Noche de amigas
Mi mujer sale con sus amigas a divertirse. La espero.
Sandra volvía a tener lo que ahora se conoce como noche de chicas. Dos, tres noches a lo sumo al año, quedaba con un grupito de viejas amigas para ir de cena y tomar algo por ahí. Amigas de siempre, alguna prima y ex compañeras de trabajo conformaban esta avanzadilla de cuatro o cinco mujeres ya superada en algunos casos la cincuentena, que salían a desparramar un poco alejándose por unas horas de la rutina doméstica, reverdeciendo tiempos pasados que por supuesto, siempre fueron mejores para la diversión.
En esta ocasión, al igual que la mayoría de veces, y tras aplazar varias veces el evento hasta poder coincidir todas un sábado, Sandra se puso guapa, poco tenía que hacer para ello, vestido de guerra, falda larga, generoso escote, labios rojos, perfume, botas con tacón y muchas ganas de diversión. A eso de las 21 horas me besaba en la boca, dejándome parte del carmín, mientras su prima la esperaba en la calle con el coche en marcha y la música a todo volumen. “Pásatelo bien San”, le dije.
Esta noche iban a cenar a la zona de Patraix, donde casi siempre, para después perderse por el centro de valencia visitando algunos de sus locales de referencia, para certificar una divertida velada.
Como siempre, antes de su marcha, nos dejaba todo lo necesario para la supervivencia domestica de un hombre, sus dos hijas adolescentes y dos viejas cobayas, que durante una larga ausencia de seis o siete horas, tenían que apañárselas sin su hembra alfa. Tras su marcha, y ya cenados y después de ver una película, mis hijas se acostaron y yo me fui a la cama a ver la tele un rato. Poca cosa interesante, algún resumen de la jornada de liga, un rato viendo las redes sociales, y a eso de la una ya a dormir esperando que mi mujer vuelva de su noche de amigas sin hacer mucho ruido, ya que tengo el sueño muy liviano.
Efectivamente el ruido de las llaves girando la cerradura de casa, me despertó de mi ligero sueño. Tuve la sensación de haber dormido bastante, así que estiré el brazo instintivamente y apreté el botón del móvil para ver con los ojos más cerrados que abiertos, que eran ya las 5:17 horas del domingo 21 de septiembre de 2019. Sandra entro con sigilo directa al servicio del pasillo, donde estuvo un buen rato haciendo vete a saber qué. Grifo, ducha, cisterna y de puntitas hacia la cama donde más dormido que despierto la esperaba con la tranquilidad de saber que ya estaba en casa. Antes, entro en la cocina a oscuras, a tenor de lo que escuché, dejó ropa en la galería, bebió un buen trago de agua de la botella, entornó la puerta del dormitorio de las nenas y aparentemente desnuda ya en nuestro dormitorio, cogió el camisón de encima de su almohada y se metía en la cama como el que deja caer una pluma en un colchón.
Yo estaba de lado mirando precisamente hacia el lado derecho de la cama, donde ella también en esa misma posición, se tapó con la sabana y la fina colcha dándome la espalda y quedándose totalmente inmóvil. Pronto una mezcla de olores me hicieron deducir que se había duchado ya que su cuerpo desprendía eso olor húmedo a gel de baño, mezclado con matices de pasta de dientes y un inconfundible olor a humanidad que manaba de su abundante pelo rizado que descansaba a escasos dos palmos de mi cara.
Así inmóviles los dos, Sandra no tardo ni tres minutos en dormirse profundamente mientras como si de una incursión militar se tratara, me acerque a ella lentamente para adsorber más de cerca estos olores que ciertamente y de manera poco explicable , producían en mí una considerable excitación. A pesar del enmascaramiento de la pasta de dientes, y ese olor a humo de su cabello, pronto detecte ese tufillo que deja la bebida en el aliento que producía su profunda respiración. La cosa ha ido bien, pesé, ya que normalmente estas salidas se alargaban hasta las tres de la mañana y además, se nota que está cansada. Por este motivo decidí no despertarla, y no por ganas, me encanta esperar a que se duerma para empezar a actuar con nocturnidad y toda la alevosía posible. Sandra tiene una cualidad que para mis oscuros deseos son oro pulido. Tiene un dormir tremendamente profundo, tan profundo, que soy capaz provocar en ella una elevada excitación a base de caricias en sus pechos, sin que eso la haga despertarse de su profundo sueño. Cuando ya lo hace, está tan caliente, que es incapaz de negarse a nada, y tan dormida, que apenas puede moverse,…una situación ideal para mis deseos.
