Noche de cachondeo a más de 30.000 pies (2ª parte)
Un hombre de negocios y su secretaria viajan en avión a Nueva York y hacen partícipe de sus jueguecitos eróticos a la viajera que ocupa el tercer asiento de su fila.
Así seguían. María Tenas, desmadejada sobre el asiento de la ventanilla, con las piernas al aire hasta las ingles, parecía estar dormida. La mujer recatada, junto al pasillo, también había cerrado los ojos sentada de costado con la cara vuelta hacia los otros dos. Y el señor Gómez, sentado entre las dos mujeres, que era el único que mantenía abiertos los ojos y se preguntaba interiormente porqué en los aviones no pueden pasar mejores películas.
Se oía un pequeño ruido, quizá de alguien que jugaba con algun cacharrito electrónico.
–
Parece que hay gente que está demasiado despierta y no nos va a dejar dormir tampoco a nosotros –dijo ella sin abrir los ojos, en voz muy baja porque sabía que el rostro de él estaba justo frente al suyo.
Él le dió unas palmaditas en el muslo, sobre la tela de la falda, al tiempo que le decía:
–
¡Shhhh! Duerma, duerma... ¿No puede dormir?
–
Este ruidito me molesta bastante. Veo que usted tiene mucho más aguante que yo –le respondió sin abrir los ojos. Y luego preguntó: –¿Usted no duerme?
–
En esto sí que tengo mucho aguante: duermo poco. Pero... usted sí debe dormir. –Y le oprimió ligeramente el muslo con la mano que había decidido reposar allí definitivamente.
–
Espero poder dormir, mañana tengo mucho trabajo.
–
Apoye la cabeza en mi hombro.
–
O no... por favor... –seguía hablando con los ojos cerrados–. Como quiere que...
–
Sí, sí. Ya verá como le entra el sueño.
La hizo reclinar sobre su hombro y en el gesto le dió un besito en la frente.
–
Lo siento, pero esto es un beso de las buenas noches. Es un remedio infalible contra el insomnio.
–
Ja, Ja. –era la primera vez que reía abiertamente–. Un señor desconocido me da el besito de las buenas noches. Como el que me daba mi papá.
–
Pues eso. Ahora a dormir –dijo él volviendo a darle un apretón al muslo, y sabiendo que ella no iba a dormirse nunca.
María Tenas, sin moverse y entre sueños iba estando al corriente de lo que sucedía en los asientos de su lado. Alucinaba comprobando que su jefe estaba ablandando a un mal bicho que nadie hubiera imaginado que pudiera ser aprovechable para nada. Enteabrió los ojos y vió que estaban muy pegados y que él le había puesto la mano sobre el muslo. Pensó que quizá dentro de un ratito, ¡sería realmente alucinante!, la misma mano lograría estar situada en el mismo punto, pero por debajo de la falda.
Pero lo que pasó fue superior a lo que nunca hubiera podido imaginar. No había pasado más de un cuarto de hora de momentos de cuchichear y momentos de silencio, cuando oyó que el señor Gómez le preguntaba:
–
María. ¿Verdad que no te molesta cedernos tu lugar? Mira, tu podrías pasarte al asiento de en medio –cosa que ella hizo de inmediato–, y usted venga aquí conmigo–. Y el se sentó en la butaca de la ventanilla al tiempo que ayudaba a aquella mujer a sentarse sobre sus rodillas.
¿Cómo había conseguido que aceptara sentarse en sus rodillas, con todo el muslamen al aire, porque la falda de tubo la llevaba subida a la cintura, con la cara un poco asustada, pero no excesivamente? El señor Gómez pensaba que así como muchos de los que odian a los poderosos lo son solo por no ser ellos los que tienen el poder, también sucede a menudo que los que se quejan del libertinaje de sus congéneres son aquellos a quienes las circunstancias no han permitido ser ellos también más o menos libertinos. El hombre es él y su circunstancia, dijo Ortega acertadamente, y somos un poco lo que nos ha tocado ser. Y si a aquella mujer las circunstancias de su vida la habían llevado a ser como era, quizá otras circunstancias la hubieran llevado a ser una mujer absolutamente diferente.
El caso es que como no podía dormir, el señor Gómez, usando sus dotes persuasivas, le decía que debía relajarse y le había señalado lo bien que estaba durmiendo su secretaria ahora que se había relajado.
