Noche de Brujas
Zion es un joven brujo perfeccionista y reservado, recién egresado de la academia. Su primera asignación es en una aldea pequeña, cerca de la comunidad de licántropos. A pocas semanas de su traslado deberá lidiar con el asedio de niños alborotadores, disfrazados de personajes de Disney y mal producidos monstruos. Quienes no han cesado de importunar en su casa, pidiendo caramelos a cambio de no gastarle ninguna jugarreta. El repiquetear insistente del timbre, lo hace levantarse furioso de su mesa de trabajo. Para dirigirse a la puerta y soltarles, a los insistentes mocosos, una buena reprimenda. Pero, ¡Oh! ¡Sorpresa! No es un grupo de alborotados pre-púberes los que irrumpen su tranquilidad, tan entrada la noche. Para Zion aquella Noche de Brujas, la frase: dulce o truco, tendrá un nuevo significado.
“Noche de brujas”… Qué forma tan humillante de denigrar su profesión. Si su abuela aun estuviese viva, hubiera despotricado lanzando aguaceros que durasen semanas enteras, para cobrarse el agravio por la forma en la que las culturas modernas se habían encargado de desvirtuar una festividad tan importante para los de su linaje. Convirtiéndola en una absurda y comercial congregación de mocosos ruidosos, disfrazados de personajes de Disney o remedos de duendes, fantasmas y demonios. Cuyo único propósito, en esta noche, es la de importunar en las casas de personas ocupadas, como él, con exigencias de caramelos a cambio de no gastarles ninguna jugarreta.
Podría asegurar que el instigador de que aquella festividad se tornara en una burla para ellos: Los brujos y brujas reales, había sido algún Hada. Aquellas criaturas tan pegadas de sí mismas que no soportaban la idea de compartir, parte de su sangre, con simples humanos. Ni que la Reina a la que le rendían culto, los bendijera con algo de su magia y la capacidad de realizar pociones utilizando las plantas que ellos tan devotos protegían.
Noche de brujas… Volvió a refunfuñar ofendido, Zion. ¡¿Y los brujos qué?! Acaso los condenados aladitos plateados, insinuaban que su existencia no era importante o que su trabajo debía realizarlo a cambio de dulces. No es que le pagasen demasiado. Era un hechicero recién salido de la academia, con habilidades impresionantes, pero con muy poca experiencia para hacerse un nombre y aumentar su salario. Suspiró para espantar su mal humor y se concentro en la pócima que estaba preparando. Era un brujo demasiado ocupado, con solicitudes que requerirían de sus servicios, hasta terminado el invierno.
El timbre de su puerta comenzó a sonar, de nuevo. Era la decima vez, en las últimas dos horas, que era interrumpido por el repiquetear de ese aparato. Decidió ignorarlo. Al cabo de unos minutos, los molestos púberes se cansarían y se marcharían derrotados a sus casas, igual que el grupo que se había detenido antes. Pero al parecer la obstinación de estos últimos era mayor a la de sus predecesores. No cesaban en su afán de presionar el aparatito, inundando con su molesto sonido la estancia; desconcentrándolo de sus obligaciones.
Había sido una mala idea lanzar un hechizo sobre su vivienda para que pareciera bastante sombría y tenebrosa. El propósito había sido amedrentarlos para que huyeran espantados, pero muy a su pesar, había conseguido el efecto contrario. Había despertado el entusiasmo de aquellos críos, transformando su insistencia en algo demasiado molesto.
Al ver que no pretendían marcharse, Zion se dirigió con paso furibundo a la puerta de entrada, para soltarles una buena reprimenda.
—Por enésima vez. Que no tengo dulces mocosos…. —«molestos», masculló nada más abrir la puerta, ahogando la última palabra.
Su sorpresa fue grande al darse cuenta de que no era otro grupo de infantes, los que se habían propuesto importunarlo tan entrada la noche. Si no que se trataba del hijo menor del Alfa de la comunidad de lobos, quien estaba de pié en el umbral de su puerta, con el rostro cubierto con una ridícula mascara plástica de lobo.
—Un hombre lobo, disfrazado de lobo... ¿En serio? —preguntó carcajeándose.