Así que ahí estaba yo, con una cierta excitación que me incitaba a iniciar mi oscuro plan, pero con la normal condescendencia de concederle horas de descanso tras una noche de juerga. Las ganas me podían, decidí dejarla dormir un par de horas y tras levantarme a desayunar y mirar unas cosas en internet, a eso de las siete, entré en el servicio del pasillo, comprobé ni optimo estado de higiene genital, y completamente desnudo, y con la claridad de la mañana entrando por las rendijas de la persiana casi cerrada, me introduje entra las sabanas ahora sí, dispuesto a conseguir mi objetivo.
Sandra estaba de lado, pero esta vez hacia mi lado de la cama, la mejor posición posible, ya que me dejaba acceso a sus prominentes pechos con mucha facilidad. Con la yema del dedo índice de mi mano izquierda, alcance el suave tacto de su camisón de fina tela, adivinando por el relieve del roce la situación de sus tetas. Pronto ese pequeño abultamiento del pezón derecho cayó en mi poder, y empecé a rozarlo por encima de la ropa con suma delicadeza y lentitud, esperando su respuesta corporal. El pezón comenzó a contraerse, pista inequívoca de que la maquinaría empezaba a coger temperatura. En ese momento, la respiración de San se alargaba a cada contacto, a pesar de ello, aun no estaba para despertar, así que me detuve por unos segundos para que volviera a calmarse, y volví a la carga tras un rato con la misma suavidad y ritmo, ahora ya para no detenerme. Al poco tiempo Sandra ya casi jadeaba a cada roce de mis dedos en sus pechos, noté como empezaba a despertar, y en ese preciso momento puse mi otra mano a funcionar en su otro pecho. Con los dos pezones duros y puntiagudos en mis dedos, San no tenía ninguna posibilidad de librarse de su propia excitación, así que ya dejé de ser tan condescendiente y sus pezones sintieron mis dedos apretando con cierta fuerza, mientras inhalaba el caliente aliento que salía de su boca ya abierta tras cada pellizco.
Así estuve unos minutos disfrutando del momento, elevando la tensión hasta que ella misma liberó sus tetas de la vestimenta, para que fueran directamente a mi boca. Mi lengua ya estaba humedeciendo sus pezones, primero despacio, con sutiles toques, después con los labios, hasta con los dientes, de un pecho al otro, trasformando sus jadeos ya en sofocados gemidos, sin descanso y sin acariciar ninguna otra parte de su cuerpo. Sus tetas entraban y salían de mi boca con avidez, Sandra estaba ya absolutamente entregada al placer y sin apenas fuerzas para moverse, como estaba planeado, el profundo sueño y el cansancio se convirtieron en mis principales aliados.
Sin siquiera besarla, me puse encima de ella, le levanté el vuelo del camisón y puse mi pene entre sus abiertas piernas. San tiene la entrada de la vagina algo estrecha, así que en esta situación siempre voy con mucha cautela para no dañarla. Ayudándome con las manos, restregué la punta de mi falo en los húmedos labios de su coño de abajo a arriba, impregnándome de su flujo, en cuanto mi glande rozó su clítoris, ella pareció explotar de placer perdiendo la paciencia, y tras agarrar mis nalgas con las dos manos, y de forma sorpresiva, me apretó hacia su cuerpo, hundiendo toda mi polla en ella. Entró con suma facilidad, sin ningún tipo de estrechez, hasta que nuestros respectivos pubis chocaron de forma violenta uno contra el otro. Sandra parecía perder los papeles, gemía y se movía mientras yo aún estaba más preocupado en no hacerla daño, nada más lejos de la realidad. En cada empujón su cuerpo se arqueaba llegando a morder uno de mis brazos apoyados a ambos lados de su cabeza. Se pellizcaba los pezones con sus manos mientras de su boca solo salían quejidos. No llevábamos ni diez empujones, cuando ella volvió a coger con sus dos manos mi culo, y dejando de respirar de por un instante y aplastando la cabeza en la almohada, preludio de un inminente orgasmo, me dijo,…”sigue, sigue, fóllame,…así” corriéndose con un grito que fue imposible silenciar avivando sus embestidas y entrecortando su respiración en cada una de ellas. Podía sentir su placer en mi polla, ya que me la apretaba con cada una de sus contracciones. Un orgasmo no muy largo, pero de una intensidad impresionante que disfrutó como su fuese el primero de su vida para mi deleite.
