

Normalmente hubiera aprovechado la maniobra pata introducirme los cojones en la boca, masajeándolos con la lengua mientras experimentan su ambiente entre cálido y húmedo. Sin embargo, los tiene tan grandes que no me he atrevido a hacerlo sin la ayuda de las manos. Lo más seguro es que les hubiera producido algún tipo de molestia o dolor y El camionero me ha avisado ya y a buen entendedor, pocas palabras bastan…

Es ahora el camionero el que toma la iniciativa, ante lo cual le dejo hacer a voluntad. Con suaves movimiento de cadera recorre con su capullo todos los rincones de mi boca. A hora frota su frenillo contra mi lengua en suaves movimiento de vaivén, ahora la introduce entre mis molares, dejando que la fila superior e inferior acaricien suavemente su delicada piel, restriega con firmeza su glande contra el paladar y finalmente me la clava hasta el fondo. Noto como su capullo obstruye por completo mi faringe, encajándose a presión tras la campanilla, instante en el que el camionero no puede evitar soltar una exclamación de placer.

  • ¡Mmmmmmmm!, ¡Aaaaaah!, Que estrecha la tienes perrita -dice el camionero susurrando sin esperar respuesta-. La dejaría ahí metida hasta el final.

El tamaño de su polla unido a lo profundo que me la ha clavado imposibilitan por completo que pueda respirar. Normalmente, en estos casos, aprovecho entre envestida y envestida para hacerlo, pero aquí me ha pillado desprevenido justo cuando necesitaba inhalar.

Intento retirar la cabeza lo justo como para poder tragar una buena bocanada de aire, pero el camionero cuando lo nota, me sujeta la cabeza con ambas manos impidiéndome cualquier retirada.

  • ¿Dónde vas perrita? -suelta en tono jocoso entre leves risotadas-, no me digas que toda una puta como tú no es capaz de aguantar más -y vuelve a reírse esta vez con ironía-.

Mantiene su polla clavada hasta el fondo, mientras mis convulsiones masajean su capullo. Intento tranquilizarme sabedor de que en estos casos la histeria es la peor compañera. A cada arcada su capullo responde dilatándose de placer. Por la comisura de mis labios empiezan a caer hilos de espesa saliva mezclada con precum y justo al final, cuando empiezan a abandonarme las fuerzas por la falta de oxígeno, el camionero retira su polla dejando que llene mis pulmones en una bocanada tan profunda como vital.

El primer aliento es tan intenso y descontrolado que no puedo evitar atragantarme con la abundante saliva que inunda mi boca. Los golpes de tos hacen que expulse a borbotones todo el líquido acumulado, alcanzando mi pecho desde la boca, en densos hilos plateados que se empecinan en permanecer colgando sin acabar de desprenderse.

Sin quererlo, observo como el camionero de al lado, permanece atento al espectáculo porno que le estamos ofreciendo gratuitamente. Simplemente mira, con ademán impasible. No gesticula, no emite sonido alguno, impertérrito y sin ningún atisbo de expresión en sus rostro, frío como el hielo, pero concentrado y atento a cuanto acontece a su lado. Mi camionero, percatado como yo de la situación, aprovecha para encender la luz de compañía de la cabina.

  • Desde luego –me dice en tono desafiante- si quiere espectáculo lo vivirá tan de cerca que deberá apartarse para no verse salpicado. –a lo que añade esta vez en voz alta y clara, como quien quiere ser oído- ¡Pórtate bien perrita, tenemos espectadores!…

Son solo unos breves instantes de tranquilidad. Unos segundos de alivio y de nuevo a la carga. El camionero sujeta mi cabeza con ambas manos a la altura de la orejas, y presionando fuertemente sobre ellas evita toda posibilidad de retirada. Coloca su polla frente a mis labios presionando levemente, como pidiendo entrada. Abro la boca, esta vez llenando previamente mis pulmones de todo el aire que soy capaz de inhalar y al instante noto como me la clava de nuevo hasta el fondo. Sin embargo, en esta ocasión, no la deja clavada en mi interior, sino que inicia el característico movimiento de bombeo de quien se está follando un buen coño. Lo hace a golpe de caderas, pausada y rítmicamente. Aprovecha el gesto para sacarla e introducirla casi por completo de mi boca, mientras con ello restriega su frenillo por toda mi lengua. Ello me permite acompasar mi respiración, de manera que a cada salida de su polla le sigue una inhalación de mis pulmones.

La follada de boca se alarga varios minutos. Al final mi estómago no aguanta más y comienzan las características arcadas. Sin embargo, el camionero no se detiene y cada vez que detecta alguna, aprovecha para introducir su tranca lo más profundamente que puede. Salivo tan abundantemente que no puedo dejar de tragarme parte por los pulmones. En el intento de expulsarla, estos tosen fuertemente y con ello la saliva acumulada en la boca se desparrama por mis mejillas y barbilla, llegando incluso a proyectarse sobre los cojones del camionero, ahora ya empapados y llenos de chorrillos de saliva que penden de ellos hasta caer sobre mis muslos.

El camionero alarga la situación todo lo que puede, ya que cada arcada, cada contracción de mi faringe y cada ataque de tos producido por la saliva se convierten al contacto con su capullo en una oleada de placer que le llena por completo los sentidos. Ya no puede permanecer callado y por su boca salen todo tipo de exclamaciones de placer.

  • ¡Qué coño tienes en la boca perrita! –exclama entre medias-.

  • ¡Así!, ¡Así!, ¡Ciérrate más perrita!

  • ¡Aguanta ahí!, ¡Joderrrrr!...

La frecuencia de sus expresiones, así como su intensidad me indican que el momento de del orgasmo está cerca. Unas cuantas embestidas más y al final llega el instante tan anhelado. Me la saca rápidamente dela boca y sin meneársela ni una sola vez me suelta un primer chorro de lefa caliente que impacta de lleno en mi rostro, cruzándolo de lado al lado. Unos leves instantes y de nuevo un segundo chorretón, largo y abundante que esta vez se deposita sobre mi pelo. Un tercero y un cuarto llenan mi rostro de leche espesa y viscosa, que se pega a la piel como si de cola de impacto de tratara. No ha acabado aun. Entre espasmos, convulsiones y gritos ahogados de éxtasis, todavía es capaz de lanzar un quinto y hasta un sexo chorro de semen. Esta vez mucho menos abundantes en cantidad que no en sensación de placer. Empieza entonces una suave y delicada paja en la que a cada descapullada le sigue un brusco espasmo que le obliga a doblarse por la cintura, al tiempo que tensa todos sus músculos. Los espasmos van disminuyendo en intensidad hasta que al poco deja de pajearse, dejando escapar una expresión de profunda satisfacción.

