Noche de amor en el Puerto de Santa María. Cádiz.
Aquella preciosa catalana que me cautivó (y me folló)
Capítulo 1º
Me hallaba por tierras gaditanas en mis labores comerciales de supervisión de la zona; me alojaba en el Hotel Puerto Bahía de La Valdelagrana: del Puerto de Santa María - Cadiz; hotel con magníficos servicios y un entorno maravilloso; por lo que le escogí como "cuartel general" de mis operaciones, que generalmente se desarrollan de lunes a viernes.
Pero miren ustedes por donde, que el viernes, dispuesto a regresar a la paz de mi hogar en Madrid, un buen cliente me dijo que si pudiera estar el lunes siguiente a primera hora en su despacho de Jerez de la Frontera, para tratar un negocio muy rentable; por supuesto quedamos el lunes próximo a las nueve de la mañana, me interesaba mucho hacer esa operación.
¿Cómo me voy a Madrid (650 Km.) para pegarme un madrugón el lunes? Decidí lo más sensato, quedarme en el Hotel tranquilamente y el lunes ver al cliente de Jerez que desde El Puerto de Santa María está un paso.
Sería sobre las tres de la tarde, cuando me dispuse a llamar a mi mujer para comunicarle que me quedaba en Cádiz por los motivos ya expuestos, lo cual, lo entendió perfectamente.
Estábamos a mediados del mes de Septiembre, por lo que apenas estábamos dos o tres turistas de la tercera edad y dos o tres viajantes nada más. La perspectiva era desoladora, me esperaba un fin de semana tranquilo, muy tranquilo. Pero claro, un viajante con 40 años, fuera de casa toda la semana, el viernes con "la pluma" tan cargada y deseando descargarla con "la parienta", estaba que bramaba, necesitaba una mujer desesperadamente "para meter".
La recepción está situada enfrente la puerta principal, de unos grandes ventanales que dan a la zona privada del Hotel, y que también sirve de aparcamiento.
Estaba apollado en el mostrador de la recepción hablando con una de las recepcionistas.
-Don Félix ¿Cómo es que se queda en el Hotel este fin de semana?
-Ya ves hija, un cliente que me ha hecho la puñeta y he tenido que quedarme para no darme la paliza el lunes.
Me miró con cara picaresca la nena, a la vez que me decía:
-Aquí le espera un fin se semana movidito.
-No te entiendo, si esto se queda vacío.
-¿Espere un poco y verá?
-¿Qué es lo que tengo que ver? Dije entre intrigado y mosqueado.
-No sea impaciente, que llegarán en un par de minutos. Tienen la entrada a las tres y media, y ya son y veinticinco.
-¡Pero quien coño va a venir! que me tienes intrigado. Dije un poco cabreado, ya que con la señorita recepcionista me une cierta amistad por el tiempo que llevo alojándome en el Hotel.
-Muchos de esos... que acaba de mentar.
-¿De coños?
No había acabado de pronunciar la palabra, cómo a escados metros de la puerta... Uno. dos, tres, cuatro y cinco autobues aparcaban.
Al momento, una riada de mujeres salían de los mismos. Supe después porque me lo dijo la recepcionista, que eran 550 mujeres esteticistas de una gran empresa multinacional, que hacían su convención anual de cinco días de duración. Y lo mejor: todas entre los 30 y los 50 años. Creí volverme loco al ver tanto coño (perdón) mujeres, y yo el único cliente hombre disponible.
-Ve don Félix como le dije que le espera un "finde" movidito. Me dijo la recepcionista poniendo cara de pillina.
Capítulo 2º
Como la conocí
A los pocos minutos el hall del Hotel que es muy espacioso, se llenó de "aquel mujerío".
Ni que decir tiene, que subí presto a mi habitación para ponerme lo más guapo que pudiera. Debo decir que mis 40 años fueron esplendorosos, de verdad: ese metro ochenta; esa cabellera color del azabache con algunas incipientes canas por las sienes; esos ojos negros de mirada profunda, y ese porte de caballero... Ya había sido objeto de algunas miradas furtivas de aquellas damas, presumiblemente casadas a juzgar por sus edades.
