Noche de bodas
La noche más feliz, ¿no? Por lo que significa y por lo que preludia. La vida no es un cuento de hadas.
Lo que se habían reído de Sara sus amigas de la Facultad de Derecho, tan modernas ellas, cuando les decía que la virginidad debía preservarse hasta el matrimonio porque cualquier otra cosa rebajaba a las mujeres. La llamaban anticuada, pero Sara se había mantenido firme. Ahora observaba a su marido en la cama y se sentía orgullosa de haberse obstinado en aquella posición que su madre, su abuela y sus tías le inculcaron con tanto fervor. "Tu marido te querrá más si sabe que te has reservado para él", le decía su madre desde muy joven, y se lo repitió más a menudo según se supo que Sarita, la pequeña Sarita, se había enamorado y que se iba a casar con aquel hombre tan guapo y de tan buena familia, diez años mayor que ella, pero bueno, qué obstáculo podría ser la edad. Sara necesitaba un hombre que la guiara en la vida, y Manuel era el adecuado.
Cierto que Manuel había bebido un poco en la celebración de la boda, pero, qué hombre no bebe de más en alguna ocasión, pensó Sara. Amaba a su marido y podía ser lo bastante generosa como para perdonarle eso. Claro que la bebida le había dado a Manuel un aliento un tanto fétido, y su boca tenía un sabor pastoso cuando la besó. Sara se dijo que en el futuro los besos sabrían mejor. Y quizás fue también la bebida lo que hizo de Manuel un ser tan mal coordinado en sus movimientos, de suerte que Sara, asustadísima porque nunca había visto a un hombre desnudo, tuvo que sacarle casi toda la ropa. Y tal vez fue la bebida la que convirtió a Manuel en una persona tan diferente en sus modales a lo que solía ser habitualmente; sí, era eso, las copitas de más, era eso lo que había hecho que Manuel dijera cosas tan impropias como "¿qué es eso de que tú no la chupas? No me he casado para seguir pagando putas". Manuel nunca diría algo así, Sara lo sabía, si no era por el efecto pernicioso del alcohol. Y sin duda alguna, el alcohol estaba detrás de sus rudos modales, de la forma grosera en que la había manoseado, del modo ávido en que había chupeteado sus pechos hasta hacerla un poco de daño en los pezones. Esos brindis con los amigos en el banquete habían sido el germen de su actitud en la noche de bodas, en la que se enfadó porque no atinaba a penetrarla y cuando encontró el agujero insertó el pene bruscamente antes de volver a perderlo. En el momento en que el himen de Sara se rompía, ella rompió también a llorar ante el dolor imprevisto, del que nadie la avisó, porque su madre decía que las mujeres decentes no necesitan hablar ni saber de eso, sus maridos ya lo saben todo y con eso basta.
Sara se sentó en la cama, y cayó en la cuenta horrorizada de que la sangre de su virginidad manchaba la sábana. Manuel seguía durmiendo, roncando como una bestia, desprendiendo el hedor clásico de los borrachos. "Ha sido el alcohol, pero sólo ha sido esta noche, y no dejaré que esto vuelva a pasarnos; el amor a partir de ahora será hermoso", pensó Sara para recomponer su nueva vida.
Sara soñaba para vivir el cuento que le habían contado. No le gustaba estar despierta. Por eso, soñó el resto de su vida.