  • ¡Bien perrita! -me dice mientras vacía sus pulmones en una exhalación tan profunda como relajante-, he de reconocer que tu AMO tenía razón cuando decía que eras toda una traga sables y garganta profunda con mucho aguante –lo que acompaña de unas cuantas risotadas-.

  • Agradecido, SEÑOR -contesto yo-, mientras intento liberar mi rostro de los lefazos recibidos-.

  • ¡Ni se te ocurra perrita! –me advierte en tono severo y amenazante-. Las putas como tú deben oler a los machos que se las follan –añade-, es mi marca y quiero que permanezca allí todo el tiempo.

  • Así será SEÑOR, disculpe una vez más mi torpeza -contesto agachando la mirada-

El camionero se ha vaciado la leche de quince días en una corrida tan abundante que me ha empapado literalmente el rostro y el cabello. Puedo notar como las gotas de su lefa se escurren, espesas y pegajosas, por mi rostro, lentamente como si su voluntad fuera permanecer eternamente pegadas a mí. En ocasiones, debo inclinar la cabeza convenientemente para que no se introduzcan en mis ojos y cuando alcanzan la comisura de mis labios, su sabor, entre amargo y agrio, inunda mi paladar.

El camionero se da la vuelta y coge unas cuantas vueltas de papel de uno de esos rollos de cocina. Se limpia con él la polla, los huevos y el bajo vientre. No es demasiado cuidadoso al hacerlo, básicamente se seca las babas y poco más. A continuación me da el papel usado para que lo sostenga mientras recoge unos pantalones de chándal que tenía tirados en la litera de arriba. Se los pone directamente, sin calzoncillos debajo, y a continuación una camiseta de manga corta de algodón. Finalmente se calza unas deportivas de “running” sobre los calcetines que ya llevaba puestos, remueve entre la guantera hasta encontrar una cartera de cuero marrón y me dice:

  • Hora de cenar perrita -a lo que añade-, te va a tocar hacer de perro guardián…

No acabo de comprender el alcance de sus palabras hasta que me ordena bajar de la cabina. Amago con vestirme y al verlo, se abalanza inmediatamente sobre mis huevos cogiéndolos fuertemente con su mano derecha. Siempre los he tenido especialmente grandes, sin embargo, metidos en su mano parecen de juguete. Mientras los aprieta como el que pretende exprimir un limón no puedo dejar de retorcerme de dolor, un dolor intenso, que recorre toda mi columna vertebral hasta explotar el cerebro, profundamente lacerante y paralizante.

  • ¿Quién coño te ha dado permiso para que te vistas? Perrita -exclama sin dejar de apretar mis cojones- Si te digo ¡Baja!, tú bajas, si te digo ¡Salta!, tú saltas -añade-, ¿Te he dicho acaso que te vistas?

  • No SEÑOR… -contesto con intención de seguir pidiéndole disculpas-

  • Como vuelvas a decirme que “disculpe tu torpeza” -me interrumpe amenazante- ¡Te reviento los cojones a patadas!

Mientras el camionero desciende por la puerta del conductor tras apagar las luces de la cabina, yo hago lo propio por la del copiloto. Por suerte, el camionero de al lado ha corrido ya las cortinillas. Evidentemente después de todo lo que ha visto, ya me dan igual ocho que ochenta, simplemente me alivia el no tener que estar pendiente de él.

Espero junto a la puerta mientras oigo como, por el otro lado, el camionero abre la portezuela del cofre lateral del remolque. Al poco la vuelve a cerrar y se presenta ante mí doblando por delante de la cabina. Lleva entre las manos una cadena metálica y un par de pequeños candados.

  • ¡Ven aquí! Perrita -me dice mientras alarga la mano hasta alcanzar la argolla de mi collar.

Obedezco sin rechistar y al instante ata un extremo de la cadena a mi collar mediante uno de los candados. ¡No puede ser!, me digo a mi mismo mientras se me hace evidente el significado de su comentario anterior: “ te va a tocar hacer de pero guardián… ”. Es evidente que pretende atarme al camión, completamente en pelotas mientras se va a cenar, dejándome solo y totalmente expuesto al cuidado del vehículo. Las posibles consecuencias de lo que va a suceder me aterrorizan, de hecho, me dejan totalmente paralizado y en fuera de jugo, sin posibilidad alguna de reacción, entre embobado e incrédulo.

Mientras tanto, el camionero acaba de sujetar el otro extremo de la cadena a una de las patas retráctiles del remolque.

  • Bueno perrita, pórtate bien -me dice mientras se aleja-, igual tardo un poco. He quedado con un compañero y todo dependerá de lo que tarde en aparecer -me explica ya desde una cierta distancia-

Mi primer impulso es el de esconderme, es algo puramente instintivo, casi animal, la respuesta de mi instinto de conservación frente la situación de peligro que adivino más que no experimento realmente. Me muevo pero no sé a dónde ir, la cadena no tendrá más de cuatro o cinco metros así que tampoco tengo mucho donde elegir. Vacilante, dubitativo e inseguro, experimento de nuevo la aceleración desbocada de mi corazón, la ansiedad, el estrés, la respiración entrecortada, el sudor frío. No puedo pensar, estoy paralizado, apunto de echarme a llorar, histérico y desvalido.

Pasan unos segundo y no sé cómo, pero consigo al fin que mi mente domine mis instintos. Las sensaciones son las mismas y tardarán mucho en desaparecer, pero la diferencia radica en que ahora puedo pensar. En primer lugar me doy cuenta de que haga lo que haga debe ser en silencio. Tengo a un “espectador” a escaso metros, que me ha visto ya subir al camión completamente desnudo, asistiendo a una follada de boca que no habrá visto antes, al menos tan de cerca. Por nada del mundo quisiera que me viera de esta guisa, no por lo humillante de la situación, que también, sino por lo expuesta de la misma. Resulta evidente que de ninguna de las maneras me sería posible huir en caso de necesidad. Así pués, empiezo a buscar la manera de ocultarme en caso de serme necesario. Tras una observación visual del entorno me doy cuenta de que si me tumbo quepo perfectamente debajo del remolque. Lo pruebo y a pesar de lo incómodo, sucio y frío del escondite compruebo que es eficaz. Esto me tranquiliza bastante, sin embargo aún estoy físicamente excitado.

Al salir de debajo del remolque me doy cuenta de que cuelgan de mi capullo largos chorrillos de precum que al entrar en contacto con mis muslos forman un arco invertido. Me reprocho a mí mismo lo puta que llego a ser mientras los recojo con mis mano y me los introduzco en la boca.

Bueno, me digo, ahora todo es cuestión de permanecer en silencio, estar alerta y poner en práctica la virtud de la paciencia. Es curioso como en situaciones de extrema necesidad llegan a agudizarse los sentidos. Mis oídos, mi vista y hasta mi tacto experimentan un súbito aumento de sensibilidad que me permite percibir sensaciones absolutamente imperceptibles en condiciones normales.