Bajé al salón bien arreglado y perfumado (Loewe de caballero) aroma que "hace estragos" en la libido femenina. Serían sobre las cinco de la tarde; las cabinas telefónicas estaban ocupadas por las damas que presumiblemente llamaban a sus maridos o a sus familiares de que ya habían llegado.
Una señora, la mayor del grupo, (pues así lo aparentaba sus sesenta años por lo menos) me miraba y se sonreía sentada desde unos de los sillones. No era una risa provocadora, más bien era una risa con mensaje; y efectivamente así era, un mensaje que la señora me quería trasmitir.
Me acerqué a ella, y con el debido respeto le saludé una vez presentado.
-Siéntate aquí, a mi lado, buen mozo.
Estas fueron sus palabras, tal como las transcribo.
-¿Estarás algo confuso, verdad?
-La verdad que sí, de repente a estar el hotel vacío a estar repleto de mujeres. ¿A qué se debe? Pregunté
-Somos esteticienes de una multinacional, y celebramos este año la convención anual aquí.
-Después de conversar de una forma formal sin ninguna trascendencia me dijo muy resoluta.
-¿Querrás ligar, verdad?
Al observar en mí cierta incertidumbre, pues quizás pensó que eso de ligar se refería con ella, se apresuró a aclarar.
-Conmigo no, que yo no estoy para ligues.
Quise responder al detalle diciéndo.
-Una pena, porque estás en el punto más sabroso de una mujer.
-Sí, como las gallinas viejas que hacen el mejor caldo.
-Por Dios, Pilar (ya nos habíamos presentado) no diga eso.
-Calla y escucha, Félix. La mayoría de todas estas señoras están casadas y alguna separadas, y a ninguna le importaría "echar un polvete" extra. La convención del año pasado se hizo en Marruecos. No veas el desmadre que hubo, corrían por los pasillos del hotel en bragas como posesas en busca de la "polla mora". Así que ya sabes buen mozo, que te lo pases bien.
Se fue con una amiga que venía a buscarla y me dijo adiós a la vez que me guiñaba el ojo.
Se llamaba Monserrat, de unos 50 años (no le pregunté la edad ni falta que me hacía saberla). Era a la sazón una mujer de exuberante belleza de algo más de un metro setenta de estatura; y lo que me cautivó fueron sus caderas y sus piernas, eran de impresión; embutidas en unos pantalones vaqueros parecían que querian estallarlos, pero no por que fueran estrechos, no, no, es que sus piernas estaban tan bien torneadas, que seguro rompieron el molde que las formaron. Y de los glúteos mejor no hablar, pero era uno de los culos más excitantes que hasta la fecha había contemplado.
De cara muy bonita, sin llegar a ser belleza, pero aquellos ojos tan vivarachos transmitían destellos propios que le daban al rostro una luminaria especial. La boca algo grande, sobre todo el labio inferior, parecía ser así de tanto haber sido besado; el superior más fino, pero muy bien dibujado.
Estaba sentada en uno de las mesas del bar con otras dos amigas o compañeras. Yo me hallaba en otra mesa de enfrente, como a unos tres o cuatro metros.
Ni que decir tiene que los cuchicheos que se traían de "oreja a oreja" eran sobre mí, aquellas miradas (sobre todo las de Montse) lo evidenciaban. Bastó un guiño de mi ojo derecho para que las dos amigas o compañeras se levantarán y se despidieran de ella con sendos besos en las mejillas. Señal inequívoca que nos dejaban "el campo libre".
-Buenas tardes, ¿me pernite hacerla compañía, ya que sus amigas la "han abandonado"?
-¡Cómo no caballero! Y muy agradecida.
Qué gran verdad es que los ojos y la expresión del rostro nunca mienten. Los de Montse destelleaban, que unido a la sonrisa de sus labios, evidenciaban el buen grado con que me aceptada.
Voy a soslayar los prolegómenos iniciales, ya que fueron los propios en estos casos: presentación, a que te dedicas, de donde eres, etc. etc.
-¿Estás solo? Me preguntó.
-Solo y sin compañía, soy un triste viajante que vaga de hotel en hotel por esos mundos de Dios.
-Y de mujer en mujer, me supongo.