Ahí estaba yo completamente atónito presenciando como mi mujer se había corrido sin que yo prácticamente hiciera nada al respecto, seguía y seguía moviéndose,…”que gusto”,…ahhhh, y de nuevo su respiración se detuvo como el mar se retrae preámbulo de un tsunami, y una olea de placer pareció terminar con todas sus fuerzas tras otro tremendo orgasmo que pareció, a tenor de su expresión, hacerla más daño que placer.
Sudorosa, sin fuerzas para moverse, como si estuviese desmallada, aflojó la presión de sus manos en mi trasero dejando caer sus brazos en el colchón. Con las primeras luces del día entrando por la persiana pude ver su rostro. Con los ojos cerrados, totalmente inmóvil, semi inerte, y con la respiración entre cortada, no pude reprimir mi intención de follarmela tomando las riendas, así que comencé a moverme dentro de ella. “Por favor, déjame, no puedo respirar”,…me suplicaba, pero eso solo hacía que me encendiera más acelerando aún más mis embestidas. Me apetecía correrme en ella, la tenía sometida y pensé en hacer con ella todas esas cosas que nunca me atrevería a pedirle. Su cuerpo blanco resplandecía brillante con franjas de sol que ya entraban por la ventana y cruzaban su cuerpo. Me comía sus tetas a la vez que me la tiraba sin miramientos, ella ya no decía nada, respiraba como podía en cada carga, tan dejada la vi, que aproveche para usarla a mi libre albedrio.
Le di la vuelta de forma violenta, levante sus caderas para que me mostrara su culo y le baje la cabeza para la penetración fuese más profunda. Su entrepierna estaba completamente húmeda y dilatada, así que de nuevo la penetre sin miedo convencido de que no le dolería como otras veces. A cuatro patas, empecé a moverme golpeando su trasero con mi vientre. Sandra seguía privada de voluntad, gemía y suspiraba a lo unísono, ya no decía nada yo estaba que explotaba y a un paso de perder las formas. Miraba su culo con deseo, siempre me excitó la posibilidad de metérsela por el culo, cosa que ella nunca me propuso,…pero ahí lo tenía, delante de mí y la tentación de sacarla de su coño y clavársela en el ano casi me llevaron al orgasmo.
Aceleré mi movimiento ya dispuesto a todo, le separé con mis manos las nalgas para ver su agujero mientras veía también mi polla entrando y saliendo en su vagina. Una franja de luz iluminaba justamente el objeto de mi deseo, me giré un poco para que el rayo solar me dejara ver mi objetivo,…y entonces ocurrió algo totalmente inexplicable. Justo al ver su culo con claridad, pude apreciar como tenía la zona húmeda y brillante, acerque uno de mis dedos y resbaló porque por causa de una especie de aceite, que se hacía blanquecino entre los pliegues de su apretado ano. Sin sacarla de su coño, me separé un poco para tener mejor perspectiva cada vez que rebotaba contra su trasero. Así pude ver un color rojizo alrededor del esfínter, ligeramente abultado hacía afuera e impregnado por lo que entendí sería algún tipo de pomada. Aquella visión me despistó por unos instantes, ya que la irritación era notable.
Sin parar de entrar y salir de su cuerpo empecé a atar cabos,…su larga estancia en el servicio al llegar,…la facilidad con que mi pene entro en ella,…la rapidez en alcanzar dos orgasmos,…el estado de su culo,…y pensando en lo que podía haber hecho y sin solución de continuidad, me vino el orgasmo corriéndome en sus entrañas sin dejar de amartillar su vagina llena de semen.
Tan agotada estaba, que tras sacar mi pene de ella, se dejó caer en la cama para dormirse de nuevo profundamente mientras pude observar como chorreaba su almeja manchando por completo las sabanas e impregnando el cuarto de olor a sexo. Me acosté a su lado desnudo como estaba, besando su espalda y colocando la parte delantera del camisón en su posición normal y tapándola con la colcha para que no cogiera frio. Así, pegado a ella, sintiendo su respiración y dejándome ir, me dormí de nuevo junto a mi amada sin pensar demasiado en lo sucedido.