Me arriesgo y como felino en plena cacería, me acerco sigiloso hasta casi tocar con mi oreja la puerta del camionero de al lado. Oigo una radio encendida y los bruscos movimientos de su ocupante al revolverse en la litera para cambiar de posición. Eso me preocupa ya que lo intuyo aún despierto. ¿Qué pasaría si decide bajar a mear? ¿Y si lo que hace es bajar la ventanilla para echarse un pitillo? Podría también descender de la cabina a buscar alguna cosa en el cofre lateral del remolque o simplemente para estirar las piernas antes de echarse a dormir. Para cada pregunta planteo un plan de actuación, hasta que me doy cuenta de que todos pasan por lo mismo, esconderme lo más rápidamente posible debajo del remolque. Decido entonces lo más obvio, situarme cerca del lugar por donde accederé a mi escondite, permaneciendo en cuclillas para facilitar la maniobra.

Empiezo a tener frío, la noche es húmeda y la bruma se arremolina en lo alto de las farolas encendidas. Estoy tiritando y me doy cuenta de que el tintineo de la cadena al hacerlo me delata. Miro de entrar en calor cuando oigo como se acerca un camión. No es el primero que escucho, pero hasta ahora todos giran antes de llegar a la primera farola encendida antes de donde me encuentro. Este pasa de largo y se acerca. Se acerca tanto que llega a detenerse delante del camión al que me encuentro irresolublemente ligado. ¡Mierda! Exclamo internamente. No sé si meterme en el escondite o simplemente permanecer a la espera de que se marche. Luego pienso que el camionero de al lado, sintiéndose interesado por el nuevo camión, puede asomarse por la ventanilla. No me la quiero jugar y acudo raudo a mi madriguera.

El nuevo camionero inicia la maniobra de aparcado y para mi desgracia, lo hace justo en la plaza del otro lado del mío. No tiene camiones aparcados cerca, así que, con todo el espacio del mundo a su disposición, ejecuta la maniobra presto y raudo, con precisión casi quirúrgica. Al poco de haberse detenido apaga el motor y a continuación las luces de marcha. No me atrevo ni a asomar la cabeza para ver lo que sucede, así que son mis oídos los que cargan con la delicada tarea de informarme de lo que sucede. Pasan unos interminables minutos, cinco, diez tal vez, no llevo reloj y me es del todo imposible asegurarlo. Mis temblores se acrecientan, sumando a los provocados por el fío los que me generan el miedo y el estrés. Me resulta imposible controlar mis piernas, me viene dentera y los temblores de mis manos las harían incapaces de escribir un solo renglón. De pronto oigo como se abre la puerta del tercer camión y tras unos segundos de espera como se cierra. Echando mano del poco valor que me queda, me atrevo a mirar entre las ruedas. El tercer camionero se aleja y con cada uno de sus pasos mi angustia se aleja con él.

Estoy a punto de salir del escondite, cuando al asomar la cabeza me doy cuenta de que el segundo camionero, como había intuido poco antes, está asomado a su ventanilla cerciorándose de lo que sucede. Me vuelvo a esconder pero con tan mala suerte que la cadena se engancha bajo el neumático del remolque y el tirón que me produce me obliga a soltar una exclamación de dolor. El camionero lo oye y se gira inmediatamente hacia mí, sorprendiéndome debajo del tráiler intentando liberar la cadena. Solo nos cruzamos la mirada unas breves décimas de segundo, pero son suficientes para poder apreciar la sonrisa, sorprendida y jocosa, que esbozan sus labios.

¡Me ha pillado!, y ahora… ¿Qué hago?, ¡Joder…! como baje la he cagado, me repito interiormente. El caso es que ya había sido descubierto y era inútil todo disimulo. Me encontraba completamente desnudo, atado al remolque por una cadena y un collar de perro, poco antes se me había visto follado brutalmente por la boca y antes aún, subir al camión tal y como Dios me trajo al mundo. Que más le hacía falta al segundo camionero para hacerse una idea de lo que era y de porque me encontraba allí. Decido salir de debajo del tráiler, mostrándome sin pudor, pero tan profundamente humillado que no me atrevo ni a levantar la mirada del suelo. Empiezo a estar agotado, tanto miedo y estrés están acabando mis fuerzas a un ritmo acelerado. Más que sentarme, me desplomo en el suelo, junto a una de las ruedas del tráiler, con esta como respaldo y las piernas completamente extendidas. Me rindo, ya no puedo más, no me quedan fuerzas para luchar y de una manera inconsciente me abandono absolutamente a mi destino.

En un último cruce de miradas, antes de que el segundo camionero vuelva a sumergir su cabeza tras las cortinillas de la cabina, puedo apreciar en su mirada un gesto de aprobación, casi de consuelo, como quien te conforta diciéndote que haces bien, que es inútil otra cosa y que dadas las circunstancias, lo mejor es aceptarlas y remar a favor de corriente. No sé porque, pero esa mirada me alivia, ha sido tan solo un fugaz encuentro, pero lo suficientemente largo y explicito como para recordarme que estoy allí por lo que soy, que cuanto más sufra mayor será el goce de mi AMO , que he sido duramente adiestrado durante años para esto, y lo más importante, que es lo único que me hace feliz.

En el silencio de la noche, ya relajado y en calma, me doy cuenta de que la corrida de mi camionero se ha secado ya sobre mi rostro. Lo noto porque aquí y allá, el cutis de mi cara permanece anormalmente tenso. Paso mi mano y con la yema de los dedos acaricio esas zonas, notando los restos de su lefa en forma de arenilla adherida a mi piel. Me gusta notarla, me hace sentir más perra y más puta y no puedo evitar soñar en un eterno bukake, en el que se me bañe literalmente en semen de macho. Es la primera vez en toda la noche que estoy lo suficientemente relajado como para pensar en algo que no sea lo que me espera.

No sé cuánto tiempo transcurre, pero finalmente oigo unas voces que se acercan. Desde la distancia, parecen ser dos hombres charlando distendidamente en voz alta. No logro entender lo que dicen, pero sí que se van acercando. Completamente rendido y asumiendo lo que estoy haciendo, no muevo ni un dedo para esconderme.

  • ¡Si me ven, que me vean¡ -me digo interiormente-, total, ¿No es para esto por lo que estoy aquí?

Simplemente me autoengaño, como la zorra que al verse incapaz de alcanzar las uvas acaba por consolarse con una “total, están verdes” No es mi condición lo que me impide reaccionar, si no el agotamiento y la desesperación.  Poco a poco algunas de sus palabras se hacen comprensibles, luego parte de algunas frases, hasta que al final puedo seguir perfectamente el hilo de su conversación:

  • ¡Joder tío! -exclama uno de ellos- me he vaciado como hacía tiempo que no lo hacía.

