Noche de cachondeo a más de 30.000 pies (3ª parte)

Un hombre de negocios y su secretaria viajan en avión a Nueva York. Los jueguecitos eróticos con los que se entretienen junto con otra viajera llegan a su punto álgido.

El morreo de coño no empieza bruscamente. Antes de poner los labios sobre los labios del sexo, parece como si María Tenas solo quisiera acariciar con la mirada. En efecto, la mujer, sentada en el regazo del señor Gómez y con las piernas bien abiertas, siente la mirada sobre su sexo como si fuera una caricia. Se siente acariciada físicamente y reconoce que se sorprende de que esto no le incomode en absoluto. Que pueda considerarse una experiencia agradable. Además, aquel señor, cuando ella se sentaba sobre sus muslos, ha echado para atrás el grueso miembro y lo ha encajado entre sus nalgas, y ahora lo siente caliente cómodamente situado en aquella otra raja.

María Tenas sigue mirando el coño que se ofrece esplendoroso bajo una breve pelusilla de color castaño claro.

¿Te lo depilas? –pregunta pasándole por encima las puntas de los dedos.

No

Pues parece el chumino de una adolescente. Es muy bonito.

Ha entendido que las formas del señor Gómez son las que pueden dar mejores resultado con aquella mujer, y que alabándole sus gracias, aunque sea exagerándolas, puede conseguir que se sienta más segura de si misma y se deje hacer. Le ha cogido la piel del labio exterior de uno de los lados, y tira de ella. Luego tira de las dos y las separa.

¡Por dios, que mojada que estás! ¡La Fontana de Trevi!–dice con voz de admiración–. Parece como si ya te hubieras corrido.

La otra no dice nada.

Esto significa que te he sabido morrear muy bien. Seguro que si hubiera seguido un rato más hubieras llegado al orgasmo sin necesidad de que te coma el chocho.

Es que ya he llegado.

¿Qué dices? ¿Que has llegado?... Has llegado... ¿a qué?

He llegado al orgasmo... antes... cuando me besabas.

¡La rehostia! ¿Y por qué no nos lo has dicho? Esto no vale. Lo tenías de decir, so-guarrilla. Yo cuando me corro lo digo, para que todo el mundo lo sepa. Y gimo. Y me exclamo. ¡Por dios! ¿Cómo puedes correrte de esta manera?

La otra no sabe qué responder y se encoge de hombros.

Mira, te voy a explicar. Yo ahora te voy a comer el coño hasta que te corras como una loca. ¿Vale? Pero tú nos lo has de ir explicando ¿Vale? y cuando ya te venga lo has de decir: “Me vengo, me vengo”, y cuando ya te vuelvas loca, pues... tu misma. ¿Vale? Pero si no es así yo no juego. Si no te voy oyendo disfrutar yo tampoco disfrutaré, me aburriré... y lo dejaremos. ¿Vale, vale?

Vale

¿Vale qué?

Vale que ya manifestaré si vuelvo a tener un orgasmo.

No. Has de decir “Vale que me comas el chocho hasta que me ponga a chillar como una loca”.

Vale que me comas el chocho y ya te avisaré si me gusta más o menos, y si me viene también te lo diré.

Nos lo dirás a los dos.

Os lo diré.

Entonces María Tenas abre el coño de par en par, tirando los labios exteriores hacia afuera, y estampa el primer gran lengüetazo sobre el clítoris.

Desde un primer momento ambas cumplen con lo que se han comprometido. La María le besuquea todo el coño, le mordisquea los pellejos de los labios, le lame el clítoris... mientras aquella mujer gime quedamente, ronronea... El señor Gómez ha subido las manos bajo la blusa y le acaricia los pechos.

¡Mmmm, sííí...!

¿Qué pasa por aquí arriba, que no me entero? –dice María dejando de lamer, pero sin separar la boca de la entrepierna de la mujer–. Explícame bien lo que te hace el señor Gómez?

Me está acariciando. Tu sigue, sigue... ahí, ahí...

Ahí significa que quiere más lemetones en el clítoris. María le da una buena ración antes de preguntar.

¿Qué dices que te está acariciando? ¿Te acaricia la nariz?

Ya sabes lo que me acaricia. Eso... ahí.. ahí...

María le da algunos lametones más.

Si quieres que te siga dando aquí has de decirme claramente qué te está tocando el señor Gómez.

Me está acariciando... Tú sigue... ¡aaaah, sí! Sigue...

Pero tu explícate mejor, para que yo te chupe más a gusto.

Me está acariciando... me está tocando las tetas... ¡Sííííííí! ¡Ah! Sigue ahí. Sííííííí! Me toca las tetas, me toca las tetas... ¡Sííííí! ¡Sigueeeeeee! ¡Aaaa! ¡Ahí, ahííííí! Síííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííí!