—Dulce o truco —soltó el muchacho adentrándose en su morada, obligando al brujo a retroceder, para darle espacio.
—Estoy demasiado ocupado para tus jueguitos —se quejó cruzándose de brazos, sintiéndose ofendido por la irrupción a su morada.
El joven lobo no se inmutó por su protesta, se dedicó a inspeccionar con su todo el espacio a su alrededor. Acrecentando el enojo del mayor.
Zion había tenido una semana demasiado demandante. Con peticiones egoístas por parte del Alfa del clan de lobos, del de los pumas y, con menor frecuencia, del líder de los zorros asentados en la montaña. Sintió la tensión en los músculos de sus brazos, al presionarlos con mayor severidad sobre su pecho y el crujir de los huesos de su columna, sonar bajo su nuca, en cuanto ladeo la cabeza para acentuar su expresión de enfado.
No entendía como comunidades tan pequeñas de cambiformas, podían meterse en tantos líos. En las pocas semanas, desde su traslado a ese valle, había tenido que encargarse de solucionar los estragos causados por las correrías de los cachorros a las ciudades cercanas. Realizar conjuros de sanación demasiado agotadores, para ayudar a curar las profundas heridas de los más jóvenes, obtenidas por su insistencia en enfrascarse en peleas con los clanes rivales para demostrar a su poderío. También conjuros de desamor, para aquellos que no contentos con alzarse en pullas con sus vecinos, terminaban acoplándose con hembras que no perecían a su especie.
Comenzaba a preguntarse si no había sido aquello lo que había motivado al anciano brujo de aquel sector a jubilarse de forma tan repentina, para retirarse a pasar sus últimos días, en la aldea de brujos escondida en los Andes. Su condición no era tan lamentable como para que se hubiese visto en la necesidad de abandonar su puesto de trabajo.
—En serio, no estoy de humor para tus jueguitos —volvió insistir, pero continuó siendo ignorado por el cachorro.
Aunque decir cachorro era subestimar al muchacho. Con cinco años menos que él, a sus diecinueve años, medía casi dos metros de altura. Le sobrepasaba por al menos treinta centímetros y ostentaba el doble de musculatura que el brujo. Algo normal en los jóvenes de su especie. Apuntaba como candidato seguro para ser el próximo Alfa de su clan, una vez su padre se hubiese retirado.
Con esa escusa se le pegaba como lapa, en todas las ocasiones que Zion se acercaba a su comunidad, para realizar sus labores. Asaltándolo con preguntas indagatorias sobre el funcionaba algún hechizo, o curioseando sobre los ingredientes de alguna pócima. E interrogatorios demasiado irritantes, como: ¿Si el rojo intenso de su cabello era natural o producto de algún tinte? ¿Y si todos los brujos recién salidos de la academia eran igual de jóvenes, atractivos y reservados?
Había hecho todo lo posible de zafarse de su constante acoso y de ignorar el hormigueo que recorría en toda su piel, para concentrarse en su bajo vientre, cada vez lo tenía demasiado cerca. No necesitaba distracciones que lo alejaran de su meta: Hacerse de una buena reputación como hechicero, labrarse un nombre lo bastante reconocido, para abandonar aquella aldea miserable y trasladarse a una ciudad más sofisticada, donde sería valorado y cotizado como merecía.
—Dulce o truco —demandó el licántropo, interrumpiendo su corriente de pensamientos.
El joven cambiaformas se quitó la máscara y avanzó en su dirección, mirándolo de forma depredadora y lasciva. Extendió sus garras y de un zarpazo le desgarró la camisa dejando a la vista su pálido pecho. Zion se sobresaltó pero no tuvo tiempo de reaccionar. El muchacho le dio vuelta reclinándolo sobre su mesa de trabajo, arrojando al piso varias de las pociones que había estado elaborando.
—¡Hey! —gritó exasperado—. ¡No destruyas mi trabajo!
Intentó defenderse zafándose de su agarre, pero el lobo lo presionó con fuerza contra la superficie de madera impidiéndole la movilidad. Con su otra mano, desabrochó el botón de sus vaqueros y hurgó en su ropa interior.