-No lo creas, no lo creas. No soy ese vulgar mujeriego que sólo busca satisfacer su libido.
-¿Qué buscas entondes en una mujer?
Miré a mi reloj, eran la siete y cuarto.
-¿Qué te parece si lo vas descubriendo tú poco?
-¿Cómo?
-De momento te invito a tomar el pescaito frito de la zona. Está riquísimo con una cervecita o un vino fino.
-De acuerdo Félix, tenemos toda la noche para descubir el secreto que escondes, al parecer tan celosamente.
-Secreto que descubriras cuando quieras.
La cosa estaba clara, ahora sólo me faltaba llevarle a la cama con la mayor delicadeza y exquisitez. No era mujer de "un polvo" y adiós, era una señora con la que antes de llegar al tálamo del amor, habia "que pasearla por todos los paisajes del Cielo".
Después de cenar en el Restaurante Romerijo una de sus espléndias mariscadas de pescados y mariscos autóctonos, le dije si le apetecía bailar en la discoteca del Hotel. La mirada que me echó fue tan elocuente que comprendí que sería inoportuno, ya que con toda seguridad estaría a rebosar de compañeras, y no tendríamos la intimidad que los dos sin decirlo buscábamos. Ese detalle me confirmó que estaba deseando lo que yo.
-Si no te importa Félix, prefiero un local más íntimo y acogedor, la discoteca del Hotel irán mis compañeras, ¿comprendes?
-Comprendo, cariño. Le dije a la vez que acercaba mis labios a los suyos. Beso fugaz que no rechazó, y que fue el preludio de una de las noches de amor más maravillosas que había vivido en mi vida.
Capítulo 3º
La maravillosa noche de amor
Salimos del restaurante convencidos de que la noche iba a ser apoteósica. Los ojos de Montse lo anunciaban; y yo tube una terrible erección que amezaba con descorrer la cremallera de la bragueta.
Tenía el coche aparcado en el parking del restaurante ubicado en la parte de atrás. La luz que lo iluminaba era sólo la de la luna, y un farolillo rojo situado en la esquina del parking; luz tenue y sonrosada como dicen que son las noches de Veracruz: tibia y sensual.
Una vez ubicados la atracción fue fulminante, nuestras bocas se buscaron tan desesperadamente deseando libar el néctar de las mismas; que nuestras lenguas como dos mariposas de bellos colores, absorbieron toda la miel allí depositada.
Fue un beso interminble, infinito, nuestras bocas estaban tan selladas que no había forma de desunirlas; como dos desesperados buscamos en todos sus rincones el jugo de la mejor fruta.
-¡Uf! Félix, ¿siempre besas así?
-¿Tú crees que un beso cómo este se puede dar a cualquiera?
-¡Desde luego que yo no! Me dijo muy convencida.
-Pues te prometo que yo tampoco lo doy así a cualquier mujer.
Bailamos hasta las dos de la madrugada con los cuerpos unidos como el dos dos siameses; mi pene a plena tersura, repicaba como badajo de campana en su vientre plano y duro,
-Cariño, me dijo susurrando al oído, mientras movía su vientre cadenciosamente en torno a mi virilidad. De qué manera te siento. ¡Ummm! me tiembla el alma sólo con pensar que dentro de poco te voy a sentir todavía más adentro.
-Sí mi vida. Y yo me muero por llegar hasta el fondo de tus entrañas.
-Pues vamos a ese cielo, cariño, que me derrito, mis fuentes del amor me van a inundar ... me voy a licuar...
Montse compartía su habitación con una compañera, por lo que obvio decir que fuimos a la mía; y como tengo la costumbre de dormir en cama grande, (siempre pido cama de matrimonio en todos los hoteles) la tomé en volandas como se toman a las novias en la noche de bodas, y así traspasmos la puerta de la alcoba.
La deposité dulcemente en la cama. Ella que me tenía abrazado por el cuello, me atrajo hacia si, y me volvió a besar.
-Mi vida, soy tu esposa, tómame, soy toda tuya.
¡Qué bonito es hacer el amor! La verdad que es muy distinto al follar. Lo que más me emociona son los prolegómenos; los besos, las miradas llenas de pasión, las caricias por todas las partes como queriendo descubrir cada mimímetro de piel de la amada. Acciones que obviamente no realizas con una prostituta o un ligue sólo para "meter".