–
¡Por favor, qué está diciendo! –exclamó ofendida la mujer, iniciando el gesto de separarse de él. Pero él la contuvo con su voz sedosa:
–
No estoy diciendo lo que usted piensa, ¡Por dios, como voy a pensarlo! Digo que si no nos relajamos no dormimos. Pero no todos nos relajamos igual, naturalmente. Ella se ha proporcionado una relajación más... digamos... fisiológica. Otros necesitamos, porque yo también, otra clase de relajación. Y usted necesita una relajación, evidentemente. Una relajación más del espíritu que del cuerpo. Una relajación realmente relajante...
Y con tanta relajación y más relajación ya había conseguido irla relajando. Luego habían estado hablando de los métodos de relajación africanos, de los que ella sabía algo, de los orientales, de los que sabía él, de los estados místicos de la conciencia, de los que ambos sabían, para terminar tan amigos y con ella dispuesta a experimentar las formas de relajación que conocía el señor Gómez. Fue cuando le dijo que tenía de sentarse sobre sus rodillas y ella dijo que no quería montar un número en el avión, que él la hizo pasar al asiento de la ventanilla, donde estarían más protegidos de miradas ajenas.
Si decimos que la hizo pasar, no que se lo propuso, es porque para entonces ella ya parecía haber perdido sus temores y aceptaba lo que él dijera sin vacilación. Por esto mostraba aquella expresión tranquila, aunque todavía le quedaba algún recelo y la procesión iba por dentro. Para poder pasar del asiento del pasillo al de la ventanilla por encima de las piernas de María Tenas, que ocupaba el asiento central. se había tenido de subir la estrecha falda tubo. Al dar la zancada, la falda se había acabado de subir, y ahora era un guiñapo enrollado en el vientre. Fue al verle las bragas blancas e inmensísimas que los otros empezaron a pensar que era una monja, aunque antes de intentar dormir no se había santiguado ni hubiera rezado con un breviario, como hacen las monjas.
Además, si que intentó bajarse un poco la falda, pero como estaba sentada en las rodillas del señor Gómez no pudo acabar de hacerlo bien. Además él le decía:
–
No se preocupe, hoy es normal. La que tiene de hacer es relajarse.
El señor Gómez le puso una mano plana sobre la barriga y la otra en los riñones.
–
Enderece el tronco, más, estire el tronco al máximo. Así. Respire hondo.
Le hizo repetir el ejercicio varias veces, mientras él la presionaba con las manos cada vez más fuertemente. Después de varias aspiraciones, con el torso erecto al máximo y reteniendo el aire en los pulmones, él le dijo:
–
Ahora pasaremos a la segunda fase. Piense en una palabra que nunca se atreva a decir. No la diga. Solo piénsela. Busque dentro de su cabeza esta palabra que nunca dice y manténgala en la cabeza. Una palabra que la gente diga pero que usted no la dice porque le parece grosera. No la diga. ¿La tiene en la cabeza?
–
Sí.
–
Dígala.
–
No.
–
Sí, sí. ¡Dígala! ¡Atrévase!
–
No voy a decirla. No puedo.
–
Sí que puede. Para relajarse ha de escupir esta impureza que tiene en la cabeza. ¡Escúpala!
–
...
–
¿Lo endiente, no, que si quiere relajarse ha de sacar estas pequeñas impurezas de su cabeza? Pues saque esta impureza. ¡Dígala!
–
Polla.
Lo ha dicho en el mismo tono bajo en el que han estado hablando todo el rato. Luego el prosigue:
–
Ahora vacie todo el aire de los pulmones. Así. Del todo. Vuelva a tomar aire.
Cada vez que expira a fondo el le aprieta el abdomen con toda la fuerza de sus manos abiertas. Ha abierto aún más las piernas, exhibiendo el muslamen en todo su esplendor sin que esto parezca preocuparle demasiado. Seguro que aquel señor tan educado tiene toda la razón del mundo diciendo que es normal. Sí, hoy es normal enseñar las piernas. Todo el mundo lo hace.
–
Ahora saque el aire y saque la palabra al mismo tiempo.
–
Pooooooooo... –dice al aspirar– llaaaaaaaaaaa–. Dice al expirar. –Poooooooooo... llaaaaaaaaaaa, poooooooooo... llaaaaaaaaaaa...
