Noche de cachondeo a más de 30.000 pies (epílogo)

Un hombre de negocios y su secretaria viajan en avión a Nueva York. Este epílogo solo puede interesar a los lectores que hayan leído la historieta desde el principio.

¿Todo bien? –preguntó la azafata a María Tenas y al señor Gómez, hablando en voz baja para no despertar a la otra pasajera.

¡Ah, sí, muy bien, gracias! –respondió ella muy despierta y risueña, mirando directamente a los ojos de la chica.

¿Desean ustedes algo?

¡Uy, si tú supieras lo que deseo!, pensaba María sin dejar de fijarle la mirada en los ojos. Encontraba que aquella muchacha era era un bomboncito encantador. Pequeña. Con una melenita de cabellos rizados de color castaño oscuro. Con unos ojos brillantes maravillosos. Y seguramente con el cuerpecito bien moldeado de las niñatas que hacen footing o aeróbic tres veces a la semana.

¿Te traigo un refresco? –insistió dirigiéndose ahora directamente a María porque la miraba como si quisiera pedirle algo.

Hace mucho calor aquí ¿no? –dijo María–. ¿No podéis darle un poco más al aire acondiciondo?

Y al decir esto se da aire al rostro abanicándose con la falda. Naturalmente el matojo de su entrepierna queda al aire, pero la azafata la estaba mirando a la cara, no a la entrepierna.

El aire acondicionado está programado para que se mantenga a una temperatura estándar, pero ya miraré si está funcionando correctamente. No se preocupe. Yo también tengo calor esta noche. Y el señor ¿desea alguna cosa?

Sí, por favor. Tráigame un chupito de Cardhu.

Y otro para mi, gracias –añadió la otra volviendo a darse aire con la falda.

La azafata se alejó por el pasillo sin percatarse de que María Tenas no llevaba puestas la braguitas. O al menos aparentaba no haberse percatado.

Ahora nos comeremos también este bombón ¿verdad, señor Gómez? Seguro que usted es de los que se reponen rápido. Los que saben aguantarla tiesa tanto rato sin correrse son los que después se reponen rápido.

Pues yo no estoy tan seguro. En este momento estoy bien como estoy y preferiría seguir así. Estoy bien así. Me tomaré el chupito y creo que luego prefiero dormir un rato.

¿No le gusta esta monada? Además estoy segura de que será muy fácil, extraordinariamente fácil.

Ya sé que será fácil... pero te la dejo todita entera para ti. Yo quiero descansar un poco porque ya sabes que llegaremos al hotel a medianoche, y mañana hemos de madrugar.

Venga, señor Gómeeeez, no se haga el estrecho. Nos lo ponen en bandeja. Y después del atracón de antes, será como tomar unos postres ligeritos para facilitar la digestión.

Hablaban muy, muy bajo, para no molestar a su vecina que seguramente estaba dormida. No había movido ni el dedo meñique desde que había vuelto a su asiento junto al pasillo y, por lo tanto, aún debía llevar la botella de Nivea embutida en el coño. Más toda la crema con la que la habían embadurnado y toda la leche del señor Gómez. Además, seguía desnuda bajo la manta.

Te lo digo de verdad que no me apetece continuar –decía él tomando el chupito de Cardhu que le ofrecía la azafata que en aquel momento acababa de llegar.

Después, cuando la azafata se había retirado, y tras tomarse la mitad del chupito en un primer sorbo, añadió:

Pero tu puedes hacer lo que quieras. Mira ¿No tienes pipí? Pues puedes ir a hacer pipí y aprovechas para montártelo con esta chica. Igual resulta que ya te está esperando. Yo diría que a esta chica le va tanto la marcha como a ti. He visto como os mirabais. Ha simulado no darse cuenta que ibas sin braguitas porque ella es una profesional que ha de seguir unas normas de comportamiento, pero estas normas seguro que le permiten alguna pequeña diversión detrás de las cortinas. ¿Has visto como le brillaban los ojos?

Pues sí que tengo pipí. La verdad es que tengo mucho pipí. No sé como podéis seguir sin hacer pipí después de tantas horas y tanto meneo en los bajos. Yo sí que voy al baño.

Se incorporó y dejó el vasito de whisky sobre el asiento, como si quisiera dar a entender que estaba ocupado.

No, llévatelo. Si estáis un buen rato seguro que os apetecerá hacer un traguito.

Pasó por encima de la otra mujer, que no pareció darse cuenta, y se fue por el pasillo con el vasito en la mano. Pero volvió al cabo de un par de minutos, aunque sin el vasito.El señor Gómez también había terminado su chupito y estaba otra vez con la mano en la barbilla, como al principio de la noche. Pero ahora había cerrado los ojos. María Tenas, al sentarse, se agarró a su brazo pegándosele.

Señor Gómez..

Mmmmh?

¿Sabe qué le digo? Que lo he pensado mejor. He pensado que ahora el postre que más me apetece es quedarme pegadita a su lado.

Mmmmh... muy bien... Ahora duerme

¿Y porqué no me da un besito de las buenas noches? –ronronea.

Él parece pensar un rato la respuesta antes de decir:

Porque seguro que te refieres a un beso con lengua y... ¿No sería mejor descansar un rato?

Ahora es ella la que se queda un rato pensando la respuesta. Luego dice:

Puede darme un besito en la mejilla. O en la frente... Le prometo que con solo que me de un besito en la frente y me diga “buenas noches” ya tendré bastante, y me dormiré enseguida.