  • Pues no te creas -contesta el otro- llevo todo el viaje esperando el momento. Estoy más cachondo que un fraile en un convento de monjas, ja, ja, ja…

  • Tiene una boca tan prieta como el chocho de una niña -añade el primero-, de cuerpo es normalito, pero traga todo lo que le echen.

  • Está bien entrenado entonces -le contesta el segundo-.

  • ¡Joder!, bien entrenado dices, ¡Es una puta perra en celo! Le tengo en bolas encadenado al remolque y no ha dicho ni mu.

  • ¿No me digas tío? -exclama el segundo, entre atónito e incrédulo-, pues no me he dado cuenta de nada.

Es evidente que uno de ellos es mi camionero. El otro, sin duda, el compañero que esperaba y por la conversación se trata del que ha aparcado al otro lado del camión al que me encuentro encadenado. De pronto, los veo aparecer entre las cabinas de los camiones. Han venido siguiendo el vial perpendicular a los camiones estacionados y hasta que no han sobrepasado la primera cabina me ha sido imposible verles. Me levanto de un salto y adopto la posición de espera.

  • ¡Que te decía yo! -exclama mi camionero-, la muy perra está deseosa de que nos la follemos, ja, ja, ja…

  • ¡La puta! -le sigue el compañero entre sorprendido y complacido- ¿Y lleva allí encadenado todo este rato?

  • Ja, ja, ja -se ríe a mandíbula batiente mi camionero-. Ha estado allí todo el tiempo. Seguro que mientras aparcabas, la perrita estaba mojando, pensando en cómo te la ibas a follar…

  • Pues no me he dado ni cuenta, sino te dejo esperando hasta que me la cargo, ja, ja, ja -remata el compañero-.

Se acercan hasta escasos centímetros de mí y siguiendo las indicaciones de mi camionero, su compañero comienza a inspeccionarme. Me abre la boca y mete en ella todos los dedos menos el pulgar, presionando con fuerza hacia su interior para averiguar hasta dónde soy capaz de tragar.

  • Está acostumbrada a tragar la puta -comenta el compañero-.

A continuación me tira de los pezones con brusquedad. La dilatación a la que mi AMO los somete con constancia ha hecho que crezcan hasta adquirir un tamaño notable, digno de los pechos de una buena nodriza. Los estira hacia fuera, los retuerce y pellizca con fuerza buscando mi límite. Al final se me escapa una mueca de dolor y no puedo evitar doblar levemente la cintura hacia delante.

  • Buenas tetas -añade displicente-.

Baja ahora sus manos hacia mi ingle. Me coge la polla y la descapulla hasta el final. Aflora el pircing que con el que mi AMO me ha anillado el frenillo y no puedo evitar mojar con mi precum sus dedos. Al sentirlos húmedos, suelta inmediatamente mi polla y me los introduce en la boca.

  • La puta está verdaderamente mojada -le dice a mi camionero mientras mirándome fijamente a los ojos se dirige a mí-, ¿Eh que sí? putita, estas deseando que te preñen un buen par de machos, ¿Verdad?...

Juega con sus dedos en el interior de mi boca sin esperar respuesta, mientras se los lamo aprovechando para limpiárselos del precum. Acaba y vuelve a centrar su atención en mi sexo. Esta vez y aprovechando que siempre llevo colocado el ballring de acero alrededor de los cojones, por detrás de la polla, los sujeta con firmeza con su mano derecha. Lo hace rodeándolos por debajo del ballring entre su pulgar e índice mientras va tirando de ellos hacia sí.

  • Está bien anillada la puta, ¿Tiene alguna marca de propiedad? -le pregunta a mi camionero mientras no deja de tirar de mis huevos-

  • Si la tiene, aún no se la he visto -le responde-.

  • Contesta putita -me dice-, ¿Estás marcada?

  • Aún no SEÑOR -le respondo como puedo ya que el dolor de huevos comienza a ser insoportable-. No me lo he ganado todavía, SEÑOR.

Mi escroto se ha estirado hasta el límite y ahora toda la fuerza que ejerce el camionero se transmite directamente sobre mis cojones. Estos comienzan a experimentar ese característico dolor, entre paralizante y humillante, que me obliga a acelerar la respiración mediante inspiraciones y expiraciones rápidas y cortas. No aguanto más y me doblo por la cintura, a lo que le camionero responde añadiendo al tirar de huevos su aplastamiento, cerrando la mano con fuera a su alrededor.

  • ¡Erguida, puta! -me escupe el camionero-, ¿No te ha enseñado aún tú AMO como debes comportarte?

Reúno las pocas fuerzas que me quedan y consigo erguirme derecho. Tras unos segundos, el camionera cesa la presión sobre mis huevos al tiempo que los libera de su doloroso abrazo.

  • Lo ves putita -me dice con tono dulce y delicado-, ves como cuando quieres, puedes. -A lo que añade, esta vez en tono firme y severo- Date la vuelta.

Conocedor de sus intenciones, le obedezco mientras me doblo por la cintura en ángulo recto y separo con mis manos las nalgas para que aflore mi coño libre de todo obstáculo.

  • Ja, ja, ja -se ríe jocoso el camionero- ¿Tantas ganas tienes de que te preñen?, no te preocupes putita, entre los dos seguro que conseguimos llenarte el coño como nunca antes te lo habrán hecho…

Mientras me habla, se moja su dedo anular con saliva y me lo clava por el culo. Al sentirlo no puedo evitar dar un leve respingo, pero es algo instintivo ya que estoy acostumbrado a calibres mucho mayores. Hurga con él en mi interior, lo mete y lo saca con velocidad, lo hace girar abriendo mi esfínter, localiza mi próstata y la presiona, introduce dos dedos, luego tres, comprobando su flexibilidad y grado de dilatación, hasta que al final los saca.

Se lo que tengo que hacer y me adelanto a sus órdenes. Una vez me siento liberado del peculiar “tacto rectal” me doy la vuelta y me introduzco sus dedos en la boca para limpiarlos nuevamente. Estoy seguro que habrán salido inmaculados, no en balde he venido con la lavativa hecha, pero es lo que se espera de mí y lo hago con agrado.

  • Está bien adiestrada la putita -comenta el compañero con mi camionero-, eso nos hará las cosas más fáciles.

  • Si ya has acabado -le contesta- estoy que reviento, je, je, je…

  • Pues al lio, que es tarde y mañana hay faena.

Mi camionero se acerca y agarrándome del pelo, empuja mi cabeza hacia abajo. Yo me agacho en cuclillas y comienzo a mamársela. Ya se lo que le gusta, así que acompaño sus movimientos dejándome llevar. Mientras tanto, el compañero aprovecha para situarse detrás de mí y agarrándome de la cintura me dice:

  • ¡Levanta el coño puta!, o te crees que he venido para mirar.