–
¡Uf, qué bien lo ha hecho! ¿No se siente mejor?
Y ella se pone a reir abiertamente, aunque siempre sin hacer demasiado ruido. Luego, como para seguir relajándose vuelve a aspirar aire y a erguir el torso.
–
Tiene las tetas más grandes que las mías –suelta entonces la María mirando alternativamente el busto de la mujer y al señor Gómez.
–
O le dice a esta chica deslenguada que se calle o me voy a mi sitio de inmediato –dice la monja.
–
Es imposible hacer callar a la María, pero no le haga caso y siga respirando hondo. Esto es muy sano– dice él volviendo ha presionarle el abdomen–. Y lo que le entre por una oreja que le salga por la otra. Una circulación tan suelta de sonidos desatendidos revoloteando por la cabeza, paseando por entre las neuronas sin activarlas, también debe ser una cosa sana. Sirve para aprender a hacer oídos sordos para cuando más convenga hacerlo.
–
Pues si ella puedes decir “polla” ¿por qué yo no puedo decir “tetas”? –insiste la María.
Pero a la otra le parece mejor seguir el consejo que le han dado de hacer los oídos sordos, porque el tratamiento de relajación al que la tiene sometida el señor Gómez le resulta extraordinariamente agradable y quiere continuar. Las manos del señor Gómez han empezado unos movimientos circulares sin ceder en la presión, lo cual es todavía más placentero, y junto a las palabras destendidas de María, que sigue murmurando medias obscenidades, por su cabeza revolotean ahora también diversos pensamientos: si sus pechos son más o menos grandes, si siente un calorcito en el bajo vientre, si ha sido correcto repetir tantas veces aquella palabrota, si es correcto dejarse tocar la barriga por aquel señor... Esto último lo piensa porque la María acaba de decir:
–
No estoy enfadada contigo porque no me dejes tocar tus tetas, pero reconoce que eres una estrecha que solo se deja tocar la barriga. Mucho decir “polla”, pero serías incapaz de hacer una simple mamada a una buena polla.
Los otros dos siguen callados. Mientras una mano presiona por delante haciendo círculos en un determinado sentido, la otra lo hace por detrás en sentido contrario. Con fuerza variable. En algunos momentos con mucha fuerza. Ella se mantiene erguida y respira con fuerza. Si cierra los labios, la respiración se le convierte en un pequeño gemido.
Se siente a gusto y sabe que esto es, simple y llanamente, porque alguien la está tocando. Alguien la està tocando mientras oye determinadas palabras obscenas que quedan mariposeando por su cabeza. Es consciente de que todo esto no está bien. Sabe que luego se arrepentirá. Pero está decidida a seguir.
Desde muy joven estuvo siempre decidida a seguir el camino de la castidad. A los dieciocho años tuvo un breve romance, y por un tiempo cambió de idea. En una ocasión, cuando ya había presentado el novio a la familia e iban a todas partes como pareja formal, hicieron el amor. Era la primera vez para ambos y no fue una experiencia muy afortunada, aunque en el plano sentimental sí fue gratificante, y mucho, para ella. Pero luego él se enamoró de otra y ella retomó la decisión de mantenerse casta, decisión que había seguido a rajatabla hasta aquella noche.
Una noche en la que ha decidido dejarse tocar por un señor, dejar que una chica desvergonzada diga obscenidades sin hacerla callar... ¿Por qué? Porque le han puesto en bandeja la oportunidad de saber como es en vivo todo aquello que solo sabe en teoría. La teoría que se ve, quieras o no, por todas partes de la vida cotidiana y en internet. Periódicamente se ha encontrado, sola en su habitación, con que una página pornográfica de internet ocupaba la pantalla de su ordenador y la ha estado mirando, y navegando por otras páginas similares. Por curiosidad. No para darse ningun placer, ya que no se lo ha dado más que en un par de ocasiones de las que después se ha arrepentido, sino para saber sobre el tema, para ampliar su cultura general. Incluso para no sentirse como una imbécil que desconoce por completo cosas del sexo que aparecen incluso en la Biblia.