Fumar ese cigarrillo a medias; la botella de champagne y las dos copas, que previamente habíamos subido a la habitación. Entre sorbo y sorbo un beso, bebiendo de nuestras bocas.
Cuando la desnudé, (soy de los que desnudan a mis amantes) es un rito tan maravilloso que no concibo amar sin ser yo el que deja a la amada en su traje de piel.
Cuando sólo faltaba bajarle la braga, le pedí a Montse que se pusiera boca abajo, quería contemplar la inmensidad de sus caderas, glúteos y piernas desde esa perspectiva. ¡Qué espectáculo más maravilloso! ¡Dios!
Empecé admirando la cascada de cabellos del color de la miel que se deslizaba hasta la espalda a la altura de sus omóplatos. De piel tersa y ligeramente morena. Deslicé mis dedos por ella en una caricia ligera y casi superficial, pero que fue suficiente para que Montse se estremeciera y se le escapara un suspiro de delectación.
Cuando posé mis labios allí, noté como se le ponía la "carne de gallina"; y cuando bajé la braga hasta debajo de sus glúteos y baje mi boca hasta situarla en la embocadura de su recto, es cuando su estremecimiento fue mayor.
Intuyendo la caricia, aupó sus nalgas a la vez que con los dedos pulgares de mis manos le abría ambas hasta dejar su ano al descubierto.
-Cariño... Que estará sucio. Me dijo.
El olor que emanaba de "aquella cueva" era embriagador: mezcla de sus exudados naturales y rosas. Quien no haya olido el ano de una mujer limpia, le aseguro que es de un aroma que te llena el cerebro de mil fantasías. ¡Bueno! al menos a mí si que me lo llena, y me transmite tantas emociones que hay veces que no despego mi boca de lugar tan excitante.
-¿Sucio mi vida? Pero si lo tienes como las ondinas, claro y trasparente como las fuentes del paraíso.
-Nunca me han hecho eso...
-Me alegro ser yo el primero que pruebe su ambrosía.
Introduje mis belfos hasta lo más hondo de aquel pozo; mi lengua incansable lamía con ansia todo su contorno, desesperada, insaciable...
Montse jadeaba y suspiraba... ¡Qué placer más refinado! Jamás supuse que esto podría dar placer tan exquisito. Decia entre gemidos entrecortados.
La caricia se nos hizo interminable, lamí hasta que se me quedó la boca seca; y unas ganas terribles de orinar llamarón mi atención.
-Voy a hacer un pis, mi vida.
-Y yo otro cariño, que me llevo aguantando desde que salimos de la disco.
Hicimos ese pis juntos. El sonido que hacía llamó mi atención; era una especie de siseo que excitaba. Miré al lugar, y como lo estaba haciendo en cluquillas sobre la taza de water, vi perfectamente su coño rosado, ya que lo tenía totalmente depilado; y como salía un chorro de liquido amarillo y humeante que me estimuló de tal forma que no pude reprimir el deseo de lamerlo y absorver aquellas gotitas que pendían de sus ninfas.
Acto seguido, sin lavarme la boca, me besó de tal forma que su lengua baldeaba mis labios.
-Quiero comprobar como saben mis liquidos en tus labios. Me dijo sobre excitada.
Abrí la boca, y metió su lengua hasta lo más profundo como queriendo encontrar "las fuentes del placer" para saciar toda la libido que le reclamaba su sed de amor.
Tengo la costumbre de lavarme los dientes antes de dormir, amén de hacerlo también después de cada comida. Pero esta vez Montse me lo impidió.
-No cariño. No quiero lamer de tu boca sabiendo a dentífrico; la quiero lamer degustando las emanaciones de tu alma.
-Vamos a la cama, mi vida, vamos tal como somos.
Debo decir que me había lavado bien el pene, sobre todo por la parte de atrás. No a todas las mujeres les excita su olor natural.
Estaba empalmado a tope, me situé boca arriba, invitándole a que me "la mamara". Cosa que hizo presto, no hizo falta ninguna indicación por mi parte.