Obedezco mientras escupe sobre su polla y una vez en posición también sobre mi coño. Acerca su verga hasta que el capullo toca mi entrepierna y sin presionar busca la ubicación exacta de mi agujero, midiendo distancia y posición. Una vez seguro, y con el capullo perfectamente enfilado en mi esfínter, agarra su polla por la base, presionando fuertemente a su alrededor entre el pulgar y el anular e índice unidos. Corta con ello la posible retirada de sangre de su interior, conservando la presión que la mantiene  totalmente dura y me la clava sin compasión. Yo hago toda la fuerza que puedo para abrir el esfínter al máximo, pero a pesar de que el calibre que me taladra es de lo más estándar, la penetración es tan brutal y el dolor que causa tan intenso que no puedo evitar soltar un grito, mientras me incorporo retirando el culo al mismo tiempo.

Mi camionero reacciona abofeteándome la cara con tanta dureza que me tambaleo mientras le oigo gritar:

  • ¡So puta!, como vuelvas a repetirlo de reviento.

A duras penas consigo dominar el dolor y me vuelvo a agachar para proseguir con la mamada, pero esta vez mi camionero me agarra de las orejas par que no pueda volver a retirar la cabeza. Mientras tanto su compañero repite la misma operación, pero apiadándose de mí, esta vez la penetración es más lenta y menos violenta. El dolor sigue allí y tardara un cierto tiempo en desparecer, pero consigo sobreponerme a él y abandonarme por completo a los deseos de los camioneros.

Tanto mi grito de dolor como el de advertencia de mi compañero han alertado al camionero de al lado. Asoma su cabeza por la ventanilla y vuelve a encontrarse con el espectáculo servido. Permanece mirándonos desde lo alto de su atalaya, pero esta vez puede apreciarse como su hombro y antebrazo se mueven con el característico va i ven de quien se la está cascando. Mi camionero, al percatarse, se gira y le dice:

  • ¡Baja hombre!, ¿Qué haces ahí cascándotela pudiendo estar aquí follándote a la perrita?

No responde, pero su expresión cambia, ahora, de la lujuria a la duda e indecisión.

  • No te lo pienses tío -añade mi camionero sin dejar ni un momento de bombear-, la perrita ha venido aquí expresamente para que se la follen y cuantos más la preñen más contenta se volverá a su casa, ja, ja, ja…

Por fin el tercer camionero se decide y baja del camión, dejando la puerta del conductor abierta para tapar miradas indiscretas y tras unos minutos de tanteo en los que únicamente mira y observa, comienza a manosearme. Me mete mano por donde puede, me acaricia suavemente la espalda y el lomo con el dorso de sus manos. Estoy empapado en sudor y la noto deslizarse suavemente, casi con ternura. A continuación introduce una de ellas por debajo de mi cintura hasta alcanzar mis huevos, los agarra firmemente pero sin presionarlos y los sopesa sorprendido de su tamaño. Con la otra mano acaricia mi cabello ayudando a acompasar el vaivén de mi cabeza con el de la polla que se está tragando. Se nota su ternura, no está acostumbrado al BDSM, y en ese sentido no he de “temer” nada de él.

Al poco, el tercer camionero se saca la polla por la bragueta, abierta ya antes de bajar de la cabina, y comienza a cascársela. Es sin duda la más grande de las tres, circuncidada, de enorme capullo y ligeramente arqueada hacia atrás, se marcan en su tronco un sinfín de venas que parecen querer estallar. Resulta tan bella como dura y aprovechando que la acerca a mi rostro, mi camionero saca la suya de mi boca y se la ofrece. Este duda, pero animado, tanto por mi camionero como por mi disposición, al final accede. Me la introduce con dulzura, consciente de lo que tiene entre las piernas. Deja que sea yo quien tome la iniciativa y me propongo hacerle la mejor mamada de su vida.

La polla de aquel camionero llena por completo mi boca. Haga lo que haga y la mueva como la mueva siempre topa con alguna parte de su interior. Ahora es su capullo que roza mis dientes, ahora su tronco el que aplasta mi lengua. Apenas tengo capacidad de maniobra así que decido que sea el movimiento de mi cabeza el que haga la mayor parte del trabajo. Abrazo su glande en un suave mordisco, deslizando suavemente el filo de mis paletillas sobre su frenillo. Gime de placer y paro para alargar su éxtasis. Al poco me la meto y me la saco rítmicamente, aprisionándola fuertemente entre el paladar y la lengua, que aprovecha cada embestida para  frotarla húmeda y caliente, primero su glande y luego todo su tronco hasta los huevos. Con cada estremecimiento del camionero aumento el ritmo hasta que al final es él quien retira su polla para evitar correrse tan pronto.

Aprovecha entonces el camionero que me estaba follando para ocupar su lugar, mientras es mi camionero, ahora, quien procede a follarme. En su caso tiene la polla de mucho mayor calibre que la de aquel que le acaba de ceder el lugar, sin embargo, estoy ya dilatado y sus embestidas resultan incluso placenteras. Como hacía al follarme la boca, me penetra el coño violentamente. En cada envestida, me introduce su tranca entera, desde el capullo hasta los huevos, sin parar y en movimientos rápidos y rítmicos. Al hacerlo, el característico chocar del bajo vientre contra las nalgas se puede oír desde la distancia, ayudándote a prever la siguiente penetración. De tanto en tanto se descontrola y, o bien porque me muevo yo, o bien porque es él quien lo hace, su polla penetra en mi demasiado vertical, clavándoseme dolorosamente bajo la próstata. Es un dolor breve e intenso, que te recorre todo el cuerpo hasta estallar en el cerebro. Así pues, me concentro en mantener la posición adecuada y en rectificarla cuando preveo que es él quien no lo hace. Esto hace que me olvide de la mamada que, al unísono, estoy ejecutando y como consecuencia, que se me escape la polla de la boca, que presione con los dientes más de lo necesario o que me quede parado e inactivo. El resultado es una buena bofetada o, con suerte,  un comentario humillante y despreciativo, reclamando mi atención.

Mi camionero está a punto de correrse dentro, pero consigue sacar la polla a tiempo y detener la eyaculación. Con ella fuera, ofrece mi coño al tercer camionero, pero este lo rechaza sin decir palabra, simplemente con una mueca de desaprobación y disgusto. Insiste ofreciéndole condones, si así lo desea, pero rechaza nuevamente el ofrecimiento. Tengo el coño literalmente palpitando. Las dos folladas seguidas han conseguido que alcance ese punto en el que ya no sabe si debe cerrarse o abrirse. Tan pronto hace fuerza hacia fuera, como las contracciones de una parturienta, en un vano intento de expulsar lo que ya no tiene en su interior, como se cierra con fuerza para recomponerse.