Cuando sus pensamientos llegan aquí ya tiene absolutamente decidido que si aquella chica le acaba tocando los pechos no se opondrá. Y que si aquel señor le propone hacer el acto sexual dirá que sí. Finalmente, no será la primera vez. No será un pecado tan insólito.Tiene cuarenta años y siempre ha sido agraciada. La vida sana que lleva le sienta bien, parece tener un cuerpo perfecto y aunque sus magníficos pechos ya empiezan a caer, ya no son lo que eran cuando su primera vez, todavía deben ser suficientemente apetitosos.
Al cabo de un momento, María Tenas insiste:
–
¿Te has dado cuenta que él te ha hecho decir “polla” más de veinte veces, pero que él es incapaz de decir una palabrota como ésta? ¿No te parece una injusticia?
–
La señorita ha escupido esta palabra porque le molestaba –interviene ahora el señor Gomez sin dejar de hacer su faena–, pero este tema ya está resuelto. No se hable más.
–
Pero sigue usted sin decir “polla”.
–
Porque no hace ninguna falta decirla –dice suavizando el masaje, casi deteniéndolo.
Pero como la María no parece satisfecha añade:
–
La diría sin ningún problema en una frase en la que cumpliera una función, en el contexto adecuado, pero en una conversación normal entre gente educada esta palabra no la he utilizado nunca.
–
¿Lo ve? Sigue sin decirla a pesar de que se la ha hecho decir a esta señora cien mil veces. Esto es injusto. Yo, si fuera ella, le exigiría inmediatamente que dijera “polla” al menos una sola vez. Y si quiere decirla en un contexto adecuado éste es su problema.
–
Prefiero no hacerlo porque ella tampoco ha creído que sea una injusticia, porque no lo es.
–
¿Por qué no? –pregunta ahora la monja mirándolo burlona.
–
¿De verdad quiere que la diga?¿No se molestará?
–
Solo para reparar el desequilibrio de que yo la haya dicho y usted no. Esto me hace sentir algo insegura. No me relaja –añade con una punta de ironía–. No sé si he hecho bien diciéndola ya que usted no es tan mal hablado.
Y como él parece estar dudando de ofenderla con una palabra soez, debe aún insistir bastante más:
–
Debe decirla, creo yo. Para quedar empatados. Puede decirla en un contexto adecuado, si quiere. Si usted cumple con lo que le pedimos yo no me molestaré porque haya dicho una palabrota, y también cumpliré con lo que usted me diga como he hecho hasta ahora. Esté tranquilo.
Entonces, él dice reposadamente:
–
Señorita, sería usted tan amable de chuparme la polla.
Inexplicablemente la mujer da un giro rápido sobre sus talones y sin decir palabra se arrodilla entre las piernas del señor Gómez. Le abre la cremallera y le saca un miembro a medio empinar que inmediatamente toma con las dos manos y se mete en la boca.
Es un miembro gordote y no muy largo, un poco rústico. No se corresponde en absoluto con la elegancia del señor Gómez. Pero a penas se ha podido ver durante un breve instante, el que ha trascurrido desde que salía de la bragueta del señor Gómez hasta que ha desaparecido entre las manos y en la boca de aquella señora.
–
No, no, así no. Lo estás apretando demasiado, le harás daño –se exclama María Tenas que se ha arrodillado a un lado desde el primer momento–. ¿No lo has hecho nunca o qué?
–
Claro que no lo he hecho nunca.
–
Pues ya te explico yo como se hace: Las manos en la parte de abajo, apretando pero sin pasarse, y en la boca todo lo que te puedas meter, al màximo. Para empezar no vayas para adentro y para afuera como has visto en las películas guarras. Dale lametones dentro de la boca. Así. ¿Le estás dando lametones?
La otra le hace un gesto con la mirada para indicarle que sí, que está jugueteando con la lengua entorno de aquel troncho de carne tibia.
–
Como la tienes muy metida al fondo, con una mano tienes sificiente para agarrarla bien por toda la base. Puedes utilizar la otra mano para hacerle cosquillas en los huevos. Esto es fundamental. Les encanta que les rasquen los huevos.
María se siente como una maestra de primaria, porque aquella mujer es realmente una primeriza. De todos modos a chupar pollas se aprende deprisa y ella no es tonta en absoluto.