-¿Te lo has lavado, verdad?
-Sí cariño, lo tenía algo sucio.
-Yo también tenía el culo sucio y a ti no te ha importado.
-Ya lo sé cariño, pero me ha parecido oportuno lavármela.
-Una pena, porque me encanta como huele el macho por aquí. Se entiende, el macho que me sublima, no cualquier tío.
Lo siento cariño, lo tendré en cuenta para mañana.
Montse lamía de mi pene de tal forma que me electrizaba, me ponía los pelos de punta. La tuve que parar porque me corría, y quería hacerlo dentro de ella; ya que a los 40 años echar dos polvos seguidos no es posible. O al menos a mí no me es posible.
Cuando "la cubrí" en la posición "del misionero", y sentí mis 18 cm totalmente introducidos en su vagina, parecía que se me iba el alma detrás de la polla. Me aferré a aquellas caderas como un naúfrago se aferra a la tabla que le sostiene a flote en el océano. Hice mil esfuerzos mentales para aguantar "allí dentro" toda una vida. Imposible, el movimiento de sus caderas y culo lo impidieron. Derramé y dejé en su cueva de amor, todas mis esencias de hombre.
Miré al reloj, eran las 5.24 horas. -Qué te parece si dormimos un rato.
-Lo siento cariño; pero a las siete debo estar en mi habitación.
-¿Y eso? ¿Tienes algún compromiso con tu compañera de habitación?
-No cielo, pero es que espero a mi marido que viene a buscarme para irmos juntos a casa. Y como comprenderás debo quitar todas "las secuelas" de "tu amor".
Aunque suponía que estaba casada, no pude prever que vendría su marido a buscarla. Supuse que estaríamos juntos hasta el día de su marcha para vivir intensamente el romance, y luego despedirnos con lágrimas en los ojos. Por lo que otra vez me asaltaron las mismas dudas. ¿Por qué cojones tengo que idealizar a la mujer que me follo? ¿Cuándo voy a aprender que esto es follar, no hacer el amor?
-¿Cuándo os váis? Pregunté contrariado.
La convención empieza el lunes, dura tres días, por lo tanto, el jueves saldremos para Sevilla y tomar el avión para Barcelona.
Se rompió el idilio como se rompen los sueños vanos. Ya no vi a Montse como la había idealizado. No me parecía aquella hermosa mujer que mi mente formó como a una sacerdotisa del amor.
Quedamos los dos mudos. Ella se fue al servicio para arreglarse. Cuando desperté, eran las 12.20 del medio día. Montse se había ido sin despedirse, seguramente para no despertarme.
Desperté con resaca y con amargor de boca, y eso que apenas había bebido. También sentía en mis labios los efluvios del culo y la vulva de Montse. Alcé mis morros a la altura de la nariz para olerlos mejor; pero al recuerdo de cómo acabó lo que podía haber sido un romance maravilloso, me desazonó su fragancia, por lo que fui imediatamente al baño para quitarme los resto de aquel amor etérico, que se evaporó como una nube de verano.
Eran las 14.10 horas. Lavado, afeitado y perfumado, además de bien trajeado, me dispuse a comer en el comedor del Hotel, donde se come bastante bien, sobre todo el pescaito de la zona. Pedí una ración, que aunque es para dos, me permití darme ese capricho.
No había pasado ni cinco minutos, cuando Montse, más esplendora si cabe que ayer, entraba en el comedor del brazo de un caballero de aspecto distinguido, que debería ser su marido. Pasaron por mi lado, tanto, que, su vestido rozó mi brazo derecho.
-Qué aproveche.
-Gracias, ¿Si gusta? Me dijo el señor que le acompañaba.
Se situó de tal forma en la mesa al envés, por lo que sólo podía ver su espalda y esas caderas que hace unas horas habían sido mías.
-¡Ay que joderse! como son las mujeres ¿O las catalanas? ¿O uno que es un romántico que cree que la mujer sigue siendo la diosa de la creación a la que hay que adorar? Me reía de mi mismo. Puse borrón al tema asunto, y a buscar otra hembra que me "aliviara el dolor". Pues como es sabido, "la mancha de una mora, con otra mora se quita".