El compañero de mi camionero, desde su follada de boca, le pregunta a este si ya he dilatado suficiente. Vuelve entonces a clavármela y aun con la polla dentro, fuerza el esfínter hasta introducir, también, un par de dedos. Los mueve junto con su polla y en el intento de introducir el tercero noto como si las paredes de mi coño quisieran resquebrajarse. Estoy empezando a llegar a mi límite pero sin embargo, tras unos momentos de lucha consigue finalmente introducir el tercero.

  • Creo que sí -Le contesta aun con polla y dedos dentro de mí- la perrita dilata bien y no tendrá problemas en recibirnos.

Aquella respuesta me estremece. ¿A qué se referirá con ese “recibirnos”?, ¿No estarán pensando…? ¿Allí mismo, en el suelo?

  • Pero no me tumbaré directamente sobre el asfalto -comenta el compañero-.

  • No te preocupes -le responde mi camionero-. Miro a ver que encuentro.

No ha acabado la frase que me desencula, y pajeándose la polla para que no se le baje la erección se dirige a la cabina, abre la puerta y ve mi ropa tendida en el suelo, delante del asiento del acompañante.

  • ¿Te sirve la ropa de la perrita? -le pregunta al compañero-.

  • Ja, ja, ja, Pero que cabronazo estas hecho -le responde este-, no te preocupes, servirá.

Mi camionero la coge y dejando la puerta abierta, como antes había hecho el tercer camionero, la extiende en el suelo formando algo parecido a una toalla.

  • Aquí tiene su cama, caballero -le dice divertido al compañero-

Este saca la polla de mi boca y se tumba boca arriba sobre ella.

  • Las he visto mejores -replica- pero hará su función-, je, je, je… Bien putita, ahora te toca a ti -me dice desde el suelo- clávatela en el coño de cuclillas.

Ni tan siquiera me paro a pensar, simplemente obedezco como un autómata. Estoy psicológicamente agotado, no me queda ni el menor arresto de reparo o precaución. He alcanzado ese punto en el que la mente desconecta, ya no cuestiona, ni decide, ni prevé, simplemente actúa, casi como si de un animal movido meramente por su instinto se tratara.

Paso una pierna por encima del compañero tumbado, de manera que me quedo de pie con un pie a cada lado. Entonces me siento de cuclillas.

  • ¡Puta estúpida! -oigo que me dice mi camionero- así no ¡perra!, mirando hacia él -en referencia al camionero tumbado-.

Ya no pido disculpas, no me quedan fuerzas para seguir el código, simplemente me vuelvo a levantar, me giro ciento ochenta grados y me vuelvo a sentar de cuclillas. Al descender busco con mi mano derecha la polla del camionero. Cuando la localizo, corrijo mi posición hasta que mi coño queda justo encima de ella. Los acerco hasta que entran en contacto y me dejo caer. Estoy tan abierto que casi no noto resistencia y tengo que hacer fuerza con las piernas para no impactar violentamente sobre el vientre de mi follador. Empiezo a follármelo en movimientos ascendentes y descendentes, pero pronto me hace señas con las manos para que me tumbe sobre su pecho. Se lo que se avecina, pero estoy preparado. Por mi como si me revientan, ya todo me da igual.

En ese punto, mi camionero se acerca por detrás, se mete entre las piernas abiertas de su compañero y se inclina hacia delante al tiempo que se agacha. Cuando su polla está a la altura de mi coño ya follado, tantea con su mano y la guía hasta él. El compañero me abraza fuertemente para que no pueda moverme mientras mi camionero forcejea para introducir su enhiesta verga entre la del compañero y la pared superior de mi esfínter. Tiene que hacer fuerza y en los primeros intentos solo consigue que su polla resbale y se escape de su natural lugar de introducción. Insiste nuevamente con más fuerza y ahínco hasta que al final consigue introducir parcialmente la punta de su glande. Mi esfínter se debate entre abrirse por completo dando paso franco a una segunda polla que podría rasgarle las paredes o cerrarse fuertemente alrededor de la polla que ya lo folla en un intento de evitar la doble penetración. Al final puede más la fuerza lujuriosa de mi camionero y ante lo inevitable se relaja dejando que lo penetre una segunda polla.

Noto perfectamente como la tranca de mi camionero se abre camino entre la primera y la pared de mi coño. A su paso, el esfínter se dilata y tensa como al piel de un tambor. Tengo la sensación de que va a estallar en mil pedazos, como un globo al pincharse. Me duele e instintivamente utilizo las escasas fuerzas que me quedan para intentar expulsarlas mediante un descomunal apretón. Grito incluso mientras aprieto, tensando en el intento hasta el último músculo de mi cuerpo.

  • Ja, ja, ja -ríe el compañero desde el suelo- parece que a tu perrita le duele.

  • ¡Que se joda! -le contesta- ya sabía a qué venía…

Mientras tanto, el tercer camionero revolotea a nuestro alrededor atónito e incrédulo. Se agacha por aquí, mira por allá, mete la mano, no quiere perderse detalle al tiempo que no para de pajearse la polla.

Mi camionero permanece quieto unos instantes. Es conocedor de que debe darle tiempo al esfínter para que dilate y se adapte a las nuevas circunstancias. Al poco, notando como yo que la tensión de las paredes disminuye, comienza a bomber muy lentamente. Mi coño protesta cerrándose de nuevo, el dolor ralla lo insoportable, pero nuevamente, lo inevitable de la situación hace que acabe por relajarse. El proceso se repite en varias ocasiones. Cada vez la dilatación alcanzada es mayor y la necesidad de cerrase disminuye. El dolor casi desaparece y dando por terminado el proceso de adaptación, mi camionero comienza a follarme como en él es habitual.

Su compañero permanece casi inmóvil. No le hace falta moverse. Ambas pollas se encuentran tan íntimamente en contacto, metidas a presión en el interior de mi coño, que el menor movimiento de una se transmite irremisiblemente a la otra. Se rozan, al hacerlo, capullo contra capullo, frenillo contra frenillo, calientes, húmedas y palpitantes, no tardando en aparecer las características exclamaciones de gozo y de placer.

Mi camionero acelera las embestidas y en ocasiones al hacerlo, como sucedía en sus folladas ordinarias, su polla acaba por perder el rumbo. Esta situación origina un exceso de tensión en mi esfínter ya llevado al límite, que vuelve a estirarse en exceso. Como consecuencia, el dolor es tan extremo que no puedo evitar retorcerme en un espasmo violento y descontrolado que suele acabar con ambas pollas fuera de él. Cesa entonces todo movimiento de penetración hasta que me recupero, iniciándose de nuevo todo el proceso.

La doble penetración se alarga y se alarga. Ambos camionero son de los “tardones” y para colmo, cuando uno nota que su compañero está a punto de la eyaculación corta en seco la follada. Estamos completamente empapados en sudor. Puedo notar como el de mi camionero se escurre por sus mejillas goteando al alcanzar la barbilla. Cae entonces sobre mi espalda desde donde regalima hacia el coño entre la comisura de las nalgas. Por el otro lado, entre mi pecho y el del otro camionero, permanentemente en contacto,  se ha formado una película de sudor, que a modo de lubricante, facilita que se deslicen el uno contra el otro.