–
Ahora te la puedes ir sacando, despacio, y le sigues dando lametones por todos los lados. ¡Uf, que lengua que tienes, cabronaza! Así, con la lengua bien ancha y extendida, le vas dando pasadas bien fuertes. Piensa que es un caramelo. Pon la lengua en la punta ¿Tiene algún sabor? ¿Notas el sabor de la gotita preseminal?
La mujer, se encoje de hombros. No está segura de notar ningún sabor.
–
Pues si no notas ningún sabor te lo imaginas, porque a las pollas hay que tratarlas como si fueran caramelos. Y si no le encuentras el gusto, llamamos a la azafata para que nos traiga mermelada. ¿Llamamos?
–
Déjate de azafatas –dice rápido para poder seguir lamiendo, cosa que, con sabor o sin él, parece que le guste mucho.
–
Y no te olvides de los huevos. ¿Ya le estás trabajando los huevos?
Ella se ha vuelto a meter el miembro en la boca y en lugar de contestar levanta el codo para que María lo pueda ver mejor
–
Así, así... muy bien. ¡Uy, que cojoncitos tan chulos! ¿No son chulos?
Ella, que va alternando la mamada y los lametones por fuera, los mira y esta vez no se encoje de hombros.
–
¿Son los primeros que ves?
–
Cómo quieres que sean los primeros que veo.
–
Como dijiste que ésta era tu primera mamada...
–
Pero testículos se ven a cientos en los hospitales, en las misiones...
–
¡Uf, hay negros que los tienen gordísimos...! Pero estos también son bonitos. Todos los cojones son bonitos, ¿No es verdad?
–
Tiene razón tu jefe, cuando dice que a ti no hay quien te haga callar. ¿Quieres seguir tu, que seguro que lo haces mejor, y con la boca llena estarás callada?
–
Yo con la boca llena también puedo seguir hablando, ¿quieres verlo?
La otra se aparta y con la mano que tiene cogido el miembro por la base lo dirije hacia la María, que se lo mete en la boca de inmediato.
–
¿Ves como sí que se puede hablar con una polla en la boca?¿Entiendes lo que digo?
Aunque con la voz deformada, se la entiende perfectamente. Luego añade:
–
¿Cómo puedes decir que no tiene sabor? ¡Está riquíííííísimo!
–
Sigue tú, que lo vas a hacer mucho mejor. Además, hablando de injusticias, ahora soy yo la que me siento cometiendo una injusticia, con esto para mi y tu solo mirando, con lo que te gusta.
–
Nada, nada. El señor Gómez te lo ha pedido a ti. Yo solo miro. Pero te juro que me encanta mirarte. Te han venido unos colores preciosos a la cara, y estás guapísima.
Sigue de rodillas, sentada sobre los talones, con un brazo sobre el muslo del señor Gómez, y mira arrobada a la cara de la mujer.
–
Si estuvieramos en una cama, ahora me pondría a comerte el chocho –le sigue diciendo–. Las mejores mamadas yo las hago cuando alguien a la vez me está comiendo el chocho. Seguro que a ti también te gustaría.
–
Seguro que no. Pero como no estamos en una cama y no lo podemos probar no hace falta ni pensarlo –dice sin dejar en ningún momento de acariciar lo que tiene entre las manos.
–
No estamos en una cama, pero también se pueden probar muchas cosas. Hoy es el día de poder probar cosas que nunca habías probado. ¿Eres virgen?
Ella no se inmuta por la pregunta. Está enfrascada pegando lengüetazos a su polla, porque ya parece que la haya convertido en un objeto de su exclusiva propiedad, y todavía se entretiene en un nuevo lametón antes de responder:
–
No.
–
Pues mucho mejor. Por delante ya lo has hecho otras veces ¿Y por el culo?
–
No lo he hecho otras veces: lo hice una vez, hace tiempo. Y de acuerdo en que me gustaría probar algunas cosas de las fundamentales, ahora que ya estoy puesta, pero por detrás no tengo ningunas ganas de probar nada.
–
Pues una de las cosas fundamentales que deberías probar es a decir “culo” en lugar de decir la parte de atrás.
–
Por el culo no tengo ganas de meterme nada.
–
Así está mejor. Y por cierto, me caes morrocotudamente bien. ¿No quieres probar lo que se siente besando a otra mujer? ¿O esta es otra de las cosas que no quieres probar?