Entonces él, despacio, le toma la barbilla, le hace levantar la cara y la besa en los labios. Ella, con la misma parsimonia, se deja besar y va separando los labios. Él le pasa la lengua por los dientes, luego la cuela por debajo de los labios lamiendo las encías de una punta a la otra. Ella sigue dejándose hacer. Cuando la lengua ya entra por completo, ella sigue pasiva, aunque su propia lengua se estremece un poco. Luego las bocas se separan y ella vuelva a acurrucarse prieta contra su brazo.

Buenas noches... –dice el señor Gómez.

Buenas noches...–dice María Tenas.

Aquel beso del señor Gómez, relativamente casto pero intensísimo, la había transportado al mundo de los sueños. Con el sabor de la lengua del señor Gómez se fue durmiendo finalmente. El señor Gómez también se durmió. La otra señora hacía mucho rato que se había quedado inmóvil.

No pudieron dormir mucho rato. Al cabo de una horita escasa los despertó la azafata y una musiquita por los altavoces: “Estamos llegando al aeropuerto J. F. Kennedy de Nueva York. La temperatura es de catorce grados y el cielo está cubierto. La hora prevista de aterrizaje es la 1:15. Esperamos que el vuelo les haya resultado confortable y que podamos servirles en muchas nuevas ocasiones. Por favor, manténganse sentados en sus asientos y abróchense los cinturones”. El asiento del pasillo estaba vacío. Quizá la mujer que lo ocupaba se estaba arreglando en el lavabo. Pero pasaba el tiempo y seguía sin regresar a pesar de las advertencias por la megafonía. El señor Gómez y la señorita Tenas se miraban estrañados. Que su bolsa o su ropa también hubiera desaparecido era lógico, pero igualmente habían desaparecido otras cosas suyas, como la “Hola” y el “Casa y Jardín” que ya había leído. Cuando el avión aterriza no permiten que estés en el baño. Pero ella no estaba en su asiento. Quizá por fin había conseguido encontrar otra plaza, pero esto no se acababa de entender porque la azafata había dicho claramente que no había ninguna plaza libre. El caso es que tampoco la vieron al salir del avión, ni en los fingers, ni recogiendo las maletas.

Cuando sí la vieron fue en su tercer día de estancia en Nueva York, en una fotografía a tres columnas en una de las páginas interiores del New York Times. María se había levantado de la cama muy pronto. Aquella noche habían de tomar el avión de regreso y todavía habían de repasar a fondo los informes que su agente en Nueva York les había entregado. Un agente que, por cierto, María Tenas ya había podido repasar a fondo justo después de la reunión.

Para tomar el desayuno en la mesita de la antecámara de la suite se había puesto el camisón largo de encaje que había comprado en Versace la tarde anterior. Ella siempre se sentía más cómoda yendo en porretas cuando estaba en casa, pero tenía ganas de estrenar su nueva adquisición en aquel carísimo hotel de Manhattan para sentirse como una estrella de la época dorada del cine americano. Vio que junto al desayuno que había pedido desde la cama, la asistenta, tan discreta que ni siquiera se había dejado ver, había traído los periódicos del día. Se sirvió el café con leche y eligió un dónut relleno de chocolate y con azúcares de colorines. Mientras lo comía iba hojeando el primer periódico de los tres que había sobre la mesa... ¡y entonces la vio! Con el periódico en la mano y con la boca llena de café con leche y dónut de chocolate, corrió hacia la habitación con gran revuelo de sus encajes transparentes y saltó sobre la cama donde el señor Gómez estaba durmiendo.

Señor Gómez, señor Gómez. ¡Mire, mire!

El acabó de abrir los ojos algo aturdido y miró el periódico que María Tenas, de rodillas frente a él sobre la cama, mantenía abierto por la página donde aparecía la mujer del avión. En la foto, se la veia estrechando la mano del presidente Trump en una recepción privada mantenida la tarde anterior en el despacho oval. Y el artículo empezaba con las siguientes palabras:

Donald Trump da la bienvenida a Miss Feliciana Martínez, presidenta de la STAWF

Ayer tuvo lugar en Nueva York la XXXII convención internacional de la Fundación Internacional para la Defensa de la Moral y las Buenas Costumbres. Su presidenta, la española Feliciana Martínez de la Gándara Weissenberg, Consiliaria de la congregación de las RR.MM. Hermanitas de la Preciosa Sangre de Cristo, presidenta igualmente de la Liga Católica de Santa Úrsula y ferviente defensora de los valores que caracterizan la civilización occidental, en su discurso de apertura insistió en la necesidad de mantener una actitud de firme rechazo a la escalada de inmoralidad que actualmente se puede constatar en... bla-bla-bla... y más bla-bla-bla.

Repuestos de la sorpresa, enseguida se espabilaron. Especialmente María Tenas, que dando un salto se puso en pie sobre la cama, los brazos en jarras, las piernas abiertas y espetó al señor Gómez:

Señor Gómez, ayer planificamos que esta mañana empezaríamos a trabajar a las 9 en punto. Tenemos aún muchísimo rato. ¿Quiere seguir durmiendo, o prefiere que le haga una pajuela en la ducha, o le apetece más un polvillo para empezar la jornada?

Pues después de leer la noticia de doña Feliciana, creo que me inclino por la tercera opción.

Ella se echa a su lado inmediatamente, diciendo mimosa:

¿De modo que usted estará pensando en ella?

Estando contigo en la cama es imposible pensar en nadie más.

Será la primera vez que haga el amor con un déshabillée de 990 dólares. ¿No le parece que es mejor que me lo deje puesto? Así usted no podrá pensar que está con doña Feliciana.

Y hacen el amor entre unos encajes que simulan un jardín de lirios y azucenas. Y luego se duchan juntos. Y a las 9 en punto empiezan a repasar a fondo los informes que el día anterior les había entregado su agente en Nueva York.