Finalmente el tercer camionero no aguanta más. Se separa de piernas sobre la cabeza del camionero tendido en el suelo, se agacha ligeramente doblando sus piernas por las rodillas y me ofrece su polla. Aún dura y desafiante como cuando se bajó del camión, con el capullo brillante por el precum y palpitante como el corazón de caballo desbocado. Acepto su ofrecimiento y mientras los otros dos me follan, me trago su polla hasta los huevos. Ahora son dos los que embisten, así que me resulta complicado alterar su ritmo para adecuarlo al de la mamada. Además, al tenerla ligeramente arqueada hacia atrás, cuando me la introduzco hasta el fondo tiene tendencia a atascarse en el paladar, justo antes de traspasar la campanilla. Me duele, pero hace tiempo que eso ha dejado de importarme.

Mientras se la mamo, el tercer camionero acaricia tiernamente mis cabellos. Me saco su polla de la boca, deslizo la lengua hasta los huevos y con ayuda de las manos me los introduzco ambos en la boca. Cierro entonces la boca para dejarlos completamente prisioneros en su interior y empiezo a masajearlos con la lengua. A juzgar por las expresiones y convulsiones del camionero, se está deshaciendo de placer. Pero aún falta lo mejor. Con una cierta precaución, abro al máximo de sus posibilidades la boca, evitando con las manos que los huevos salgan de su interior. Tomo con mi mano derecha si verga y doblándola un tanto, la introduzco también en mi boca por la comisura de los labios. En un primer momento se queja un tanto ya que debido al tamaño de su polla, para podérmela introducir sin sacar los huevos de mi boca, la he tenido que doblar demasiado en contra de su erección. Al cerrar la boca y notarse con todo su paquete metido en mi boca se asusta e intentando retirarse.

Se lo impido cerrando con fuerza la boca. A continuación unos segundos de suave lucha y finalmente el clímax. Es tal la sensación que experimente con todo su paquete metido en mi boca que al poco estalla en una corrida descomunal. Mientras le acaricio con la punta de mi lengua la parte baja de sus huevos, su glande, clavado en lo más hondo de mi boca convulsiona al contacto con las paredes de la faringe. Tengo la boca tan llena y es tal la cantidad de lefa que expulsa por su polla que no puedo más que tragármela. Eyacula en sucesivas oleadas, cada una de las cuales acaba con el chorro de leche impactando contra la parte trasera de mi faringe. En ocasiones desciende directamente hacia el estómago y en otras se introduce en mi cavidad nasal, lo que hará que mi olfato huela a lefa durante horas.

Mientras tanto, el camionero tumbado en el suelo, aprovecha que estoy medio incorporado para trabajarme los pezones y mientras aquel grita de éxtasis yo lo hago de dolor. Al primero se le puede oír en la distancia, a mí apenas se me escucha por culpa de lo llena de que tengo boca. Pero tanto en un caso como en el otro el goce es pleno. Han atacado, sin saberlo,  mi punto débil. Mi AMO , conocedor de que un buen curro de pezones puede llegar a hacerme correr sin tocamiento alguno, se complace en ocasiones, a proporcionármelo en cines o aparcamientos, llegando incluso a exigirme que sea yo mismo quien me los autocastigue cunado el lugar es poco discreto.

El tercer camionero alcanza los últimos estertores de su corrida con convulsiones rápidas y secas mientras yo estoy a punto de vaciarme. Sin embargo, también lo están mis dos folladores, lo que deriva en embestidas más violentas y profundas que debo controlar para no lesionar mi esfínter. La situación consigue que pierda de vista mi propio placer, concentrado en el de los camioneros, cortándose a sí, de raíz, mi eyaculación cuando la leche ya se empezaba a abrirse camino desde los huevos.

Unos segundos más y mi camionero, tras una par o tres de embestidas feroces acaba preñándome entre exclamaciones, resoplidos y temblores. Se resiste al momento final con nuevas embestidas que lo único que hacen es provocarle convulsiones, hasta que se rinde a la evidencia y saca su polla de mi coño. Falta aún que se corra el camionero tumbado en el suelo. Mientras sigue follándome, mi camionero se acerca para que le limpie la polla con la boca. El camionero al que acabo de mamar aún se recupera doblado por la cintura y apoyando sus manos sobre las rodillas. Se ríe entre dientes mientras remuga palabras inteligibles por los resoplidos que intercala. Al final, el camionero tumbado en el suelo ha alcanzado su momento. Se retira entonces de debajo de mí y se incorpora rápidamente mientras no deja de cascarse una paja frenética. Acerca su polla a mi cara y tras un par de meneos más, se vacía vivo en mi rostro mediante tres o cuatro lefazos, espesos y cálidos, que cruzan mi rostro de parte a parte.

Se juntan entonces los tres en un momento de fraternal confraternización. Se miran y se ríen, mientras recuperan el aliento y la razón, entre comentarios jocosos y despectivos.

  • No ha estado mal la perrita -comenta mi camionero-, ¿Verdad?

  • Joder tío -contesta el compañero-, por mí repetía mañana mismo…

  • Ja, ja, ja, estoy tentado de pedírsela a su AMO para que me acompañe en algún viaje – replica mi camionero-.

  • ¡Ufff tío!, ha sido brutal -añade el compañero-.

La conversación sigue distendida mientras yo permanezco de rodillas en el suelo, con el coño aun palpitante y la cara empapada en lefa recién ordeñada. El tercer camionero se despide de los otros dos y mientras se sube a la cabina hace lo propio conmigo mediante una cómplice mirada de gratitud. Pasan unos minutos y mi camionero comenta:

  • Parece que le has gustado, perrita -en voz baja y discreta-, ja, ja, ja

  • Un poco rarete el tío -añade el compañero- ¿No?

  • No sé tú, pero después de una buena corrida me entran unas ganas de mear… -comenta mi camionero-

  • Ya, ya -responde el otro- pero los servicios están jodidamente lejos, je, je, je.

  • Bueno, supongo que a la perrita no le importará rematar la faena -le sugiere mi camionero-, ¿Verdad perrita?, ¿A que no te importaría?, ¡Contesta puta! –me interpela en tono enojado-.

  • No, SEÑOR, seria para mí todo un honor y un privilegio servirles de urinario -contesto por precaución-.