–
Esta es una cosa que no se me había pasado por la cabeza probar.
–
Pues ahora que ya la tienes en la cabeza ¿qué me dices?
–
Creo que sí que estoy interesada en probarlo. Pero ahora no. Ahora estoy ocupada con esto. Cuando él haya eyaculado ya veremos si seguimos interesados en seguir probando cosas.
–
¡Oh, no, porfaaaa...! ¡Ahora! ¡Ahora! Yo no quiero esperar. Señor Gómez, dígale a esta señora que me dé un piquito.
Esta última frase la dice con voz lastimera, como si no pudiera esperar más. Entonces la señora, sin dejar de masajear el cipote del señor Gómez, le da un besito fugaz en la mejilla, aunque muy cerca de la boca, en la comisura de los labios. Luego, de inmediato, ha vuelto a inclinarse sobre el cipote que tiene entre las manos y se lo ha hundido hasta la garganta.
–
¡Ah, no. Tramposa! Ya sabes que no era eso a lo que me refería. Señor Gómez, ¿puede decirle que a usted le va a gustar un montón ver como nos morreamos?
Como el permanece callado, María Tenas insiste:
–
¿Puede decirle que a usted le va a gustar un montón ver como nos morreamos mientras ella le sigue dando a la zambomba?
–
Ella no le da a la zambomba. Me lo está haciendo maravillosamente bien. Muy suave... Así puedo durar mucho... y me está dando mucho placer. Mucho placer...
–
Pero ¿no quiere vernos morreando? Todavía tendrá más placer.
–
Si, claro que tendré más placer. Pero esto es cosa vuestra. Yo no sé si puedo pediros que me deis todavía más placer.
–
Pues va usted a ver lo que es bueno.
Se pone un momento en pie para alcanzar al led individual e iluminar intensamente justo el punto donde estan las cabezas de las dos mujeres, y la polla del señor Gómez, claro.
Entonces María Tenas toma la barbilla de la otra mujer para hacerle soltar lo que tiene en la boca y dirigir el rostro hacia ella. Sigue con la mano en la barbilla y le pone los labios sobre los de ella con suavidad. Sin presionar.
–
¿Esto sí que lo habrás hecho otras veces, no?
–
No.
–
¿No lo has hecho con ninguna amiga del trabajo? ¿Con alguna amiga?
Al hablar, el roce de los labios, que siguen unidos, se convierte en un dulce toqueteo.
–
No lo he hecho nunca.
–
¿No lo hacíais en la escuela, las amiguitas? ¿Erais tontas?
–
No eramos tontas. Y no lo hacíamos.
María Tenas añade unos mordisquitos y algún toque con la punta de la lengua.
–
Pues... si te parece bien... te enseño como se hace un buen morreo, ¿quieres?
–
Me parece... bien...
En ningún momento separan los labios. María Tenas está callada un buen rato, mientras va intensificando los mordisquitos por el labio inferior, por el superior, por el centro, más cerca de las comisuras... Luego aún va diciendo alguna frase entrecortada.
–
Hay que empezar siempre muy suavemente. Es tan, tan agradable... Tu ves haciendo lo mismo que hago yo, sígueme el ritmo.
Esta última frase era perfectamente innecesaria, porque desde el principio la otra mujer les seguía el ritmo, y repetía a la perfección cada avance en los roces de las lenguas, o en los mordisqueos de los labios. En algún momento es ella la que se avanza al programa llevando su lengua hasta el fondo de la boca.
–
No quieras correr tanto... Bueno, vale. ¡Hostia, qué lenguaraza tienes, so-cabrona!
A partir de aquí el morreo se intensifica, los labios se aprietan acoplados, las lenguas se entrelazan. María Tenas le pasa una mano bajo la blusa, le desabrocha el sostén y le agarra una teta. Siguen morreándose. El señor Gómez empieza a jugar con la otra teta.
En un momento, la María afloja un poco el ritmo para poder decir:
–
No te preocupes tanto por lo que te hacemos con las tetas. Concéntrate en la boca. Todos tus sentidos concentrados en tu boca. Lo que te pase en las tetas es solo como una música de fondo.
Y vuelve a hundir su lengua hasta la garganta de la otra mujer. Luego vuelve a sentir la fabulosa lengua de la mujer paseando por el paladar y hasta por la campanilla, antes de volver a girar en torno a su propia lengua. Siguen así un buen rato y cuando al fin se separan están exhaustas.