María Tenas no esperaba que tuviera tan rápidamente este nuevo orgasmo. Lo atribuye a la falta de experiencia. Pero, aunque breve, tampoco ha estado mal en absoluto. Da un último beso al coño de la mujer antes de incorporarse y besarla también en la boca, con mucha lengua. Da también un beso de lengua al señor Gómez y luego le pregunta:

¿Le ha gustado el saborcillo? Es el saborcillo del chumino de esta señora. Es rico, ¿verdad?

Pero antes de que pueda responder, la otra señora también hace el gesto de incorporarse.

¡Oh! No se levante, por favor. ¿No le apetece quedarse un rato descansando aquí sentada?

Pero es que pensaba que a usted... quizá ya le están empezando a doler las piernas.

En absoluto me duelen las piernas. Estoy muy a gusto con usted sentada encima de mi... usted ya sabe.

¿No le hago daño?

No. Está muy bien aquí mi amigo, entre las dos nalgas. Claro que... seguro que estaría mejor dentro de algún agujero.

Se hace un silencio de unos segundos antes de que ella diga:

¿Qué agujero prefiere?

Y él también deja pasar unos segundos antes de responder:

El que usted quiera.

No, no. Dígalo usted.

Como no tengo ninguna moneda para echarla al aire no puedo tomar ninguna decisión. Decida usted.

¡Pues por detrás!

María Tenas y el señor Gómez se sorprenden, porque recuerdan que antes ha dicho que el sexo anal no tenía ganas de probarlo. Pero la más sorprendida es la propia mujer que lo ha dicho, sin saber exactamente la razón. Quizá porque ya ha hecho hoy algunas cosas que siempre había pensado que debían ser desagradables y no lo habían sido. Y quiere probarlo todo de una vez. Y si luego ha de arrepentirse, como es bien seguro, mejor arrepentirse ya de todo sin haber dejado nada pendiente, de lo que también se arrepentiría.

Señorita Tenas, ¿tiene usted alguna crema? –preginta el señor Gómez.

Ella busca en el bolso trasparente que ha pasado por el escáner del aeropuerto y saca un pequeño bote de crema hidratante para la manos.

Está casi vacio. Tengo mi neceser en la maleta.

Entonces la otra mujer les indica que le acerquen su bolso. Se lo pone entre las piernas, lo abre y dentro de su bolsa transparente para poder pasar líquidos muestra un par de botellines de plástico flexible. Uno de ellos de Nivea. El otro, también oblongo pero algo más alargado, es de algun tipo de ungüento para lesiones musculares. Mientras los enseña, tiene el bolso abierto, y es al poderse ver un breviario y un rosario que se hace patente que se trata de una monja.

¡Umm! La Nivea irá perfectamente –dice el señor Gómez.

Y entonces vuelve a cerrar y a apartar el bolso, antes de levantarse un poco para que María Tenas proceda a embadurnarle los bajos y a embadurnar el miembro del señor Gómez.

Lo hace a conciencia. Poniendo grandes cantidades de crema. En la polla del señor Gómez, en el ano de la mujer, en su vulva... aunque se haya dicho que no va a ser utilizada.

¿Te gusta? –le pregunta Maria Tenas masajeándole el interior del coño con abundante crema.

Sí.

Pues hemos quedado que lo dirías. Porque yo necesito saber por donde quieres que te ponga crema. ¿Por aquí? –pregunta metiéndole y sacándole el dedo hasta muy adentro.

Sí.

Pues chica, que insulsa que eres. A ver si te explicas mejor. ¿Y aquí te gusta? – le pregunta ahora frotándole el clítoris con las yemas de los dedos.

¡Oh, sí! ¡Oh, sí!

Los dedos vuelven a repasarle la vagina y pasan al agujero posterior. También penetran. Sin ninguna dificultad. Se nota claramente que le gusta, porque el esfínter se dilata por sí solo y, aunque no dice nada, sí que suelta un gemido de placer para indicarlo.

María Tenas le cuela mucha crema, hasta muy adentro, con uno y hasta con dos dedos. La mujer sigue gimiendo para indicar que está de acuerdo en recibir este masaje. A María le parece que esta mujer quizá tenga el punto G en la entrada del recto, como parece ser que les pasa a algunos hombres. La cara de la monja es muy femenina, extraordinariamente femenina, pero seguro que si tuviera una pareja lésbica, ella adoptaría el papel dominante masculino de las marimachos.

Y aquí, ¿también te gusta?

¡Oh, sí! ¡Oh, sí!

Pues, solo estoy poniendo crema... ¿Te gusta que te ponga crema aquí? ¿No te parece una guarrada?

Es una guarrada pero no es desagradable.

¿No es desagradable o es agradable?

Es agradable... es... ¡aaaaaaaah!... es... agradable... ¡aaaaaaaaah!... aaaaaagradable.