—Parece que voy a tener que buscar mis golosinas, por mi mismo—dijo en el oído del brujo, pasando después, la lengua por la sensible piel de su cuello, provocando que su cuerpo se estremeciera de forma incontrolable.
—¡Dente de una vez lobo! —exigió Zión, forcejeando otra vez.
—Noah… —le interrumpió el joven reforzando el agarre sobre su espalda— Te he repetido mi nombre una infinidad de veces —masculló molesto.
El lobo agarró la cinturilla de los calzoncillos de Zion, bajándolos por sus piernas, arrastrando junto a ellos sus pantalones. Dejando su trasero por completo descubierto.
—¡Detente Noah! —Se corrigió el brujo, sin disminuir el tono demandante de su petición—. ¡Suéltame de inmediato! Estas llevando esta broma demasiado lejos.
—¿Broma? ¿Cuál broma? —inquirió el joven— Solo vengo a reclamar lo que me pertenece.
El brujo iba exigir, con amenazas de alguna maldición sobre la persona del muchacho, si este no paraba con aquel jueguito de mal gusto, pero todo pensamiento racional se esfumó de su cabeza, cuando unas enormes manos separaron sus glúteos y una lengua demandante comenzó a hurgar en su ano.
—¡Oye! ¿Qué?... —Se quejó, pero no fue capaz de articular más palabras. Un calor desconocido comenzó a propagarse por su cuerpo, encendiendo su rostro y nublando su juicio.
Lo más lógico hubiera sido que usara sus poderes sobrenaturales, para obligar al muchacho a liberarlo. Detener aquel intento de violación a su intimidad y su cuerpo, pero no era capaz de reaccionar. La lengua habilidosa del lobo se internaba cada vez más profundo en su interior, sensibilizando terminaciones nerviosas que no sabía que existían en aquel lugar tan recóndito de su anatomía.
—Ya basta… —suplicó, sin sonar demasiado convencido.
Pero lejos de detenerse, Noah comenzó una succión su agujero haciéndole jadear por el estímulo agregado. Sentía como su interior se rendía ante aquella lengua inquieta y demandante, y como su agujero se abría por completo a la invasión. Incapaz de seguir batallando, Zion se rindió al ataque del licántropo, demasiado mareado por la espirar de sensaciones que se arremolinaban en su cuerpo. «Ya me las cobraré», se dijo a sí mismo. Ya le haría pagar el agravio.
Cuando la lengua del joven abandonó su agujero, un gemido disconforme salió de los labios del brujo. Zion se cubrió la boca con una de sus manos, para evitar avergonzarse de nuevo. A su espalda, una risa divertida se escucho.
—Tranquilo preciosos, no te desesperes. Esto no ha terminado, aun. —le aseguró el muchacho, acariciando su espalda.
—Como si yo fuese a suplicar por más. —se quejó ofendido el mayor.
—Brujo obstinado —se burló el lobo, introduciendo la punta de su miembro en su abertura.
La invasión le hizo sisear y corcovear. El pene grueso del más joven quemaba en su interior, incrementando el ardor de aquella zona a medida que se iba adentrando en su recto. Se agarró del borde de la mesa con fuerza y cerró los ojos para evitar que las lágrimas se le escaparan.
—Shhh, tranquilo. Intenta relajarte —le aconsejó Noah, acariciando con su enorme mano, uno sus testículos.
El masaje a su sensible escroto, lo distrajo de forma momentánea de su sufrimiento. El lobo le obligó a separar más las piernas y a elevar aun más el trasero, para alivianar de esa manera, el escozor producido por la invasión y conseguir que su miembro se adentrara con mayor facilidad. Cuando se hubo internado por completo en su canal, le oyó soltar un hondo suspiro.
—Creo que esta cereza está en su punto —Jadeó Noah en su oído, repartiendo besos en su cuello y hombros—. Voy a tener que comprobar si sabe tan deliciosa como luce. —agregó, iniciando un lento movimiento con sus caderas.
Zion no contestó. No se le ocurría ninguna replica sarcástica para aquel comentario, tampoco se creía capaz de hablar en aquellos momentos.