  • Lo ves -añade mi camionero dirigiéndose hacia su compañero-, ves cómo es una perrita obediente y complaciente… Venga ponte de rodillas encima de tu ropa -dirigiéndose a mí de nuevo-, sería de cochinos manchar el suelo, je, je, je…

Obedezco sin rechistar, solo pienso en que aquello se acabe ya, en llegar a mi casa y meterme en la cama sin tan siquiera pasar por la ducha. Me arrodillo encima de mi ropa, con el cuerpo bien erguido, rodillas separadas a la altura de los hombros, nalgas sobre los talones y las manos reposando en las rodillas con las palmas hacia arriba. Simplemente, espero. Se acercan ambos camionero con sus pollas aun morcillonas colgando. Se colocan cada uno a un lado, a escasos centímetros de mí y se concentran. El primero en soltar el cálido chorro es el compañero de mi camionero. Cuando sus meos impactan sobre mi cuerpo caliente desprenden remolinos de vapor que ascienden hasta perderse en la oscuridad. Comienza meándome el pecho y luego dirige su chorro hasta el rostro.

  • Abre la boca ¡Puta! -me increpa-.

Obedezco y al instante siento como se llena de su orina, caliente, salada y algo ácida. Procuro no tragar, más por precaución higiénica que por disgusto y los orines, al llenar mi boca se desbordan por mis labios cayendo en cascada sobre mi pecho. Al poco puedo notar como resbalan ya por mis muslos y de ahí a mi ropa. Mi camionero le sigue. Su meado es más salado que el de su compañero, más agrio incluso pero igual de caliente. Se entretiene jugando con su choro sobre mi cuerpo, llegando a mear directamente sobre la ropa. Ambas son meadas largas, de las de no haberlo hecho en todo el día, pero mientras el chorro del compañero es concentrado y a presión, el de mi camionero lo es disperso y flojo.

Acaba primero el compañero, que se sacude la polla sobre mis mejillas. Mi camionero tarda algo más, terminado en sucesivos cortes y reinicios del caño, denotando evidentes problemas de próstata. Al hacerlo se dirige a mí preguntándome:

  • ¿Dónde has metido las llaves del coche? Perrita.

  • En el bolsillo de los pantalones SEÑOR, -le respondo-.

  • ¡Dámelas! -añade-, y el pañuelo so lo llevas.

El agotamiento psicológico en el que me encuentro me impide pensar con claridad. No tengo ni idea de lo que pretende ahora y no me importa tampoco. Solo sé que cuanto antes le entregue las llaves, antes podré irme y me esmero en hacerlo con celeridad.

  • Aquí las tiene, SEÑOR -le digo mientras se las paso al tiempo que escudriño los bolsillos del pantalón empapado de meados en busca del pañuelo que también le paso una vez encontrado-.

Mi camionero envuelve las llaves del coche en el pañuelo. Al hacerlo, le sobra más de la mitad, así que rompe con los dientes el borde de la fina tela de hilo y rasga el resto tirando con las manos de ambas mitades. Arroja lo que le sobra al suelo y anuda delicadamente la que envuelve las llaves para que no se suelte. Se orina sobre el hatillo con los último meos que le quedaban y me ordena:

  • ¡Vuélvete! Perrita y enséñame el coño.

No me lo puedo creer. ¡Por favor! Que acabe ya todo aquello, suplico internamente. Más no, ¡Por piedad! Y mientras pienso en ello noto como el camionero introduce el mojado pañuelo por mi coño. Le cuesta, tanto por su forma irregular como por el material, así que tiene que forzar la maniobra. De no ser por lo dilatado que aún estaba no creo que hubiera podido conseguirlo.

  • Ja, ja, ja -se ríe el compañero-, ahora sí que puedes decir que te han bien jodido, ja, ja, ja…

  • Bueno perrita -añade mi camionero- ahora ya te puedes ir. Dile a tu AMO que nos has complacido, que solemos venir a Mercabarna cosa de una vez al mes y que gustosos le ayudaremos en tu adiestramiento, ja, ja, ja… -para finalizar con un lacónico- ¡Ya puedes vestirte ahora!

Tengo tantas ganas de irme que ni pienso en las consecuencias de lo que me acaban de hacer, ni en el significado de lo que me están diciendo. Solo sé que me han dado permiso para vestirme y que tras ello podré irme. Recojo, pues, la meada ropa del suelo y me la pongo todo lo rápido que soy capaz, sin esperar siquiera a que se acabe de secar mi piel de los orines que aún gotean sobre mi piel. Ni siquiera me paro a pensar en lo que pasará si alguien me ve de esa guisa o en que haré cuando llegue al coche. Mientras tanto, ambos camioneros se han encendido sendos cigarrillos y charlan distendidamente. Ni me preocupo de oír lo que dicen, solo de acabar de vestirme lo antes posible.

Acabo de vestirme y dirigiéndome a los camioneros me despido:

  • Ha sido todo un honor servirles, SEÑORES, me tiene siempre a su entera disposición. Pido humildemente permiso para poder retirarme…

  • Ja, ja, ja, adiós Perrita -me responde mi camionero- ten por seguro que nos acordaremos de ti.

Les dejo acabándose el cigarrillo y mientras me alejo la tranquilidad y el ánimo vuelven a mí. Me siento mojado y al caminar, mis zapatos, encharcados en meados, se deslizan bajo mis pies. Respiro aliviado cuando la consciencia vuelve a regir mis pensamientos, todo aquello ya se ha acabado y ahora tan solo me resta coger el coche y volver a casa. Procuro caminar rápido y en silencio, todo lo discretamente que me es posible en mis condiciones. Algún camionero, aun despierto me mira al pasar, entre curioso y sorprendido, pero me da igual. ¡Por fin libre!

Llego al coche con el único pensamiento de meterme en él y llegar a casa lo antes posible. Mecánicamente, introduzco mi mano en el bolsillo para sacar la llave… ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!, ¡No la llevo encima, la llevo dentro! De pronto se hacen presentes las consecuencias en las que anteriormente no quise ni pensar. Me coloco entre mi coche y la furgoneta de al lado. Me desabrocho los pantalones y mientras me agacho me los bajo. Me da ya absolutamente igual si me ven o me oyen, solo quiero acabar con aquello. Una vez en cuclillas hago fuerzas para “cagar” la llave, pero me percato que ya no estoy tan dilatado como antes y que la forma irregular del ovillo dificultarán su salida. Lucho por sacarlas, aprieto con todas mis fuerzas, me meto los dedos incluso pero resulta inútil. Empiezo a comprender que será una larga noche de agonía cuando al poco pasan por mi lado los dos camioneros camino del bar-restaurante.

  • ¡Buenas noches! perrita -me suelta mi camionero desde la distancia-, ¿no te ibas ya?, -una breve pausa y añade- ¿Has perdido algo? Perrita, me parece que las “LLEVAs” dentro, ja, ja, ja… si quieres -añade con sorna y casi gritando ya desde la lejanía -, cuando volvamos aún me queda leche en los huevos para preñarte de nuevo, ja, ja, ja, ja…

FIN