Noche de birras con un colega hetero, i.

Primera parte de una historia real que describe las noches de birras con un colega. El alcohol provoca que dos amigos disfruten cerdeando...

Hace unos días colgué este relato con el nombre “Noche de colegueo I” pero lo he borrado porque acabo de descubrir que ya existía una historia llamada “Noche de colegueo”. Vuelvo a publicar el texto pero cambiando el título. Gracias a cokcrin, SoloSodoma, josemi, 3dimension y de varianza; es la primera vez que escribo y los comentarios que dejaron en la versión eliminada, me han animado para continuar.

Termina la comida en aquel barecillo que tanto nos gusta visitar a Pablo y a mí. Los platos son geniales y el precio muy asequible, además su cercanía a la oficina donde ambos trabajamos hace que lo visitemos regularmente.

Nos despedimos rápido puesto que, como siempre, el tiempo se nos ha echado encima y llego tarde a trabajar. Con un beso en los labios nos decimos adiós dirigiéndonos cada cual a nuestro coche, Pablo tiene el día libre y se va a pasar el día a casa de sus padres.

Justo cuando abro la puerta del vehículo veo que me saluda Andrés. Andrés es un colega al que no veía desde varios meses atrás. Insiste en quedar para tomar unas cervecillas y explicarme cómo le va todo. Se ha separado de su mujer recientemente y me da la sensación que necesita contarle a alguien que no le va tan bien como desearía. El hecho de terminar el trabajo a las diez y de que Pablo no esté me anima a quedar a cenar esa misma noche.

Pasados cinco minutos de las diez voy al parque donde he quedado en recoger a Andrés. Le veo a lo lejos y, tras avisarle de mi llegada con las luces del coche, me dirijo hacia él. Está apoyado en una farola, fumándose un cigarrito y vestido con unos vaqueros azules por encima de las rodillas y una camiseta que deja a la vista los tatuajes de sus dos brazos. No puedo negar que es un chaval muy atractivo, no es el típico guaperas pero a mí me ha motivado más de una paja en el sofá imaginando cómo sería comerle el cipote. Ese aspecto masculino le provoca un morbazo que me vuelve loco.

Tras un apretón de manos y el típico “hijo de puta cuánto tiempo” seguido de “si que lo hace cabronazo” nos dirigimos a mi casa. Hemos decidido quedarnos en el piso para poder hablar más cómodos y sin nadie cerca que pudiese jodernos la intimidad.

Cenamos poco pero llenamos la tripa con litros de cerveza fresca, es lo único que quita este asfixiante calor. Estamos en la terraza repasando aventuras de tiempos pasados en que el único objetivo era disfrutar sin plantearse las complicaciones del trabajo o la familia. Al estar tan animados decidimos continuar con un gintónic que se sigue de dos más cada uno, son casi las dos y media. El efecto del alcohol es innegable y el volumen de la conversación provoca que los vecinos se despierten. A pesar de no quejarse, han abierto la luz de su habitación. Para no molestarles más decidimos bajar al comedor y continuar con el gintónic en el sofá.

La verdad es que el ambiente es muy agradable. Hablamos de buenos recuerdos pero, evidentemente, su rostro cambia cuando me cuenta la separación con su mujer. Rocío le pidió el divorcio un día mientras cenaban, él no se esperaba nada y desde entonces está bastante jodido. A pesar de poder ver a su hijo todos los días el hecho de no vivir con él ha enfriado parciálmente la relación.

Tras la charla de penas y posibles soluciones radicalmente cambia de tema y me explica que lo que peor está llevando es el hecho de no tener sexo desde hace varios meses. Entre carcajadas comenta que se hace más pajas ahora que cuando tenía quince años. Escuchar eso y sentir el roce de nuestras piernas de manera casual mientras reímos me provoca un escalofrío que eriza cada pelo de mis piernas. No puedo evitar poner una mano sobre mi paquete para recolocarme la polla.

Parece que no está incómodo con el tema del sexo y continua explicándome sus intimidades. Hace mucho calor y se quita la camiseta dejando a mi vista sus bíceps tatuados y una fina capa de vello sobre su pecho. Espero que cambie pronto de tema porque he vuelto a recolocarme el cipote dos veces más. No se si por casualidad o por efecto espejo veo que a él le ha ocurrido lo mismo.