Cuando el rotundo pollón del señor Gómez substituyen los dedos de su secretaria, sigue repitiendo lo de “agradable, agradable...” y entra con pasmosa facilidad. Como si aquel culo recibiera pollas diariamente.

Se quedan quietos así. Con ella sentada cómodamente, la polla enteramente dentro de su abdomen y una expresión de evidente calma y satisfacción.

¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? –le pregunta solícitamente María.

Siento un nudo en la garganta.

¿Te sientes mal? ¿Te molesta mucho esta presión en la garganta?

No, en absoluto. Solo que sorprende notar como si me llegara, por dentro, hasta el cuello... Pero estoy del todo bien.

Pues podemos quedarnos así tanto rato como queramos. Las azafatas ya hace mucho rato que no aparecen por aquí. También deben de estar durmiendo.

La otra no dice nada. Ha cerrado los ojos y mantiene la misma expresión satisfecha.

¿Pasamos el rosario? –dice irónicamente María Tenas.

No digas majaderías.

No digo majaderías. Yo me sé muy bien el rosario con todas sus avemarías. ¿Quieres ver?: “Dios te salve, María, llena eres de graciasssss...”

El señor Gómez ya se imagina que la versión que les va a recitar contendrá alguna barbaridad que molestará a la monja. Está esperando el momento idóneo para correrse dentro de su vientre y teme que María Tenas lo eche todo a perder. Por esto, decide interrumpirla.

Maria...

¿Qué quiere, señor Gómez?

¿No quieres seguir besándola aquí? –dice llevando sus manos hasta la entrepierna de la mujer–. ¿O en la boca? Dónde ella quiera... Bueno, si quiere.

Yo estoy bien así. Y si ella necesita estar diciendo siempre obscenidades es su problema. Yo no la escucho. Lo que pienso es que a usted ya deben estar doliéndole las piernas. ¿Me levanto?

¡Oh, no, por dios, no se levante! Mis piernas están perfectamente... Y además...

Como él no se atreve a decirlo, ella tiene de preguntar:

Además... ¿qué?

Pues que quería... correrme... con perdón... eyacular... aquí dentro de su vientre. Si a usted no le es molestia.

No me es molestia, esté tranquilo –le va diciendo lentamente, pero manteniéndose siempre inmóvil y con los ojos cerrados.

María Tenas entiende que habrá que explicarle que menee el culo, que lo sacuda para arriba y para abajo, que le agarre los cojones... Pero cuando va a empezar, el señor Gómez ha vuelto a tomar la palabra.

La verdad es que yo también estoy tan bien así, que preferiría esperar... y disfrutar este momento de tranquilidad. Claro que...

Claro ¿qué?

Que vamos a aburrir a la señorita Tenas. Si ella también se subiera a mi falda... quizá... si a usted le parece bien... podríamos hacerle algo a ella, lo que ella nos pida.

Sí... me parece bien... – dice, siempre sin moverse ni abrir los ojos.

María Tenas se incorpora con vivacidad, como si de pronto le hubieran venido grandes ideas.

Pues mira, lo primero que quiero es aquella botellita tuya tan bonita para metérmela en el chocho, porque yo no tengo una polla como la que tienes tú–. Y mientras lo dice ya ha sacado el botellín de linimento del bolso de la monja, haciendo a un lado el breviario y el rosario. –Y ahora... ¡allá voy! –dice después, y levantándose las faldas da una gran zancada para pasar una pierna al otro lado de las del señor Gómez, llevándo en la mano el botellín.

¿No le vamos a pesar demasiado, señor Gómez?

Estate tranquila, puedo con las dos –responde deslizándose algo más abajo y tirando las rodillas hacia adelante.

Las hileras de primera clase están suficientemente separadas las unas de las otras, y en contra de lo que él esperaba María Tenas no se sienta mirando al frente sino al revés, mirándolos a ellos. Ha tenido de pasar sus muslos sobre los de la mujer, y ha doblado las rodillas para que las piernas le quepan en esta posición forzada. Primero se ha pegado al máximo a ella, abrazándola, pero luego se echa un poco para atrás.

Perdona. Esto hay que mejorarlo –le dice.

Se baja los tirantes y se saca los pechos al aire. Después empieza a desabrochar la blusa de la mujer,pues hasta ahora siempre le han magreado las tetas por debajo de la blusa.

No me la saques. Podría venir alguien –dice, abriendo los ojos finalmente.

Pues vale. No te la saco.

La acaba de desabrochar, la abre al máximo y se la baja por detrás hasta los codos. Tiene el sujetador hecho un guiñapo por encima de las tetas, porque éste sí que se lo había desabrochado antes la María.

Esto sí que lo vamos a sacar. Para que no nos moleste.