–
¿Qué le ha parecido, señor Gómez? ¿Le hemos dado un buen espectáculo?
–
Ha sido un espectáculo espléndido –responde él. Y luego, manteniendo en la cabeza la idea de que la mujer pueda ser monja añade: –La expresión más espléndida posible del amor humano... auténtico amor humano.
–
¿Y no le parece que esta señora tiene la piel muy fina?
Ellos dos aún mantienen sus manos sobre los pechos de la mujer, y al tiempo que hace la pregunta aprovecha para dar al suyo un apretujón cariñoso.
–
Muy, muy fina. Da gusto tocarla. Usted perdone. –y considerando que con el “usted perdone” ya ha pedido permiso suficientemente, se recrea acariciando ta teta que le ha tocado en suerte.
Por un buen rato, se entretienen en aquel magreo de las domingas de la mujer. Dándoles pequeños apretujones, alzándolas como para sopesarlas.
–
¿La suya está tan fina como la mía? ¿Nos permite? –dice María Tenas, imitando con el “¿nos permite?” el estilo educado del señor Gómez y pasando su mano al lado de la de él.
Durante otro rato la magrean en equipo, ahora la teta de la izquierda, ahora la de la derecha. Luego vuelve a ser María Tenas la que vuelve a hablar:
–
Ahora... ¿sabe qué?... le comería el chocho. ¿No le gustaría mirar, señor Gómez, como le como el chuminito a esta señora.
–
Yo, encantado. Pero, claro, esto depende de ella.
Ella no dice nada, lo que naturalmente significa que está dispuesta. Por esta razón, la María se dispone a organizar una comida de chumino en toda regla.
–
Venga, bonita. Ponte de pie para que te pueda sacar las bragas.
La otra lo hace, no sin un cierto pesar por haber de dejar de tener en las manos aquel cipote que tanto rato lleva ya masajeando.
–
Tranquila, que aquí se espera. Además, el señor Gómez va a estar encantadísimo con el nuevo espectáculo que le vamos a dar. Mira, ¿Sabes qué? Que también te saco la falda, que no se arrugue.
Y mientras dice esto ya le ha desabrochado la presilla lateral y el botón y se la ha bajado hasta los pies. Ella los levanta para poder retirar la falda, sin necesidad de que nadie se lo indique, y al hacerlo con tanta diligencia está mostrando su entero consentimiento a lo que María Tenas pretenda hacer.
Lo que hace, primero es entretenerse doblando la falda con el mayor esmero y depositándola cuidadosamente en la butaca del lado del pasillo. Mientras tanto, ha visto ya que bajo los faldones de la blusa aparecen unas bragas blancas de algodón grueso del año de la catapún, unas bragas de monja. Y también se las saca con resolución. Al doblarlas, con el mismo estilo delicado utilizado con la falda, ve que el interior de la parte delantera y de la entrepierna está completamente mojado.
–
¡Mire! ¡Mire, mire, señor Gómez! ¡Ha empapado las bragas, la guarrindonga! Es un encanto. Tenga, señor Gómez, quédeselas usted que a mi no me harán falta. Yo ya voy a chupar directamente de la fuente.
Mientras habla, ha hecho salir a la mujer de entre las piernas del señor Gómez y se ha puesto ella, de rodillas y agachada. Luego le ha hecho levantar una pierna y pasarla por encima de las de él hasta quedar sentada a horcajadas, de cara hacia adelante del avión. Como él ya tiene las piernas abiertas, porque entre ellas está María sentada sobre sus talones, la mujer ha de tener las piernas muy abiertas. Nota como, a su espalda, él la abraza por la cintura con delicadeza, mientras María le clava los ojos en la entrepierna que se muestra en todo su esplendor, absolutamente abierta, y se relame. Aún cree que falta algún detalle, y haciéndolos incorporar un poco, baja los pantalones del señor Gómez hasta los tobillos para que no se arruguen demasiado o se manchen. Vuelve a mirar el coño esplendoroso. Vuelve a relamerse.
–
¡Mmmmmm! ¡Qué maravilla!
Pero para leer la comida de coño que se ha estado preparando los pacientes lectores deberán esperar al próximo episodio.