Las manos del lobo recorrieron su torso acariciando su espalda; sobando su abdomen y burlándose de su pene, con toques esporádicos. Para regresar de nuevo a su pecho y juguetear con sus tetillas.
El brujo se concentró en ahogar sus gemidos apretando los labios, quería impedir a toda costa que el bastardo se diera cuenta de cómo sus caricias estaban causando estragos por donde pasaban. Evitar encontrarse con aquella mirada de suficiencia y esa sonrisa socarrona, que le dedicaba cada vez se sonrojaba, al pillarlo infraganti observando de forma descarada su trasero. Pero le fue imposible contenerse cuando el dolor aminoró y el placer se abrió paso en su interior ascendiendo por todo su cuerpo.
—¡Ahgggg!… Me las vas a pagar —amenazó—. Me las voy a…. ¡Ohhh! ¡Qué demonios! —jadeó sobresaltado, cuando nuevas oleadas de placer se propagaron por su cuerpo. Extendiéndose de forma voraz por todas sus terminaciones nerviosas.
No sabía que había hecho el lobo para provocar tales oleadas de éxtasis, pero no quería que se detuviera.
—¡Sí! Justo así. No te detengas, por favor. —suplicó.
—Como ordene el señor —respondió obediente el lobo, con aquel tono petulante que tanto le desagradaba.
Zion ignoró el sarcasmo en la voz del muchacho. Lo único que acaparaba sus pensamientos en esos momentos, era aquella sensación deliciosa que amenazaba con hacerle perder la razón. Movió sus caderas en busca de aumentar la fricción contra el pene del más joven, y obtener más de aquel intenso placer.
Las manos de Noah dejaron de acariciarlo. Le rodeó la cintura con uno de sus brazos, reafirmando el agarre de sus caderas y comenzó a envestirlo con mayor intensidad. Su otra mano viajó hasta el pene del brujo, y se concentró en masturbarlo al ritmo de sus violentas estocadas.
El miembro del lobo entraba y salía de su interior, enviando oleadas de placer por todas sus terminaciones nerviosas. Su ano palpitaba de manera dolorosa. El calor en su cuerpo se incrementaba, advirtiéndole, que pronto culminaría. Pero Zion no quería correrse aun, quería permanecer sumido aquel éxtasis por más tiempo. Toda la eternidad, si fuese posible.
Un dolor intenso en la base de su columna vertebral, le avisó que ya no podría contener su orgasmo por más tiempo. Sus bolas se endurecieron contrayendo su ano. Una presión insoportable se instaló en la base de su pene, donde todo el placer se acumuló de golpe, explotando en descargas interminables que le obligaron a liberarse en la mano del lobo.
Noah apretujó la cintura de Zion con fuerza y presionó sus labios contra su cuello. El brujo escucho los gemidos entrecortados del muchacho, indicándole que también había conseguido su liberación. Sintió el calor de la corrida del lobo inundando todo su interior. Un largo suspiro se escucho sobre su espalda, estremeciéndole, provocando que toda su piel se erizara.
Cuando el lobo se salió de su cuerpo, el brujo permaneció, casi desfallecido, sobre la mesa. Incapaz de mover un solo musculo. Todo su cuerpo parecía haber sido sacudido por millones de descargas eléctricas, por lo que no era capaz de procesar ningún pensamiento coherente. Escucho como el más joven se acomodaba la ropa y se subía el cierre de sus pantalones.
—Bueno... Ha sido un verdadero placer —dijo el muchacho, acariciando sus glúteos, aun expuestos.
Zion elevó su cabeza y la giró, para ver como Noah alisaba su camisa y la acomodaba dentro de la cintura de sus pantalones.
—Nos veremos en la siguiente noche de brujas. —anunció este con una sonrisa lasciva pintada en sus labios.
Se dio la vuelta para marcharse, dejando a un brujo demasiado aturdido, incapaz de reaccionar. Jamás había sido tomado de aquella manera, y la experiencia se había robado gran parte de su raciocinio.
—Nos vemos la siguiente noche de brujas —musitó aun atolondrado. Descansó su cuerpo sobre la superficie de la mesa y recostó de nuevo su cabeza.