Y después de dejar el sujetador, muy bien plegadito junto a la falda que antes habían dejado sobre su asiento, se separa un poco para poder meterse el botellín entre las piernas. La otra mujer mira como lo hace, pero no lo hace.

¿O quizá prefieres que te lo meta a ti? – dice de pronto, empezando a metérselo un poco– –¿Te cabrá con el otro cacharro metido por detrás?

Como que la otra no dice que no, lo empuja un poco hacia adentro. María Tenas piensa que es prodigiosa la facilidad con la que aquella mujer dilata todas sus aberturas. Es cierto que está remojadísima, embadurnada de crema y que el botellín no es mucho mayor que una polla normal, pero tratándose de una novata cabría esperar una mayor dificultad, junto con algún lamento de dolor. Y sin embargo el botellín sigue deslizándose hacia el interior sin que en su rostro aparezca ninguna manifestación de molestia.

Así pues, sigue penetrándola hasta dejar fuera solo una mínima parte. Le hace un breve mete-saca, mete-saca, antes de abrazarla con todas sus fuerzas y preguntarle:

¿Cómo te sientes?

Bien... muy bien.

...

Me siento muy bien.

¿Te sientes bien tan llena por delante y por detrás?

Sí, si.. Estoy perfectamente.

Pues ahora te voy a llenar también la boca –y vuelve a abrazarla con fuerza, y a morrearla, y a hundirle la lengua hasta la garganta.

El señor Gómez no ha estado quieto en ningún momento. Mientras las mujeres se habían separado un poco para verse las caras al hablar, le había vuelto a coger los pechos a la mujer y los había estado masajeando con mayor ardor que el que había desplegado anteriormente. Cuando ella había dicho “me siento muy bien” no solo respondia a la María Tenas, sino que probablemente también le decía a él que siguiera con el masaje. Él lo había intensificado, echándolas hacia arriba, machucándolas, estrujándolas como si la estuviera ordeñando y ella había repetido que estaba perfectamente. Cuando ellas se han unido en el morreo, sus manos han quedado aprisionadas entre las tetas de ambas, pero poco después las ha podido sacar y las ha estado utilizando para juguetear con las orejas de la mujer. Sus ronroneos, sus gemidos, sin dejar el ardiente beso, indican al señor Gómez que debe proseguir con los juegos en las orejas e introduce los dedos como si fuera a limpiarlas a fondo.

El morreo es largo, intenso. El señor Gómez, oye los jadeos contenidos de las dos mujeres, y entiende que están a punto de correrse. No es solo a María Tenas a quien puede oir, la otra mujer también gime contenidamente, pero con ardor. El espectáculo le pone a mil. Ya hace rato que está a mil, con el nabo introducido en aquel maravilloso orificio. El también está a punto de correrse, ni puede ni quiere alargar más, y fuerza la pelvis hacia arriba repetidamente.

Ya le viene, ya le viene... –dice la Tenas a la otra señora sin dejar de oprimir los labios contra los suyos, vinéndose ella también en un fantástico orgasmo.

En el momento en que la leche del señor Gómez llenaba las tripas de la mujer que tenía en su regazo, le mantenía los dedos en las orejas, presionando fuertemente. La lengua de María Tenas también se hundía al máximo en su boca. Y con todos los agujeros llenos, de pronto a ella le había dado un tembleque incontrolable. No gemía ni decía nada, pero las piernas estiradas le temblaban de una forma extraña, y se agitaba convulsamente. María Tenas, por un momento temió que le estuviera dando un mal telele, y quiso separarse un poco de ella para mirarla a la cara y preguntarle si se encontraba bien. Pero como que cuando la María se echaba para atrás, la otra se echaba adelante para mantenerse fuertemente abrazada a ella, entendió que aquello no era más que un orgasmo descomunal y superlargo. Por fin, se fue calmando.

¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! –parecía decir para si misma, en voz muy baja.

¿Estás bien? –le preguntó María Tenas algo preocupada.

¡Qué fuerte! –seguía murmurando entre dientes la otra.

Entonces el señor Gómez las avisó, aunque con su habitual calma:

Parece que está viniendo la azafata.

La azafata avanzaba lentamente por el pasillo mirando detenidament cada fila para ver si todo estaba en orden. En un santiamén María Tenas se escurrió a su asiento volviéndose a subir los tirantes del vestido. A la misma velocidad, la otra mujer se fue al suyo, abrochándose la blusa y cubriéndose las piernas con una manta. El señor Gómez se limitó a cubrirse con la manta, cuidando que le llegara hasta los pies.

Cuando la azafata llegó a su altura ya hacía rato que estaban muy quietos, muy compuestos, aunque la falda de María quizá estuviera demasiado levantada. No es probable que esta noche pueda suceder ya nada más que sea de interés para los lectores de “TodoRelatos”, sin embargo habrá un epílogo que solo servirá para poner el adecuado punto final.