Según me explica lo que más hecha en falta es recibir una buena mamada. Mi mente ya va por libre y algo debajo de mis calzoncillos empieza a estar más que morcillón. El muy cabrón continua con el tema: “Joder, ¿sabes lo que es estar seis meses sin notar una lengua lamiéndote las pelotas o besando la punta del rabo?”. No se que contestar, mi mente se ha bloqueado, creo que la sangre no llega a mi cerebro y que toda ha quedado acumulada en mi polla.

En un momento llega a contarme que se ha planteado irse a algún club de estos de luces rojas y azules fosforescentes que iluminan la vieja carretera nacional de nuestro pueblo.  Le contesto que ni se le ocurra, con treinta años no puede pagar para recibir una triste mamada. Le animo a salir de copas alguna noche y ligar con alguna chavala aunque sea para un polvo de borrachera de una sóla noche. No tiene ganas de ligar. Dice que únicamente se liaría con alguien de mucha confianza para pasar un rato divertido y de buen rollo sin más complicaciones. Por mi cabeza ya corren fantasías y llego a plantearme si ese comentario tan concreto guarda algún mensaje indirecto aunque se que Andrés nunca ha sido de esos heteros que ha tenido dudas con su orientación.

Esta frase marea a mis neuronas y vuela mi imaginación: la combinación de cerveza, tío bueno sin camiseta y conversación de sexo me está volviendo loco. No es consciente de lo que me está provocando, más aún cuando me pregunta por el tiempo que llevo sin que una tía me coma la polla. Sabe que llevo con mi pareja un puñado de años pero también que soy un poco cabrón y que en alguna ocasión he terminado echando un polvo con alguna tía en una noche de esas de demasiado alcohol y otras sustancias… El jodido me propone que le acompañe a uno de esos clubs y que compartamos un rato con una de las chicas: “Imagínate, los dos allí sentados en la cama y la tía arrodillada comiéndonos las pelotas a los dos”. No puedo evitar soltar una carcajada y decirle que está zumbado. Él mientras se levanta y se dirige hacia la nevera a abrir otros dos botellines, mientras mi mirada se centra en ese culo que aparece apretadillo bajo sus vaqueros y en esa espalda ancha y tatuada que ya sé que será motivo de mi paja antes de irme a dormir. Cuando vuelve a sentarse insiste en el tema. Vuelvo a reír y le contesto que ese plan lo descarto. Con una tía podría echar un polvo pero le explico que para  que te coman el rabo no hay nada como un tío.

Voy a jugar mis cartas, la cerveza desinhibe a cualquiera y hay que intentarlo: “Andrés, es que no puedes ni imaginarte lo que es que un tío te la coma, la suavidad y la dureza combinada con que los tíos sabemos comer pollas, la intensidad controlada, el conocimiento de los máximos puntos de placer, eso una mujer no lo aprende por muchos años de experiencia y por mucho empeño que le ponga al tema”.

Se queda callado durante un instante y su mano vuelve a su entrepierna a colocarse aquello que me parece que ha crecido durante los últimos minutos, lo ajustado de sus pantalones no deja lugar a dudas de que el cabrón de Andrés está disfrutando de la conversación.

Me mira fíjamente y me pregunta si es cierto que los tíos gozamos al comernos una polla. Esta es mi oportunidad, con delicadeza para no asustarle voy a intentar ponerle cerdo para ver cual es su respuesta. Sin atreverme a mirarle a la cara y dirigiendo la vista a la televisión le confieso que, en el sexo, aquello que más placer me provoca es comerme una buena polla. Le cuento como he llegado a correrme casi sin tocarme mientras me comía un rabo, como he disfrutado como un puto loco al lamer la base de un cipote bien duro, como he hecho gemir a tíos supuestamente heteros al meterme su herramienta entera en la boca y mirarles a los ojos mientras les hago sentir que soy su puta durante ese rato.

Su cara es un poema, creo que mi táctica ha funcionado. Inconscientemente (creo) tiene su mano derecha sobre su paquete y cuando se da cuenta que mis ojos, aunque intento evitarlo, dirigen mi mirada hacia esa imagen, levanta sus brazos para colocarlos tras su nuca. En ese justo momento mi olfato me provoca una descarga eléctrica de la nuca a las lumbares: un aroma mezcla de desodorante y sudor reciente por el calor del ambiente llega a mi nariz, es ese olor a tío que tanto me pone.