—¡Nos vemos la siguiente noche de brujas! —repitió enfurecido, cuando la lucidez regresó de golpe a su cabeza.
Lanzó un hechizo a la puerta de entrada, justo cuando el muchacho cogía la manija para abrirla, impidiéndole huir. Se subió los pantalones y se los acomodó como pudo, preso de la cólera.
—¡No tan rápido cachorro! —exclamó disgustado, Zion—. Más te vale que te hagas responsable de lo que has hecho.
El joven se dio la vuelta y le miró con una expresión triunfal y una sonrisa divertida en los labios.
—Parece que mi pareja no quedó conforme con un solo truco. —indicó Noah, con el mismo tono mordaz de antes.
—¿Tú, qué?... Espera, espera muchachito. Tú sabes que yo no creo en esas tonterías. Ya me he encargado yo de deshacer unos cuantos vínculos estas pocas semanas, ¿Lo olvidas?
—Hay lazos que son irrompibles. —le contradijo el muchacho, acortando de nuevo la distancia.
Zion retrocedió un tanto inquieto. Era mejor para su sano juicio evitar, de ahora en adelante, cualquier tipo de contacto con el lobo.
—Ya verás como pronto tus hechizos dejan de tener efecto. —aseguró el joven, cogiéndolo por la cintura para apretarlo contra su cuerpo.
—¡Mis hechizos son infalibles! —alegó el brujo.
Intentó zafarse, para poner distancia entre ellos. Aquel cosquilleo familiar estaba comenzando extenderse por todo su cuerpo. Y aquello solo siginificaba, que Zion terminara, de nuevo, en el lamentable estado de antes. El lobo le dedicó una mirada reprobatoria y sacudió su cabeza.
—Parece que voy a tener que enseñarle a mi pequeña caperucita, que no puede escapar para siempre del lobo feroz. —dijo el muchacho agarrando la larga melena roja del brujo, obligándole a mirarlo a la cara.
Zion miró directo a los ojos del más joven, en estos ya no había la burla acostumbrada. Había sido remplazada por una expresión de completa adoración, que le conmovido. Se sintió sobrecogido al percibir el alcance de los sentimientos del lobo. El muchacho se agachó para acercar sus labios y lo beso de una manera demasiado tierna, comparada con la agresividad que mostrara minutos atrás.
—Confía en mí. —murmuró contra sus labios.
El brujo hundió el rostro en el pecho de su amante y expreso su más grande temor:
—El Alfa jamás lo aprobara. —dijo en tono amargo.
—El Alfa ya no tiene las facultades necesarias para seguir liderando. —Le tranquilizó el lobo, acariciando su rostro.
Zion levantó la vista para prestar atención a las palabras del joven.
—La mayoría de los enfrentamientos son porque los ancianos se oponen al acoplamiento entre distintas especies. Mi padre tendrá que cambiar su postura o ceder el puesto, si no desea un levantamiento. Todos los jóvenes están desconformes, y me apoyan —aseguró el muchacho—. Ya no hay cabida en ninguno de los clanes, para leyes tan arcaicas.
Noah volvió a atacar sus labios, y esta vez Zion se abandonó por completo al beso. Le rodeó con sus manos el cuello y, se empinó en puntillas, para profundizar el beso. El lobo lo agarró del trasero, elevándolo con ambas manos e igualó sus alturas. El brujo aprovechó de rodear con sus piernas la cintura del menor, para aferrarse a ella.
Un estremecimiento le sacudió el cuerpo a Zion y, aquel calor ya conocido, le recorrió entero. Un pequeño gemido se le escapó por entre sus labios unidos.
—¿Dormitorio? —preguntó Noah dedicándole su tan famosa sonrisa burlona.
El brujo indicó con el pulgar la puerta a la cual debían dirigirse y se pegó a la boca del muchacho para disfrutar más de aquellos besos apasionados. Quería creer en las palabras de su petulante compañero. Confiar en que había un futuro para ambos.
«Noche de brujas… noche de brujas», canturreó en su mente mientras era depositado sobre la cama. Al parecer, de ahora en adelante, iba a adorar de una manera distinta, la noche de brujas.