Se queda en silencio, da un soplido y dice literalmente que soy un puto cabronazo que he conseguido ponerle cerdo. Me río porque no se me ocurre otra respuesta en ese momento. Previamente me he lanzado pero ahora me siento cortado y con dudas acerca de qué contestar. Ahora es él quien ríe y quien, con ambas manos, se aprieta su paquete provocando que se marque aún más si cabe mientras insiste en lo caliente que se ha puesto.

“Hijo de puta, lo cuentas con una cara de vicioso que has hecho que me imagine que me la comen, pero una tía”. Vuelvo a reir, creo que la risa es la respuesta ante el sentimiento de vergüenza. Me levanto a por cerveza, lleno ambos vasos y le animo a brindar: “por repetir estos momentos de risas y de buen rollo”. Su respuesta me deja más helado que la cerveza que he sacado de la nevera: “porque si en dos semanas no he mojado dejo que me comas la polla, pero sin mariconadas”. Maldita risa incómoda, no puedo evitarla. A pesar de todo afirmo con la cabeza y le respondo que yo por un buen colega hago lo que haga falta porque no puedo permitir que un tío esté tanto tiempo sin saber lo que es una buena corrida.

Justo en ese momento se apaga la televisión, hemos estado más de dos horas sin tocar el mando y el programador de ahorro se ha activado. Al encenderla el reloj marca las cuatro de la mañana y nuestro comentario simultáneo es idéntico: “mierda, ¿ya son las cuatro?”. Ambos trabajamos por la mañana y decidimos dejar la cerveza y acordar otro día para continuar charlando. Tras un choque de manos y un abrazo acompañado, de nuevo, por un “sin mariconadas” por su parte nos despedimos.

Me meto en la cama con intención de aprovechar las pocas horas antes de ir al curro para dormir pero el calentón que llevo me obliga a sobarme las pelotas.

Cuando ya estoy agarrando la base de mi rabo y empezando a pajearme con suavidad suena el teléfono, ¿quién coño envía un WhatsApp a estas horas?

Andrés me ha escrito para agradecerme el rato de buen rollo y para recordar que tenemos que repetir una noche de colegas:

  • Tío, gracias por estos momentos, necesitaba unas risas.
  • No hay de qué crack, eso sí, el próximo día quedamos antes que mañana estaré muerto.
  • Sí tío, a dormir ya.
  • ¡Yo sin un pajote antes no me duermo! Que uno no es de piedra y con la tontería me he puesto burro.
  • Jajaja, yo estaba a punto de hacer lo mismo.

Tras esta frase, recibo una foto donde se está agarrando la polla por encima de sus calzoncillos.

  • Hijo de puta, no hagas eso que aún termino pajeándome viendo la foto de tu pedazo de rabo.
  • ¡No hay problema! Para eso estamos los colegas, para ayudarnos. Además, a uno siempre le sube la moral saber que alguien se pone cerdo pensando en él.

Ahora soy yo quien le envía una foto de cómo me estoy sobando el paquete.

  • ¡Borra eso tío, que a mí las pollas no me van!
  • Pues te jodes, para que veas como me has puesto.
  • Venga cerdo, que se nos hace tarde, a pajearnos y a sobar.
  • Buenas noches chaval.

Vuelvo a acariciar el bulto que provocan mi polla y mis pelotas. Tras acariciar lo largo y ancho de mi rabo puedo sentir una zona húmeda sobre la región de tela que cubre el capullo de mi cipote. Me quito los calzoncillos y ya completamente desnudo en la cama y con la punta de los dedos de mi mano izquierda comienzo a acariciar mis huevos. Ese cosquilleo provoca, como acto reflejo, que se me encojan las pelotas y toda la sangre se recoloque en mi rabo haciéndolo endurecer un poco más. Observo con detenimiento la imagen, mi cuerpo desnudo. No tengo un pollón de esos de más de veinte centímetros pero la verdad es que creo que gasto una buena herramienta y, sobretodo, que me parece bonita.

No hace falta que cuente que el pedazo de paja que ha caído, el calentón es tan grande que me corro de una forma que ya ni recordaba. Ahora sí que dormiré cómodo.